Hace unos años comencé a escribir de toros desde esta grada. Desde ese primer momento intenté jugar limpio, marcando con toda la claridad que podía mi posición en esto de los toros. Años después creo que aquel mismo texto sigue siendo válido y lo he querido recordar por si en algún momento me he podido desviar de aquella idea original. No había vuelto a leer estas líneas, igual que no leo nada de lo que escribo, lo que me hace valorar mucho más el esfuerzo de tantos aficionados que han dedicado su tiempo a lo aquí dicho. No puedo más que darles las gracias y mostrarles lo mucho que me han ayudado, pero seguro que ya lo saben, porque si no fuera así, no habríamos llegado hasta aquí. Pero no me enredo más y dejo aquí la primera entrada del blog, de allá por el año 2008.
Difícil, porque como casi todas las artes, está llena de matices, de interpretaciones, y puntos de vista, aunque, en mi opinión, siempre debe respetarse la esencia clásica de la lidia del toro. Esto es, ejecutando las suertes según la tauromaquia clásica; ¿Que de esa forma los toros pueden coger a los toreros? Pues claro, pero de eso se trata, de que el toro tenga una mínima oportunidad y de que el torero no resulte cogido. Y no es que yo desee que cada tarde salgan los tres espadas por la enfermería, ni mucho menos, pero esa es la forma de que su arte no sea una pantomima y de que sean, con todo derecho, los héroes admirados como ningún otro ser, después de haber sometido a un animal tan fiero como el toro bravo.
Y al mismo tiempo es fácil hablar de toros porque cualquiera de nosotros nos creemos en poder de una verdad absoluta que nos permite expresar tranquilamente los fundamentos de nuestra particular tauromaquia, demostrando así nuestra ignorancia - y que conste que no me excluyo de este grupo-. Aunque yo tengo claro que no la tengo, no soy como creen muchos “un taurino que sabe mucho de toros”. Sólo me considero un aficionado que sí sabe cómo le gusta que se hagan las cosas en la plaza, fuera de la plaza, al prepararse los carteles, al criarse los toros en el campo y hasta cómo me lo cuentan los sabios del toreo.
Se me hace muy difícil digerir las opiniones de gran parte de la prensa especializada, cuando de una faena mentirosa y llena de trucos, me quieren hacer creer que ha sido una faena “para aficionados” y, en cambio, otras en las que el torero se ha jugado la cornada en el muslo ante un toro de verdad, me cuentan que no ha estado tan sublime como Joselito con los seis de Vicente Martínez en la segunda década del s. XX.
Hoy parece que se valora más el arrimón ante un toro ya parado de por sí, que ponerse a dos o tres metros, adelantar la muleta, sin estridencias de contorsionista, esperar la arrancada, embarcar la embestida, pasárselo muy cerquita llevando al toro toreado y darle la salida rematando el pase atrás, quedándose colocado para el siguiente y así una y otra vez, hasta que el propio toro obliga a que se cierre la tanda con el de pecho. Así de fácil ¿no? Lo malo es que de esta forma los toros cogen más a los toreros, pero para eso también tenemos la coartada preparada: si le cogen los toros es que no es buen torero. Lo dijo Blas, punto redondo. Pobres los Joselito, Manolete, Granero, Antonio Bienvenida y tantos otros, que cayeron por “no ser buenos toreros”. Y otros que, aunque no dejaron su último suspiro en el ruedo, salieron demasiadas veces en brazos de peones, monosabios, areneros, y muchos más, tapando con sus manos las bocanadas de sangre que salían de las heridas, que para esos matadores de toros eran el orgullo de su profesión.
A mí me queda el consuelo de intentar plasmar sobre el lienzo o el papel la forma de torear que me gustaría ver unas cuantas veces por temporada, esa que aprendí desde pequeño, cuando mi padre me decía: “No eches la pierna atrás” o “ya no agarra nadie la muleta por el centro”, aunque luego corregía la frase diciendo: “Por el centro justo no, un poco más atrás, así, como la cogía Pepe Luís”. Y yo toreaba y toreaba con mi muletita y mis lápices de colores, sin saber quién era Pepe Luís, Manolo González o Pepín Martín Vázquez, pero al Viti sí, a ese sí le conocía desde muy pequeñito.
Y dicho esto, dejemos que el tiempo siga corriendo y que la verdad acabe imponiéndose a la trampa, pero eso ya parte del camino que hay que seguir recorriendo. Un saludo a todos.