lunes, 30 de septiembre de 2024

Y ahora, disfrutemos del legado de los maestros



El que espere ver primeros tercios espectaculares en los festejos concurso, pues que se compre una máquina del tiempo y viaje hasta el año... hace mucho.



Todavía resacosos de lo del día antes, con ese dolor de cabeza, que parece que te va a estallar cuando te han metido garrafón, alcohol de quemar o ese trapaceo vulgar y tramposo que impera desde hace años en estos tascurrios en que han convertidos las plazas de toros. Y el tascurrio más importante del mundo parece que va a ser Madrid, que de la mano de sus gestores, la empresa y la Comunidad, nos están llevando a las más altas cotas de lo insufrible. Que previo a la novillada concurso, los aficionados desviaban las conversaciones a la buena tarde que se había quedado, a la nostalgia de los Payasos de la Tele o a que ya va apeteciendo un chocolate con churritos bien crujientes. Que hacían como si un poquito después no fueran a salir seis novillos de diferentes ganaderías, que es lo que tienen las concurso. Vamos, que se han montado un Saber y Ganar, concurso longevo de la tele hispana, pero con la salvedad de que aquí es El que sabe, pierde”. Que en las concurso se decía que los actuantes deberían contar con cierta capacidad lidiadora para lucir al ganado, especialmente en el caballo. Pues otro día, si alguien tiene tiempo y ánimo, que se lo explique a los actuantes, Villita, Jesús Moreno y Diego Bastos.

Que lo suyo era eso, buenas lidias, primeros tercios espectaculares, bregas eficaces y justas, para terminar poniendo la guinda en la faena de muleta. Pues nada de eso, como se podía esperar, porque los novilleros, estos y casi la totalidad de los que calzan las rosas, van a lo que van, manteos de compromiso con los capotes, sin saber tan siquiera defenderse, como hacen los maestros que cobran euros por sacos; poner los novillos en el caballo, a contraquerencia, medir los castigos y si la cosa marcha, hacer que vayan tres veces al caballo, aunque con cuidado, porque visto lo visto la vigilia, hay que tomar precaución cuando se estrellen contra los petos, que ya saben, ahí se despitorran los animales ¿Cómo no van a pesar los petos un quintal, si los deben forrar de mármol de Macael, con una fina película de hormigón armado. Los novillos eran, por orden de aparición, de José González, que ya manseó en el caballo y se dolió en banderillas, aunque luego iba y venía al trapo rojo, dónde no le hacían pupa. El segundo de la Condesa de Sobral, que casi llega a medio cumplir en un segundo puyazo, cuando no peleaba con un solo pitón; luego bastante tuvo con aguantarse en pie y avanzar a paso de caracol. Después vino el de Guerrero y Carpintero, al que no se le picó, mientras él respondía con arreones y como es ya norma, apenas se aguantaba por las poquitas fuerzas. Uno de Quintas, aparejado de capa, ya flojeaba en los primeros compases, dos picotazos a los que respondía echando la cara arriba, para derrumbarse en los primero envites de muleta. Un quinto de Baltasar Ibán, que como toda la corrida, ya daba muestras de falta de fuerzas de salida; no humillaba en el peto, con una segunda vara en la que parecía que el picador se creía estar tocando el tambor en el lomo del novillo. Pero aún así, este se acabó subiendo a la coronilla de su espada. El sexto, de Ángel Luis Peña, descabalgó al picador, después de estamparse contra el peto, al echar la cara arriba. Mala lidia, mucho capotazo, para concluir erigiéndose en el amo del ruedo a base de arreones, a pesar de flojear a ojos vista.

Los espadas, pues ya digo, digno representantes de este legado de modernidad que han recibido de los maestros que esta temporada se han ido despidiendo y los que aún esperamos que lo hagan, aunque si no quieren pasar por el trago de Madrid, pues les mandamos unas orejas por mensajero express, contratamos cuatro forzudos y que les saquen a cuestas por la puerta de su casa, mientras unas plañideras les jalean en la calle. Y así, todos contentos. Pero los que aún tienen mucho que pasar, o poco, quién sabe, son los novilleros que se apuntaron a este “El que sabe, pierde”, eran Villita, maestro en no saber manejarse con el capote y que con la pañosa zascaba unos latigazos trallaceros que aplaudiría cualquier comentarista de la tele, sin pensar que les espera el paro para el año próximo. Pico, siempre muy fuera, estirando el brazo y en lugar de rematar los muletazos, pegando unos ventanazos que sus maestros jalearían sin rubor, aunque en la plaza ni el paisanaje se entregó a su insulso quehacer. Jesús Moreno, que se ganó con sangre su presencia en la concurso, dejó claras las fuentes de las que bebe para hacer su toreo, de las de todos. Insulso, aburrido, ventajista, sin un gramo de gracia, pero bailando constantemente. Y Diego Bastos, que cerraba el cartel, fue capaz de superar a sus compañeros en eso de aburrir al personal, con mucha carrera, por supuesto, solo poniéndose pesado y como en el sexto, no pudiendo ni con una miajita de genio, que no casta. Que ya hemos digerido el primer fin de semana ferial en otoño, entre despedidas y concursos, pues relajémonos y ahora, disfrutemos del legado de los maestros.

