lunes, 30 de junio de 2014

Escuelas que no enseñan a ser torero


Ser torero es mucho más que dar pases o torear


Lo de las Escuelas de Tauromaquia ha sido una constante en la historia del Toreo, desde aquella que mandó crear el rey don Fernando y de la que hizo cabeza visible a Pedro Romero, rectificando su decisión inicial en la que nombraba director a Jerónimo José Cándido. Escuela cuyo único fruto a destacar fue un tal Francisco Montes, “Paquiro”, que ya por aquel entonces llamó la atención del maestro rondeño. Famosa es la lámina en la que se ve a Pedro Romero corrigiendo al alumno en la misma cara del novillo, haciéndole las oportunas indicaciones. Incluso si atendemos a las cartas que don Pedro hacía llegar a Su Majestad para informarle de los progresos de la escuela, se observa como hace hincapié en las condiciones de los aspirantes según sus aptitudes ante el toro; siempre bajo la óptica de lo que marcaban unas reglas no escritas de lo que debía ser un torero, dentro y fuera de la plaza, ante los compañeros y ante el aficionado.

Perdonen esta introducción apoyada en hechos recogidos en los anales de la Fiesta. No he pretendido otra cosa que situarnos en el tema, sin ánimo de utilizar la historia como una coartada ventajista para justificar, validar y alabar lo que se hace en la actualidad, queriendo ganarme el favor de los maestros de estas instituciones, ni de otras amistades de entre los taurinos, con los que por el momento no tengo ningún trato amigable, y que Dios lo prolongue muchos años, no por nada sino porque eso dificultaría la independencia, podría ser causa de conflictos y motivo de disgustos. Pero puedo estar tranquilo, pues los señores taurinos con toda seguridad que no saben de la existencia de este blog, ni mucho menos de la de su responsable. 

Lo que yo me pregunto ahora, a raíz de una conversación con mi amigo Xavier González- Fisher, quien sabe retorcerme la sesera obligándome a pensar un paso más allá, en la que concluimos que a los chavales se les enseña a dar pases, pero no a torear, ni a ser toreros. Una circunstancia que siempre está presente frente a nosotros, pero en la que no siempre reparamos, nos quedamos un escalón por detrás de la exigencia que debe pedírsele a las Escuelas y a los docentes que tratan a los aspirantes a toreros. A todo lo más que llegamos es a pedir que les enseñen a torear, a conocer las claves de la lidia y a saber que argumentos utilizar ante el toro, pero no demandamos el que se les enseñe el camino de ser toreros.

En los colegios a los niños se les enseña primero cuales son las letras, cómo unirlas, cómo suenan y cómo forman palabras, estos aprenden los números, las sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Van avanzando y van ampliando sus conocimientos, pero con todo lo importante que es saber que España limita al norte con el mar Cantábrico y los Pirineos, a los niños se les enseña a comportarse en la clase, a no correr por los pasillos, a no gritar, a saber esperar su turno en la fila, a hablar pidiendo la vez, a compartir las cosas y el espacio, a llamar a las puertas, a presentar los trabajos limpios, con claridad, a no pintar en los libros o a utilizar la papelera. Que si juntamos todas estas piezas, nos damos cuenta de que lo primordial, el principio de todo es convertirse en personas, en ciudadanos, para que cuando sean adultos, aparte de saber de integrales, fórmulación, sintaxis o sobre lo que supuso la revolución industrial, tanto en inglés, como en español, no se pongan a llorar cuando un compañero de trabajo les pide la grapadora, ni se líen a tortazos con el que les ha cogido el boli, ni que se toquen los pies con las manos, se metan los dedos en la nariz y en el culo de forma alternativa, para luego metérselos en la boca justo antes de estrecharte la mano.


Pues bien, la torería hace todas esas cosas con sumo descaro, sin entender por qué alguien no accede a estrecharles la mano después de haberse explorado los esfínteres rectales en forma de pases desabridos, vulgares y aburridos, deambulando por los ruedos con aire despistado guiado por la soberbia que impulsa la ignorancia, ante unos animales indignos, inválidos, moribundos, con una presencia insultante, que dan más pena que miedo y que más que respeto despiertan lástima. Pero estos señoritos que se disfrazan de toreros, que a veces sobrepasan lo grotesco con pleno convencimiento y que no escuchan otra música que la del “¡Bien torero!” cantada por los aprovechados a los que esto de la Fiesta les importa un pito y que solo se preocupan de llenar su bolsa, su panza y la talega de la vanidad. Les convierten en figuras, pero nunca llegan a conseguir que sean toreros, matadores de toros. Una legión de mediocres que se tapan entre si, a veces esperando verse beneficiados por el abrazo divino de los de arriba, aunque su día a día discurra esquivando la inmundicia que circula por las cloacas a las que se ven condenados. Como esos niños caprichosos que están aprendiendo a ser adultos, echan la culpa a los demás, nunca asumen responsabilidad alguna y si un inculpado se les hace presente, de la misma forma que esos mocosos de parvulitos, niegan todo y dirigen sus insultos a un tercero. Eso sí, dónde coinciden todos es en elegir a los que pagan como culpables de todos sus males, porque parecen darse cuenta de que los aficionados les han descubierto con los deberes por hacer, los cuadernos manchados de grasa, los libros pintarrajeados y desencuadernados y una colección de pinturas y lápices que han quitado al compañero. Quizá todo esto nos lo podríamos evitar si en esas escuelas taurinas los maestros fueran tal cosa y empezaran enseñando algo tal sencillo y tan complicado como es ser torero. No se trata de ser profesional, ni figura, ni nada parecido, no, esa es una confusión interesada que muchos de los que viven del toro pretenden alimentar. Pero ya nos dicen algo, ya se delatan ellos solitos,  cuando se ponen tan serios para proclamarse profesionales. ¡Ay! Qué mala cosa cuando algo tan grande como ser torero o matador de toros, lo queremos reducir a ser figura, a ser... profesional. Eso sí, mientras subsiste esa plaga de aprovechados que sigue viviendo del dinero que paga el aficionado. Pero nada, que sigan a lo suyo, que si no se deciden a cambiar el rumbo puede que pronto se encuentren por los caminos buscando a ver si quedan primos que sigan permitiéndoles vivir de la sopa boba del toreo. Es muy difícil ser torero, vivir en torero, dentro y fuera de la plaza; los hay que no lo consiguen ni en el ruedo, que ni llegan a adivinar ese sentimiento único que solo se encuentra en el toreo, que solo se consigue con el toro. Y yo que pretendía alejarme de todo esto. 

domingo, 15 de junio de 2014

Madrid, Madrid, Madrid, guía para no enloquecer, o viceversa

¿Por qué se protesta el toreo sobre las piernas para dominar a un toro?

Vuelvo a San Isidro, y ya empiezo a parecerme a un conocido que ve dos corridas al año y les saca un partido tremendo, se pasa los meses hablando de ellas. Pero en este caso me voy a limitar a describir situaciones que se están convirtiendo en costumbre, no me pregunten por qué, pero así es, y lo peor es que se admiten como algo lógico y normal, sin importar si es beneficioso para la lidia, para la Fiesta o para la salud mental de los espectadores. Son una serie de “por qués” que si alguien puede aclararme le estaré muy agradecido.

-         ¿Por qué es el maestro el que recibe al toro, generalmente con unos mantazos desganados que además no consiguen fijar al toro? ¿No podrían hacerlo esto los peones? Igual se evitaba el llevar al toro al burladero del 6 y 7, y el matador no parecería un bulto sospechoso esperando a que el caballo llegara a su sitio. Igual es en ese momento en el que el espada tendría que lucirse con el capote. Parece como si se hubiesen cambiado los papeles.

-         ¿Por qué esa inhibición a la hora de entrar en quites? ¿Por qué esas gaoneras aceleradas no se inician con un lance para echarse el capote a la espalda y no preparándose como si se fueran a poner un gabán?

-         ¿Por qué no aprenden los maestros a manejar el capote de una santa vez? ¿Tan difícil es intentar torear a la verónica al menos aseadamente?

-         ¿Por qué no se colocan los toros en suerte y en el mejor de los casos se les deja ahí abandonados, como si le dijeran: tranquilo, que ahora viene un tío subido en un penco y ya te irá guiando? Lo mismo que no se entiende cuando los espadas se ponen en plan director de lidia y cuando ponen el toro al caballo lo van colocando de más lejos a más cerca, cuando debería ser al revés? Y, ¿por qué hay que tapar la salida a tantos toros, menos a los que de verdad habría que hacerlo? Aparte de esa suerte del “Ahí te quedas” en la que más que llevar el toro al caballo, parece que lo abandonan en una gasolinera.

-         ¿Por qué se aplaude al picador que no pica ya desde el primer puyazo, a los que hacen ostentación de ello sujetando el palo al revés? ¿Por qué esa manía de levantar el palo y a veces lo usan de cayado para apoyarse en él, poniendo en práctica esa fea suerte del “Moisés”? ¿Por qué ese empeño contumaz de no picar a los toros? ¿Qué ocurriría si se les picara?

-         ¿Por qué hay tantos bultos sospechosos alrededor del caballo de picar, evitando que la suerte se realice de forma ordenada y sin permitir que se vea al toro de verdad? ¿Y por qué esa fea costumbre de pasar por el culo del mulo?

-         ¿Por qué tantos capotazos para poner el toro en el lugar exacto que quiere el banderillero? ¿Por qué esa falta de cuidado y afición de los matadores a la hora de ocupar su sitio en el segundo tercio? Puede parecer un capricho, pero no lo es, estando cada uno dónde debe se pueden evitar muchas situaciones comprometidas.

-         ¿Por qué ese horrible salto de los banderilleros antes de clavar? ¿Por qué ese amenazar a la luna con las puntas de los garapullos como si fueran a sacarle los ojos con los arponcillos? ¿Y por qué esa velocidad en el segundo tercio, convirtiendo este más bien en un ejercicio gimnástico/ deportivo y no en una suerte del toreo?

-         ¿Por qué esa tediosa costumbre de empezar siempre igual las faenas? ¿Nadie se abochorna de que en los tendidos ya sepan de antemano eso del pase por detrás y por delante, para acabar al final embarullados?

-         ¿Por qué se desprecia el primer pase de cada tanda, reduciéndolo a un trapazo desangelado? ¿Porque tras ese trapazo los maestros se preparan entre retorcimientos con el pico de la muleta descaradamente adelantado, con la muleta separadísima del cuerpo y con la pierna de salida ostentosamente escondida? No pregunto por qué a continuación el pase es en línea recta y sin rematar atrás después de enroscárselo a la cintura. Sencillamente, no es posible.

