Vuelvo con mi idea primitiva de ir ilustrando los diferentes encastes de toro bravo. Quizás ahora esto adquiera un diferente significado al que podía tener hace un tiempo. Antes únicamente se trataría de un ejercicio de documentación y la habilidad, maña o pericia necesarias para hacerlo brotar en un papel. Pero con la que está cayendo la cosa cambia. Tal y como está el panorama, en unos meses puede que este dibujo se convierta desgraciadamente en un testimonio de algo que fue, pero que la ineptitud de taurinos y señores de la administración se llevó por delante.
Los Concha y Sierra nunca han sido un toro colaborador, tal y como hoy se entiende por colaborador, pero sin embargo figuras de verdad, como Juan Belmonte o Vicente Pastor supieron alcanzar la gloria ante ellos. Sus últimas apariciones en Madrid han sido como sobreros, pasando sin pena ni gloria por la calle de Alcalá. Pero toda la consideración que se tiene con otros hierros, a los que se les permite arrastrarse año tras año por los ruedos, a estos, como a otros, no se les consiente.
No son toros ni fáciles, ni difíciles, son diferentes, pero que no se ajustan ni de lejos al canon actual, ese que dice que al toro sólo se le pide que vaya detrás de las telas como un borrego en el último tercio. Entonces si nos encontramos con un encaste, como los veragua, que desarrollan un tremendo poder en el caballo, pero que luego llegan más justos a la muleta, ya no sirven, porque como todo el mundo sabe, en los dos primeros tercios uno se aplica al canapé, al güisqui y a charlar con la concurrencia.
El toro de Concha y Sierra se ha caracterizado por su lámina y por la variedad de su capa. Procedentes de aquellos con que don Fernando de la Concha y Sierra formó con reses vazqueñas de Taviel de Andrade y de Castrillón y que continuó doña Celsa Fontfrede, su viuda, y su hija, doña Concepción de la Concha y Sierra. Luego pasó a manos de Juan de Dios Pareja Obregón en 1966, a Martín Berrocal en 1968 y finalmente en 1970 a King Rancha España, S.A, una sociedad americana que casi la llevó a una prematura defunción, que anunció la ganadería con el nombre de Los Millares. Tuvo que ser Miguel Báez, “Litri”, quien la sacara de este pozo, le devolvió su nombre original anunciándola como "Toros de Concha y Sierra". Lo que no sé es si será suficientemente reconocido el esfuerzo del matador onubense, quien se tuvo que enfrentar a mandar al matadero a un elevado número de reses y a armarse de una paciencia infinita. Y aquí dejo esta pequeña reseña histórica de la ganadería y del encaste, pues lo que vino después se puede consultar en cualquier anuario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia y hace más referencia a la ganadería que al encaste histórico.
El toro de Concha y Sierra, heredero directo de la casta vazqueña, cornalón y cornialto, veleto, cornidelantero y abrochado, presenta una cabeza ancha y voluminosa, alargada en algunos casos, con un cuello ancho y enmorrillado. Ancho de pecho y badanudo, con un tronco ancho y un vientre voluminoso, siendo un toro hondo, con patas cortas y fuertes. Ligeramente ensillado, con una culata desarrollada y redondeada y un poblado borlón que remata el rabo. Puede presentar todas las capas que el aficionado pueda imaginar. Ahora sólo nos queda esperar que la situación varíe el rumbo y que se pueda seguir viendo Concha y Sierras por mucho tiempo y que no tengamos que lamentar que otro pedazo de historia de la tauromaquia desaparezca bajo la puntilla del matadero, perdiendo para siempre estas láminas del encaste vazqueño.
Los Concha y Sierra nunca han sido un toro colaborador, tal y como hoy se entiende por colaborador, pero sin embargo figuras de verdad, como Juan Belmonte o Vicente Pastor supieron alcanzar la gloria ante ellos. Sus últimas apariciones en Madrid han sido como sobreros, pasando sin pena ni gloria por la calle de Alcalá. Pero toda la consideración que se tiene con otros hierros, a los que se les permite arrastrarse año tras año por los ruedos, a estos, como a otros, no se les consiente.
No son toros ni fáciles, ni difíciles, son diferentes, pero que no se ajustan ni de lejos al canon actual, ese que dice que al toro sólo se le pide que vaya detrás de las telas como un borrego en el último tercio. Entonces si nos encontramos con un encaste, como los veragua, que desarrollan un tremendo poder en el caballo, pero que luego llegan más justos a la muleta, ya no sirven, porque como todo el mundo sabe, en los dos primeros tercios uno se aplica al canapé, al güisqui y a charlar con la concurrencia.
El toro de Concha y Sierra se ha caracterizado por su lámina y por la variedad de su capa. Procedentes de aquellos con que don Fernando de la Concha y Sierra formó con reses vazqueñas de Taviel de Andrade y de Castrillón y que continuó doña Celsa Fontfrede, su viuda, y su hija, doña Concepción de la Concha y Sierra. Luego pasó a manos de Juan de Dios Pareja Obregón en 1966, a Martín Berrocal en 1968 y finalmente en 1970 a King Rancha España, S.A, una sociedad americana que casi la llevó a una prematura defunción, que anunció la ganadería con el nombre de Los Millares. Tuvo que ser Miguel Báez, “Litri”, quien la sacara de este pozo, le devolvió su nombre original anunciándola como "Toros de Concha y Sierra". Lo que no sé es si será suficientemente reconocido el esfuerzo del matador onubense, quien se tuvo que enfrentar a mandar al matadero a un elevado número de reses y a armarse de una paciencia infinita. Y aquí dejo esta pequeña reseña histórica de la ganadería y del encaste, pues lo que vino después se puede consultar en cualquier anuario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia y hace más referencia a la ganadería que al encaste histórico.
El toro de Concha y Sierra, heredero directo de la casta vazqueña, cornalón y cornialto, veleto, cornidelantero y abrochado, presenta una cabeza ancha y voluminosa, alargada en algunos casos, con un cuello ancho y enmorrillado. Ancho de pecho y badanudo, con un tronco ancho y un vientre voluminoso, siendo un toro hondo, con patas cortas y fuertes. Ligeramente ensillado, con una culata desarrollada y redondeada y un poblado borlón que remata el rabo. Puede presentar todas las capas que el aficionado pueda imaginar. Ahora sólo nos queda esperar que la situación varíe el rumbo y que se pueda seguir viendo Concha y Sierras por mucho tiempo y que no tengamos que lamentar que otro pedazo de historia de la tauromaquia desaparezca bajo la puntilla del matadero, perdiendo para siempre estas láminas del encaste vazqueño.