lunes, 28 de abril de 2025

La incapacidad y el descaro no pueden con los toros

Respetar la suerte de varas no es solo el que hay que picar, sobre todo es el no convertirla en una carnicería en el que el de arriba tira puñaladas allá dónde caigan.


Y llegó el último caramelo que la empresa regalaba al aficionado, no creo que gracias a su inexistente generosidad con el que paga, con el que acude fielmente a la plaza de las Ventas una y otra tarde, sino que más bien se puede pensar en que es una forma de callarles la boca y que así dejen de darles la tabarra con eso del toro, el toro y otra vez el toro. Que si alguien les viene con lo de siempre, ellos, como siempre, siguiendo su guión marcado desde hace demasiado tiempo, responderán que a estos festejos no va nadie, que no son rentables, que si son ganaderías que no embisten y toda esa serie de argumentos que más que tales, son un insulto al aficionado y al sentido común; la coartada perfecta para esa fiesta que ellos proclaman y alimentan. Pero coartadas para estos festejos, que no publicitan, sacarlos de la feria de San Isidro, que es dónde deberían estar y con esos figuritas de postín, pero claro, si anunciamos a tres que ni rebuscando y rebuscando justifican su presencia y además los otros, los que le suenan al personal no habitual, al fiel de la tele, al aficionao muy aficionao que va dos veces al año a los toros, esos dicen que estos hierros, que los toree Rita la Cantaora, que ellos ya no están para estos saraos. Y te lo dicen tan ufanos y creídos de pertenecer a una casta superior; pobres ignorantes carentes de verdadero amor propio, que no confundir con la arrogancia que se alimenta del desconocimiento y falta de afición.

Corrida de Saltillo bien presentada y de juego variado. Tenía yo ganas de poder decir esto. Que hay que reconocer que algunos pensábamos que igual alguno se nos quedaba corto, pero, ¡ni mucho menos! Feliz de entonar este mea culpa. Bendito error del que me ha han sacado el ganadero y los seis mozuelos de la rueda de carro en la grupa. Que ya me gustaría que los de luces me sacaran todas las tardes de mis múltiples errores, pero no, esos persisten en su actitud.

El trato dado a la corrida no ha sido el mejor, ni de lejos, ni tan siquiera el conveniente. Decir que se les ha picado mal, muy mal, sería ser generoso con los de aúpa y estúpidamente optimistas. Se les ha dado leña a modo y lo que deberían ser puyazos los han convertido en ofensivas puñaladas traperas, en las que el único fin parecía atinar al animal, aunque fuera en la tripa. Que se habla muchas veces de sanciones, pero pocas veces habrían estado tan justificadas. Al primero, que cabeceaba por el derecho, le picaron trasero, aparte de darle mil y un capotazos de sobra. Cristóbal Reyes, que confirmó muchas cosas aparte de la alternativa, le trapaceó por abajo de forma ratonera, para proseguir con un trapaceo sin aguantar firme en ningún momento, abusando del pico, pegando tirones, todo sin sentido, quizá pensando que el animal era un zampatrapazos al uso, pero no. Daba la sensación, antes de tomar la espada, que caminaba con paso firme hacia los tres avisos, que por fortuna para él y desgracia para los demás, se quedaron en dos.

Javier Castaño, maestro de ceremonias, ya demostró nada más recibir con el capote a su primero que no podía, incapaz, sin poder quitarse del medio a aquel vendaval que le obligó a darse la vuelta y perderle terreno hacia los medios. El Saltillo peleó en el peto bajo el palo que le castigaba en mitad del lomo, le taparon la salida, le sacaron, pero él estaba con el caballo, volviendo una tercera vez contra el peto. Tomaba los engaños con codicia, hasta que con tanto trapazo tramposo, lejano, desconfiado y trallacero, Castaño consiguió que entrara al trapo sin meter la cara, cansado de tanta vulgaridad. Al final tuvo el feo gesto de irse descaradamente a buscar las tablas para morir y allí, al abrigo de estas, se quería agarrar a la vida, pero no había que olvidar esa vergonzante peregrinación para cobijarse bajo el olivo.

