A nadie le sorprenderá el que se diga que los novilleros son los que mantienen el cetro del futuro de la fiesta, los destinados a mantener y engrandecer esto que muchos consideramos un rito secular, algo muy a flor de piel de esta península ibérica y hasta de algunos lugares del mundo, acá los mares y más allá de estos. Y por esa importancia que tiene su presencia, hay que poner todo de nuestra parte para cuidarlos, se lo merecen, nos lo merecemos. Peor, ¡ojo! Que nadie se confunda, que nadie confunda la idea de cuidarlos, con la de mimarlos. Mimarlos, no. Que cuál es la diferencia, pues muy sencilla, El cuidarlos es hacer que aprendan todos los secretos de la lidia, ese rito del que se habla, que sean conocedores de la tradición, de lo que representan los usos y costumbres, el poder vestirse de torero, las plazas, el toro, intentar conocer el más amplio espectro de los comportamientos del animal. Las suerte, cuándo ponerlas en práctica, que no es todo el dar derechazos, pases y más pases, ni mucho menos reducirlo todo a cortar despojos, que ese no puede ser el fin. Cuidar es ser exigente y comprensivo, exigente para que su toreo vaya con la verdad por delante y comprensivos porque no siempre se logra lo deseado, que a veces las cosas se tuercen, pero siempre queriéndolo hacer sin alejarse de la pureza, sin atajos. Que para ser torero hay que ir a esta a esa y a esotra plaza, con ganado de toda suerte y condición, con todo tipo de hierros, de sangres, porque ese es el único camino admisible, no para ser figura, para ser matador de toros. Y frente a este duro y empedrado trayecto está lo de mimarlos. ¡Ay! Lo traicioneros que resultan los mimos. Que en la mayoría de los casos, este exceso de mimos se traduce en que se engaña a los chavales, se les hace creer lo que no es, que son lo que ni de lejos han llegado a ser y que quizá nunca serán, precisamente por esos mimos mentirosos. Que ya se sabe, luego dirán, como de todos los mimados, que son unos malcriados y a ver quién endereza eso después.
Y en la primera novillada de la feria quizá se ha evidenciado que los tres novilleros eran tres chavales con exceso de mimo. Empezamos con una novillada de Alcurrucén, con algunos de sus pupilos quizá demasiado anovillados, pensando que es la plaza de Madrid, que en una fiesta campera con barbacoa, pues ahí no digo yo nada, igual hasta... Y de fuerzas más que justas, que se han devuelto dos, pero quizá alguno más podría haber seguido el rastro los cabestros y volverse para adentro. Pero se les dio mucho en el caballo, ¡quéeee! Pasaron por el peto sin que apenas se les echara una regañina, quitando al cuarto, con el que el pica debió descargar las tensiones de la oficina en el primer puyazo, barrenando a un inmóvil, pero tampoco se crean que fue aquello el apocalipsis. Novillos sin picar, más pendientes de salir de najas y de buscar su querencia que de plantear pelea. Que claro, me dirán que esto es para cuidar a los novilleros, pero no, y volvemos al principio, esto es mimarlos y ya saben; luego se nos convierten en unos malcriados.
Los tres jóvenes se presentaban en Madrid. Sergio Sánchez mostró sus carencias desde el primer momento, a un manso fue incapaz de sujetarlo y no tardo ni dos mantazos en perderle terreno de espaldas a los medios. El último tercio fue una consecución de trapazos y carreras, de verse sorprendido por el novillo y si empezó con banderazos por alto, acabó con bernadinas también por alto, en las que el que pasaba era él y no el animal. Y como la cosa no podía ir a mejor, un bajonazo muy bajonazo en la paletilla. Con su segundo, pues más de lo mismo, sin poder con el Alcurrucén ya de salida. Un inválido al que le costaba casi vivir. Y venga a gastar el bono trapazo del día, pico, enganchones, teniendo que colocarse a cada pase y como rúbrica, vamos a meternos entre los cuernos un ratito. Que tendrá alguien que pensarse en cuidar más al chaval y dejar de mimarle. Y ya saben lo que considero que es cuidar al chaval, enseñarle el oficio y que al menos aprenda a defenderse de los novillos con cierta solvencia.
