![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIPszYKEnB27UcTS88dx-J8rHHFKLOGrsWLl2Q89Y3Pm3NkEC4n8IyxtuQZDt3Dy4Rd42eRT3IOj2cZ3HfjyVI0K9fOiqXA88dJiAcj5IGTMXHOIv8Rt1ZrFCUW51-StaPSbp_UJONgvY/s280/jose+y+juan.jpg)
Todas las bellas artes han recorrido un largo camino desde sus primeras manifestaciones con aquellos garabatos pintados en la roca o esas figuras deformes de las Venus primitivas, hasta lo que hoy en día se considera arte. En la pintura por ejemplo, se ha vivido una continua lucha por dominar la figura, la luz, la perspectiva. Ya los hombres primitivos intentaban imitar la realidad reproduciendo imágenes de su vida cotidiana, bien por gusto u obedeciendo a un sentir mágico o religioso.
El hombre quería captar la imagen, conquistar la realidad intentando representarla con la máxima fidelidad que le permitía el manejo de su mano. Un largo camino con pequeños grandes logros, la imagen, la perspectiva, el color, la expresión del ser humano, la representación de sus emociones, la luz, hasta llegar a un punto de perfección en el que casi era mayor la sensación de realidad de la obra de arte, que lo que ofrecía la fotografía. Pero los objetivos de la pintura cambiaron el rumbo y entonces los artistas pintaron para producir sensaciones, expresaban con sus inquietudes sobre el lienzo, la tabla o unos muros, cualquier espacio en blanco podía transformarse en arte.
Quizás podríamos trasladar toda esta búsqueda al arte del toreo, a la tauromaquia. En los orígenes de la fiesta, los ancestros de lo que conocemos hoy en día, los matadores no tenían tanto de artistas como de dominadores de una fiera a la que se enfrentaban con un paño y una espada, con el único objetivo de acabar con su oponente elegantemente, sorteando sus embestidas pero con valor y sin engaños, en la que lo mismo podía acabar con el toro a sus pies, que pasar a ser cantado en las coplas del pueblo, como el héroe que dejó su vida en el ruedo.
La evolución del toro y el toreo fue casi en paralelo, aunque dependiendo de los momentos y sus protagonistas unos avanzaban más rápidos que otros. El toreo comenzó a incorporar el arte a su trayectoria, los públicos se rendían a los Cúchares o Paquiro y explotó con la competencia entre Lagartijo y Frascuelo. Uno la elegancia, el arte, el otro la honradez, la eficacia. Por su parte los ganaderos buscaban un toro que propiciara el lucimiento, pero sin dejar que éste rebajara sus exigencias.
En estas condiciones apareció Antonio Montes, uno de los primeros bocetos del toreo moderno que desembocó en la revolución de Juan Belmonte. Todo el mundo asumió aquellas nuevas formas, incluido Joselito, el heredero de toda la tauromaquia clásica, quien entendió que esa forma de torear era el futuro. De los casi gimnastas con un tremendo poderío físico, como el de Bombita, se pasó a poder y dominar al toro con arte. La fiesta se fue humanizando y desterró la crueldad inútil, como era el espectáculo de los caballos con las tripas fuera en el ruedo. Aquello no era necesario para el bien de la fiesta. Los caballos ya no esperarían a la salida del toro, aparecerían cuando a éste se le hubiera parado, y las faenas de muleta fueron adquiriendo mayor protagonismo, pero sin minimizar el resto de partes de la lidia y mucho menos la suerte suprema; aquella que hizo figuras a regulares muleteadores, como don Luis Mazzantini, que pasó a la historia gracias a su manejo de la espada entre otras cosas.
Si lo comparamos con otras artes, el toreo fue el escenario de una rápida evolución, adaptándose a la sensibilidad y gustos de cada época, pero siempre manteniendo la integridad del elemento primordial de este espectáculo: el toro. El toro pudo perder fiereza, ganar en nobleza y manejabilidad, pero no en casta. Podían ser bravos, mansos o las dos cosas a la vez, pero era un animal al que no se le podía ceder ni un palmo, sin riesgo de ir al hule. Y al torero además se le exigía naturalidad, entrega, conocimiento, arte, poder y torería, que es la palabra que encerraba todos estos conceptos. Torería vestido de luces, torería tentando en el campo y torería hasta en las tertulias de los cafés de la época.