-         ¿Por qué los maestros se empeñan en eso del arrimón cuando se ven claramente superados por el toro? ¿Por qué el público se entusiasma cuando se evidencia esta ineptitud y el matador se limita a estar a merced del toro? Aparte de esta manifiesta inconsciencia, ¿por qué no se exige a los matadores que sepan y no que simplemente se pongan a ver qué pasa? ¿No resulta esto demasiado morboso, dando la sensación no de que se quiere ver al hombre dominar a la bestia, sino que más bien parece que se espera a ver qué depara la fortuna?

-         ¿Por qué el público considera que no es torear cuando un matador opta por castigar por abajo a un toro que se ha quedado demasiado crudo o que simplemente necesita que le ahormen más la embestida? Esto bien hecho, también cuenta para poder pedir la oreja, es más a veces hasta vale el doble que series de trapazos que solo sirven para que el toro se vaya haciendo el amo.

-         ¿Por qué los matadores cierran las tandas tres y cuatro veces con la misma cantidad de pases de pecho? ¿Tan mal cierran la puerta de sus fincas que necesitan echar cuatro candados? ¿Cuando firman los contratos también lo hacen tres y cuatro veces en la misma hoja?

-         ¿Por qué esa preocupación por como cae la montera y por qué esa algarabía cuando cae bocabajo? ¿Por que el público aplaude los desarmes? ¿Por qué igualmente se aplauden los pinchazos, aunque sean en medio de la paletilla?

-         ¿Por qué se considera una buena estocada al espadazo que queda entero dentro del toro, ya esté en medio del lomo, en la paletilla, atravesada, casi envainada o dónde al maestro le haya venido bien? ¿Por qué ese desprecio en la forma de ejecutar la suerte, despreciando esta si el toro cae, que parece ser lo único que importa, para empezar a pedir las orejas?

-          ¿Por qué ese desprecio llega al punto de olvidar la máxima de que un pinchazo supone la pérdida del primer trofeo, precisamente el que otorga el público? ¿Por qué además la petición de una segunda oreja cuando toda la labor del espada se ha ceñido a la faena de muleta? Que no es que en ocasiones no se esté afortunado en los dos primeros tercios, simplemente se observa un desesperante desprecio de la lidia.

-         ¿Por qué no se les enseña a los matadores cómo se da una vuelta al ruedo? ¿Por qué no se les enseña a valorarse a si mismos con justicia? ¿Por qué no se les enseña, en definitiva, a sentirse toreros?


Quizá en las escuelas tendrían que plantearse el dejar de enseñar a dar pases y enseñarles a saber qué significa el toreo, el ser torero y el amor y respeto debido al toro. Pero Madrid no es exclusivo de estos “por qués”, igual que estos no son los únicos que nos podemos plantear. Lamentablemente son muchos más los por qué, por qué, por qué, por...

miércoles, 11 de junio de 2014

A modo de epílogo

Si don Vicente viera en lo ha quedado su plaza de Madrid.


Cuando se hacen resúmenes o reflexiones sobre un ciclo o una feria como la que acaba de finalizar en Madrid, se puede uno detener en la mejor faena, la mejor estocada, el mejor toro o la mejor corrida. Pero ya los ha habido que han hablado de ello, han discutido, han presentado sus candidatos y han intentado echar por tierra a los del prójimo y mucho más a los que Taurodelta ha proclamado como triunfadores de este San Isidro. Pero a mi juicio esto es como estar hablando de la temperatura del agua en medio de un tsunami y si resulta conveniente o inconveniente tal avalancha para los dolores de espalda o para la cría del tomate cherry en la vega del Henares. Así puede que estemos colaborando a la perpetuidad de esta Fiesta con un intenso hedor a fraude, mentira y en la que hay que luchar por los intereses de quienes actúan como padrinos en Brooklyn o Chicago en tiempos tenebrosos.

Nos empezaron contando que era la mejor feria de los últimos años, seamos benévolos y admitámoslo, pero es como si el niño que saca un 1 en matemáticas todo un curso y en junio saca un dos. ¡Caramba! ha mejorado un 100%, pero claro, el aprobado está aún muy lejos y el notable, no digamos. ¿Es la mejor nota del curso? Por supuesto, pero, ¿cuál es la consecuencia? Que ese ejemplo de superación tendrá que estar hincando codos todo el verano. Pues eso les ha pasado a los taurinos, encabezados por Taurodelta, que con esa magnífica feria, con esa buena salud de la que hablan y que solo niegan cuatro amargados, entre los que me permito incluirme, han conseguido no sé si cuatro o cinco llenos en 31 tardes. La crisis, los antitaurinos, la variedad de ofertas de ocio y mil excusas más que seguro que no les valen, pues resulta evidente que no han cubierto lo esperado. Enhorabuena señores de Taurodelta, han dilapidado la herencia del abuelo en dos timbas de julepe. A esa sangría continua de abonados hay que unirle el desinterés por un espectáculo cada vez más decadente y putrefacto. Me llamarán negativo, pero, ¿hay algo que pueda hacernos sentir satisfechos? pues nada, ustedes mismos. De los habituales llenos de hace dos o tres años, hemos pasado a los tres cuartos, incluso menos; eso sí, los señores de la tele, con sus malabarismos con las cámaras, parece que pretendían ocultar una realidad contundente. Los señores de la tele, otros que tal bailan, toda la vida alimentando niñatos caprichosos y ahora resulta que estos se les plantan en plan macarra y exigen que quién tanto les cantó sus milagros y tanto les encumbró aupados en la mentira, ahora no le quieren ni ver y el supuesto cantor de las montañas se tiene que quedar en casa, a ver la corrida por la tele. O igual no, quién sabe, o si la vio, lo mismo quitó el sonido para no escuchar las melonadas de comentaristas y hooligans desmedidos. Que del éxito y seguimiento de la feria por televisión, igual se podría hablar otro ratito.

Pero que no se nos olvide, que esta ha sido la mejor feria desde que el mundo es mundo y el julipié, julipié. Y luego viene lo de los asistentes a la Plaza de Madrid. Ya sabemos que han sido muchos menos que nunca, que hay que remontarse muchos, pero que muchos años, para ver algo parecido y lo mismo no lo encontramos. Que se ha pasado de ampliar festejos por exigencias del publico, a crear otra vez la feria de Otoño, a aquello que era la feria de la Comunidad, a la Prensa y la Beneficencia fuera del abono, a querer ver toros, a plantearse San Isidro como un suplicio por el que hay que pasar para mantener el abono que se tiene como oro en paño desde hace una vida. Pero claro, los más listos se han dado cuenta de que esto no tiene sentido y han abandonado su abono, la plaza y hasta la afición a esto de ir a los toros. Eso sí, como esta enfermedad no se cura, se chutan con publicaciones antiguas, vídeos y tertulias con otros que padecen el mismo síndrome. Se han marchado buenos aficionados, está claro, pero, ¿quienes han venido a suplirles? ¡Aaayyy! Esta es otra juerga que teníamos pendiente. Nos hemos pasado las tardes con el micrófono en la mano intentando justificar lo injustificable y resulta que muchos aficionados de tele se han liado y no han entendido nada de la doctrina oficial de los taurinos. Y cuidado, que no quiero ni insinuar que entre los que ven las corridas por la televisión no haya buenos aficionados. Quizá hasta mejores que los que asistimos a la plaza, pues desde el sillón tienen que juzgar lo que ven y al tiempo no dejarse influenciar por lo que le cuentan los del micro, que están encantados de haberse conocido u que te cambian lo blanco por lo negro y lo negro por lo blanco, tres veces en un mismo toro. Con esa alegría que te hablan que parece que están en el paraíso del buenismo y la voluntad de ver la parte positiva en las llamas del infierno. Pues claro, luego llegan a la plaza y ya sea ayudados por ese afán de vivir la gran tarde, porque para una o dos que van, no se van a hacer mala sangre, por el poder del gin tonic y para que los de alrededor se den cuenta de que uno sabe porque conoce a fulanito o menganito, a los que trata de Pepito, Juanito o Rodolfito, y lo mismo protestan cuando un peón hace lo que no sabe el maestro, que ven caer el toro y sacan el pañuelo como impulsados por un resorte. ¡Qué pena de Plaza de Madrid! Y hablan de la afición de Madrid. No señores, esto no es la afición de Madrid, entre otras cosas, porque Madrid ya no tiene afición. Aquella afición con cierta estabilidad, manejando unos criterios más o menos uniformes, gustos aparte. Ahora igual te protestan un toro por manso, que si tiene pinta de buey cebón, como pesa 600 kilos, no se protesta, que aplauden a una bobona porque el maestro le ha pegado 2.527 mantazos. Que si hay tres toreros que se las ven con una señora corrida de toros y no cortan orejas, pero entregan todo lo que llevan dentro, se les pega una bronca monumental y hasta se lanzan almohadillas. Algo que algunos mermados intelectuales se creen que es una bonita costumbre de las plazas de toros. ¿Dónde hemos llegado? Su única preocupación es que el siete no proteste, o que lo hagan cuando a ellos les viene bien. ¡Ay Señor! Y los del siete. Otra vez ¡Ay Señor! Tanto viajan por los pueblos, que al final se les han pegados sus mismos usos y costumbres.


Tanto han intentado dominar y moldear a su gusto a la afición de Madrid, que al final les ha quedado un engendro incontrolable. Eso sí, usted les pregunta por el encaste tal de cual vaca y tal semental que una noche de parranda cubrió a siete vacas y a otra a puntito estuvo en los baños de una discoteca, que te lo cuentan con pelos y señales, pero luego confunden el genio con la casta, la bobonería con la nobleza, la bravura con la docilidad extrema, ir el toro andandito al caballo con paso cansino y desconfiado con arrancarse galopando, son tantas cosas. Pero me da a mí que tendré que ir asimilando esto poco a poco y cuando lo tenga digerido lo volcaré aquí para al menos que me sirva de desahogo. Seguro que ustedes me entenderán, aunque no compartan mis opiniones. Yo se lo agradezco. Quizá sea esta parte la más gratificante de todo este pitote, el sentir que a uno le leen, que a veces hasta se arrancan a comentar el escrito, a favor o en contra, lo que hace que uno siga dándole vueltas a esto del toro. Aunque ya se lo he manifestado anteriormente, muchas gracias de nuevo.

lunes, 9 de junio de 2014

¿Y si no fueran de Miura?

