Última de la feria de Otoño de Madrid, con la presencia de
la gran figura, el que dicen que llena las plazas, el que despierta más interés
por esos mundos de Dios, el que dicen que arrastra las masas. No me voy a poner
a discutir nada de eso, más que nada, porque me importa entre nada y menos, que
se interesen por ello los del negocio, pero no creo que sea cosa que deba
interesar a los que clamamos por una fiesta íntegra y llena de verdad, con el
toro como eje de todo esto. Pero lo que sí que me atrevo a afirmar es que este
figurón no aporta nada al toreo, es más, creo que resta, y si llega algo de su
mano solo es ponzoña. Un señor que navega como nadie en la bronca y que para
engrosar sus estadísticas de despojos tiene que echar mano de ella y nunca
jamás de conocimientos de la lidia, de verdad en su toreo, de mando, de
dominio, porque, que me perdonen sus partidarios, pegar trapazos, lanzar las
telas al aire, permitir que se las enganche el toro y pasarse el toro por el
culo nada tiene que ver con eso, con el dominio y el mando y si añadimos ese
permanente abuso del pico y de citar desde muy fuera, pues nos queda lo que es,
un vulgar pegapases con un márquetin admirable. Tan admirable que convence a
las masas, esas mismas que van a la plaza con el único fin de ver despojos y
más despojos y creerse que han visto algo grande, porque en lugar de ver la
incapacidad de un señor para hacer el toreo, se creen ver un héroe dispuesto a
inmolarse por una causa divina, que en realidad no es otra que alimentar su
vanidad y llenar la bolsa a coste de incautos que van a eso que ahora llaman la
“tauromaquia”. Pero si solo les guiara la inocente ingenuidad, pues venga que
vale, pero no parece que sea así. Estos son los que no consienten que nadie
mantenga, ni mucho menos razone, una opinión opuesta a su triunfalismo rayano
en la necedad. Que se ponen a jalear, muy a menudo con falso y hasta escaso
entusiasmo, pero que solo se ven espoleados cuando alguien no está por la labor
de entregarse a su delirio talanquereño. Y en estas, en gran medida por esa
falta de recursos y vicios exagerados de su ídolo, resulta que el toro le
levanta de mala manera y le tiene a su merced unos interminables segundos. Cite
de pecho desde muy fuera, el brazo estirado exageradamente y el animal opta por
tirar por el hueco y se produce el indeseable percance. Y la reacción de esta
gente, reacción infantil de niño caprichoso, es buscar un culpable inmediatamente
y automáticamente miran al sector que protestaba las trampas del ídolo; ellos,
ellos son los culpables, por su culpa el ídolo ha sido cogido, no hay otra
causa nada más que ellos. Pero, ¿qué tiene esta gente en la cabeza? Que no es
la primera vez y como en otras ocasiones, me pregunto: ¿se puede ser más…?
¿Cabe mayor ruindad? ¿Qué razonamientos tiene esta masa de…? Que igual no caen
en la cuenta de quizá los que protestan uno de los motivos por lo que lo hacen
es por eso mismo, porque con esas maneras es muy probable que un toro te
levante los pies del suelo. Eso sí, despechados, piden el despojo para su
ídolo, la oreja del rencor. Y así en un suspiro saltan por los aires, una vez
más, esos supuestos valores que estos y otros a los que solo les importa el
negocio, atribuyen a la fiesta de los toros. Los toros, que si son de Fuente
Ymbro, pues poca novedad, clones modernistas tras clones modernistas que sirven
para colaborar a lo que es todo este circo. Dignamente presentada, justa de
fuerzas, sin poderla picar y lista para el trapaceo.
