Se dice por ahí que un figurón mítico se está despidiendo de
los ruedos, las plazas, sus públicos y de todos aquellos que se acordaran que
hace nada se retiró, que hace menos volvió y no de los que no le echaron de
menos ni en los anuncios de Panten, pero que es pensar en que hay que volverle
a ver por obligación, insisto, por obligación, porque nos lo meten a capón en
un abono y es entonces cuando al figurón mítico se le echa de más. Que uno se
pone a pensar en otras despedidas y… Que no hay color. Recuerdo la que siempre
se nos viene a la cabeza a los de los madriles, la de nuestro Antoñete, que
tras una tarde de las malas, la emoción, la buena, inundó el patio de su casa,
las ventas, y sin tener que ponerse a contar que si una oreja, dos o ninguna,
sus paisanos se echaron a la arena, le levantaron en volandas, hicieron saltar
los goznes de la Puerta de Madrid y se lo llevaron camino de la calle de Alcalá
en loor de multitudes; que no se llevaban solo a un torero, al del mechón
blanco, se llevaban a un mito de verdad, se llevaban a hombros una carrera,
irregular donde las haya, al cite de lejos, a la media belmontina, a la
fragilidad de los huesos, a la delicadeza en el toreo, al muletazo por abajo
sometiendo, a tanto, que solo podía ser llevado por una multitud, por un pueblo
entero, que para tanto solo podía aguantar ese peso todo Madrid.
Pero Aparte de despedidas de toreros, de cortes de coleta
plenos de emoción y sentimiento, el aficionado lleva mucho tiempo despidiendo lo
que nunca creyó que iba a despedir. Lleva años despidiendo al toro, que como
los viejos toreros, asoma de tarde en tarde y casi como simple testimonio, por
las plazas, por el ruedo de Madrid. Pero es una despedida sin homenajes, porque
los responsables no lloran su marcha, esos responsables son los que la han
propiciado, los culpables de que el toro deje de estar y con él la casta,
ambos, máximos enemigos de la vulgar modernidad, del fraude, de la trampa y de
la incompetencia de los que no saben plantarle cara en los ruedos. Eso sí, llámenme
pesado, con todo esto, que no es ni el toro, ni la casta, los hay que se
emocionan. Allá cada uno. Pero como con esto no todo el mundo siente esa
emoción que les arrebata, aunque luego ni se acuerden de qué les emocionó,
también ha habido que ir despidiendo a los aficionados que poco a poco y en
silencio se han ido apeando de esta marabunta chabacana que no lleva a ninguna
parte y si lleva, es a una discoteca, en Madrid, a la Discoventas.
Y los que siguen yendo a la plaza, pues también se
despidieron hace mucho del toreo de verdad, del de poder, del que sometía al
toro, del que le embarcaba con verdad, del que no emocionaba, conmocionaba y
dejaba mudo al personal, de ese que no te dejaba palabras para explicarlo. No
era tan fácil como en la actualidad, que lo explican con números, números por
orejas y salidas a cuestas. Pero no, para los que permanecen y los que se
fueron, de nuestra fiesta nos tuvimos que despedir hace tiempo, mucho tiempo,
demasiado; que siempre sale el que te dice que esto es lo que hay, que hay que
hacerse a la idea, acostumbrarse y seguir yendo a la plaza. Pues uno sigue
yendo a la plaza, pero no, ni me hago a la idea, ni me acostumbro y lo que
puede que sea aún peor, es que no me da la gana ni lo uno, ni lo otro. Que uno
que ha podido ver un rito preñado de emociones, emociones de verdad, ahora no
puede conformarse con novelitas rosas de toreros engallados afectados y
forzando el gesto. Que se pasó de las peticiones mayoritarias, con los tendidos
invadidos por el blanco de los pañuelos, a las orejas por mayoría, porque las
pide uno más del cincuenta por ciento, dejando de lado lo del paisanaje,
autobuses o transeúntes de un día al año o en la vida.
Pues nada, preparémonos para una despedida, la de un figurón
mítico, al que confieso que gustaba ver en sus inicios de novillero y que una
vez doctorado, rápido tomó el rumbo que tomó. Esperemos que en su despedida al
fin dé un natural, si no es mucho pedir y si en unos años tiene que volver…
pues que vuelva, que no sería el primero en irse y regresar, un clásico. Eso
sí, podrá volver mil veces, que este, como tantos y tantos otros, no despertará
ni un ápice de ilusión en los que llevan años despidiéndose de tantas cosas,
entre otras, de su fiesta, la que les conmocionó, emocionó y les dejó sin
palabras y sin palabras siguen, intentando recordar las otras despedidas.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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