Madrid es tan particular, que hasta disfruta con esos encastes minoritarios que desprecian las figuras, los taurinos y los modernos aficionados de libro y vídeo
El otro día en Linares, un buen aficionado me hizo una pregunta corta, pero que podría ser objeto de un libro, ¿cuál es el papel de la plaza de Madrid en el toreo? Casi na´. Esto, como diría don José Ortega y Gasset, tiene varias respuestas, lo que piensa el público de Madrid, lo que el público de Madrid piensa que piensa el resto del mundo, lo que piensa el resto del mundo, lo que el resto del mundo cree que piensa Madrid, lo que aparenta y lo que realmente es.
Yo no me atrevo a emitir un juicio valorativo, no tengo tanta capacidad ni conocimientos, pero sí que tengo mi opinión, que es lo único que puedo exponer. Una cosa está clara, aunque la afición venteña proteste, se queje, piense que lo que ocurre es la decadencia suprema de la fiesta y que ya nos movemos en el lodo, una cosa está clara, Madrid es muy, muy diferente al resto de las plazas y que entre éstas y Las Ventas, aún hay una gran diferencia. Y que nadie piense que ésta es el ideal de plaza. Eso desgraciadamente nos queda muy, muy lejos.
Es más, incluso no sé si la afición de Las Ventas tiene presente eso de la primera plaza del mundo y de ser considerada la más exigente del planeta. A veces creo que ellos solo pretenden disfrutar de los toros tal y como a ellos les gusta. Lo de las calificaciones y categorías puede que les preocupe más a los que nos visitan de vez en cuando o a los paisanos de los toreros que consiguen arrancar una oreja de esta plaza. Esos que se creen que cuando uno cruza el umbral de la plaza, automáticamente le ilumina el espíritu santo de la tauromaquia y los convierte en la reencarnación de don Antonio o don Gregorio.
Lo que sí caracteriza a Madrid es que tiene muy claro lo que quiere. No se detiene en nombres, el que hoy es un ídolo, en cuanto se le ve la intención de querer engañar, se despeña de su pedestal. Y con toda la exigencia que se nos atribuye, puede que sea la única plaza del mundo que premia la intención y que es capaz de esperar y esperar, hasta ver el camino que coge el torero, ganadero o director de la banda de música. Pero todo esto de acuerdo a sus gustos y a sus criterios del toro y tipo de toreo que quieren ver en el ruedo de su plaza. Pero claro, si los hay que se ponen farrucos y quieren adaptar estos gustos a sus intereses particulares, pues ahí los capitalinos se ofuscan, fruncen el ceño y dicen que nanay.
Pero insisto, no sé si es la mejor plaza del mundo. Depende a quién se lo preguntemos. Unos dirán que la de Albacete, otros que la de Bilbao, México DF, Ronda, si se lo preguntamos a Manzanares dirá que Sevilla, si es a JT, igual se inclina por Barcelona, quién sabe. Pero hay un rasgo positivo y creo que indiscutible que dice mucho a favor del público de Madrid y es su predilección por el toro. No por el toro gordo, cebado, grandullón y cornalón, aunque si hay que elegir entre el de gran arboladura y el mocho, se prefiere el bien coronado. Pero el aficionado madrileño prefiere el trapío, que no el volumen por el volumen, le gusta el toro encastado, no el carrilero y ante bravura noblota y casta con picante, también lo tiene claro.
A partir de aquí, su función en el mundo de los toros sería la de hacer ver y difundir que otro tipo de fiesta es posible, que no es necesario un pegapases y un tragapases. Y la satisfacción de sus propios gustos puede convertirse en modelo a seguir. Lo que no quiere decir que el camino sea fácil, pues igual que Madrid tiene que cargar con los sambenitos del toro pasado de peso y fuera de tipo, de la exigencia sin sentido, de sus fobias y sus filias, a oteas plazas también se les cuelga un cartel con una personalidad que facilita el fraude, pero que no tiene por qué responder a la realidad. A Sevilla se le ha hecho creer que guardar silencio es suficiente castigo. Valencia se cree en la obligación de ser una plaza amable, Pamplona bullanguera, Zaragoza se tiene que conformar con ser una outsider de las grandes ferias, por ser el final de la temporada.
En Las Ventas se pretende afear la actitud del 7 y de otros pequeños corpúsculos indómitos, rebeldes y protestotes, para los que lo primero es el toro. ¡Fuera el 7! se escucha desde las localidades del 5, el 6 y el 4. Quizás a los que más moleste la protesta cuando el actuante es el paisano por el que se han fletado autobuses para ir a ver la corrida. Pero hombre, señores isidros, no sean tan duros y estrictos con la parroquia venteña, piensen que si tienen que ser condescendientes con su paisano y si se callan el descontento por ser de su pueblo, más tarde también vendrán los nativos de otros pueblos y otros más, así desde marzo a octubre. Guárdense sus clamores para cuando lleguen sus fiestas patronales y aplaudan y saquen en volandas al hijo de la panadera o del carnicero, que se ha hecho torero para disfrute de sus vecinos.
Tengan en cuenta que si no existiera el 7, igual habría que inventarlo. Que a veces se equivocan, por supuesto, ¿hay alguien que no se equivoque nunca? Y piensen que ellos no son los enemigos, igual que el resto de la plaza, ni la grada del 8, ni la del 8, ni las andanadas son culpables de que el niño de la Justa no sepa torear, ni que los toros que pastan en el pueblo rueden por el suelo al oír la primera protesta. Demasiada simplificación ¿no? Piensen que si mañana desapareciera el 7, otro sector de la plaza pasaría a tomar el relevo para exigir y hacer ver cuales son sus gustos, porque lo que quieren es seguir disfrutando de una fiesta íntegra y les preocupa muy poco el papel que pueda desempeñar Madrid en la fiesta.
PD: Dedicado especialmente a Manuel Troya y a José Luis Bautista. Va por ustedes