QUiero dedicar un recuerdo a aquel calvo que se dejaba ver corriendo delante de los toros, siempre con maestría y en su sitio. Julen Madina, DEP. |
Resulta muy grato cuándo alguna vez, muy de vez en cuando,
una voz autorizada, una voz con eco y trascendencia en esto de los toros, alza
el tono y dice lo que muchos pensamos desde hace tiempo, lo que venimos
sufriendo tarde tras tarde, soportando lo mismo retransmisiones con comentarios
insultantes por parte de los vocales del régimen, tragando carteles infames que
obedecen a intereses económicos de empresas, taurinos y demás miembros de la
fraternidad del trinque. Y ha sido don Antonio Lorca quién en esta ocasión se
ha puesto enfrente de toda esa nebulosa de la Tauromaquia 2.0 que maneja todo a
su antojo, sin importarle ni el aficionado, ni la Fiesta. Porque ya saben, los
aficionados caben en un autobús y la Fiesta son ellos. Lo primero una tontería
que se repite y se repite hasta el punto de que muchos han tomado como verdad y
lo segundo, porque la masa se les ha entregado en cuerpo y alma, mientras les
garanticen que pueden seguir metiendo meriendas y neveras repletas de calimocho
a las plazas de toros.
Mi agradecimiento y mi enhorabuena, señor Lorca y aunque
seguramente que a usted esto le tiene sin cuidado, que sepa que si usted se
expresa en estos términos, me tendrá siempre a su lado, sin dudas y sin
reservas. Aunque las dudas y las reservas vienen cuándo uno se para a pensar y
no sabe si ese artículo publicado en El País hace de la reflexión y
preocupación por el trance que esta viviendo la Fiesta de los Toros o está
escrito por la erupción provocada por los jugos gástricos, escrito con el
estómago, en un momento de perra transitoria. Espero que no, seguro que no,
¿verdad? Porque lo de manifestarse a ritmo de empellones, con derrotes de
manso, al final no sale a cuenta. Ni tan siquiera es recomendable embestir cuál
bravucón, tras haberse dolido en varas. Que puede dar el pego, incluso según
los cámnones modernistas, hasta puede ser “condenado” al indulto, pero eso no
deja demasiado buen sabor de boca.
Me reafirmo en ese alinearme a su lado, esperando que en un
futuro usted se alinee al lado del aficionado, que no se desmarque en tardes
triunfalistas yéndose al bando de los taurinos militantes o zambulléndose en el
entusiasmo de las masas. Que yo sé que eso es complicado, porque, ¿cómo se
puede uno aislar de la locura colectiva de una plaza desenfrenada? Yo valoro su
gesto, pero me llena más el saber que usted está siempre dispuesto a defender
la integridad y la verdad del toro, que está en condiciones de enseñarnos y
hacernos diferenciar el oro del oropel. No se me enfade, llámeme nostálgico si
quiere, pero uno aún está hecho a las formas de don Joaquín y a la sabiduría de
don Alfonso; a este a veces le mataban esas formas, pero es lo que tienen los
genios y los maestros. Pero don Joaquín, al que no le faltaba sabiduría, parecía
ver los toros sin dejarse impresionar por nada que no partiera del ruedo, su
entusiasmo nacía del toro, seguía por el toreo, el torero y luego escuchaba a
los tendidos, claro que sí, pero no al revés.
Uno añora esos tiempos en los que un periodista era capaz de
plantar sus argumentos encima de la mesa y enfrentarse a toda la profesión, a
toda una plaza, a esos taurinos que ahora, cuándo ya no puede responder, le
atacan con una violencia desmedida, pero siempre se alineaba con una afición
limpia, sincera y desmedida. ¡Qué forma de decir! Siempre se recuerda la
anécdota de que haasta los no aficionados leían al señor Vidal y hasta llegaban
a entender y atisbar lo que sus artículos, sus crónicas, llevaban dentro ¡Qué
cosas! A usted, don Antonio, hay aficionados que le leen y a veces, solo
algunas veces, no le llegan a entender. Pero cada uno es cada uno. Y yo sé que
está mal comparar y que no se debe hacer, pero permítame una pequeña maldad.
Quizá la diferencia mayor, en cuanto a lo escrito por usted y por don Joaquín,
era que este último, el maestro Vidal, conocía la plaza de Madrid, sabía de sus
gustos, de sus preferencias, sus debilidades, sus fobias y no necesitaba dejar
en mal lugar, ni tratar como desequilibrados emocionales a los capitalistas cuándo
no tragaban con las jacarandosas hazañas de los figurones de la época. Que cómo
decía la canción, en Madrid no estamos locos, solo que sabemos lo que queremos.
Incomprensible para otras latitudes, seguro, pero así somos o perdón, así
éramos. Pero a pesar de todo esto, sigo agradeciendo su gesto, aunque sea una
vez, de ponerse frente a esta gente, esa mafia, y cantarle las cuarenta, las
veinte en copas, veinte en oros y tute de reyes. Que una cosa es que lo diga
alguien que se juega sus lentejas y que es reconocido allá por dónde vaya y
otra el que lo hagamos cuatro locos desesperados. Solo espero que a partir de
ahora pueda reiterarle muchas veces mis felicitaciones, señor Lorca.