A lo largo del siglo XX se fueron produciendo diferentes cambios, el toreo se fue perfeccionando y se sucedieron la Edad de Oro, la de Plata y los años sesenta. Se hablaba del utrero, del afeitado, pero siempre estaba presente la casta. No se valoraban los pases, se apreciaba el toreo. Pero no sé si a partir de El Cordobés, ese de quien se decía que llevó a la gente a las plazas para llenarlas, pero de quien también se dijo que los que se fueron con él no volvieron, quizás a partir de ahí se dio el paso para convertir el toreo en un espectáculo multitudinario con una asistencia a las plazas que en otros momentos podía ser impensable.
Las plazas tenían su personalidad muy definida y en sitios como Madrid hasta se llegaron a contar a coro la ingente cantidad de pases de Dámaso González, no se admitían los vicios de toreo ventajista de Espartaco, ni el encimismo de Ojeda, pero llegó un día en el que muchos empezaron a considerar como maestro a El Cordobés, a ése que el aficionado de Madrid no quería ver y que incluso se ponía a leer el periódico de forma ostentosa en el tendido, mientras este ídolo de masas hacía el salto de la rana. También se doctoró a Dámaso González, honrado, honesto y generoso, pero no maestro de toreros, y las jóvenes generaciones se creyeron que Espartaco fue la reencarnación de Fuentes.
El toro inició una cuesta abajo que en lugar de ser frenada se quiso disfrazar de falsa humanización, dos varas en lugar de tres en las plazas de primera, la devolución a los corrales se permitía incluso en la suerte de varas, el abuso de la espada de mentira (a la que me niego a llamar ayuda), la enfermiza obsesión por las orejas y las puertas grandes, la propagación irrefrenable del virus del indulto en todo recinto al que se le pueda llamar plaza de toros. Y así llegamos a la situación en que nos encontramos, el toro con movilidad, según dicen, pero sin aquello que mantenía la dignidad del toro a lo largo de la historia: la casta.
El arte moderno provoca sensaciones en el espectador; el toreo moderno provoca el hastío, el aburrimiento y la repulsa del aficionado. Y los medios de comunicación y el gran número de publicaciones taurinas sirven en bandeja un completísimo repertorio de coartadas y excusas para justificar este bochornoso y vergonzante espectáculo, ese que según dicen no está tan mal. Que el toro seguía la muleta como un toro bravo, sin tener en cuenta su comportamiento en el caballo, que ya es simplemente un simulacro, y que en el mejor de los casos sólo se puede decir que empujó con fijeza. Ya no se tiene en cuenta ni como se arrancó, ni cuantas veces acudió al peto, ni si se le pico a contraquerencia o a favor de ésta o si se le tapó la salida. No se valora si buscaba los capotes, si salía en persecución de los que le prendieron las banderillas o si buscaba los terrenos de toriles o los medios. Ya sólo cuenta la muleta, esa que los herederos de esos que de repente empezaron a llamar maestros, Dámaso González, Ojeda o Espartaco, presentan oblicua al toro y que mueven a larga distancia de los relucientes alamares de su traje de luces, repitiendo una y otra tarde el mismo ejercicio y los mismos movimientos, como si se tratara de un ballet ensayado hasta el aburrimiento. Ahora sí se puede hablar de la faena de Perera, Castella, el Juli o Ponce, por poner unos ejemplos, porque siempre es la misma. Se la saben de memoria ellos y los que les han visto tres veces.
Quizás ya no es posible ningún paralelismo entre las diferentes disciplinas artísticas, y el motivo principal puede que sea que el toreo está despojándose del arte, que siempre lo ha tenido, que no de amaneramiento, para llegar a ser un espectáculo ridículo, censurable y en el que al rey, al toro, lo quieren convertir en un monigote ridículo, simple caricatura de lo que ha sido durante siglos. No sé si esto tiene remedio o no, lo que sí sé es que los que podrían cambiar el rumbo no tienen ninguna intención de hacerlos y nos llevan directos al abismo.
A partir de hoy pongo al servicio de las personas, que por algún motivo no puedan leer el blog, un nuevo servicio de lectura automática, intentando facilitar la accesibilidad a Toros Grada Seis