 

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sábado, 28 de septiembre de 2024

Hasta nunca, aunque el daño ya estaba hecho

Algunos han debido pensar que todo era una broma, pero no, parece ser que el sainete muchos se lo han tomado en serio.


Se podría decir eso de tanta paz lleves como tranquilidad dejas, otros más duros que se vaya de una p… vez y no vuelva, otros simplemente sentimos alivio momentáneo, porque ya en el día de la despedida nos rondan los buitres anunciando una próxima vuelta a los ruedos del que dicen decía adiós a Madrid, y otros, muchas caras nuevas, muchas fotos a la plaza, muchas fotos con la plaza de fondo, mucha cara del que vi por primera vez algo que no imaginaba ver, mucha churri a la que ha llevado su churri a la despedida, la gran despedida. Pero si alguien esperaba ver caras conocidas, caras de los habituales, pues ahí la lista de faltas era notable. Qué cosas, se despide un dios y el aficionado dice que le aguante Rita, que él no está para sainetes. Estos los más espabilados, porque otros no aprenderemos nunca, otros estamos como para que nos reciba todo el colegio de psicólogos de Madrid. Que el que se despedía igual ha vivido una tarde de ensueño, pero esto me recuerda a aquella visita de Sissi a la Scala esperando ser recibida por la aristocracia local y con quién se encontró fue con aquellos a los que los primeros les habían cedido su sitio, que de sangre azul no tenían nada. Pues el despedido, si cree que ha recibido el calor de Madrid, que se le quite de la cabeza. Como decía una voz del tendido, que público más bueno ha venido hoy; la santidad en pleno. En el cartel de postín, aparte del que se despedía, Samuel Navalón, asignado en esta ocasión para que el maestro no tuviera que pasar por ese duro, durísimo trance de tener que abrir plaza. Que te tires tres décadas de figura para luego tener que sufrir semejante trance, me parece rondar lo inhumano. Mejor un chavalín que confirme y que si se le estrella, pues se siente, que hubiera pedido otra cosa. Y David Galván, que ese no molesta, fiel seguidor de la escuela del que se despedía, pero que por no molestar, no molesta ni a los toros que le tocan en suerte ¡Ay, los toros! Se anunciaban seis toros seis, de Juan Pedro Domecq, pero ya que era una despedida, pues, ¿por qué no montar un desafío ganadero de improviso? Bueno, desafío, lo que es desafío. Tres de Juan Pedro y tres de Garcigrande ¡Vayaaaa! Y sálvese el que pueda. Que igual la mentes mal intencionadas pensaban que Juan Pedro no era capaz de juntar seis para completar el festejo, que no digo yo que no, pero queda más épico lo del desafío, ¿no? Eso sí, no se completaban seis, pero, ¿de quién eran los sobreros? ¡Bingooooo! De Juan Pedro Domecq. Y no le busquen explicaciones, porque casi mejor no encontrarlas, porque al final van a acabar pensando mal y en la de esta despedida no hay que pensar mal. Lo de Samuel Navalón, pues bueno, ya ha confirmado la alternativa. Un fiel discípulo de la modernidad, con faenas eternas e insufribles, pico, carreras, echándose el toro para afuera, que si arrimón, que si ahora tiro la espada, que si me alboroto, que si casi te mandan el tercer aviso en su primero, que el primero fue nada más coger la espada y en su segundo, después de la maratón de las Ventas, esa gente tan güena le pidió la oreja y presidente, más güeno aún, se la dio. Achuchones por dar la salida antes de tiempo, y un espadazo trasero que era suficiente para que el público tan bueno él, no se desanimara. Que igual volveremos a verle, pero ya les digo yo que a alguno le tendrán que dar detalles de quién es, porque más de uno no se va a acordar ni de él, ni de su labor el día de la despedida del que se despedía.

