Cada día entiendo menos este tinglado que llaman mundo y esta panda que llaman gente. Y ¿por qué digo esto? Pues que me digan si la cosa no es para reservar una suite en la casa de salud. El otro día me reencontré con un viejo amigo y como buen español, decidí que había que celebrarlo en un bar delante de unas tapas. Dos jarritas de cerveza muy fría, una de bravas, una de chopitos y embutidos ibéricos de los de enmarcar. Allí que estábamos recordando la mili y dándole al carrillo, cuando estando a punto de pinchar en el chorizo de Salamanca, llega el camarero y nos retira el plato. ¡Eh oiga, que no he acabado! Y sin hacer ni caso, nos quita el resto de platos y las cañas. Y juro que como mucho nos habíamos trajinado no más de un tercio de lo pedido. Mi amiguete y yo empezamos a protestar, sin que los señores camareros nos hicieran ni caso, a todo más nos miraban con cara de perros rabiosos. Pero en estas que vemos que le hace lo mismo a un coleguita moderno de pantalón por debajo de la rodilla, camiseta “ocean” ajustadita y chancletas de mercadillo, que estaba convidando a su chuti a unas raciones. En esto que ve que le quitan la birra de la boca se levanta y mientras se rasca en la entrepierna, le pide explicaciones al señor camarero. Mi amiguete y yo no dudamos en unirnos al coleguita, que en caso de talegadas se las ventilaría solito. Pero mira por donde que la misma operación se repite en todas las mesas de la terraza del “Javi y Maritoñi’s”. El padre de familia de dos mesas más allá se indigna mientras los niños berreaban por verse sin su Mirinda de un tajo, el abuelo se pone como una fiera recordando sus tiempos de furriel en Cartagena, mientras el padre de familia le echa para atrás y la abuela le agarra por el brazo al grito de Aurelio que te pierdes. Y Aurelio estaba más preocupado por perderse su Bitter sin alcohol y la tortilla paisana, que porque se le desajustara la sonda. No quiero ni contar la que se armó; sólo la presencia de varios agentes de la policía local pudo arreglar aquel infierno. Nos reintegraron a todos lo retirado, nos repusieron las cervezas en su integridad y pudimos seguir la merienda donde la dejamos, aunque con la sangre un poco más alterada; ya nada era igual.
Días después y para quitarnos el mal sabor de boca, quedamos de nuevo para ir al cine a ver una de tortas de esas en que el prota viene a España y se toma una paella frente al Guggenheim, mientras es atendido por unos camareros y camareras con bigote y acento sudamericano, diciendo eso de: “ahorita le atiendo mi amol”. Llevábamos ya veinte minutos de película cuando se encienden las luces de la sala, nos abren las puertas y nos piden con mucha educación, casi ceremoniosa, que desalojemos la sala, y que nos esperan en una próxima oportunidad. Mi amiguete y yo no dábamos crédito. Una vez que reaccionó del shock, el público empezó a protestar airadamente. Una pareja de treintañeros bajaba indignado de la última fila, mientras él se iba metiendo la camisa y ella se alisaba delicadamente su melena algo desordenada. Una panda de chavales intentaron atrincherarse delante de una máquina de refrescos, mientras se explicaban unos a otros la situación y contaban lo que harían en caso de querer bronca, que por supuesto no querían. Mi amigo se erigió en el cabecilla de la rebelión subido haciendo equilibrios en dos butacas y coreando a voz en grito el “del barco de Chanquete, no nos moverán”. El acomodador desacomodador se mostraba inflexible y mientras nos señalaba la puerta se encaminaba hacia el Jacin, mi amigo, perdiendo los nervios únicamente cuando la chavalería le vació su refresco comunal por la espalda, con hielos, pajitas, vaso gigante y refresco incluido. Otra vez sólo pudimos ver el final de la película gracias a los cuerpos de seguridad del Estado, pero ya no teníamos cuerpo para nada, nos habían chafado la diversión.
Esto no podía quedar así, el Jacin y yo no nos resignábamos a recuperar nuestra amistad de una forma tan chusca. En estas que me suelta ¿y si nos hacemos una corrida? ¡Hombre Paco, no me jo…! Sí tío, vamos a los toros. ¡Uf, Qué alivio! Ya me veía dando explicaciones y poniendo excusas estúpidas para dejar al Jacin solo. Pues venga, y dicho y hecho, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos sacando dos gradas de sol. Cartel con toreros de nivel, de esos que salen en Tendido Cero y a los que en Toros para Todos le ponen la musiquita esa de las guitarras y el piano que te llega al alma. Un maestro, un profesional de los de verdad y un jovencito de esos que vienen empujando fuerte. Sale el primer toro, un tierno corderito con dos plátanos como pitones. Yo alzo la voz y le digo a mi amigo: pero si eso es una sardina escurrida. El Jacin sólo respondió con un ¡tío! y un poco cara sapo. Salen los caballos y casi en un visto y no visto se vuelven pa’ dentro sin casi haber ni regañado al torillo ese. Lo siento, pero no pude evitar el que se me escapara un ¡a picar! La única respuesta que obtuve fue un lacónico ¡pero tío! ¿qué te pasa? Me quedé tan descolocado que cuando me quise dar cuenta allí estaba el Jacin como loco aplaudiendo al maestro en banderillas. Ya sin gritar le comenté, así como le que no quiere la cosa, que todos habían sido a toro pasado. Ni me contestó.
El maestro nos brindó el toro, se aseguró de dejar la montera boca abajo y empezó a agitar la muleta como un guardiamarina en un día de tormenta. Ahí ya no pude aguantar y le espeté eso de ¡Crúzate! El eco me devolvió un lejano ¡baja tú! y al Jacin categórico: “Mira que vienes puntilloso, no te gusta nada, total a ti ¿qué más te da? Aquí uno viene a divertirse” Y no me dijo más porque mientras yo protestaba el infame bajonazo, él pedía la oreja agitando la almohadilla y gritando mucho, pero mucho, mucho. Y cuando le dieron la oreja al fenómeno de masas y me dispuse a manifestar mi descontento y la sensación de estar siendo atracado con semejante farsa, sólo pude ver cómo el Jacin iba escaleras abajo y se marchaba escandalizado de la grada, señalándome y comentando algo con los furibundos espectadores que me apuntaban con el dedo mordiéndosela la lengua y consolando a mi amigo en su huida.
El Jacin, ése que no consentía que le robaran ni el aire de alrededor, ése que era capaz de llegar al cadalso en defensa de sus derechos de ciudadano intachable, ese que se convertía en una nueva Agustina de Aragón por que la caña no estaba fría, no había dudado en tirar por la borda nuestra amistad nacida en los tercios de la Infantería de Marina en Cádiz, porque su compañero de armas, bueno de cantina, porque allí estábamos destinados, porque al que suscribe no le parecía bien que le cobraran un novillo a precio de toro, un tío vivo como un tercio de varas, un saltimbanqui como si fuera un torero y un carnaval como si fuera una corrida de toros. Igual es cosa mía, pero ¿no creen que el mundo ha perdido el norte? Y lo peor, no hay quien lo reponga.
Días después y para quitarnos el mal sabor de boca, quedamos de nuevo para ir al cine a ver una de tortas de esas en que el prota viene a España y se toma una paella frente al Guggenheim, mientras es atendido por unos camareros y camareras con bigote y acento sudamericano, diciendo eso de: “ahorita le atiendo mi amol”. Llevábamos ya veinte minutos de película cuando se encienden las luces de la sala, nos abren las puertas y nos piden con mucha educación, casi ceremoniosa, que desalojemos la sala, y que nos esperan en una próxima oportunidad. Mi amiguete y yo no dábamos crédito. Una vez que reaccionó del shock, el público empezó a protestar airadamente. Una pareja de treintañeros bajaba indignado de la última fila, mientras él se iba metiendo la camisa y ella se alisaba delicadamente su melena algo desordenada. Una panda de chavales intentaron atrincherarse delante de una máquina de refrescos, mientras se explicaban unos a otros la situación y contaban lo que harían en caso de querer bronca, que por supuesto no querían. Mi amigo se erigió en el cabecilla de la rebelión subido haciendo equilibrios en dos butacas y coreando a voz en grito el “del barco de Chanquete, no nos moverán”. El acomodador desacomodador se mostraba inflexible y mientras nos señalaba la puerta se encaminaba hacia el Jacin, mi amigo, perdiendo los nervios únicamente cuando la chavalería le vació su refresco comunal por la espalda, con hielos, pajitas, vaso gigante y refresco incluido. Otra vez sólo pudimos ver el final de la película gracias a los cuerpos de seguridad del Estado, pero ya no teníamos cuerpo para nada, nos habían chafado la diversión.
