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Que nadie se asuste. No voy a empezar a exigir al aficionado que elija entre pagar con sangre su afición y en caso contrario con la lectura de libros sin ton ni son. Cuando establezco esta distinción me refiero a algo tan sencillo como lo es el origen de la afición de cada uno y del aprendizaje de los conceptos básicos del toreo, su verdadera esencia.
Unos, los que he dado en llamar aficionados de sangre, son aquellos que se iniciaron en esto de los toros de la mano de un aficionado de viejo cuño, un tío, el abuelo o el padre, quienes entre juego y juego le iban transfiriendo todo su saber sobre el toro, el torero, si llegaron a ver torear a este o aquel, aunque sólo fuera una tarde y en un festival. Lo mismo contaban una tarde triunfal de Domingo Ortega en las Ventas, que las veces que vio a Juan Belmonte en la tertulia de aquel café o cuando pudo contemplar a Carlos Arruza tentando en la finca de no sé qué. Todo era hacer afición, todo era ir acumulando más sensaciones que saber, que este vendría después, cuando los dos, maestro y discípulo, fueran juntos a la plaza. Entonces era cuando los comentarios hechos como el que no quiere la cosa, iban escribiendo el manual del aficionado cabal que el neófito no tendrá que consultar nunca, porque siempre lo tendrá presente. Un manual que se irá engrosando con las lecciones que el maestro seguirá impartiendo al acabar cada corrida, comentando lo que ha ocurrido en la plaza y cómo habría sido en sus tiempos, cómo se llevaba el toro al caballo, cómo se corría el toro a una mano, cómo se podía con los toros de antes y cómo había toreros que se negaban a salir por la puerta grande. Pero lo más importante era cómo el aspirante iba bebiendo de un sentimiento, de una forma de entender y querer una afición hasta tal punto que se convertía en una parte esencial de su vida. Una vez que el veneno te había entrado en las venas, ya no se entendía vivir sin toros. No sería posible. Y esto, que no es un secreto, es una de las principales armas que esgrimen actualmente los taurinos. Estos saben que pueden tensar y tensar la cuerda, que los aficionados de sangre nunca les van a fallar. Pero el problema es que una vez que estos falten, no habrá otros que les sustituyan en el tendido, ni para enseñar a las nuevas generaciones, ni mucho menos para mantener este espectáculo.
Pero los que demoran este declive del espectáculo son los otros, los aficionados de libro. Esas enciclopedias con patas capaces de relatar qué ocurrió la tarde del 25 de mayo de 1968 en la plaza de Madrid, los toros, los toreros, las orejas cortadas, esto que no falte, y si el cielo estaba encapotado, despejado o con amenaza de chubascos a causa del anticiclón de las Azores. Pero luego los sientas en el tendido y, aparte de olés y de repetir como un autómata tópico tras tópico, no diferencian un melón de una castaña. Son la voz de su amo. Se afilian al bando de un torero y no son capaces de ver el más mínimo defecto en su ídolo, mientras que niegan cualquier virtud en el oponente. Estos señores del libro conocen todas las ganaderías, fincas, mayorales y camadas, año por año, conociendo a los toros por su número, nombre y año de nacimiento. Aficionados que no dudan en soltar su salmodia ante el primer incauto que se les cruce por delante, sin que se pueda encontrar en ellos un mínimo de reflexión. Son estos mismos los que en la plaza no dudan en espetarle cualquier barbaridad al que se atreve a protestar algo, aunque sea que le estén echando aceite hirviendo por la espalda. Por favor, ¡cállate que el maestro se está jugando la vida! No tienen ninguna duda de su verdad, porque en el libro no hablan de dudar, en el libro sólo se afirma y, ya se sabe, lo que está escrito es lo que vale, que para monsergas ya está mi abuelo. ¡Ay, si hicieras más caso a tu abuelo!
El aficionado a los toros no es un aficionado que dude a las primeras de cambio, pero lo que no se le puede negar es que medita sobre su pasión. Yo me he encontrado muchos aficionados de sangre que, a pesar de tener un gran conocimiento del toro y de la lidia, escuchan atentamente lo que otro pueda comentar, e incluso reconocer que no habían reparado en ello. Tampoco quiero decir que este tipo de aficionado lo sea sólo por sus vivencias, qué va, todo lo contrario. A la experiencia propia también añaden lo aprendido en los libros, aunque en ocasiones sean cosas de las que ellos fueron espectadores in situ de aquel acontecimiento. Yo me atrevería a señalar varios lectores de este blog que entrarían claramente en este apartado, algunos incluso hasta son seguidores de Toros Grada Seis, ya sea oficialmente o en la sombra, unos comentan las entradas dejando constancia de ello y otros por correo en privado. Lo malo de este sector es que todos estamos de acuerdo en una cosa, y es que las cosas no discurren por donde deberían, y entonces es cuando echamos mano de ese manual que nuestros tíos, abuelos o nuestro padre, nos empezaron a escribir hace años, tarde tras tarde, mientras nos envenenaban la sangre con esto de los toros.