jueves, 19 de diciembre de 2024

Los valores de…

A todos, muy felices fiestas y que el año que entra nos haga olvidar el pasado, que sea como si nunca hubiera existido, aunque...


Que no habremos escuchado una y mil veces eso de los valores del toreo, pero quizá eso sea generalizar demasiado. Que el toreo tiene unos valores indiscutibles y hasta ejemplarizantes para todo el mundo, aficionados, no aficionados y mediopensionistas. Valores como el de enfrentarse a una fuerza de la naturaleza poniendo la vida por delante, enfrentarse a un toro, al toro íntegro, con edad, con sus defensas sin manipular, habiendo sido seleccionado manteniendo su casta, la fiereza propia de su estirpe, un ser que impresiona, hechiza, atemoriza solo con la mirada, la mirada de un animal dispuesto a arrancarte lo más precioso. Unos valores admitidos por todos, por el que decide vestir el traje de luces, respetando el rito, un rito heredado generación tras generación que ha llegado hasta hoy. Los valores que puede encerrar la tradición, el uso y la costumbre. Valores que respetan, hacen suyos y exigen que se respeten los que son espectadores de todo esto; que no solo espectadores, sino estudiosos, entusiastas pensadores, tertulianos, compartiendo su pasión de igual a igual con todo el que quiera rendirse al toro, eje del rito, fuente de todos estos valores.

Pero… y aquí viene el pero, una cosa son los valores del toreo y otra los valores de los taurinos, que para entenderlos mejor, borren todo lo anterior y así no habrá lugar ni a confusiones tendenciosas, ni a contaminación de todo lo dicho hasta ahora, todo lo que ha hecho grande esto del toreo, pero que estos taurinos se empeñan en… dejémoslo en no tenerlo en cuenta. Que si empezamos por el principio, por el eje, el toro, eso es lo primero para lo que los valores mutan en fraude. La casta, la integridad, el respeto que debe imponer el toro y el respeto que se le exige, todo salta por los aires en cuanto empiezan las manipulaciones. Que si una selección buscando la docilidad, la ausencia de casta, la exclusión de la fiereza, pretendiendo convertir al toro a un simple colaborador de aquel hacia quién han trasladado el eje, el torero. Sus valores van dirigidos a la eliminación de todo lo que pueda incomodar al de luces, ya sean encastes poco habituales, pitones en puntas, exigencias de cualquier tipo. Y sus valores solo se ven ensalzados cuando los réditos económicos son jugosos. ¡El parné! Que no quieren perder ni un céntimo y si para ello hay que poner unas fundas a los animales, con el evidente perjuicio para la lidia y para el toro, constituyendo en un afeitado encubierto y legal, aunque que ilícito. Esos valores que suponen el escapar de la verdad, el zambullirse con delirio en las trampas, en el destoreo y en la imposición de la mentira como verdad, anulando no gustos, que también, sino cualquier voz discrepante, cualquier voz que pretenda tan solo hacer referencia a lo que se vio en otro tiempo. Estos son sus valores, los de los que nda vale si se sale de sus esquemas, de sus intereses. Los valores de despreciar al que paga, en la mayoría de los casos con mucho esfuerzo, pero que nunca es suficiente, el no entender que esto no es solo para privilegiados, es para todos. Como ellos dicen, es del pueblo, pero claro, según sus esquemas, es solo del pueblo seguidista, de la masa que aclama su vulgaridad, porque si uno dice que así no, ese queda desterrado, a partir de ese momento ya no es pueblo, es…

Pero estos valores también alcanzan a los que se sientan en los tendidos. Ahora solo pueden estar dirigidos en una dirección, la del triunfalismo, sin preocuparse de que ese triunfalismo mine los cimientos de la fiesta de siempre y de esos valores que engrandecieron el rito del toreo. A ver dónde están los valores del saber estar en una plaza, con seriedad, con apasionamientos, incluso con partidismos, pero por encima de todo, leales al toreo. Los valores de estar en una plaza con ese respeto y a la vez exigencia, esta por encima de todo, han mutado en el botellón, la algarabía sin criterio, los vivas y los jaleos al paisano, que ni tan siquiera se dice ¡olé! Mucho alcohol, incluso impulsado por los propios empresarios, para los que es más importante convertir una plaza en una macrotasca, que conservar la dignidad de una plaza de toros. Eso sí, todos estos luego van corriendo desaforadamente a hablarnos de los valores de…

 

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lunes, 2 de diciembre de 2024

El valor de las orejas

El toreo es mucho más que orejas, el toreo fundamentalmente es poder, mando, y hasta arte, para enfrentarse a la casta, a la fiereza.


Parece que lo único importante en esto de los toros sean las orejas. Da lo mismo el afeitado, las fundas, la alarmante falta de casta, la galopante pérdida de la variedad en favor de la asfixiante monotonía, la desintegración de la integridad, el abandono del rito, la vulgaridad en el trapaceo, la desaparición de una lidia solo enfocada a la muleta, la continua pérdida de aficionados que hartos deciden irse sin mirar atrás, todo esto y muchas cosas más no tiene importancia para los que solo pretenden ver cortar, cortar, pasear y contar orejas. Que bien más grande sería eso de quitarlas, de eliminar este premio que quizá un día tuvieron sentido, pero que hoy en día. Eso sí, si de repente se eliminara esto de dar orejas, para una atronadora mayoría sería como si de repente se apagara el sol, como si se quedaran completamente a oscuras. El gran apagón, ya no se dan orejas. Pero algo habrá que dar, dicen muchos. Pues denles una caja de galletas y gorrito de papel, y para los que pidieran los premios, otro gorrito, así cuando volvieran al barrio, al pueblo o a la “urba” no tendrían que dar explicaciones, bastaría con verles con el gorrito. Que igual se sentirían un tanto ridículos, pero… igual es que no se han visto pidiendo y celebrando las orejas.

Que las orejas se conceden desde hace décadas, por ejemplo en Madrid, pero no tanto como algunos podrían llegar a pensar. Que sí, que siempre ha habido regalos, para desesperación de algunos que no entienden esto como el Gran Bazar Orejil, pero lo que sufrimos tarde a tarde en plazas como Madrid, en la que todo supone un mérito para el triunfo, menos lo que precisamente debería ser un mérito para el triunfo; las carreras, estar a merced del toro, apelotonar trapazos, irlos cazando por el ruedo allá adónde el toro decida, pero todo sea por el despojo, todo sea por convertir esto que un día fue un rito, en un holocausto orejero, una oda a la vulgaridad. Pero esto no se queda en algo tan superficial como eso, porque si así fuera, cualquier despojo serviría a unos y a otros para luego verse anunciado en los carteles. No, esto va más allá. Antes, hace ya tiempo, el corte de una oreja en una plaza como Madrid a los empresarios les salía caro, les tocaba rascarse el bolsillo, porque eso era excusa para que el coletudo pidiera más dinero, que por otra parte le tenían que dar, porque el público le quería ver y al señor de los despachos no le quedaba otra que aflojar la mosca ¡Qué tiempos! Tanto haces, tanto cobras y cobras por lo que vales, no por lo que las estadísticas dicen que vales, ni porque los paisanos en un delirium táurico decidieron. Pero claro, eso ha cambiado y de qué manera. Ahora el corte de despojos, que no de orejas, solo supone engrosar las estadísticas y que esos empresarios en lugar de ver encarecido un caché, puedan usar los números como excusa para poner a este o al otro, que es de su casa o de la casa de enfrente, que por esa misma razón igual no se puede poner gallito y pedir más dinero, no vaya a ser que le manden a su casa. Y ejemplos seguro que se nos viene alguno a la memoria, ejemplos de alguno que hasta tuvo que quedarse en casa, porque a alguien le enfadó una barbaridad el que le pidieran un aumento de sueldo.

De la misma forma que nos encontramos carteles conformados con supuestos triunfadores, construyendo esos triunfos sobre un manto de despojos infames, y que el aficionado no entiende cómo se lo ponen una y otra vez. Que igual acaban devolviendo los despojos, pero eso ya no importa, porque ya te lo han colado y el señor empresario te ha montado un festejo de “triunfadores” por cuatro chavos. Que los taurinos a la hora de montarse una feria se fija en el cuánto, premios, y el aficionado se queda con el cómo, la manera en que se le cubrió de despojos que a él le dejó frío. Y quizá también se podría añadir el cuándo, si coincidió con aquel día en que los paisanos tomaron la plaza en mitad de una festera algarabía, bien regada y bien… Pero para los taurinos solo cuenta el cuanto y así andamos, subidos en una estadística tan falseada como se quiera falsear, aunque, eso sí, pretendiendo darle una verosimilitud que cuesta hasta pronunciarla. Y si no, repitan eso de verosimilitud. Y ahora, el que quiera, que se convenza de que ese es realmente el valor de las orejas.

 

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lunes, 11 de noviembre de 2024

Tauromaquia para todos

Para disfrutar en los toros, hay cosas que resultan imprescindibles y si no, no sé cómo alguien puede pasarlo bien en la plaza.


Tenemos que reconocer que a todo el mundo hay que garantizarle los medios para que puedan disfrutar de las grandezas que el género humano ha ido creando a lo largo de los siglos. No podemos consentir que una mera dificultad de comprensión, de insuficientes conocimientos o porque la obra encierre una dificultad excesiva, esta llegue a todos. Que el Quijote estará muy bien, según dicen los sabios, pero, ¿para qué se han creado las ediciones para jóvenes? ¿Por qué enfangarse en una obra tan densa como extensa, cuando hay hasta una serie de dibujos animados’ Que me dirán que no es lo mismo. Por supuesto que no es lo mismo, los dibujos animados son mucho más entretenidos y además no hay que pasarse horas con un libro en la mano. Que si seguimos por la literatura, ¿para qué tener que leerse esos tochos interminables, si ya han sacado la película? ¿Para qué leer un periódico si ya tenemos X, antes Twitter? Que ahí te enteras de todo. Pero no solo está la cuestión del “librismo”, porque si vamos a eso del arte… eso es para echarle de comer aparte, que si un huevo frito es arte, que si tal retrato de un papa es todo enjundia. Y anda que no hay cuadros y cuadros y más cuadros. Pero yo sé la forma de quedarse con lo importante de verdad. Cualquier obra que no aparezca en una camiseta, en una taza o en un posavasos, no es una obra importante. Que a poco que uno se descuide, te meten cualquier cosa diciendo que es una obra maestra. Y de música, tanto que hablan de música clásica, de ópera, ¿las han sacado en algún anuncio de perfumes o en una peli? Pues entonces, descartadas.