Esto no podía quedar así, el Jacin y yo no nos resignábamos a recuperar nuestra amistad de una forma tan chusca. En estas que me suelta ¿y si nos hacemos una corrida? ¡Hombre Paco, no me jo…! Sí tío, vamos a los toros. ¡Uf, Qué alivio! Ya me veía dando explicaciones y poniendo excusas estúpidas para dejar al Jacin solo. Pues venga, y dicho y hecho, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos sacando dos gradas de sol. Cartel con toreros de nivel, de esos que salen en Tendido Cero y a los que en Toros para Todos le ponen la musiquita esa de las guitarras y el piano que te llega al alma. Un maestro, un profesional de los de verdad y un jovencito de esos que vienen empujando fuerte. Sale el primer toro, un tierno corderito con dos plátanos como pitones. Yo alzo la voz y le digo a mi amigo: pero si eso es una sardina escurrida. El Jacin sólo respondió con un ¡tío! y un poco cara sapo. Salen los caballos y casi en un visto y no visto se vuelven pa’ dentro sin casi haber ni regañado al torillo ese. Lo siento, pero no pude evitar el que se me escapara un ¡a picar! La única respuesta que obtuve fue un lacónico ¡pero tío! ¿qué te pasa? Me quedé tan descolocado que cuando me quise dar cuenta allí estaba el Jacin como loco aplaudiendo al maestro en banderillas. Ya sin gritar le comenté, así como le que no quiere la cosa, que todos habían sido a toro pasado. Ni me contestó.
El maestro nos brindó el toro, se aseguró de dejar la montera boca abajo y empezó a agitar la muleta como un guardiamarina en un día de tormenta. Ahí ya no pude aguantar y le espeté eso de ¡Crúzate! El eco me devolvió un lejano ¡baja tú! y al Jacin categórico: “Mira que vienes puntilloso, no te gusta nada, total a ti ¿qué más te da? Aquí uno viene a divertirse” Y no me dijo más porque mientras yo protestaba el infame bajonazo, él pedía la oreja agitando la almohadilla y gritando mucho, pero mucho, mucho. Y cuando le dieron la oreja al fenómeno de masas y me dispuse a manifestar mi descontento y la sensación de estar siendo atracado con semejante farsa, sólo pude ver cómo el Jacin iba escaleras abajo y se marchaba escandalizado de la grada, señalándome y comentando algo con los furibundos espectadores que me apuntaban con el dedo mordiéndosela la lengua y consolando a mi amigo en su huida.
El Jacin, ése que no consentía que le robaran ni el aire de alrededor, ése que era capaz de llegar al cadalso en defensa de sus derechos de ciudadano intachable, ese que se convertía en una nueva Agustina de Aragón por que la caña no estaba fría, no había dudado en tirar por la borda nuestra amistad nacida en los tercios de la Infantería de Marina en Cádiz, porque su compañero de armas, bueno de cantina, porque allí estábamos destinados, porque al que suscribe no le parecía bien que le cobraran un novillo a precio de toro, un tío vivo como un tercio de varas, un saltimbanqui como si fuera un torero y un carnaval como si fuera una corrida de toros. Igual es cosa mía, pero ¿no creen que el mundo ha perdido el norte? Y lo peor, no hay quien lo reponga.
10 comentarios:
Enrique:
El mundo no sólo ha perdido el norte, sino también el sur, el este y el oeste. Creo que el Jacin no te conviene y además es gafe. Un saludo.
Bueno, si te consuela yo tengo un amigo que dice que el Barça aburre, que comer marisco es un coñazo porque tiene mucho trabajo y que las películas buenas son las españolas. No entiende de toros, pero va a la plaza. Nacido en Granada. Osea, una persona de Granada que no entiende de toros y va a la plaza, la víctima perfecta para el Fandi. Pues este amigo afirma categoricamente que ´El Fandi es buenísimo´. Y si le preguntas porqué te contesta: `porque dicen que es bueno...´ Y a pesar de eso, seguimos siendo buenos amigos. A eso lo llamo yo una amistad a prueba de bombas.
Saludos
David:
Aunque el Jacin era un amigo imaginario, la verdad es que no se podía ir con él a ninguna parte. Seguro que si me fuera a la playa con él, llegaría Moisés abriría las aguas y nos tocaría en la parte seca.
