Para los no anclados en las cosas del pasado |
Me rindo ante las mentes clarividentes, las que te muestran
el camino, las que te dan la solución a tus búsquedas de años, las que tienen
ese don de iluminar el mundo con su presencia, con ese pisar seguro y elegante
y esa palabra que embruja y que subida en una voz angelical te hace sentirte en
el paraíso. Llevamos una eternidad intentando clasificar a los que visitan una
plaza de toros, que si toristas o toreristas, taurinos o no taurinos, público o
aficionados, maleducados o cívicos ciudadanos. Tantas y tantas divisiones que
nunca satisfacen a nadie. Pues ha tenido que ser Julián López el que nos ponga
a cada uno en nuestro sitio. ¿Quién si no, podría conseguir tal hazaña?
En unas declaraciones que han circulado por el mundo de los
Toros como un reguero de pólvora, el maestro de Velilla de San Antonio ha
afirmado que el mundo del toro se ha quedado anclado en muchas cosas antiguas.
Si es que no se puede decir mejor. Se acabó la cuestión, la separación
definitiva y que perdurará por los siglos de los siglos será la de anclados en
las cosas antiguas y lo que no se han
anclado, lo que no quiere decir que necesariamente vayan a la deriva. Ahí está
don Julián para marcar el rumbo hacia los puertos de la modernidad. Pero claro,
no todos tenemos esa visión tan rápida y certera del Toreo, algunos a pesar de
todo seguimos devorados por las dudas. ¿Lo del ancla y lo antiguo es bueno o es
malo? ¿Qué ley o que criterio dice que lo pasado es malo por definición y lo
moderno es bueno? O viceversa. ¿Quién está capacitado para decidir esto o quién
le ha permitido revestirse con esa dignidad de máxima autoridad taurina? ¿Quién
es nadie para decidir sobre los gustos personales de cualquier hijo de vecino?
¿Qué mal ven en ese pasado del que tanto se reniega y que tan peligroso parece
para el futuro de la Fiesta de los Toros? Que don Julián lo tendrá muy claro,
para eso es un iluminado del Toreo, pero para los simples paganos, esto se nos
queda muy lejano y demasiado oscuro.
Que uno pensaba abrazar la modernidad, pero ahora empiezo a
pensármelo; y es que no es la primera vez que me ocurre esto con don Julián,
que de primeras me emociona y me pongo de hinojos ante su majestuosidad, pero a
nada que me empieza a doler el espinazo empiezo a encontrarle pegas a su
filosofía taurina y paso al polo opuesto. Me vence esa sensación de sentir que
me están queriendo colar una milonga, con el único fin de que veamos el
presente llenos de benevolencia y sentida y ciega idolatría hacia don Julián y
sus compañeros. Mucho pedir, ¿no? No digo yo que eso no sea posible, ni mucho
menos, pero claro, si uno se pone a hacer memoria, pues la cosa se pone muy
cuesta arriba. Resulta que en los últimos años ni a El Juli, ni a ninguno de la
patrulla de los modernizadores se les ha visto con un toro, que entre todos se
matan camadas enteras de ganaderías descastadas, criaderos en serie de
mojicones desmochados, con un tipo anovillado que echa para atrás. Que a pesar
de todo son habituales los mítines matinales en los corrales de las plazas que
han osado cometer el delito de contratar corridas que a ellos les parece que no
entran en la muleta y sacadas de tipo, sin importarles dar un espectáculo más
que lamentable, como el que se ha producido en las últimas fechas en las plazas
de la América taurina. Que hay encierros que ofenden a la vista, al aficionado
y a cualquiera que tenga alguna inclinación favorable hacia la Fiesta.