El tercero era para Luis Gerpe, al que saludó con un prolongado e ineficaz manteo danzarín. Picó el caballero delantero, lo que no acababa de molestar, pero, y aquí viene el pero, perdió el punto y empezó a ver si atinaba con el palo por todo el morrillo, y lo que no es morrillo, del animal. Puyazos traseros, traicioneros y con una saña inadmisible. Se dolió de los palos el de Saltillo, que al inició de faena, más agachado que por abajo, respondió entrando a arreones, a los que el espada no opuso ni el más mínimo atisbo de mando. Derechazos dando vueltas como un giraldillo en medio de un vendaval. Trapazos dando aire con la zurda, más vueltas con la derecha, para cerrar con un golletazo delantero y... dos avisos después de volver a entrar.

Volvía Castaño a vérselas con otro al que no fue capaz de sujetar en el recibo, dando la sensación de que el animal se le comía. Navajazos traseros y caídos, mientras el Saltillo se negaba a humillar en el peto. Notó bastante los palos y ya en el último tercio, su matador no sabía por dónde meterle mano y sujetarle aunque fuera un tantito así. Muchas precauciones, un desarme y Castaño sin poder hacerse con el mando de la situación y limitándose a seguir allí. No atinaba con la espada, ahora cojo el verduguillo, vuelvo a la espada con el animal aculado en tablas y de nuevo a la de cruceta. Al final la sensación fue que le faltaba mucho para poder enfrentarse a un toro, ya sin aquella cuadrilla que tantos contratos le reportó en su día, solo para verlos llevar la lidia. Pero eso ya es pasado, pasado muy lejano.

El quinto, para Luis Gerpe, salió emplazándose, queriéndose enterar de lo que allí se cocía. Capotazos marcando la salida antes de tiempo por el izquierdo. Cumplió en las tres varas, traseras, por supuesto, que se le dieron, aunque también es verdad que se mostró más codicioso al no sentir el palo; ya saben, esa costumbre tan de ahora, tan jaleada y hasta pedida a gritos de muchos, el levantar el palo con el toro debajo del peto, cosas de nuestro tiempo, que se levante el palo, en lugar de que el señor armado de capote vaya a sacarlo una vez medido el castigo. Mantuvo ese grado de codicia durante el resto de la lidia y en el tercer par, hasta prendió a Joao Pedro, sin que nadie estuviera al tanto a la salida del par, algo que también se viene produciendo con demasiada frecuencia. Y siguió y siguió el Saltillo queriendo ir en busca de los engaños, entrando como un tren a estos, a lo que Gerpe solo respondía con trapazos acelerados y descompuestos, sin parar quieto un instante, largando tela y permitiendo que el toro se hiciera el amo. Y en una de estas, absolutamente embarullado, el diestro fue prendido por el pecho, lo que ya le sirvió a muchos para despertar de la siesta y empezar a jalear esa monumental vulgaridad del trallazo, del enganchón y del soez abuso del pico. Que no atinaba ni para cuadrarlo para el momento final. Eso sí, Luis Gerpe no tuvo reparo en pasear su incapacidad con descaro e insultante arrogancia, mientras la mitad de la plaza le regalaba sus protestas con palmas de tango, pero el chico se debió creer por encima de todos los presentes y allá que se fue. Pues eso, que se vaya allá adónde gusten estas cosas impropias de un matador de toros.

Cerraba Cristóbal Reyes, aquel que abrió plaza dos horas antes y que lucía un vestido de caramelo, que parecía el ideal para bailar con las telas en la mano. Lo quiso poner de lejos al caballo y aparte de picarle en mitad del lomo, a la primera vara apenas señalada le siguió otra de no te menees. Vaya tarde de los de a caballo, para enmarcar... y echarla al fuego para calentarse. Y ya en el último tercio, pues lo de siempre, trapazos y más trapazos, ahora por un pitón, ahora un cambio de mano, ahora al otro, sin criterio alguno, bueno sí, el de darle aire al toro, trapazo ventolero por aquí, por allí, por dónde cayera, desde muy fuera y sin cansarse, el personal ya un poco sí. Para acabar escuchando dos avisos más. Que habrán podido ver que los de Saltillo salieron unos mejores que otros, uno manseaba, otro pegaba arreones, pero que no permitían el sopor de muchas tardes, sobre todo las de postín con hierros de postín. Era una tarde para hacer otras cosas a las que habitualmente los coletudos nos tienen acostumbrados y esperemos que alguno haya aprendido bien la lección, que la incapacidad y el descaro no pueden con los toros.



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jueves, 24 de abril de 2025

Repertorios contra improvisación y torería

Parte de los repertorios, sino todo en ellos, es intentar engañar al público como chinos, como dijo...