Perfil agalgado de los Miura


Quizá no se habría pedido la vuelta de un toro que fue andando al caballo, que derrotó en el peto y que se dolió en banderillas y quizá tampoco se habría ovacionado a un toro de más de 600 kilos, con unos pitones que habrían provocado el cabreo generalizado otro día cualquiera. Hay días que dicen que los toreros se sugestionan y que se dejan intimidar por el nombre de la ganadería, Victorinos, Miura, Palha, Escolar o cualquiera que se tilde de dura. Pero en la última de feria ha ocurrido algo parecido a lo que antes pasaba con los Victorinos, se aplaudía todo lo que procediera de los toros. Aún así, la corrida de Miura ha tenido su interés, su variedad y no estado mal presentada, muy en Miura, ese toro agalgado y no siempre muy armónico, pero tampoco era la cosa para perder la cabeza, ni jurarles amor eterno. Eso sí, puede que sea de las mejores apariciones en muchos años, y me refiero, lógicamente, a lo que trajeron de Zahariche hace ya mucho tiempo.

Eso sí si pretendemos que se luzcan estos toros y se aprecien todos sus matices durante la lidia, ¿adónde vamos con Rafaelillo, Castaño y Serafín Marín? Parece una burla, o quizá pretendían que unos y otros, toros y toreros, se estrellaran contra un muro. No diría yo que no, y más después de escuchar los comentarios sobre otros hierros que recientemente han aparecido por esta plaza y que han dicho que eran unas alimaña o unos mulos descastados, faltando solo esa frase tan familiar de “¿Así los queréis? ¿Estos son los toros que pedís?” ¿Les suena? pero jamás lo dirán con lo de Victoriano del Río o Garcigrande, los toros que no hace falta picarlos, ya vienen lidiados de casa, un minuto en el microondas y listo para pasar de muleta hasta la extenuación.

Puestos a hacer alardes, Rafaelillo ha recibido a su primero de una larga afarolada de rodillas, el cual, una vez ya en pie su matador, tras dos verónicas y cuando iba a por la tercera, se ha dado media vuelta y ha seguido camino. Buen síntoma, sí señor. Mientras los de luces le hacían todo por arriba y el de Miura tomaba las telas como las toma un penco, sin humillar en ningún momento. Le pusieron al caballo y pies para qué os quiero, otra media vuelta. Entra al caballo con la cara alta, le hacen la carioca y así, como si no pasara nada, le organizan una verdadera carnicería. Con esa suerte de la batidora, que parece que el picador solo aguanta empalo, pero que le sigue dando de lo lindo. En la segunda se la señalan sin más. Apretaba por el derecho en banderillas, yendo con la cara alta y doliéndose de los palos. Ya con la muleta, Rafaelillo empezó por abajo, por el derecho le cortaba él mismo el viaje, acababa los pases con la mano alta y dejando que le tocara la tela demasiado. La misma tónica durante toda la faena, el toro se iba poniendo más peligroso, se le revuelve al torero, que por otro lado no para quieto un momento. Se lo acabó quitando de encima con tres pinchazos y media atravesada. El cuarto de la tarde iba largo por ambos pitones de salida. Le picaron trasero, mientras hacía sonar el estribo. En cambio, cuando le tapaban la salida empujaba con más fijeza. En la segunda vara, un puyazo trasero, volvió a cornear el peto queriendo quitarse el palo. Se dolió en banderillas, pronto por el pitón izquierdo, por el que más apretaba y que por cierto era por el que mejor tomaba a la muleta. Eso sí, el animal pedía que le templaran las embestidas y no que le sacudieran trallazos metiendo el pico, con un Rafaelillo retorcido hasta la lumbalgia. Se echó la muleta a la mano derecha para dar un cuarto de pase, retirando la tela violentamente. Intentó volver al pitón izquierdo, pero la cosa ya no daba más de si.

Lo que ha quedado claro es que ni Castaño, ni su cuadrilla están a la altura de tiempos pasados, que por otra parte, no están demasiado lejos. Recibió al segundo de la tarde con verónicas aseadas, pero sin sujetar al Miura, que rondando por el ruedo se marchó suelto hacia el picador reserva, de donde lo rescató Fernando Sánchez. En la primera vara se fue al relance. Empujó bien, pero solo con el pitón derecho. En la segunda le colocaron y fue al paso en busca del peto, sin alegría ninguna, lo mismo que en la tercera vez que le pusieron, esta desde un poco más lejos. Acudía sin ningún entusiasmo al caballo, en la segunda no se le castigo apenas y en el tercero recibió un picotazo trasero. De los banderilleros destacaría a Fernando Sánchez, más reposado y clavando más en la cara que su compañero David Adalid, quien lo fía todo más a sus facultades físicas. El toro se dolió mucho de los palos, pero aún así, quedó en buenas condiciones para el último tercio, en parte gracias a la buena brega de Marco Galán. Castaño le recibió con la muleta por abajo y levantándole la mano al final de cada muletazo. Se dejaba tocar demasiado la muleta, pases sin mando, tomándole de lejos se limitaba a darle aire al animal. Tanto tropezar la tela perjudicó la calidad de las embestidas, un tanto bronco incluso, empeorando poco a poco a medida que avanzaba la labor de Castaño, que fue consiguiendo que le toro fuera a peor. Muchos pedían la vuelta al ruedo para el Miura, pero en caso de haber sido concedida por el presidente se habría cometido otro desmán que sumar a los ocurridos durante esta feria. En quinto lugar tuvo que salir el sobrero de Fidel San Román, por sensible invalidez del de Miura. Castaño volvió a dejar muestras de que cuando las cosas no ruedan, no lo hacen para nadie. Él recibió al toro con insulsos mantazos, el picador picó muy trasero, tapando la salida, mientras el toro empujaba de lado, solo con el pitón izquierdo y sin meter la cara. Por momentos el ruedo se convirtió en el escenario de una capea de pueblo, con el matador vagando como un bulto sospechoso. Afortunadamente también estaba por allí Marco Galán. En el segundo puyazo le siguieron pegando al animal, para acabar señalando el puyazo. Entusiasmo general ante los saltos de adalid, clavando sobre un pitón, mejor Fernando Sánchez. Luego no quedó muy claro si los banderilleros saludaron a requerimiento de su jefe, si lo hicieron desde dentro del burladero para no desatender sus tareas, el caso es que hubo cierto desajuste entre ambas partes. El último tercio se redujo a muletazos desajustados, pases de tanteo y visto lo visto, a optar por tomar el estoque.


Serafín Marín sigue viviendo de aquellos días en los que era querido por el público, luego las circunstancias cambiaron radicalmente y su ánimo también. Capotazos enganchados al tercero, dándose la vuelta y cediendo terreno hacia los medios. Lo tiró al caballo, para que le picaran trasero, barrenando, tapándole la salida. El castigo no bajó de intensidad en la segunda vara, incluso cuando el de a caballo perseguía al toro más allá de las rayas del tercio. En banderillas apretó bastante por el pitón derecho, lo que no amilanó a Curro Robles, que en los pares se jugó la cornada, viendo como se le ponía el pitón rozando el pecho. Marín se sacó el toro levantándole la mano, facilitando que echara la cara arriba. Enganchones con la derecha, acortando el viaje, toreando muy fuera, lo mismo con la mano izquierda, si no peor, para empezar a acortar injustificadamente las distancias. En el sexto, un grandullón más que justito de pitones, se le ovacionó de salida, sería por sobrepasar los 600 kilos, que siempre impresiona. Le picaron trasero, tapándole la salida, mientras empujaba solo por el izquierdo. En el segundo encuentro no se le pico y para colmo, el último de la feria se llevó la vara enganchada en el morrillo. Pegaba cabezazos por el pitón derecho, mientras el catalán pasaba el tiempo en probaturas. A los derrotes que lanzaba el toro, el diestro pretendía pegar pases insustanciales. Lo mismo pasó por el lado izquierdo, y lo único que quedaba claro es que aquel pozo se había secado, igual que esta feria de trastorno bipolar de la plaza de Madrid, que ha dejado claro que sus parroquianos cambian cada tarde, que los habituales son escasos y conformistas, que aquel sector inconformista del 7 ya es más un nido de japoneses que de aficionados y que eso que parecían desear e impulsar desde los micrófonos de muchos medios, eso de echar por tierra el prestigio de una plaza dura y seria, eso sí que se ha logrado. No me queda nada más que agradecer profundamente el seguimiento que han hecho a mis opiniones y que nos iremos viendo. La primera cita no creo que tarde, las siguientes… las siguientes ya se verán.

sábado, 7 de junio de 2014

Pobre Madrid, ovaciona el genio, pensando que era bravura


Cuando la sangre de los Saltillos se pone en ebullición, hay que estar muy firme para que no te abrase.
Qué lástima da ver la plaza de Madrid, que pena; aquella que fue grande, aquella que en su piedra acomodó a una afición principalmente justa y sensible, que valoraba lo que allí sucedía con mesura, sin dejarse llevar por modas o imposiciones de los que ostentaban el poder taurino, porque con la plaza de Madrid, de ninguna valieron componendas. En la de la Puerta de Alcalá, la de la carretera de Aragón y por último en la que construyeron en el barrio de Ventas, en distintos cosos, una misma afición. Viajando en calesa, a pie, en jardineras, simón, tranvías, autobús, trolebús, taxi, coche o metro, pero el espíritu no cambiaba, iba pasando de generación en generación. La temían los mediocres, la respetaban los más grandes, ella era única, mejor o peor, pero única. Dura, exigente, pero justa, siempre justa y sabiendo lo que quería. Bulliciosa, hasta escandalosa, pero entregada no había amante más apasionada. Madrid, Madrid, Madrid. Pero la vulgaridad se hizo fuerte, quisieron que fuera lo que nunca fue, la engañaron queriendo convencerla de que su esencia era callada, sumisa y verbenera, para anular su energía, su saber y su humanidad. La querían vulgar y vulgar, ignorante, altanera e intolerante es como la tienen ahora. Qué pena Madrid, ya no existe. Quedan las piedras, pero no su plaza, su plaza ha sido invadida por autómatas sin alma que obedecen las doctrinas que mamaron de la televisión, esa que se puso al servicio de las figuras, los taurinos, los charlatanes y mercachifles que hacen perder la cordura a quienes les prestan atención. Qué pena mi Madrid, se me fue un día y no me di cuenta de que nos dejaban a merced de una burguesía taurina, acomodada y complaciente que solo se preocupa por el gin tonic, el bocata, lucir almohadilla forrada con tela de capote, su pulsera con calcomanías de tema taurino y de ser testigos de muchas orejas cortadas. ¿La Fiesta? A la Fiesta que la den. Cuando me canse de ella me iré a otra parte a lucir mi look de vulgar hortera encharcado en colonia, pantalones pesqueros con zapatos sin calcetines o con pantalón corto y la camisa por fuera con la manga a medio brazo, del brazo de su “perica”, apretada hasta reventar, subida en unos coturnos indomables.

