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Torero de Embajadores, madrileño que el 30 de septiembre cumple años de su muerte. Aquel honrado y buen torero que acabó su vida con unas estrecheces inimaginables en sus momentos de gloria. Se cumplen 44 años de su desaparición en 1966.
Vicente Pastor empezó a ganarse cierta fama en las capeas que se celebraban en la plaza de Madrid, al acabar la corrida, cuando capeaba con gracia y oficio a las vacas, siempre vistiendo una gran camisa de color azul. Era aparecer él y el público empezaba a pedir que dejaran a ese chaval: “Dejad al chico de la blusa”. Y tanto se repitió esta expresión que acabó convirtiéndose en el apodo que llevaría en sus primeros pasos por el toreo.
Torero de Madrid, pero al que le costó conquistar, y torero preferido de algunos miembros de la Casa Real. Pero no voy a hacer ningún ejercicio biográfico, no es mi función, ni me veo con capacidad para ello, pero sí he querido traerlo aquí, aparte de por la efeméride de su desaparición, por ser el paradigma de torero honrado y honesto con la profesión. Pisó los ruedos en unos momentos muy difíciles, primero teniendo que competir con el Bomba, Machaquito, Fuentes o Rafael el Gallo y más tarde aguantando el terremoto que supuso la irrupción de un fenómeno que representaba la cumbre del arte y saber de la tauromaquia, como fue Joselito, y siendo testigo de la revolución que lideró Belmonte.
Gran estoqueador y con mucha personalidad, con sus naturales por alto y con un toreo seco y robusto que a Rafael el Gallo le hizo rebautizarle como “El Sordao Romano”. Nadie habrá ya que en su día pudiera ver torear a Vicente Pastor en la plaza, pocas son las imágenes grabadas de él y hasta escasas las fotografías ante el toro. Pero a pesar de todo sería bueno que muchos toreros siguieran el ejemplo de compromiso con el público, con la fiesta y con él mismo. Muchos somos los que daríamos un brazo por poder asomarnos por un agujerito a una de esas tardes en que toreó en la plaza de la carretera de Aragón, dónde hoy está el Palacio de los Deportes de Madrid, y contemplar cómo se podía al toro de antes de la guerra, ese que decían que un día desapareció para siempre, sin atisbos de poderlo recuperar.
Es la primera vez que dedico una entrada a este torero, pero no obstante él está presente en este blog desde el primer día en que fue creado, con la imagen que acompaña mis comentarios por la blogosfera o vigilando cada palabra que aquí se escribe de toros. Seguramente que no entenderá muchas de las cosas que se dicen por ser incomprensibles para él y su forma de entender el toreo, pero aunque le parezca mentira Maestro, las cosas están como están y no parece que vayan a arreglarse, si acaso irán a peor.
Vicente Pastor empezó a ganarse cierta fama en las capeas que se celebraban en la plaza de Madrid, al acabar la corrida, cuando capeaba con gracia y oficio a las vacas, siempre vistiendo una gran camisa de color azul. Era aparecer él y el público empezaba a pedir que dejaran a ese chaval: “Dejad al chico de la blusa”. Y tanto se repitió esta expresión que acabó convirtiéndose en el apodo que llevaría en sus primeros pasos por el toreo.
Torero de Madrid, pero al que le costó conquistar, y torero preferido de algunos miembros de la Casa Real. Pero no voy a hacer ningún ejercicio biográfico, no es mi función, ni me veo con capacidad para ello, pero sí he querido traerlo aquí, aparte de por la efeméride de su desaparición, por ser el paradigma de torero honrado y honesto con la profesión. Pisó los ruedos en unos momentos muy difíciles, primero teniendo que competir con el Bomba, Machaquito, Fuentes o Rafael el Gallo y más tarde aguantando el terremoto que supuso la irrupción de un fenómeno que representaba la cumbre del arte y saber de la tauromaquia, como fue Joselito, y siendo testigo de la revolución que lideró Belmonte.
Gran estoqueador y con mucha personalidad, con sus naturales por alto y con un toreo seco y robusto que a Rafael el Gallo le hizo rebautizarle como “El Sordao Romano”. Nadie habrá ya que en su día pudiera ver torear a Vicente Pastor en la plaza, pocas son las imágenes grabadas de él y hasta escasas las fotografías ante el toro. Pero a pesar de todo sería bueno que muchos toreros siguieran el ejemplo de compromiso con el público, con la fiesta y con él mismo. Muchos somos los que daríamos un brazo por poder asomarnos por un agujerito a una de esas tardes en que toreó en la plaza de la carretera de Aragón, dónde hoy está el Palacio de los Deportes de Madrid, y contemplar cómo se podía al toro de antes de la guerra, ese que decían que un día desapareció para siempre, sin atisbos de poderlo recuperar.
Es la primera vez que dedico una entrada a este torero, pero no obstante él está presente en este blog desde el primer día en que fue creado, con la imagen que acompaña mis comentarios por la blogosfera o vigilando cada palabra que aquí se escribe de toros. Seguramente que no entenderá muchas de las cosas que se dicen por ser incomprensibles para él y su forma de entender el toreo, pero aunque le parezca mentira Maestro, las cosas están como están y no parece que vayan a arreglarse, si acaso irán a peor.