Me dicen que estamos viviendo tiempos en los que mejor se torea, momentos estelares de la tauromaquia... y yo, sin enterarme. Que me perdonen los dioses de todo esto, si es que aún queda alguno que no haya pedido el traslado de dios de la tauromaquia a dios de las tormentas, de las cosechas o del gremio de curtidores y latoneros. Aunque ya les digo que si alguno pide el puesto de dios de los repertorios, a nada que se ponga acaba como divinidad suprema. Que lo que sí que tengo plena conciencia es de que vivimos tiempos en los que los señores de luces te largan su repertorio a nada que te descuides. Pero, ¡oiga! Que siempre hay quién los espera y los aplaude. Que no estoy hablando del lance, muletazo o forma de hacer de un torero, que eso sí que ha existido siempre y además se llegaba a convertir en un rasgo de personalidad, la izquierda de El Viti, las estocadas de Camino, la media de Antoñete. En el presente parece que los señores que calzan las rosas se preparan un ejercicio gimnástico o una representación y a nada que te descuides, ¡zas! Te lo enjaretan sin preguntar. Que de empezar un trasteo de una forma personal, dependiendo del toro, hemos pasado a que un caballero tiene dos empieces, o se lo saca más allá del tercio entre jaleados trapazos destemplados o se pone en los medios para pasárselo por delante, por detrás, por aquí y por allá, eso sí, entre el delirio del personal, que tiene que hacer verdaderos esfuerzos para aplaudir y sostener el cubata sin derramar una gota, aunque también está la opción del ¡Bieeeejjjnnn! Que eso lo abarca todo.

Que lo mismo hay algún ingenuo que espera repertorios de capote, pero no, olvídense, eso no entra en la categoría de tal, eso queda aparte y si acaso se puede archivar en la serie de excepciones excepcionales... pero que muy excepcionales. El repertorio llega con la muleta y ocasionalmente en banderillas. Con los palos hay poca variedad, empezando con que al maestro hay que colocarle el toro en un punto exacto, ni una uña más allá, ni más acá. Dos pares a la carrera y el tercero o es por dentro o al violín; y de ahí no les saques, siempre o la gran mayoría de las veces a toro pasado. Y llegamos a la cumbre, el último tercio ese en el que se ha hecho norma el tomarla con la derecha y trapacear con desgana por abajo y luego están los ya señalados del pasarlo por todas partes y algunos hasta el inicio de rodillas, pero eso quizá no se pueda considerar repertorio, si acaso, una dádiva, una muestra de generosidad hacia el tendido y, según algunos, un homenaje a los actores del toreo cómico, aunque estos se sientan más toreros que los otros. A continuación viene la fase en la que hay pocas variaciones del repertorio general, del universal trapaceo impuesto y por lo que algunos se atreven a afirmar eso de que ahora... en fin, ya saben. Que cambian de la diestra a la siniestra como el que cambia de carril en una autovía, sin criterio ninguno; o quizá sí, cuando se les cansa el brazo, pero como eso no lo dices. Que lo mismo estaría bien, para que todos nos enteráramos, que sacudiera el brazo cansado unas cuantas veces y a continuación cambiarse el trapo de mano. Que ya que se esfuerzan tanto en mostrar lo mal que lo pasan delante del toro, pues que avisen también de que se les duerme el brazo, ¿no?

