El domingo se cierra en Madrid el ciclo que Taurodelta
denominó de “Encastes Minoritarios”, como si el aficionado, además de ir a
disfrutar de la tarde de toros de cada domingo, visitara un “Parque Jurásico
Taurino”. La única diferencia sería que en lugar de crear el tiranosaurio a partir de un bichito apresado en una gota
de ámbar, en un tiempo habrá que envolver a un veragua en un barreño de ámbar,
a ver si en un futuro se consigue devolver a la vida a este encaste, aunque
seguro que antes arreglan lo de Walt Disney para sacarle del congelador. Pero
bueno, esto ya son cosas habladas en otros momentos, ahora quería centrarme en
la novillada concurso. Como idea, me parece estupenda, a ver quién es el
valiente que critica que se organice un festejo en el que el protagonista es el
toro, en el que se va a poder contemplar el comportamiento de reses de
diferente procedencia y donde demostrarán su valía fundamentalmente en el
primer tercio. Es como cuando te llaman por teléfono unos señores y te dicen
que si quieres pagar menos en la factura de teléfono, con Internet, llamadas
interprovinciales, a móviles y además tendrás beneficios en el consumo
eléctrico, en el gas y en la cuota mensual en el gimnasio. Esto es la bomba,
qué chollazo. Pero claro, después te pones a pensar y te das cuenta que tienes
que llamar en horario de madrugada, que hay límite de 15 megas en Internet, que
tienes placas solares en el tejado que te costaron una pasta y que te abastecen
todas tus necesidades y que el gimnasio de marras está en la provincia de
Soria, pues entonces empiezas a pensar que si te han visto cara de bobo.
Vayamos por partes (sic Jack el Destripador), uno de los
fundamentos de las concursos es la lidia, el conocimiento del toro y los
terrenos y lucirlo especialmente en el caballo. Esto si uno no se pegado un
golpe en la cabeza que le haga ver cosas que no son. Y además, se hace necesario
tener una mínima base sobre el comportamiento de cada ganadería y cada encaste,
aunque esto es algo nuevo. Antes quizás no se le daba tanto valor al encaste y
que no se me entienda mal. Es que cuando había más variedad de hierros de uno y
otro encaste, cada ganadería tenía su propia personalidad, aunque sí que se la
podía encuadrar dentro de una misma familia, pero la variedad llegaba a tal
punto, que dos de Albaserrada podían ser diferentes, simplemente por el criador
que los llevaba a la plaza. Uno que ya tiene unos años, recuerda los Victorinos
de verdad, aquellos de los que salía uno bueno y seis alimañas, pero que si
buscaba lo mismo en los del señor Marqués de Albaserrada, aparte de la lámina,
tenía pocas cosas en común con los del de Galapagar. Es más, si compramos los
Victorinos de Cáceres con los criados en la sierra madrileña, la diferencia es
más que notable, incluso hasta de presentación.
Igual con tanto embrollo lo que he conseguido es confundir a
todo el mundo; pues bien, ahora traslademos este batiburrillo a la cabeza de
los novilleros anunciados en la concurso. Con el agravante de que estos vienen
a cortar orejas a base de pegar pases y más pases, y si cae raspando una
orejita y otra más, salir por la Puerta Grande, aunque sea a cuestas y aupado
por el paisanaje antes de que salga el autobús de vuelta al pueblo. Durante
todo el verano hemos podido comprobar como chavales del mismo tipo que los que
lidiarán la concurso, no han sabido fijar a ningún novillo, hiciera calor o
lloviera a cántaros. No han tenido el tino de poner correctamente el toro al
caballo ni una vez. Eso sí, como el penco tiene patas, dejaban el negrillo
donde fuera, que ya se ponía el otro donde le dijeran. Es como si el señor
pianista arrimara el piano a la silla, en lugar de la silla al piano. Vale que
este tiene ruedas, pero hombre, no lo veo yo muy lógico.
