¿Se acuerdan de Morante toreando con el capote? |
Morante es un torero que cuando hace el toreo se pasea por
los barrios de lo sublime; ¿alguien es capaz de negar esto? Yo no, desde luego.
Pero ya digo, cuando hace el toreo. Yo hace muchos años que no he gozado de ese
privilegio, creo que de las últimas veces fue aquel año en que andaba de la
mano de Rafael de Paula, cuando lo que le interesaba era precisamente eso, el
toreo. Luego he tenido la sensación de verle entrar en un túnel muy luminoso,
pero sin la luz del sol, con una tremenda algarabía y alboroto de gozo, pero
sin aficionados que lo provocaran. Y con un aire de gloria y divinidad sin
ningún dios que lo justificara, sin que nuestro dios de la tauromaquia, el
toro, estuviera presente. Ni tan siquiera se le presentía.
Pero lo que tiene Morante de la Puebla es que se ha agarrado
a lo de ser artista, antes que a ser matador de toros, ha subvertido los
fundamentos del torero. Y de la misma forma ha proyectado esta idea sobre la
Fiesta; para él la Tauromaquia es primero arte y luego todo lo demás, restando
el valor intrínseco que esta posee en si misma. Precisamente la grandeza de
todo esto reside en el dominio de un animal pleno de fiereza y que acomete con
violencia. En que un hombre es capaz de ir canalizando tal violencia por
caminos de armonía, con la fuerza de la inteligencia, llegando en algunos
momentos a alcanzar tal belleza que propicia el nacimiento del arte. Un
trayecto que no se puede transitar en sentido opuesto, pues entonces es cuando
puede asomar la pantomima, con la inestimable colaboración del fraude y la
mentira.
Reitero la admiración que un día tuve a Morante de la
Puebla. Ahora simplemente es el respeto del que porta coleta, pero sin
pasiones, porque estas o se las llama con muchas ganas o ni hacen amago de
asomar. Quizá por todas estas sombras que algunos creemos vislumbrar, es por lo
que el sevillano sentencia de la manera que lo hace. Me recordaban en estos
días unas palabras suyas acerca de su incomodidad en la plaza de Madrid. No se
refería en este caso a ese público malote que incordia a los mentirosos;
primero hablaba del toro, siempre exageradamente grande, por supuesto, ese con
el que el arte es imposible. ¡Qué cosas! No recuerdo nada serio de Morante de
la Puebla desde que frecuenta el borreguillo, ese animalejo chico, cómodo y
colaborador que exigen él y sus colegas de francachelas neotaurinas, pero en
cambio no se ha borrado aquel toreo de capote de hace ya mucho, hecho
precisamente a un toro, no a un elefante, ni al borreguito feliz, a un toro.
Aquellos quites que cimentaron definitivamente su fama de figura, artista y
esperanza cierta para el aficionado.
A partir de aquella feria de San Isidro, Morante creció más
y más. Que si lo del puro, que el cafelito intratoro, que si los caracolillos
pescueceros, las exageradas pañoletas y esa pose de torero de Teófilo Gautier. Ahora
el gran inconveniente es el ruedo de Madrid ¡Me cachis! Y que no hay manera de
solucionar el problema, su problema. El suyo y el de esta panda de fenómenos
que con tan poca resignación sufrimos a diario. Resulta que nadie había caído
hasta ahora en el agujero negro que es la arena de Madrid. Primero su amplitud.
¡Gran problema! Y aquí no hay ironía que valga, pues en verdad este es un
factor que trae por la calle de la amargura a la torería. Que le acortaban diez
metros por cada extremo de su diámetro y tan panchos. Que no digo yo que no sería
mala idea, pues así se podrían instalar muchos más burladeros en el callejón de
las Ventas. Vamos, que ya puestos, hasta una terraza, una sala de fiestas, un
bingo, un túnel de lavado, una tienda de chinos y un Macdonal; y en el espacio
sobrante, un parking Vip. ¿Cómo no va a resultar grande el ruedo de Madrid?
Enorme. ¿Se arreglaría el problema reduciéndolo? En parte y no para todos. Quizá
así se acabaría con esas carreras de los coletudos detrás del toro, pero... ¿no
sería más fácil que aprendieran a fijar al toro y dejarse en paz de mantazos
sin sentido alguno? ¡Ea! Ya le he ahorrado una pasta en obras a la propietaria
de la plaza. El sufrimiento no sería tanto para los toreros, pero lo único que
se conseguiría sería enmascarar una carencia, la falta de capacidad lidiadora
de una gran mayoría de los que visten medias rosas. ¿Y lo de la cuesta?
¡Hombre! Qué esto sorprenda a los visitantes que pisan el ruedo en los
conciertos de Bisbal, pues lo entiendo, pero a un señor matador de toros. Que
todo es según el color del cristal con que se mire. Que lo que para unos es
normal y hasta de cierta utilidad para esos días de agua, para otros es una
pista de salto de esquí. No sé qué tendrá de verdad, pero una vez un torero de
hace años, allí, sobre el terreno afirmaba que en caso de verse perseguidos los
toreros, se aprovechaban de esa pendiente para sacarle ventaja en la huída y
salirse de los terrenos del toro. ¿Verdad? Pues no lo sé, simplemente lo cuento
tal y como lo escuché. Otra cosa es que Morante y sus colegas se vean apurados
con tanta frecuencia como para sentir que la cuesta les pudiera ayudar.
Son tantas las ocurrencias, los inventos y las
incorporaciones de atrezzo en esto del toro, que uno ya no sabe si en algún
momento podrán pensar no solo en que el eje fundamental de todo esto sea el
toro, sino que este sea un elemento a tener mínimamente en cuenta. Por el
momento parece que tendremos que seguir siendo testigos inoperantes y pacientes
de Morante y sus ideas artístico- folklóricas.