Además también estaba anunciado el que no molestaba, David Galván, con su toreo hierático, despejado, sin apreturas, sin ajustes, con mucho desajuste, tirando del pico de la muleta con garbo, pero con pico, al pasito del animal que bastante tiene con desplazarse, despacito, pero se desplazaba. Que no negaré la estética, la compostura, para el que le llene la compostura e incluso si tiramos de bisturí, que si un momento en un muletazo, que si… pero si no hay toro que torear y además lo hacemos con ventajas, pues… que uno se queda in albis. Que igual algunos, si no es por el fallo a espadas, hasta se habrían olvidado de que estaban allí por la despedida y hasta le habría dado un despojo. Que habrá quien llegados a este punto pensaran que no se ha dicho ni una palabra del comportamiento de los toros en el caballo. Pues es que si no hay comportamiento, si no hay suerte de varas, si no hay nada, pues, que no se les ha puesto en suerte, que no se les ha picado, si acaso el que alguno saliera espantado del peto, que esa es otra, ¿de qué se fabrican ahora los petos? ¿De granito? Que va el primero del que se despedía, topa en el caballo y se rompe un pitón, vuelve a entrar y se lo estropea todavía más ¡Caramba con la guata! Y cómo se puso el personal con el palco, porque no devolvía el toro que se había lesionado en el ruedo. Que pocos repararon en su evidente falta de fuerza, pero lo del cuerno. Vaya vocinglerío, pero el usía, con buen criterio, aguantó el tipo y no sacó el pañuelo verde. Y salió el toro para la historia, el toro para la eternidad, uno cortito, gordito, bien majete él, al que ni un capotazo, si varios mantazos, al que no se picó, al que Fernando Sánchez puso un par a cabeza pasada y que el personal, la cátedra del buenismo, le hizo saludar. Que muy despistado había que estar para no pensar que se avecinaban dos orejas, triunfo y salida a cuesta en el día de la despedida del que se despedía. Empezó este tirando de su más puro clasicismo, el del pico, el del dar aire al animal, el de la lejanía, que si se le vencía no era que no le llevara toreado, era pura épica, que al personal parecía hacerle encontrarse con un nuevo Teseo delante de un mojicón con cuernos. Como la cosa no parecía que iba a llegar al clímax, pues venga remates por aquí y por allá, aunque el toro fuera por un lado y el trapo… el trapo parecía decir adiós al personal. Luego arrimón, trapazos de uno en uno, eso que tanto practicaba por esas plazas de Dios de citar genuflexo y hacer girar al animal en su entorno ¡Madreeee! Esto es la locura. ¡Cuidado, que lo repite! ¡Ay señor! ¡Gracias por haberme permitido ver la despedida del que se despedía! De locos. Toda la plaza enloquecida, unos por ser testigos in situ de todo el repertorio más vulgar y provinciano del que se despedía y los otros porque no daban crédito de que con eso nadie pudiera creer tocar el cielo. Más de uno en uno y entera rinconera. Unos clamaban al cielo, otros llamaban a su madre, otros a su cuñado, otros a Telepizza. Vuelta al ruedo parsimoniosa, saludos de despedida como si el que se despedía se entregase en holocausto a las divinidades de la tauromaquia más vulgar que nadie pudiera haber imaginado nunca jamás, ¡qué prodigio! Tanto, con tan poco. Pobre plaza de Madrid, a la que han convertido en la fregona de esto que llaman tauromaquia. Pero ya les digo que lo mejor de todo no era otra cosa que la despedida del que se despedía, que a propósito, si no lo sabían, se llama Enrique Ponce al que la Providencia le llene el bolsillo lo suficiente como para que no tenga que volver. Señor Ponce, hasta nunca, aunque el daño ya estaba hecho.

 

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viernes, 27 de septiembre de 2024

Nos quieren ignorantes y manejables

Nos quieren ignorantes y además ellos son los que deciden quién es aficionado y quién no. Cuanto más... mejor afisionao.


Hay que ver oiga, cómo se nos han puesto por devolver cuatro inválidos, pero no por devolver alguno más que también lo era. Que los amables y siempre educados taurinos, resulta que también exudan bilis, que pierden las maneras sin formas, que te pegan unos arreones de mansos tirándose al bulto a hacer carne. Que es tocarle a los señoritos de buena familia y sobre todo, el bolsillo, y te tiran unas tarascadas que solo buscan arrancarte lo más querido, llevándose por delante la cabeza, el corazón y el alma misma si la pillan por medio. Que hay que ver lo que sueltan porque a un señor le da por devolver almas en pena a los corrales; que igual va a ser verdad aquello de que teníamos que educarnos en este misterio tragicómico de la tauromaquia 5.0, que la 2,0 se quedó en juego de inocentes infantes. Que uno también entiende que es más fácil poner posturas con el animal con apariencia de toro despanzurrado en la arena, que no mirándote a ver por dónde le sales… o le entras. Que también uno entiende estas perraqueras si esto va de defender al ganadero, que se permite el lujo de mandar un ganado que por lo que sea no se sujeta en pie, pero que lo cobra como si saliera bueno, de defender al empresario, que si le echan un toro para atrás ya pierde dinero y no les digo nada si son cuatro. O de defender a los de luces, que como aún decían algunos en la plaza, buenas personas sin duda, yendo por el cuarto con ocho salidas por toriles o aguantando hasta el último que tampoco podía ni con la divisa, igual que el quinto, había que ser buena gente y callarse, por respeto a los toreros. Y la que monta toda esta panda porque desde el palco medio se defiende al que paga, pero debe ser que a este le roban un toro o los que sea y esto no le afecta ni al bolsillo, ni a la salud, ni al sentirse como un memo estafado al que dejan en cueros en mitad de la plaza entre el carcajeo de los que le timan sin el menor de los decoros.