Y en esto de los toros, pues ocurre tres cuartos de lo mismo, que unos nos vienen con que si el toro con casta, que si la verdad en el toreo, que si las lidias completas, ¡anda ya con las milongas! Que ahora va a resultar que para saber de esto y para que te guste va a haber que tragarse todo un tostón hasta llegar a que atoreen con la muleta. Que si al menos lo hicieran con la capa, con chicuelinas o lopecinas, pues vaya que vale, pero estar ahí traga que traga con que si el caballo por aquí o por allá. Que en esto, lo que vale es que se den muchas orejas, que lo dicen los de la tele y los que no son de la tele, que esto es para que el pueblo se divierta y punto y si todo el mundo pide la oreja, ¿quién es nadie para no darla o protestarla? Pues eso, no son nadie. Que ya está bien de los culgachapas esos que te dan unas murgas que no se aguantan ni ello. Y que me perdone mi tío Juan Hermenegildo, que dice que los hay que lo que quieren es simplificar esto cada vez más, para que medio lo entiendan los que no saben ni lo que es un toro. Como si eso importara. Un toro, es un toro y ya está, que lo sacan para que el torero atoree y punto. Que empieza que si el torero tiene que cargar la suerte, que si rematar los pases, que si lucir al toro en los tres tercios, que si al toro se le ve en el caballo, que si en banderillas te dice cómo va a ir a la muleta, que si… Pero, ¿para qué tanta leche, si al final en la muleta o sirve o no sirve y no hay que darle más vueltas. Que si la suerte suprema, que si hacer la suerte, que si la espada en todo lo alto; pero, ¿la cosa no va de que el toro caiga y punto? Pues para qué marear la perdiz.

Que sí, que nos llaman ignorantes a los que nos sobran todas esas historias que cuentan. Que dicen que esto es inabarcable, que no se puede saber nunca todo. Pues yo he ido dos veces a las Ventas con la Conchita, solo este año, voy a los encierros de mi pueblo y los del pueblo de la Conchita y ya me lo sé todo ¡Ea!  A ver cómo me explicas eso, ¡chúpate esa! Pero, ¿qué hay que saber? ¿Para qué tanta historia de los listos esos que se inventan las cosas para hacer creer que saben? Si es que nos gusta complicar las cosas para darnos importancia, por significarnos. Que dice mi tio que así se nos maneja como les da la gana y que somos ignorantes y que lo peor es que alardeamos de nuestra ignorancia. Pues yo no soy un ignorante, que me sé todas las cosas que dicen los de la tele y si quiere mi tío, se las repito en la jeta, para que vea que no soy ningún ignorante. Y que el torero bueno es el que llena las plazas y el que más orejas corta, ese es el bueno y si no, ¿Por qué corta tantas orejas e indulta tantos toros? Que yo no sé. Pues como dice mi Conchita, yo me las sé todas, sé más que los ratones colorados, cuando voy a la plaza y entro con dos vasos de los gordos llenos hasta rebosar de yintonis, como si no hubiera un mañana y si se acaba, pues a por otro, que un toro entero sin bebida se hace muy largo y si no te puedes pegar un buen peloti, ya me dirán cómo se alegra uno, que así ni te diviertes ni nada. Que no sé, dice mi tío. Él sí que no sabe, que va a la plaza y el tío no levanta la vista del albero, que dice que no hay que perder detalle. Pues él sí que los pierde, ni una fanta se toma el tío seta. Que déjense de que esto es muy complicado, que nunca se sabe de toros. Pues yo sí que sé e igual que hacen el Quijote en dibujos animados o te resumen lo que pasa en el mundo en “X”, antes Twitter, lo que tenían que hacer es un resumen de todo esto, una Tauromaquia para todos.

 

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domingo, 13 de octubre de 2024

Nos quedan los buenos recuerdos… pero no desde el ruedo

Ya solo nos queda esperar al nuevo año y mientras, soñar el toreo, zambullirnos en libros, láminas, charlas y recuerdos de toros 


Se termina una temporada más y a pesar de que se pueda pensar lo contrario, para algunos ha sido un visto y no visto; cosas de la edad. Tardes interminables, ferias interminables, tostones interminables y mira tú, que se ha hecho corto. Y ahora, si me lo permiten, voy a recordarles mis mejores momentos de lo sucedido esta temporada… Ya está. Nada o quizá quede algo, pero tendría que hacer mucha memoria, muchísima. Quedarán charlas con amigos, encuentros, visitas inesperadas, ausencias, pero de lo sucedido allí abajo, un momentito, que voy a ver si con más detenimiento… Nada, que no. Que si me pongo a revisar mis notas seguro que habrá esta o aquella tarde, pero, ¡hombre! ¿No sería algo lógico que se me viniera de golpe algo a la cabeza si ese algo fuera tan sobresaliente? Pues nada, que no hay manera. Pero bueno, siempre nos queda la última corrida, la que ha echado el cierre, pero… Recordar, recuerdo cosas, pero quizá lo que más recuerdo es quedarme petrificado al ver cómo mi plaza ha perdido el gusto por el toro, por el toreo de verdad y se ha acomodado al toro moderno, en el que ya entra sobradamente lo de Victorino, y el toreo más moderno aún, del que esta tarde había dos representantes, uno más clásico, un clásico de la vulgaridad clásica, Miguel Ángel Perera, y un excelso exponente del fototoreo, Emilio de Justo, que si te ponen una foto delante en el momento en que ha pasado el toro y se pone a sacar la panza y no se ven ni las carreras de antes y después y no se ve que corta de un tajo los muletazos, da el pego de toreo de jarte del güeno.

Lo de Victorino Martín no ha ofrecido la mejor de las presentaciones, ni de lejos. Que se puede argumentar eso de que este encaste es así, aunque esto también depende de a quién se le pregunte, unos buscan lo de Victorino “de antes”, lo cual ya es tan poco probable como encontrar la tumba de Genghis Kan, que igual existe, pero, ¿dónde? Otros dirán que lo de Victorino es así o asao, lo cuál suele coincidir con si el que opina se ha levantado con el pie derecho o con el izquierdo. El caso es que su presentación no parece la mejor de las posibles. En el caballo no se emplearon demasiado, a alguno se le castigo, pero sobre todo se les picó mal, sin ponerlos bien en suerte y sin ejecutar esta a modo. Que en eso de poner un toro en suerte no me refiero a casos como el de Perera, que de repente decide que deja ahí el animal y él se marcha por detrás del caballo, lo que vulgarmente se llama “por el culo del mulo”. En descargo del ganado hay que decir que no fue bien lidiada y que en bastantes casos se les dieron capotazos de más. Eso sí, como los más fieles de esta moderna taruromaquia, en la muleta iban y venían que era un gusto. Unos más parados que otros, pero iban. Tampoco eran bobonas, pero al final iban y venían y hasta seguían las telas allá dónde se las ponían, si se la echaban a las nubes, a las nubes que iban, si la cosa era para echarse el toro encima, pues el toro se venía encima, que si les dejaban un hueco enorme entre el trapo y el bulto, pues tiraban por el hueco que le dejaban, pero nada que no se pudiera solucionar simplemente con toreo y un poquito de mando.

De los dos espadas, pues si hacemos caso a unos, estuvieron memorables y lástima que fallaran a espadas, pero otros dirán que de toreo más bien nada, de trapazos mucho y a veces, de teatro, en exceso. Perera sigue con ese empeño de castigar a sus no afines con su destoreo, prolongando la faena hasta conseguir la desesperación de los presentes. Poco capaz con el capote, solo levantó los ánimos en un recibo rectificando en cada lance. Inoperante durante la lidia, como siempre en la muleta, siempre en línea, muy distante y abusando del pico. En su segundo pasó con la lentitud que marcaba el de Victorino, acompañando siempre en línea, escupiendo siempre para fuera al animal. Un aviso antes de pensar en tomar la espada, con la que recetó una entera muy caída y por aquello de no “estropear” la obra de arte, haciendo por no desacabellar, sin importarle ni el toro, ni la imagen, ni la desesperación del personal. A punto, por unos pocos segundos, no escuchó el tercer aviso, pero aún así, el respetable, que a veces se hace respetar muy poco, le concedió un despojo. Perera es un habitual de trasteos eternos y de ir cambiando de mano sin criterio alguno, dando más la sensación que lo hace porque se le cansa el brazo, que por necesidades de la lidia.

Emilio de Justo mostró su disposición, y la del público, en un primer quite por chicuelinas apartándose en todas, que el respetable jaleó con entusiasmo. Después, en el recibo de sus dos primeros no aguantó y tuvo que darse la vuelta para perder terreno hacia los medios, lo que también gustó, quizá debido a su firma tan teatral de adornar sus modos. En el sexto se gustó, como parece gustarse siempre, con unas verónicas con la puntita del capote y rectificando demasiado. Con la pañosa en su primero inició pegando respingos, para después pasárselo a una distancia más allá de lo prudencial y siempre tirando del pico de la muleta, pico y a correr, pico y a correr, lo que en lugar de desanimar a los asistentes les enardecía cada vez más. Carreras y voces, muchas voces, que casi eran más efectivas en los tendidos, que en el de Victorino. Medios muletazos, quitando el engaño de golpe para recolocarse a la carrera, mientras el toro seguía la tela allá dónde se la pusieran, aunque lo que más emocionaba era cuando se la arrebataba del hocico. El fallo a espadas desinfló el suflé, que rápidamente volvió a subir en el cuarto, al que de primeras no parecía saber por dónde entrarle. De nuevo pico y carreras y en una de estas se descubrió y el toro hizo por él, afortunadamente no impidiendo que pudiera seguir en el ruedo. Siguió con esos medios trapazos, encogido, pero que una vez que pasaban los pitones, sacaba la panza para adelante. Y con el sexto, que medio se aguantaba en pie a duras penas, pues de nuevo lo mismo, la uve de la muleta con la zurda, dejando que le tocara demasiado la tela, sin acabar de poder con su oponente, más pico, más separación, más voces, que ahora tiro el palo, eso que ahora llaman la ayuda, la de mentira de toda la vida de Dios, y el personal enardecido. Que bien que iban a cerrar la temporada todos esos que han llenado los tendidos de sol durante todos y cada uno de los festejos del curso, hiciera frío o hiciera calor… ¡Ah! ¿Qué no? Pero si se manejaban como si fuera los hijos de Díaz Cañabate, Corrochano, Navalón y don Joaquín. O sea, que… Pero bueno, qué más da, entre el teatro del espada para no descabellar y la algarabía de… de mucha gente, le dieron un despojo que el matador paseo con la parsimonia del que no tiene prisa, quizá porque ya tenía la cena hecha y los niños acostados. Y así se cerró un año más la temporada de Madrid, con gritos de Plaza 1 dimisión, con Plaza 1 sin hacer el más mínimo caso a las protestas, con unos y otros despidiéndonos de aquellos con los que hemos compartido largas tardes feriales, más largas tardes caniculares y así al final siempre nos quedan los buenos recuerdos… pero no desde el ruedo.

