Ahora que ya está más cerca la feria de Madrid y mientras veo cómo gozan en Sevilla cuando consiguen sacar a un torero a cuestas, se me vienen a la cabeza esos “esaboríos” del siete que pueblan los tendidos de las Ventas. Esos que no saben en que mundo viven y que no dudan en hacer que se le atragante el canapé al más pintado. Esos a los que los "afisionaos" llaman de todo, esos a los que la gente sensible reta a que bajen al ruedo a poner posturas como el maestro de turno, que coincide que es del mismo pueblo que la voz contestataria contra el siete. Y es que además, estos “esaboríos” del siete abusan con sus protestas porque saben que los fieles del maestro no se atreverán a darles su merecido, por si se les derrama el güisqui.
Pero este no es el único delito del siete, porque el error de sus protestas va muy lejos, protestan los toros chicos, sin trapío, fofos y blandos, como si alguien tuviera la obligación de echar toros como Dios manda. Sí hombre, con lo peligroso que es eso. Además protestan a los señores matadores el que no se pongan en su sitio, el que utilicen trucos para evitar que el toro les pase cerquita, con el riesgo que esto tiene para el traje, y el que pongan posturas que son la envidia de un contorsionista. Y es que estos señores “esaboríos” del siete se creen que esto es un espectáculo serio, riguroso y para toreros con todas las de la ley. Que no hombre, que no, esto es una juerga para que la gente se divierta, que es el fin último de la cosa. No se dan cuenta que a nadie le interesa si el torero se cruza o no, si lleva toreado al toro o no, o si lo que sale a la plaza es un toro o no. Lo primero que se le pide al maestro es que sea simpático, si es posible que corra mucho poniendo banderillas y que regañe al picador con gestos manifiestamente “estentóreos” (sic Jesús Gil) si este osa picar con la parte del pincho del palo. Y lo más importante, que el maestro sepa tirar la montera con suficiente desprecio y conseguir que esta caiga boca abajo; aunque si no lo logra, se le permite que le dé la vuelta así como con saco, con la punta del palo que tiene forma de estoque. Y si después de todo esto le “arranca” ochenta o noventa derechazos “que el toro no tenía”, pa’que más. Que no me diga nadie entonces que muy malo hay que ser para negarle las orejas al chico. Sólo son capaces de eso algún presidente desalmado y esos “esaboríos” del siete.
Pero es que parten de un error de principio; no se puede querer convencer a la gente de que esto es un espectáculo serio, con unas normas y en el que el actor fundamental es el toro. Así como tampoco se puede ir contra la sabiduría de los profesionales del periodismo, porque si lo que dicen en la tele no va a Roma, ¿a qué vamos a hacer caso? Y si serán raros estos “esaboríos” del siete, que muestran su debilidad por torerillos que ni salen en la tele, ni na’ y ni tan siquiera tienen una novia que salga en las revistas. Nos pretenden hacer creer que un tal Frascuelo es torero o el Curro Díaz ese que viene hasta fuera de la feria. Tíos que hacen faenas de no más de veinte o veinticinco pases y además no brindan todos los toros al público, ni ponen banderillas.
Ya estamos cansados de esos “esaboríos” del siete que nos quieren fastidiar la merienda y la vuelta al barrio diciéndole al estúpido del quinto que hemos visto cortar ocho orejas por toro. Y lo peor no es eso, lo peor es que así salpicados, yo creo que estratégicamente colocados, hay más gente de esa que no aprecia un buen bocata de pata negra, la bota, el vaso de güisqui, un clavel rojo reventón en la solapa y las pipas. Pero yo espero que no cunda el ejemplo y que poco a poco se vayan de la plaza, por lo menos el único día en yo voy a los toros, como todos los años, con los colegas de la peña los “Cogechufas”. Luego a la otra a la que voy con mi suegro, ya me da igual, casi hasta me vienen bien para en medio del silencio de la plaza, poder levantarme y decirles a la cara, con un par, desde mi entrada en el cinco, eso de ¡Baja tú! ¡Cállate! y algunas cosas más que improviso sobre la marcha. Luego se lo cuento a mi chuti y quedo como el machote que soy. Y que no se piense alguien que yo no sé de toros, que me veo todas las ferias en la tele y en mi pueblo soy el encargado de llevar la sangría a la plaza de toros.