Que uno escucha a entrenadores de fútbol actores, directores de teatro, de cine y lo que exigen, que ya les vale, es que el espectador sepa de lo que van a ver. Pues en el mundo este, que no me atrevo a llamar de los toros, por si alguien se ofende o por si falto al respeto, llega un caballero muy engolado él y engominado, como debe ser la gente de bien y lo que achaca a parte de gente que va a la plaza es que saben hasta el nombre del presidente del festejo, es que los hay que van a la plaza queriéndolo saber todo, hasta lo que pueden exigir y cuales son derechos y por supuesto, hasta se saben el reglamento ¿Cabe mayor desfachatez? ¡Por Dios! ¡A la hoguera con ellos! ¡A la hoguera el saber!

Pero volvemos a la eterna canción de siempre, unos que quieren mangonearlo todo, que buscan su comodidad, buscan cerrar la entrada a cualquiera que no sea de los suyos para seguir sacando tajada y los demás… a los demás solo se les otorgan tres derechos, el primero por encima de todo, pagar, pagar mucho, lo más que se pueda; el segundo, callar, nadie tiene derecho ni a pensar, mucho menos a opinar, porque solo ellos saben de esto, los demás somos unos perfectos ignorantes, aunque no tanto como a ellos les gustaría; y el tercer derecho, viva la benevolencia, es aplaudir y aclamarles con delirio. Pero claro, tanto han sacado esto de la sociedad, están expulsando a tantos, que al final no se están dando cuenta de que no va a haber de dónde sacar el dinero, que no va a haber un ángel celestial que baje a llenarles a ellos los bolsillos. Eso sí, si esto no pasa, siempre tendrán un culpable a quién achacarle todos sus males. Y si no, vean el ejemplo de la televisión, que según se dice, según afirma el propio canal, se cierra y ya no emitirá más festejos, porque hay causas ajenas que se lo impiden. Pero volvemos a la de siempre, la culpa es que el aficionado no ha cumplido con sl primero y más sagrado de los preceptos, el pagar, que lo visten de apoyar a la tauromaquia, pero no, no es otra cosa que pagarles sus delirios, sus incapacidades, esa ineptitud de la que hacen gala sin rubor. Pues nada, adelante, que nos laven el cerebro y nos lo dejen con un encefalograma taurino plano porque ya saben, ellos solo nos quieren ignorantes y manejables.

 

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lunes, 23 de septiembre de 2024

Los límites de la paciencia del taurino y del aficionado

Lo de Bañuelos, bellas estampas tan vacías que se oía el eco dentro de ellas.


Toros en Madrid, como decían los carteles en otro tiempo, en ese tiempo en que se veían carteles de toros por las esquinas de las ciudades. Y bueno, hay que reconocer que hay anuncios que son ejemplo palpable del optimismo. Toros en Madrid y sale lo de Bañuelos… y lo de Montalvo y lo de Carmen Valiente y lo de … ¿Pero esto qué es? Que si Plaza 1 quiere desinfectar los corrales de Madrid, que aproveche ahora que estarán vacíos, que luego llega la feria de Otoño y con las figuras anunciadas no va a haber quién encuentre un rincón en los corrales de las Ventas, que ya deben tener preparada la línea directa desde las fincas a la plaza y viceversa.  Que todo lo que puede venir puede ser glorioso. Que habrá quién quiera ver la corrida de Bañuelos como un prólogo a la ya inminente feria de Otoño, pero verán como los taurinos lo tienen todo atado y bien atado, aunque los bailes de corrales igual son inevitables. La última previa a esta feria fue un festival de inválidos, pero claro, todo depende del color del cristal con que se mire. Unos echan la culpa al ganadero que mandó una corrida bochornosamente inválida. No entramos en causas, solo nos podemos detener en los resultados, que solo tres permanecieron en el ruedo, aunque también podían haber tomado el camino de los cabestros y uno de estos tres se rompió una mano en el inicio del trasto y hubo que ser estoqueado sin preámbulos.

Pero claro, si seguimos ese patrón que algunos ya han proclamado en público, como don hablo Aguado, de que el toro bueno para el toreo artista es el inválido, pues uno entiende que los vástagos de laureadas dinastías de toreros y periodistas, muy unidas ambas, clamen contra el presidente por darse demasiada prisa en sacar el pañuelo verde ¡Demasiada prisa! Si parecía que lo tenía electrificado y le costaba un disgusto sacarlo. Que hubo casos en los que hasta el mismo toro parecía ponerle ojitos diciéndole: ¿no ves que no puedo con mi alma? Que ni la divisa puedo arrastar. Que igual es por eso por lo que alguno salió sin ella, o igual es que se le agotó a Plaza 1 las telas de colores y a esa hora, un domingo por la tarde, las mercerías de Pontejos, junto a Sol, ya estaban cerradas. Y el presidente, un impaciente, según estos taurinos de pedigree, venga a sacar el verde. Pero lo de la paciencia va según lo vea cada uno. Que el personal que ya de salida ve al toro con unos andares raros, que no se puede apenas girar, que lleva un braceo de caballo cartujano y que a nada que la arena le hace un guiño el animal se tira en plancha sobre ella, pues entonces vienen las protestas. Que unos dicen que si el siete, que no fue solo el siete, que hubo alguno más, alguno que no era ni chino, ni turista, ni partidario de los toreros, ni un despistado que pensaba que todavía se podía cenar las Ventas, o sea, cuatro protestones más mal contados ¡Hay que tener paciencia oiga!