Pero si hablamos de mimados, lo de Aarón Palacio ya amoscaba a más de uno al escuchar cómo un grupo en la sombra le jaleaba los enganchones de recibo con el capote a su primero, que fue devuelto por inválido. Y salió otro de la ganadería titular, flojeando de salida y a veces entrando rebrincado. No se le picó, mientras derrotaba con desesperación en el peto. Empezó el aragonés dándole distancia en los medios, para iniciar su concierto de trapazos basado en el pico, desarme, tirones, el trapo por un lado y el toro por otro, pero él se gustaba y a los que debían ser algo cercano, también. Por si no hacía viento, él le daba más aire a su oponente. Y así, poquito a poco, acabó culminando en toriles, con banderazos ayudados y un bajonazo tirando el trapo descaradamente. Pero lo más grande llegó en el quinto. Ya empezó calentando yendo a portagayola, para después de la heroicidad, dejar al toro corretear lo que le diera la gana y acabara emplazándose en los terrenos de toriles. Manteo a la carrera por parte de los dos, toro y torero. Lo del picador es para que se lo miraran bien y quizá una diana, unas gafas de las de cristal gordo o quizá valdría con no sacar el palo como una caña de pescar. Y tomó Palacio la muleta, inicio de telonazos de rodillas y el Alcurrucén, al suelo. Inició con la derecha, pegando unos trapazos hasta violentos, lo mismo con la zocata y como le pareció que la cosa decaía, pues venga molinetes y enganchones siempre jaleados. Que uno no acaba de entender el que se jalee un enganchón, como el que se aplauda un desarme, que no me entra en la cabeza. Carreras, pico, todo al abrigo de las tablas, trallazos y más trallazos y después de una entera caída, dos descabellos y un aviso, una orejita. Que claro, lo que se le enseña a Palacio es que con este repertorio de la vulgaridad y el destoreo, se triunfa y como buen niño mimado, cuando no se le premie el despropósito, pues se enfadará y dirá que deja de respirar. Y es que eso es lo que criamos.
Se esperaba a Javier Zulueta, haciendo caso a las voces que tan bien hablaban de él. Le tocó el segundo sobrero, un buey de Montealto, rebosante de kilos y carente de energías, que buscaba con descaro las querencias de manso. Durante toda la lidia a nada que se tuviera que doblar un poquito, se vencía de los cuartos traseros. Vamos, que las patas no le aguantaban su sobrada toricidad en forma de kilos. El trasteo fue una siembra de enganchones, de largar tela y de derrumbes, con arreones defensivos y sin que se le pudiera bajar la mano, porque ya se sabe, al suelo y al suelo y otra vez sentadillas y más sentadillas. Bueno, quedaba el sexto, a ver si ahí... ahí, nada. Un novillote para una capea de amigos atrevidos y los que animan a los atrevidos, que ya renqueaba de principio. Y alguno debió pensar en eso de la capea y allí que se la montaron los señores de luces, mientras el novillo correteaba de un capote a otro. Ya con la muleta, Zulueta se sacó el novillo hasta apuntando cierto gusto, pero la continuación fue una tremenda sosería a cuatro manos, la del negro y el de luces. Pico, no descarado y hasta sin echarlo fuera del todo con la derecha, pero sí con la zurda, atravesando la muleta sin pudor, ahora de vuelta al pitón derecho, llegando a ponerse pesadito con ese animal que no decía nada, quizá porque no le quedaban fuerzas para decir nada. Que habrá quién diga que no hay que cuidar a los novilleros y yo le digo que sí, que a los tres de esta tarde como a todos, hay que cuidarlos, cuidarlos mucho más, porque no los cuidan, no les enseñan, no les corrigen, no les muestran lo que es y tiene que ser y con tanta ganadería tan elegida, con tanto bien torero bien, con tanto véndelo, con tanto de todo lo que ya conocemos, no los cuidan, los miman y ya se sabe, niño mimado, al final, seguramente, niño malcriado. Así que sí y de verdad, hay que cuidar a los novilleros.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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