Quizá las vacas de las Tiesas ya dejaron de parir casta, para ahora traer toreabilidad, docilidad, escasa picabibilidad y mínima castabilidad. |
Había expectación por la primera de la temporada, la que
habría, un año más, las puertas de Madrid. Un cartel que podría considerarse
con cierto atractivo para el aficionado y en el que se encontró con imprevisto
que no podía imaginar. El primero de ellos y no menos notable, fue el hecho
nada esperado, de que en ese supuesto homenaje de la afición madrileña al
ganadero Victorino Martín Andrés, tomara antigüedad el engendro ganadero de
Victorino del Cuvillo o Victorigrande, Victorino del Río, Victorcurrucén o
Victoriduendo, llámenla cómo prefieran. Hasta los más jóvenes ávidos de toros
veían que no veían los esperados Victorinos y exclamaban que aquello ya nada
tenía de Albaserrada; hace mucho que ya nada le queda de Albaserrada. Un toro
que no soporta el primer tercio, a no ser que derribe y entonces el de aúpa le
quiera hacer pagar su afrenta; un toro que arrastrándose, sin fuerzas, va y
viene a paso de burra tullida, que permite, al que sepa y se olvide de que es
un Victorino, hasta ponerse bonito. Quizá no eran tan bobones como los
borreguitos del monoencaste, pero tampoco nos pongamos exquisitos, démosle
tiempo al tiempo. Que Núñez del Cuvillo, Zalduendo o Daniel Ruiz no se hicieron
en una hora.
Pero no todos estaban dispuestos a olvidarse de la leyenda y
plantar los pies en la arena ante aquello animalitos y si no, fijémonos en el
Cid, que ya lleva años bastante bajo, pero que demostró que siempre se puede
caer más y más. Abrió el curso un cárdeno ovacionado nada más salir, pero que
inmediatamente fue protestado por una más que evidente cornada en la culata y
que le impedía apoyar la pata izquierda en condiciones. El señor presidente
manifestó que le aseguraron que era una nadería, más escandalosa por la sangre,
que por el daño real, pero luego no se aguantaba en pie. ¿La cornada? ¿La
flojedad? ¿Una mezcla? El caso es que fue topar con el peto y ¡catapum!, al
suelo. Ni podía empujar en el caballo, que no empujaba, si acaso derrotaba, ni
seguir las telas que insistentemente le ofrecía el Cid, que se tenía guardada
una estocada que en otros momentos tanto necesitó. Su segundo, escaso de
energías, ya le pareció un mundo desde el primer momento. Tuvo que darse la
vuelta con el capote y ceder terreno hacia los medios. Sin castigo, hizo sonar
el estribo como si fueran las campanas de Toledo. Demasiado capotazo y el de
Victorino a ver si se mantenía en pie, lo que ya le suponía bastante. Muletazos
despaciosos acompañando al ritmo del mortecino cárdeno, tirando con el pico de
la muleta y aún así, viéndose el sevillano desbordado y cansando al personal,
aunque todavía había quién le jaleaba los medios pases. Había ganas de fiesta.
Mal con la espada, tomo el descabello y por insistir en un golpe, salió este
despedido hacía la barrera, afortunadamente sin consecuencias. El Cid ya lleva
años en horas bajas, pero si nos atenemos a lo visto, aún se puede estar peor.
Una lástima.
A Pepe Moral, por el momento, siempre apetece verle, pero
visto lo visto, quizá será mejor cuándo se acabe de asentar. Más bien parece
querer provocar una tensión que el toro no genera, al menos en la tarde de los
Victorinos. Demasiado mantazo de recibo a un toro que también cabeceó en el
peto, antes de derrumbarse en la arena. Tardeó demasiado para el segundo
encuentro, que no fue más que un amago de huída, para volver al caballo sin
colocar y después marcharse suelto. Ya se quedó parado para el segundo tercio y
en la faena de muleta se vencía por el pitón derecho, mientras el matador
citaba adelantando la pierna antes del cite y dando un respingo para atrás en
cuanto se le arrancaba. Se mostró más inseguro con la izquierda, terminando con
un bochornoso metisaca que hizo que todo el mundo se preguntara si la espada
pudo haber hecho guardia o no. En el quinto, su segundo, otro escurrido,
necesitado de pienso, como toda la corrida, tuvo Moral que aguantar los
tornillazos iniciales con un no óptimo manejo del capote. En el caballo se le
pegó fuera de las normas que exige la modernidad. En la primera vara poco menos
que lo tiró contra el caballo y en la segunda fue el palo en busca del toro,
que derrotaba con desesperación al notar la puya. Lo intentó el matador por uno
y otro pitón, sin acabar de encontrarse, trallazos, pico, viento, enganchones,
carreras, respingos y vulgaridad. Quizá fue el más complicado del encierro y
quizá por eso mismo requería algo más que trapazos a media altura. Ahora a ver
si Pepe Moral sigue despertando interés entre el aficionado.
