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Hasta una verónica nos dejaron ver |
Llegó la tan esperada por algunos, corrida de Adolfo Martín,
que podrá ser calificada de muchas cosas, pero no de buena, ni de bien
presentada, ni encastada, ni dura de patas, tan siquiera, aunque tampoco se
podrá acusar al ganadero de aburrir y provocar el bostezo en el tendido. Pero
esto no es como para sentirse orgulloso. A la corrida le ha faltado muchas
cosas que el ganadero seguro que tendrá en cuenta, no me cabe duda. En casos
como este se pueden tomar dos opciones, la de callar y engrandecer lo que no ha
sido, que es lo que no nos gusta que hagan los triunfalistas de la Tauromaquia
2.0, o decir lo que ha ocurrido de verdad y esperar que sirva de ayuda para que
hierros como este sigan progresando y manteniendo esa lucha con otro tipo de
toro que avergüenza al aficionado y daña notablemente la imagen de la Fiesta.
Descubramos las carencias y colaboremos para que desaparezcan, porque en caso
contrario, las miserias se acabarán comiendo lo bueno, lo mucho bueno, que hay en
el toreo, convirtiendo a aquellas en los cotidiano y habitual; que esto es lo
que justamente está logrando esta tauromaquia inadmisible y mentirosa.
Resulta muy habitual que estos idólatras de la tauromaquia
2.0, los profesionales y los que una, dos o hasta tres veces al año se pasan
por una plaza de toros a merendar, se molesten con las protestas o
inconformidad de cuatro levantiscos y que les quieran imponer el silencio y a
veces también ordenar el modo entusiasmo con situaciones que no tienen un pase.
¿Motivo? Pues que el torero es paisano, que son hooligans de una figura, que
van una vez a los toros y quieren vivir un triunfo, que están con el bocata
liados y no les gusta que les incomoden mientras pastan, que no se concentran
mientras twittean a los colegas sus impresiones del gintonic con virutas de
mortadela flambeada con licor esencia de Don Simón, que no escuchan bien cuando
llaman por teléfono al cuñado para decirle: “Síii, estoy en las Ventas”. Son
muchos los motivos que hacen que les incomode la protesta. Aunque como le ha
ocurrido hoy a servidor, a un joven castigado por la solanera le molestaba que
tomara notas y mucho más que pudieran servirme para escribir en un blog.
¡Caramba!
Pero no han sido estos señores los que han mandado callar a
los subversivos, también lo han hecho Diego Urdiales y Manuel Escribano, pero
eso sí, bendita forma de callarnos; uno porque el toreo te deja mudo y el otro
porque la emoción, el valor y la gallardía del que se siente torero te deja sin
palabras. Urdiales, la pureza, el temple, la profundidad, llevar al toro, en
muy escasa medida, casi no daba ni para un culín de vino, pero algo es algo. Y
Escribano no amilanándose antes las dificultades de un toro, y sabiendo de
sobra lo que allí había y lo que el Adolfo podía darle, no ha dudado en echar
para adelante, sin importarle lo que pudiera venir.
Ya de salida Diego Urdiales parecía dispuesto a borrar el
mal sabor de boca de su última tarde. Desplegó el capote para recibir al de
Adolfo Martín con verónicas, echando el paso atrás, excepto en una, ganándole
terreno al animal, pera acabar rematando en los medios. El toro fue suelto al
caballo, casi no se puede decir que ni al relance, como sin querer, que se
encuentra con el caballo. No atina el de aúpa y el toro se lleva un picotazo, y
eso que casi echa la montura abajo, o para ser más exactos, el caballo a poco
decide echarse al suelo. En la segunda le deja Urdiales con una larga, y el
animal se va despacito y andandito al peto. Igual le rozó el palo, pero no me
atrevería a asegurarlo. Igual le arañó. Parado en banderillas, comenzó el
trasteo el riojano sacándoselo de las tablas por abajo y con un molinete para
rematar. Muletazos de uno en uno, con el toro al que le costaba arrancarse y el
matador que no acababa de dar ese pasito hacia adelante. Derechazos desde la
pala, con el pico de la muleta. Pases sueltos, sin cruzarse y sin tirar del
toro, para acabar muy encimista, arrancando muletazos de de uno en uno, sin
ligazón. Cambia al pitón izquierdo, pero por ahí se le queda todavía más,
natural lento al marmolillo, detalles en los remates y una insistencia en
querer seguir con la derecha, consiguiendo desesperar más que entusiasmar,
demasiado encimista y haciendo que el respetable deseara verle tomar la espada.
