Seguro que lo que voy a contarles a continuación lo saben
ustedes más que de sobre, entre otras cosas, porque ustedes son habituales
sufridores de esta prole de interesados fieles de la Santa Hermandad de la
Pasta Gansa. Una especie de secta en la que si hay que traicionar al hermano de
al lado, se le traiciona, todo por la Santa Pasta. Esa devoción al dinero todo
lo justifica. Que aparentemente todos están en concordia y armonía, eso que
llaman “unidad”. Pero caramba, carambita, cuando hay un duro en el suelo y no
tiene nombre, que como te agaches a cogerlo, te puede pasar de todo, que te
corten una mano, que te empujen a los pies de un tráiler que pasa por allí o
que te hagan perder el honor varonil y viril en un nada y menos. Hay que ver
los besos y abrazos que se dan en público, pero siempre tienen que estar
atentos a que no les decoren la espalda con una daga genovesa. Pero ellos
insisten en lo mucho que se quieren, se admiran, se alegran de verse, se… Que
como pillen al otro desprevenido…
Eso sí, como alguien ajeno y mucho más si es alguien que se
coloca frente a ellos, toca lo más mínima a uno solo de la Santa Hermandad, hay
qué ver cómo se ponen. Y si además el “ofendido” es alguien de quién puedan
depender sus ingresos o de quién dependa su posición de supuesto privilegio,
entonces habrá que ponerse a cubierto. Que ya puede ser una mosca del vinagre,
una sola, que despliegan todo su arsenal tierra aire, la brigada acorazada y el
séptimo de Michigan en desbandada. Que siempre se revuelven con arreones de
manso al sentir el más mínimo amago de lo que ellos consideran falta de
respeto, pero cuando les tocan a los jefes, ¡ojito! Aunque por ir aclarando
conceptos, una falta de respeto es todo lo que diste un milímetro de ese
servilismo cínico que ellos practican. Servilismo cínico y perjudicial para los
torsos cuando estos son arrastrados por el lodo con demasiada frecuencia.
Hace unas semanas, en la plaza de Madrid, los pocos
asistentes a un festejo dominical fueron testigos de uno de los más bochornosos
espectáculos recordados por un encierro cuya principal característica, aparte
de una impecable presencia, una bella lámina, era su insultante invalidez. Era
asomar un toro por la puerta de chiqueros y en los primeros resuellos ya dejaba
evidentes muestras de invalidez. Las causas pueden ser mil, pero el resultado
solo era uno, los animales no se sostenían en pie. Hasta diez reses habían
pisado el ruedo, cuando solo íbamos por el cuarto de la tarde. En total fueron
diez los toros, aunque bien podían haber sido más. Y, ¿qué sucedió? Pues que
los escribas del régimen no tardaron ni un suspiro en arremeter contra las
protestas y los que protestaron indignados la manifiesta invalidez. Que en
palabras de estos escribanos a sueldo, aquellos eran lo pero de lo peor que
habita bajo el sol. Que si tenían demasiadas prisas en protestar, que si ni un
mínimo de paciencia, que si estos son los verdaderos enemigos de la “tauromaquia”,
que si había que deportarlos a todos a la isla del Diablo, que si mal rayo les
parta. Como si nunca hubiera habido un festejo con tantos toros devueltos al
corral por manifiesta invalidez, como si nunca hubiera salido una corrida
infame al ruedo de Madrid y lo que es peor, como si tal invalidez solo la
vieran unos ojos enfermos y unas cabezas corruptas. Y, ¿por qué tan airada y
agresiva reacción encabezada por letristas pertenecientes a conocidas dinastías
que en otro tiempo manejaron más de la cuenta en esto de los toros? Pues,
llámenme mal pensado, pero es que el hierro anunciado era el de Antonio
Bañuelos, máximo exponente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia. Sí, esa
misma, la que solo se preocupa de los dineros, de los suyos y que no ha movido
un dedo desde hace años por detener el penoso deterioro de la cabaña brava, la
práctica desaparición de multitud de encastes, dejándolos en el mejor de los
casos en un mero testimonio del pasado. Pero claro, el jefe es el jefe y no
vamos ahora molestarle y afearle su gestión quizá con el único objetivo que
engrosar las arcas de todos estos ilustres ganaderos, sin importarle que el
toro de verdad, que la casta, que la fiesta puedan no estar amenazados por
tantos males que no se sabe hasta adónde nos van a llevar. Y ni una palabra si
el señor presidente afirma que para él el caballo no es importante para medir
la bravura de un toro, ¡faltaría más! Es más, la mayoría van corriendo
perdiendo la dignidad para alinearse en esa fila de negacionistas del primer
tercio, quizá porque esa también es una forma de conseguir poder colar muchos
más de sus productos, que no toros.
Pero lo que podía haber quedado en simple anécdota adquiere nueva
dimensión cuando resulta que se anuncia en la feria de Otoño de Madrid al máximo
ídolo de las masas, ese que él solo es la reencarnación del Guerra, Machaquito,
Joselito y el Bombero Torero. Y sale el susodicho y empieza a hacer lo de
siempre, quizá con la diferencia de que sus romeros no le echan demasiadas cuentas
de lo que está desarrollando en el ruedo, quizá porque en los dos primeros
tercios puso en práctica su repertorio habitual en estas fases de la lisia, la
nada. Nada, como siempre, ni tan siquiera estar pendiente de auxiliar a sus
compañeros en caso de necesidad. Pero sí que había quién no quería perder
detalle de todo lo que pasara en el ruedo el ratito de su pobre comparecencia y
el de todo el festejo. Empezó con la muleta a seguir su línea de regularidad,
trapazos ventajistas y más trapazos. Y unos protestaban, mientras otros…
¡Pásame el yintonic! ¿Alguien tiene pipas? Pero ya se sabe que en esto,
cualquier toro te da un meneo y el meneo llegó, se quedó él solito al
descubierto y llegó el percance. ¡Aleluya! Los silentes durmientes despertaron
y culparon del accidente a los que protestaban. Se montó la marimorena y en la
bronca es cuando mejor navega este caballero, se siente como un ibérico en un
charco de m… Un despojo y ahí quedó la cosa, pero entonces, una vez acabado el
mitin, desembarcaron las fuerzas del régimen taurino, los adalides del sistema
y empezaron a soltar por la boca y por las plumas lo imaginable, lo
inimaginable y lo inadmisible. Le habían tocado el pan y saltaron como resortes
a decir cuantas barbaridades se les pasaban por la boca, como si esperaran
despertar a los dormidos para lanzarlos contra los que solo veían lo que
muchos, el destoreo que en nada se parece a lo que hacían aquellos con los que
algún cerebro avinagrado y panza agradecido se puso a hacer comparaciones.
¿Quiénes se creían esos señores para protestar a una de sus principales fuentes
de ingresos, según dicen las malas lenguas, que luego vayan ustedes a saber,
que igual no les invitan ni a un café. Pero ellos sacan toda la artillería, y
si se llevan por delante el prestigio de una plaza, los valores del toreo o lo
que sea, les da igual, pero no me toquen al figura, a ver si… Que sepa todo el
mundo lo que hay si alguien se mete con alguno de los capos de esa Santa
Hermandad… de la Pasta Gansa.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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