Nos engañaron como a chinos, haciéndonos creer que íbamos a ver una corrida de toros |
Quizá ustedes esperen que les cuente cómo vi la de Adolfo Martín de esta feria de otoño tan veraniego, pero claro, es muy fácil esperar
que sean otros los que les cuenten las cosas, ¡qué bonito! Y lo mismo hasta
esperan que el relato tenga lógica y que les permita más o menos hacerse una
idea de lo pasó, que no me atrevo a llamar corrida de toros. Pues nada, hoy por
ti y mañana por mí, yo les cuento lo que sucedió y ustedes a cambio me dan su
opinión sobre la vida en manda del estrobomproptum masicilae nocturno. Que no,
¿eh? Que no hay por dónde coger al estrobomproptum masicilae nocturno este,
¿verdad? Pues ya les digo que bastante más sencillo que tratar lo de Adolfo
Martín, Alejandro Talavante, Álvaro Lorenzo y Luis Davis, como una corrida de
toros; ¿qué digo como una corrida de toros? Ni como un capea de aficionados con
merendola campestre y todo, porque en lo que el señor Casas, don Simón, nos
preparó, ni asomo de merienda, ni tortillas de patata, ni gachas, ni caldereta
al punto, ni nada de nada.
Que los aficionados esperaban la de Adolfo como agua de
mayo, casi con tanta expectación como unos científicos eslovenos la época de
apareamiento del estrobomproptum masicilae nocturno. Que no había asomado el
primero y la cosa ya prometía, y me refiero al primer toro, no a lo otro. Suena
el tararí y Alejandro Talavante cruza ceremonioso el ruedo venteño camino de
toriles. Que lo de la portagayola no conduce a ningún lado, pero, ¡hombre! Algo
querrá decir, ¿no? Que no va a ser que se le olvidara la cartera en la
furgoneta. Esto es lo que se llama una declaración de intenciones en toda
regla. Este viene a darlo todo, pero a veces la explosión de entusiasmo dura lo
que dura la fuerza de una gaseosa. Pero bueno, que igual alguien se emocionó,
que ya se sabe que el emocionarse o no emocionarse es la vara de medir el toreo
actual, no hay otra. Pues fue salir el toro volando por encima del diestro,
mientras este medio daba el capotazo y medio esquivaba el vuelo del Adolfo y se
acabó casi toda la emoción de la tarde. Muchos capotazos, demasiados, siguieron
a esa declaración de intenciones. El animal suelto, se fue al picador reserva,
que le tapaba la salida, pero de castigo, poco. Ya flojeaba el cárdeno, cuando fue
a paso peregrinación a Fátima al segundo encuentro con el caballo, más que a
pelear, a dar una cabezadita bajo el peto. A la salida se trastabilló el peón y
mientras llegaban a socorrerle o se lo jugaban a los chinos, recibió un
volteretón, cayendo de mala manera. Lo fácil que se monta en Madrid una capea,
ya dicho que sin merendola, pero se las pintan solos. Cada uno por su lado,
nadie a la salida del primer par de banderillas, con unos que corren mucho y
otros que no reaccionan y siguen con el “tres con las que saques”. Ya en los
inicios del trasteo, Talavante se mostró bastante desconfiado, con demasiadas
precauciones, sin parar quieto un segundo. Un toro moribundo y su matador
aperreado, al que no sacó ni un muletazo, ni tan siquiera acompañando ese paso
mortecino. Para recibir al cuarto aún le quedaba suficiente apatía y sosería a
Alejandro Talavante. Un primer puyazo en el que se le pegó al Adolfo, más una
segunda vara apenas señalada. No acababa de verlo el matador y a tampoco
parecía decidido a decidirse con este Adolfo, que no hacía ni ganas de humillar
y cuando parecía que igual sí, la respuesta de su matador era un medio pase y
un respingo. Allí se entabló un emocionante duelo de sosería y tedio entre el
marmolillo y el otro; y ahora ustedes adivinen quién era quién.