Que el que diga que lo de Bañuelos no estaba presentado para ganar el título de Miss Toro de las Ventas 2024, es que no se fijó bien; vaya láminas; unos auténticos torazos, pero… ¡Ay los malditos peros! Que hasta parecía que iban a dar juego. El primero se medio mantuvo en pie, lo justo para que Juan de Castilla le diera aire con la pañosa, distante, pico, latigazos, sin poder hacerse con él, aparte de que el animal entrara como un burro a la muleta. De lo que vino después, de la invalida corrida, poco o nada hay que destacar, solo un par comprometido de Curro Javier y como el mismo Juan de castilla metió en los capotes al manso quinto que correspondía a Isaac Fonseca. Un Isaac Fonseca que recibió medio aseado a su primero, que, por aquello de ganarse el aplauso fácil, hasta puso al toro de lejos en el penco, pero nada, el Bañuelos no estaba para lejanías, le bastaba aguantarse en pie. Que desde el tendido se oían voces de levanta la vara para citar, de llámalo, pero a poco que uno se fijara en el animal, el olisqueo, el distraerse y las poquitas fuerzas eran síntomas de que no iba a acudir al peto. Y estando cómo estaba, José Fernando Molina se fue a hacer su quite, quite al que tenía derecho, pero… ¿No se enteró de cómo andaba el toro? Pues no y se puso a pegar mantazos hasta que aquella lámina se derrumbó definitivamente. Y a partir de ahí, Florito haciendo horas extras, cabestros para fuera, toro para dentro, cabestros para fuera, toro para dentro. Fonseca se diluyó en la nada, Juan de Castilla recibiendo al de Bañuelos, Carmen Valiente y Las Ramblas, al que no devolvieron quizá porque el presidente estaba viendo La Revuelta y no se enteró de la invalidez de este, lo que aprovechó el espada para intentar aplicarle la modernidad ventajista de siempre, autopremiada con una vuelta al ruedo, quizá para agradecer a los catorce que pidieron la oreja el que tuvieran que pasar la vergüenza de verse señalados por sacar el pañuelo blanco.

La comparecencia de José Fernando Molina, aparte de ese quite tan inoportuno, como poco certero, poco que destacar. Su primero, al que recibió de muleta incluso con cierta suavidad, se partió una mano y solo le quedó tomar el estoque. Con el que cerraba plaza, ya con la paciencia de todo quisque agotada, otro inválido que también pudo ser devuelto, se puso moderno y tremendamente vulgar, quizá queriendo agradar a los pocos paisanos que le acompañaban. Ponía posturas ventajistas y más posturas, pero hasta los partidarios perdían el entusiasmo al ver al animal besar el ruedo más de lo estrictamente recomendable. Para que luego hablen del pobre e ineficaz presidente. Y solo nos quedaría por definir hasta dónde debe llegar el aguante del personal. ¿Tres caídas son admisibles? ¿Los tambaleos cuentan para poder protestar’ ¿Hay que frotarse las manos esperando la culminación del arte cuando un animal apenas aguanta su propio aliento? ¿A quién hay que pedir permiso para protestar un toro, al de la dinastía torera o al de la dinastía periodística? Que o nos dan pautas para convertirnos en dóciles borregos o lo mismo nos brota el carácter levantisco y mire usted, no vayamos a protestar también en los próximos acontecimientos que se nos avecinan. Por favor, señores taurinos, luz, ilumínennos, se lo rogamos. Que lo que parece evidente, más que evidente, es que no coinciden ni de lejos, los límites de la paciencia del taurino y del aficionado.

 

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sábado, 21 de septiembre de 2024

Las otras despedidas

Quería una despedida triunfal como la de Marcial, pero la suya seguro que fue mucho más sentida, la suya fue el abrazo bien apretado con su pueblo, el pueblo más grande del mundo, en el patio de su casa, la primera plaza del mundo. Pero siempre habrá adioses y adioses.


Se dice por ahí que un figurón mítico se está despidiendo de los ruedos, las plazas, sus públicos y de todos aquellos que se acordaran que hace nada se retiró, que hace menos volvió y no de los que no le echaron de menos ni en los anuncios de Panten, pero que es pensar en que hay que volverle a ver por obligación, insisto, por obligación, porque nos lo meten a capón en un abono y es entonces cuando al figurón mítico se le echa de más. Que uno se pone a pensar en otras despedidas y… Que no hay color. Recuerdo la que siempre se nos viene a la cabeza a los de los madriles, la de nuestro Antoñete, que tras una tarde de las malas, la emoción, la buena, inundó el patio de su casa, las ventas, y sin tener que ponerse a contar que si una oreja, dos o ninguna, sus paisanos se echaron a la arena, le levantaron en volandas, hicieron saltar los goznes de la Puerta de Madrid y se lo llevaron camino de la calle de Alcalá en loor de multitudes; que no se llevaban solo a un torero, al del mechón blanco, se llevaban a un mito de verdad, se llevaban a hombros una carrera, irregular donde las haya, al cite de lejos, a la media belmontina, a la fragilidad de los huesos, a la delicadeza en el toreo, al muletazo por abajo sometiendo, a tanto, que solo podía ser llevado por una multitud, por un pueblo entero, que para tanto solo podía aguantar ese peso todo Madrid.

Pero Aparte de despedidas de toreros, de cortes de coleta plenos de emoción y sentimiento, el aficionado lleva mucho tiempo despidiendo lo que nunca creyó que iba a despedir. Lleva años despidiendo al toro, que como los viejos toreros, asoma de tarde en tarde y casi como simple testimonio, por las plazas, por el ruedo de Madrid. Pero es una despedida sin homenajes, porque los responsables no lloran su marcha, esos responsables son los que la han propiciado, los culpables de que el toro deje de estar y con él la casta, ambos, máximos enemigos de la vulgar modernidad, del fraude, de la trampa y de la incompetencia de los que no saben plantarle cara en los ruedos. Eso sí, llámenme pesado, con todo esto, que no es ni el toro, ni la casta, los hay que se emocionan. Allá cada uno. Pero como con esto no todo el mundo siente esa emoción que les arrebata, aunque luego ni se acuerden de qué les emocionó, también ha habido que ir despidiendo a los aficionados que poco a poco y en silencio se han ido apeando de esta marabunta chabacana que no lleva a ninguna parte y si lleva, es a una discoteca, en Madrid, a la Discoventas.

Y los que siguen yendo a la plaza, pues también se despidieron hace mucho del toreo de verdad, del de poder, del que sometía al toro, del que le embarcaba con verdad, del que no emocionaba, conmocionaba y dejaba mudo al personal, de ese que no te dejaba palabras para explicarlo. No era tan fácil como en la actualidad, que lo explican con números, números por orejas y salidas a cuestas. Pero no, para los que permanecen y los que se fueron, de nuestra fiesta nos tuvimos que despedir hace tiempo, mucho tiempo, demasiado; que siempre sale el que te dice que esto es lo que hay, que hay que hacerse a la idea, acostumbrarse y seguir yendo a la plaza. Pues uno sigue yendo a la plaza, pero no, ni me hago a la idea, ni me acostumbro y lo que puede que sea aún peor, es que no me da la gana ni lo uno, ni lo otro. Que uno que ha podido ver un rito preñado de emociones, emociones de verdad, ahora no puede conformarse con novelitas rosas de toreros engallados afectados y forzando el gesto. Que se pasó de las peticiones mayoritarias, con los tendidos invadidos por el blanco de los pañuelos, a las orejas por mayoría, porque las pide uno más del cincuenta por ciento, dejando de lado lo del paisanaje, autobuses o transeúntes de un día al año o en la vida.

Pues nada, preparémonos para una despedida, la de un figurón mítico, al que confieso que gustaba ver en sus inicios de novillero y que una vez doctorado, rápido tomó el rumbo que tomó. Esperemos que en su despedida al fin dé un natural, si no es mucho pedir y si en unos años tiene que volver… pues que vuelva, que no sería el primero en irse y regresar, un clásico. Eso sí, podrá volver mil veces, que este, como tantos y tantos otros, no despertará ni un ápice de ilusión en los que llevan años despidiéndose de tantas cosas, entre otras, de su fiesta, la que les conmocionó, emocionó y les dejó sin palabras y sin palabras siguen, intentando recordar las otras despedidas.

 

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miércoles, 4 de septiembre de 2024

Carreras, carreras y más carreras

La ligazón está reñida con las carreras y el toreo es incompatible con esas horrorosas carreras, aunque haya a quién le emocionen


Habrá quién piense que algunos le damos demasiada importancia a eso de tanta carrerita entre trapazo y trapazo, incluso me dirán que los toreros siempre han tenido que recolocarse después de un muletazo y tienen toda la razón del mundo, pero, y aquí viene el quid, no siempre, solo en casos especiales. Y los casos especiales eran cuando los toros se revolvían como demonios buscando los tobillos, buscando lo que se dejaban atrás. Toros a los que se les habían pegado tres puyazos, a los que se les había castigado con los capotes por abajo, a los que se había tratado de dominar, pero que llegaban a la muleta demasiado levantiscos. En esos casos el espada solía empezar dándole más jarabe de mando por abajo, quizá en esas épocas no habían llegado los tiempos de cuidar al toro, los tiempos de “no atacarle”, en definitiva, otros tiempos. Que los había que ni aún así se les podía reconducir, pero el aficionado vibraba al ver a un hombre peleándose a muleta partida con esa alimaña, porque entonces sí que había alimañas, algunas hasta llevaban esa “A” marcada en la piel; unas con la “A” coronada, otras con unas asas. Y para poder con estos vendavales de casta, unas veces adornada de bravura y otras de mansedumbre, la única receta era el toreo. Que por aquellos entonces no se consideraba, ni había lugar a error, el dar pases. Lo de dar pases, pases y más pases no lo consentían ni ls públicos, ni por supuesto el aficionado y ni muchísimo menos aquel toro. Que poquito aguantaba aquel animal las danzas y el baile del chachachá en sus inmediaciones; que por nada y menos te ponían en órbita y de forma literal.

