viernes, 30 de mayo de 2025

Qué gente más rara ocupa la plaza

Quizá a ciertos públicos habría que empezar a mostrarles esto poco a poco y con códigos que sepan interpretar. Dibuja y colorea un toro y un señor que sea el torero, aunque no lo parezca.


Que los días en los que se anuncia un figura, el público es particular, es algo sabido desde hace años. Que antes se decía que eran los claveleros, denominación que se usó durante años, que si eran los que trasegaban bandejas y bandejas de canapés, otros bocadillos de dos metros de largo y que los metían a la plaza en andas., Hasta hubo unos tiempos que llegaban con la camiseta y pañuelico del mismo color y con su banda de música y todo. Que Madrid ha visto cada cosa. Pero al menos se les podía llegar a comprender en sus comportamientos, pero es que ahora, tiempos de pantalones tobilleros, pulseritas de colores, taconazos como andamios para subirse a limpiar los cristales de la Torre de Madrid, entradas impresas en casa que parecen el mapamundi de la plaza, además tienen reacciones que a uno le chocan un pelín. Que estaba claro que el reclamo era Roca Rey, torero que congrega a su lado a multitud de no aficionados, pero según ellos mismos se manifiestan, de poco documentados. Que son capaces de pedir una oreja, méritos aparte, de enfadarse cuando ven que las mulillas se acercan y no hay trofeo, que salen espantadas las acémilas y en lo que van y vuelven sigue sin haber premio. Pero una vez arrastrado el toro... la nada, que no hacen ni que su ídolo salga a saludar al tercio. Que me imagino al torero y a los suyos animándole a que se diera la vuelta al ruedo, pero nada, el vacío, ni una palma dada con timidez. Que no creo yo que sea porque de repente les haya venido un ramalazo de exigencia, que más bien parecía que preferían sacar el bocata a soltarlo para dar palmotazos; que igual temían que el de al lado le echara mano a la manduca y adiós ganancia. Que hasta los protestones se miraban perplejos, ¡que no le hacen ni salir a saludar! Pues a partir de este detalle, que no es menor, se puede calibrar lo sucedido en la tarde y el peso de los despojos que al final se han dado, y no digo conseguidos, porque han sido puro regalo caído del cielo; bueno, del cielo, tampoco, del palco, que al fin y al cabo, es como si cayeran del cielo.

Que este público quizá era raro, quizá indescifrable, pero seguro que era un público, majo, de buen parecer y dispuesto a que todo le pareciera bien, ellos no estaban allí para romper las ilusiones de nadie y menos del figurón que según parece iban a ver. Que no cuestionaron ni un poquito la justita presencia de los de El Torero, de que no se les pudiera apenas picar, ni mucho menos de la mansedumbre, aunque igual sabían que los mansos no se protestan, que hay que quererlos como a los demás animalitos de granja que nos vienen echando en las últimas fechas. Que este público no se acuerda de la semana del toro de hace años, pero seguro que tampoco se acordarán que llevamos toda la semana celebrando en las Ventas una suerte de Expo Mascota. Vaya con los Domecq de El Torero, que cuando no echaban la cara arriba en el peto como queriendo coger la galletita que pensaban que les ofrecería el señor del palo, salían espantados y rebrincados, lógicamente decepcionados, porque en lugar de galletita, el del penco les que ría pinchar con un palo; y anda que no salían escapando pegando brincos. Pero esto de los toros, como de las toras, poco le importaba a este público tan particular de este día, que ellos iban a lo mollar, a los despojos sembrando el ruedo.

Diego Urdiales, que abría cartel, que no plaza, pues sí, ha estado por allí, eso nadie lo discute, pero el público raro tampoco le echó mucha cuenta. Que en su primero bastante con que el toro no se le fuera al suelo, con la mano alta, trapaceo por la cara y a por el estoque de verdad. En su segundo, quizá algo acelerado, pero sin tampoco verlo claro, mucho trapazo acelerado, sin poderle bajar la mano para dominarle, porque si así hacía, al suelo con él. Siempre fuera y dejándosela tropezar demasiado, sin llegar a ninguna parte.

