jueves, 25 de diciembre de 2008

Encastes del toro bravo

Casta Cabrera

Hoy en día, al hablar del encaste Cabrera, hay que hablar de la ganadería de Miura. Éste se puede considerar como único representante de este encaste y ha sido capaz de traspasar las fronteras exclusivas de la tauromaquia para ser conocida por todo el mundo, aficionado o no. A esto ha contribuido de forma determinante la leyenda de este hierro, por ser de esta ganadería los toros que hirieron de muerte a los matadores José Rodríguez “Pepete” (Jocinero, Madrid 1862), Manuel García "El Espartero" (Perdigón, Madrid 1894) Domingo del Campo "Dominguín" (Receptor, Barcelona 1900) y al más conocido de todos Manuel Rodríguez "Manolete" (Islero, Linares 1947).


Los miura son conocidos por algunos como los de la gaita, no sólo por la característica forma de su hierro, sino también por la forma tan peculiar de meter la cabeza alargando el cuello, ya de por sí bastante largo. Esas cabezas grandes y alargadas, con anchas sienes y coronadas por unos pitones bastantes desarrollados, gruesos y traseros, entre los que se pueden encontrar corniveletos, capachos y corniabiertos.


Llama la atención la longitud del cuello y su musculatura, con un morrillo poco prominente, al igual que el pecho, poco desarrollado, con escasa papada y poco badanudos. Son altos de agujas, con una caja muy voluminosa, huesudos y largos, tanto que según algunos matadores, parece que no acaban de pasar nunca.


También los caracterizan las diferentes capas que presentan: negros -los más habituales- , cárdenos, castaños, coloraos, y, ocasionalmente, sardos y salineros. Y las particularidades de chorreado, entrepelado, lavado, mosqueado, nevado y salpicado.

El toro de Miura es un animal que en ocasiones puede parecernos hasta primitivo, con un comportamiento nervioso, incluso a veces fiero, ágil, muy cambiante durante la lidia, que aprende muy rápidamente y al que, como dicen: “Hay que hacerle las cosas muy bien”.

La ganadería de la divisa verde y negra, en Madrid, o verde y grana en el resto de las plazas, es mucho más que la leyenda negra: es la heredera de un encaste que sería sólo un recuerdo en el caso de que el nombre de Miura desapareciera de los carteles.

martes, 16 de diciembre de 2008

Los mandones del toreo
¡Ladies and gentelmen! ¡Con ustedes dos mandones del toreo! Así podríamos presentar a estas dos reconocidas figuras, a estos dos maestros que despiertan pasiones allá donde van, los pilares de la fiesta de nuestros días; uno con una larga trayectoria, larguísima por cierto, y el otro por el futuro al que filósofos de la tauromaquia le auguran más éxitos que a César camino de la Galia.

Yo quiero colaborar con estos filósofos destacando algunos de los detalles por los que las masas pierden el sentido; cuáles son los pilares sobre los que edifican su tauromaquia. Que gran palabra para ser pisoteada. Lo que se rompieron la cabeza los maestros primigenios, Pepe Hillo, Pedro Romero, Francisco Montes, Cúchares y más recientemente Joselito, Belmonte, Domingo Ortega, Marcial Lalanda y muchos más, para acabar en el “sembrao” en que estamos ahora.

Pero de verdad que no pienso que haya que mandar a estos fenómenos al paredón, incluso me atrevería a pedir un poco de indulgencia para ellos, pero, todo tiene un pero, si estos muestran un mínimo de arrepentimiento y propósito de enmienda; aunque probablemente será más fácil que la luna se vuelva verde, que el que estos divos se bajen del pedestal.

A mí me gustaría que alguien me explicara como en un natural, como en este de Enrique Ponce, y teniendo en cuenta el punto de vista desde el que está hecha la fotografía, se puede ver la muleta casi de frente y la cara del toro casi al completo, excepto lo que cubre el “pico de la muleta”, viniendo el animal casi de frente, sin ningún tipo de sometimiento. Según mi parecer esto se llama dar pases, no torear, torear es otra cosa. Pero al menos la pierna contraria no está allá por Lima, los pies están juntos, vale, no se carga la suerte vale, pero no está escapando antes de rematar el pase. ¡Rematar el pase! ¿En que estaría yo pensando? Tal y como se ve el lance en la foto, el toro está a punto de perder de vista la muleta, con lo que el pase acabará delante de la cadera del torero. Resumiendo, en lugar de un natural es un simple espanta moscas, suerte no incluida en ninguna tauromaquia y no descrita en ninguno de los densos tomos del Cossío.


Pero esto es el presente que está pasando pasito a pasito. Miremos al futuro, del que siempre se desea que sea esperanzador. Y hoy en día, según todos los “sumum cacúmenes taurómacos” el futuro es Miguel Ángel Perera, el heredero. El ya maestro que ha sentado cátedra allá donde ha aparecido, el mismo que se dejó marchar una tarde de gloria y la cambió por una tarde de tragedia. Y yo nunca afearé el pundonor y vergüenza torera de nadie vestido de luces, pero eso tampoco es torear. Y tampoco es torear porque después de derrochar valentía a chorros, se pasó una tarde entera citando con el pico de la muleta, retrasando hasta la exageración la pierna contraria y basando su toreo en la sosería y la mediocridad. Aunque esta foto no es de esa tarde “triunfal” de Madrid, si sirve para ilustrar una forma de hacer.

