martes, 26 de febrero de 2019

Doña Manolita cerrará los carteles de San Isidro


El domingo, conmigo, en Madrid. Este no necesitaba bombos para demostrar que era el primero de todos

Una vez iniciado el proceso de transferencias de la gestión de la plaza de toros de Madrid al Negociado de Azar, Rifas y Loterías, se confirma que tras los resultados arrojados por el bombo del señor Casas, don Simón, será la celebérrima lotera doña Manolita quien cierre el grueso de los carteles isidriles. La verdad es que las gestiones han sido más que arduas, pues en un principio esta especialista en el azar no se veía en condiciones de superar los resultados de la primera rifa de San Isidro 2019. La buena de Manolita creyó que tendría confeccionar unos carteles arrojándose a los brazos de la suerte, de la diosa Fortuna, y que el resultado tendría que ser casi idéntico a lo que sucedería si estos fueran confeccionados por el señor Casas, don Simón y siguiendo el gusto y caprichos de los taurinos.

Doña Manolita no lo veía claro, pues ella no ha trabajado nunca ni con bolas calientes, ni con nada parecido, ella simplemente vendía décimos y luego, al que Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Pero claro, si ahora nos metemos en que a las figuras no les pueden Tovar ni Rehuelgas, ni Valdellanes, ni Cuadris, ni muchísimo menos Saltillos, la cosa se complica. Pero cuidado, que esto no para ahí, que además hay que evitar por todos los medios que en las dulzonas entren los desheredados del toreo. En esas solo se pueden anunciar a lo más chic de los coletudos. Si acaso algún jovencito carita guapa, pero nada más; que si salen ranas se les aparta con elegancia y delicadeza, así como haciendo ver que los pobres chicos no pueden codearse con las divinidades terrenales de la Tauromaquia.

Que claro, doña Manolita no quiere pasar por lo que le está tocando vivir al incauto que se presto a sacar las bolas en el primer bombo, el güeno, que va, saca la de Adolfo y resulta que casa con la de Roca Rey. ¡Lástima! Con el calor que hace a mediodía en el Sahel y el frío que pela de por las noches. Y cómo la cosa fue tan rápida, no le dio tiempo ni a coger una rebequita ni nada. Si hasta se bebe con gusto una caja de San Miguel 0’0; cómo estará el pobre. Con la alegría que se llevaron en casa cuando se enteraron de que el señor Casas, don Simón, le iba a hacer fijo. Y, claro, viendo lo de este hombre, doña Manolita dice que nanay pero, claro, o acepta o le cierran el chiringuito de Sol, que es lo que a ella de verdad le da de comer. Que, además, ella lo de las sin alcohol tampoco lo acaba de ver. Que claro, en un principio, cuando el señor Casas, don Simón y el resto de taurinos le quisieron endilgar el mochuelo, ellos no paraban de decir que no pasaba nada, que era lo de siempre, que solo tenía que ser la cuestión como toda la vida de Dios pero, claro, la buena señora entendió que lo de siempre era sacar números, sacar premios y pa’lante, y nunca imaginó que era el resultado lo que tenía que ser “como siempre”. Que a ver quien iguala eso, que ya tiene mérito que desde hace años nada cambie y ahora con la rifa, todo siga sin cambiar.

Que estaba doña Manolita violenta, porque parece que los hay que no se apuntan ni a bombo. Ni a bombas, ni bombardeos, porque dicen que ellos no están para sortearse, que eso para los quintos de reemplazo, que  ellos ya gastan una categoría, un caché y que nanay de sorteos. Pero ya le han dicho que no se haga mala sangre, que la realidad no es que se rajen por el bombo, que estos ya venían con la idea metida en la cabeza, que si se ausentaban de Madrid no iba a ser por los bombos, quizá más bien por no llegar a un acuerdo con el señor Casas, don Simón; pero siempre es bueno que haya niños pequeños o bombos a los que echar las culpas.  Que peso más grande se le quitó de encima a doña Manolita, no lo sabe usted bien. Que ya pensaba la pobre que era por una mala palabra o una mala mirada suya, pero naaaah. Si las ausencias ya estaban más que sabidas.

