Ya solo nos queda esperar al nuevo año y mientras, soñar el toreo, zambullirnos en libros, láminas, charlas y recuerdos de toros |
Se termina una temporada más y a pesar de que se pueda
pensar lo contrario, para algunos ha sido un visto y no visto; cosas de la
edad. Tardes interminables, ferias interminables, tostones interminables y mira
tú, que se ha hecho corto. Y ahora, si me lo permiten, voy a recordarles mis
mejores momentos de lo sucedido esta temporada… Ya está. Nada o quizá quede
algo, pero tendría que hacer mucha memoria, muchísima. Quedarán charlas con
amigos, encuentros, visitas inesperadas, ausencias, pero de lo sucedido allí
abajo, un momentito, que voy a ver si con más detenimiento… Nada, que no. Que
si me pongo a revisar mis notas seguro que habrá esta o aquella tarde, pero,
¡hombre! ¿No sería algo lógico que se me viniera de golpe algo a la cabeza si
ese algo fuera tan sobresaliente? Pues nada, que no hay manera. Pero bueno,
siempre nos queda la última corrida, la que ha echado el cierre, pero…
Recordar, recuerdo cosas, pero quizá lo que más recuerdo es quedarme
petrificado al ver cómo mi plaza ha perdido el gusto por el toro, por el toreo
de verdad y se ha acomodado al toro moderno, en el que ya entra sobradamente lo
de Victorino, y el toreo más moderno aún, del que esta tarde había dos
representantes, uno más clásico, un clásico de la vulgaridad clásica, Miguel
Ángel Perera, y un excelso exponente del fototoreo, Emilio de Justo, que si te
ponen una foto delante en el momento en que ha pasado el toro y se pone a sacar
la panza y no se ven ni las carreras de antes y después y no se ve que corta de
un tajo los muletazos, da el pego de toreo de jarte del güeno.
Lo de Victorino Martín no ha ofrecido la mejor de las
presentaciones, ni de lejos. Que se puede argumentar eso de que este encaste es
así, aunque esto también depende de a quién se le pregunte, unos buscan lo de
Victorino “de antes”, lo cual ya es tan poco probable como encontrar la tumba
de Genghis Kan, que igual existe, pero, ¿dónde? Otros dirán que lo de Victorino
es así o asao, lo cuál suele coincidir con si el que opina se ha levantado con
el pie derecho o con el izquierdo. El caso es que su presentación no parece la
mejor de las posibles. En el caballo no se emplearon demasiado, a alguno se le
castigo, pero sobre todo se les picó mal, sin ponerlos bien en suerte y sin
ejecutar esta a modo. Que en eso de poner un toro en suerte no me refiero a
casos como el de Perera, que de repente decide que deja ahí el animal y él se
marcha por detrás del caballo, lo que vulgarmente se llama “por el culo del
mulo”. En descargo del ganado hay que decir que no fue bien lidiada y que en
bastantes casos se les dieron capotazos de más. Eso sí, como los más fieles de
esta moderna taruromaquia, en la muleta iban y venían que era un gusto. Unos
más parados que otros, pero iban. Tampoco eran bobonas, pero al final iban y
venían y hasta seguían las telas allá dónde se las ponían, si se la echaban a
las nubes, a las nubes que iban, si la cosa era para echarse el toro encima, pues
el toro se venía encima, que si les dejaban un hueco enorme entre el trapo y el
bulto, pues tiraban por el hueco que le dejaban, pero nada que no se pudiera
solucionar simplemente con toreo y un poquito de mando.
De los dos espadas, pues si hacemos caso a unos, estuvieron
memorables y lástima que fallaran a espadas, pero otros dirán que de toreo más
bien nada, de trapazos mucho y a veces, de teatro, en exceso. Perera sigue con
ese empeño de castigar a sus no afines con su destoreo, prolongando la faena
hasta conseguir la desesperación de los presentes. Poco capaz con el capote,
solo levantó los ánimos en un recibo rectificando en cada lance. Inoperante
durante la lidia, como siempre en la muleta, siempre en línea, muy distante y
abusando del pico. En su segundo pasó con la lentitud que marcaba el de
Victorino, acompañando siempre en línea, escupiendo siempre para fuera al
animal. Un aviso antes de pensar en tomar la espada, con la que recetó una
entera muy caída y por aquello de no “estropear” la obra de arte, haciendo por
no desacabellar, sin importarle ni el toro, ni la imagen, ni la desesperación
del personal. A punto, por unos pocos segundos, no escuchó el tercer aviso,
pero aún así, el respetable, que a veces se hace respetar muy poco, le concedió
un despojo. Perera es un habitual de trasteos eternos y de ir cambiando de mano
sin criterio alguno, dando más la sensación que lo hace porque se le cansa el
brazo, que por necesidades de la lidia.
Emilio de Justo mostró su disposición, y la del público, en
un primer quite por chicuelinas apartándose en todas, que el respetable jaleó
con entusiasmo. Después, en el recibo de sus dos primeros no aguantó y tuvo que
darse la vuelta para perder terreno hacia los medios, lo que también gustó,
quizá debido a su firma tan teatral de adornar sus modos. En el sexto se gustó,
como parece gustarse siempre, con unas verónicas con la puntita del capote y
rectificando demasiado. Con la pañosa en su primero inició pegando respingos,
para después pasárselo a una distancia más allá de lo prudencial y siempre
tirando del pico de la muleta, pico y a correr, pico y a correr, lo que en
lugar de desanimar a los asistentes les enardecía cada vez más. Carreras y
voces, muchas voces, que casi eran más efectivas en los tendidos, que en el de
Victorino. Medios muletazos, quitando el engaño de golpe para recolocarse a la
carrera, mientras el toro seguía la tela allá dónde se la pusieran, aunque lo
que más emocionaba era cuando se la arrebataba del hocico. El fallo a espadas
desinfló el suflé, que rápidamente volvió a subir en el cuarto, al que de
primeras no parecía saber por dónde entrarle. De nuevo pico y carreras y en una
de estas se descubrió y el toro hizo por él, afortunadamente no impidiendo que
pudiera seguir en el ruedo. Siguió con esos medios trapazos, encogido, pero que
una vez que pasaban los pitones, sacaba la panza para adelante. Y con el sexto,
que medio se aguantaba en pie a duras penas, pues de nuevo lo mismo, la uve de
la muleta con la zurda, dejando que le tocara demasiado la tela, sin acabar de
poder con su oponente, más pico, más separación, más voces, que ahora tiro el
palo, eso que ahora llaman la ayuda, la de mentira de toda la vida de Dios, y
el personal enardecido. Que bien que iban a cerrar la temporada todos esos que
han llenado los tendidos de sol durante todos y cada uno de los festejos del
curso, hiciera frío o hiciera calor… ¡Ah! ¿Qué no? Pero si se manejaban como si
fuera los hijos de Díaz Cañabate, Corrochano, Navalón y don Joaquín. O sea, que…
Pero bueno, qué más da, entre el teatro del espada para no descabellar y la
algarabía de… de mucha gente, le dieron un despojo que el matador paseo con la parsimonia
del que no tiene prisa, quizá porque ya tenía la cena hecha y los niños
acostados. Y así se cerró un año más la temporada de Madrid, con gritos de
Plaza 1 dimisión, con Plaza 1 sin hacer el más mínimo caso a las protestas, con
unos y otros despidiéndonos de aquellos con los que hemos compartido largas
tardes feriales, más largas tardes caniculares y así al final siempre nos
quedan los buenos recuerdos… pero no desde el ruedo.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html