¿Que qué es lo que tiene que ver todo esto con la corrida de Victorino Martín? Pues mucho, porque estos son los que no se enteran de que un toro manso no va al caballo de lejos, que un toro bravo no pega desesperados cabezazos en el peto, ni es bravo el toro al que le mantiene vivo la casta, que no el impulso de defender su territorio queriendo ser el rey. Y que si un toro con genio, se lleva por delante a un puntillero, no es por bravura. Y que si un torero se pone delante de un toro y no puede con él dándolo todo, aunque sea poco, no se merece que le piten y abucheen como si les hubiera querido robar la cartera. Con ciertos toros no hay posibilidad de ponerse a buscar la cartera del respetable, no da tiempo, hay que estar pendiente del de las patas negras, no vaya a ser que te mande al hule.

Si tuviera que calificara la corrida que ha mandado Victorino Martín a Madrid, diría que ha sido más tirando a buena, que tirando a mala, pero ¡cuidado! Así dicho parece que estoy hablando de una corrida que regalaba el triunfo. Nada más lejos de la realidad. El triunfo era posible, pero había que ir a buscarlo y para lograrlo, antes había que pasar mil penalidades, tener mucho acierto y no permitirse ni un fallo, porque este, cuando hay casta de por medio, te lo pueden hacer pagar de muy malas formas. De la misma forma que si digo que la terna no ha estado a la altura de las circunstancias, que nadie se piense que han estado para mandarles al paredón. Esto es lo que tiene el toro cuando es íntegro, que hace que los que se ponen delante mantengan íntegra su dignidad. ¡Faltaría más!

Uceda Leal volvió a exhibir ese distanciamiento y esa frialdad que le envuelve cuando no está, y lleva mucho tiempo ausente, capoteando sin intención, como para pasar el trámite. No fijó a su primero, permitiendo que anduviera a su aire por el ruedo. Empujó y se empleó en la primera vara, sin que el picador apretara demasiado. A la segunda se fue suelto cuando le convino. Siguió correteando e hizo por los banderilleros que estaban preparándose; Ferrera, bien colocado, se mantuvo impasible, quieto como una vela, para en el momento oportuno, cuando el toro entraba en jurisdicción, desplegar el capote y echárselo al hocico, haciendo que desviara su camino y se frenara en seco, librando a los rehileteros de un posible percance, pues se encontraban en un terreno de nadie en el que correr no era la mejor opción, aunque sí la única. Las muestras que daba el de Victorino eran de no estar picado y que en cualquier momento podría venirse arriba peligrosamente. Distraído en el segundo tercio, esperaba a los banderilleros a que entraran en su coto privado.

Uceda trasteó con sosería, sin parar de moverse y dando pases, pero sin torear, que era lo que el toro pedía a gritos y además con mucho mando. Sin rematar los pases abajo, dejando la mano alta al vaciar las embestidas, le corta el viaje por el pitón derecho, por el izquierdo se revuelve todavía antes, lo que no hizo que Uceda pensara en plantarle batalla cara a cara. Su segundo, de salida ya exigía por ambos pitones. Fue tres veces al caballo, empujando con fijeza, especialmente con el pitón izquierdo, le picaron trasero en la segunda vara, le taparon la salida y le dieron bastante. En la tercera acudió con alegría al caballo y desde más lejos, para que le pusieran un puyazo delanterito. Con la muleta Uceda Leal empezó con pases por alto, levantándole la mano, lo que probablemente no era lo más indicado. Muletazos que solo servían para abanicar al de Victorino, al que no acababa de ver claro por dónde entrarle. No estaba ni mucho menos apropiado para aplicarle una faena al uso de esas en las que los mantazos se suceden y que a poquito que le insinúen, el toro se torea solo. Pero estos cárdenos deben ser más tontos que los demás, no solo no se saben torear, sino que exigen que se les marque el camino con autoridad, porque si no, se ponen ellos a decidir y la cosa puede ser todavía peor. Este solo se aburrió y la cosa no fue a más, pero, ¿y si le da por querer saber lo que había detrás del trapo?

Antonio Ferrera podía tener el ánimo de torero espectacular y corretón que se abandona a esas poses forzadas y poco estéticas o el de torero atento a lo que pasa en el ruedo y dispuesto a echar una mano en todo momento o una mezcla de ambos. Quizá lo que prevaleció fue esto último. Ya he comentado ese fantástico quite a los banderilleros en el primer toro, lo que indica que hay que estar muy metido en lo que pasa en el ruedo y ser muy consciente de lo que hay allí delante. A su primer lo recogió con el capote queriendo empezar a ser él quién gobernara durante la lidia. Muy pendiente de todo, dejó al toro de lejos en la primera vara, para que este se arrancara pronto y con alegría. Un marronazo que el picador no tuvo a bien rectificar. Una bonita revolera con la rodilla flexionada para dejarlo al segundo puyazo. El cárdeno volvió a ir con buen estilo. Se le dejó una tercera vez, más lejos, pero ahí ya dijo que no y acabaron metiéndolo debajo del peto de mala manera. Quiero destacar eso de poner el toro en suerte con un recorte; no me gusta cuando lo van queriendo llevar y de repente deciden que ahí y el torero se marcha sin más. Con esos recortes, aparte de ser mucho más torero, tengo la sensación de que al toro se le dice ven por aquí y te quedas ahí, para después infringirle el correspondiente castigo con el palo. Ferrera pareó, como es habitual, y como es muy frecuente, a toro pasado. Trasteo inicial por ambos pitones, demasiadas prisas, uso del pico y sin parar quietos los pies. Naturales levantando la mano, vaciando la embestida en la lejanía y en línea recta, y el toro poniendo la casta sobre la mesa, haciéndose del dueño de aquello. Demasiadas carreras para recolocarse en cada pase, acabó demasiado aperreado con el animal. El mando que hubo fue el que impuso el toro. Luego unos naturales con la derecha tirando el estoque al suelo. ¿Se imaginan a Fernando Alonso despreciando su coche y echando a correr por el circuito solo con el casco? Vale, vale, seguro que igual iba más rápido sin coche, que con el Ferrari, pero seguro que ustedes me han entendido por donde iba.

En el quinto, Antonio Ferrera se encontró con un toro que no ofrecía las posibilidades de suyo anterior. Para entrar al caballo no había alegrías de ningún tipo, se acercaba al paso y descargaba todo su genio pegando cornadas al peto. Una mezcla entre genio y casta que le hacían especialmente complicado. Aún así, podía adivinarse un pitón derecho con posibilidades. Pero claro, hablar de un buen pitón derecho en estos casos no tiene nada que ver con los dóciles borregotes a los que nos tienen acostumbrados. Ferrera optó por un macheteo para comenzar la faena. Quizá excesivo, pues tampoco era cuestión de meterse por los riñones del toro. Incluso hasta puede ser que esto acabara con cualquier asomo de poder darle algún muletazo. El toro exigía mucho mando, tenía mucho que torear, pero creo que no valoró en su medida las contraindicaciones de la medicina que aplicó. ¿Estuvo bien? Pues no, pero tampoco se ganó esa bronca monumental con que le despidió el público. ¡Qué pena! Tras una tarde responsable y dando la cara con este ganado, el público que estaba en la plaza de Madrid le dedicó una tremenda bronca. Hasta hubo menguados sociales que lanzaron almohadillas al ruedo. ¿Pero, ¿qué es esto? Recordaba cuando se medía la actuación de los toreros de acuerdo al toro. Pues sigamos recordándolo. Al final de la lidia de este toro, cuando Manolo Rubio se disponía a apuntillar al Victorino, este se levantó de repente y le arrolló, tirándole gañafones sin piedad. Eso sí, no se quería morir, la casta le aguantaba en pie. Incluso hubo quien se deshizo en aplausos según le arrastraban. Pero, ¿quién viene a la plaza de Madrid? ¿Son esos que te exigen que te calles cuando un señor se pone bonito con un moribundo desmochado? ¿O los que se sienten molestos cuando protestas esos inválidos o esas posturas? Hemos perdido el rumbo.

Alberto Aguilar fue el tercero que se enfrentó a estos Victorinos que parecían llegados del pasado. Su primero le sorprendió por el pitón izquierdo, muy rebrincado, lo que no debería haber impedido que le pusieran al caballo y que no fuera al relance. Empujaba con ganas cuando notaba que el palo apretaba, mientras el montado le hacía la carioca. En la segunda vara fue desde algo más lejos, tardeó, pero acabó cumpliendo en el peto. Eso sí todos los viajes los pegaba con el izquierdo, en cambio por el derecho embestía con franqueza. Aguilar se lo sacó por abajo, una tanda por ese lado derecho, pero sin parar quieto, muchas carreras, mucho recolocarse y poco a poco el toro iba ganado la pelea. Se precisaba mucho mando, mucho dominio de las embestidas, porque si no, podía ocurrir lo que acabó sucediendo, que el toro se comía al matador. El Victorino se fue viniendo arriba, hasta que ya no había ningún hueco por el que meterle mano. Ya se complicó por el derecho, aún más por el izquierdo y a los más que podía optar Alberto Aguilar era a dar pases según venía el toro a su aire.

En el sexto no hubo ni esa opción de aprovechar un buen pitón. Ya de salida pegaba tornillazos según tomaba los capotes, el matador tuvo que darse la vuelta y ceder los adentros al toro, para, perdiendo terreno, llegar a los medios. Un toro complicado al que no era conveniente dudarle, ni mucho menos hacerle regates con el capote en la cara, tal y como hizo el madrileño. Se fue suelto al picador, que pasó ciertos apuros para mantenerse en pie. Mucho capotazo que no conseguían fijarle. Le taparon la salida en el segundo puyazo, le pegaron bien mientras se deshacía derrotando en el peto. No obstante, el toro quedó demasiado crudo. Esperaba y hacía hilo por el derecho y cortaba el viaje por el izquierdo. Una joya. Tiraba bocados al espada, que acabó macheteando al Victorino. A diferencia de otros días, la suerte suprema fue un suplicio.


No seré yo el que diga que los espadas estuvieron bien, incluso no haré esas consideraciones de que bastante hicieron con ponerse delante. Dentro de lo que es el encaste Albaserrada, dejaron pasar sus opciones. No fueron los Victorinos de Domecq que son los que parecen habituales en estos tiempos, pero tampoco aquellas alimañas que no permitían un pase, a excepción del sexto. El problema es que ya no hay quien sepa lidiar este ganado y si se puede, hasta hacer faena. Los toreros se harán cruces con este tipo de toro, pero que sepan que cuanto más cacareen, más dejarán al descubierto sus limitaciones. Aún así, tampoco era para esos abucheos injustos e injustificados. Pero no hagan demasiado caso, ni en lo bueno, y a veces tampoco en lo malo, porque pobre Madrid, ovaciona el genio, pensando que era bravura.

viernes, 6 de junio de 2014

Soy la vaca madrina y os traigo un toro para triunfar

Tanto mimo para criar toros bravos, para que luego...