Su segundo era una raspa muy cornalona, que dejó clara su flojedad en los
primeros encuentros con los capotes. Se lo sacó Urdiales hacia fuera metiéndole
en el capote. ya en el caballo el animal se lió a pegar cornadas desesperadas
al peto, todas con el pitón derecho. No quería capotes, saliéndose de ellos en
busca de paz. Nueva vara y la misma pelea, esta vez con el pitón izquierdo,
pitón por el que cortaba en las embestidas. Se lo sacó más allá del tercio con
la muleta, con dos derechazos más que aceptables y el de pecho con la
izquierda, embebiendo mucho al toro en la tela. Nueva tanda con uno muy de
verdad y con el tino de comenzar las series con un molinete, lo que hacía que
el toro tomara el engaño con más decisión. Muletazos más al hilo del pitón y el
toro acostándose por ese lado. Por el izquierdo no hubo manera y a partir de
ahí, aunque cambió de mano, ya nada hubo que hacer. La estocada la cobró
tirándose sin reservas detrás de la espada, el único momento en el que el
torero decide si sí o si no. Urdiales es un torero con un gusto y una pureza
fuera de dudas, pero en demasiadas ocasiones da la sensación de no avanzar, de
quedarse atascado, de preferir que el toro se pare, no dejándole la muleta
puesta para poder ligar. Quizá sea más una sensación propia y que alguien podrá
aclararme, pero el caso es que a uno le deja con ganas de un poquito más.
Se apuntó Castella a esta de Adolfo, pero sin saber muy bien
cómo van las cosas con este tipo de toros, con los que no hay que andar dando
trapazos y más trapazos para que pase el tiempo, las cosas se hacen y punto. A
su primera raspita le sacudió el capote en la jeta y en cuanto pudo allá que lo
dejó. Muchas dudas para ponerlo en el caballo y con las dudas, capotazos y
capotazos, para dejarlo en el sitio que estaba o peor, haciendo que el animal
se fuera del sitio. En la primera vara el animal se arrancó esquivando al
caballo, yéndose por el lado opuesto del peto, evitando que se le pudiera
picar. En la segunda más capotazos sin sentido y cuchillada en la paletilla. Se
vuelve a dar la vuelta y no hay manera de clavarle la puya. En la tercera,
tardeando, se arrancó al caballo y se le pudo al menos picar mínimamente. Con
la muleta Castella rondaba y rondaba, pero no sabía si era por aquí o por allí.
Trapazos por abajo con poca decisión. Tanda de derechazos con el pico, para en
seguida acortar las distancias y desplegar su repertorio, el péndulo, muy
encimista y como se dice ahora, vendiéndolo. Otra cosa es que tuviera algo
interesante que mercar. Intenta por el izquierdo, pitón por el que ya cortaba
en banderillas y en cuanto que el animal vio el hueco que el francés dejaba
entre tela y bulto, para allá que se fue. Cambio de mano y haciéndose muy
pesado. Afortunadamente en esta ocasión no tiró a matar en los bajos, lo que es
de agradecer, aunque tras un pinchazo, la estocada definitiva sí que cayó muy
atrás. Al segundo suyo, un toro muy cornalón, le recibió con dos mantazos y se
le marchó, para luego darse la vuelta e ir cediendo terreno hacia los medios,
algo que mejor sería que lo hubiera hecho un peón y a partir de ahí, con el
toro ya fijado, que hubiera ido el maestro a probarlo con su capote. Incapaz
para poner el toro al caballo, capotazos y más capotazos. Bajo el peto solo le
aguantaron el palo sobre el lomo, mientras le tapaban la salida y aunque
mostrando fijeza, el animal se limitó a dejarse y estar allí. La siguiente solo
fue señalada. Ya con la muleta, lo recogió por ambos pitones con la rodilla
flexionada, para rematar la bienvenida con la izquierda. De vuelta a la
diestra, pico y enganchones, con mucha carrerita para recuperar el sitio. Y una
recomendación, si me lo permiten, si están dispuestos a mostrar su desacuerdo
con cosas como estas, tengan en cuenta que puede haber quien esté en plena
merienda o apurando el gintonic y se sienta molestado. Que no lo digo yo para
que se callen, que ya se lo ordenarán ellos, sino para eso, para que sepan que
a estos señores no les gusta que se opine diferente. Pero volviendo a Castella,
siguió encimista, derrochando pases y más pases, sin saber a dónde quería ir a
parar. Esperemos que el año que viene nos lo explique el gran triunfador de
esta feria, el que ha estado presente en el momentos de mayor vergüenza desde
hace mucho, aquella vuelta al ruedo a un manso, aunque en este caso, la culpa
debe recaer casi exclusivamente sobre el señor Cano Seijo, que de momento sigue
presidiendo corridas en esta plaza.