Pero con ese no querer hablar por no ofender de esta buena mujer, va y cae en la cuenta de que hay otros muchos muchachos que siempre tienen que tragar con lo más duro y que igual ya sería la hora de que fueran un poquito más desahogados, ¿no? Pero, ¡quita! Si esos con estar ya van más felices que la mar, si con esos no hay que tener miramientos, esos son más duros que unos zapatos de Segarra, que no los rompía ni un crío en mil recreos. A esos les cuadran hasta los que no pueden cuadrar a nadie. Pero, ¿cómo es que no se apuntaron ellos también al bombo, si tan necesitados estaban? Curioso, ¿no? Ya saben, sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas y por el momento Doña Manolita cerrará los carteles de San Isidro.

Enlace programa Tendido de Sol del 24 de febrero de 2019:

martes, 19 de febrero de 2019

Juan Pedro Domeeecq, miiiil euuuros


¿Se lo imaginan en el bombo? Yo no.

Señoras y señores, damas y caballeros, niños y niñas, que va a haber bombo. Que esperemos que con más garbo y salero que en otoño, que esta vez llamen a los niños de San Ildefonso y con un bombo enorme, como el de Navidad, sorteen toreros y ganaderías. Que no acudirán esos pintorescos personajes que siempre aderezan el sorteo, pero, ¡qué caramba! Como si en los toros no tuviéramos elementos de una vez. Que ya me imagino yo a los señores todos repinaos, engominados hasta los pelos de orejas y narices, con su sahariana beige salpicada de lamparones, discretos, pero lamparones de las bravas que se han tomado un ratito antes de acudir al acto. O ese con la parpusa bien cubierta de pines con divisas, torerillos de zinc, banderitas patrias y algún que otro “orgulloso de ser taurino”, dando sombra a una camisa con los puños rosa capote de brega, que para el tráfico para cruzar la calle de Alcalá, pensando los coches que son un aviso de “peligro, obras”. Y esas señoras y señores, con una edad y hasta dos y tres edades cada uno, que no se pierden una y menos si es gratis. Los afisionaos con su libreta para apuntar y ser los primeros en twittear el resultado, los que te saludan con el “me alegro verte” y por supuesto, el capo taurinieri, el señor Casas, don Simón, que ese día y especialmente por la trascendencia del acto, tampoco fue a la peluquería. Que en lugar de hacer el sorteo en el patio del desolladero o en el de caballos, van a tener que hacerlo en la Puerta del Sol, y aún faltará sitio.

Ya se conocen las ganaderías, nada que se pueda salir de carril habitual de lo que están dispuestas a torear las figuras. Que es como si a un golosón le dan a elegir entre un Miguelito de la Roda, un bombón, un tocinillo de cielo o una miloja de merengue; no hace ascos a nada y si no fuera por lo de la línea, probaba de todo, si lo pagan bien. Que habrá ganaderías que buscando, buscando, puedan montar una corrida que le amargue la cena al más pintado, pero si los acartelados son los que todos imaginamos, no esperemos sorpresas. Que sí, que igual en otro momento algún que otro hierro podían poner de los nervios a las figuras y a los gladiadores de siempre, pero en esta ocasión no vamos a poner en apuros a los espadas, ¿no creen?

Y ahora hay que llenar de bolas el otro bombo, el de los premios, perdón, el de los toreros y resulta que en un ataque de locura, los primeros que se apuntan son los que están bajo en manto simoniaco del señor Casas, don Simón. Que lo estoy viendo, que en un arranque de vaya usted a saber qué, sin decirle nada a su apoderado, se han apuntado al bombo Ureña y Castella. Que está muy bien, no vayamos ahora a decir lo contrario, pero que igual también algo ayudan a su representante, que si no, lo mismo se quedaba demasiado al descubierto. Luego fue Ginés Marín e incluso ya suena algún nombre más que se apuntan al rasca y gana del francés, pero lo que ha acabado de quitar credibilidad, si es que le quedaba algo, a esto del bombo, es que el señor Ponce se ha apuntado al numerito. Si Ponce se adhiere, es que la cosa está mucho más amarrada de lo que podíamos pensar. Esta es la prueba del algodón de que esto no hay por dónde cogerlo.

