Nos hemos tenido que volver para casa con las orejas gachas. No quiero pecar de adivino de pacotilla y repetir eso de “ya lo decía yo”, pero es que ya hemos visto alguna que otra vez como se estrella a un torero contra un ganado infame. Y el ganado infame hoy ha sido el de San Miguel, que más bien parecía 0’0, sin alcohol, sin calorías, sin fuerzas, sin casta y sin na’ de na’ y de tapa los dos Carriquiris que se apuntaron sin desentonar a la decepción generalizada.
Muchos íbamos a la plaza para ver a Curro Díaz, para que negarlo. Un torero que cuando torea lo hace de verdad y que después de sus últimas lecciones nos había alimentado aún más la ilusión por verle. Pero es que no ha habido lugar para nada. Se ha venido a Madrid desde Linares para matar a dos animalitos y marcharse con la sensación de no haber podido decir ni esta boca es mía. Te anuncian para cantar en el Real, te presentan como el principal atractivo de la ópera y cuando te dispones a entonar el “Nessum Dorma” te das cuenta de que no han llegado los violines, ni el viento, ni el director y que los que hay allí sentados son figurantes de la orquesta. Entonces ni ópera, ni Verdi, ni nada.
Tampoco disgustaba la inclusión de Leandro y Morenito de Aranda. Pero tampoco. El vallisoletano fue el único que instrumentó algún pase limpio, pero no toreó, eso es otra cosa. Otra cosa distinta de ese toreo distante y tirando líneas de Leandro, más próximo a la modernidad imperante que al clasicismo contundente. Y si no sólo hay que pararse a pensar la cantidad de muletazos que soportaron sus dos novillotes, que no tenían ni medio gramo de fuerza. Estos, como toda la corrida, no habrían aguantado ni un muletazo si el espada les hubiera sometido mínimamente.
El tercero de la terna, Morenito de Aranda, un torero con buenos conceptos, que en la mayoría de los casos intenta ajustarse a la verdad, pero que ayer le cambiaron la tila por un café muy cargado. Estuvo toda la tarde demasiado acelerado, olvidando algo tan necesario como el temple, sobre todo cuando tienes delante unos inválidos sin fuerzas como los que fueron soltando por los toriles. Pero tampoco le reprocho este aceleramiento, que puede que venga motivado simplemente por el afán de aprovechar cualquier oportunidad que se le presente y poder seguir tirando para adelante, sobre todo si tenemos en cuenta que no acaba de estar en ese circo del cambio de cromos de las empresas poderosas. Lo cual no quiere decir que no deba redimirse y atemperar sus ánimos, al menos en la cara del toro. Como en otras tardes, nos regaló algunas verónicas de mérito, quedándose quieto y jugando bien los brazos y ofreciendo el capote al toro perpendicular, dejándole meter bien la cabeza en la tela.
Y poco más hay de una tarde en la que algunos nos pudimos quejar por no considerar suficiente el “esfuerzo” de la empresa para confeccionar los carteles de San Isidro, en los que aparte de ausencias y presencias, también se echa de menos que a algunos se les obligue a venir más tardes, con otras combinaciones ganaderas y con enfrentamientos directos entre unos y otros. Pero igual que en el paseíllo el alguacillillo quería tirar para un lado y el caballo para otro, la afición quiere que esto vaya por aquí y los taurinos van por allí. Eso sí, y aviso, yo no iré a ver al señor Luque despachar seis toros él solito. Para matar seis toros hay que tener un repertorio largo, una cabeza en la que entren muchos toros, aunque esta expresión no me guste nada, y además hay que tener atractivo para la afición; y el señor Luque de momento no lo tiene, al menos para mi, que no me llenan esos pasimisí pasimisá, sin toreo de enjundia.
Muchos íbamos a la plaza para ver a Curro Díaz, para que negarlo. Un torero que cuando torea lo hace de verdad y que después de sus últimas lecciones nos había alimentado aún más la ilusión por verle. Pero es que no ha habido lugar para nada. Se ha venido a Madrid desde Linares para matar a dos animalitos y marcharse con la sensación de no haber podido decir ni esta boca es mía. Te anuncian para cantar en el Real, te presentan como el principal atractivo de la ópera y cuando te dispones a entonar el “Nessum Dorma” te das cuenta de que no han llegado los violines, ni el viento, ni el director y que los que hay allí sentados son figurantes de la orquesta. Entonces ni ópera, ni Verdi, ni nada.
Tampoco disgustaba la inclusión de Leandro y Morenito de Aranda. Pero tampoco. El vallisoletano fue el único que instrumentó algún pase limpio, pero no toreó, eso es otra cosa. Otra cosa distinta de ese toreo distante y tirando líneas de Leandro, más próximo a la modernidad imperante que al clasicismo contundente. Y si no sólo hay que pararse a pensar la cantidad de muletazos que soportaron sus dos novillotes, que no tenían ni medio gramo de fuerza. Estos, como toda la corrida, no habrían aguantado ni un muletazo si el espada les hubiera sometido mínimamente.
El tercero de la terna, Morenito de Aranda, un torero con buenos conceptos, que en la mayoría de los casos intenta ajustarse a la verdad, pero que ayer le cambiaron la tila por un café muy cargado. Estuvo toda la tarde demasiado acelerado, olvidando algo tan necesario como el temple, sobre todo cuando tienes delante unos inválidos sin fuerzas como los que fueron soltando por los toriles. Pero tampoco le reprocho este aceleramiento, que puede que venga motivado simplemente por el afán de aprovechar cualquier oportunidad que se le presente y poder seguir tirando para adelante, sobre todo si tenemos en cuenta que no acaba de estar en ese circo del cambio de cromos de las empresas poderosas. Lo cual no quiere decir que no deba redimirse y atemperar sus ánimos, al menos en la cara del toro. Como en otras tardes, nos regaló algunas verónicas de mérito, quedándose quieto y jugando bien los brazos y ofreciendo el capote al toro perpendicular, dejándole meter bien la cabeza en la tela.
Y poco más hay de una tarde en la que algunos nos pudimos quejar por no considerar suficiente el “esfuerzo” de la empresa para confeccionar los carteles de San Isidro, en los que aparte de ausencias y presencias, también se echa de menos que a algunos se les obligue a venir más tardes, con otras combinaciones ganaderas y con enfrentamientos directos entre unos y otros. Pero igual que en el paseíllo el alguacillillo quería tirar para un lado y el caballo para otro, la afición quiere que esto vaya por aquí y los taurinos van por allí. Eso sí, y aviso, yo no iré a ver al señor Luque despachar seis toros él solito. Para matar seis toros hay que tener un repertorio largo, una cabeza en la que entren muchos toros, aunque esta expresión no me guste nada, y además hay que tener atractivo para la afición; y el señor Luque de momento no lo tiene, al menos para mi, que no me llenan esos pasimisí pasimisá, sin toreo de enjundia.