Pero el repertorio güeno, güeno de verdad es cuando se dan cuenta de que trapaceando no han enardecido a las masas y hay que tirar de otras... de otras prácticas. Unos van y tiran el palo, eso que tan generosamente llaman ayuda y que no deja de ser un palo, lo otro es la espada, el estoque, pero lo que tiran es el palo, y se ponen a torear con la derecha sin el palo. Pero, no puedes con la muleta montada, vas a poder sin el palo. Otros se meten entre los cuernos, que eso gusta siempre en muchas partes, aunque siempre hay un malage que ni esto le contenta; serán... con lo que gusta en... Y un clásico, un imprescindible del repertorio chabacanístico son las manoletinas o bernadinas, cuanto más enredadas, mejor, que eso es que el de luces está muy entregado. Que antes los aficionados echaban en cara a los toreros que llevaran la faena pensada desde el hotel, pero es que ya las llevan pensadas desde antes de que empiece la temporada, como si fuera un ejercicio gimnástico para acudir a los Juegos Olímpicos. Y que no se me pasen los que su repertorio es el innovar o casi mejor, decir el descabalar, que me empeño en que fulano o mengano salte al ruedo, que si me pongo, pago yo la multa, como si eso fuera su cortijo y la celebración de un cumpleaños o me pongo en Lima para entrar a matar y voy acercándome de puntillas, como si fuera Bugs Bunny, pero con el toro parado. Que lo que son las cosas, un natural se puede dar en una tanda dos, tres, cuatro veces y bien dado, nunca resulta repetitivo, siempre sabe a poco, pero un trapazo, un muletazo de repertorio, un gesto repetido y repetido solo cansa, aburre y hasta pone de los nervios a los aficionados, pero al público le hace perder el sentido. Y como cierre, aunque no sabría si decir si es parte de esos repertorios o simplemente una trampa buscando los despojos, es el sublime y traicionero bajonazo para quitarse del medio al toro. El toro, que esa es otra, que sin este toro del ahora, no serían posibles estos anodinos y vulagarotes repertorios. Si saliera el toro encastado lo mismo los de luces tendrían que improvisar y hacerlo con torería. Y quizá por esto nos encontramos en el dilema de enfrentar repertorios contra improvisación y torería.



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lunes, 21 de abril de 2025

Ese entrañable espíritu de las talanqueras

Había torerillos de las talanqueras con más sentido de la lidia que algunos que se pasean por Madrid


Que ternura desprendían las plazas de carros, de talanqueras y sobre todo cuando se honraba al patrón o la patrona, todo era jolgorio, bidones de sangría y una entrega absoluta a los torerillos que se calzaban las rosas, hicieran o dejaran de hacer y si además era el chico de un fulano del pueblo, “pa qué más”. Sentimientos, sensaciones que han quedado en el pasado... ¿en el pasado' ¿Olvidados? No señor, siempre quedará alguien que se preste a portar el cetro del espíritu de las talanqueras y las plazas de carros y en cuanto puede se lanza a jalear la ineptitud y la vulgaridad con aquel entusiasmo del que disfrutaban los capas el día en que les permitían calzarse el chispeante. Y el que dude de lo que digo es porque no se ha pasado por la plaza de Madrid la tarde de los Palha. Que es una crueldad hacerle creer a algún torero que está bien sin estarlo, de acuerdo, pero ese rato de jalear no se lo quita nadie. Que luego puede que vayan a pedir un sitio en un cartel, incluida la plaza de Madrid y se encuentren con que el que firma los contratos le eche entre burlas, pues también. Eso sí, si a ese empresario, el que sea y por lo que sea, le viene bien alguien que salga barato como un saldo de mercadillo, pues igual llama a esta víctima de aquel espejismo para rellenar y tan contento que se nos pondrá el torero en cuestión. Que sí, que todo esto suena a cuento de hadas, pero hay que tener una cosa muy presente, que el ponerse delante de un toro no es ninguna broma.

No eran ninguna broma los de Palha, que lucían divisa negra en memoria de Joaquim Carlos, mayoral de la casa. Desiguales de presentación, quizá recordando la variedad de procedencias de esta vacada, pero con el denominador común de la mansedumbre, con interés, pero yéndose del caballo, aquerenciados en tablas, derrotando en el peto con desesperación, aunque también hay que ser justos, se les pegó en el caballo como para ir pasando, acudieron algunos hasta tres veces, se les picó mucho peor que mal, en mitad del lomo, en la tripa, siempre traseros y cuando más se empleaban era al taparles la salida y al no sentir el palo. Y a esto hay que añadir la mala suerte que tuvieron con la terna que les tocó, el primer inconveniente para que quizá pusieran haber lucido de otra manera. Una terna ausente en los primeros tercios y sobre todo invitados de piedra para auxiliar a los banderilleros en el segundo. Mal colocados y sin el ánimo, ni compañerismo, ni afición para estar al quite a la salida de los pares, permitiendo que los animales apretaran a los toreros indefensos.