Que me consta que esto de la rifa de Las Ventas despierta no sé si más expectación que morbo o más morbo que expectación, pero la fórmula sigue sin convencerme. Que en el deporte está muy bien, que el sorteo te puede emparejar a los dos máximos rivales en semifinales y si no, igual se encuentran en la final, en un duelo por todo lo alto, pero es que en esto de los toros, si los señores empresarios actúan como tales y no como niños de San Ildefonso, pueden ofrecernos todas las finales que quieran y puedan pagar. Y si son espabilados y no les importa que se quiebre el  compadreo con los toreros, hasta pueden enfrentar a los figurones entre sí o lo que resulta más estimulante, hacerles alternar con los que quieren abrirse camino y con ganado no habitual. Y si no, díganme ustedes con cuál se quedan, con la de Garcigrande con Juli, que se ha borrado, Perera, que también se ha apuntado, y Castella, que entra por el bombo o la de Fuente Ymbro para el Juli, Urdiales y Chacón, por la gracia del señor del empresario. Yo sin dudarlo, le pego una patada al bombo que le hago rodar del desolladero a la M-30 en un abrir y cerrar de ojos. Que luego, si me quiero dormir con el soniquete, ya le pediré a los niños de San Ildefonso, los de la Lotería, que me canten lo de Juan Pedro Domeeecq, miiiil euuuros.

Enlace programa Tendido de Sol del 17 de febrero de 2019:

martes, 12 de febrero de 2019

Criogenizado a vegano en el 2185




La verdad es que en su momento no lo veía del todo claro, los médicos me dieron seis meses de vida, justo en ese momento en el que me llovió el dinero del cielo, como decían en mis tiempos, tenía el dinero por castigo. Para que se hagan una idea, en aquellos días el salario mínimo interprofesional no aupaba ni a los mil euros, que era la moneda en curso entonces, y a mi un juego de azar me puso 32 millones por delante, así, un billete detrás de otro. No me daba tiempo a gastarlo, ni tirándolo por la ventana. Me aboné a todo el tendido 8 de la plaza de Madrid, para invitar todos los días a todas mis amistades, durante toda la feria del santo, que por entonces era San Isidro. Y quizá sus abuelos les habrán hablado sobre esto de las ferias, de los toros. Era algo parecido a eso que llaman ahora “Tauromaquia Artist Encoded & Dancing”, pero en lugar de utilizar un dron de la generación X24KWW, con el que bailan los actuantes mientras pasa debajo de las telas que estos agitan, había un toro, que iba y venía haciendo prácticamente lo mismo. Incluso se podía programar, pero sin chips, ni cosas parecidas, por dónde iría este ente taurino. Quizá lo más chocante para estas generaciones es que a ese animal se le picaba con un palo que portaba un señor subido en un caballo, otros le clavaban seis palos, las banderillas, que no eran banderas de pequeño tamaño, y tras mostrarle unos trapos rojos y juguetear con él, se le sacrificaba en la arena. Luego el personal consumía la carne del toro y hasta había quién corría para comer el rabo de este.

Fue una gran feria, me pude despedir de todos mis amigos, contraté camareros, un catering que servía a todo el mundo mientras se esperaba a que saliera el toro siguiente y hasta se llegó a interrumpir el espectáculo a la espera de que todos mis invitados se saciaran. Llegué a adquirir cierta fama entre los aficionados a esto que se llamaba por aquel entonces, los toros, aunque ya empezaba a gozar de bastante aceptación el término “tauromaquia”. La gente ya me conocía como el “aficionado finito” “el del tercer aviso”, “el que se va a cortar la coleta” o “el buñolero de Dios”. Todo muy cívico, comprensivo y evitando recordarme que en nada iba a dejar de fumar. Pero, ¡caramba! Una tarde viendo un programa de difusión científica de entonces, “Sálvame”, vi la solución a todos mis males. Por una módica cantidad, al menos para mi en ese momento en el que el dinero era mi gran problema, no por escasez, como era lo habitual, sino porque me podía dar baños de billetes, podía asegurarme un futuro a largo plazo, en un futuro con mejores vistas. Mi felicidad se llamaba criogenización, me congelaban de arriba abajo y cuándo la medicina hubiera encontrado cura a mi mal, me devolvían a la vida y pa’lante. Podía congelarme todo yo o solo el cerebro. Que no era por dinero, sino porque estaba harto de mi chasis, así que decidí que solo me congelaran el cerebro; total, con el disco duro intacto, igual me reimplantaban en un chavalote de veintitantos y con mi experiencia, ¿quién se me iba a resistir?

