Qué cosas tienen los madrileños, llega mayo y se saltan las
normas a la torera, que lo mismo se echan a la calle contra el francés, que te
montan un 15 M ,
que ocupan el ruedo venteño al ritmo que marca la banda y haciendo sitio a las
carrozas cargadas de chisperos madrileños a puntito de posar para don Francisco
el de los toros; hasta que asoma el hombretón uniformado armado con un silbato,
intentando despejar la arena y a medida que la muchedumbre iba abandonando el
anillo, el hombretón chuflaba con más ímpetu, creyendo en los mágicos poderes
del chiflo, capaz de despejar la plaza de Madrid, la Puerta del Sol y todo el
Parque del Oeste, sin caer en la cuenta de que a pesar de sus sentimientos
indómitos, el madrileño es cívico, educado, con medida y sentido común, y que
sabe cuándo corresponde abrirse, ocupar su localidad y esperar a que los
clarines y timbales anuncien que ya es la hora de que el toro salga por la
puerta de toriles.
Y salió el toro, una corrida del Tajo, primero y cuarto, y
de la Reina, o lo que es lo mismo, pupilos de don José Miguel Arroyo y don
Enrique Martín Arranz. De presentación irregular, lo que no quitó para que hubo
quién ovacionó de salida a un feo y cebado ejemplar de la ganadería titular,
pero ya saben, “hay gente pa to” y en la plaza de Madrid, además, hay gente de “to”.
Mansos, pero con sus cosillas, que aparte de dificultar la tarea de los
espadas, también daba valor a cualquier cosa que les hicieran por derecho. Toros
nacidos para la modernidad, pero ya digo, con un puntito que les apartaba un
palmo de la tiránica bobonería que nos oprime. A Iván Vicente le tocó el más
boyante de la tarde, que cabeceó en el peto, más por notar el palo, que por el
castigo que no recibió. Siempre tirando para adentro, buscando las tablas, fue
metido por su matador en la muleta, de forma aseada, con la diestra, por ambos
pitones y hasta con cierto temple y suavidad. Prosiguió una primera tanda sin
desagradar, en la que hasta se perdonaba ese torcer el engaño, pero lo que
prosiguió ya no permitía tanta condescendencia. Cambio de mano y el toro
empezaba a venirse arriba, a ponerse estupendo, vuelta al derecho y la cosa
tampoco iba cómo parecía en los comienzos. Bien es verdad que el del Tajo
regalaba embestida tras embestida, pero también exigía mando y dominio y eso no
lo iba a recibir. Y lo que es peor, la faena se alargó quizá en demasía y sin
justificación. Se le permitió a Iván Vicente una vuelta al ruedo, que en otra
hora, según la condición del toro, habría podido convertirse perfectamente en
una bronca. Que no quiero que se confundan pensando que era un buen toro,
aunque despertara las ansias aplaudidoras de muchos en el arrastre, fue bueno
para la muleta, pero paren el carro y quédense ahí. Al cuarto le cogieron la
distancia para ir al caballo, y aunque el pica lo cogió de buena manera,
tampoco era para despertar las ovaciones que se le dedicaron, quizá causadas
mayormente por ese feo gesto de tomar el palo baca abajo, para mostrar
ostentosamente que no picaba, más pareciendo que estaba batiendo mahonesa, que
picando a un toro, pero ya saben, los criterios de la masa en cuanto al primer
tercio han demudado de forma notable. En el tercio de muerte poco o nada dio de
sí el otro del Tajo, parado, soso, mientras el espada se limitaba a ponerse
pesado y encimista.
El segundo de la tarde, primero de Javier Cortés, salio
corretón, muy suelto, sin querer caballo, dando la vuelta al peto,
circunstancia que de todos es sabido, obliga al mono de turno a colear al toro.
¿No habrá quién les cuente a estos señores que durante la lidia se tienen que
estar quietecitos? A ver si se aplican esa sentencia del mus de que los mirones
son de piedra y dan tabaco. Molesto en la muleta, con embestidas bruscas,
bronco, pase cambiado con la muleta plegada muy sui géneris, una primera tanda
`por el izquierdo, en lo que todo lo puso el torero, quizá sin garbo, pero
jugñandosela y poniendo lo que no tenía el de la Reina. Y lo que son las cosas,
quizá esto fuera de lo más meritorio, pero lo que se le jaleó fueron los
muletazos desde fuera, de brazo largo y sin rematar. Luego todo decayó con el
recurso del arrimón, unas bernadinas y un bajonazo para taparse y no dejarse
ver.
