Algún toro hubo que esperaba un torero que le dominara y pudiera, pero a esas alturas Fandiño ya había decidido hacer mutis por el foro |
Pocas veces se habrá montado un espectáculo taurino con más
mimo y cuidando detalles que a muchos pasarían inadvertidos; convertir la
expectación en un lleno, primero con la venta masiva de todo el sol y luego la
más escalonada de la sombra; dando difusión a los pensamientos del torero ante
tal compromiso; la permanente presencia en las redes; hasta se repartían
pañuelos blancos antes de entrar a la plaza, no fuera a ser que las orejas no
fueran cayendo a pares, simplemente porque el respetable no tuviera tan valiosa
arma en su poder. Hasta los toros tuvieron que pasar un concienzudo casting
antes de lucir sus carnes en el ruedo de Las Ventas, justo en la primera del
año. Pero... Tanto mirar lo accesorio y se nos olvida lo importante, que en
esto del toreo, igual tiene que ver con el torear. Torear, que no es pegar
pases, sino otra cosa muy distinta y si en este punto el que se calza las
medias rosas no llega al aprobado, pues igual debería pensarse otras cosas y no
pagarlo con el primero que se le pone delante. Eso es cosa de niños malcriados,
soberbios y poco dispuestos a mejorar.
No sé si habrá algún punto de España del que no haya habido
una persona que no se haya presentado en la plaza de Madrid o que no se hayan
quedado con las ganas de ver la corrida en directo. Ha sido algo admirable, los
aficionados llegando empujados por una ilusión infinita, pero que han dejado
algunas cosas claras. Han dejado en evidencia a una famélica afición de Madrid,
que se bastaba ella solita para poner el “no hay billetes”. Habrá que
agradecérselo a esos taurinos que desde hace tiempo vienen pegando sablazos al
abonado capitalino. Pero al tiempo, los señores de Taurodelta habrán podido
comprobar que si hay carteles, la gente va a los toros. Si hasta los antitaurinos
han sacado unos tendidos bajos de sombra, sería que no se lo querían perder,
pero se lo perdieron; ¿a quién se le ocurre? No se había roto plaza, cuando ya
estaban en la calle en compañía de las Fuerzas del Orden.
Salió Iván Fandiño liado en el capote de paseo y la ovación
fue de órdago a grande; la plaza estaba con él, no había dudas. Podía parecer
todo un poco festivalero, pero también hay que entenderlo, la ilusión y ganas
de toros y de corrida grande, eran muchas. Así es el aficionado a los toros, le
apalean tarde tras tarde, pero vuelve y vuelve las veces que sean necesarias y
tres más. Ovacionaron de salida al gordinflón del Partido de Resina, al que no
se le pudo ni picar. No se aguantaba en pie el animalito que se dolió de los
palos y que acudía a la muleta arrastrándose. Cara arriba, acusando la notable
flojedad, con el agravante de la falta de temple de Fandiño con la muleta.
Posturas muy gallardas, pero algo a destiempo con el moribundo cárdeno.
El de Adolfo Martín tenía la apariencia de una raspa
cornalona; salió apretando para los adentros, empezando a dejar entrever
flojedad. En el caballo otro simulacro de suerte de varas, con el toro
recostado en el peto y pegando empellones por el pitón izquierdo. Fue a su
segundo encuentro andando, sin ninguna codicia, para llegar al segundo tercio
sin tan siquiera poder arrancarse a los banderilleros. Fandiño inició el
trasteo citando de lejos, atravesando la muleta, sin templar, algo ya casi
marca de la casa, con demasiadas carreritas para recolocarse y un desarme que
el cariñoso público no dudó en aplaudir. Se le quedaba en todos los muletazos,
lo que no desanimó al diestro para alargar la faena innecesariamente, hasta
llegar a aburrir. Y eso que íbamos por el segundo. Mal con la espada y el
verduguillo, lo que se convirtió en la tónica de todo el festejo.
Paso al Cebada Gago, un cruce entre vaca gallega y
charolesa, chico, pero cebadito. Le ofrecían capotes y él buscaba los toriles,
¡vaya! Muy suelto, y sin que nadie pusiera remedio a tal condición, se fue al
picador que hacía la puerta; se dejó sin más mientras se le tapaba la salida.
En la segunda vara, al pasito, recibió cierto castigo, mientras solo planteaba
pelea por lado derecho. Se dolió de los palos y ofrecía la dificultad de
vencerse por el pitón derecho. Algo pegajosito, impedía estar cómodo y poderse
colocar a gusto a Fandiño, que por otra parte no mandó nunca en la embestida
del coloradito. Mucha carrerita para poder recolocarse a cada pase, para acabar
queriendo ahogar las escasas embestidas del animalito.
Había que levantar la tarde, esto no podía seguir así. En
estas que salió el que mandaba don José Escolar. Hasta remató en un burladero.
Mantazos de bienvenida, más para quitarse aquello de encima, que con la
intención de enseñarle a tomar los engaños convenientemente. Le costaba al
matador quitárselo de encima a la hora de ponerlo al caballo; al segundo
intento le quiso poner de lejos, aunque sin cuidar la colocación del animal.
Buscó el peto al paso, para empujar primero con fijeza y acabar pegando
cabezazos en el momento en el que se le tapaba la salida. Para el segundo
puyazo le llevó más lejos, pero de nuevo sin cuidar la colocación, pues no es
aconsejable dejar a un toro con la querencia de las tablas próxima. Ya desde
los medios se arrancó al caballo pensándoselo mucho, con demasiadas
precauciones. Más allá de la raya del tercio dio comienzo a la faena de muleta
entre enganchones, falta de mando y no correr la mano. El de Escolar era un
toro de triunfo rotundo, pero que nadie interprete que estoy hablando de un
toro bravo, con clase y docilidad, ¡qué va! Tenía mucho que torear, pero se le
podía torear, eso sí, sin la más mínima concesión, porque ese podría ser el
inicio del calvario. Trapazos, dudas, poca decisión y el toro enterándose de lo
que allí había. Más carreritas, más mantazos y el toro haciéndose el amo. La
lid empezaba a caer del lado del Escolar, sin que Fandiño pudiera oponer más
que vulgaridad y desgana. Cuando el toro dobló, la sensación de muchos era la
del que piensa que las cosas podrían haber discurrido de otra manera, si se le
hubiera cuidado la lidia y no se le hubiera permitido tanto. Los hubo que
ovacionaron el arrastre del toro y puede que en ese preciso momento se le
atravesara del todo la tarde al de Orduña.
Al de Victorino Martín le recibió con mantazos acortándole
el viaje y teniendo que darse media vuelta para ir cediendo terreno hasta los
medios, lo que siempre hacían los buenos peones, mientras que ahora se
entretienen en juguetear con el toro desde el burladero entre el 6 y el 7,
haciendo a veces que derrote inútilmente contra las tablas. La cosa se animaba,
el toro empujó bien en la primera vara, llegando casi a derribar, mientras
Fandiño andaba por allá lejos, dejando hacer a la cuadrilla, ya ven, se intercambiaban
los papeles. Lástima que el toro se dañara una pata y que el presidente optara
por mandarlo a los corrales. En su lugar apareció otro de Adolfo Martín, una
cabra, pero que se comía a su matador. Otra vez a darse la vuelta en dirección
a los medios. Fue alegre al caballo, poco castigo y carioca, en la segunda vara
desde más lejos, pero mal colocado, se arrancó primero andando para después
avanzar con más codicia. Marronazo en el lomo, mientras el espada andaba
preocupado por otras cosas, dejando claro que aquello había dejado de ser de su
interés. Ya ven, si el maestro se enfurruña se acabó la fiesta. Trapazos para
llevarlo con la muleta de aquí para allá, naturales con tirones, sin correr
bien la mano, sin mando, sin temple... y sin ganas. Quiere acortarle las
distancias, le desarma y a por el acero, pinchazos casi a paso de banderillas,
hasta que lo echó abajo con una entera.
El Palha iba a ser el bueno, aunque fuera feo de estampa,
gordete como la mayoría y pobre de pitones. Larga de rodillas, sin preocuparse
en fijar al toro, este acabó deambulando por el ruedo como los adolescentes por
el parque alrededor de las mocitas. Mantazo por aquí, mantazo por allá,
carreras y más carreras, dando una clara idea de lo que es una lidia caótica y
sin sentido. Tres puyazos, el segundo y tercero acudiendo con alegría, dándole
cera en el último y tapándole la salida. Se dolió de los palos, mientras
aquella locura proseguía. Fandiño tenía que estar por allí, pero esto es algo
que está por confirmarse. Sí asomó para mantearle levemente y en el momento en
que vio que el toro se le iba para las tablas, ni corto, ni perezoso se fue a
por la espada, sin tan siquiera intentar sacarlo de allí con un mínimo de
ganas. Lo tuvo que ver muy claro, pero quizá debería pensar que los de los
tendidos también lo querían ver, es más, puede que hasta les hubiera gustado
ver los recursos del matador para hacerse con el Palha.
Una mala tarde, muy mala, que ni de lejos respondió a lo que
los muchos querían ver. Tanto cuidar los detalles, pero puede que se le pasara
uno fundamental, que no es otro que el pensar que matar seis toros nunca puede
ser tan solo dar más posibilidades a la estadística con el único objetivo de
cortar dos orejas y salir a hombros. Esto normalmente no suele salir bien. Una
encerrona es desplegar la torería que uno lleva dentro, sin estar pendiente de
la casquería. Y si el señor Fandiño se vio defraudado, que piense que no es el
único y que por muy mal que se pudiera sentir, jamás, repito, jamás, puede
encararse con el público, con el que le paga, con el que le mantiene, con ese
mismo que otras tardes le ha aclamado y que le ha llevado al puesto en el que
está, pero quizá no acabe de ser el que le corresponde por los méritos hechos
ante el toro. Hubo quien incluso tuvo el buen humor de aplaudirle al marcharse,
los menos, como si quisieran reconocerle no sé que absurdo logro. Pero, ¿es
esto ser justo con los que se entregan y torean jugándosela de verdad? Pues
creo que no. Tanto se infló el globo, tanto se infló, que cuando todos pensaban
que agarrados a él cruzarían los site mares, el globo de repente hizo ¡Cataplum¡