 

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jueves, 10 de octubre de 2024

Esa Santa Hermandad… de la Pasta Gansa



Seguro que lo que voy a contarles a continuación lo saben ustedes más que de sobre, entre otras cosas, porque ustedes son habituales sufridores de esta prole de interesados fieles de la Santa Hermandad de la Pasta Gansa. Una especie de secta en la que si hay que traicionar al hermano de al lado, se le traiciona, todo por la Santa Pasta. Esa devoción al dinero todo lo justifica. Que aparentemente todos están en concordia y armonía, eso que llaman “unidad”. Pero caramba, carambita, cuando hay un duro en el suelo y no tiene nombre, que como te agaches a cogerlo, te puede pasar de todo, que te corten una mano, que te empujen a los pies de un tráiler que pasa por allí o que te hagan perder el honor varonil y viril en un nada y menos. Hay que ver los besos y abrazos que se dan en público, pero siempre tienen que estar atentos a que no les decoren la espalda con una daga genovesa. Pero ellos insisten en lo mucho que se quieren, se admiran, se alegran de verse, se… Que como pillen al otro desprevenido…

Eso sí, como alguien ajeno y mucho más si es alguien que se coloca frente a ellos, toca lo más mínima a uno solo de la Santa Hermandad, hay qué ver cómo se ponen. Y si además el “ofendido” es alguien de quién puedan depender sus ingresos o de quién dependa su posición de supuesto privilegio, entonces habrá que ponerse a cubierto. Que ya puede ser una mosca del vinagre, una sola, que despliegan todo su arsenal tierra aire, la brigada acorazada y el séptimo de Michigan en desbandada. Que siempre se revuelven con arreones de manso al sentir el más mínimo amago de lo que ellos consideran falta de respeto, pero cuando les tocan a los jefes, ¡ojito! Aunque por ir aclarando conceptos, una falta de respeto es todo lo que diste un milímetro de ese servilismo cínico que ellos practican. Servilismo cínico y perjudicial para los torsos cuando estos son arrastrados por el lodo con demasiada frecuencia.

Hace unas semanas, en la plaza de Madrid, los pocos asistentes a un festejo dominical fueron testigos de uno de los más bochornosos espectáculos recordados por un encierro cuya principal característica, aparte de una impecable presencia, una bella lámina, era su insultante invalidez. Era asomar un toro por la puerta de chiqueros y en los primeros resuellos ya dejaba evidentes muestras de invalidez. Las causas pueden ser mil, pero el resultado solo era uno, los animales no se sostenían en pie. Hasta diez reses habían pisado el ruedo, cuando solo íbamos por el cuarto de la tarde. En total fueron diez los toros, aunque bien podían haber sido más. Y, ¿qué sucedió? Pues que los escribas del régimen no tardaron ni un suspiro en arremeter contra las protestas y los que protestaron indignados la manifiesta invalidez. Que en palabras de estos escribanos a sueldo, aquellos eran lo pero de lo peor que habita bajo el sol. Que si tenían demasiadas prisas en protestar, que si ni un mínimo de paciencia, que si estos son los verdaderos enemigos de la “tauromaquia”, que si había que deportarlos a todos a la isla del Diablo, que si mal rayo les parta. Como si nunca hubiera habido un festejo con tantos toros devueltos al corral por manifiesta invalidez, como si nunca hubiera salido una corrida infame al ruedo de Madrid y lo que es peor, como si tal invalidez solo la vieran unos ojos enfermos y unas cabezas corruptas. Y, ¿por qué tan airada y agresiva reacción encabezada por letristas pertenecientes a conocidas dinastías que en otro tiempo manejaron más de la cuenta en esto de los toros? Pues, llámenme mal pensado, pero es que el hierro anunciado era el de Antonio Bañuelos, máximo exponente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia. Sí, esa misma, la que solo se preocupa de los dineros, de los suyos y que no ha movido un dedo desde hace años por detener el penoso deterioro de la cabaña brava, la práctica desaparición de multitud de encastes, dejándolos en el mejor de los casos en un mero testimonio del pasado. Pero claro, el jefe es el jefe y no vamos ahora molestarle y afearle su gestión quizá con el único objetivo que engrosar las arcas de todos estos ilustres ganaderos, sin importarle que el toro de verdad, que la casta, que la fiesta puedan no estar amenazados por tantos males que no se sabe hasta adónde nos van a llevar. Y ni una palabra si el señor presidente afirma que para él el caballo no es importante para medir la bravura de un toro, ¡faltaría más! Es más, la mayoría van corriendo perdiendo la dignidad para alinearse en esa fila de negacionistas del primer tercio, quizá porque esa también es una forma de conseguir poder colar muchos más de sus productos, que no toros.

Pero lo que podía haber quedado en simple anécdota adquiere nueva dimensión cuando resulta que se anuncia en la feria de Otoño de Madrid al máximo ídolo de las masas, ese que él solo es la reencarnación del Guerra, Machaquito, Joselito y el Bombero Torero. Y sale el susodicho y empieza a hacer lo de siempre, quizá con la diferencia de que sus romeros no le echan demasiadas cuentas de lo que está desarrollando en el ruedo, quizá porque en los dos primeros tercios puso en práctica su repertorio habitual en estas fases de la lisia, la nada. Nada, como siempre, ni tan siquiera estar pendiente de auxiliar a sus compañeros en caso de necesidad. Pero sí que había quién no quería perder detalle de todo lo que pasara en el ruedo el ratito de su pobre comparecencia y el de todo el festejo. Empezó con la muleta a seguir su línea de regularidad, trapazos ventajistas y más trapazos. Y unos protestaban, mientras otros… ¡Pásame el yintonic! ¿Alguien tiene pipas? Pero ya se sabe que en esto, cualquier toro te da un meneo y el meneo llegó, se quedó él solito al descubierto y llegó el percance. ¡Aleluya! Los silentes durmientes despertaron y culparon del accidente a los que protestaban. Se montó la marimorena y en la bronca es cuando mejor navega este caballero, se siente como un ibérico en un charco de m… Un despojo y ahí quedó la cosa, pero entonces, una vez acabado el mitin, desembarcaron las fuerzas del régimen taurino, los adalides del sistema y empezaron a soltar por la boca y por las plumas lo imaginable, lo inimaginable y lo inadmisible. Le habían tocado el pan y saltaron como resortes a decir cuantas barbaridades se les pasaban por la boca, como si esperaran despertar a los dormidos para lanzarlos contra los que solo veían lo que muchos, el destoreo que en nada se parece a lo que hacían aquellos con los que algún cerebro avinagrado y panza agradecido se puso a hacer comparaciones. ¿Quiénes se creían esos señores para protestar a una de sus principales fuentes de ingresos, según dicen las malas lenguas, que luego vayan ustedes a saber, que igual no les invitan ni a un café. Pero ellos sacan toda la artillería, y si se llevan por delante el prestigio de una plaza, los valores del toreo o lo que sea, les da igual, pero no me toquen al figura, a ver si… Que sepa todo el mundo lo que hay si alguien se mete con alguno de los capos de esa Santa Hermandad… de la Pasta Gansa.

 

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lunes, 7 de octubre de 2024

A saber qué tienen esas gentes en las cabezas

Vamos a la plaza, que hoy viene el ídolo de masas, el que más gusta a los del negocio y el que más aclama la muchedumbre y que nadie les contradiga o les culparan de todos los males del mundo, porque a alguien hay que culpar.


Última de la feria de Otoño de Madrid, con la presencia de la gran figura, el que dicen que llena las plazas, el que despierta más interés por esos mundos de Dios, el que dicen que arrastra las masas. No me voy a poner a discutir nada de eso, más que nada, porque me importa entre nada y menos, que se interesen por ello los del negocio, pero no creo que sea cosa que deba interesar a los que clamamos por una fiesta íntegra y llena de verdad, con el toro como eje de todo esto. Pero lo que sí que me atrevo a afirmar es que este figurón no aporta nada al toreo, es más, creo que resta, y si llega algo de su mano solo es ponzoña. Un señor que navega como nadie en la bronca y que para engrosar sus estadísticas de despojos tiene que echar mano de ella y nunca jamás de conocimientos de la lidia, de verdad en su toreo, de mando, de dominio, porque, que me perdonen sus partidarios, pegar trapazos, lanzar las telas al aire, permitir que se las enganche el toro y pasarse el toro por el culo nada tiene que ver con eso, con el dominio y el mando y si añadimos ese permanente abuso del pico y de citar desde muy fuera, pues nos queda lo que es, un vulgar pegapases con un márquetin admirable. Tan admirable que convence a las masas, esas mismas que van a la plaza con el único fin de ver despojos y más despojos y creerse que han visto algo grande, porque en lugar de ver la incapacidad de un señor para hacer el toreo, se creen ver un héroe dispuesto a inmolarse por una causa divina, que en realidad no es otra que alimentar su vanidad y llenar la bolsa a coste de incautos que van a eso que ahora llaman la “tauromaquia”. Pero si solo les guiara la inocente ingenuidad, pues venga que vale, pero no parece que sea así. Estos son los que no consienten que nadie mantenga, ni mucho menos razone, una opinión opuesta a su triunfalismo rayano en la necedad. Que se ponen a jalear, muy a menudo con falso y hasta escaso entusiasmo, pero que solo se ven espoleados cuando alguien no está por la labor de entregarse a su delirio talanquereño. Y en estas, en gran medida por esa falta de recursos y vicios exagerados de su ídolo, resulta que el toro le levanta de mala manera y le tiene a su merced unos interminables segundos. Cite de pecho desde muy fuera, el brazo estirado exageradamente y el animal opta por tirar por el hueco y se produce el indeseable percance. Y la reacción de esta gente, reacción infantil de niño caprichoso, es buscar un culpable inmediatamente y automáticamente miran al sector que protestaba las trampas del ídolo; ellos, ellos son los culpables, por su culpa el ídolo ha sido cogido, no hay otra causa nada más que ellos. Pero, ¿qué tiene esta gente en la cabeza? Que no es la primera vez y como en otras ocasiones, me pregunto: ¿se puede ser más…? ¿Cabe mayor ruindad? ¿Qué razonamientos tiene esta masa de…? Que igual no caen en la cuenta de quizá los que protestan uno de los motivos por lo que lo hacen es por eso mismo, porque con esas maneras es muy probable que un toro te levante los pies del suelo. Eso sí, despechados, piden el despojo para su ídolo, la oreja del rencor. Y así en un suspiro saltan por los aires, una vez más, esos supuestos valores que estos y otros a los que solo les importa el negocio, atribuyen a la fiesta de los toros. Los toros, que si son de Fuente Ymbro, pues poca novedad, clones modernistas tras clones modernistas que sirven para colaborar a lo que es todo este circo. Dignamente presentada, justa de fuerzas, sin poderla picar y lista para el trapaceo.

