domingo, 27 de junio de 2021

Volver, volver, volver, que dos años no es nada

Que vuelvan los toros y el toreo a la plaza de Madrid


Después de vueltas y vueltas por el barrio de Ventas, subida por Bocángel, Pedro Heredia, Marqués de zafra, daba lo mismo la calle, hoy era un día como cualquiera, con una pequeña diferencia, hoy era un día especial, todos volvíamos a casa después de un exilio forzado. Esas calles que han vivido largos meses de pesado sopor, casi pesadillas de abandono, han vuelto a vivir, a respirar a pleno pulmón; las mascarillas no eran obstáculo para que nos llenáramos los pulmones de ganas por volver a vivir una pasión, nuestra gran pasión. Madrid despertaba de nuevo. Tras mítines absurdos y excluyentes, ferias ajenas disfrazadas de isidrada y funciones de toros aquí y allá, Madrid, nuestra madonna, ha abierto sus brazos para recibirnos como las abuelas reciben a los nietos, como las madres recibían a los hijos al volver de la mili, como se abrazan a los niños al salir del colegio enloquecidos contando lo que han hecho en clase. Sí, hoy nos has vuelto a acoger. Has procurado que no se notaran ni restricciones, ni geles, ni mascarillas, porque los tuyos volvían a casa. Dos años y esta plaza nuestra, las Ventas, ha querido que pareciera como si hubiéramos estado la tarde anterior. Como una madre amantísima, quería que nada nos fuera extraño, que todo estuviera tal y cómo lo dejamos en su día. Claro que había extrañas sensaciones, pero ella, nuestra plaza, como siempre, ha querido que nos sintiéramos como en casa, porque ella es nuestra casa, pasen dos, diez o veinte años, que ya se sabe, si veinte años no es nada, ¿Qué son solamente dos? ¡Caramba! Medio suspiro.

Y me van a perdonar, porque tengo que confesar que en algunos momentos, algunos hemos pecado de irresponsabilidad y no hemos podido aguantar el pegarle un abrazo a esos con los que hemos hablado por las redes en estos dos años. Pido perdón y si me lo permiten, una pizca de comprensión. Y los abrazos que han quedado pendientes. Nos mirábamos y cómo tontos solo sabíamos que sonreír y contarnos la satisfacción que suponía el reencuentro. Y es que a veces, aunque riamos como tontos, lo más inteligente es no decir nada, porque esa sonrisa lo dice todo. ¡Estábamos en los toros! Uno en su tendido, otro en su delantera, otro en la grada, otro… daba igual, estábamos en los toros. Que daba igual que con uno o con otro habláramos casi a diario, pero no en día de toros. Y no me pidan que les dé más explicaciones. Llegar a mi sitio, mirar a esa piedra en la que tantas veces se maceraron nuestras grupas. Aquella piedra compartida con tantos que ya no están, aquella piedra a la que me llevó mi maestro, mi guía, el que me enseñó a todo en la vida y por supuesto, no a entender de toros, que eso…, pero me enseñó a entender los toros, como me enseñó a entender la vida.

Pero si de una tarde de toros estamos hablando, habla que hablar de toros, ¿no? Pues esto ya se me hace un poquito más cuesta arriba. Que sí, ya sé que es materia obligada, pero igual si me pongo a intentar hacer una crónica al uso, puede que nos internáramos en unos territorios menos gratos. Era una de Victorino ¿Recuerdan cuándo estos eran garantía de casta, de que el toro se haría presente en cualquiera de sus múltiples matices? Pues sigan haciendo memoria. Los de don Victorino Martín de la actualidad y los de esta tarde en particular, podrían pasar por muchas cosas, pero desde luego que no como ganado encastado y con poder. Si el presidente hubiera estado en lo que se celebraba, igual habría echado tres o cuatro del encierro de vuelta para los corrales. Fea imagen la de un toro de lidia peleando por mantenerse en pie y si encima van herrados con la “A”, para qué más. Cinqueños con estampa, pero con casi nada dentro. Solo dos se podrían salvar de la quema, el cuarto que salió para Manuel Escribano y el quinto, segundo de Sergio Serrano. El primero con poder, un poder que sobrepasó a su matador, un animal que pedía mando, que tenía que torear y que no admitía trapazos, exigía un torero que hiciera el toreo. Iba allá dónde le ponían el trapo y si este se lo dejaban colgando, cabeceaba. Si el trapo corría, él corría, pero claro, el llevarle de aquí para allá no es torear. Eso sí, ese ver a Escribano desbordado, el tener que rectificar los terrenos a cada trapazo daba sensación de peligro en el público, que creyó estar viendo a Cocinero y al Guerra cara a cara. Nada más lejos. Habrá quién viera casta en ese Victorino, pero yo me hago una pregunta: ¿esa supuesta casta habría permitido tantas y tantas perrerías a las que le sometió el sevillano? Pues igual con dos gotitas de casta, aquello habría acabado de una forma mucho más lamentable. Una lidia sin orden alguno, dejando al toro a su aire, si bien es verdad que se arrancó al caballo con alegría en el segundo encuentro, pero, ¡caray! Cómo escapó del penco yéndose suelto. Luego vino una sinfonía de trapazos, banderazos, dándole distancia de inicio, pero si el animal pasa por delante y por detrás, ¡ay cómo pase por detrás! Ahí viene el disloque padre. Lo de las carreras, la tela atravesada, la incapacidad para dominar aquella codicia, el no saber mandar, darle lo que pedía, eso daba lo mismo. Entre trote y trote el espada intentaba cazar un muletazo, uno aquí, otro allí, otro más acá, ahora se me echa encima y me tengo que abrazar al lomo, enganchón va, enganchón viene y entera allí dónde la providencia le diera a entender. Eso sí, el pueblo en libertad pedía la oreja. Que digo yo que igual que hay libertad para pedirla, habría libertad para intentar poner un poquito más de interés en esto del toreo, ¿o no?

El otro potable, si se puede decir así, le correspondió a Sergio Serrano, al que, como a sus compañeros, no se le podía negar la voluntad, aunque no solo de voluntad vive el toreo. Se esmeró en llevarlo al caballo y ponerlo en el sitio, pero claro, a los otros dos matadores nadie les debió decir que en el primer tercio, aunque se esté apartado del caballo no hay que estar venga que me coloco y recoloco el capote. ¡Tate quieto, niño! Lo puso una segunda vez Serrano, dándole distancia. Bueno, ya digo, voluntad no faltaba. Que eso de ponerlo de lejos, y más a un Victorino, anima que no veas. Da un subidón, subidón, que no importa que el animalito no vaya, mire para acá, para allá, los del capote bailando el twist, el toro dando pasitos, pasito a pasito y a dos metros decide arrancarse. El delirio. Eso sí, de castigo no hablamos. Que aunque el de aúpa, Tito Sandoval, mueva el penco, intente torear y ponga todo de su parte para lucir al toro, no quiere decir que este sea ni bravo, ni bueno, ni nada de nada. Luego Sergio Serrano empezó con trallazos por abajo, el toro los tomaba, muletazos por el derecho con el pico a todo lo que daba y en todo momento, pero sin conducir él la embestida. Acompañaba, pero no toreaba, medios pases en línea, acoplándose al paso cansino del animal, pero sin mandar jamás. Por el izquierdo se le quedaba, pero daba igual, pico, pico y de postre más pico. Y el animal saliendo de los trapazos con la cara alta, como si fuera un burro en la noria. Todo un repertorio de destoreo propio de la modernidad y de esas plazas de Dios en las que la diversión se reparte en redomas forradas de enea. Una entera y el de don Victorino buscando la puerta de toriles para doblar. Pero daba lo mismo, el personal entusiasmado aplaudía a rabiar, como si allí se estuviera despidiendo un barrio. Si hasta hubo entusiastas que pedían la vuelta al ruedo a aquel animalito. Luego la oreja, que solo servía para que tardáramos más en irnos a casa a refrescar la campanilla antes de que le dieran el título de lija del tres.

Y Jiménez Fortes, pues en fin, poco que decir. Él aporta más bien poco y si encima le tocan dos flojos animalejos para los que el mantenerse el pie ya era una verdadera hazaña, pues ya me dirán. Eso sí, ni los inválidos, ni los mochuelos descastados impiden al malagueño ponerse pesado y demostrar su incapacidad hasta para cuadrar un toro y despenarlo a él y a los demás evitarnos alargar el tedio. Pero les digo una cosa, al salir, cosas de la vida, algunos salían satisfechos porque había habido despojos y otros, a pesar de todo, porque habíamos vuelto, porque nos había recibido nuestra plaza de nuevo, porque nos había abierto los brazos de par en par y por ese abrazo apretao, apretao. Incluso por permitirnos un poquito de irresponsabilidad para poder encontrarnos con esos con los que tantas veces hemos comentado tardes de tedio y compartido tardes de gloria. Porque hoy pasara lo que pasar, era el día para celebrar el volver, volver, volver, que dos años no es nada

 

martes, 22 de junio de 2021

Madrid, abonados, no abonados y el 50%

El toro va viniendo, va viniendo, pero para esta gente nuca llega


Lo que son las cosas, que la empresa de Madrid, o quién sea, se lían la manta a la cabeza y deciden abrir las puertas de las Ventas. Así, a lo loco, a tumba abierta y que sea lo que la providencia decida. Con una de Victorino, ni más, ni menos. El mayor atractivo posible para claveleros, autodenominados grandes aficionados y público en general. Y de segundas, una de don Victoriano del Río, hierro de garantías muy garantizables. Que no es que servidor esté en contra, ¡Dios me libre! Pero después de año y medio sin toros, uno, llámenme ingenuo, pensaba en Rehuelga, Valdellán, Escolar, Montealto, hasta Ibán, Peñajara, Murteira, Pallarés, Cuadri y tantos y tantos que nos despertaron la ilusión hace tiempo. Que nos valía con hierros que al menos aguantaran puyazo y medio entre toda la corrida. Pero bueno, igual ya estamos pidiendo demasiado, ¿no?

Si se habrán esmerado, que hasta dieron cuatro días de cortesía para que los señores abonados sacaran su entrada. No me digan que no es pa comérselos. Pero cuidado, que las cosas no son como algunos han pretendido hacer ver. Que esto no es un privilegio de esos abonados, es un derecho. Que si fuera un privilegio, igual cabría eso de que los abonados no han respondido ante la magnanimidad de la empresa, o quién sea. Pero es un derecho y los derechos se ejercen o no, que para eso también tienen libertad los abonados. Y toda censura a estos por no haber retirado las 6.000 entradas, suena a querer arrimar el ascua a su sardina por parte de los taurinos, empezando por las sucesivas empresas que han llevado la explotación de la plaza de Madrid, siguiendo por una Comunidad de Madrid que no solo no desmiente los rumores, sino que los incentiva y se apunta a eso de que en las Ventas deje de existir una temporada como hasta el momento. Continuando por los taurinos que manejan el sistema y que quieren copar todo el panorama del toro, sin importarles ni ganaderías que pudieran desaparecer, ni toreros a los que si ya les cuesta tener una oportunidad, sin Madrid sería pura utopía. Y concluyendo por esos verbeneros que solo van a las ferias y no tanto por ver, sino por dejarse ver. Pero claro, si el mundo del toro se hunde, será porque los abonados no han agotado las 6.000 entradas.

Pero esa obligatoriedad de asistir a lo que den, sea lo que sea, no es solo cosa de los taurinos, que hay “aficionaos”, que piensan lo mismo. Esos “aficionaos” que creen que el aficionado o abonado, está obligado a levantarse por la mañana y enterarse de la última ocurrencia de los taurinos en cuestión. Que todo el mundo tiene que desenvolverse en las redes más y mejor que mr. Zuckelberg, el de facebook, y estar al día, al segundo, del último twit, del último post en facebook, de instagram, telegram, tiktok, taktik, tikitaka o tokitoki. Que a ver si nos damos cuenta, a ver si nos enteramos, de que hay mucho abonado de Madrid que, aunque parezca increíble, tienen móvil para hablar con los hijos, los nietos o los del club del mayor o simplemente no tienen necesidad, porque su red social la tienen en torno a ellos, en el parque, en el mercado, en la consulta del médico y como ahora no pueden ir al médico, pues no se enteran de que se abre de nuevo la plaza de Madrid. Porque igual ellos miraban en las marquesinas, en los carteles del metro, de los autobuses de la EMT, en los periódicos o en la tele de la región, esa que también manejan los mismos que deberían gestionar las Ventas. ¡Qué cosas!

Eso sí, también deberíamos reflexionar un poquito y ponernos a echar cuentas, a ver qué conclusiones somos capaces de sacar por nosotros mismos. Porque pensemos, así a vuela pluma, que eran 6.000 entradas, aunque ahora parece, ¡oh, sorpresa! Que el aforo se va a ampliar hasta llegar al 50% del aforo total de la plaza. Pero bueno, a lo que íbamos, sean las 6.000, 12.000 o el 100%, que son unas 23.000 localidades. Que no se llena ni poniendo muchas ganas. Que no hay cristiano que llene la plaza. Que serán las crisis, que serán los gobiernos socialcomunisssstas, que será que los asientos son muy duros, que serán que amanece y el sol sale por el oeste, pero la cuestión es que Madrid, con 4.000.000 de almas y unos 2.000.000 más en el resto de la Comunidad, no es capaz de cubrir ni un cuarto, ni la mitad, ni mucho menos la totalidad del aforo de la plaza de Madrid. Y esto después de meses y meses de abstinencia taurina obligada.

Es para hacérnoslo mirar un poquito. El hecho es que al aficionado y al público de Madrid se la quitado la costumbre de ir a los toros desde hace ya muchos años. Tantos, que los más jóvenes tienen la firme creencia de que en verano nunca ha ido nadie a los toros. Que es verdad que no era lo de San Isidro, por supuesto, pero ni de lejos esta pobreza de asistentes que padecemos hace ya demasiado tiempo. ¿Recuerdan lo de Barcelona? ¿No? Pues hagan memoria y lo mismo les resultan familiares más de dos detallitos. Se empieza devaluando los carteles, quitamos fundamento a la temporada, seguimos solo con “carteles de expectación” pretendemos que la fiesta la sustentes los barcos o autobuses de turistas y acabamos viendo como, entre la indignación sobre todo de los profesionales y taurinos, se echa el cerrojo a una plaza. Que igual tengo que reprochar algo a los aficionados y que me perdonen, pero lo mismo no han hecho llegar sus protestas lo suficientemente alto. ¿Se dan cuenta? Que fácil es echarle la culpa al maestro armero. Que me perdonen por esta broma de mal gusto. Pero no seré yo quién culpe al que paga religiosamente, al que zarandean sin medida y al que además piden, ¡qué digo! Exigen que calle. Punto en boca. Que cuando van las cosas medio regular, a por el público y a despreciar al aficionado, pero cuando se nos tuercen, corriendo a que ese aficionado les eche una mano. Pero igual lo que quieren es esto, que unos tengan mala conciencia por no poder hacer todavía más de lo que hacen y que mientras ellos urden, traman y planean acabar con lo que sea para mantener su bolsa a salvo, los demás nos entretengamos con largas conversaciones sobre Madrid, abonados, no abonados y el 50%.

viernes, 18 de junio de 2021

Quién no esté de acuerdo, que se vaya

Si quisieron echarle a él, no van a querer echar a otros


Es algo que no es nuevo, pero ahora parece que se intensifica eso de que el que no esté de acuerdo, que se vaya, al que no le guste, que no venga y si acaso, te dan la oportunidad de bajar tú, de hacerte ganadero tú, de ponerte a vender helados tú, de alicatarte la cocina tú, de fabricarte un coche tú, de hacerte los muebles… ah, no, que esto ya pasa. Y el que no esté dispuesto a aplaudir como una foca en el circo, que se vaya. Que al final es lo que esta gente quiere, focas en los tendidos. Palmotear y palmotear sin rechistar; bueno, sin rechistar no, que nos permiten hacer oink, oink, pero sin acritud, eso sí. Los taurinos solo son capaces de ofrecer una opción: la salida. Hay que excluir a todo quisque, hay que apartar a todo aquel que no trague ruedas de molino, pero de las gordas.

Un sector se ha apoderado de esto, se ha creído que esto de los toros es suyo y cómo los críos consentidos, como el balón es suyo, se creen con derecho a quitar o poner a quién se les ponga en el moño. ¿No somos ya suficientemente pocos como para ser cada vez menos? ¿Es que esto está tan boyante que nos podemos permitir enmudecer las voces que difieren un tantito así de la línea oficial? Pero no nos engañemos y no pensemos solo en los que manejan esto, que si miramos al otro lado de la calle, con tan solo cruzarnos a la otra acera, supuestamente la de los aficionados, también hay excluyentes profesionales, también están los que marcan la línea a seguir y si no estás de acuerdo o no te adhieres a sus pensamientos, te invitan a que tomes la puerta, te vayas y la dejes bien cerradita para evitar corrientes, que ya se sabe, que las corrientes son muy malas. Que los argumentos de unos y otros no son los mismos, pero tienen la misma intención, que te vayas, que te sientas aislado, que te creas un bicho raro.

Unos han llegado a un nivel tal de degradación que lo mismo se rompen el alma y las manos para aplaudir a un señor al que le suenan los tres avisos y sigue dale que dale con el verduguillo, sin atender ni pitos, ni clarines, ni señales desde la barrera, ni una fanfarria de la corte celestial atronando los oídos de los justos. Que será que el fulano en cuestión no es justo y por eso no se enteraba. Igual que no eran justos los voceros del régimen, que confundían los clarines con vaya usted a saber qué. Que la sordera no es culposa, pero el querer cambiar la realidad por la mentira por el simple hecho de que un caballerete no pareciera lo que era, bonito, lo que se dice bonito, no es. Pero esta gente está muy bien preparada. Si lo estará, que a cada atropello, a cada aberración y a cada insulto a la integridad de los toros, responden con una excusa que ofendería hasta a un niño de cuatro años. Que si el descabellar desde el burladero es una genialidad más, que si el abandonar hierros casi extinguidos es el mercado, que si el subirse por los tendidos exigiendo trofeos o indultos es cosa de engrandecer no sé qué cosa que dicen ellos, que si el hacer de la trampa un método es sabiduría, magisterio y bla, bla, bla, bla, bla, bla.

Que ya digo que esto no colaría ni para un niño de cuatro años, pero claro, si nos ponemos en posición tal que así, dispuestos a tragar carros, carretas, ruedas de molino y cualquier cosa que usted esté imaginando, pues no solo colará, sino que los habrá que formulen magníficas coartadas con apariencia de razones lógicas y evidentes. Que lo mismo te admiten que esto no da para más, que la cuadratura del círculo taurino depende de que el círculo sea un poco cuadrado y el cuadrado un poco circular, que es que tal o cuál es muy buena gente, que un día se lo encontraron en una charcutería y pidió la vez como todo hijo de vecino. Y el que no quiera ver tanta bondad y tanta capacidad es que es un malaje y, ¿qué tiene que hacer? Que se vaya.

Y venga a echar gente y a echar gente y que no paremos de echar gente. Que igual se piensan que están seleccionando, pero no, esto no es hacer selección de lo bueno, esto es quedarse solo, cansar a la gente y obligarles a que respondan con un ahí te quedas. Que a nadie se le escapa que esto de los toros cada vez está más alejado de la vida social, que hasta el escuchar a un presentador de radio o televisión hacer referencia a algo taurino con toda idea es para celebrarlo con pompa y circunstancia. Y de los que aún aguantan en esto de los toros, no se empeñen en empujarles y empujarles hasta el punto de hacerles sentir que esto ya no va con ellos. Escuchen a todos, incluidos a los que no se interesan por este mundo. Entérense por qué esto no les atrae, si conocen aunque sea de refilón algo del toro; y de los que están dentro, escúchenles, intenten saber de sus gustos, sus pasiones, sus anhelos en todo lo que tenga que ver con el toro. Más comunicarse y menos aislarse, aunque crean que son ustedes los que excluyen. No se queden solos en el desierto. Pero seguro que no están por la labor y no solo no cambiarán de idea, sino que insistirán e insistirán en tan nefasta idea de que quién no esté de acuerdo, que se vaya.

Enlace al archivo de programas  de Tendido de Sol:

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