Además había dos actuantes más, que gracias a estas mañas de
este ídolo de pacotilla, esta divinidad de la ignorancia, pasan a segundo
plano. Uno, paco Ureña, torero al que se le podrán reprochar muchas cosas, pero
que no se le puede negar nunca ni la honradez, ni la entrega. En su primero,
uno de Fuente Ymbro justito de fuerzas, le trasteó atravesando la muleta y
entre enganchones, que cuando daba la salida antes de tiempo el animal se le
venía al hueco entre trapo y bulto. Inédito con el capote, a su segundo, que no
se le picó, le llegó incluso a recibir medio aseado, para después dejarse
invadir por una faena de más dar aire que torear, dejándose tocar demasiado las
telas, mano alta, achuchado por momentos, muy fuera y trapazos de uno en uno muy
encima de su oponente. Y en el que le hubiera tocado al ídolo de la
muchedumbre, que no estaba por la labor de ir al caballo, después de un mitin
en banderillas de la cuadrilla del ídolo, que no parecían ver cómo dejarle los
palos a un animal que esperaba mucho, lo que ciertamente complicaba bastante el
parearlo, pero quizá tampoco están acostumbrados a estas cosas, quizá están
acostumbrados a lo mismo que su jefe, a la boba y a la bronca con quien no le
ríe las gracias; gracias que maldita la gracia que tienen. Ureña intentó por
ambos pitones y el de Fuente Ymbro solo se defendía, provocando enganchones y
algún desarme. Tampoco era como para ponerse a hacer gollerías.
Víctor Hernández se vio favorecido por la corriente
despojista provocada entre las masas por la divinidad de la “tauromaquia” y en
su primer toro, al que recibió con flamear incomprensible de telas sin pensar
antes en fijarlo, pagó su osadía durante la lidia; suelto al caballo, ahora
voy, ahora me marcho, cabeceando frenéticamente en el peto. Tomó el espada la
muleta y se lio a pegar trapazos muy distante, aparte de que citara de lejos,
dando aire al Fuente Ymbro, siempre distante, con el pico de forma exagerada y
poniendo posturas y más posturas, con con5tinuos enganchones y los rencorosos
con los críticos que no se sabe si estaban muertos o estaban de parranda, que
apenas reaccionaban, hasta que con el toro a paso de caracol le regaló un viaje
que acompañó al mismo ritmo y le “bienearon” con algo más de ímpetu, llegando
al éxtasis con un intento de bernadinas que comenzó con una situación
comprometida que dio paso a un alboroto de trapazos sin sentido que
enaltecerían a un maletilla en las fiestas patronales… y a la masa con ansias
de despojos, que colmaron con eso, con un despojo. A su segundo le volvió a
dejar a su aire, flojo, no se le picó, si acaso se dejaba poner el palo encima,
sin que el de arriba y el de abajo hicieran además de hacer fuerza. Con la
pañosa comenzó con telonazos, aquello que alguien llamó del celeste imperio,
porque el personal enloquecía y lo que pasaba era que se les engañaba como a
chinos. Y efectivamente, la muchedumbre se entusiasmó, por supuesto. Lo que
vino después es lo de siempre, trapazos con la muleta al bies, ventanazos,
muchas prisas, haciendo lo que marcaba el toro, hasta un desarme con un
violento golpe en la cara. Más arreones, desarmes y mucha carrerita. Sería por
el metisaca traicionero en la paletilla que el personal obvió lo del despojo,
aunque seguro que se quedaron con ganas, porque si a lo que se viene es a eso,
para que disimular. Y que nadie les quite el caramelito, que ya saben, se
pillan un perraque de padre y muy señor mío y si no consiguen lo que quieren,
como los niños caprichosos, embisten contra lo que se les ponga delante y si
tienen que culpar al de enfrente de ser culpables de una desgracia, pues al
cuello a por ellos, que solo son unos que protestan por todo, sí, por todo lo
que ellos no son capaces de ver y mucho menos de enterarse y de lo que tampoco
se quieren enterar, porque ellos… Y viendo estas actitudes uno solo puede decir
que a saber qué tienen esas gentes en las cabezas.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
Querido Enrique, cuando les engancha un toro, siempre es por su culpa, porque el toro está para cornear y el torero para evitarlo. La explicación geométrica está de más. Los toros son geometría como bien dice nuestro amigo Gonzalo, pero de otro tipo. Cada uno va a la plaza a lo que va y cada uno disfruta o se amarga (hace falta tener moral para ir a amargarse) con lo que quiere. Yo ayer anduve por Zaragoza y aquello era el delirio: a menos toreo, más delirio. Lo vi y me fui a mi casa vacío. Pero no es culpa de las masas. Las masas son necesarias. Es culpa mía por ir, porque yo no lo soy (necesario). Abrazo.
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