Además había dos actuantes más, que gracias a estas mañas de este ídolo de pacotilla, esta divinidad de la ignorancia, pasan a segundo plano. Uno, paco Ureña, torero al que se le podrán reprochar muchas cosas, pero que no se le puede negar nunca ni la honradez, ni la entrega. En su primero, uno de Fuente Ymbro justito de fuerzas, le trasteó atravesando la muleta y entre enganchones, que cuando daba la salida antes de tiempo el animal se le venía al hueco entre trapo y bulto. Inédito con el capote, a su segundo, que no se le picó, le llegó incluso a recibir medio aseado, para después dejarse invadir por una faena de más dar aire que torear, dejándose tocar demasiado las telas, mano alta, achuchado por momentos, muy fuera y trapazos de uno en uno muy encima de su oponente. Y en el que le hubiera tocado al ídolo de la muchedumbre, que no estaba por la labor de ir al caballo, después de un mitin en banderillas de la cuadrilla del ídolo, que no parecían ver cómo dejarle los palos a un animal que esperaba mucho, lo que ciertamente complicaba bastante el parearlo, pero quizá tampoco están acostumbrados a estas cosas, quizá están acostumbrados a lo mismo que su jefe, a la boba y a la bronca con quien no le ríe las gracias; gracias que maldita la gracia que tienen. Ureña intentó por ambos pitones y el de Fuente Ymbro solo se defendía, provocando enganchones y algún desarme. Tampoco era como para ponerse a hacer gollerías.

Víctor Hernández se vio favorecido por la corriente despojista provocada entre las masas por la divinidad de la “tauromaquia” y en su primer toro, al que recibió con flamear incomprensible de telas sin pensar antes en fijarlo, pagó su osadía durante la lidia; suelto al caballo, ahora voy, ahora me marcho, cabeceando frenéticamente en el peto. Tomó el espada la muleta y se lio a pegar trapazos muy distante, aparte de que citara de lejos, dando aire al Fuente Ymbro, siempre distante, con el pico de forma exagerada y poniendo posturas y más posturas, con con5tinuos enganchones y los rencorosos con los críticos que no se sabe si estaban muertos o estaban de parranda, que apenas reaccionaban, hasta que con el toro a paso de caracol le regaló un viaje que acompañó al mismo ritmo y le “bienearon” con algo más de ímpetu, llegando al éxtasis con un intento de bernadinas que comenzó con una situación comprometida que dio paso a un alboroto de trapazos sin sentido que enaltecerían a un maletilla en las fiestas patronales… y a la masa con ansias de despojos, que colmaron con eso, con un despojo. A su segundo le volvió a dejar a su aire, flojo, no se le picó, si acaso se dejaba poner el palo encima, sin que el de arriba y el de abajo hicieran además de hacer fuerza. Con la pañosa comenzó con telonazos, aquello que alguien llamó del celeste imperio, porque el personal enloquecía y lo que pasaba era que se les engañaba como a chinos. Y efectivamente, la muchedumbre se entusiasmó, por supuesto. Lo que vino después es lo de siempre, trapazos con la muleta al bies, ventanazos, muchas prisas, haciendo lo que marcaba el toro, hasta un desarme con un violento golpe en la cara. Más arreones, desarmes y mucha carrerita. Sería por el metisaca traicionero en la paletilla que el personal obvió lo del despojo, aunque seguro que se quedaron con ganas, porque si a lo que se viene es a eso, para que disimular. Y que nadie les quite el caramelito, que ya saben, se pillan un perraque de padre y muy señor mío y si no consiguen lo que quieren, como los niños caprichosos, embisten contra lo que se les ponga delante y si tienen que culpar al de enfrente de ser culpables de una desgracia, pues al cuello a por ellos, que solo son unos que protestan por todo, sí, por todo lo que ellos no son capaces de ver y mucho menos de enterarse y de lo que tampoco se quieren enterar, porque ellos… Y viendo estas actitudes uno solo puede decir que a saber qué tienen esas gentes en las cabezas.

 

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sábado, 5 de octubre de 2024

Si es que dan, para lo que dan, portagayola y …

A veces lo sucedido en el pasado más parece un sueño y el sueño que se persigue se convierte en una simple pesadilla y es momento de andar devolviendo orejas que te regalaron de la manera en que se regalan las orejas en estos tiempos de tauromaquia modernista.


Dos de los triunfadores estadísticos de la temporada de Madrid. Y digo estadísticos, porque los números son algo innegable, algo que está ahí y punto, no hay discusión. Eso sí, si entramos en la forma en que se engordaron esas estadísticas, ahí igual sí que la hay; que unos vieron el renacimiento de Lagartijo el Grande y otros… Otros solo vimos a un señor que con trampas, una parroquia muy fiel y una plaza llena de feriantes se le entregaban con el único fin de ver a su amigo, paisano o al paisano del vecino, salir a cuestas. El otro encarnaba todo por lo que antes se pitaba y abroncaba a los que calzaban las rosas. Pero en su momento hubo una extraña conjunción de los astros y ¡hala! a convertirles en figuras, en mandones que tenían que estar en todas las plazas, en todas las ferias y en Madrid más que en ningún sitio, porque en caso contrario se estaría cometiendo una ignominia que el afisionao no podía imaginar. Pues nada, van y los ponen en esta feria de Otoño, con ganado a modo, aunque algunos quieran ver en lo de Victoriano del Río unas fieras que se comen a los niños vestidos de luces. Pero también hay que tener en cuenta que en Madrid en otoño, pasado el verano, con toros cinqueños o a punto de serlo, más fuertes, no es lo mismo que en mayo. Fernando Adrián, acelerado toda la tarde, como si tuviera prisa por ir a celebrar el triunfo que creía seguro. Y Borja Jiménez, que estaba dispuesto a soltar el repertorio de siempre, a veces más deslumbrante que lo que realmente era.

Lo de Victoriano del Río ha seguido su guion habitual, con la inestimable colaboración de sus lidiadores. Un encierro que no se puede picar, que no aguanta más allá del picotazo y medio, al que dejan a su aire los dos primeros tercios y después, en el último, pues que les da por seguir los engaños. Solo el sexto pasó por alto eso de no poderlo picar y sí, a ese sí que se l picó y hasta cumplió en ese primer tercio, peleando debajo del peto. En cuanto a la presencia, bueno, alguno iba más justito que otro, pero bueno, tampoco era para cortarse las venas. Fernando Adrián se fue a portagayola en su primero y a su segundo, y así de primeras se puso a darle afarolados y chicuelinas, que ya si eso el propio toro se pararía y fijaría solo, que esa es su obligación, saber lo que tiene que hacer ya de salida. Aunque no se lo debieron explicar muy bien, porque ya en los primeros banderazos con la muleta parecía que se comía al madrileño, que quizá no esperaba verse desbordado tan pronto. Trapazos con el pico, agazapado en las orejas para citar y que el animalito se le estaba subiendo a las barbas. Que si a ver si cazo un natural por aquí, ah, no por allí, absolutamente incapaz, cerrando de un solemne bajonazo. Pero aún le quedaban dos. El que hizo tercero ya flojeaba casi de salida, picotazo casi en la barriga y ni tan siquiera picotazo, se dolió en banderillas y ya con la muleta, trallazos por abajo y ahí ya se le volvían a complicar las cosas a Fernando Adrián. Insulso, aburrido y sin parar quieto, bailando constantemente. Otro que se le iba a marchar sin haber podido hacerse con él. Que sí, que esto es muy difícil, pero, ¡hombre! Algo tendrá que poner de su parte el matador, no solo posturas, carreras y más posturas con gesto altivo y retador. Que ya solo quedaba uno y a Adrián le entraron las prisas, por si no había tenido pocas toda la tarde. Al menos el recibo de este fue el más orinal de los seis, no le esperó a portagayola. Eso sí, no se puede manejar el capote con más desgana. Hablar de picar sería una utopía, si acaso un raspalijón, mientras el de Victoriano pegaba algún amago de arreón muy discreto. Que ya estábamos en el último tercio y aún nadie había fijado al toro y allá que fue el espada de rodillas en los medios, más dando la sensación que a la desesperada, que siguiendo una idea con cierto criterio y algo de lógica. Banderazos por delante y por detrás jaleados por la popular que aún esperaba reverdecer pasados ridículos para la plaza de Madrid. Por supuesto que siempre abusando del pico, el animal se le revolvía, más que por tener malas ideas, porque nadie lo llevaba embarcado y porque adelantaba el engaño más de la cuenta, quedándose al descubierto. Daba uno, dos y ahí ya le quitaba la muleta y pretendía un desplante. Esa precipitación le costó algún susto; como diría uno de los viejos del lugar, se cogía solo. Siguió cada vez más precipitado, alborotado y cada intento de entusiasmar a su parroquia, más encendía a los que veían que se le iba el toro sin haberlo visto, que alargaba el trasteo sin otro beneficio que desesperar y dejar más que en evidencia su escasa capacidad lidiadora. Que habrá quién tire de la estadística y nos salga con no sé cuántas salidas a cuestas. Pues muy bien, pero en este mano a mano ha despejado todas las dudas de lo que puede dar de sí. Un torero mediocre y con escaso bagaje para algo más que para que los partidarios le pidan despojos simplemente por sumar.

