Juan Mora, torero con gusto
Hay expresiones que siempre ha tenido el aficionado en su boca y que poco a poco se van arrinconando, bien porque el fenómeno de referencia va desapareciendo o porque las nuevas generaciones prefieren confeccionar su propia jerga, mitad taurina, mitad cibernética, y nos obsequian con eso de la toreabilidad, paseabilidad, orejabilidad, triunfalidad, indultabilidad y otros términos acabados en “idad”, igual que vulgaridad.
Algo que siempre se ha valorado mucho y que respondía a una circunstancia muy precisa era aquello de “tener gusto”. El torero que tenía gusto siempre apetecía verlo, por su forma de torear, sus vestidos de torear y hasta por el coche que le llevaba a la plaza. Pero este gusto no tenía nada que ver con algo que podría llamar a equívoco, que era el amaneramiento, ese camino de oropel más aparente que real. El amaneramiento forzaba las posturas, los gestos, ademanes y forma de manejar las telas de una manera supuestamente artística, sin tener en cuenta el toro y sus circunstancias, pero que el aficionado no acababa de tragar. Un ejemplo puede ser el codilleo, defecto que hacía caer en pecado mortal a los que cometían tal fechoría, que en ocasiones resulta incluso estético y que algunos coletudos llevan al extremo, afeando su labor.
Un torero con gusto es el que a la elegancia le añade torería y conocimiento de la lidia, el que en cada momento aplica la solución más idónea, dejando ver el toro al aficionado. Tener gusto es llevar el toro al caballo y colocarlo en su sitio sin demasiados capotazos, con gracia y con arte, es el andar a los toros, el colocarlos en suerte con un leve movimiento del cuerpo, el cambiarle los terrenos sin un solo muletazo y ejecutar las suertes con verdad, hondura y pureza.
Es esta una virtud que no adorna a las figuras del momento. Al mismo Juli le puedo reconocer muchas cosas, algunas muy a regañadientes y otras bajo amenazas, pero lo del gusto es una utopía inalcanzable para el madrileño; Ponce, el rey de la elegancia según unos, carece de este gusto, aunque hubo una época, muy al principio, que parecía que podía adquirirlo, pero todo quedó en nada; incluso José Tomás, quizás uno de los toreros menos discutidos desde hace mucho tiempo, no se caracteriza precisamente por el gusto.
Capítulo aparte en esta disquisición merece Morante, torero considerado artista y que, en mi opinión, no se le puede considerar aún un torero con gusto. Sí lo muestra en ocasiones, arrebatando al público hasta la locura, lo mismo que cuando se decide a derrochar ese arte que se tiene o no se tiene, pero ese amaneramiento y esa exageración de las poses que en ocasiones muestra ante un toro que no se come a nadie, es lo que puede excluirle de esa categoría de toreros con gusto, aunque habrá quien se escandalice con estas afirmaciones, hecho que puedo entender.
Como ya he dicho, hay momentos en que lo aparenta y seguramente podría llegar a tenerlo si en algún momento se decidiera a ser solo Morante de la Puebla y olvidarse de otros toreros, presentes o pasados. Quizás esté en ese proceso de afirmar y reforzar una personalidad propia y de la misma forma en esa evolución puede que le llegue la madurez y que nos regale arte, gusto y torería, porque al contrario que otros compañeros de escalafón, Morante tiene sensibilidad. Ya decía que puede que muchos no estén de acuerdo, pero creo que la línea del gusto es muy fina e incluso puede oscilar de un lado a otro, dependiendo del momento. Y si a alguien le importara, que conste que el de la Puebla es uno de los pocos que me remueven el alma y que me consiguen emocionar.
Otro ejemplo puede ser el de Juan Mora, que considero que siempre tuvo gusto toreando, pero al que le fallaron otros aspectos. Siempre se le consideró un torero con arte y se le encuadró en la escuela sevillana al desplegar ese torero con gracia, arte y torería, aunque la frecuencia en que esto se producía no era la deseada por público y empresarios. A veces se dejaba ir tarde tras tarde como si la cosa no fuera con él, pero siempre fue un torero con gusto. Con el paso de los años además ha sumado a sus virtudes la de la madurez y sosiego ante el toro, lo que hace que todo lo demás luzca mucho más y que resalte como la luz frente a la oscuridad.
Seguro que se pueden añadir más toreros a esta lista, yo mismo tengo algunos en la mente en este momento, pero no se trataba de hacer un análisis exhaustivo del escalafón y sí de dar mi opinión al respecto, aunque sí me atrevo a asegurar que los Castella, Fandi, Perera, Rivera Ordóñez y otros tantos son toreros más próximos a la vulgaridad que al gusto torero.
