Algunos han debido pensar que todo era una broma, pero no, parece ser que el sainete muchos se lo han tomado en serio. |
Se podría decir eso de tanta paz lleves como tranquilidad
dejas, otros más duros que se vaya de una p… vez y no vuelva, otros simplemente
sentimos alivio momentáneo, porque ya en el día de la despedida nos rondan los
buitres anunciando una próxima vuelta a los ruedos del que dicen decía adiós a
Madrid, y otros, muchas caras nuevas, muchas fotos a la plaza, muchas fotos con
la plaza de fondo, mucha cara del que vi por primera vez algo que no imaginaba
ver, mucha churri a la que ha llevado su churri a la despedida, la gran
despedida. Pero si alguien esperaba ver caras conocidas, caras de los
habituales, pues ahí la lista de faltas era notable. Qué cosas, se despide un
dios y el aficionado dice que le aguante Rita, que él no está para sainetes.
Estos los más espabilados, porque otros no aprenderemos nunca, otros estamos
como para que nos reciba todo el colegio de psicólogos de Madrid. Que el que se
despedía igual ha vivido una tarde de ensueño, pero esto me recuerda a aquella
visita de Sissi a la Scala esperando ser recibida por la aristocracia local y
con quién se encontró fue con aquellos a los que los primeros les habían cedido
su sitio, que de sangre azul no tenían nada. Pues el despedido, si cree que ha
recibido el calor de Madrid, que se le quite de la cabeza. Como decía una voz
del tendido, que público más bueno ha venido hoy; la santidad en pleno. En el
cartel de postín, aparte del que se despedía, Samuel Navalón, asignado en esta
ocasión para que el maestro no tuviera que pasar por ese duro, durísimo trance
de tener que abrir plaza. Que te tires tres décadas de figura para luego tener
que sufrir semejante trance, me parece rondar lo inhumano. Mejor un chavalín
que confirme y que si se le estrella, pues se siente, que hubiera pedido otra
cosa. Y David Galván, que ese no molesta, fiel seguidor de la escuela del que
se despedía, pero que por no molestar, no molesta ni a los toros que le tocan
en suerte ¡Ay, los toros! Se anunciaban seis toros seis, de Juan Pedro Domecq,
pero ya que era una despedida, pues, ¿por qué no montar un desafío ganadero de
improviso? Bueno, desafío, lo que es desafío. Tres de Juan Pedro y tres de
Garcigrande ¡Vayaaaa! Y sálvese el que pueda. Que igual la mentes mal
intencionadas pensaban que Juan Pedro no era capaz de juntar seis para
completar el festejo, que no digo yo que no, pero queda más épico lo del
desafío, ¿no? Eso sí, no se completaban seis, pero, ¿de quién eran los
sobreros? ¡Bingooooo! De Juan Pedro Domecq. Y no le busquen explicaciones,
porque casi mejor no encontrarlas, porque al final van a acabar pensando mal y
en la de esta despedida no hay que pensar mal. Lo de Samuel Navalón, pues bueno,
ya ha confirmado la alternativa. Un fiel discípulo de la modernidad, con faenas
eternas e insufribles, pico, carreras, echándose el toro para afuera, que si
arrimón, que si ahora tiro la espada, que si me alboroto, que si casi te mandan
el tercer aviso en su primero, que el primero fue nada más coger la espada y en
su segundo, después de la maratón de las Ventas, esa gente tan güena le pidió
la oreja y presidente, más güeno aún, se la dio. Achuchones por dar la salida
antes de tiempo, y un espadazo trasero que era suficiente para que el público
tan bueno él, no se desanimara. Que igual volveremos a verle, pero ya les digo
yo que a alguno le tendrán que dar detalles de quién es, porque más de uno no
se va a acordar ni de él, ni de su labor el día de la despedida del que se
despedía.
Además también estaba anunciado el que no molestaba, David
Galván, con su toreo hierático, despejado, sin apreturas, sin ajustes, con
mucho desajuste, tirando del pico de la muleta con garbo, pero con pico, al
pasito del animal que bastante tiene con desplazarse, despacito, pero se
desplazaba. Que no negaré la estética, la compostura, para el que le llene la
compostura e incluso si tiramos de bisturí, que si un momento en un muletazo,
que si… pero si no hay toro que torear y además lo hacemos con ventajas, pues…
que uno se queda in albis. Que igual algunos, si no es por el fallo a espadas,
hasta se habrían olvidado de que estaban allí por la despedida y hasta le
habría dado un despojo. Que habrá quien llegados a este punto pensaran que no
se ha dicho ni una palabra del comportamiento de los toros en el caballo. Pues
es que si no hay comportamiento, si no hay suerte de varas, si no hay nada, pues,
que no se les ha puesto en suerte, que no se les ha picado, si acaso el que alguno
saliera espantado del peto, que esa es otra, ¿de qué se fabrican ahora los
petos? ¿De granito? Que va el primero del que se despedía, topa en el caballo y
se rompe un pitón, vuelve a entrar y se lo estropea todavía más ¡Caramba con la
guata! Y cómo se puso el personal con el palco, porque no devolvía el toro que
se había lesionado en el ruedo. Que pocos repararon en su evidente falta de
fuerza, pero lo del cuerno. Vaya vocinglerío, pero el usía, con buen criterio,
aguantó el tipo y no sacó el pañuelo verde. Y salió el toro para la historia,
el toro para la eternidad, uno cortito, gordito, bien majete él, al que ni un
capotazo, si varios mantazos, al que no se picó, al que Fernando Sánchez puso
un par a cabeza pasada y que el personal, la cátedra del buenismo, le hizo
saludar. Que muy despistado había que estar para no pensar que se avecinaban
dos orejas, triunfo y salida a cuesta en el día de la despedida del que se
despedía. Empezó este tirando de su más puro clasicismo, el del pico, el del
dar aire al animal, el de la lejanía, que si se le vencía no era que no le
llevara toreado, era pura épica, que al personal parecía hacerle encontrarse
con un nuevo Teseo delante de un mojicón con cuernos. Como la cosa no parecía
que iba a llegar al clímax, pues venga remates por aquí y por allá, aunque el
toro fuera por un lado y el trapo… el trapo parecía decir adiós al personal.
Luego arrimón, trapazos de uno en uno, eso que tanto practicaba por esas plazas
de Dios de citar genuflexo y hacer girar al animal en su entorno ¡Madreeee!
Esto es la locura. ¡Cuidado, que lo repite! ¡Ay señor! ¡Gracias por haberme
permitido ver la despedida del que se despedía! De locos. Toda la plaza
enloquecida, unos por ser testigos in situ de todo el repertorio más vulgar y
provinciano del que se despedía y los otros porque no daban crédito de que con
eso nadie pudiera creer tocar el cielo. Más de uno en uno y entera rinconera.
Unos clamaban al cielo, otros llamaban a su madre, otros a su cuñado, otros a Telepizza.
Vuelta al ruedo parsimoniosa, saludos de despedida como si el que se despedía
se entregase en holocausto a las divinidades de la tauromaquia más vulgar que
nadie pudiera haber imaginado nunca jamás, ¡qué prodigio! Tanto, con tan poco. Pobre
plaza de Madrid, a la que han convertido en la fregona de esto que llaman
tauromaquia. Pero ya les digo que lo mejor de todo no era otra cosa que la
despedida del que se despedía, que a propósito, si no lo sabían, se llama
Enrique Ponce al que la Providencia le llene el bolsillo lo suficiente como
para que no tenga que volver. Señor Ponce, hasta nunca, aunque el daño ya
estaba hecho.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
1 comentario:
Lamentable, pero cierto. Viudo del Ponce de hace muchos años.
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