Un saludo
Antonio:
Queda claro que somos un pestiño de gente, como dice el otro, no nos gusta na'. Y me hace gracia lo que dices, pero a esos obnuvilados con los figurones, les preguntas ese "por qué" de que hablas y no saben qué contestar. Pero esto se extiende a la prensa, que no cuentan la faena, ni mucho menos la lidia, explicando como era el toro y como el torero pudo con él, todo se ciñe a "estuvo por encima del toro", "estuvo muy profesional" y el inefable "le robaron una oreja". Que pobre bagaje para quien vive de contarnos cosas.
Un saludo
Enrique:
Si fueses a la playa con él, no se hubieran abierto las aguas, ¡ojalá!
Os hubieseis ahogado. Mejor que vaya solo. Saludos
El mundo ha perdido el norte pero está ganando un buen novelista. jejeje. Aunque me imaginaba el final de la historia, has conseguido mantener mi interés a base de buena narrativa. Felicidades por el texto.
Yo no tengo tan claro que no puedan coexistir esa Fiesta que le gusta a tu amigo Jacín o al amigo de Antonio con la Fiesta que nos gusta a nosotros. ¿Es necesario estirpar una de ellas para la supervivencia de la otra? ¿Influye en algo que exista El Fandi con que Algemesí o Arnedo den un ciclo de novilladas más que interesante?¿El aficionado que se divierte es incompatible con el que se emociona?. En la misma plaza quizás si, pero a 800km de distancia...
Creo que una Fiesta paralela, más festiva y de menos rigor satisface una demanda existente. La clave está en que esta tipo de Fiesta no intoxique a la otra, como pasó ayer en Valencia, con una corrida impresentable. Ahí si que debemos exigir y denunciar, en plazas como Valencia y otras muchas de categoría. ¿Pero debemos exigir que en Granada no toree El Fandi?
Intento ponerme en la piel del "otro" aficionado. Creo que debe haber oferta para todos. Eso si, cada uno por su lado. Juntos pero no revueltos.
Saludos
Enrique:
Eres un maestro del costumbrismo! Qué manera de retratar a nuestros paisanos. Así son. Tan echaos pa'lante a veces para reclamar sus derechos, y luego en las plazas tragan lo que sea. Y a precio de oro.
Hubo una época en que me cogía unos cabreos enormes en la plaza de Badajoz. Imagínate lo exigentes que son aquí con toros y toreros. Llevaba hasta mi pañuelo verde que me preparó mi madre. Iba solo en aquellos tiempos a los toros, y cada vez que sacaba el pañuelito me miraban, algunos como diciendo "menudo amargao", pero la mayoría como si yo fuera un borracho recién llegado de la feria, porque no entendían qué hacía agitando un pañuelo si no tocaba pedir orejas entonces.
Un saludo.
eltorodelajota:
Lo malo de estas dos fiestas, como bien dices que existen, es que los de la verbena y triunfalismo no quieren que exista la otra, al nuestra, les resulta molesta y además no la entienden. Yo siempre he pensado que cada plaza tiene su papel y su personalidad y no todas pueden ser Madrid o Sevilla, pero tampoco se pueden convertir todas en Villanueva del Tartazo. Los triunfalistas quieren que nos vayamos a la playa, a ahogarnos, como dice el otro David.
Te confieso que a mí el Fandi podría llegar a no molestarme, lo que me saca de quicio es que me lo quieran hacer tragar como toreo serio y de verdad. El Bombero Torero me parece estupendo, pero no me quiere engañar haciendo pasarse por la reencarnación de Antonio Fuentes. Y además cuentan con el apoyo de los medios, que por los motivos que sean, nos quieren convencer de lo que no es y además quieren que desaparezcamos. Pero como bien dices en tu blog; si ladran es que molestamos.
Juan:
Es que hya que tener valor para hacer lo del pañuelo. Como no se iban a enfadar si sólo veían que les ibas a fastidiar la merienda. No veían más allá que un amargao, como tú dices, que además quería amrgar a toda la plaza. Eso es lo más triste, que no entienden que haya una visión un poco más profunda que la suya. Sólo te puedo dar ánimos para que sigas en esa actitud, aunque también deberás armarte de mucha, mucha paciencia.
Un saludo
David:
Con este gafe como tú le llamas, seguro que nos picaba una medusa. Un saludo
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