Borja Jiménez era otro de los nuevos ídolos de muchos, que iba sumando despojos y al que se le aplaudía lo que en otros tiempos en Madrid se pitaba y no se consentía. Quizá es que los tiempos… Poca originalidad en los recibos, tres portagayolas, tres, incluyendo alguna de esas de cuerpo a tierra. Recibo aparente a su primero, muy jaleado, aunque fuera resbalando la pierna de entrada en cada capotazo, pero vistoso, ha sido vistoso. Se palpaba la predisposición favorable del respetable, que llegó a ovacionar al picador por no picar. Así va la cosa. Inicio medio sentado en el estribo con tintes toreros, pero que quedaron en banderazos destemplados, para seguir por abajo tirando de pico por el pitón derecho y más acomodado en los trincherazos. Luego vino lo de siempre, pico, medios muletazos y citando casi de culo, tirones, enganchones y siempre fuera, muy fuera, para concluir con naturales de frente y ayudados por abajo, siempre atravesando la pañosa. En su segundo, otra vez a la puerta de toriles y mantazos, chicuelinas y lo que haga falta, yéndose el de Victoriano suelto por el ruedo, hasta llegar al peto al hilo de las tablas. Mucho cabezazo y nada de picar o tan siquiera intentarlo. Inicio de faena de rodillas a base de trallazos, para proseguir con empalmados y alborotándose por momentos, trapazos y más trapazos, desarme y cuidadín, que el animal se le empezaba a venir arriba y otro desarme, para concluir aprovechando que el toro se le viniera de repente. Y salió el sexto, nueva portagayola, nuevo desbarajuste, el animal de aquí para allá, que si mira al callejón, más carreras y recibiendo dos puyazos peleados, algo inusual en lo que este hierro nos ha regalado en esta plaza en los últimos tiempos. Se arrancaba con alegría y hubo quién pedía una tercera entrada, aunque personalmente me caben todas las dudas de si habría acudido de la misma forma a ese tercer puyazo. Parecía que el toro pedía media distancia y en los terrenos en los se había sentido cómodo planteando batalla, pero el espada decidió llevárselo lejos, al amparo de las tablas y empezar a sacudirle el repertorio de trapazos insulsos, uno tras otro, después de un inicio agarrado al olivo. Muñecazos, pico, muy fuera, dando la sensación de que el toro se les estaba yendo sin torear. Unos protestaban y como en toda la tarde, otros protestaban a los que protestaban, un clásico cuando Madrid se disfraza de plaza de talanqueras. Y como la cosa no acababa de pitar, pues a meterse entre los cuernos, pero ni ese magno recurso de la vulgaridad consiguió que después florecieran los pañuelos, a lo que tampoco colaboró un bajonazo escapando de mala manera. Quién lo iba a decir, los de Victoriano del Río por encima de unos espadas que no pudieron con ellos, que se limitaron a lo de siempre, pero en esta ocasión con un resultado muy diferente. Cantaron la gallina los “triunfadores” de la temporada, sin posibilidad de regalarles despojo tras despojo, de sacarlos a cuestas, pero no nos engañemos, si es que dan, para lo que dan, portagayola y …

 

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El artista, el simpático y el ídolo del 5 los autobuses de media distancia

Con esta "tauromaquia" imperante nos quieren engañar como a chinos y sí, a veces, hasta lo consiguen.


Que no quiero yo que nadie se me confunda, que todo son habladurías, de uno dicen que es un artista consumado, que da gusto verlo vestido de luces, que le sienta el vestido pa comérselo, de toma pan y moja. Otro, aunque también alimenta las compañías de autobuses, derrocha tanta simpatía, que hace que se te olvide todo lo demás. Que lo digo en serio, puede ser de los toreros más majos del escalafón. Y el tercero, pues el hombre tiene tan poquito que ofrecer, que o te quedas con que es el ídolo del 5 y quizá algo del 4, o no le sacas más chicha. Y de comparsas, porque cuando están los figuras los toros no pasan de eso, de comparsas, los del Puerto de San Lorenzo y dos de la Ventana del Puerto. Un primero al que igual le hizo más pupa la divisa, que las dos entradas al caballo. Manseaba y blandeaba casi o mismo. Siempre sin perder la referencia de por dónde había entrado, al que Manzanares después de mucho tanteo se puso a pasarlo con el pico de la muleta, a una distancia razonable para no mancharse el terno, dejándose llevar a la querencia del toro, siempre de manso y por si a alguien le quedaba alguna duda, bastó verlo salir a escape tras uno de los pinchazos de Manzanares. Al cuarto, de la Ventana, aparte de quedar inédito con el capote, no pudo ni ponerlo en suerte ante el peto, donde decir que se le picó sería exagerar y mentir por igual. Pero el espada no estaba por cejar en su intento de reafirmarse como artista dónde los haya, pero… Que decían que Belmonte era feo y toreando parecía guapo. Pues en Manzanares eso no ocurre. Que sí, que compone como nadie, el Mozart de la composición deberían llamarle, pero es ponerse a torear y… Que sí, que siempre hay quien jalea el cite fuera metiendo el pico de la muleta, pero si a esto añadimos a un animal que más parece un burro que un toro, entonces ya se nos diluye el arte ante nuestros ojos. Que a ver cuándo llegará su despedida; que debería darse prisa, que ahora nos tiene calentitos y repartimos oreja como ni no hubiera un mañana. Si es que ya no es lo que era, ni un ¡guapo, guapo y guapo! Que también puede ser que las fans de otros tiempos ya no tengan los bríos de otros momentos y entre esto y que él tampoco ayuda.

A Román no se le puede discutir la disposición; el mayor problema es que no acaba de identificar muy bien las ocasiones, que resulta que a la gente la enardece eso de ver citar d una punta a otra del ruedo y allá que va él, sin pensar si su toro está para esas cosas, o sí, pero sin esas exageraciones terriblemente exageradas. A su primero no se le pudo apenas picar, una lidia desordenada, capotazos aquí y allá y el animalito penando por el ruedo cargando los kilos que su alma no aguantaba. Y Román se pone en la otra punta a llamarle para zascarle un trapazo tras otro en toda regla, despegadísimo, pegando trallazos con el pico y el animal como loco por irse a tablas. Prosiguió intentando cazar trapazos detrás de el del Puerto, recorriéndose el ruedo detrás de un mulo. Y para acabar, pues unas manoletinas, ¡ahí es na! Al otro mulo que le tocó en suerte, el otro de la Ventana, cualquier cosa que le hiciera resultaba de una sosería pasmosa. Y así pasó, un trasteo insulso, el animal por los suelos, trapazos enganchados y a que pasara el tiempo, lo mismo por el derecho que por el izquierdo, intento de frente con la zurda, pero ya saben, Román lo intenta, le han dicho que esto o lo otros es muy efectivo para levantar los tendidos, pero lo que no le dicen es cuándo emplear cada recurso y así pasa.

Pero si alguien podía levantar la tarde, si alguien podía levantar los ánimos al infinito, ese era Tomás Rufo, al menos a los del cinco y quizá parte del cuatro, que iban con ganas de sacar al muchacho por el cielo de Madrid. Que cómo ya es norma, este no se preocupa no de lidias, ni de lidias, él va a lo suyo en los dos primeros tercios, que allá se apañe el toro, y luego con la pañosa suelta su repertorio allá le pongan uno de Juan Pedro, del Puerto o la mascota de Barcelona 92. Le salió como tercero un manso acaballado que protestaron los suyos, quizá por eso de manso, que se fue al que guardaba la puerta, salió del peto, se trompicó y el usía tardó nada y menos en devolverlo al corral. Y entonces salió uno de Juan Pedro al que no se picó, con signos de mansedumbre y al que Rufo recibió en el tercio de rodillas. Trapazos muy jaleados, no podía ser de otra manera, para proseguir con la muleta atravesadísima, dejándosela tocar constantemente, mucho baile, siempre fuera y pases y más pases que le hacían parecer un giraldillo dando vueltas sobre si mismo, hasta ya ponerse pesado, pero claro, un bajonazo tampoco era la mejor forma de acabar. Pero esto ya quedaba atrás, ahora a por el último del Puerto, otro para el que mantenerse en pie era más de lo que podía ofrecer el animalito. Y de nuevo una gran sinfonía de trapazos abusando del pico, citando casi de espaldas, echándoselo para afuera y sin hacer ni amago de rematar un trapazo, quizá para que no se convirtiera en un buen muletazo. Eso sí, como los llegaba medio a apelotonar, el personal del cinco, loco, que ya veían a su ídolo pasear uno, dos o tres mil despojos, pero no culminó con la espada y todo lo soñado se esfumó igual que la faena de Rufo, avanzando hacia la nada. Y así se acababa una tarde en la que se podría decir que la corrida estaba hasta bien presentada, e incluso dejando lo de la mansedumbre de lado, que ya es mucho dejar, mansedumbre sosa, insulsa, es que no llevaban nada dentro, les costaba aguantarse y si no rodaban por el suelo era gracias a que ninguno dio un muletazo a ley, porque si a alguien le da por someter solo una vez, adiós la luz. Que esto es lo que hay, que excluir el toreo de verdad es la única forma de que estos animalitos puedan merodear por el ruedo ¿Y para quién? Pues para el artista, el simpático y el ídolo del 5 los autobuses de media distancia.

 

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jueves, 3 de octubre de 2024

Pues no haber venido, ¡leches!

Salen en las fotos con cara arrogante, se muestran como figurones a punto de alcanzar el doctorado, mueven autobuses llenos de paisanos, hablan como maestros consagrados, exigen como deidades de la tauromaquia, pero suena el tararí tararí de los clarines y adiós la luz.


Que ya está bien de quejarse que si esto no hay quién lo aguante, que ¡vaya con los que van a ser alternativados! Que qué largo se me ha hecho, que ni un par de banderillas, que los de Fuente Ymbro… Pues si no te gusta, no vayas, haberte ido de compras al Primark a comprarte un pijama, tres camisetas y dos calzoncillos de felpa de cuello vuelto para el frío. Pero ya vale de quejarse, hay que saber buscarle la parte buena a las cosas, hay que ser optimista. Que sí, que ni a los de Fuente Ymbro, ni a Valentín Hoyos, ni a Nek Romero, ni a Chicharro, ni a los paisanos, ni a nadie había por dónde cogerlos, que si te ponías a sacarles algo se quedaban como un pingajo, pero hay que ser optimista ¿Y qué ha sido lo más positivo de la tarde? Pues… pues… pues… Ya sé, que no han ido los GEOS a bloquear las puertas de la plaza y después del sexto nos han dejado volvernos a casa. Qué felicidad poder volver a abrazar a los tuyos ¡Ya estoy aquí! Y que te reciban como si volvieras de la guerra de Cuba, aunque volvieran cantando.