“Estoy cansada de que me piten las orejas porque las vacas parimos toros a los que no se les pueden cortar las ídem, que digan que son inválidos, que son moruchos como los del cercado de más arriba, que no valen, que no tienen casta y que son un dechado de mansedumbre. Pues hala, ahí van unos toros para que el triunfo sea posible y rotundo, unos toros del Puerto de San Lorenzo, una ganadería de Salamanca, de un pueblo que se llama Tamames. Y dense cuenta ustedes que muchas veces han salido toros de esta ganadería que ni se aguantaban en pie, que se caían constantemente, que paseaban su invalidez para bochorno de sus criadores y de sus madres, nosotras las vacas. Mira que no lo he comentado yo veces con las demás compañeras. No nos podíamos creer que nuestros retoños dieran ese espectáculo en la plaza. Pero vaya, al final hemos podido responder a las expectativas de los toreros. Pues muy bien, ahora me hago a un lado y espero que me expliquen por qué no han dado pie con bola los toreros y se han limitado a pegarles trapazos a mansalva. ¿No han pensado estos señores lo difícil y sacrificado que es parir y criar un becerro y que se haga toro, para luego darles ese trato?”

Caramba como está la señora vaca, aunque visto lo ocurrido en la del Puerto de San Lorenzo, el cabreo no es para menos. Tanto que ha tenido que soportar este ganadero con esas corridas flojuchas que se pasaban la tarde rebozándose en la arena, para que le desprecien de la forma que lo han hecho a unos toros dispuestos hasta a modelar un puchero de barro. Tras la corrida de máximo boato y glamour del año, esta con toros de los que a priori se desconfiaba y con tres toreros en una situación cuanto menos, extraña. El figurón que despierta pasiones entre los aficionados que tanto se identifican con su espíritu de superación, Juan José Padilla; la figura que un día fue su enamorado y al que aún esperan algunos, El Cid; y una promesa del toreo que lleva años prometiendo, Daniel Luque, pero que de momento no cumple, a pesar de los despojos de casquería que pueda haber recolectado. Y ha sido el toro bueno el que ha puesto a cada uno en su sitio.

Juan José Padilla ha estado en la antepenúltima de la feria, incluso también en otra tarde, pero que como si nada. Su toreo de cara a la galería, vacío de dominio, moderno y basto, no ha coincidido en los días en que la plaza era ocupada por los seguidores de esta tendencia o igual es que les ha pillado sesteando después de la merienda. De primeras vio como le devolvían al corral al primero del Puerto, que parecía un mago moviendo las manos a la remanguillé. El sobrero del mismo hierro salió parado, enterándose, echando las manos por delante al entrar en los capotes. El espada le recibió en toriles. Muy suelto y recibiendo demasiado capotazo, con evidentes muestras de flojedad. En el primer puyazo, trasero, empujó con fijeza mientras tuvo energías, le taparon la salida, pero se dejaba castigar. En la siguiente vara solo recibió un tímido picotazo. En banderillas rozó al matador con el pitón derecho, lo que pudo parecer un error de cálculo en las distancias y que el toro también cortaba por ese lado. Con la muleta, entre que el toro andaba parado y él poco confiado, poco pudo lucir. Naturales con el pico a un moribundo que no paraba de doblar las manos, con el engaño retrasado y adelantando solo la punta. En el buen cuarto intentó ofrecer variedad, pero la falta de argumentos consistentes hizo que todavía luciera más el toro. Recibo a pies juntos, galleo apartado para llevar el toro al caballo, que empujó de firme, empleando ambos pitones de forma alternativa. En el siguiente puyazo fue desde más lejos y con prontitud, para seguir corneando el peto. Mantazos por ambos pitones, pico, retorcimientos y sin que el toro se cansara de embestir. Venga muletazos y más muletazos, como si la intención del espada fuera mostrar la calidad del toro y su propia incapacidad para torearlo con verdad.

El Cid era esperado por algunos que en otoño se creyeron que su recuperación era posible, pero aquel espejismo se ha disuelto hasta para los más fieles. Verónicas suavonas a un inválido, siempre echándose atrás. El animalito, que no se sujetaba, se dejó en el caballo, soltando todos los derrotes con el pitón izquierdo. No le castigaron y a pesar de todo, el del Puerto doblaba las manos continuamente. Acudió de lejos en la segunda vara, pero no se aguantaba en pie. Cambio de tercio y cambio de tercio de nuevo. ¿Les extraña? Pues pregunten al usía, que fue quién sacó el pañuelo dos veces para que se marcharan los de a caballo. El toro, cerrado en tablas, sin fuerzas, no dejaba de acudir a la muleta que El Cid manejaba abusando del pico, más o menos erguido, pero acompañando la embestida. Si acaso pudo haber dos derechazos en los que el sevillano pareció tirar del desfondado animal. En el quinto pareció tenso y agarrotado con un toro que parecía que iba a ir bien a los engaños, sin apretar a los toreros, que le dejaron ir a su capricho por el ruedo, sin que nadie tuviera la ocurrencia de sujetarlo. Marronazo en la primera vara, tapando la salida al toro que aún así no cesaba de empujar, metiendo la cabeza abajo. Se pudo apreciar la condición del toro en un quite por gaoneras de Luque, que curiosamente no fueron esa retahíla de trallazos a los que la torería presente nos tiene acostumbrado. La faena de muleta comenzó directamente por naturales trapaceros, medios pases con la derecha y enganchones, para pasar a ahogar las embestidas del animal, como si hubiera cierta intención en hacerle pasar por malo, lo que estaba claro que no era. Es más, la sensación que dio es que se escapaba sin que le torearan.


Daniel Luque dijo hace tiempo que le faltaban no sé cuántos toros para ser figura, cuando aquellas encerronas con las que pensaba encumbrarse, pero si con la corrida del Puerto de San Lorenzo no ha explotado definitivamente, ¿Cuándo lo hará? Salió flojeando el tercero de la tarde, con el que Luque hizo de peón. Ya en el caballo empezó a dar muestras de que podía ser un toro a tener en cuenta. Se empleó bien, levantó al caballo, aunque hay que reconocer que el castigo no fue mucho. Le dejaron de lejos para la segunda vara, pero tardeó demasiado y hubo que ponerle a corta distancia. Puyazo trasero del picador que aguantó el empuje del animal. Daniel Luque le citó a distancia, aunque con el pico de la muleta, y le pasó a la velocidad que marcaba su oponente, permitiendo que le enganchara la tela. El sevillano parecía una ametralladora pegando pases, sin templar nunca y acompañando las buenas embestidas que se le brindaban. Naturales con la muleta completamente torcida, con la derecha tras tirar el estoque de mentira, mantazos y más mantazos, que solo evidenciaban que aquel toro se iba sin torear y que era un toro de cortijo. Le costó al espada confiarse con el sexto, que salió paradito. Es fácil que se llegaran a los mil setecientos capotazos, mantazo arriba o abajo. Se le pego en el caballo, mientras empujaba a media altura, más con la cara que con los pitones. Fijo en la segunda vara, en la que también recibió por parte del pica. Esperó en banderillas, con la cara arriba y doliéndose de los palos. En el último tercio andaba suelto y su matador daba pases, pero no le toreaba en ningún momento, quitándole la muleta de repente. Parecía que Luque empezaba a atisbar lo que tenía delante, lo que le decidió para poner su mejor perfil. Tal cual, muy perfilero, sin mando, mientras el pupilo del Puerto se toreaba solo. Iba a todo lo que le ponían por delante, aunque no quita que poco a poco fuera acercándose a terrenos de toriles. Una oreja en cada toro y salida a cuestas por la Puerta de Madrid, pero tanto en el caso de Luque, como en el de sus compañeros, lo que quedó claro es que los toros descubrieron la incapacidad de los tres espadas, que ignoraron lo que se les dijo nada más llegar a la plaza, “soy la vaca madrina y os traigo un toro para triunfar”.

jueves, 5 de junio de 2014

Tía Maca, he visto al Rey, al de 1 euro

¿Recuerdan ustedes aquello de la torería?

¿Ustedes se creen? Uno pone toda su ilusión en el talento de la Vane y de repente se me queda embelesada porque ve al rey de un extremo al otro de la plaza. Si es que esta juventud se impresiona con nada; se me ha quedado bloqueada al ver que el señor que estaba en el palco era igual que el de las monedas de un euro. No sé que idea tendrá ella de lo que es un rey y de lo que hay que hacer para que te pongan en una moneda. Que ya se me ha quedado fundida. Y casi lo prefiero, porque la Vane es una buena chica, muy inocente, con una inteligencia, digamos que rara, y con una visión de la vida que no casa demasiado bien con el mundo del toro. No quisiera yo por nada del mundo perturbar ese espíritu virginal con el que contempla una corrida de toros. Y en días como en el de la Corrida de Beneficencia, pues casi mejor dejarla con sus ideas de cuento de niños.

Siempre recuerdo cuando en esta corrida, que se celebraba acabada la feria, se daban cita los triunfadores de la feria de Madrid, lo que la convertía en el festejo más importante de la temporada. Que hartazgo el tener que estar mirando por el retrovisor casi permanentemente. Pero ya ven ustedes, unos lo hacemos con añoranza, pero otros no lo hacen jamás, ni tan siquiera para ver cómo eran las cosas que funcionaban y cómo las que no, aunque solo fuera para no repetir los mismos errores. Todos los días intento detenerme en lo que sucede, pero el hartazgo y las circunstancias hoy me lo impiden. Se suponía que era una corrida importante, con ganado importante, toreros importantes y una afición… Pero esta Tauromaquia 2.0 tiene la virtud de llevarse por delante todo lo importante y salvar lo accesorio, lo fundamental, para elevarlo a lo más alto de su Olimpo de vulgaridad. Uno siente tal aversión, que antes de empezar la corrida, al comprobar el ambiente que se respiraba en la plaza, le daban ganas de marcharse y ahora me las dan de no volver. Un público verbenero e intolerante, de esa gente que se siente demócrata si estás en su bando, pero que si no es así, te quieren poner una mordaza muy apretadita, no sea que se te oiga quejarte. Solo faltaría que les fastidiases la juerga. Por el contrario hay otro aficionado, que no es habitual de la plaza, que a lo más vienen tres o cuatro tardes al año, que aprovechan la semana en que el ganado se parece más a lo que ellos creen que debe ser el toro, sin importarles si van a salir figuras o figurones. Vienen de Chiva, como todos los años, de Zaragoza, de Badajoz, La Rioja, Salamanca o de dónde sea. Un esfuerzo de tiempo, vacaciones, ilusión y su dinero. Pero cuidado, que no rompan la estúpida felicidad de los que no quieren ver nada que no sean orejas y más orejas.