Si he de ser sincero, no esperaba demasiado de Manuel
Escribano, pero me sorprendió y para bien. Se fue a portagayola en su primero,
un gesto o una declaración de intenciones, como se dice ahora, pero que no
acabo de entender, pero ahí ya dejó algo claro, que sabía desenvolverse. El
toro de salida no le hizo caso, pero el torero se recompuso y le dio la larga
al hilo de las tablas, pero sin quedarse perdido en el intento. El animal se
estrelló varias veces contra las tablas, lo que hacía pensar en que podía estar
reparado de la vista. En la primera vara simplemente se dejó, aunque
prácticamente no se le castigó, mientras se le taba la salida. El segundo
puyazo se redujo a un picotazo apenas señalado. Tomó las banderillas el
matador, un numerito poco soportable y de mal gusto casi siempre, pero sin
clavar con una pureza notable, sí se le vio que dejaba llegar mucho al toro y
esa facilidad de parear por ambos pitones. Tanteo con la muleta a una mano por
los dos pitones, con coladas por el pitón derecho incluidas, aparte de que se
le quedaba. Cambió al pitón izquierdo y las coladas eran todavía más
peligrosas. Volvió a portagayola en el sexto y una vez dada la larga, ya en
pie, colada de cuidado por el pitón izquierdo. Poco cuerpo y mucha leña del
Adolfo, que andaba muy suelto por el ruedo. En el primer puyazo le taparon la
salida, el animal empujaba y le pegaron bien en el caballo. Un segundo puyazo
trasero y el animal ya se empezaba a defender bajo el peto, señalándose sin más
la vara. Volvió a tomar Escribano los palos. Dos primeros pares, cada uno por
un pitón y en el tercero, escarbando y esperando mucho por el derecho puso en serios
apuros al matador, que no pudo dejar ningún palo. Pero volvió a la cara del
toro y le dejó un par por el otro pitón, aseado y sin mítines. El pitón derecho
era para enmarcar, no había por dónde meterle mano por ese lado. Se echó la
muleta a la izquierda, por ahí apretaba, la cosa se ponía fea, vuelta con la
derecha, a nada se le colaba por ahí, naturales tragando quina, aguantando, el
toro se quedaba debajo del matador a mitad del viaje, pero Escribano con mucha
decisión le va arrancando los muletazos por ese imposible pitón derecho.
Naturales a pies juntos a fuerza de tesón y de exponer, para acabar con una
casi entera, tras aguantar el arreón final del Adolfo. Se le concedió una oreja
que aunque no se hubiera pedido, no se podía protestar, porque en el toreo no
todo es arte y composturas; si hay verdad, en el toreo caben muchas
interpretaciones, pero con el toro y con la verdad. Escribano nos dejó sin
palabras, pero sin mandar callar a nadie, que eso es de muy mal gusto, represor
y sobre todo estúpido. Aunque siempre estará presente esa absurda aspiración de
los mediocres, para que se callen los que protestan.