Fortes fue quién hizo lo más destacado de la tarde, no cabe
duda, pero claro, de ahí a ponerles una plaza o una calle hay un trecho muy,
muy grande. Ya se adivinó la predisposición del respetable al jalearle unas
verónicas de recibo más que discretas. En el tercio de varas este tercero
empezó tirando derrotes como un demente al notar el palo, para apenas señalarle
el puyazo. Un segundo encuentro con un picotazo señalado en buen sitio. Fortes
solicitó el cambio, pero el usía quería ver al toro una vez más en el caballo.
Estupendo, todos querríamos ver tres entradas al caballo, todos los días y en
todos los toros, pero si el matador solicita el cambio, no hay otra, así de mal
hecho está el reglamento. Que lo mismo el señor presidente quería ver de nuevo
al toro tirando cornadas al peto, que es muy dueño. Ya parado en banderillas,
esperando por el derecho un poco, mejor por el izquierdo, permitió a Carretero
dejar dos pares con decoro, que el personal le premió como si fuera el par de
Pamplona de Gaona. Que estaba animado el gentío. Comenzó Fortes con la diestra,
con el piquito, largando tela y echando al animal hacia afuera. Muletazos con
enganchones y sin rematar en ningún caso, siempre aprovechando el viaje del
toro que se desplazaba a la velocidad que le permitía su flojera, nada que ver
con eso de parar, que igual implicaba torear y no acompañar. Cambió a la zocata
y alcanzó lo más lucido de la faena y de la tarde, según venía, se lo daba,
volvía y allí estaba el matador para darle otro. Bonitos, lucidos, no rematados
y sin ofrecer con nitidez la panza de la pañosa. Tras una entera caída, paseó
una oreja, que parecía por momentos tan valiosa como las otros tiempos cuándo
se anunciaba en los carteles la afamada ganadería de Victorino Martín. El sexto
era feo y rasposo, pero el objetivo era la segunda oreja y salir por la Puerta
de Madrid, aunque fuera a cuestas. Entró al caballo de mala forma, haciendo que
el pica midiera el suelo con sus lomos. Y luego, pasa lo que pasa, que de nuevo
encabalgado, el de aúpa se cobró la afrenta del derribo sobre los lomos del
toro. Carretero intentaba mostrar el camino capoteando por abajo y queriendo
conducir las embestidas. Decidido Fortes al triunfo, tomó la muleta con la
izquierda y comenzó con naturales jaleados, intercalados de continuas carreras
para recuperar el sitio. Uno y carrerita, otro y carrerita, otro y… ya saben,
¿no? Cambió de pitón y siempre al hilo del pitón, acabó tomando aires de plaza
más benévola que lo que debería ser aconsejable para Madrid. Pero daba lo
mismo, ya se veía el puesto de los helados junto al metro desde el ruedo, los
costaleros dispuestos a cargar con la imagen del divino maestro, cuándo se
desbarató todo por la espada. Pero bueno, otra vez será. Los hubo feliz, los
hubo menos feliz y hasta algún incrédulo que no llegaba a entender tal dislate.
Eso sí, don Victorino Martín, hijo, se fue encantado de si mismo, de la corrida
que había echado y afirmando que había echado el toro de la temporada. Pues
nada, viva la felicidad, porque no olvidemos que fue la tarde en que Victorino
del Cuvillo tomaba antigüedad en las Ventas.
Enlace programa Tendido de Sol del 25 de marzo de 2018: