Me contaron que hace un tiempo en un examen de oposición, no
me dijeron a qué, fue un candidato ante el tribunal examinador dispuesto a
ganarse su futuro tras superar aquella prueba. Muchos eran los candidatos, pero
pocos serían los elegidos. En la sala se encontraban otros opositores,
familiares del examinado, profesores y conocidos de este y algún curioso que
otro. Y llegó el momento en el que la suerte iba a marcar el camino a aquella
persona que tenía puestas todas sus ilusiones en salir con bien de aquel
compromiso. Las bolas hablaron y ya solo quedaba elegir el tema con el cuál demostrar
el saber y capacidades que le permitirían hacerse merecedor a ser uno de los
elegidos. Y el tema iba a ser… Pero, ¡qué pasa aquí! ¿Qué alboroto era ese? La
sala se convirtió en una algarabía inusitada, en un guirigay indescifrable.
Unos clamaban que eso no era justo, es más lo consideraban inhumano, que eso
era acabar con la ilusión de los candidatos, que eso era algo totalmente fuera
de toda lógica. Que adónde se iba a llegar si se permitía que cayeran
semejantes temas. Profesores del candidato clamaban contra la aprobación de
aquellos temas y que se incluyeran como posibles preguntas de exámenes. La
familia se mesaba los cabellos, los vecinos que acompañaban a la familia
insultaban al tribunal, que ellos sabían que el candidato era muy listo y estaba
muy preparado, pero claro, si le ponían esos temas… El padre afirmaba con
orgullo y soberbia que él se había empeñado para que su vástago llegara a aquel
examen, que había empeñado casa, hacienda y hasta había comprometido algún
órgano, pero no para que estrellaran a lo que más quería con ese tipo de
preguntas. Argumentaban unos y otros acerca del derecho a ocupar la plaza en
litigio, porque se la merecía, porque si no era así, sería una falta de respeto
al candidato, el cual se había desplazado hasta el lugar del examen, incluso
había estrenado el traje para la ocasión.
Y a todo esto, el tribunal solo era capaz de argumentar que
ese tema entraba en dicho temario de la oposición, que se sabía desde el primer
momento que podía caer ese, como cualquier otro, que podían considerarse más o
menos fáciles o difíciles, pero que eso también dependía de la preparación de
los candidatos. Esto encendió aún más los ánimos de los presentes, que
empezaron a pedir el aprobado, un sobresaliente cum laude, y que se olvidara
todo el mundo de temarios y preguntas inconvenientes. Entre tanto, el candidato se vino arriba y
empezó a gesticular y a hacer ademanes no como si hubiera conseguido la plaza,
sino como si se le hubiera otorgado por gracia divina, o populachera, el título
de catedrático. Una voz entonces espetó al tribunal que si él sabía tanto, que
recitara él el tema de pe a pa, lo que fue muy celebrado por todos los
presentes, menos por los miembros del tribunal, evidentemente, que no daban crédito
a todo aquel alboroto. El personal entraba y salía de la sala, lo que
intentaron impedir los examinadores pidiendo ayuda a los encargados de mantener
las puertas cerradas, pero estos solo se encogían de hombros. El tribunal
intentaba mantenerse en su sitio, pero la cosa no resultaba fácil, amenazas,
improperios. El presidente del tribunal tomó la palabra y le pidió al
examinando que dijera lo que pudiera, que intentara defender el tema de la
mejor y más airosa forma posible, pero se encontró con una sorprendente
respuesta, con un reconocimiento que nunca habría imaginado: es que esa parte
no me la he preparado. El presidente y demás miembros del tribunal no pudieron
ocultar su indignación, preguntaron si el candidato tenía algo más que añadir y
ante la negativa de este, le pidieron que abandonara la sala, no sin antes
manifestarle una reflexión. Afirmó que esto era como si un novillero se
presentara en la pasa de Madrid, el examen final a su andadura por el
escalafón, que le saliera un toro medio regular y que argumentara que él quería
poder expresarse, hacer brotar el arte que llevara dentro y que con aquello,
pues que no se veía. Y que además lis más allegados y plumillas especializados
le jalearan su incompetencia, su incapacidad y su falta de torería, la torería
que este candidato tampoco tenía, quizá porque esta no se compraba con los
muchos dineros ganados por su padre. Y que al preguntarle por su inoperancia
ante aquel animal en la plaza de Madrid toda respuesta no fuera otra que “Es
que esa parte no me la he preparado”.
Enlace programa tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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