Y lo que disfruta el personal cuando un toro derriba al señor del castoreño, con caballo, peto, palo y lo que se tercie. |
Si es que no nos queremos dar cuenta, tenemos la realidad
ante nosotros, tozudamente mostrándonos que lo imposible no puede suceder y que
las evidencias no tienen remedio. Leía en Twitter, ese sitio en el que uno
vomita sus primeros impulsos con una sinceridad involuntaria que a veces
provoca a más de un dolor de cabeza a estos filósofos de caracteres limitados,
que las corridas celebradas bajo el sello de torista, no interesan, no llenan
las plazas. Y que venga quien quiera decir lo contrario, que uno se agarrará a
las cifras que lo ponen todo bien clarito. En Sevilla no llenaron las tardes de
hierros de rancio abolengo preferidos por esos que se hacen llamar aficionados.
Ni en Valencia, ni en Castellón, ni en ningún sitio. En Madrid sí llenaron los
Cuiadri, pero ya se sabe que esto no se debe más que a ese afán de algunos
capitalinos y provincianos que se piensan que viste mucho eso de ir a ver a los
toros de Comeuñas, en Madrid. Si no, ¿de qué?
Está claro que lo que interesa, llena y punto, no hay
discusión posible; y si no, miren la asistencia de los días en que alternan
Paquirri, El Cordobés y el Fandi. La plaza de Valencia, por poner un ejemplo,
se pone a reventar, ¿y la alegría que se respira esos días? Pero claro, uno
empieza a fijarse en lo demás y se da cuenta de que juntando a tres figurones,
a elegir según preferencias, tampoco llenan, es más hay cosos que no cubren ni
la mitad del aforo. Aquí algo falla. Y no será por la publicidad gratuita que
hacen los medios de comunicación, portales taurinos incluidos. Pero esto es por
la crisis, esa crisis que empezó en el mundo del toro cuando José Tomás se
retiró de los ruedos, pues era el único que no sólo llenaba las plazas en las
que actuaba, sino que podía llenar otras dos más, como sigue ocurriendo en sus
“partidos de exhibición”, las dos o tres veces que se viste de luces al año,
cuando se viste.
No sé si eso de los indultos podrá ser un revulsivo de esto
y conseguir que el público vuelva a las plazas. Servidor lo ve complicado,
porque además me da la sensación que con tanto perdón se les ha ido la mano y
han sobrepasado largamente la línea del ridículo, del ridículo más espantoso y
hasta la del ridículo más espantoso y bochornoso. Si hasta algún ganadero ha
soltado en estos días eso de “a este sí que me lo llevo para la finca”. ¡Ay
señor! por la boca muere el pez. Tanto indulto, tanto hierro que dicen que es
buenísimo de la muerte y luego nos sale el criador confesando que las demás
birrias estaban para abandonarlas en una gasolinera perdida en los Monegros.
Nada, que según parece, en la próxima feria de Otoño de
Madrid el día de los Adolfos no van a ir ni los parientes del señor Martín.
Vamos, que haciendo caso a los señores cronistas taurinos fieles a esta
Tauromaquia 2.0, se podría partir el ruedo en dos y en una parte celebrar el
festejo y en la otra montar una verbena para regocijo del respetable, con sus
barquillos, limonadas, manolas, chulapas y chubasqueros, que se anuncia agua.
Pero a pesar de todo, uno cree que es verdad que el aficionado tampoco va a
estas corridas toristas como debiera, ¿y por qué? Pues porque a veces la
frustración que sufren al ver como se desbarata un toro en las manos de un
pegapases, no siempre es soportable por su afición al toreo de siempre. Uno e
acuerda de aquel castaño de Cuadri que tuvo que padecer una perfecta
contralidia a cargo de su matador, o el Escolar que buscaba un torero y se topó
con un pegapases. Tanto penar por el toro, para que al final salgan los picapedreros
de turno que revientan al bueno tapándole la salida, que le malean con catorce
mil capotazos, pasadas en falso de los banderilleros y trapazos y banderazos a
tutiplén, justo lo más indicado para no dejar ver a un toro.
Pero que tampoco se confunda el gremio periodístico jaleador
de indultos, orejas, triunfos, puertas grandes y adalides de plazas de tercera
para así intentar dar el valor que no tiene a semejantes glorias, que esos
aficionados evitan las tardes claveleras, pues ahí la cosa ya deja de ser
frustrante y pasa directamente al martirio psicológico, además de las oportunas
sesiones de lavado de cerebro. Dense ustedes cuenta de que los que van esas
tardes faranduleras a la plaza son el público que lo mismo puede ir a estos
shows carnavaleros, que a una caseta de la feria, que a la fiesta de la cerveza
de Las Ventas, que a un concierto de Bisbal, que a ver bailar a los caballos
andaluces, porque un cubata uno se lo toma en cualquier parte. Es más, a veces
hasta resulta divertido eso de cogerse un autobús y una cogorza al mismo
tiempo, con la excusa de ver al paisano y pedirle las orejas a voces, de ver al
ídolo de la peña o para escapar un rato de la crisis, la suegra, la hermana
soltera o el vecino pesado que siempre quiere que pases a tomar un café para
que veas el vídeo de los encierros de su pueblo. Y a pesar de todo esto, las
plazas siguen sin llenarse, incluso los días de máxima expectación en que
torean El Juli, Morante, Castella, Perera, Ponce, Talavante o el papa de Roma.
¿La causa? pues que resulta muy caro e incómodo el ir de aquí para allá para
ver una corrida de mojicones moribundos, cuando el principal objetivo es la
merienda, beberse hasta el agua de fregar y alardear de machito ante las mozas,
porque todo eso, todo, se puede hacer en la plaza del pueblo o en la
discoteca Sensation’s, que además
también tiene un toro; le metes una moneda, te subes encima y si aguantas,
cubata para el caballero. Pero ya se sabe, lo que no interesa son las corridas
toristas, porque no llenan los tendidos… como las otras.
PD.: Permítanme agradecer el trato recibido en la entrada
“homenaje” a don Carlos Ruiz Villasuso, lleno de generosidad, consideración y
afecto hacia quien va rellenando las páginas de este blog.