Pues la medicina ha avanzado hasta límites insospechados, el mundo es el cielo en la tierra, yo tengo un cuerpo joven de 23 años y toda una vida por delante. Al final va a ser verdad eso de que el dinero da la felicidad. Lo que no quiere decir que no haya algún que otro inconveniente. Ya no vivo en Madrid, ahora se llama Madr 22. En lugar de Josema, se me conoce por Rachel. Y este punto no lo voy a aclarar. Pero bueno, pelillos a la mar, que por cierto, tras no sé que líos, el mar llega hasta Honrubia, provincia de Cuenca y Despeñaperros se ha convertido en una zona de bellos acantilados. Quizá el choque más brusco fue cuándo el primer domingo quise tomar el metro e irme a los toros. ¡Qué ganitas! No había metro, ahora hay una especie de píldoras gigantes en las que te metes por un lado y sales por otro al instante y ya estás en tu destino. Por no haber, ni tan siquiera existía la estación de Ventas. La verdad es que la plaza estaba un tanto cambiada, conservaba el arco de la Puerta de Madrid y un puesto de helados que había en la explanada, que ahora expedía una especie de batidos de extraños colores, sobre todo para ser batidos. Entre en la ¿plaza? Una señorita autómata me acompañó hasta mi localidad y hasta me ofreció unos servicios inconfesables en la época de la que yo venía. Una voz que todo lo llenaba anunció que el show iba a dar comienzo. Luces, sonido y hologramas de otros tiempos, toreros paseando en triunfo por la arena, volatines al aire agitando telas, pero sin noticias de que hubiera o fuera a haber un toro. Lo que yo creí el paseíllo era un desfile de impostados personajes en patinetes flotantes. ¡Vaya! Lo que imaginaba, no había caballos de picar, al final lo consiguieron, se cargaron la suerte de varas. Se apagaron los focos, dejando iluminado solo el círculo central. Pero, no había tablas, ni gente en el callejón. Al fin el progreso acabó con los parásitos de la fiesta. Una especie de esfera a pintas blancas y negras emergió de una nube como por arte de magia. El torero, o lo que fuera, le mostró una tela en la que podía leerse “Nautalbus, finde en Marte por 32 klugs”. Y la pancarta empezó a volar por los aires al ritmo de palmas acompasadas de los asistentes, mientras el artefacto iba y venía. No daba crédito. Miré a mi compañero de localidad y entusiasmado llegó a balbucearme algo que interpreté como: Es el mejor, no hay otro igual, un maestro, ¡qué arte! Y que quieran quitarnos algo tan nuestro, tan de nuestras tradiciones. ¿Usted es también aficionado a la tauromasquia o es la primera vez que viene? Usted no es de este cuadrante, ¿verdad? No, yo vengo de lejos, le respondí. Salí fuera a tomar un poco el aire y reponerme del shock. Me acerqué a una de las mil barras en que servían comida. Abrumado, pedí un bocata de jamón y una cerveza, que eso siempre me levantaba el ánimo. Me pusieron una cosa extraña, verdosa, con pintas anarajandas, entre dos… no sé si llamarlo rebanadas, dos cosas de color marrón con rodelas de moho a discreción. Me dirigí a… a lo que parecía un camarero y le dije que qué era esa mi… porquería. Lo que ha pedido el ciudadano, me contestó, jamón puro de brócoli con brotes de acelga y motas de perejil, lo más exquisito de nuestra carta 100% vegana. ¿Esto jamón, esto un bocadillo? Y faltaba lo mejor, la cerveza, una especie de pis caliente, con un tono entre amarillento, verdoso y espuma turbia, que decía ser una cerveza isotónica de algas marinas maduradas en sótano a 33º Pascal. Lo reconozco, alce la voz, le lancé a la cara a aquel elemento lo que había pedido el “ciudadano” y aparte de un sonido estridente y un fogonazo que me cegó, no recuerdo más. Y aquí estoy en una celda esperando que venga alguien que me conozca, algún familiar que responda de mí, pero… ¿dónde estarán mis familiares, mis amigos, alguien que me conozca? Estarán criando malvas hace un siglo. Si levantaran la cabeza se darían la vuelta y seguirían penando entre las ánimas del purgatorio, que en el infierno ya estaba yo, aquí, en un lugar que no sé ni como se llama, en un calabozo, por querer escapar de la tauromasquia, por tirarle a un aparato a la cara una cosa que decían que era jamón. Me han adjudicado un “Iuris consulter”, que lo primero que me soltó fue: ya sabía yo que no era de este cuadrante, se lo noté en seguida. Eso sí, me ha hecho perderme las chicas del ballet del final del show de la tauromasquia, espero que me merezca la pena. Y no cesa de repetir esa memez de que se ha trasmutado de criogenizado a vegano en el 2185.

