Agustín navarro ha aportado argumentos muy sólidos, para defender el tercio de varas |
Quizá fuera por lo extraño de la tarde en esa denominada
“Corrida de la Cultura”, en la que lo que primaba era el pintoneo feriante, el
toro a modo traído debajo del brazo, las ganas de convertir en histórico
cualquier cosa que se salga mínimamente del adocenamiento imperante y ese afán
por consagrar a lo que no se puede consagrar, que parece que a la afición de
Madrid se le ha pasado la oportunidad de darle la vuelta a un grito demasiado
habitual. Convertir una voz de queja en un canto de agradecimiento a un
picador, Agustín Navarro, que a punto de cerrarse la tarde, se ha querido
sentir torero y ha toreado. El único toro con pinta de toro de la tarde, el
sexto, de Victoriano del Río, al que ha citado desde lo alto de su montura,
ofreciendo los pechos del jaco, provocando la arrancada, para picar en lo alto
del morrillo, aguantando los embates del toro. Se lo sacaron de debajo del
peto, lo dejaron a distancia y ante la pronta arrancada de su oponente,
respondió con otro puyazo, simplemente señalado, de nuevo en el morrillo. Luego
ya vino lo que vino. La lástima en estos casos es que la simple ovación cerrada
no hace justicia con los merecimientos de este piquero, con otros a los a lo
peor se les aplaude por no picar. Entonces suele resonar una voz que dice eso
de: “¡picadoooor, que malo eres!”. Sería por la sorpresa, la falta de
costumbre, que no se respondió con un “¡picadoooor, que bueno eres!”.
Seguro que si le pregunta a gran parte del público asistente
a esa Corrida de la Cultura, le contestarán cosas diferentes, pero bueno, si
quieren, pregúntenselo. Monsieur Casas, don Simón, quizá tampoco les hable del
puyazo, porque él va por otros senderos. Por el momento ya montó este engendro
con ganado de cuatro hierros, un mano a mano entre un torero con muchos
kilómetros a los lomos y otro que pasó de ser la revelación el pasado año a ser
una figura en ciernes. Abrió el Juli con uno más que justito de Victoriano del
Río, que miraba a los engaños como un burro desorientado. Fue llevado al
caballo al relance, para, con la cara muy alta, intentar sujetarse en pie,
mientras simplemente le aguantaban el palo en el lomo. Después apenas ni
señalaron el puyazo. Hubo competencia de quites entre los dos matadores, pero
sin más. Ya en el último tercio, Juli empezó con muletazos muy trapaceros, el
toro se paró en seguida y el matador optó por acortar distancias, muleta
retrasada, pico, muletazos de uno en uno de los que el Victoriano salía como un
mulo, todo ello adornado con una intencionada parsimonia, para acabar con un
pinchazo y un bajonado ejecutado de esa forma tan peculiar y ventajista.
El tercero era un Alcurrucén que si acaso estaba gordo y
nada más, que medio cumplió en el caballo, tirando algún derrote y pegando
arreones. El animal perdía las manos y el matador, con criterio, se lo sacó por
abajo, a una mano, para ya en pie y la muleta en la izquierda, proseguir por
ambos pitones. La tomó con la derecha y aunque citaba al hilo del pitón, al
menos no atravesaba la muleta, llevando la embestida con la parte de fuera, sin
demasiadas ventajas. Que si me preguntan, les diré que es la segunda vez que
menos mal he visto a este torero, pero claro, es que ahora parece un triunfo y
una lección de torería el que un espada no abuse del pico, no abuse de esconder
la pierna de salida, de no retorcerse. Este es el nivel de exigencia al que
hemos llegado. Pero ya con la mano izquierda, ahí ya asomaron todos los vicios
y a medida que avanzaba el trasteo y el público se entregaba más y más, el Juli
fue más Juli, sin complejos. Muletazos y más muletazos, hasta hacer saltar la
banca. Media defectuosa que le obligó a descabellar y una oreja. Mi duda es si
ese público bullicioso solo habría pedido un despojo o si se enfrío por la
colocación del acero y el descabello, además de otro pinchazo cuándo se le
arrancó el toro inesperadamente. ¿Una oreja? Pues vale, una oreja.
