La suerte de varas siempre que se hace de verdad, emociona
Esto no hay quien lo entienda, el día anterior íbamos a ver
una bronca y casi acabamos con los pañuelos secándonos las lágrimas y en la de
Carriquiri íbamos pensando en la despedida de Frascuelo y nos encontramos con
un manso que acude de lejos al caballo. A ver si esto de los toros no es
matemática pura. ¿En qué libros pone que un manso puede ir así al caballo? Los
bibliófilos se hacían cruces, buscaban y buscaban en su móvil estratosférico y
por bravucón no les venía nada. ¿Aplaudimos? ¿Abroncamos? Pues nada a aplaudir.
Y el de al lado encima le pega la bronca y les echa en cara que en Madrid se
ovacione un manso en el arrastre. Mier… de libros.
La mansada de Carriquiri, de no demasiada cabeza, largos y
algunos entrados en carnes, no han sido demasiado colaboradores, que eso sí que
viene en los libros. El primero solo se dejó en el caballo, echando la cara
arriba y además parado en banderillas. Sosito en la muleta, acabó en la puerta
de toriles. El segundo muy suelto, tomó las dos varas en el reserva, fijo, pero
sin empujar, ya lo hacía el picador por él. Flojo, casi moribundo, se caía a
poco que se le bajara la mano. El tercero, abanto, parecía jugar al pilla,
pilla, siempre buscando los espacios sin señores con capotes. Bien colocado en
la primera vara, rehusó la pelea, hubo que ponerlo más cerca y se limitó a
cabecear y a salir espantado a la primera de cambio. En la segunda fue al
relance, flojito, solo se defendió. A mitad del pase echaba la cabeza arriba
con mucho peligro, se defendía por ambos pitones y si se le bajaba la muleta
para intentar solucionar este problema, caía rodando por la arena. El cuarto
vivió lo que se llama vulgarmente una capea, muy suelto por el ruedo, pero sin
que nadie intentara sujetarle con un capote. La primera vara la recibió casi en
toriles, según salían los caballos, para marcharse en cuanto notó el palo. La
segunda fue al que hacía la puerta, marchándose con un respingo. Hubo tres
entradas más, levantando mucho la cara, corneando el peto y yéndose suelto. El
quinto fue otro que se paseó por el ruedo a su voluntad. Se le picó primero
tapándole la salida, pero acabó marchándose; en la segunda vara el de a caballo
se salió picando hasta el mismo centro del ruedo. Se emplazó en los medios esperando
a los banderilleros. En la muleta pegó arreones de manso y por el izquierdo
buscaba las tablas a la salida de cada pase, hasta que acabó en la puerta de
chiqueros. Y salió el toro marchoso, un manso que despertó a todos los
presentes. Se fue a por el caballo según salían los montados al ruedo, tirando
derrotes al cielo, para acabar saliéndose suelto. Castaño lo recogió bien y lo
puso de lejos al caballo. El animal se arrancó, le picaron trasero y continuó
cabeceando. La tercera vez, más lejos, pero con el mismo comportamiento. Acudió
bien al caballo, pero con menos alegría. Hubo un cuarto encuentro, esta vez
desde la misma boca de riego y con más alegría que las ocasiones precedentes,
empujando como siempre echando la cara muy arriba. Se dolió de las banderillas.
En la muleta se fue parando poco a poco, quedándose a mitad de viaje y
derrotando peligrosamente, acrecentándose estos defectos a medida que avanzaba
el tiempo. Se defendía descaradamente, pero hubo quien en el arrastre solo se
quedó con las arrancadas al caballo y le ovacionó como si fuera bravo.
Frascuelo, el torero de Madrid, empieza a distanciarse
demasiado de la tauromaquia que otras veces ha mostrado. Sin acabar de
entregarse, parece que está más merced de las circunstancias y sin ser él que
controle lo que pasa en el ruedo. Más inhibido de la lidia que lo que era
habitual, soso con la muleta, no pareciendo demasiado capaz de estar a gusto en
la cara del toro. Seguro que el maestro tiene suficientes argumentos para
decidirse a seguir en los ruedos, pero la sensación del espectador es que
quizás debería pensarse si le merece la pena emborronar la imagen que se ha
ganado después de muchos años de sacrificio e injusticias. Yo siempre he sido
un fiel seguidor de este torero, pero desde hace ya un tiempo, no le veo a
gusto, ni con recursos y eso no me agrada.
Ignacio Garibay es un torero mexicano que vino el año
pasado, recibió una cornada y ha vuelto este para intentar revalidar la
aceptable imagen que dejó en la mente de algunos aficionados. En su primero
estuvo reservón, tanto con el capote, con el que no se pudo hacer con el toro,
como con la muleta, dando vueltas alrededor de su oponente, como si no supiera
por donde atacar. En su segundo tuvo que aguantar los arreones del manso, a
veces para echarse a temblar, pero tampoco supo oponer ninguna solución para
amainar el temporal.
Castaño era esperado en Madrid. Sus últimas actuaciones le
han presentado como un seguro lidiador en franca progresión. En su primero
quiso empezar luciendo al toro, aunque después tuvo que echar mano de la
efectividad y si para ello era necesario meter al toro debajo del peto, pues se
metía. Luego con la muleta siempre citó cruzado, muy asentado y sabiendo lo que
se traía entre manos, un manso complicado que quería coger las nubes con los
pitones. En el último de la tarde, aunque el de Carriquiri empezó campando a
sus anchas, enseguida se hizo con el mando. Todo hacía indicar que era un manso
más, pero sin dar nada por supuesto, lo puso al caballo de lejos y ¡Oooh! sorpresa,
el toro se acercó. Bien es verdad que no dio la talla en el caballo, ni mucho
menos, pero lo volvió a colocar dos veces más, una incluso desde el centro del
platillo y el toro seguía yendo al peto. En este apartado merece la pena
señalar el toreo a caballo de Tito Sandoval, aunque no estuviera demasiado
afortunado a la hora de clavar el palo, generalmente trasero, cuando no caído.
Con la muleta, Castaño estuvo firme, aguantando la progresiva complejidad que
ofrecía la embestida del toro. Volvió a cruzarse en cada cite, jugándosela en
cada envite. Realmente corroboró todo lo que se venía oyendo de él; no es un
torero artista, ni pinturero, porque eso no es lo único, pero demostró que
tiene cabeza y que quiere torear con la verdad.