Pero claro, una cosa es ponerse optimista y otra obligarles a leer lo que ha pasado en la novillada. Pero nada, no me voy a extender, que tampoco hay para extenderse mucho. Que resulta más fácil hablar de lo bueno de los pueblos de los novilleros, que de los novilleros mismos, que se les está poniendo una cara de abrir carteles de figuras para el año que viene, que no lo pueden evitar. Abría plaza Valentín Hoyos, de La Alberca, Salamanca; se lo recomiendo, que preciosidad y qué embutido. Seguía Nek Romero, de Algemesí, que preciosidad de plaza de toros y las paellas, los caracoles, la locura. Y cerraba Alejandro Chicharro, de Miraflores de la Sierra, uno de esos refugios cerca de Madrid para perderse y casi tocar el cielo. Ahora, de lo sucedido en el ruedo, es hablar de uno y hablar de los tres, porque es complicado diferenciar a los unos de los otros. Con los capotes son una verdadera nulidad, que ya pueden estar a las puertas del doctorado, incluso con fecha ya fijada, pero con la seda parecen verdaderos principiantes, cuando no los mozos del pueblo en la capea en honor a su patrón. Ni fijar un toro, ni ponerlo al caballo, que lo mismo venía suelto al hilo de las tablas, que va suelto y el picador en lugar de picar, no pone el palo por delante y acaba en el suelo y el factor común de dar mantazos de más, no por eso de quitar con lucimiento, sino por esa incapacidad de no hacerse con el animal. Y con el percal, ¡ay el percal! Lo de las faenas de muleta es a ver cómo te enjaretan siempre el mismo repertorio, que deciden empezar de rodillas, esté el novillo cómo esté. Consecuencia: el trapo por el suelo y el matador a la carrera. Lo habitual de citar desde fuera, de abusar del pico, de a lo sumo cazar trapazos y cuando ya no dan para más, a meterse entre los cuernos, a sacarlos de uno en uno y alargar el trasteo hasta la desesperación del personal sentado en los tendidos. Que lo de Fuente Ymbro tampoco ha dado para demasiado, casi para nada y menos, pero le sale uno con nervio a Alejandro Chicharro en el sexto y no es capaz de pararlo, de mandarle y de evitar enganchón tras enganchón para frenar la brusquedad de sus embestidas. Y quizá este fue el único caso que se ha salido un poco de la norma. Y con la espada, pues que igual hay que pensar en una escopeta de dardos tranquilizantes o irse a hacer carrera a Portugal, que allí lo de las espadas… ya saben. Eso sí, hacerle trabajar a los de los clarines, con avisos tras avisos y a veces hasta rondando el tercero.

Por otro lado, lo de Gallardo ha salido unas veces manseando buscando las tablas, si acaso medio peleando alguno aislado en el caballo, como mucho con un solo pitón, saliéndose sueltos del peto, yendo o no a la muleta como borricas detrás de una zanahoria. Eso sí, una presentación impecable, uno que se acercaba ya a toro, otros que cada vez salían más escrurriditos en el tipo raspa asardinada, otro que le tapaban los cuernos, otro con cabeza de novillo y cuerpo de gorrino Duroc e incluso uno feo acaballado, ideal para el domingo en el premio Marqués de Bradomín en el hipódromo de la Zarzuela. En definitiva, ¡una tarde… vaya tarde! Que alguno habrá pensado que el reloj se le había parado y que marcaba menos tiempo del que llevábamos allí encerrados viendo semejante espectáculo, viendo el provenir de la fiesta, que ya es el más irremediable presente. Pero claro, si resulta que todo les parece mal, que no les gusta nada, que no ponen ni un poquito de su parte para rescatar algo, para ver lo positivo, pues no haber venido, ¡leches!

 

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lunes, 30 de septiembre de 2024

Y ahora, disfrutemos del legado de los maestros



El que espere ver primeros tercios espectaculares en los festejos concurso, pues que se compre una máquina del tiempo y viaje hasta el año... hace mucho.



Todavía resacosos de lo del día antes, con ese dolor de cabeza, que parece que te va a estallar cuando te han metido garrafón, alcohol de quemar o ese trapaceo vulgar y tramposo que impera desde hace años en estos tascurrios en que han convertidos las plazas de toros. Y el tascurrio más importante del mundo parece que va a ser Madrid, que de la mano de sus gestores, la empresa y la Comunidad, nos están llevando a las más altas cotas de lo insufrible. Que previo a la novillada concurso, los aficionados desviaban las conversaciones a la buena tarde que se había quedado, a la nostalgia de los Payasos de la Tele o a que ya va apeteciendo un chocolate con churritos bien crujientes. Que hacían como si un poquito después no fueran a salir seis novillos de diferentes ganaderías, que es lo que tienen las concurso. Vamos, que se han montado un Saber y Ganar, concurso longevo de la tele hispana, pero con la salvedad de que aquí es El que sabe, pierde”. Que en las concurso se decía que los actuantes deberían contar con cierta capacidad lidiadora para lucir al ganado, especialmente en el caballo. Pues otro día, si alguien tiene tiempo y ánimo, que se lo explique a los actuantes, Villita, Jesús Moreno y Diego Bastos.

Que lo suyo era eso, buenas lidias, primeros tercios espectaculares, bregas eficaces y justas, para terminar poniendo la guinda en la faena de muleta. Pues nada de eso, como se podía esperar, porque los novilleros, estos y casi la totalidad de los que calzan las rosas, van a lo que van, manteos de compromiso con los capotes, sin saber tan siquiera defenderse, como hacen los maestros que cobran euros por sacos; poner los novillos en el caballo, a contraquerencia, medir los castigos y si la cosa marcha, hacer que vayan tres veces al caballo, aunque con cuidado, porque visto lo visto la vigilia, hay que tomar precaución cuando se estrellen contra los petos, que ya saben, ahí se despitorran los animales ¿Cómo no van a pesar los petos un quintal, si los deben forrar de mármol de Macael, con una fina película de hormigón armado. Los novillos eran, por orden de aparición, de José González, que ya manseó en el caballo y se dolió en banderillas, aunque luego iba y venía al trapo rojo, dónde no le hacían pupa. El segundo de la Condesa de Sobral, que casi llega a medio cumplir en un segundo puyazo, cuando no peleaba con un solo pitón; luego bastante tuvo con aguantarse en pie y avanzar a paso de caracol. Después vino el de Guerrero y Carpintero, al que no se le picó, mientras él respondía con arreones y como es ya norma, apenas se aguantaba por las poquitas fuerzas. Uno de Quintas, aparejado de capa, ya flojeaba en los primeros compases, dos picotazos a los que respondía echando la cara arriba, para derrumbarse en los primero envites de muleta. Un quinto de Baltasar Ibán, que como toda la corrida, ya daba muestras de falta de fuerzas de salida; no humillaba en el peto, con una segunda vara en la que parecía que el picador se creía estar tocando el tambor en el lomo del novillo. Pero aún así, este se acabó subiendo a la coronilla de su espada. El sexto, de Ángel Luis Peña, descabalgó al picador, después de estamparse contra el peto, al echar la cara arriba. Mala lidia, mucho capotazo, para concluir erigiéndose en el amo del ruedo a base de arreones, a pesar de flojear a ojos vista.

Los espadas, pues ya digo, digno representantes de este legado de modernidad que han recibido de los maestros que esta temporada se han ido despidiendo y los que aún esperamos que lo hagan, aunque si no quieren pasar por el trago de Madrid, pues les mandamos unas orejas por mensajero express, contratamos cuatro forzudos y que les saquen a cuestas por la puerta de su casa, mientras unas plañideras les jalean en la calle. Y así, todos contentos. Pero los que aún tienen mucho que pasar, o poco, quién sabe, son los novilleros que se apuntaron a este “El que sabe, pierde”, eran Villita, maestro en no saber manejarse con el capote y que con la pañosa zascaba unos latigazos trallaceros que aplaudiría cualquier comentarista de la tele, sin pensar que les espera el paro para el año próximo. Pico, siempre muy fuera, estirando el brazo y en lugar de rematar los muletazos, pegando unos ventanazos que sus maestros jalearían sin rubor, aunque en la plaza ni el paisanaje se entregó a su insulso quehacer. Jesús Moreno, que se ganó con sangre su presencia en la concurso, dejó claras las fuentes de las que bebe para hacer su toreo, de las de todos. Insulso, aburrido, ventajista, sin un gramo de gracia, pero bailando constantemente. Y Diego Bastos, que cerraba el cartel, fue capaz de superar a sus compañeros en eso de aburrir al personal, con mucha carrera, por supuesto, solo poniéndose pesado y como en el sexto, no pudiendo ni con una miajita de genio, que no casta. Que ya hemos digerido el primer fin de semana ferial en otoño, entre despedidas y concursos, pues relajémonos y ahora, disfrutemos del legado de los maestros.

 

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sábado, 28 de septiembre de 2024

Hasta nunca, aunque el daño ya estaba hecho

Algunos han debido pensar que todo era una broma, pero no, parece ser que el sainete muchos se lo han tomado en serio.


Se podría decir eso de tanta paz lleves como tranquilidad dejas, otros más duros que se vaya de una p… vez y no vuelva, otros simplemente sentimos alivio momentáneo, porque ya en el día de la despedida nos rondan los buitres anunciando una próxima vuelta a los ruedos del que dicen decía adiós a Madrid, y otros, muchas caras nuevas, muchas fotos a la plaza, muchas fotos con la plaza de fondo, mucha cara del que vi por primera vez algo que no imaginaba ver, mucha churri a la que ha llevado su churri a la despedida, la gran despedida. Pero si alguien esperaba ver caras conocidas, caras de los habituales, pues ahí la lista de faltas era notable. Qué cosas, se despide un dios y el aficionado dice que le aguante Rita, que él no está para sainetes. Estos los más espabilados, porque otros no aprenderemos nunca, otros estamos como para que nos reciba todo el colegio de psicólogos de Madrid. Que el que se despedía igual ha vivido una tarde de ensueño, pero esto me recuerda a aquella visita de Sissi a la Scala esperando ser recibida por la aristocracia local y con quién se encontró fue con aquellos a los que los primeros les habían cedido su sitio, que de sangre azul no tenían nada. Pues el despedido, si cree que ha recibido el calor de Madrid, que se le quite de la cabeza. Como decía una voz del tendido, que público más bueno ha venido hoy; la santidad en pleno. En el cartel de postín, aparte del que se despedía, Samuel Navalón, asignado en esta ocasión para que el maestro no tuviera que pasar por ese duro, durísimo trance de tener que abrir plaza. Que te tires tres décadas de figura para luego tener que sufrir semejante trance, me parece rondar lo inhumano. Mejor un chavalín que confirme y que si se le estrella, pues se siente, que hubiera pedido otra cosa. Y David Galván, que ese no molesta, fiel seguidor de la escuela del que se despedía, pero que por no molestar, no molesta ni a los toros que le tocan en suerte ¡Ay, los toros! Se anunciaban seis toros seis, de Juan Pedro Domecq, pero ya que era una despedida, pues, ¿por qué no montar un desafío ganadero de improviso? Bueno, desafío, lo que es desafío. Tres de Juan Pedro y tres de Garcigrande ¡Vayaaaa! Y sálvese el que pueda. Que igual la mentes mal intencionadas pensaban que Juan Pedro no era capaz de juntar seis para completar el festejo, que no digo yo que no, pero queda más épico lo del desafío, ¿no? Eso sí, no se completaban seis, pero, ¿de quién eran los sobreros? ¡Bingooooo! De Juan Pedro Domecq. Y no le busquen explicaciones, porque casi mejor no encontrarlas, porque al final van a acabar pensando mal y en la de esta despedida no hay que pensar mal. Lo de Samuel Navalón, pues bueno, ya ha confirmado la alternativa. Un fiel discípulo de la modernidad, con faenas eternas e insufribles, pico, carreras, echándose el toro para afuera, que si arrimón, que si ahora tiro la espada, que si me alboroto, que si casi te mandan el tercer aviso en su primero, que el primero fue nada más coger la espada y en su segundo, después de la maratón de las Ventas, esa gente tan güena le pidió la oreja y presidente, más güeno aún, se la dio. Achuchones por dar la salida antes de tiempo, y un espadazo trasero que era suficiente para que el público tan bueno él, no se desanimara. Que igual volveremos a verle, pero ya les digo yo que a alguno le tendrán que dar detalles de quién es, porque más de uno no se va a acordar ni de él, ni de su labor el día de la despedida del que se despedía.

Además también estaba anunciado el que no molestaba, David Galván, con su toreo hierático, despejado, sin apreturas, sin ajustes, con mucho desajuste, tirando del pico de la muleta con garbo, pero con pico, al pasito del animal que bastante tiene con desplazarse, despacito, pero se desplazaba. Que no negaré la estética, la compostura, para el que le llene la compostura e incluso si tiramos de bisturí, que si un momento en un muletazo, que si… pero si no hay toro que torear y además lo hacemos con ventajas, pues… que uno se queda in albis. Que igual algunos, si no es por el fallo a espadas, hasta se habrían olvidado de que estaban allí por la despedida y hasta le habría dado un despojo. Que habrá quien llegados a este punto pensaran que no se ha dicho ni una palabra del comportamiento de los toros en el caballo. Pues es que si no hay comportamiento, si no hay suerte de varas, si no hay nada, pues, que no se les ha puesto en suerte, que no se les ha picado, si acaso el que alguno saliera espantado del peto, que esa es otra, ¿de qué se fabrican ahora los petos? ¿De granito? Que va el primero del que se despedía, topa en el caballo y se rompe un pitón, vuelve a entrar y se lo estropea todavía más ¡Caramba con la guata! Y cómo se puso el personal con el palco, porque no devolvía el toro que se había lesionado en el ruedo. Que pocos repararon en su evidente falta de fuerza, pero lo del cuerno. Vaya vocinglerío, pero el usía, con buen criterio, aguantó el tipo y no sacó el pañuelo verde. Y salió el toro para la historia, el toro para la eternidad, uno cortito, gordito, bien majete él, al que ni un capotazo, si varios mantazos, al que no se picó, al que Fernando Sánchez puso un par a cabeza pasada y que el personal, la cátedra del buenismo, le hizo saludar. Que muy despistado había que estar para no pensar que se avecinaban dos orejas, triunfo y salida a cuesta en el día de la despedida del que se despedía. Empezó este tirando de su más puro clasicismo, el del pico, el del dar aire al animal, el de la lejanía, que si se le vencía no era que no le llevara toreado, era pura épica, que al personal parecía hacerle encontrarse con un nuevo Teseo delante de un mojicón con cuernos. Como la cosa no parecía que iba a llegar al clímax, pues venga remates por aquí y por allá, aunque el toro fuera por un lado y el trapo… el trapo parecía decir adiós al personal. Luego arrimón, trapazos de uno en uno, eso que tanto practicaba por esas plazas de Dios de citar genuflexo y hacer girar al animal en su entorno ¡Madreeee! Esto es la locura. ¡Cuidado, que lo repite! ¡Ay señor! ¡Gracias por haberme permitido ver la despedida del que se despedía! De locos. Toda la plaza enloquecida, unos por ser testigos in situ de todo el repertorio más vulgar y provinciano del que se despedía y los otros porque no daban crédito de que con eso nadie pudiera creer tocar el cielo. Más de uno en uno y entera rinconera. Unos clamaban al cielo, otros llamaban a su madre, otros a su cuñado, otros a Telepizza. Vuelta al ruedo parsimoniosa, saludos de despedida como si el que se despedía se entregase en holocausto a las divinidades de la tauromaquia más vulgar que nadie pudiera haber imaginado nunca jamás, ¡qué prodigio! Tanto, con tan poco. Pobre plaza de Madrid, a la que han convertido en la fregona de esto que llaman tauromaquia. Pero ya les digo que lo mejor de todo no era otra cosa que la despedida del que se despedía, que a propósito, si no lo sabían, se llama Enrique Ponce al que la Providencia le llene el bolsillo lo suficiente como para que no tenga que volver. Señor Ponce, hasta nunca, aunque el daño ya estaba hecho.

 

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viernes, 27 de septiembre de 2024

Nos quieren ignorantes y manejables

Nos quieren ignorantes y además ellos son los que deciden quién es aficionado y quién no. Cuanto más... mejor afisionao.


Hay que ver oiga, cómo se nos han puesto por devolver cuatro inválidos, pero no por devolver alguno más que también lo era. Que los amables y siempre educados taurinos, resulta que también exudan bilis, que pierden las maneras sin formas, que te pegan unos arreones de mansos tirándose al bulto a hacer carne. Que es tocarle a los señoritos de buena familia y sobre todo, el bolsillo, y te tiran unas tarascadas que solo buscan arrancarte lo más querido, llevándose por delante la cabeza, el corazón y el alma misma si la pillan por medio. Que hay que ver lo que sueltan porque a un señor le da por devolver almas en pena a los corrales; que igual va a ser verdad aquello de que teníamos que educarnos en este misterio tragicómico de la tauromaquia 5.0, que la 2,0 se quedó en juego de inocentes infantes. Que uno también entiende que es más fácil poner posturas con el animal con apariencia de toro despanzurrado en la arena, que no mirándote a ver por dónde le sales… o le entras. Que también uno entiende estas perraqueras si esto va de defender al ganadero, que se permite el lujo de mandar un ganado que por lo que sea no se sujeta en pie, pero que lo cobra como si saliera bueno, de defender al empresario, que si le echan un toro para atrás ya pierde dinero y no les digo nada si son cuatro. O de defender a los de luces, que como aún decían algunos en la plaza, buenas personas sin duda, yendo por el cuarto con ocho salidas por toriles o aguantando hasta el último que tampoco podía ni con la divisa, igual que el quinto, había que ser buena gente y callarse, por respeto a los toreros. Y la que monta toda esta panda porque desde el palco medio se defiende al que paga, pero debe ser que a este le roban un toro o los que sea y esto no le afecta ni al bolsillo, ni a la salud, ni al sentirse como un memo estafado al que dejan en cueros en mitad de la plaza entre el carcajeo de los que le timan sin el menor de los decoros.

Que uno escucha a entrenadores de fútbol actores, directores de teatro, de cine y lo que exigen, que ya les vale, es que el espectador sepa de lo que van a ver. Pues en el mundo este, que no me atrevo a llamar de los toros, por si alguien se ofende o por si falto al respeto, llega un caballero muy engolado él y engominado, como debe ser la gente de bien y lo que achaca a parte de gente que va a la plaza es que saben hasta el nombre del presidente del festejo, es que los hay que van a la plaza queriéndolo saber todo, hasta lo que pueden exigir y cuales son derechos y por supuesto, hasta se saben el reglamento ¿Cabe mayor desfachatez? ¡Por Dios! ¡A la hoguera con ellos! ¡A la hoguera el saber!

Pero volvemos a la eterna canción de siempre, unos que quieren mangonearlo todo, que buscan su comodidad, buscan cerrar la entrada a cualquiera que no sea de los suyos para seguir sacando tajada y los demás… a los demás solo se les otorgan tres derechos, el primero por encima de todo, pagar, pagar mucho, lo más que se pueda; el segundo, callar, nadie tiene derecho ni a pensar, mucho menos a opinar, porque solo ellos saben de esto, los demás somos unos perfectos ignorantes, aunque no tanto como a ellos les gustaría; y el tercer derecho, viva la benevolencia, es aplaudir y aclamarles con delirio. Pero claro, tanto han sacado esto de la sociedad, están expulsando a tantos, que al final no se están dando cuenta de que no va a haber de dónde sacar el dinero, que no va a haber un ángel celestial que baje a llenarles a ellos los bolsillos. Eso sí, si esto no pasa, siempre tendrán un culpable a quién achacarle todos sus males. Y si no, vean el ejemplo de la televisión, que según se dice, según afirma el propio canal, se cierra y ya no emitirá más festejos, porque hay causas ajenas que se lo impiden. Pero volvemos a la de siempre, la culpa es que el aficionado no ha cumplido con sl primero y más sagrado de los preceptos, el pagar, que lo visten de apoyar a la tauromaquia, pero no, no es otra cosa que pagarles sus delirios, sus incapacidades, esa ineptitud de la que hacen gala sin rubor. Pues nada, adelante, que nos laven el cerebro y nos lo dejen con un encefalograma taurino plano porque ya saben, ellos solo nos quieren ignorantes y manejables.

 

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lunes, 23 de septiembre de 2024

Los límites de la paciencia del taurino y del aficionado

Lo de Bañuelos, bellas estampas tan vacías que se oía el eco dentro de ellas.


Toros en Madrid, como decían los carteles en otro tiempo, en ese tiempo en que se veían carteles de toros por las esquinas de las ciudades. Y bueno, hay que reconocer que hay anuncios que son ejemplo palpable del optimismo. Toros en Madrid y sale lo de Bañuelos… y lo de Montalvo y lo de Carmen Valiente y lo de … ¿Pero esto qué es? Que si Plaza 1 quiere desinfectar los corrales de Madrid, que aproveche ahora que estarán vacíos, que luego llega la feria de Otoño y con las figuras anunciadas no va a haber quién encuentre un rincón en los corrales de las Ventas, que ya deben tener preparada la línea directa desde las fincas a la plaza y viceversa.  Que todo lo que puede venir puede ser glorioso. Que habrá quién quiera ver la corrida de Bañuelos como un prólogo a la ya inminente feria de Otoño, pero verán como los taurinos lo tienen todo atado y bien atado, aunque los bailes de corrales igual son inevitables. La última previa a esta feria fue un festival de inválidos, pero claro, todo depende del color del cristal con que se mire. Unos echan la culpa al ganadero que mandó una corrida bochornosamente inválida. No entramos en causas, solo nos podemos detener en los resultados, que solo tres permanecieron en el ruedo, aunque también podían haber tomado el camino de los cabestros y uno de estos tres se rompió una mano en el inicio del trasto y hubo que ser estoqueado sin preámbulos.

Pero claro, si seguimos ese patrón que algunos ya han proclamado en público, como don hablo Aguado, de que el toro bueno para el toreo artista es el inválido, pues uno entiende que los vástagos de laureadas dinastías de toreros y periodistas, muy unidas ambas, clamen contra el presidente por darse demasiada prisa en sacar el pañuelo verde ¡Demasiada prisa! Si parecía que lo tenía electrificado y le costaba un disgusto sacarlo. Que hubo casos en los que hasta el mismo toro parecía ponerle ojitos diciéndole: ¿no ves que no puedo con mi alma? Que ni la divisa puedo arrastar. Que igual es por eso por lo que alguno salió sin ella, o igual es que se le agotó a Plaza 1 las telas de colores y a esa hora, un domingo por la tarde, las mercerías de Pontejos, junto a Sol, ya estaban cerradas. Y el presidente, un impaciente, según estos taurinos de pedigree, venga a sacar el verde. Pero lo de la paciencia va según lo vea cada uno. Que el personal que ya de salida ve al toro con unos andares raros, que no se puede apenas girar, que lleva un braceo de caballo cartujano y que a nada que la arena le hace un guiño el animal se tira en plancha sobre ella, pues entonces vienen las protestas. Que unos dicen que si el siete, que no fue solo el siete, que hubo alguno más, alguno que no era ni chino, ni turista, ni partidario de los toreros, ni un despistado que pensaba que todavía se podía cenar las Ventas, o sea, cuatro protestones más mal contados ¡Hay que tener paciencia oiga!

Que el que diga que lo de Bañuelos no estaba presentado para ganar el título de Miss Toro de las Ventas 2024, es que no se fijó bien; vaya láminas; unos auténticos torazos, pero… ¡Ay los malditos peros! Que hasta parecía que iban a dar juego. El primero se medio mantuvo en pie, lo justo para que Juan de Castilla le diera aire con la pañosa, distante, pico, latigazos, sin poder hacerse con él, aparte de que el animal entrara como un burro a la muleta. De lo que vino después, de la invalida corrida, poco o nada hay que destacar, solo un par comprometido de Curro Javier y como el mismo Juan de castilla metió en los capotes al manso quinto que correspondía a Isaac Fonseca. Un Isaac Fonseca que recibió medio aseado a su primero, que, por aquello de ganarse el aplauso fácil, hasta puso al toro de lejos en el penco, pero nada, el Bañuelos no estaba para lejanías, le bastaba aguantarse en pie. Que desde el tendido se oían voces de levanta la vara para citar, de llámalo, pero a poco que uno se fijara en el animal, el olisqueo, el distraerse y las poquitas fuerzas eran síntomas de que no iba a acudir al peto. Y estando cómo estaba, José Fernando Molina se fue a hacer su quite, quite al que tenía derecho, pero… ¿No se enteró de cómo andaba el toro? Pues no y se puso a pegar mantazos hasta que aquella lámina se derrumbó definitivamente. Y a partir de ahí, Florito haciendo horas extras, cabestros para fuera, toro para dentro, cabestros para fuera, toro para dentro. Fonseca se diluyó en la nada, Juan de Castilla recibiendo al de Bañuelos, Carmen Valiente y Las Ramblas, al que no devolvieron quizá porque el presidente estaba viendo La Revuelta y no se enteró de la invalidez de este, lo que aprovechó el espada para intentar aplicarle la modernidad ventajista de siempre, autopremiada con una vuelta al ruedo, quizá para agradecer a los catorce que pidieron la oreja el que tuvieran que pasar la vergüenza de verse señalados por sacar el pañuelo blanco.

La comparecencia de José Fernando Molina, aparte de ese quite tan inoportuno, como poco certero, poco que destacar. Su primero, al que recibió de muleta incluso con cierta suavidad, se partió una mano y solo le quedó tomar el estoque. Con el que cerraba plaza, ya con la paciencia de todo quisque agotada, otro inválido que también pudo ser devuelto, se puso moderno y tremendamente vulgar, quizá queriendo agradar a los pocos paisanos que le acompañaban. Ponía posturas ventajistas y más posturas, pero hasta los partidarios perdían el entusiasmo al ver al animal besar el ruedo más de lo estrictamente recomendable. Para que luego hablen del pobre e ineficaz presidente. Y solo nos quedaría por definir hasta dónde debe llegar el aguante del personal. ¿Tres caídas son admisibles? ¿Los tambaleos cuentan para poder protestar’ ¿Hay que frotarse las manos esperando la culminación del arte cuando un animal apenas aguanta su propio aliento? ¿A quién hay que pedir permiso para protestar un toro, al de la dinastía torera o al de la dinastía periodística? Que o nos dan pautas para convertirnos en dóciles borregos o lo mismo nos brota el carácter levantisco y mire usted, no vayamos a protestar también en los próximos acontecimientos que se nos avecinan. Por favor, señores taurinos, luz, ilumínennos, se lo rogamos. Que lo que parece evidente, más que evidente, es que no coinciden ni de lejos, los límites de la paciencia del taurino y del aficionado.

 

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sábado, 21 de septiembre de 2024

Las otras despedidas

Quería una despedida triunfal como la de Marcial, pero la suya seguro que fue mucho más sentida, la suya fue el abrazo bien apretado con su pueblo, el pueblo más grande del mundo, en el patio de su casa, la primera plaza del mundo. Pero siempre habrá adioses y adioses.


Se dice por ahí que un figurón mítico se está despidiendo de los ruedos, las plazas, sus públicos y de todos aquellos que se acordaran que hace nada se retiró, que hace menos volvió y no de los que no le echaron de menos ni en los anuncios de Panten, pero que es pensar en que hay que volverle a ver por obligación, insisto, por obligación, porque nos lo meten a capón en un abono y es entonces cuando al figurón mítico se le echa de más. Que uno se pone a pensar en otras despedidas y… Que no hay color. Recuerdo la que siempre se nos viene a la cabeza a los de los madriles, la de nuestro Antoñete, que tras una tarde de las malas, la emoción, la buena, inundó el patio de su casa, las ventas, y sin tener que ponerse a contar que si una oreja, dos o ninguna, sus paisanos se echaron a la arena, le levantaron en volandas, hicieron saltar los goznes de la Puerta de Madrid y se lo llevaron camino de la calle de Alcalá en loor de multitudes; que no se llevaban solo a un torero, al del mechón blanco, se llevaban a un mito de verdad, se llevaban a hombros una carrera, irregular donde las haya, al cite de lejos, a la media belmontina, a la fragilidad de los huesos, a la delicadeza en el toreo, al muletazo por abajo sometiendo, a tanto, que solo podía ser llevado por una multitud, por un pueblo entero, que para tanto solo podía aguantar ese peso todo Madrid.

Pero Aparte de despedidas de toreros, de cortes de coleta plenos de emoción y sentimiento, el aficionado lleva mucho tiempo despidiendo lo que nunca creyó que iba a despedir. Lleva años despidiendo al toro, que como los viejos toreros, asoma de tarde en tarde y casi como simple testimonio, por las plazas, por el ruedo de Madrid. Pero es una despedida sin homenajes, porque los responsables no lloran su marcha, esos responsables son los que la han propiciado, los culpables de que el toro deje de estar y con él la casta, ambos, máximos enemigos de la vulgar modernidad, del fraude, de la trampa y de la incompetencia de los que no saben plantarle cara en los ruedos. Eso sí, llámenme pesado, con todo esto, que no es ni el toro, ni la casta, los hay que se emocionan. Allá cada uno. Pero como con esto no todo el mundo siente esa emoción que les arrebata, aunque luego ni se acuerden de qué les emocionó, también ha habido que ir despidiendo a los aficionados que poco a poco y en silencio se han ido apeando de esta marabunta chabacana que no lleva a ninguna parte y si lleva, es a una discoteca, en Madrid, a la Discoventas.

Y los que siguen yendo a la plaza, pues también se despidieron hace mucho del toreo de verdad, del de poder, del que sometía al toro, del que le embarcaba con verdad, del que no emocionaba, conmocionaba y dejaba mudo al personal, de ese que no te dejaba palabras para explicarlo. No era tan fácil como en la actualidad, que lo explican con números, números por orejas y salidas a cuestas. Pero no, para los que permanecen y los que se fueron, de nuestra fiesta nos tuvimos que despedir hace tiempo, mucho tiempo, demasiado; que siempre sale el que te dice que esto es lo que hay, que hay que hacerse a la idea, acostumbrarse y seguir yendo a la plaza. Pues uno sigue yendo a la plaza, pero no, ni me hago a la idea, ni me acostumbro y lo que puede que sea aún peor, es que no me da la gana ni lo uno, ni lo otro. Que uno que ha podido ver un rito preñado de emociones, emociones de verdad, ahora no puede conformarse con novelitas rosas de toreros engallados afectados y forzando el gesto. Que se pasó de las peticiones mayoritarias, con los tendidos invadidos por el blanco de los pañuelos, a las orejas por mayoría, porque las pide uno más del cincuenta por ciento, dejando de lado lo del paisanaje, autobuses o transeúntes de un día al año o en la vida.

Pues nada, preparémonos para una despedida, la de un figurón mítico, al que confieso que gustaba ver en sus inicios de novillero y que una vez doctorado, rápido tomó el rumbo que tomó. Esperemos que en su despedida al fin dé un natural, si no es mucho pedir y si en unos años tiene que volver… pues que vuelva, que no sería el primero en irse y regresar, un clásico. Eso sí, podrá volver mil veces, que este, como tantos y tantos otros, no despertará ni un ápice de ilusión en los que llevan años despidiéndose de tantas cosas, entre otras, de su fiesta, la que les conmocionó, emocionó y les dejó sin palabras y sin palabras siguen, intentando recordar las otras despedidas.

 

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