Rafaelillo pensó que una buena lidia era poner una tercera vez al toro al caballo y a distancia, sin pensar en terrenos y especialmente en las reacciones de su oponente. Por una vez no abusó de eso de los capotazos yéndose a refugiar a las orejas del toro antes de que pasara, pero los brazos largos, el pico y el aperrearse se lo dejó para el último tercio. Cortando el viaje de golpe y siempre fuera. En su segundo, al que el pica persiguió hasta la segunda raya dándole candela, le pasó a la carrera, marchándose antes de completar el muletazo, sin parar de bailar, que sí que los hay que le tienen fe al murciano, pero de ninguna manera justificó futuras presencias en esta plaza, aunque no se apuren, seguro que volverá. Como seguro que volverá Juan Leal, máximo exponente de ese espíritu de las talanqueras y plazas de carros. Que hay quien percibe eso tan valorado de la emoción, pero claro, una cosa es la emoción que pone el toro sobre la mesa y otra la incapacidad de un alma errante de torería, incapaz y ausente de cualquier conocimiento de la lidia, que es lo que encarna a la perfección el galo, que por otro lado sí que presta orejas para las palmas de la talanquera, pero no para los pitos y protestas de la plaza de Madrid. Cuestión de eso que llaman percepción selectiva de algunos. Su actitud durante la lidia de su toros, ya no hablamos del resto, es insultante; hay momentos en los que puede estar más cerca de la lidia, del toro y el caballo un caballero sentado en el tendido alto, que el propio espada, que se aleja, se aleja y se vuelve a alejar. Eso sí, dando voces, ordenando y haciendo ademanes que quizá solo entiendan los del espíritu de plaza de carros. Y con la muleta, a ver cómo se puede explicar, es una inconexa sinfonía de trapazos, banderazos al aire, enganchones, ahora con la diestra, ahora con la zurda pero hago un cambio de mano y vuelta a... quién sabe a dónde vuelve. Pero ya les digo, no había enganchón no jaleado, mientras otros pitaban, pero ya he dicho que eso no llegabas a los tiernos oídos de Leal. Y ya cuando se mete entre los cuernos, para qué contar. En su primero arreó un sartenazo trasero de esos de encerrarle en Alcatraz una larga temporada y en su segundo, tras pinchazo tirándose sobre el pitón, un bajonazo de efectos fulminantes que mientras unos protestaban, otros se mesaban las guedejas como si hubieran visto al mismísimo Pedro Romero redivivo, pero no, solo era Juan I el Vulgar, rey imperator de Vulgaria, con uve. Y por eso de lo selectivo, se dio una vuelta al ruedo, que siempre viene bien estirar las piernas, como si el caballero no hubiera corrido bastante durante la faena que le hizo al personal que aspiraba a ver aunque fuera un asomo de toreo.

Y llegaba Francisco de Manuel, aquel que un día en el que ese espíritu talanqueril también rebosaba en la plaza, aunque con un divo de otras latitudes, pero que el hombre da para lo que da y la verdad es que da para muy poco. Inoperante con el capote, se las ve y se las desea para algo tan simple como poner un toro en suerte. Sin mando en ningún caso con la muleta, yéndose de las suertes, sin parar de bailar, sin recursos para intentar parar a un toro que parecía ponerse gazapón. Pero él iba a soltar trapazos y más trapazos, no entraba en sus esquemas eso de tener que torear. Paradójico, pero así es, les contratan para torear y no cuentan con tener que hacerlo. En el que cerraba plaza ya se mostró demasiado inseguro de capote. Tras el mitin en banderillas, él que pretendía eso de pegar pases y más pases, tras un desarme en los primero compases se descompuso totalmente, sin parar un momento. Desconfiado, muy desconfiado ante un toro, como toda la corrida, que no tiró un mal derrote, que solo exigían un mínimo de mando, de poder, de toreo, pero los designados para ellos no estaban por la labor, total, ¿qué más daba? Si por lo que parecía, toda la tarde estaba abocada a recuperar ese entrañable espíritu de las talanqueras.



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lunes, 14 de abril de 2025

¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica

El soñar está bien, pero si confundimos lo onírico con la realidad, si nos dejamos hipnotizar por lo vulgar, el sueño solo será una pesadilla.