Pero claro, los tiempos son otros y vaya si lo son. Que ahora lo de las carreras importa muy poquito. Que ahora lo de las carreras resulta imprescindible para los que carecen de lo más esencial del toreo y eso sí, dan pases, o mejor dicho, trapazos. Ahora se te ponen bonitos, atraviesan el trapo, el toro viene y se limitan en el mejor de los casos, a acompañar el viaje, porque también se ha convertido en costumbre eso del señor por un lado, el trapo por otro y el toro… ¡Ay el toro! El toro por dónde Dios, Alá o Shiwa le dé a entender, que ni se pensará si se deja algo detrás, delante o dónde caiga. Ahora solo parece que lo que vale es la foto, una foto en el momento justo en el que está pasando el toro, una imagen estática, ni pensar en lo de antes, la colocación, ni mucho menos en lo de después, el trallazo y la carrerita para recuperar el sitio. Que lo que pasa es que lo que el torero no es capaz de hacer con el engaño, lo tiene que suplir con las piernas. Y aquí viene lo del mando, que es ninguno, porque si no se manda al toro, este, poco a poco, le irá llevando adónde a él le de la gana y así vemos cómo un trasteo puede empezar, caso de la plaza de Madrid, en el tercio frente al burladero de matadores y acaba en el ladoopuesto casi frente a toriles. Porque esa es la querencia del toro. O de la misma forma se va recorriendo medio ruedo al hilo de las tablas, pero con el mismo destino, la estación de toriles, dónde el toro no te va a invitar a un café.

Que me dirán que esto resulta emocionante, que esto “emociona”, gran concepto de esta tauromaquia moderna. Ahora no vamos a ver torear, no vamos a ver lidiar, a ver cómo se puede a un animal, ahora vamos a emocionarnos y en este emocionarse caben muchas cosas, demasiadas. Que ya les digo yo, que si e trata de eso de emocionarse, viendo a un torero pudiendo, con mando, haciendo el toreo, no es que el personal se emocione, es que pierde la chaveta, enloquece y se queda sin palabras, solo puedo soltar exclamaciones que aquí es mejor no reproducir. Pero bueno, si el personal es feliz viendo a señores correr a todo correr, porque con eso se emocionan, ¿quién es nadie para quitarles la ilusión? Si así esto les permite crearse sus ídolos particulares, pues tampoco hay que contarle que si se ha colocado aquí o allí, si solo han pegado medios o cuartos de trapazo, si de repente pegan un tirón a la muleta y echan a correr para cazar el siguiente trapazo, si todo son trallazos si el toro aprieta o si dicen que torean despacio cuando el animalito va a paso de regulares con la lengua fuera, pero ya digo, siempre culminando con eso que parece emocionar tanto, carreras, carreras y más carreras.

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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lunes, 2 de septiembre de 2024

La catarsis del trallazo

Cómo se han puesto porque un pica no se puesto justo enfrente de esas tres rayas que a todos nos ayuda a saber dónde estamos. Esas tres rayas que nos iluminan y que qué sería de nosotros sin ella.


Que poco dura la alegría en la casa del pobre. Que iban los condolidos aficionados, pseudoaficionados, sesudos, espabilaos y pintones de la fiesta, pintones autoproclamados exigentes y pintones de los otros, de los que conocen a tuti li mondi y se creen que con eso… pues todos, todos, esperaban encontrarse con una corrida encastada, con poder y que les pusieran las peras al cuarto a los de luces. Los hierros pintados en la arena, las imprescindibles tres rayas paralelas sin las que el aficionado no sería capaz de saber si un toro se pone de cerca o de lejos. Tres rayas que si las hubieran puesto en Barrio Sésamo, Epi y Blas se habría evitado mil paseos con el de cerca, poc, poc, poc, lejos. Gran aportación de la tauromaquia gala a este mundo y al mundo en general. ¡Papa! ¿Queda mucho? Y el padre podría decir que más de lo lejos que está la raya cortita. Pues eso, las rayas y además, por si esto fuera poco, para que los amargados no se ofuscaran, hasta lonas con los hierros de esta serie de “Desafíos ganaderos”. Pues todo tan bien embanastado y ¡Catapum! Nuestro gozo en un pozo, en el pozo más profundo de los gozos.