En su segundo, Javier Cortés le instrumentó unos mantazos de
recibo que mejor habría sido que se los hubieran administrado el peonaje. Feo
comportamiento en el caballo, con derrotes, sin castigo y arrancadas de burra
vieja. En banderillas pareció que el toro se repuso, así como los toreros,
especialmente Antonio Molina, a quién se le ovacionó con merecimiento. Comienzo
de faena citando de lejos, con la izquierda y mirando al tendido, original,
pero quizá le habría ido mejor al toro el temple del que careció ese primer
trallazo y que quebrantó al toro, haciéndole perder en ocasiones las manos.
Pero el madrileño estaba decidido, el torero que en otro tiempo unas veces
parecía que sí y otras que ni de broma, esta tarde parecía que estaba decidido
a lo que fuera, sin las estridencias de otros. Primeras tandas de naturales en
las que aguantaba el primero y el segundo, pero en el tercero ya escondía la
pierna de salida. Dos tandas y en un exceso de confianza o error de cálculo, en
un derrote fue alcanzado en la pierna y lo que parecía un simple empellón era
una cornada que manaba sangre como un grifo. Rehusó la enfermería y con la
diestra administró los muletazos más sentidos de la tarde, quizá aturullado, la
cosa no era para menos, pero en todo momento queriendo torear. No puedo
asegurar que lo consiguiera, pero en lugar de optar por el esperpento teatrero
del matador cogido, tomó el camino de querer torear. Citó con la espada
recibiendo, para dejar una media pescuecera. Se le dio una oreja, que no voy a
decir que fuera gracias a una excelsa faena, pero les aseguro que no me atrevería
nunca a protestar un trofeo conseguido en esas condiciones. Quizá más voluntad
que toreo, más ganas que estética, pero a veces el querer ya llena los ojos del
público y en estos casos, mejor dejar que disfrute del trofeo conseguido y no
detenernos en los peros.
Venía Gonzalo Caballero, según unos, quizá él mismo, a pasar
un examen de los niveles de testosterona del chaval; quizá, según la empresa, a
recabar datos para saldar cuentas pendientes en pasadas entregas de premios:
pero según el aficionado, Gonzalo caballero venía a torear en Madrid, a ver lo
que era capaz de dar de sí y si esas ganas manifestadas anteriormente se
traducían en toreo del bueno. Mantazos sin sentido de recibo, dando la
sensación que sin saber muy bien por dónde tirar. No se picó al toro, con
alarmante falta de fuerzas, pero que Caballero se empeñó en mantenerlo en el
ruedo. Quizá habría bastado con que el pica le hubiera apoyado el palo para que
se derrumbara definitivamente y lo devolvieran a los corrales, pero había
muchas prisas por pedir el cambio. Se sacó el toro a los medios con muletazos
por ambos pitones, primero estatuarios y luego con la zocata. Cites de frente
en el platillo, para continuar abusando del pico, perfilero con la diestra,
para desembocar en el arrimón, ese castigo de los dioses que sufren los
aficionados cuándo los matadores ya no tienen más recursos. Eso sí, siempre
está el corazón agradecido que se arranca en su soledad con un sentido batir de
palmas. ¡Madre mía! Y se sentirá orgulloso el palmeador. En el sexto empezó
recetando más mantazos, sin tan siquiera preocuparse de acompañar
acompasadamente las embestidas del toro. Que vale que no le lleve, que ya es
gordo, pero que ni tan siquiera haya cierto acoplamiento. Y así pasó, que a las
primeras de cambio le levantó por los aires y tuvo que ser llevado a la
enfermería. Se hizo cargo de la lidia Iván Vicente; se picó mal, yendo el palo
a buscar al toro y no al revés y mientras los banderilleros hacían por parear,
asomó de nuevo Gonzalo Caballero para hacerse presente en el ruedo. Quizá no le
deberían haber permitido salir, pero también es comprensible que quisiera
aprovechar este último cartucho, sus circunstancias eran algo diferentes a las
de otros espadas y a las de otras tardes. Una primera tanda medio aseada por el
derecho, para proseguir en medio de un barullo en el que era evidente la merma
de Caballero, que lucía un torniquete en la pierna. Trapazos, carreras,
banderazos, enganchones, fuera de cacho y dando la sensación de que el clavo
ardiendo ya no le podía sujetar. Caballero no ha estado bien, ni mucho menos,
pero, ¿por qué no se trata a todos por el mismo rasero? ¿Por qué para eso hay
que pertenecer a una casa poderosa que da crédito a los suyos al menos durante
una temporada, con contratos ya seguros? Así de injusto es esto. A ver si al
menos lo hecho por Javier Cortés le vale para algo, sin haber sido mucho, pero
al menos fue algo y hay alguien que recuerda su tarde del dos de mayo y a la
hora de confeccionar algún cartel por esas plazas de Dios se le viene a la
mente que a Cortés no le quitan lo valiente
Enlace programa Tendido de Sol del 29 de abril de 2018:
No hay comentarios:
Publicar un comentario