Álvaro Lorenzo aparecía en esta feria de Otoño gracias a los
triunfos pasados de sus paisanos, que con tanto entusiasmo le regalaron algún
que otro trofeo en fechas pretéritas, quizá por eso de la emoción. Y el
estrobomproptum masicilae nocturno esperando la época marcada para lo de
aparearse, eso sí que le va a emocionar. Como su compañero de terna, parecía
que el toledano iba a tener la tarde, a juzgar por algún capotazo suelto en el
recibo a su primero, con sosería, pero aguantando sin rectificar. Dos puyazos
traseros, en especial el primero, con el Adolfo sin ánimo ni de pelear, ni de
emocionar; sería porque eso de simular la suerte no llega al personal. Hubo que
esperar al segundo tercio para vivir el momento más interesante de la tarde,
interesante y emocionante. Iba Sergio Aguilar con los palos, dispuesto a
clavar, cuando el toro le tiró un derrote traicionero en el aire, que sin
perder la compostura, ni la cara al toro, el madrileño evitó y dejó los dos
palos. En su segundo par ya sabían lo que había allí el gris y el torero, que
consintiendo un mundo y sabedor del peligro por ese pitón, dejó un gran par de
banderillas. Que es asomar el toreo, aunque venga bordado de plata o azabache y
nadie se acuerda del estrobomproptum masicilae nocturno. Cuesta afirmar que
este segundo tuviera embestidas francas, pero lo poquito que podía tener lo
malgasto Álvaro Lorenzo con muletazos plenos de sosería, sacando el culo, muy
fuera de cacho, aprovechando el pico de la muleta para pasárselo a una
distancia prudencial y poco emocionante; igual daba que se la echara a la
diestra, que a la zocata, nada de nada y eso que algunos entusiastas quisieron
contagiar su “emoción” al resto de la plaza, pero na de na. Sartenazo que no
hacía doblar al de Adolfo y el matador resistiéndose a tomar el verduguillo.
Diez descabellos. Quizá era por eso. En el quinto, el señor de Villa Parro,
como diría un castizo, se quedó con el personal. Un animalito que ya debió
flojear en el campo, que le costaba mantenerse en pie y que hasta fue una vez
al caballo. Entonces el usía, entre las protestas de la concurrencia, sacó el
pañuelo blanco. ¿Ha ido dos veces al caballo? ¿Ya le han picado dos veces? En
ese momento más de veinte mil almas creyeron haber estado en la higuera por
unos segundos. Y el socarrón, bromista e innovador señor presidente, sacó el
verde. Que lo de este señor es un no vivir, aunque, a ver si aquel día del rabo
en Madrid la cosa fue que se equivocó de pañuelo y lo que pretendía era
devolver al toro al corral mientras esperaban las mulillas a llevárselo al
desolladero. Que es lo que tienen los genios, que sus contemporáneos se pierden
y no entienden sus cosas suyas y particulares. Que en ese momento aparece en el
palco un estrobomproptum masicilae nocturno apareándose y seguro que a nadie le
extrañaría; es que es el señor de Villa Parro. Salió un manso del Conde de
Malladle, venga a olisquear la arena y a escarbar, quizá buscando a un
estrobomproptum masicilae nocturno, ¿no? Tomaba el engaño echando las manos por
delante, aunque sin las exageraciones de un pregonao. Puyazo en mitad del lomo
que comprometió al picador, que ya se veía en el suelo. En la segunda se vengó
el de aúpa con un puyazo trasero, tapándole la salida. No paraba de escardar el
del señor conde, se dolió bastante en banderillas. En la muleta perdía las
manos, Lorenzo le dio distancia, para proseguir largando tela cuando el animal
se le venía encima. Sin abandonar ese vicio maldito del pico, permitió que le
tocara demasiado el engaño. Muchas carreras cuando la tomó por el izquierdo,
mientras el otro no dejaba de perder las manos. Vuelta al derecho y siempre
excesivamente fuera, vulgar y ya hasta pesado. Pinchazo soltando la tela, como
en su primero y de nuevo ese calvario del descabello; ocho en esta ocasión.
Pues nada, que se marque un mambo, dijo un parroquiano.