Estaban anunciados tres de Saltillo y tres de Valdellán, pero ya les digo, que estaban anunciados, porque si no nos lo cuentan, igual nadie habría acertado que los seis astados fueran de tales procedencias. Y además se suponía que los iban a enfrentar tres lidiadores curtidos con estos hierros. Pues… ya lo de lidiadores no casaba con ellos. Que me dicen que tres especialistas en poses, carreras, mantazos, trapazos, abuso de pico, de colocarse allá por Méntrida y de pasárselo por Buitrago de Lozoya y lo admito. A propósito, Un pueblo está lindando con Toledo y el otro con Segovia. Y vaya por la cara esta clase de geografía madrileña. Pero, ¡ojo! Que esto es opinión de servidor, que los ha habido que han perdido la chaveta viendo pegar trallazos a velocidad de la luz, casi tan rápido como corría el susodicho coletudo entre trapazo y trapazo. Y si no que se lo pregunten a los que clamaban a cada respingo y exigían a la empresa que pusieran a Damián Castaño, el autor de los mayores trapazos, unas veces erguido y otras… otras menos, pero siempre entre el clamor de los que se han “emosionao”. Que parándonos un segundo a pensar, se me ocurre una terna de nuevos dioses de la tauromaquia en Madrid que lo mismo podrían correr en un ruedo, que en una maratón popular por el barrio de la Guindalera, justo al ladito de la plaza.

Lo de Saltillo y Valdellán la verdad es que han defraudado bastante, ni tipo, ni maneras, ni casta, ni tan siquiera genio. Se les ha picado fatal, lo mismo en una paletilla, que más allá de dónde el lomo ya casi pasa a ser otra cosa, en la barriga, cariocas, tapando la salida, con caballos derribados no por el ímpetu del astado, sino por otras razones que no vienen al caso. Pero como el personal estaba con que había que ver un tercio de varas que jalear, ha sido en el sexto, a distancia y el de Valdellán acabó arrancándose hasta con alegría, pero, he aquí el pero, después de pensárselo y pensárselo, de mirar aquí y allá a ver si había algo qu le interesara más, olisqueando, escarbando y al final… Ninguno se ha empleado metiendo los riñones. Es verdad que alguno ha mostrado cierta fijeza, pero a lo más que llegaban era a pelear con un solo pitón; muchos derrotes, caras altas y hasta saliéndose sueltos por su cuenta. Que lo mismo alguno pensaba ir a echarle la bronca al que pintó los hierros en la arena por haber pintado los que no tacaban, pero sí, sí que tocaban, aunque pareciera mentira, tocaban y salieron tres de Saltillo, los tres primeros, y tres de Valdellán.

Los de luces eran Sánchez Vara, Rubén Pinar y el ya citado Damián Castaño. Sánchez Vara lo más que hizo fue recibir a su primero de capote ganándole terreno y punto. Con la pañosa un recital de trapazos enganchados, distantes y con muchas precauciones. En su segundo, tras una lidia llena de despropósitos, optó por banderillearlo y quizá habría sido un acierto ceder los palos a la cuadrilla. Muletazos escapando, banderazos, el toro se le vino abajo primero por un pitón y luego por los dos; pero debajo de medir la arena con los lomos. Un bajonazo hábil y hasta otra. Rubén Pinar es de esos espadas con una pasmosa regularidad, siempre suelta el mismo repertorio, siempre aburre, siempre tramposo, siempre sin decir nada y casi mejor, porque cuando lo dice, que no en el ruedo, es para mentarle la madre a quién le paga sacando una entrada en taquilla. Pero él tan feliz. Muy fuera, ya no al hilo del pitón, sino hasta el infinito y más allá. Trapazos dando aire, ejemplo paradigmático de lo que me comentaba un aficionado, eso del torero por un lado y el toro por otro, como si estuvieran regañados. Pero no pierdan la esperanza, que si pinar sigue siendo baratito, lo volveremos a ver en esta plaza, faltaría más. Igual que seguiremos viendo a Damián castaño, que me dirán que ha perdido el triunfo por la espada, por el verduguillo y… y por más cosas. Lo de comentar su labor con el capote sería como pretender juzgar la catedral de Burciamuros del Monte, que no existe, ¿no? Pues eso, lo mismo. Con la muleta el hombre tiene cogido un truco que le funciona muy bien y que se le puede aplicar a cualquiera de sus dos toros, él se pone erguidito, cita desde fuera con el pico de la muleta, tira y echa a correr. Otras veces cita de frente, pega el latigazo y de nuevo a correr, o incluso en una tanda los apelotonaba sin rematar, empalmando uno tras otro, lo que no es ligar, solo es eso, empalmar. Incluso, como en su segundo, muy serio y clásico él, con la montera calada, pegaba unos trallazos que tiritaba el mundo, pero, ¡amigo! Si el personal se emociona, no hay más que hablar. Que ya se sabe, esto ahora va de emociones, que muchos se creen que el quedarse quieto es cuando se da el trapazo, aunque no se remate, aunque se pegue un tirón al trapo para echar a correr y recolocarse para cazar el siguiente trapazo. Todo se estropeó con los aceros. En el primero después de media escasa, cuando el toro estaba para entrar de nuevo, pero por aquello de no perder despojos tiró de verduguillo y ahí sí que perdió todo. En su segundo ya no solo fue descabellar, también fue dejar una estocada decente. Unos se mesaban las guedejas, otros se frotaban los ojos, otros se lamentaban, otros… otros no daban crédito de ver esa locura colectiva después de la nada, pero así están las cosas, que el público está deseando encontrar ídolos, aunque sea a lomos de la catarsis del trallazo.

 

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