El personal veía ya al madrileño ir en volandas camino de la
calle de Alcalá, pero le quedaba el de Domingo Hernández, que hasta parecía
querer empujar en el caballo, pero no le aguantaba el resuello. Y el poco que
le quedaba lo empleó en pegarle un revolcón a Ginés Marín, en una colada en un
quite a la verónica. Tomó elJuli la muleta, con la clara convicción de poder
abrir la puerta de Madrid, pero muy pronto se vio la condición del animal. Sin
fuerzas, se quedaba a mitad del muletazo, le obligaba a colocarse de nuevo, se
le vino encima por el pitón izquierdo y esa flojera cada vez más manifiesta,
hacía que solo se defendiera, haciendo que se esfumara cualquier posibilidad de
una celebración mayor.
Ginés Marín venía como la gran esperanza para muchos, pero
está muy lejos de aquel torero del día de las dos orejas y hasta ha dado la
sensación de venirle muy grande el traje de figura. Quizá estaría bien que
reposara todo y le dejaran irse haciendo y luego ya veríamos, que bastante
complicado es mantenerse y navegar por estos mar, como para de repente tenerlo
que hacer como almirante de la Mar Océana. A su primero, una raspa de
Alcurrucén, que se frenaba en el capote y que escapó alos terrenos de toriles,
le quiso fijar con verónicas a pies juntos, cediendo terreno. No se le pegó
apenas nada en el caballo, muchas muestras de mansedumbre y quizá le mantuvo en
el ruedo el que no se cayera, a pesar de su estado, precisamente por no
emplearse, por no meter en ningún momento la cara. Muletazos con la derecha por
ambos pitones, por alto y al tercero ya rodaba por el suelo. Mano alta para
evitar nuevas caídas, ya en los medios, con la zurda, demasiados latigazos y
demasiado pico, Tras quedársele parado a medio pase por el pitón derecho, optó
por el arrimón, aunque allí ya no había nada, alargando demasiado el trasteo.
El de Garcigrande no estaba para fiestas, no quería caballo
ni a empellones y el espada aprovechó para pedir el cambio tras un segundo
picotazo en el que el picador casi acaba cabalgando al toro. En la muleta no
hubo opción, se quedaba a medio muletazo y Marín tampoco es que hiciera
intentos por alargar la embestida, él ponía la muleta, atravesada y que fuera y
se diera el pase. Lo intentó y siguió intentándolo, pero solo se apeó del burro
cuándo vio como el animal buscaba una y otra vez las tablas. Este era malo y no
permitía fiestas, pero el sexto, el otro de Victoriano del Río, el único con apariencia
de toro era otra cosa. Peleó en varas, se arrancó con prontitud y codicia al
caballo, aunque de la primera vara salió como si aquello le hubiera aburrido
demasiado. Fue desde más lejos al segundo encuentro, para que lo parara Agustín
Navarro de la forma ya narrada. El toro tenía mucho que torear, requería mando
y quizá lo que menos necesitaba era que le permitieran tocar demasiado el
engaño. Mucho pico y parecía que Marín no era no solo capaz de conducir
aquellas embestidas, sino que además no parecía que fuera a frenar aquel ímpetu
toreando. Pico, carreras, sin correr la mano, venga a recolocarse una y otra
vez y con esa sensación de que el toro se le estaba yendo y al final, se le
fue. Que de esta corrida de la cultura unos habrán salido felices de ver la
Plaza de Madrid, otros de haber pedido una oreja, otros de haber hecho
amistades para el año próximo, pero otros, seguro que habrán salido oyendo en
su cabeza el grito que no se escuchó, ¡Picadoooor! ¡Qué bueno eres!
2 comentarios:
De la corrida me quedo con el tercio de varas al sexto toro, de saber que yerba fuma Maxi Perez, ese comentarista de voz engolada y de lo mal que ejecuta la suerte de matar El Juli. Lo demás, lo cómodo que estuvo El Juli con el tercero, un toro de los que sueñan estas figuras y de cómo acortó ahogando las embestidas del sexto Ginés. Un saludo.
La suerte de varas sorprendió a más de uno de los jaraneros,no tenían idea de que así se hace.
Antes era fundamental ser un buen caballista,para ser picador de toros.La mayoría salían de las ganaderías,a como salen los toretes ahora,los familiares de los toreros son picadores,antes eran mozos de espadas o ayudas.
M.D.S.
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