Programa Tendido de Sol del 10 de febrero de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-10-febrero-de-audios-mp3_rf_32420146_1.html

miércoles, 6 de febrero de 2019

La fábula del bombero, el policía y…


Lo fundamental, lo verdaderamente importante, va antes

Últimamente, de unos años para acá, el mundo de los toros parecía dividirse entre toristas y toreristas, como si el aficionado, el de verdad, pudiera partirse en dos y dejar de entender la integridad de la fiesta. Pero ahora parece que han emergido dos nuevas categorías, bomberos y policías y por favor, no me hagan el chiste fácil de policías y ladrones, tengamos la fiesta en paz. Ni tampoco me vengan con que quién vela por la defensa de los toros es el Bombero Torero, que, por otra parte, quizá sería de los que se dejaran la piel en el intento.

Que eso de ser bombero puede estar bien o mal. Que vale que el bombero no tiene que hacer de policía, pero hombre, es como si los de las Fallas se callan que unos pirotécnicos meten dos bombas nucleares dentro de un ninot, por aquello de darle más repercusión a su falla y para que esta sea conocida en Kuala Lumpur. Y que luego dijeran que lo suyo es apagar incendios, que lo demás es cosa de los señores agentes, guardias, guindillas o picoletos. Que ellos son bomberos, no son ni policías, ni ciudadanos, ni tan siquiera personas con un mínimo de humanidad, que si Valencia entera salta por los aires, allá penas. Y si esto lo trasladamos al toro, la traducción literal del hecho, de esta actitud tan poco comprometida, puede que nos cuente que hay unos señores que solo se preocupan de que su negocio continúe, de la forma que sea, y que eso de la afición, por mínima que esta pueda ser, es ciencia ficción.

Pero lo peor de todo esto, si cabe algo aún peor, es que los que se dicen aficionados están llegando a entender el discurso de estos señores, no de los bomberos, sino de los que supuestamente se han erigido en apagafuegos de la fiesta, siempre que las llamas vengan de fuera, que si los incendios los provoca un amiguete del sistema, pa’lante, y si hace falta, les llevan el fuelle de una fragua, para que eso se avive hasta quemar las nubes. Que ya empezamos a creernos que la amenaza principal es la de tal o cual partido, a los que no hay que perderles el ojo; los antis, que quizá no sean muchos, pero vaya lo que enredan, pero sin depositar toda la carga que les corresponde a los propios taurinos. Estamos llegando a un punto en el que ya se empieza a admitir como mal menor, el que la fiesta de los toros se modifique hasta tal punto, que no la conocería ni la madre que la parió. Que si evitar sangre, que si las corridas sin muerte, que si la suerte de varas, que si… Todo les vale, mientras que siga el show. Ya no sería la fiesta de los toros, pero bueno, al menos esto les permitiría a unos continuar con el negocio y a otros el poder ir una vez al año a merendar con los amiguetes de la peña, se podrían seguir juntando para cenas, tertulias, excursiones al campo, más merendolas y continuar en ese incesante cambalache que tanto gusta, precisamente a los menos aficionados al toro. Que nadie vea en esto una oficina de reparto de carnets de aficionado, pero, ¿qué quieren que piense? Si se admite suprimir el motivo de todo esto, si se admite eliminar de golpe el último instante en que el toro puede luchar por su vida, cara a cara con el torero, entonces hay que reflexionar y mucho sobre la afición de cada uno.

Que puede ser que antes de pensar en los bomberos, los policías y la policía montada del Canadá, tengamos que plantearnos si la fiesta de los toros es ética o no. Si no lo es, fuera con ella, pero no caben modificaciones que la conviertan en algo moralmente adecuado. Fuera y no hay más vueltas. Que si consideramos que en estos tiempos no es adecuado ver como a un toro se le pica en el caballo, se le ponen banderillas y se le mata a estoque, se echa el cierre y todos al cielo por buenas personas, pero no entremos en eso de evolucionar, porque eso es una trampa, precisamente la que usan los que ahora parece que se han hecho bomberos, para continuar en ese camino de acomodar a los que se visten de luces, de que no se sientan molestados, ni amenazados por un animalejo y los otros, los jaleadores, a seguir sacando su tajada. Yo no tengo ningún reparo, ningún cargo de conciencia en afirmar que la fiesta de los toros es un espectáculo en el que muere un animal, el toro y que así debe ser mientras la fiesta siga viva, algo que solo será posible si el toro se hace presente y mientras este no dé lástima, como la da en esa fiesta “evolucionada”, más acorde con los gustos y en la que nos cuentan cosas tan esperpénticas como la fábula del bombero, el policía y…

Enlace programa Tendido de Sol del 3 de febrero de 2019: