No por ser cárdenos tienen que comportarse como aquellos albaserradas de otros días |
Qué bonitos tenían que estar los adolfos en la finca allá en
Cáceres, con esas arboladuras de bergantín arrogante, con esas capas cárdenas,
aunque quizá el que más podía recordar lo de Albaserrada era el que no era
cárdeno precisamente. Seguro que muchos de los que han disfrutado con la última
de Otoño los recordaban entre las encinas y se han emocionado al verlos sobre
el ruedo de Madrid. ¡Qué láminas! ¡Qué estampas! Pero luego los veías por el
ruedo y ya te tenían que decir que eran de Adolfo Martín, porque si no, igual
no caías en el origen. Bueno sí, bastaba escuchar el entusiasmo del respetable
y ver poner caras al Cid, como si estuviera protagonizando las mismas hazañas
que su tocayo de Vivar.
No se podrá quejar el ganadero del público de Madrid, que a
pesar de lo que ha salido, nadie le ha espetado aquello de ¡qué asco de
ganadería! Que la cosa no era para tanto, pero ¡hombre! si aplicamos el mismo
rasero para todos... O igual es que estaban aún estupefactos con la presencia
de los adolfos ¡Qué láminas! ¡Qué estampas! En el primero sí que tuvo que
tragarse el bueno de Rafaelillo aquello de “se va sin torear”. Anda que
empezábamos bien con lo de la exigencia. Tres veces que fue el toro al caballo;
para grabarlo en la piedra de Madrid, un toro recibe tres puyazos. No fue una
pelea espectacular, ni memorable, yendo al peto solo una vez bien colocado en
suerte, para que viéramos que tardeaba, se aproximó unos pasitos y entonces sí
que se arrancó, cumpliendo con fijeza en el primer tercio. Tras dar la
impresión de quedarse en banderillas, el murciano le trasteó por abajo,
intentando alargarle el viaje, con el piquito de la muleta y hasta tirando de
la embestida. Hasta se le vio algún derechazo aislado con temple, ¡qué cosas!
Luego se empezó a atacar, a esconder la pierna con menos disimulo, probó por el
izquierdo, pero por allí el animal se quedaba más, que si de frente, que si a
ver si se puede, pero ya se había acabado el toro.
Al cuarto le faroleó de rodillas, pero en seguida se dio la
vuelta cediendo terreno hasta los medios. Penoso tercio de varas, con todo
quisque fuera de sitio, toreros, toro, caballos y el trompeta de la banda.
Salió cortando mucho el viaje por el pitón derecho y por el izquierdo se
quedaba a medio camino, consintiendo cada vez menos muletazos por tanda, para acabar
echándose encima en cada serie. Por el derecho casi peor, solo quedaba
convencerse de que allí no había ya nada y que no quedaba otra cosa que
finiquitar y a otra cosa. Como aquí se percibió el peligro, entonces sí que se
hizo salir a saludar al murciano. No se qué camino tomamos si se valora solo si
hay peligro o no, olvidándonos si hay condiciones y conocimientos para vencer
dicho peligro.
Aunque no se lo crean, todavía quedan aficionados con fe,
inquebrantable, que aún creen en el renacer de El Cid. Les vale el más mínimo
asomo para vislumbrar el regreso de aquellas tardes de gloria y buen toreo.
Lástima que la realidad sea tan tozuda y que se empeñe una y otra vez en
demostrar que no hay tal resurgir. A su primero no se puede decir que se le
picara, sería mucho decir para dos leves picotazos. Ya en la faena de muleta se
jalearon muletazos aburridos y sin convencimiento tirando del pico de la
muleta, más dando aire al animal, que conduciendo la embestida. Peor por el
izquierdo, incluso alborotado por momentos, con un trapaceo insulso del que el
de Adolfo salía con la cara a media altura, como un mulo pasando por los tornos
del Metro.
El quinto, cornalón, quizá exagerado, se lo quitó de encima
en el saludo de capote. Hasta ponerlo al caballo le costaba al matador, cosa
que por otro lado deberían hacer los peones y que lo saque el maestro. El toro
se limitó a dejarse en el caballo, sin oponer casi resistencia. Trallazos con
la muleta, largando tela para mandar al animal allá dónde cayera; vulgar,
tramposillo y más dando aire que toreando, muy al hilo del pitón y cuando ya no
quedaban más recursos, el arrimón sin sentido, pero consentido por esas voces
extemporáneas que arrancan a aplaudir como si estuvieran delante de Machaquito
y el Bomba con los Miuras. Y no, esta vez tampoco volvió El Cid.
Si alguien afirma con convencimiento de que morenito de
Aranda estaba anunciado, pero no compareció, igual hasta le doy la razón. O lo
mismo si compareció, pero no estuvo. Echemos también la culpa a los toros, que
algo tuvieron que ver, pero una cosa es no poder y la otra la disposición. A su
primero no le pudo picar, a riesgo de que se derrumbara allí mismo. Lo cuidó
para no hacer un estropicio en el presupuesto de toros a la empresa y lo pagó.
Muletazos con la derecha en los que el animalito iba y venía sin más, para
acabar rodando por el suelo cuándo se echó la pañosa a la zocata. El sexto
salió buscando la salida desde el primer instante. Bien recogido por abajo por
el espada, se le dieron dos puyazos con ganas, de los que salió como un mulo,
un primo del que pasaba por los tornos del Metro. Pases y más pases sin un
gramo de garbo, ni de torería, teniendo que trajinar además con esas ganas de
irse a su casa. Hay que ver que panda de bueyes ha echado el señor Martín para
cerrar la feria de Otoño de Madrid, con lo que lucían en la finca.
Enlace al programa Tendido de Sol del 2 de octubre de 2016:
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