Del ganado de Alcurrucén, poco se puede decir, mansos escapando de cualquier signo de pelea, marchándose de los caballos a la carrera en busca de la puerta de toriles, queriendo tener las tablas siempre a la vista. Por supuesto que no hubo posibilidad de que se les picara, lo que congratulaba al personal. Ni mucho menos se emplearon y lo que es peor, con la inestimable colaboración de toreros y autoridad, dando su bendición a esta porquería desigual que la empresa trajo para este día; además de ese público trágala que no solo lo pasa todo, sino que exige que lo haga todo el que les ronde a su alrededor. Eso sí, luego sale un animalejo que sigue la muleta y ya se borra todo, como fue el quinto, un toro geniudo que hasta para muchos pasó como la encarnación de la casta, de la que por momentos exudaba algunas gotitas. Poco para el aficionado, mucho para los palmeros. Aunque tranquilos, no teman, que ya podrán ver estos mulos este año o el que viene, en la misma laza y en otras de postín.

De los de luces, pues o te callas y tragas, demostrando tu buena educación y sentido cívico o es que les envidias por ser ricos y tú pobre, porque ellos son dioses y tú un simple desgraciadete que camina pisando el asfalto, o porque si no es en la plaza, ¿dónde podrás gritar a tus anchas? Ves a El Juli delante de una cabra escurrida y se te llevan los demonios, pero, ¡ojo! hay que rendirle pleitesía. Desinhibido de la lidia, dejando a sus toros vagar por el ruedo, a su aire, esperando solo el momento de la muleta. No hay ni asomo de lidiar, ni orden en el ruedo, ni el menor interés por torear ese animal, al que hay que mantener en pie a costa de todo, echando los capotes al cielo, yando a matacaballo para que se cambie el tercio a todo correr. Y ya una vez con la pañosa, pues a pegar pases y más pases en los que el animal pasa lejos, muy lejos, a costa de los retorcimientos del espada y de alargar el brazo hasta lo indecible. Descargada la suerte siempre, con la pierna de salida atrasadísima de forma exagerada y vaciando el muletazo en la lejanía, con pases en línea recta, sin someter y solo acompañando las arrancadas. Faenas eternas y vacías de sustancia. Luego ese sacrificio de matadero que es la forma de ejecutar la suerte suprema. La espada suele quedar enterrada, pero casi nunca lo hace en tierra santificada, la mayoría de las veces lo es en la paletilla, trasera o en el pudor de los aficionados. Luego el mal no es que el presidente conceda una oreja, lo jorobado es que después de estos mítines, haya quien piense que eso merece premio. ¿Qué pensarán los toreros que se empeñan en torear con pureza? Pero cuidado, no digan nada contrario al engendro nacido de Joselito y Belmonte, pues igual te destierran a una isla del Pacífico; además de eso de vetar a los medios de comunicación o a sus trabajadores, aunque algunos sean poco imparciales, pero bueno, este es un terreno en el que habría que dedicarse con más calma. A propósito, será verdad lo que me contaba ayer un amigo de que el Juli no compra lotería porque exige que le den el boleto premiado y si no veta a la administración en cuestión. Yo no lo creo, nadie en su sano juicio se atrevería a despreciar los sorteos, ¿no?

Iván Fandiño ya nos va dejando entrever cada vez con más claridad, lo que quiere ser en esto del toro, un privilegiado más. Era un torero con una voluntad inquebrantable, sí es verdad que algo acelerado en su toreo, con una ambición desmedida y poniéndole las cosas en su sitio al toro de verdad. Pues bien, lo del toro ya ha cambiado. Lo de matar con muleta o sin ella es casi anecdótico, la prueba es que se tirar a matar con el trapo con la misma o más decisión que sin ella. Pero la cuestión es su toreo, ausente de temple y a veces hasta apropiándose de las ventajas de las figuras. No creo que haya hecho la mejor feria de su vida, podría tener muchos argumentos de crítica, pero voy a aplicarme la receta de la calma y la paciencia y me voy a limitar a expresar una serie de deseos, como si estuviera escribiendo la carta a los Reyes… Magos. Le pido que no se olvide del toro, que su toreo ganaría mucho con más templanza, sin aceleramientos, pues aunque no es un fino estilista, el torear de verdad ya es importante. Que haga de la lidia otro de sus motivos de ser torero y que no se olvide del aficionado que tantas ilusiones depositó en él. Que no se convierta en uno más, que sea el Fandiño que nos encandiló.


Alejandro Talavante es uno de esos casos que ha provocado un extraño caso de bipolaridad en la afición de Madrid. Tras esa etapa de retorcimientos y vulgaridad con mojicones desmochados, en un momento de reflexión y sinceridad declaró que él así no era feliz, no se sentía a gusto, le bullía nada dentro como en otros tiempos pasados. ¿Y qué mejor decisión que volver a los orígenes? Se le notó cierto cambio de actitud, más en el público, que le recibió con los brazos abiertos y aplaudiendo cualquier síntoma de cambio. Los resultados no han sido los mejores, pero habrá que mantener al enfermo en observación y esperar a ver como evoluciona. Han sido muchos días de retorcimientos como para de repente curarse de la espalda. Eso sí, aparte de esto, quizá sería bueno desterrar el toreo con el pico de la muleta, perfilero, de líneas rectas y de acompañar más que de dominar. Luego ya vendrá lo de pasárselos cerca y esas cosas que hacen los toreros. Solo pregunto una cosa, ¿No les dan ganas de mandar esta basura en estado comatoso a la…? ¿No les apetecería? Pero si por una casualidad caen en la tentación de ir a los toros, procuren no molestar a los que van de verbena y fiesta orejera. ¡Aah! Y no se agobien por lo del “No hay billetes”, que con la última ampliación de Las Ventas, excepto en los tres días de clavel, siempre habrá entradas para tapar esa gran media luna del sol y los múltiples huecos de la sombra, aunque la tele del vetado no lo refleje en sus barridos de cámara. A ver si los que tendrían que vetar al señor periodista van a ser los aficionados.

miércoles, 4 de junio de 2014

La verdad y la gloria a un paso

Urdiales toreó


Otra de las corridas toristas, eso que tan mal me suena, como lo de los encastes minoritarios, toreristas, talibanes y esos términos que la modernidad nos ha colado y que no sé si tan siquiera sirven para llamar algo real o simplemente es una falacia interesada. En unos casos para ofender al prójimo y en otros porque los hay que se vanaglorian de refugiarse bajo ese paraguas impreciso. Los de don Adolfo Martín, una de las predilectas de Madrid, aunque haya a quien le cueste explicarse los motivos de tan fuerte fidelidad, pero bueno, ahí está. Y tampoco creo que se vaya a hundir el mundo por apoyar a un ganadero que busca el toro íntegro. Los resultados ya son otra cosa. Adolfo Martín busca y busca la verdad de la Fiesta, pero esto no garantiza la consecución de la gloria. Es verdad que esta siempre puede estar muy cerca, a un paso.

La corrida tuvo dos partes, la primera en la que salieron por delante los más chicos, que no solo eso, también los más destartalados, escurridos, escuálidos y escachifollados, con los huesos marcándosele como lo están los de las vacas en los reportajes que tratan de las grandes sequías. Ni a cabras llegaban. En cambio, los de la segunda tanda ya eran toros con trapío, con presencia de toro, con las carnes justas y las defensas en su punto; quizá el cuarto un poco más pasado. La primera chiva se frenaba en el capote de Ferrera, que a las primeras de cambio se dio la vuelta para, perdiendo terreno, llegar a los medios. Allí se vio un poco acosado por el pitón izquierdo, queriendo quitárselo de encima a base de tapazos. Fue suelto al caballo, a su aire, para que le taparan la salida y le picaran trasero; bueno, lo de picar es una forma de hablar. En la segunda vara el caballo fue a buscar a un toro parado que dobló repetidamente las manos. Lo de las banderillas fue un espectáculo de os que hacen época, carreras, pares a toro pasado, siempre con demasiadas precauciones. ¿Sabrán coger los palos los miembros de la cuadrillas de Ferrera? La muleta fue una sucesión de trapazos y aún así el Adolfo seguía la muleta allá dónde se la pusieran. Acababa los pases allí cerca del cielo, el animal notaba la tela y derrotaba, hasta que se quedó parado y el matador pretendió eso del arrimón que tanto gusta al espectador del corte que esta tarde poblaba los tendidos.
El cuarto, muy cornalón, primero de la corrida seria, fue recibido por el extremeño con capotazos al aire, a la según viene y así se va. Le tira al caballo en vez de colocarle, para ver como le tapaban la salida y como se quedaba paralelo al caballo. Picotazo largo en la segunda vara, en la que el animal no llegaba a más que dejarse. Lo de las banderillas nuevamente es un suplicio por el que hay que pasar, sí o sí. Continuó con la muleta con su repertorio, digamos bullidor, por no repetirnos en eso de vulgar. Retorcimientos e histrionismo puro Ferrera, mientras el mulo de don Adolfo andaba por allí buscando un carromato que echarse a los lomos. Habrá quién diga que el torero ejerció a la perfección de director de lidia o que estuvo muy pendiente de ella. ¡Cuidado! A ver, si echamos cuentas de que en sus toros ni puso el toro en suerte, pues el título se nos empieza a quedar muy amplio. Eso sí, fue el único que en el segundo de la tarde se dio cuenta de la fijación del toro con el caballo y que para facilitar la salida de este del ruedo se fue a cubrirle con el capote, en previsión de un arreón intempestivo. De la misma forma que cuando el picador en el sexto se vio en el suelo y a merced del toro, él voló para sacarlo de allí y a continuación aún tuvo tiempo y energía para hacerle el quite al caballo. Esto sí que es digno de halago y de agradecimiento.

