Solo el toro justifica a los montados |
Seguro que los más veteranos recuerdan aquellas imágenes de
los astilleros, la minería, las fábricas de coches o las de cualquier sector de
los que hace unos cuantos años sufrieron la reconversión industrial. Puede que
las cosas tuvieran que cambiar, que no fuera viable el que las cosas siguieran
como décadas atrás, ahí no quiero ni asomar la cabeza, pero lo que sí es seguro
es que todos estos procesos resultaron muy traumáticos. Trabajadores a la
calle, cierre de empresas de esas que se entendían como de toda la vida, paro,
jóvenes sin futuro, familias golpeadas sin piedad, exclusión social... ¿Nos les
parece que la historia se repite con demasiadas similitudes? Los obreros
defendían sus puestos de trabajo a dentelladas y si se daba el caso, hasta a
cambio de su sangre. Estaban convencidos de la viabilidad de sus industrias y
se esforzaban en demostrarlo. Miraban hacia adelante y veían como un oscuro e
incierto futuro se les venía encima.
Y dirán ustedes que, ¿qué tiene esto que ver con los toros?
Pues es posible que nada, pero a mí hay situaciones que estamos viviendo en el
día a día de la Fiesta que me recuerdan todo aquello, excepto en la postura y
disposición de muchos “profesionales” en lo tocante a luchar por su puesto de
trabajo y lo que es más, por su dignidad. ¿Acaso alguien ha visto algún picador
preocupado por su función dentro de este espectáculo? y es más, ¿se ha visto a
algún taurino moderadamente contrariado por el camino que lleva esto y por el
destino al que se puede llegar? Pues no parece que se haya dado el caso, es
más, no dudan en atacar con toda virulencia al que tímidamente insinúa que el
porvenir no está nada claro, que son demasiadas las amenazas que hacen peligrar
todo esto, incluidos los puestos de trabajo de los “profesionales”. Pero muy al
contrario, en lugar de pararse a pensar, ven el mensajero a un enemigo con la
voluntad de hacer que los toros pasen a ser un mero recuerdo. Es como si
hubiera un hechizo, una maldición, que hace que las palabras acaben siendo
realidad. Es como el matrimonio que está en la cama y a medianoche la señora le
dice al marido que parece que huele a quemado; y el hombre de repente pega un
salto y se pone como una fiera, se ha desatado la maldición de la bruja avería,
ahora las llamas devorarán la casa y no te demuestro lo equivocada que estás,
porque las llamaradas que vienen de la cocina no me dejan ni asomarme al
pasillo.
Pues las llamas ya han engullido el cuarto de los niños, el
de la plancha, el del servicio, el de invitados, el pabellón de caza del señor,
la biblioteca y aunque el señor y los caballeros que le acompañan estén en el
jardín en animada charla, al final prenderá el emparrado y se les acabarán
achicharrando los peluquines. Eso sí, porque a la señora del marido en cuestión
le pareció que olía a quemado. Quizá el señor y sus acompañantes sean picadores
de toros, esos señores que salen al ruedo subidos s un penco con faldas, se dan
una vueltecita, hacen que pican a un animalito que ronda por allí y vuelta a su
sitio en el callejón, a seguir viendo tranquilamente el festejo. No les importa
si pican o no, que ya es gordo, así que difícilmente pueden inquietarse por no
hacer la suerte, por desgarrar lomos y paletillas, o ni tan siquiera por dejar
ver al toro y no taparle la salida por sistema. Pero luego, cuando cabalgan su
mulo por el callejón, se ofenden grandemente con los “halagos” que el público
les dedica amablemente. “¿Serán maleducados y desconsiderados? Me han dicho que
soy muy malo, me han llamado matarife, tumba vacas y cosas peores”. Pero no se
paran a pensar que el maestro, el mentor del maestro, los criadores de monas y
demás filibusteros de la tauromaquia están enterrando el oficio de picador de
toros de lidia. Esos que tienen el derecho y el honor de lucir pasamanería
dorada, pues en otro tiempo eran parte principal en una corrida de toros. No se
debían a nadie, ellos mismos se contrataban con las plazas del mundo. Hubo
quien se planteó la posibilidad de retirarles el privilegio de lucir el oro, pero
seguro que los taurinos no lo permitirían jamás, no fuera a ser que los de aúpa
interpretaran esto como una señal de lo que realmente sería, que han dejado de
ser lo principal y por los derroteros que nos movemos, empiezan a ser
prescindibles y hasta molestos. Pero ellos se indignan con los que avisan, no
con los que les están barriendo la arena bajo sus pies.
Me gustaría ver a los señores picadores manejando sus
caballos, toreando desde la contraquerencia, citando y cumpliendo la labor que
han venido desempeñando desde hace siglos, ahormar al toro y probar sus
condiciones para la lidia; y no con un picotazo que ni a eso llega, sino dos y
tres puyazos, como era antes de que el ministro Corcuera diera gusto al
taurinismo. Ustedes me contestarán que no hay toro que aguante tres entradas al
caballo. Muy bien, estupendo, ¿alguien cree que esto sería el fin de la Fiesta?
Sinceramente creo que sería el comienzo del repunte, pues de esta forma el
problema se haría tan evidente, que hasta los públicos más benévolos y
merendadores se revelarían al comprobar que eso que les echan cada tarde es un
sucedáneo de toro. En la pasada feria de Otoño de Madrid hubo una tarde de
“gran escándalo”, pues hubo que devolver un toro tras otro. La verdad es que
hubo jaleo, pero nada extraordinario, quizá poco para lo que tenía que haberse
preparado y casi algo anecdótico para lo que tendría que montarse cada tarde.
¿Y por qué no se devuelven tantos toros como hace años? Va a ser que a lo mejor
eso de no picarlos tiene algo que ver. Pocos son los que echan de menos un
correcto desarrollo del primer tercio y muchos los que sentencian: es que si a
ese toro le pican, se va al suelo. Pues que se vaya, que se desmorone; a ver
cuánto tiempo aguantaría eso el que paga y cuánto soportarían las broncas los
señores empresarios. Seguro que no tardarían en retirarles de su puesto de privilegio
a esos ganaderos de cámara, sí, esos que crían animalejos fofos y descastados. No
exigir que se cumpla el reglamento, no exigir que se realice adecuadamente el
primer tercio, en definitiva no es otra cosa que convertirse en cómplice del
fraude y como consecuencia, de la degradación que viene sufriendo la Fiesta
desde hace ya demasiado tiempo. Igual muchos se ofendan cuando alguien les
señale como culpables de la desaparición de este vicio, esta pasión, esta
locura que son los Toros, y protestará airadamente al sentirse marcado con ese
estigma. Entonces sí que protestarán, pero ahora no, porque no es correcto.
Pues ellos mismos. No sé si cuando llegue ese día los señores del castoreño
rondarán por ahí al menos para mostrar sus lamentos en público, aunque me juego
con ustedes un duro que no tendrán ni el valor, ni la honestidad de reconocer
su parte de responsabilidad. Y no serán solo los de a caballo los que sufran
las consecuencias de esta reconversión taurina, les tocará a otros muchos; la
diferencia es que esos sienten el peligro y hasta se rebelan contra un destino
que parece cierto, algo que los picadores ni hacen, ni parecen dispuestos a
ello, ni se atreven aponerle mala cara a los que les mandan, a los que
simplemente les consideran algo prescindible, si no molesto y que serán el
primer objetivo de la “reconversión industrial en el toro”.