No se puede prescindir de la suerte de varas, es una barbaridad |
Una oreja que podía haber sobrado, dos tercios de
banderillas, otro tercio de varas, unos muletazos, un detalle por aquí, otro
por allí, toros de verdad y poco más, y salimos de la plaza como locos, algunos
casi llorando, con los pelos de punta y los ojos como platos, deseando ver al
amigo para ver si él está en tu mismo estado, no vaya a ser que padezcas un
episodio de taurolocura transitoria en grado uno. Si parecían niños en la
mañana de Reyes. ¿Has visto? ¿Qué te han echado? A mí tres puyazos de Tito
Sandoval toreando con a caballo y ¿a ti? Una colección de pares de banderillas. Y así unos se los iba tragando
la boca de metro, otros tiraban Alcalá arriba, otros enfilaban a Manuel
Becerra, pero todos con una sonrisa que no podían disimular.
Había expectación por el ganado de Adolfo Martín, quizá no
tanto esperando la bravura, que si acaso se asomó por momento, peri que no
acabó por instalarse en Las Ventas. El
cartel, después de la obligada baja de Fandiño, lo componían Antonio
Ferrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar, que se ganó en el ruedo esta
sustitución. Salió el primero de la tarde con una lámina impecable, muy suelto,
algo que los mantazos de Ferrera no solucionaron. Llegó suelto al caballo y
empujando con fijeza derriba en el primer encuentro. En la siguiente vara le
dejaron lejos, aunque entró al paso. En ambas varas recibió un castigo poco
habitual, haciendo que se aplomara para el resto de la lidia. Ferrera pareó a
toro pasado, muy vulgar y clavando muy desigual. Con la muleta mucho trapazo,
muy estirado y aunque el toro no tiraba una mala cornada y tomaba bien la tela,
acabó llevándoselo cerca de toriles. La puesta en escena del extremeño fue una
concatenación de histrionismos, lo que le hacía poco creíble y artificial.
El segundo, para Javier Castaño, muy vareado, flojito,
recibió dos picotazos cariñosos y el intento de ponerlo de lejos al caballo
acabó primero acercándolo justo hasta la raya, para después meterlo
prácticamente debajo del peto. A pesar del nulo castigo, el toro se quedó muy
parado para el tercio de banderillas, que obligó a David Adalid a dejárselo
llegar mucho para dejar los palos y a Fernando Sánchez a tener que aguantar que
el toro apretara hacía la puerta de toriles, pero ambos estuvieron muy toreros
y acabaron saludando al respetable. ya en el último tercio empezó a revolverse
muy rápido y a dar la sensación de que podía venirse arriba y complicarle las
cosas a Castaño. No le mandó en las embestidas y el animal empezó a echar la
cara arriba, a lo que colaboraba el matador no bajándole la mano.
Alberto Aguilar se había convertido en uno de los mayores
atractivos de la corrida. Le tocó un toro con una presencia tremenda, que
empezó obligando al espada a darse la vuelta y a ceder terreno hacia los
medios. Se le picó poco y mal, yendo el caballo a buscar al toro. Fijo en la
primera vara, pero no le dio la nota ni tan siquiera como para decir que había
cumplido. Después le metieron al relance para que le dieran un leve picotazo.
Se quedaba parado esperando a los banderilleros, se dolió bastante de los
palos. Con la muleta, Aguilar le instrumentó unos banderazos que le
acrecentaban el defecto de levantar la cara. En terrenos de toriles se defendía
y complicaba la tarea del torero, se le paraba a medio viaje, no iba a la
muleta.
En el cuarto, Ferrera, que ya estuvo atento a la lidia toda
la tarde, pegó un salto hacia delante que hizo que el público de Madrid le
reconociera su entrega y valor como director de lidia, dejando de lado sus
maneras y su forma de dar pases. Verónica de recibo muy aceleradas, a la hora
de llevarlo al caballo lo hacía medio agachado, medio encogido. Lo dejó de
lejos, el animal se arrancó y paró, para después ir al caballo y recibir una
vara muy trasera. Empujó con fijeza y derribó a montura y jinete. En la segunda
vara también lo puso de lejos, pero tardeaba bastante y hubo que acercarlo
varias veces, mientras se lo pensaba y escarbaba. Al final, un picotazo
trasero. El segundo tercio se hizo muy largo y pesado, gracias a una supuesta
minuciosidad de Antonio Ferrera, que resultó vulgar y exasperante. El toro se
quedó muy aplomado, mientras él se desenvolvía entre trallazos, trapazos con el
pico y banderazos. Muy vulgar, intentando convencer de sus dotes artísticas y
lidiadoras, embarullado y muy teatral. Le concedieron una oreja, pero es que el
público de Madrid parece afectado por un virus que les obliga a sacar el
pañuelo en cuanto cae el toro. A ver si se curan. Lo que no se le puede negar
al extremeño es su implicación en la lidia, intentando que las cosas se
hicieran con corrección y cabeza.
Por encontrarse Castaño en la enfermería, recambió el orden
de la lidia y Aguilar salió a matar el quinto, al que le costó decidirse a
quedarse en el ruedo, Bien recogido por abajo, rodilla casi en tierra. Quiso
ponerlo en suerte, pero al final se largó solo en busca del caballo. Le taparon
la salida mientras e quería quitar el palo a base de cabezazos contra el peto.
A la segunda, tras un picotacito, se fue suelto. Esperaba por ambos pitones,
tomaba la muleta con violencia, se acostaba por el lado derecho, se frenaba por
el izquierdo. El torero no dominaba las embestidas, largaba trapo sin torear,
no le bajaba la mano, muy desconfiado ante los inciertos arreones del de
Adolfo. Acabó pasándole por bajo, algo que tendría que haber hecho nada más
cambiar los trastos.
Hasta el momento la tarde había discurrido entre una cierta
monotonía en los tres primeros toros y la emoción a partir del cuarto. En estas
que salió el sexto, un toro muy veleto, casi cornivuelto, que no se entregó ni
mucho menos en los primeros lances de recibo. Le puso de lejos en la primera
vara y ahí empezó a torear Tito Sandoval con el caballo, a moverlo e intentar
alegrarlo con la voz, levantando el palo, hasta que se arrancó y empujó, pero
con la cara alta. Y esto ocurrió en una segunda y una tercera vara, muy torero
el jinete y entregado para engrandecer y reivindicar el tercio de varas. La
plaza en pie, y creo que no hubo nadie que ante este espectáculo se pusiera
buscar al de los refrescos, porque en el ruedo rebosaba la emoción y la
torería. El toro fue de más a menos, lo contrario de lo que se entiende que
debe ser, de más a menos. Hubo que irle acercando poco a poco y a pesar de ello
el de Adolfo se lo seguía pensando. Tocaron el cambio de tercio y de nuevo se
prepararon David Adalid y Fernando Sánchez, el primero con dos grandes pares,
especialmente el segundo, y el segundo yéndose al toro con una chulería, una
majeza y una torería de la que ya no ven demasiadas muestras. Hay que destacar
la actitud de Ferrera en todo momento, trabajando para los compañeros, para
ayudarles y que todo les fuera algo más sencillo. Con la montera puesta,
Castaño tomó la muleta, empezando con un buen natural y el de pecho. La faena
quizá pareció menos de lo que podía haber dado si, si se aprovechaban las
condiciones del toro. Intermitente, intercalándose derechazos y especialmente
naturales de calidad, sobretodo si bajaba la mano y remataba atrás, con pases
más destemplados acabados con la mano alta y enseñando al toro a echar la cara
arriba, algo a lo que ya tenía tendencia de salida. Una serie de frente, pases
de uno en uno por tener que recolocarse a cada paso y cuando la gente ya
esperaba ver al salmantino con una oreja, no atinó con la espada. Tuvo que
tomar el descabello y ahí dejó el último detalle de alguien que parece
totalmente entregado al toro. Se desmonteró y dejó el tocado en la arena, lo
acercó al hocico del toro y cuando éste estaba pendiente de esa cosa negra, se
descubrió y permitió un golpe de verduguillo certero. Ya ven, tampoco fue tanta
cosa, pero el público salió encantado, como no creyéndose lo que habían visto.
Pues sí era verdad, un gran tercio de varas y de banderillas. Ya ven, ¿a qué no
somos tan especialitos?