Diego Urdiales ya se sabe que es un torero que no se quiere apartar ni un dedo de la pureza, de la misma manera que a veces no se sabe si su freno es el viento, el toro o vaya usted a saber qué. En el primero, al que recibió con capotazos acelerados para intentar calmar el genio del Albaserrada, adoleció de no ordenar una lidia bastante caótica e ineficaz. En la primera vara el toro se fue suelto contra el peto, no se le picó prácticamente, veías como se estrellaba, pestañeabas y ya le estaban levantando el palo. En la siguiente, aunque se encelara con el penco no quiere decir que le picaran, eso ya es otra cuestión. Muletazos sosos y desvaídos, resultando pesado, de uno en uno, mientras el toro no paraba de doblar las manos. Pero en el siguiente, el quinto, la cosa cambió por completo. Salió barbeando, como alguno más de sus compañeros, no humilló en el caballo y se le picó poco, una característica que iguala a este hierro con los de las ganaderías comerciales. De la misma forma en que la casta no apareció, aunque el genio pudiera ser tomado como un espejismo de esta. Inició Urdiales su labor con muletazos por abajo y a las primeras de cambio un derechazo hondo, templado, tirando del de don Adolfo y rematado atrás y otro de pecho sacándose el toro por la hombrera. Vaya, unas gotitas de torería en este páramo de modernidad y mal gusto torero. Pero el toreo se fue haciendo paso en la tarde. Lástima que los muletazos manaran de uno en uno y sin ligazón. Toreo al natural, con el mismo pero, tras cada muletazo le quitaba la muleta de la cara, lo que hacía que aquello no reventara hasta la luna. Siempre bien colocado, siempre adelantando la pierna de salida, con el medio pecho dándoselo al toro, pecheando, como me enseñó mi amigo Pepe Luis Bautista. Pero quizá los cites de frente fueron los más emotivos, sin truco, sinceros y sencillos. Pero seguíamos con la sensación del que lleva un gran coche, pero sin quitar el freno de mano. Lástima del fallo con el estoque, si no, igual estaríamos hablando de otras cosas. Diego Urdiales, matador de toros al que no se puede dejar de lado, al que hay que tener más en cuenta que a muchos otros que los cuelan en los carteles por cuestiones ajenas a lo que pasa en los ruedos. Pero no nos recreemos en la suerte y exijamos a Urdiales que de ese paso que no acabó de dar. Entre otras cosas, porque es de los pocos, de los muy escasos, a los que se les puede exigir el toreo bueno, el que pone de acuerdo a todo el mundo.

La novedad era ver a Miguel Ángel Perera con los de Adolfo Martín, en estos días y a estas alturas. Ya que tantas veces le hemos echado en cara su permanente huída ante este tipo de hierros, creo que también es justo reconocerle su elección. Pero recordemos aquello de que una golondrina no hace primavera. Su primero era uno de los tres chivos de la primera parte. Salió curioseando detrás de las tablas, pegajosito y complicando a Perera el quitárselo de encima. Muy suelto, nadie le fijaba en las telas. Mantazos a tutiplén, empujó con cierta fijeza en la primera vara en un primer momento, para acabar pegando cornadas de lado. Al toro a su aire. Le abandonaron para que fuera al caballo de nuevo. Picotazo trasero y se va suelto. La lidia fue un compendio de cosas mal hechas. Con la muleta mucha vulgaridad, mucho truco, pierna escondida, pico, enganchones, el toro para afuera y aperreado con el novillote. Su segundo, el sexto, de excelente presencia, recibió capotazos de trámite, como si se nos hubiera olvidado para qué sirven estos lances. No se le picó, se le tapó la salida y en un arreón, el picador se vio en el suelo. Muy crudo, se dolía de los palos, violento por el izquierdo y cortando por el derecho. Lo que vino a continuación tuvo puntos de vista muy diversos. A favor del matador se puede decir que estuvo mejor que en otras ocasiones, precisamente por la exigencia del toro. En este sexto no le volvió la cara y se lió a pegar los trapazos tipo con que este torero se enfrenta a todos los animales. Trucos ya conocidos, pero repito, la importancia la daba el de Adolfo. El primer muletazo siempre era perdido, trapazo largando al toro, sin mando alguno, se recolocaba y aprovechando el viaje le embarcaba en los sucesivos de la serie. Muy perfilero, pero mucho, quizá toreando más de lo que es habitual, lo que no es en si mismo una virtud, pues el punto de salida se encuentra muy abajo. Destoreando permanentemente, aunque hubo dos naturales templando y llevando bien al animal, pero sin que pudieran calificarse de algo más que aseados. Se le metía el toro para él, claro, es que a estos toros, por muy mulos que parecieran, no se les pueden pegar tandas de 200 muletazos. Estocada trasera que hace caer al toro y la locura se desata. Pañuelos, más pañuelos y venga pañuelos; y el señor presidente como si fuera una metralleta, venga a dejar asomar el suyo por el palco. Yo ya adelanto que las formas de este toreo no coinciden ni remotamente con mis gustos; quizá una oreja no la habría protestado, aunque no la habría pedido jamás. Pero eso de la segunda también, pues se hace duro de asimilar. Yo les pido ahora una cosa a los que estén en desacuerdo con que la segunda oreja nunca debió ser dada. Vuelvan a leer lo que ocurrió hasta que tomó la muleta, que se supone que es el punto decisivo que el presidente debe tener en cuenta al sacar el pañuelo.


Cuando salía de la plaza tengo que confesar que la felicidad me poseía, en ese momento entendí que en poco tiempo, quizá en semanas más que en meses, Madrid tendría mar, podríamos ir a la playa de Levante de Madrid, se construiría grandes rascacielos todos apelotonados y hasta puede que El Cordobés reapareciera aquí años después de marcharse. Madrid ya era como Benidorm. Se consiguió. Anda que les den morcilla a esos exigentes a los que no les gusta nada. Al final Madrid tendría como himno una canción parecida a aquella de Benidorm, Benidorm… Urdiales no fue a buscar su oreja, no dio el paso, aunque toreara con la verdad. Y a Perera, la verdad, le han caído las dos orejas del cielo, echando el paso atrás y trapaceando. La verdad y la gloria a un paso

martes, 3 de junio de 2014

Viva Domecq y la normalización

Quizá sea bueno eso de hablar de vez en cuando con un Revisor u otro toro con larga experiencia en esto de la Fiesta


Quiero empezar agradeciendo el seguimiento con el que ustedes me han honrado leyendo mis opiniones, mis reflexiones y mis devaneos con la insania. Sus muestras de apoyo, ya fueran desde el apoyo o desde la crítica, que en ambos casos me han ayudado desde el primer día. ¿Qué por qué digo esto? Pues porque voy a hablar de la corrida de Cuadri, de lo que yo vi y lo que no vi. Lo que quizá les haga pensarq eu es mejor abandonar esta grada. Eso sí, a los que se queden no sé si ponerles un piso o casarme con ellos. Pero bueno, dicho esto no me queda más remedio que hablar de la corrida y de los matadores designados para torearla.

Hay algo que no podemos negar por mucho que nos empeñemos y es que estamos en la era de Domecq. Nos quejamos, protestamos y negamos este tipo de toro tres y las veces que sean necesarias. Está claro que el monoencaste, eso tan denostado, nos ha robado la variedad y la diversificación del toro, pero también nos ha otorgado un modelo al que ceñirnos y con el que poder comparar, como si fuera el patrón que todo lo rige, ese elemento que nos da uniformidad y la seguridad de que nuestro juicio es el adecuado. Una normalización contra la que nos rebelamos, pero sin la que no podemos vivir. El ser humano necesita encajar las cosas en estamentos, a lo largo de su experiencia y mediante la repetición, se van creando unos departamentos estanco en los que vamos metiendo elementos de todo tipo, para al final poder enunciar sus teorías. Y cuanto más simplifiquemos, mejor. No nos gustará en cuanto a las formas en que esto se produce, pero en el fondo no podemos prescindir de todo esto.

Pero claro, una cosa es aplicar esto a la ciencia o a disciplinas con bajo nivel de entropía y otra pretender hacerlo en el toreo, y ya si nos metemos con una ganadería tipo Cuadri, pues la teoría nos explota en la cara. No diré que hay cierto interés para que estos hierros, los idolatrados por aquellos a los se mal denomina toristas, no triunfen, dejémoslo en que producen cierto refuerzo de las teorías modernas. Pero vayamos al tajo. Seis toros seis de la ganadería de Herederos de don Celestino Cuadri, los tres primeros con una presencia más pobre de lo que habitualmente sale de este hierro, lo que no quiere decir que estuvieran faltos de trapío. Quizá este dato debería congratular a aquellos que tanto temen el que a los toros se les saque de tipo, ¿no?

Confirmaba la alternativa José Carlos Venegas, un torero del que se podría decir que no contaba ni con la más mínima experiencia que pudiera hacer merecer su inclusión en este cartel. Si apelamos a la lógica más elemental, la pregunta es: ¿qué hacía este torero en esta corrida? El paso de los minutos y de los capotazos hacía que esta cuestión estuviese más presente aún. El Cuadri salió rematando en los burladeros, tomó el capote del matador yendo bien por ambos pitones, apretando, lo que hizo que su lidiador optara a las primeras de cambio por dar la espalda a los medios y llevárselo hasta allí perdiendo terreno; lo que quizá podría haber hecho a las mil maravillas un peón. En la primera vara se empleó el toro, recibió bastante castigo, le taparon la embestida y curiosamente cuando tenía la salida franca era cuando más pedía pelea. En la segunda vara le pusieron de lejos, pero ante la inoperancia del picador montando o que el caballo estaba más avisado de lo necesario, hubo que meterle prácticamente el toro debajo del peto. Allí volvieron a darle leña para que no pasara frío. El animal se dolió de los palos y en banderillas cortaba el viaje por el pitón derecho. Este defecto apareció en varios momentos durante la faena de muleta, a lo que colaboró la falta de mando y dominio del confirmante. no obstante, por ese lado el Cuadri acudía bien al engaño. No le templó nunca, se limitaba a acompañar, sin bajarle la mano, se le fue poniendo cada vez más complicado. A todo esto, la única respuesta de Venegas fue el intentar que el toro se pegase los pases solo, pero claro, eso no pasó. En realidad el animal se le fue sin torear.

El segundo lo recibió Javier Castaño con una sarta de magníficos mantazos, mientras el animal parecía tomar bien las telas, aunque dando muestras de flojedad. Se fue suelto al caballo, sin que el matador fuera capaz de sujetarle y ponerle en suerte correctamente, no rehuyendo la pelea. En el segundo puyazo lo abandonaron entre las dos rayas del tercio. Allí cabeceó timidamente el peto, sin emplearse. Los en otros días espectaculares banderilleros de la cuadrilla de Castaño no estuvieron a la altura de lo esperado, si acaso se salvó más en este tercio Fernando Sánchez. El salmantino tomó la muleta y desde el primer instante no paró de levantarle la mano al final de cada trapazo al Cuadri. Estirando mucho el brazo, dejando que se la tocara a cada momento, muy vulgar y sin saber hacerse con el animal. El bajonazo soltando la muleta fue una imagen que resumía mucho de lo sucedido.

El tercer espada fue Iván García, aquella promesa que tanto gustaba al público de hace unos años. Mucho capotazo de recibo, quizá por no saber como quitárselo de encima. En el primer tercio bastante tenía con que el toro se parara en un punto al que llegara el caballo, allá dónde pillara. De cerca en la primera vara, fijo y tapándole la salida. En la segunda se repuchó y cabeceó defendiéndose. En banderillas apretó bastante por el lado derecho. La labor con la pañosa fue una sucesión de mantazos sin parar quieto un instante, con muchas dudas a la hora de decidir por dónde entrarle al toro. Pico y banderazos, sin bajar nunca la mano, que unido a la poca condición del Cuadri convertía aquello en un trasteo imposible.

Volvió Castaño con el cuarto, que sacó astillas de un burladero. Seguía bien el capote que el espada manejaba como una manta. De cerca en la primera vara, mal colocado, haciéndole la carioca. En la segunda le pusieron desde más lejos para simplemente dejarse, mientras le castigaban desde el caballo. Se le volvió a poner una vez más, pero el toro no quería ya más palo, ya le bastaba con lo que llevaba. Se le pareó demasiado cerrado en tablas, destacando el tercer par, de Fernando Sánchez, aguantando que esperara mucho. Mucho trapazo alargando el brazo y desaprovechando las buenas embestidas por ambos pitones. Muchas dudas del salmantino y banderazos como si fuera un guardiamarina. Si sería potable el toro, que hasta dos intrépidos antis se echaron al ruedo. No creo que fuera a pedir una oportunidad, no tenían pinta de ello, ni tampoco parecía que pretendieran “salvarle” la vida al toro, pues el numerito lo montaron cuando Castaño ya había dejado una entera. Pero también puede ser que no se dieran cuenta, pues saltaron por el extremo opuesto del ruedo. Amablemente fueron invitados a abandonar el ruedo por los miembros de las cuadrillas que al fin y al cabo habrían sido los responsables si les hubiera ocurrido algo. ¡Qué cosas! Se tiran para quitarles su pan y encima los tienen que proteger del toro. Insisto, ¡qué cosas!

Iván García iba a cerrar su apática y nada lucida actuación con otra retahíla de capotazos, como en el anterior, lo que hace penar que no tiene demasiado dominio de las telas. En el caballo emplea la famosa suerte del “ahí te quedas” o la versión de “búscate la vida”. Para no ser menos, el de arriba no atina con el palo, marronazo, la carioca y el pica aún buscando dónde poner la puya. Puyazo trasero en la segunda vara y el toro se marcha suelto. Entre medias, capotazos, capotazos y más capotazos, no fuera a ser que le faltara alguno. Trapazos y baile fueron lo más destacable de su trasteo, que a no ser que cambien mucho las cosas, puede ser uno de los pocos que realice en la temporada.


Y terminaba el gran día de Venegas, el día de la confirmación, con un toro que pedía ser lidiado y toreado con mando e imponiéndole el temple que calmara esas embestidas que parecían un vendaval. La lidia no pudo ser peor. Un caballo que se frenaba en cuanto notaba que se movía el estribo de la derecha, el picador agarrotado, quizá por lo que le imponía el Cuadri. Este derribó en el primer encuentro, tras el caos en el ruedo, intentó llevarlo al reserva, pero al final lo estamparon de cerca contra el peto en terrenos del seis. Al coger la muleta Venegas se limitaba a apartarla ante las arrancadas que no era capaz de dominar lo más mínimo. Trallazos, más trallazos, enganchones, desarmes y aunque había quien jaleaba este despropósito, lo único que hacían era alimentar la ilusión de que podía. Pero los signos parecían decir lo contrario. ¿Cuál fue la sensación generalizada? Pues de decepción. Cual fue la de algunos, entre los que me incluyo, que se les fueron toros sin torear, que nos empeñamos en aplicar la receta de los Domecq a todo bicho con cuernos, pero que la realidad es más terca que el ánimo de los aficionados, toreros y demás personas que se acercan a esto del toro. Que complicado es esto del toro, tanto que no podemos por más que gritar a los cuatro vientos ¡Viva Domecq y la normalización!

lunes, 2 de junio de 2014

Tutorial de la suerte suprema

El software toros estuvo muy bloqueado y por más que se pulsaran las teclas, los resultados no resultaban optimizados


Para ejecutar correctamente la suerte suprema en el toreo se precisa de varios comandos, que deberán ser activados de forma sucesiva, para garantizar el éxito de la operación. Si usted es usuario del sistema operativo Toreo Clásico podrá seguir este tutorial paso a paso sin problemas. En cambio, si su sistema es el de la Tauromaquia 2.0, tendrá que desinstalar este e instalar el anterior, ya que pueden darse serios problemas de incompatibilidad. En primer lugar, aparte de la consabida muleta, espada y toro, este último imprescindible, como el estoque; hay algunos sistemas libres que prescinden de la muleta, pero no es recomendable, pues puede dañar piezas esenciales de su equipo y problemas que no se solucionaran con reiniciar el equipo.

Para entender más fácilmente el proceso, les vamos a poner un ejemplo práctico en el que se podrá ver cada paso con claridad. Tomemos la estocada al quinto toro de la tarde del 1 de mayo de 2014 del diestro Alberto Aguilar. Anteriormente el torero había realizado una faena de muleta a base de mantazos y pases empalmados, más acompañando la embestida del elemento toro, que dominando esta, para así evitar posibles problemas como que el animal le levantara del suelo de forma violenta y peligrosa. Su función muletera prosiguió con más abuso del pico, carreras para recuperar el sitio, naturales muy acelerados, sin temple y sin rematarlos, quizá demasiado atacado, lo que podía provocar daños importantes. Llegado al final del proceso, Alberto Aguilar se dispuso una vez a cuadrar al elemento toro, para así realizar dicha suerte suprema. Afortunadamente desistió al comprobar que la posición de las manos de animal no era la mejor para ejecutar el comando estocada. El toro finalmente las juntó a la misma altura y entonces el diestro consideró oportuno iniciar la suerte suprema. Se perfiló con la espada apoyada en el corazón, contrajo el brazo izquierdo que soportaba la muleta y de un movimiento preciso, sin violencia, se la metió al hocico del toro, como si se la diera a comer. En ese preciso instante, este hizo por ella, dejando al descubierto el área llamado hoyo de las agujas, circunstancia que aprovecho Aguilar para meter la mano empujando la espada, dejando una estocada en todo lo alto y que hizo que el de Montealto rodara. Cabe destacar la lentitud y precisión con que se llevó a cabo el proceso, consiguiendo una ejecución casi perfecta de la suerte, huyendo de esos movimientos rápidos y poco vistosos, así como las imprecisiones habituales en la colocación del acero. Y todo este párrafo para explicar como se ejecuta a ley la suerte de matar.

Si aquí finalizara este tutorial tampoco pasaría nada pues todo lo demás fueron procesos infectados por virus informáticos. Lo del ganado de Montealto, Julio de la Puerta, para remendar la corrida y luego con un sobrero y otro del Ventorrillo, fue la historia de unos marmolillos infumables que no se meneaban ni coleados por cinco monosabios, y esto no es una expresión más o menos afortunada, es la realidad de algo sucedido en el ruedo venteño. Don pedro.gutierrez@elcapea.puff capoteó mecánicamente y acelerado a sus dos toros, los de Julio de la Puerta, sin ser capaz de llevar mínimamente la lidia de ambos, que no fueron ni regañados en el caballo. El primero se lió a cornear el peto y el segundo con aguantar de pie o levantarse de sus derrumbes tenía más que de sobra. Sobre su actividad en el último tercio es idéntica en ambos casos, idéntica a lo realizado otras tardes, idéntica a lo de otros años; vulgaridad, retorcimientos, pico, lejanías y mucho pase acompañando, que no toreando. Este es uno de eos programas que uno se compra o piratea y al cabo del tiempo no entiende por qué lo tiene en su equipo. Misterios de la informática y de Taurodelta Softwere.

Aparte de la gran estocada ya descrita en el presente tutorial, Alberto Aguilar no ha desarrollado ninguna función digna de archivar en el disco duro de su equipo. Capotazos desabridos al primero que buscaba refugio en toriles, o en su defecto en las tablas. Se durmió en el peto mientras le hacían la carioca y gracias a esa extendida costumbre de los picadores de no apretar el comando palo, derribo al caballo con gran riesgo para el jinete, que pudo recibir el golpetazo del caballo sobre él. Con la montura en el suelo, el toro se enceló sin que los de luces fueran capaces de sacarlo de ahí. Incapaces por no habilitar la función “échale h…”, “un capote en la cara” o “estemos atentos al quite y no jugando a los chinos con el alguacilillo”. Inmediatamente se puso en acción el antivirus “los monosabios coleando al toro”, llegando a ser hasta cuatro o cinco a la vez. Esto es algo que se debe evitar, pues este antivirus es pirata, los monos a lo suyo y no a hacer quites, ni a colear, aunque siempre hay quien aplaude este cortafuegos y nadie que lo censure. Pero claro, si matadores y peones antes de hacer el quite tiene que reiniciarse, pues estamos apañados, nos quedamos sin el periférico caballo y picador. La segunda vara fue en el reserva, mientras el respetable estaba enciscado con el lío del caballo y los monos. En la faena de muleta Alberto Aguilar nada pudo hacer con el toro, que se quedó parado, paradísimo. Una buena estocada, pero no apropiada para centrar en ella ningún tutorial. Previamente a lo narrado en los párrafos iniciales, el diestro se limitó a dejar a su segundo vagar suelto por el ruedo y este fue al caballo para que no le picaran prácticamente, a riesgo de desmoronarse contra el suelo.


www.Sebastián.Ritter suplía a Paco Ureña y vistos los resultados, se ha salido perdiendo. Pocos usuarios entendían esa sustitución para el colombiano y en este momento la entenderán muchísimo menos. A su primero, un inválido del Ventorrillo al que ni se picó, le sacudió mantazos a dos manos, con el capote, y c a una, con la muleta. Daba lo mismo la falta de fuerzas, el temple era sustituido por la actualización del trapazo acompañando. En su segundo, que en el caballo pegaba cabezazos al peto en paralelo y solo con el pitón izquierdo. Con la muleta se hartó a pegar trallazos, a darle aire al animal que entraba igual que lo hacen los borricos botijeros, pero a causa de ese mal uso del engaño, el toro se fue poniendo cada vez más complicado y más complicado y más complic… (reset). Sus embestidas eran un arreón inicial y al ver que escapaba la presa medio se paraba y salía con la cara a media altura. Una media atravesada saliéndose una barbaridad de la suerte, por no seguir el tutorial que le precedió unos minutos antes, y un rosario de descabellos de todas formas, maneras y posturas que resultaban ineficaces. Así sonó un aviso, un segundo y el tercero, para que en ese momento atinara el colombiano con el verduguillo. Pero ya no había lugar para cancelar, ni para deshacer, ni para delete (borrar). Pero cuidado no confundir las teclas y presione la tecla Supr. y elimine “Tutorial de la suerte suprema”.