Los toreros que representaban valores del Toreo |
Tengo que reconocer que no sé por
donde coger a Julián López, motejado como “El Juli”, no acabo de saber si está
mal aconsejado, si le obligan las circunstancias y pactos firmados con sus
compañeros de profesión o si su entorno le mantiene en una burbuja, una nube de
vanidad y extrema egolatría que le mantiene alejado de la realidad y el sentido
común. O una carga sobresaliente de cinismo, aunque no creo que esta
circunstancia se dé en el torero de Velilla; otra cosa sería si habláramos de
Roberto Domínguez, quien parece encontrarse sumamente cómodo en su maquiavélico
papel de un Yago taurino que cambia la oreja de Otelo por la de Julián y sus
allegados. Aunque si alguien asegura que no hay razonamiento menos real que
este, tendré que darle la razón, pero de momento prefiero seguir creyendo en el
buen fondo del espada.
Otra cosa es la opinión que me
merecen los comentarios, actuaciones en el ruedo y fuera de él y toda esa bruma
asfixiante que acompaña al Juli en su deambular por el mundo del toro. A lo
largo del tiempo ha interpretado a la perfección el papel de figura dominante;
allí está él cuando hay que entrevistarse con los políticos, ofreciendo su
apoyo con su presencia a las puertas del Congreso el día en que se votaba la
admisión a trámite de la famosa ILP, defendiendo los derechos de imagen de los
toreros en las corridas televisadas, formando parte de los sucesivos grupos de
presión compuestos por toreros, asumiendo su soledad ante varios de estos
compañeros que le dejaron abandonado a su suerte frente a empresas y
televisiones, hasta sacando la cara por los novilleros, solicitando mayor
comodidad para los chavales o abogando por la modernidad de la Fiesta que tanto
le preocupa. Son muchas sus aportaciones, aunque para el aficionado más bien
parece todo un deseo inagotable por alcanzar mayor comodidad, menor riesgo y esa
desmedida sed de idolatría a su persona,
la de la figura de la Tauromaquia 2.0 que dicen que es, de esa modernidad devastadora
que predica sin vergüenza.
Su última hazaña ha sido lo de
Sevilla, ese plante que si no te lo explican muy bien, pero mucho, tiene toda
la apariencia de una extorsión perpetrada por cinco toreros que se creen con
derecho a todo, a decidir quien lleva una plaza, si se televisa una feria o no,
quién la retransmite, los compañeros de cartel, el ganado y hasta cómo se debe
comportar el público, siempre rendido a sus pies, por supuesto. Unas fuentes de
arte primoroso que hay que cuidar y mimar. Y en estas melopeas de arte y
divismo, a don Julián no se le ocurre otra cosa que intentar explicar la causa última,
el origen de esa autoexclusión de la Maestranza durante la Feria de Abril de
1014. Nos han vomitado varios motivos, pero yo me quedo con una frase que
encierra tanto la falta de modestia, como la lejanía con respecto a la
realidad, como la ignorancia de lo que ha sido el Toreo. Julián López exige a
la empresa de Sevilla El “Respeto a todos los
valores que representamos”. Aparte de la constante de “el respeto”, esa gran
obsesión de las figuras actuales, quizá las más contestadas de la historia; el
respeto que se les tiene como a todo hombre que se viste de luces, aparece eso
de “los valores que representan”. “Pa’bernos matao”. Que no digo yo que no
representen algún valor, pero a mi juicio distan años luz de los que siempre
han presidido el mundo de los Toros. Valores que por otro lado no han dudado en
pisotear tarde tras tarde desde hace años. Valores que pretenden subvertir y
sustituir por la entronización de la vulgaridad, la trampa, el fraude, la
mentira y la corrupción en los Toros.
Confunden “respeto”
con “idolatría”, con sumisión absoluta y acatamiento de los caprichos de unos
señores que están en el polo opuesto de lo que siempre se ha considerado una
figura del toreo. Morante es la encarnación del arte por un par de quites en la
plaza de Madrid y poco más, pues desde que le acogió Curro Vázquez, su
trayectoria quedó marcada por el escándalo y la permanente presencia del mojicón
con cuernos domecqsticado. Manzanares es el desencadenante de la locura entre
un público más preocupado por otros factores que parecen camuflar ese toreo
crispado desde las lejanías, aunque según dicen, compone muy bien; esperemos escuchar
pronto alguna de sus sinfonías. Talavante, el torero que sorprendió por su
quietud, que hasta podía recordar a José Tomás, pero que como muchos, tomó el
camino de la facilidad y se aprovechó de la inercia de sus buenos inicios,
hasta alcanzar unas elevadas cotas del ridículo aullando delante de un
moribundo en Mérida. Perera, un caso con cierto parecido a Talavante, sin cante
y bastante más vulgar, pero que cree caminar dos palmos por encima del resto de
los mortales, con unas gestos y unas maneras que dejan ver hasta asomos de
soberbia y desprecio hacia el público que no le es afín. Y Julián, el niño
prodigio, al que creo que se le ha valorado más por o que se pensaba que podría
llegar a ser, que por lo que realmente ha sido. Se le supone poder para
enfrentarse con todos los toros, pero se cuida muy mucho de hacerlo.
Estos son los que
valores que representan estos señores que visten traje de luces, pero que
pueden parecer cualquier cosa, menos toreros, porque los toreros, aún embutidos
en un saco de patatas, siempre se ven toreros. Confunden la soberbia con la
majeza, el orgullo y la chulería que debe rebosarles. Esa misma majeza la mudan
en burda astracanada. Quieren disfrazar de torería el histrionismo más propio
de una revista de varietés y pretenden que pase como Toreo, como arte, la
monotonía insoportable que nace de su escasa capacidad, nula afición y
exagerado egoísmo y preocupación por su bolsillo. Pero nada, aún así tendremos
que escuchar como Julián López, El Juli, tiene el valor de reclamar “Respeto a
todos los valores que representamos”.