Las ganas que tenía el personal de ver los Valdellanes en Madrid, las ganas de que esta ilusión no acabara frustrándose en los reconocimientos previos, como otras veces ha sucedido en el pasado. Pero esta vez el ganadero apostó todo a ganador, toros de edad, algunos rondando los seis años, y toros muy cuajados, quizá pasados de peso; y lo que no fue un obstáculo para pasar, lo fue para que rindieran en el ruedo. Pudo ser ese exceso de peso el que los hiciera blandear en demasiadas ocasiones, aunque sin rodar como sacos por la arena, que también los hubo que perdieron las manos, pero los animales parecían querer mantenerse en pie. Pero luego, ya digo, lo que dieron de sí fue otra cosa. Si bien es verdad que por reglas generales se les castigo en el caballo y bastante mal, por cierto, con los de aúpa picando allá dónde mejor les parecía, en la paletilla, en mitad del lomo, haciendo la carioca, tapando las salidas de los animales y sin que los maestros colaboraran ni a poner un toro en suerte, ni a sacarlos del peto para evitar castigo por demás. Quitando el segundo, el más feote, todos eran una lámina, torazos de impresión, pero ya digo, lo que llevaban dentro. En la muleta hasta llegaban a entrar bien despacito, pero siguiendo el trapo como el perrillo que sigue la toalla que le presenta el amo y le hace sentirse la reencarnación de Lagartijo el Grande. Pero los hubo, como el sexto, que ofrecía una embestida de acémila. Y de regalo, uno de los Maños, que era como invitar a un cumpleaños al primo guaperas del pueblo. Que parecía con carita aniñada, pero un pibón, eso sí, quizá también un pelín pasado de kilos, que tampoco se le pudo ver demasiado, porque tampoco hicieron por lucirlo. Eso sí, desde el primer momento se le veía queriéndose enterar de todo.

Los espadas, Antonio Ferrera, David de Miranda y Alejandro Mora, pues, depende a quién pregunte; si lo hace a alguien que nada tiene que ver con ellos, pues lo mismo le suelta que Antonio Ferrera es un maestro en embaucar entre voces, una teatralidad fuera de límites y una vulgaridad que hipnotiza y hace creer que... David de Miranda con una frialdad exasperante y sin otro recurso que las excesivas cercanías. Y un Alejandro Mora al que no quedan ganas de verlo de nuevo. Pero si pregunta a los partidarios, a los que se dejan enjaular, hipnotizar y enamorar por la vulgaridad y a lo mejor por el paisanaje, pues el primero un maestro eterno, el segundo un valor seco y el tercero... es que al tercero, a Mora, parecía que le empezaron a jalear la colonia extremeña, luego solo los de la provincia de Cáceres, luego solo los de su pueblo, para acabar aplaudiéndole solo los de su calle, los vecinos de su bloque.

Antonio Ferrera practica un toreo eléctrico, de muco zarandeo, sin parar quieto un momento, bueno, sí, cuando se pone erguidito en el momento en que tiene al toro a su altura, porque antes corre y corre para coger sitio y antes de rematar el muletazo ya está danzando de nuevo. Ya saben toreo fotogénico. Con el pico, por supuesto, de lejanías y muy jaleado, pegando voces permanentemente, vocingleando hasta los enganchones, que son muchos, sin mando en ningún momento. Y si tiene que ponerse pesado, pesado hasta lo indecible, pues se pone, porque claro, que aún habrá quién no se haya enterado que hasta que no tira el palo y se pone a trapacear con la diestra sin palo, Ferrera no da por concluida su presencia; que todo sea dicho, mejor concluir así, que no con sendos bajonazos yéndose a escape. Pero oiga, que aún había que creía que merecía una ovación. Y dirán que con el capote es variado. Bueno, más bien aparenta con el capote, porque lo sacude mucho, pero a veces hasta está a punto de enredarse el solito en la tela. Que igual de aquí a principios de junio se nos han olvidado todo este zascandileo de Ferrera, pero tranquilos, que en cuanto vuelva al ruedo, él solito nos refrescará la memoria, siempre y cuando no hayamos caído en un estado de profunda hipnosis, esa tan poderosa que la vulgaridad ejerce sobre las mentes de los que pueblan la piedra.

David de Miranda, ha vuelto de nuevo a Madrid y como en actuaciones previas, en nada hace recordar a aquel torero que un día salió en vilo a fuerza de verdad y entrega. Un recibo de capote aparente que quedó diluido en el momento en que no hizo por llevar el toro al caballo, por limitarse a acercarlo al señor del peto, pero sin ponerlo en suerte. A su primero se empeñó en torearlo en corto, sin plantearse si dándole un metrito más igual le ayudaría a que aquello luciera de otra manera. En su segundo no pasó de un trasteo largo y aburrido, con demasiados enganchones, siempre fuera y sin mando alguno. Falta saber si en algún momento podrá volver a ser aquel torero por el que muchos se hacían cruces al no verle en Madrid después de un triunfo sonado.