El ver escenificado este progreso, esa evolución, el arte
que tanto reivindican, es para que te pille bien merendado, porque si no, igual
sufres un shock catatónico irreversible. Esos bailes con el capote, esa filfa
de tercio de varas, esas faenas insulsas y vulgares aderezadas con
estrambóticos retorcimientos y como cierre, las estocadas por la espalda. Todo
quiere recordar eso que llamamos toreo, pero tiene tanta trampa, tanta mentira
y ofrece tan escasas oportunidades al toro, que resulta ofensivo para los
espíritus con una mínima sensibilidad. Eso sí, reconozco que si esto le gusta a
alguien, es casi imposible que le guste lo de siempre, y por lógica, así
debería ser. De la misma forma que el aficionado del toreo eterno se tiene que
sentir incómodo, estafado, incomprendido y hasta agredido. Es fácil que el
torero madrileño ande por México firmando fotografías de sus últimas
actuaciones por aquellas tierras. Se sentirá tan orgulloso como avergonzado y
escandalizado el aficionado que ve esos cebones con unos pitones de media
cuarta escasa. Eso es modernidad.
Resulta curioso, pero cuando escucho esa cantinela
corporativa de la torería del momento de la modernización, que lo moderno es lo
bueno, que venga y venga con la modernidad, me suena a esos discursos de los
regimenes totalitarios que auguran un nuevo orden, un nuevo status en el que
todo el mundo vivirá en esos paraísos soñados para los más desfavorecidos. De
repente todo se convierte en la más maravillosa de las utopías. Pero en el toro
además hay que tomar en consideración que esta “evolución”, que es otro de esos
eufemismos con que nos quieren colar el sapo, será manejada y llevada a término
por una pandilla de chavalines que se autoproclaman artistas, que deciden por
todos lo que tiene que gustar, que de pronto todo lo pasado no sirve, porque
como sólo les ocurre a los grandes hombres, piensan que nuestros ancestros eran
bobos perdidos y que los listos son ellos. Vamos, que nos ponemos a enumerar
sus logros y es para echarse a correr; si es que no se puede aguantar tanta
“evolución” de golpe. Ni se plantean que de tanta ocurrencia pueda ver algo que
no sirva, si a ellos y a sus satélites les va bien y sacan su buena pasta con
el menor riesgo posible, entonces la cosa marcha y pasa el control de calidad.
Siempre me pasa lo mismo, si es que al final acabo
encabritado con las cosas que este chico y sus camaradas dicen cuando se ponen
filósofos. ¡Ay Señor! Pero como no quiero pecar de imprudente y precipitado,
voy a hacerme una lista con los éxitos que les han permitido deshacerse de ese
pesado ancla del pasado: Desprecian cualquier hierro que no sea de su
confianza, imponiendo estas ganaderías allá donde van; han convertido su toro
en una caricatura de lo que siempre ha sido; no dudan en atacar e intentar
echar abajo la historia del toreo, con tal de verse favorecidos; han llevado mucho
más lejos de lo permitido la minimización del riesgo; han creado un guetto en
las ferias, no permitiendo que ningún otro matador, especialmente los que les
pueden hacer sombra, alternen con ellos; no dudan en enfrentarse a los
presidentes, al público o a cualquiera que no les dore la píldora, exhibiendo
una soberbia más que sobresaliente, auspiciada por una evidente ignorancia que
sus aduladores se encargan en disimular; entre estoques de carbono, muletas más
ligeras que la gasa, esos proyectos de puyas con tallas, puyas retráctiles y
vaya usted a saber qué, han convertido el toreo en un baile grotesco; han
eliminado la suerte de varas; han desterrado la lidia del toro, pues lo que les
sale a ellos ya viene lidiado del campo; han empujado a la Fiesta hacia el
rincón donde los antitaurinos, los políticos, los asépticos, los aburridos, los
charlatanes, los oportunistas y cualquiera que se preste, se ceban zurrándola
de lo lindo y convirtiéndola en la culpable de todos los males de la Humanidad;
urden en la administración pública para pasar de uno a otro ministerio, para
que se hagan declaraciones oficiales que no sirven para nada y para que
progresen proyectos vacíos que sólo se detienen en lo accesorio y no en lo
fundamental; enredan y enredan con iniciativas que no arreglan nada, pero que
les sirve para intentar dar una imagen de cercanía que no tienen, algo parecido
a esas fotos y películas en las que un señor se hacía fotografiar rodeado de
niños, pobres o enfermos, sin que estos le importaran lo más mínimo. Y creo que
voy a parar, porque veo que me va a salir una lista mayor que la guía de
Teléfonos, eso sí, a ver si don Julián nos aclara donde estamos, anclados en el
pasado, anclados en la trampa.