Pero este no es el único delito del siete, porque el error de sus protestas va muy lejos, protestan los toros chicos, sin trapío, fofos y blandos, como si alguien tuviera la obligación de echar toros como Dios manda. Sí hombre, con lo peligroso que es eso. Además protestan a los señores matadores el que no se pongan en su sitio, el que utilicen trucos para evitar que el toro les pase cerquita, con el riesgo que esto tiene para el traje, y el que pongan posturas que son la envidia de un contorsionista. Y es que estos señores “esaboríos” del siete se creen que esto es un espectáculo serio, riguroso y para toreros con todas las de la ley. Que no hombre, que no, esto es una juerga para que la gente se divierta, que es el fin último de la cosa. No se dan cuenta que a nadie le interesa si el torero se cruza o no, si lleva toreado al toro o no, o si lo que sale a la plaza es un toro o no. Lo primero que se le pide al maestro es que sea simpático, si es posible que corra mucho poniendo banderillas y que regañe al picador con gestos manifiestamente “estentóreos” (sic Jesús Gil) si este osa picar con la parte del pincho del palo. Y lo más importante, que el maestro sepa tirar la montera con suficiente desprecio y conseguir que esta caiga boca abajo; aunque si no lo logra, se le permite que le dé la vuelta así como con saco, con la punta del palo que tiene forma de estoque. Y si después de todo esto le “arranca” ochenta o noventa derechazos “que el toro no tenía”, pa’que más. Que no me diga nadie entonces que muy malo hay que ser para negarle las orejas al chico. Sólo son capaces de eso algún presidente desalmado y esos “esaboríos” del siete.
Pero es que parten de un error de principio; no se puede querer convencer a la gente de que esto es un espectáculo serio, con unas normas y en el que el actor fundamental es el toro. Así como tampoco se puede ir contra la sabiduría de los profesionales del periodismo, porque si lo que dicen en la tele no va a Roma, ¿a qué vamos a hacer caso? Y si serán raros estos “esaboríos” del siete, que muestran su debilidad por torerillos que ni salen en la tele, ni na’ y ni tan siquiera tienen una novia que salga en las revistas. Nos pretenden hacer creer que un tal Frascuelo es torero o el Curro Díaz ese que viene hasta fuera de la feria. Tíos que hacen faenas de no más de veinte o veinticinco pases y además no brindan todos los toros al público, ni ponen banderillas.
Ya estamos cansados de esos “esaboríos” del siete que nos quieren fastidiar la merienda y la vuelta al barrio diciéndole al estúpido del quinto que hemos visto cortar ocho orejas por toro. Y lo peor no es eso, lo peor es que así salpicados, yo creo que estratégicamente colocados, hay más gente de esa que no aprecia un buen bocata de pata negra, la bota, el vaso de güisqui, un clavel rojo reventón en la solapa y las pipas. Pero yo espero que no cunda el ejemplo y que poco a poco se vayan de la plaza, por lo menos el único día en yo voy a los toros, como todos los años, con los colegas de la peña los “Cogechufas”. Luego a la otra a la que voy con mi suegro, ya me da igual, casi hasta me vienen bien para en medio del silencio de la plaza, poder levantarme y decirles a la cara, con un par, desde mi entrada en el cinco, eso de ¡Baja tú! ¡Cállate! y algunas cosas más que improviso sobre la marcha. Luego se lo cuento a mi chuti y quedo como el machote que soy. Y que no se piense alguien que yo no sé de toros, que me veo todas las ferias en la tele y en mi pueblo soy el encargado de llevar la sangría a la plaza de toros.