Alejandro Mora confirmaba la alternativa y sí, la confirmó y también confirmó otras cosas no tan dignas de celebración. Inédito con el capote, incapaz de fijar a su oponente y que anduviera a su aire por el ruedo, por más telones rosas que se le ofrecieran. Con la pañosa trapazos y más trapazos salpicados de algún enganchón, despegado y a ver si cazaba algún muletazo, mucho pico y demasiados bailes. Y con tan mala suerte que en el de la confirmación, después de un pinchazo extraño y accidentado, no siendo capaz ni de parar al de Valdellán y cuadrarlo, después de haber alargado sin necesidad la faena, fue escuchando un aviso y otro y un tercero, no pudiendo pasaportar al toro de la ceremonia, la cual ya empezó torcida cuando Ferrera, el padrino, se empeñaba en sacar a Juan Mora para participar en el acto, como si en lugar de lo que era, fuera el cumpleaños del Jonathan. Menos mal que el invitado sabe de esto, del rito, de lo de salir un señor al ruedo de calle y millones de cosas más que igual Ferrera no llega a entender. Y en el que cerraba plaza, Alejandro Mora ya de principio volvió a mostrar su incapacidad para sujetar a un animal y evitar que se fuera suelto al caballo de punta a punta del ruedo. Que sí, que no quería caballo, que se fue suelto, que iba como un burro, pero tampoco es para desentenderse de él. Acabó estando a merced del animal, sin parar de bailar, mientras algunos todavía pensaban en haber visto detalles de torería excelsa, que será el embrujo de la danza con un trapo en la mano, del paisanaje, de que era un confirmante, vaya usted a saber, pero ándense con cuidado y estén atentos. ¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica.


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lunes, 7 de abril de 2025

El que da lo que tiene, aunque lo que tenga sea...

 

Con poquito nos tenemos que contentar, dos gotitas entre tanta vulgaridad


Salía el personal de las Ventas entre contento, entre resignado, entre con esto nos tenemos que conformar, todo dependiendo de a quién se le preguntara. Tres novilleros y cada uno con unas condiciones muy diferentes, uno que está en este camino y pretende seguir adelante siguiendo al pie de la letra los postulados de la modernidad; otro, con antecedentes taurinos, que parece que cree que con eso lo tiene ya todo hecho y la realidad es que está muy lejos de ganarse un sitio por méritos propios; y otro, con evidentes carencias, como todos, pero al que le debió contar alguien que eso iba de otra cosa que ser simpático y que ya con una edad, quizá se ha dado cuenta de que aquí o te entregas como si fuera la última de tu vida o no hay nada que hacer y con lo que tiene, pues se entrega sin miramientos, aunque a veces, a lo mejor, estaría bien que los tuviera, porque no todo es voluntad. Y luego está el ganado, cinco de Sánchez Herrero y un sobrero de Aurelio Hernando, que no tuvieron nada que ofrecer, que lo mejor de todo fueron algunas dificultades que obligaban a los novilleros a estar más ojo avizor. Todos con los cuatro años a la vista, bien presentados, aunque sin excesos, lo justo para venir a Madrid y que el personal no se pusiera de manos. Otra cosa es la flojera de más de uno, resultando la más evidente la del primero, que no se sujetaba en pie. Otros se mantuvieron en el ruedo, quizá porque nadie les apretó durante la lidia. Castigo menos de lo justo, aunque había quien protestaba por el simple hecho de que asomara el montado; algo muy popular y frecuente en muchas partes, que es ver el palo y... Novillos que fueron mal lidiados, que no se les sujetó con los capotes, ni se les exigió con la muleta. Que su mayor virtud era que estaban por allí y nada más, iban saliendo y ya está. Álvaro de Chinchón se limitó a hacer lo que todos, ausente con el capote, sin ninguna intención lidiadora, dejando que las cosas fueran pasando a su aire, sin un mínimo control de lo que allí estaba sucediendo. Despegado con la muleta, abusando del pico, permitiendo que se la enganchara, pegando trallazos y acabando dando aire y no toreando. Con la zurda en ocasiones, demasiado bailón, moviéndose incluso en mitad del muletazo, sin encontrar en ningún momento la forma de darle sentido a un trasteo. Y para colmo, como en su primero, el entusiasmo de los partidarios se estampó contra un muro tras la estocada haciendo guardia. Que ya decía, que cada uno da lo que tiene, pero en el caso de Álvaro Chinchón es lo mismo que dan todos, mucho mover telas, pero nada de toreo.