Algo que siempre se ha valorado mucho y que respondía a una circunstancia muy precisa era aquello de “tener gusto”. El torero que tenía gusto siempre apetecía verlo, por su forma de torear, sus vestidos de torear y hasta por el coche que le llevaba a la plaza. Pero este gusto no tenía nada que ver con algo que podría llamar a equívoco, que era el amaneramiento, ese camino de oropel más aparente que real. El amaneramiento forzaba las posturas, los gestos, ademanes y forma de manejar las telas de una manera supuestamente artística, sin tener en cuenta el toro y sus circunstancias, pero que el aficionado no acababa de tragar. Un ejemplo puede ser el codilleo, defecto que hacía caer en pecado mortal a los que cometían tal fechoría, que en ocasiones resulta incluso estético y que algunos coletudos llevan al extremo, afeando su labor.
Un torero con gusto es el que a la elegancia le añade torería y conocimiento de la lidia, el que en cada momento aplica la solución más idónea, dejando ver el toro al aficionado. Tener gusto es llevar el toro al caballo y colocarlo en su sitio sin demasiados capotazos, con gracia y con arte, es el andar a los toros, el colocarlos en suerte con un leve movimiento del cuerpo, el cambiarle los terrenos sin un solo muletazo y ejecutar las suertes con verdad, hondura y pureza.
Es esta una virtud que no adorna a las figuras del momento. Al mismo Juli le puedo reconocer muchas cosas, algunas muy a regañadientes y otras bajo amenazas, pero lo del gusto es una utopía inalcanzable para el madrileño; Ponce, el rey de la elegancia según unos, carece de este gusto, aunque hubo una época, muy al principio, que parecía que podía adquirirlo, pero todo quedó en nada; incluso José Tomás, quizás uno de los toreros menos discutidos desde hace mucho tiempo, no se caracteriza precisamente por el gusto.
Capítulo aparte en esta disquisición merece Morante, torero considerado artista y que, en mi opinión, no se le puede considerar aún un torero con gusto. Sí lo muestra en ocasiones, arrebatando al público hasta la locura, lo mismo que cuando se decide a derrochar ese arte que se tiene o no se tiene, pero ese amaneramiento y esa exageración de las poses que en ocasiones muestra ante un toro que no se come a nadie, es lo que puede excluirle de esa categoría de toreros con gusto, aunque habrá quien se escandalice con estas afirmaciones, hecho que puedo entender.
Como ya he dicho, hay momentos en que lo aparenta y seguramente podría llegar a tenerlo si en algún momento se decidiera a ser solo Morante de la Puebla y olvidarse de otros toreros, presentes o pasados. Quizás esté en ese proceso de afirmar y reforzar una personalidad propia y de la misma forma en esa evolución puede que le llegue la madurez y que nos regale arte, gusto y torería, porque al contrario que otros compañeros de escalafón, Morante tiene sensibilidad. Ya decía que puede que muchos no estén de acuerdo, pero creo que la línea del gusto es muy fina e incluso puede oscilar de un lado a otro, dependiendo del momento. Y si a alguien le importara, que conste que el de la Puebla es uno de los pocos que me remueven el alma y que me consiguen emocionar.
Otro ejemplo puede ser el de Juan Mora, que considero que siempre tuvo gusto toreando, pero al que le fallaron otros aspectos. Siempre se le consideró un torero con arte y se le encuadró en la escuela sevillana al desplegar ese torero con gracia, arte y torería, aunque la frecuencia en que esto se producía no era la deseada por público y empresarios. A veces se dejaba ir tarde tras tarde como si la cosa no fuera con él, pero siempre fue un torero con gusto. Con el paso de los años además ha sumado a sus virtudes la de la madurez y sosiego ante el toro, lo que hace que todo lo demás luzca mucho más y que resalte como la luz frente a la oscuridad.
Seguro que se pueden añadir más toreros a esta lista, yo mismo tengo algunos en la mente en este momento, pero no se trataba de hacer un análisis exhaustivo del escalafón y sí de dar mi opinión al respecto, aunque sí me atrevo a asegurar que los Castella, Fandi, Perera, Rivera Ordóñez y otros tantos son toreros más próximos a la vulgaridad que al gusto torero.
PD: Una vez publicada esta entrada, Xavier González Fisher me ha dado la noticia de la muerte de Pepín Martín Vázquez. Aunque puede sonar pretencioso, dedico esta entrada a un torero que era el buen gusto como torero, que contó con el reconocimiento de todos los buenos aficionados y al que seguro que ahora le harán todos los homenajes que mereció en vida y que no se le dieron. Ha muerto uno de los grandes toreros de la historia y lo único de lo que tendremos la seguridad es de que en los medios de comunicación, en el caso más generoso, se dará una pequeña nota. Con que repitieran en Cine de Barrio su Currito de la Cruz, yo me daría con un canto en los dientes. Maestro Martín Vázquez, D.E.P.