El plato fuerte, a lo que iba el personal, era Roca Rey, que les habían dicho en el barrio, en la panadería, en el bar y hasta en la novena a San Isidro, que este era el que daba las mayores satisfacciones al orbe taurino. Y claro, si nada más tomar la muleta, el limeño se hinca de hinojos en la arena, ¿qué más hace falta para saber que este era el mesías que iban a ver? Que lo del pico exagerado, ha quedado demostrado que lo ve el que lo quiere ver y punto. Trapazos por todas partes, siempre fuera y cazándolos allá dónde pillara. Cambios de manos talanquereros, largando tela en cada muletazo, el novillo por los suelos, recorriéndose todo el ruedo, como si cada tanda fuera una estación del vía crucis del bovino bobino. Acabó llegando a toriles, ¡oh que sorpresa! Y al despenarlo con una entera trasera y caída, la amable concurrencia pidió el despojo, que el presidente, acertadamente, no concedió. Y después de arrastrarse al de El Torero, cuando Roca Rey estaba allí en la barrera que si con la toalla por aquí, la toalla por allí, ni una palma aunque fuera para hacerle saludar. Pero, ¿esto qué es lo que es? Los no peticionarios ojipláticos y los peticionarios... de verdad que no sé qué hacían estos una vez agitado el pañuelo. En el segundo, otro novillote bien majete, la cosa transcurría dentro de la monotonía habitual de este figurón, que me apañen al moribundo y luego yo me apaño solo. Venga trapazos y trapazos muy de su firma, pico, lejanías, ahora me la engancha, ahora me voy para allá a ver si lo pillo, sin que nadie se dignara a jalear tremendo monumento a la vulgaridad, hasta que cuando debía andar allá por la tanda número diecisiete o la veinticuatro, como sí que había que protestaban, alguien de este amable público, cuando se barruntaba el primer aviso, decidió empezar a jalear. Como si fuera una consigna preestablecida, los ocupantes de la plaza secundaron el jaleo y mucho más cuando Roca empezó a desplegar ese repertorio de ahora me la cambio de mano, ahora abrimos el tarro de la más exquisita vulgaridad, siempre fuera, faltaría más, y cuando llegaron los invertidos bailados, ¡para qué más! Que lo de la espada caída no importaba, lo que tocaba era que le dieran un despojo, ahora sí, ahora se le podría aplaudir una vez arrastrado el novillo ¡Ufff, qué alivio! Ya tenían algo que contar al volver a sus casas.

Rafa Serna confirmaba alternativa y... que abrir plaza es duro y liarse a dar trapazos así de entrada, cuesta, que el personal aún está a ver cómo se encaja entre las rodillas del prójimo de atrás y cómo se le encaja en las suyas el prójimo de delante. Y si unimos que su tarea solo era eso, dar trapazos, no pudiendo con un animal que aún moribundo le hacía no parar de correr. Inválido y todavía algunos veían al torero que podía echarse por los aires. En su segundo, una vez despertada la amable concurrencia, comenzó con telonazos y aún así el burel no aguantaba en pie. Trapazos en línea abusando hasta hartarse del pico, atravesando la muleta lo indecible y a merced de lo que mandara su oponente. No lo llevaba embarcado, lo que casi le cuesta un disgusto un achuchón, que quedó en susto. Venga trapazos, enganchones, para acabar encimista y entre enganchones, adornos de plaza de carros y tras una entera caída, ¡viva el despojo! Que esta no se la esperaba el personal, que igual pensaban que solo podía cortar despojos el que sale en la tele y en esa peli de buenos efectos de sonido y venga primeros planos. Pero ya llevamos no sé cuántos días de feria, cada tarde el público es diferente, cambia de la noche a la mañana, pero hay algo común a todos y que nos hace pensar en qué gente más rara ocupa la plaza.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

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