Manuel Caballero, que como dicen ahora los modernos de un buen jefe, hay que saber delegar. Pues este joven novillero delega como nadie; lo malo es que en esto de los toros a eso se le llama inhibirse de la lidia, y eso no está demasiado bien visto, aunque también pueda ser que no tiene cualidades para ello y ya saben, de lo que no se tiene, nada se puede dar. Que mientras su cuadrilla intentaba buscar las vueltas a su segundo manso para que fuera al caballo, que cabeceaba con desesperación, pero el maestro no estaba para estas cosas, su ciencia se la debía estar guardando para el momento sublime del trapazo tramposo. Pico con un descaro insultante, despegadísimo, sin pararse quieto y como en ese quinto, sin saber por dónde se andaba, para cerrar con un sablazo más allá de mitad del lomo, yéndose en escapada vergonzante de la cara del novillo. Que si esto es todo lo que puede dar Manuel Caballero, la verdad, poco o nada tiene que ofrecer.

Y tampoco es que Miguel Andrades pueda dar mucho, pero si eso que tienes lo pones por delante a costa incluso de ir contra la razón, pues... Se le podrá juzgar por su labor, lógicamente, pero se hace difícil regatear los méritos de su entrega y ya digo, a veces atropellando la razón, quizá por querer llegar aún más allá de dónde se puede llegar. La entrega fue innegable desde el primer momento en el recibo de capote a su primero, quizá demasiado acelerado, algo que le lastró durante toda su actuación, demasiadas prisas, pero siempre al tanto. Y su primer anuncio de lo que quería fue un galleo para llevar el toro al caballo de una punta a otra del ruedo. Un galleo infrecuente, lleno de gracia y ganas de hacer las cosas con torería, para acabar dejando al de Sánchez herrero frente al peto. Otra cosa es que este fuera al caballo y que no optara por irse, como así fue. El novillo no valía un duro, pero el jerezano decidió ponerlo una tercera vez en suerte. Con la muleta le llamó desde la boca de riego y, aunque ya digo que acelerado, intentó desde el primer muletazo conducir las embestidas. Luego es cierto que no se quedaba quieto, escupía al toro del engaño y al tomarla con la zurda resultó cogido y zarandeado en el aire, que lo que parecía imposible era que pudiera seguir en el ruedo. El novillo le sacudió en el aire como un guiñapo, dejándolo caer como un saco. Pero siguió, esta vez con la diestra, algo más reposado, llegando con fuerza al tendido, para continuar después igualmente precipitado. Cerrando con dos bajonazos tirando el trapo. En el sexto parecía pretender irse a portagayola, pero cosas que pasan, abrieron el portón antes de tiempo. Larga de rodillas y el novillo suelto por el ruedo, sin que se lograra hacer con él el espada. Ya al salir del peto dejó evidencias de que por el pitón izquierdo cortaba, se venía peligrosamente. Y Andrades, como en su primero, tomó las banderillas. Que si no siempre es una medida acertada, en este caso, mucho menos. Que sí, que puso una voluntad infinita, pero ya digo, esto no es suficiente, no todo son ganas, aunque esto sea lo mínimo que se le puede y se le debe exigir a un novillero. Comenzó el trasteo con eficaces muletazos por abajo por ambos pitones, rodilla en tierra, que el novillo se tuvo que tragar. Quizá ese habría sido el camino, pero ya decía que a veces no es buen consejero atropellar la razón. Se puso a pegar derechazos acelerados, más cazándolos que toreando y cuando se la echó a la mano izquierda, aquí se vinieron con más claridad las dificultades por ese pitón. El toro solo defendiéndose, sin entregarse en sus embestidas y Andrades solo era capaz de estar a lo que el animal mandara. Que sí, que hay que valorar la entrega, igual que hay que tener en cuenta que en esos instantes de apuro Álvaro de Chinchón se fue con su capote al burladero más próximo adónde su compañero se la estaba jugando, mientras Manuel Caballero permanecía a lo lejos, como mero espectador. Acabó la tarde y los aficionados, conscientes de que no hubo toros y apenas dos gotas de toreo, se iban calificando la actuación de Miguel Andrades repitiendo casi todos lo mismo, el que da lo que tiene, aunque lo que tenga sea...


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