Y explíquenle ustedes a los jóvenes valores que al segundo
picotazo no se puede pedir el cambio, díganles que hay que medir el castigo,
pidan a los de arriba que no tapen la salida y que si el toro se derrumba,
habrá que picar igual, que no vale eso de hacer que se hace. Demasiadas cosas a
tener en cuenta para un solo día. Quizás para conseguir que esto cale en el
personal habría que darle un toque de competición deportiva. Bastaría con que
el toro hubiera que colocarlo en un pasillo no demasiado ancho, que fuera de la
puerta de toriles al otro extremo del ruedo. Entonces se trataría de dejar al
toro entre esas dos paralelas, lo más lejos posible y para certificarlo saldría
un señor con una cinta métrica que midiera desde la pezuña más adelantada,
hasta el estribo derecho del picador. Ya, ya me he dado cuenta de que el
novillo igual no se deja tocar la pezuña ¿no? Bueno, pues se hace a ojo, como
toda la vida, o mejor, se contrata al del Plus, al que te dice en el fútbol que
la barrera, la de los defensas tapándose su virilidad, a 9 m. 12 cm y 3 mm.;
esto aparecería en un marcador electrónico, para regocijo del respetable. No me
dirán que no aporto soluciones o que al menos no pongo de mi parte.
Para la muleta hay varias posibilidades; una es que el público
fuera coreando los pases, uuuuuuno, dooooos, tres, cuaaaaatro… Y si el pase ha
sido de mentira, no le cuenta se corearía el número anterior. Puede ser una
opción, pero me da que íbamos a pasarnos la tarde cantando ¡Uuuuuuuno,
uuuuuuno, uuuuuno, uuuuuno! y acabar en ¡Ninguuuuuuno! Con lo fácil que parecía
lo de la muleta y puede que sea lo más frustrante de la tarde. Pero claro, hay
otra cosa peor y es cuando se anuncie el novillo ganador. ¿Cómo se le da el
premio? Lo bonito sería que subieran a un podio, como en los Juegos Olímpicos,
con un cajón de alfalfa de diferentes tamaños, dependiendo de la clasificación;
pero esto no se puede hacer, cuando los señores miembros y “miembras” del
jurado deliberen, los novillos ya estarán preparados para ser acompañados por
unas patatitas y salsa de roquefort. Eso habría que arreglarlo de alguna forma.
¡Ya está! Se invita a la familia y se le hace entrega del cheque alfalfa a la madre
y al padre, aunque si el hijo no se dejaba tocar la pezuña para medir las
distancias, no creo que estos se dejen tocar la moral para recibir el premio. Con
lo bonita que quedaría una foto todos sonrientes, la vaca, el padre, el
mayoral, el ganadero, los vaqueros y los terneros menores de la misma familia,
todos alrededor del cheque. Eso sí que sería una foto para el recuerdo, ya lo
creo. Y durante un mes, o más, se colocaría la foto del novillero triunfador a
la entrada de la plaza, a modo de “El Empleado del Mes”.
Pero creo que nada de esto será posible, a no ser que el
señor empresario/ productor/ creador/ artista/ emprendedor taurino don Simón
tome cartas en el asunto. Si así fuera, lo mismo hacía resucitar a los novillos
premiados para recibir el premio. Será una novillada llena de ilusión y
esperanzas, en la que el aficionado añejo esperará ver lo que vio un día en
esta misma plaza, el más joven deseará contemplar lo que le han contado y es
muy fácil que todos nos volvamos a casa con la cabeza fría y los pies calientes
y pensando que esto no tiene solución posible, al menos a la vista. Ojalá me
equivoque, pero mucho. Aunque una cosa nada más, ¿se imaginan que los señores
picadores hicieran la suerte como se debe? Esos mismos que habitualmente pican
en medio del lomo o más atrás, que dejan cojos a los animales de un marronazo
en la paletilla y que hacen la carioca como si bailaran un chotis muy “apretao”.
Solo nos queda esperar, porque para desesperar… siempre habrá tiempo.