Luis David, de apellido Adame, venía con los Adolfos, quizá
para dejar claro si optaba por ser aquel novillero que despertó la ilusión del
aficionado el día de su presentación en Madrid o si su intención era ahondar en
ese tedio modernista que impones su vulgaridad en la actualidad. A su primero
lo recogió con el capote más echándoselo encima, que alargando el viaje. Muy
parado el animal, al que no se pico, ya estaba parado, parado, paradísimo. Nada
le quedaba para el último tercio, en el que Luis David solo tenía trapazos que
ofrecer, desde muy fuera y amparado en el pico, sin otro recurso que acabar
metido entre los cuernos, atravesando la muleta, alargando el brazo y sin
emocionar, que el motivado ese que se pone a aplaudir solito cuando hay un
arrimón debía tener un compromiso y no debió acudir a la plaza, a no ser que
estuviera emocionándose por otro lado con el estrobomproptum masicilae nocturno,
nunca se sabe. El sexto grandullón salió barbeando las tablas, ¡huyyyy! Que esto
no iba a mejorar. No es que pareciera que le emocionaran los capotes a los que
trataba con desdén. En el caballo se dejó sin más y el público ni tan siquiera
agradeció al pica el que levantara el palo, con lo que eso gusta las tardes de
figuritas y paisanaje, pero la concurrencia estaba amuermada y no se emocionaba
con casi nada. Una segunda vara con el toro de lejos, pero este fue al paso, él
a su ritmo, que no había prisas. Ni señalar el puyazo. El mulo de don Adolfo por
allí andaba, se organizó un caos en el ruedo, capotes por el suelo, palos por
suelo y cuando ya habían sido tres las pasadas y cuatro los palos clavados, el
señor usía decidió que pusieran otro más, que está muy bien, pero la cosa es
que han de ser tres pasadas y un mínimo de cuatro palitroques, pero bueno. En
las primeras embestidas el animal achuchó al joven matador, pero de ahí no pasó
la cosa. Mucho pico, muy ventajista, siempre fuera y de nuevo acortando
demasiado las distancias, aunque con semejante mulo, tampoco importaba ya. Vulgar,
pesado y de repente que se pone a machetear al mulo. Tres pinchazos, tres y a
tomar el descabello, para marcarse otro mambo, como su compañero. La ilusión se
torno desesperación y lo que podía haber sido una corrida de toros, en un no sé
qué incalificable e inaguantable, que se puede resumir con por allí pasaron Un
estrobomproptum masicilae nocturno y la de Adolfo Martín.
1 comentario:
Enrique, de nuevo una decepción de los adolfos. No exentos de peligro, pero tampoco salió la alimaña y estaban flojos para aguantar una lidia normal y corriente. Tampoco la terna ayudó mucho al lucimiento de los toros, más bien todo lo contrario.
Cuatro toros se han ido en Otoño sin que Talavante pusiera el más mínimo interés en agradar al público. Desde el minuto uno, quiso hacernos ver que el toro no tenía un pase pero uno, que ya ha visto muchos toros, no se traga ese cuento. Hemos pasado del “enseñarle a embestir” al “engañar a Madrid”. Lástima que uno de los pocos matadores que despertaba ilusión haya tirado su carrera por el camino de la apatía y la desidia. Totalmente desinhibido en los quites y como director de lidia. Ni una muestra de interés por la cogida de Trujillo y mucho menos permitirle saludar tras el tercio de banderillas, no sea que le robe los aplausos. Tampoco le pidas interés en el tercio de varas, ya sabemos las órdenes que dio a los picadores.
Álvaro Lorenzo, con sus errores, sus descolocaciones y demás, al menos intentó lidiar a sus toros y fue el único que les dio distancia en ciertas ocasiones. Lástima no haberse cruzado con el toro y acabar con los aburridos y tediosos arrimones habituales. Gran tercio de banderillas de Sergio Aguilar, que bien había podido tomar la muleta de cualquiera de los actuantes y seguro habríamos salido más satisfechos.
Luis David…pues ahí estuvo.
Un abrazo
J.Carlos
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