Seguro que siempre habrá quien me diga que se hincha a dar pases, como me decía un compañero de localidad este año en Madrid, pero ¿torea? Para mí que no. Aunque todavía tengo la esperanza de que vuelva al camino que empezó en sus primeros momentos de matador de toros, días en los que los toros le cogían de la misma forma que lo hacen ahora, pero echando la pata pa’lante y con la muleta plana y rematando los pases atrás. Y es que eso si era verdad, esto la verdad es que no se sabe qué es y si se sabe, es mejor no decirlo. Sonaría mal.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Encastes del toro bravo

Desde hace siglos, quizás milenios, se ha criado el toro bravo en la península ibérica, especialmente en las cuencas de los grandes ríos, Guadalquivir, Tajo, Guadiana, y en Salamanca en los alrededores del Yeltes y el Huebra. En cada zona existía un tipo de ganado que a lo largo de los años, especialmente desde mediados del siglo XIX, han sido sustituidos por un tipo de toro adecuado para su lidia. Esta ha sido la que con su propia evolución ha marcado la selección del toro, sobre todo por su presencia y comportamiento.
Así se ha llegado a un toro más homogéneo, que incluso ha originado la práctica desaparición de algunos encastes o que otros permanezcan en algunas ganaderías, casi de forma testimonial. Lo que me propongo es ir ilustrando poco a poco, y sin ningún afán científico, la apariencia de cada uno de estos encastes y sus posteriores cruces que originaron otros nuevos. Seguramente algún aficionado echará de menos a alguno de ellos, lo cual no es tanto por olvido, como por no poder contar con la documentación necesaria para realizar su correspondiente ilustración.



Casta Navarra

Los ejemplares navarros solían ser pequeños y de capa colorada, rasgos que les diferenciaban del resto de encastes, junto con su comportamiento agresivo, lo que hoy definiríamos como picante.

Fueron especialmente famosos los carriquiri de finales del XIX y principios del XX, pero que no tienen nada que ver con los que se anuncian actualmente con ese mismo nombre. Aquellos eran pequeños, finos, aleonados, con una cabeza pequeña, morro ancho y ojos grandes. A esto hay que añadir unos pitones pequeños y veletos de color acaramelado.

Quizá uno de los principales motivos de su desaparición de las plazas fuera el hecho de que, aunque según los antiguos aficionados eran de una bravura extraordinaria, no ofrecían un comportamiento acorde con el tipo de lidia actual, en la que se requiere una mayor colaboración con el torero. Eran, siempre según antiguos cronistas, un ganado duro, con nervio y movilidad, aunque sin la nobleza que exige la tauromaquia que se ha venido desarrollando desde la primera y segunda década del siglo XX hasta ahora.

miércoles, 29 de octubre de 2008






Ya se acaba la temporada, ya no nos queda nada más que prepararnos para el invierno y aguantarnos la afición, cada uno a su manera, leyendo, viendo vídeos, visitando ganaderías o dibujando toros y toreros, como es mi caso. Y luego, en primavera, cuando volvamos a las plazas, todo lo que hayamos visto y leído se lo tiraremos a la cara al primer compañero de asiento que se nos ponga por delante, o al lado. Y es que no hay nada mejor para ser un buen aficionado, que leer, leer y leer, lo de ver toros no importa tanto o por lo menos eso es lo que parece cuando vamos a los toros y oímos las cosas que oímos. Parece como si a la gran mayoría les lavaran el cerebro y les grabaran a fuego las doctrinas que valdrán para justificar a las figuritas, cuando vayan de tropelía en tropelía, cortando orejas e indultando toros hasta en las plazas de carros.
Este tipo de aficionados son verdaderos compendios de tópicos, son esos que se saben el número exacto de corridas de cada matador, están al tanto de todos los programas de radio y televisión, e incluso ¡acuden a conferencias! Esto ya es ser un aficionado de verdad, aunque luego se les ponga delante a un toro bravo y si el maestro no corta orejas, el toro no vale, aunque se coma los trapos y se lleve en volandas al caballo. Pero si el matador corta orejas, que parece ser que es lo único que importa, al toro se le aplaude, se le indulta y si hace falta, se le invita a merendar, que para eso nos hemos traído un bocadillo de metro y medio con el nombre de la peña en pan y relleno del pata negra de mi suegra, que los cura ella misma en el pueblo oiga.

Yo muchas veces he pensado y he dicho, que las orejas habría que eliminarlas. O mejor dicho, el dar orejas como trofeos, porque con tantas que dan por ahí, parece que de verdad existe una campaña para dejar a los toros sordos. Quizás entonces no se jalearían tantos desastrepases, ya que no habría presidente al que ir presionando durante la faena.

Estos herederos de don Alfredo Corrochano son los que después de años de aguantar a un torero que no destaca por nada bueno, pero eso sí, ha hecho saltar las estadísticas pegapasistas por los aires, deciden que lo convierten en maestro ¡toma ya! Pero no maestro de la eme con la a “ma”, no maestros como si se trataran del mismo Domingo Ortega. Basta recordar a Dámaso González, a quien se le contaba el número de pases en Madrid, pero de la noche a la mañana, a base de pico, vulgaridad y temple, que también hay que reconocerlo, le nombran maestro. Hoy día algo similar ocurre con el Fundi, cuyo mérito es durar muchos años. Como en el caso anterior, no se le puede discutir ni la honradez, ni las ganaderías que ha matado, pero de ahí a maestro hay un trecho muy grande. Y otro que quizás entre en este saco será Pepín Liria, el torero que más “toros malos” le ha tocado matar, aunque nadie parecía darse cuenta de un tic que mantenido durante años y era el moverse antes de acabar los pases, acortando él mismo la embestida del toro y enseñándole a revolverse antes de tiempo. Pero como el hombre, también honrado donde los haya, ha aguantado muchos años, pues hala a hacerle maestro.

Cuantos maestros y que pocos toreros de verdad tenemos en el panorama actual y que conste que no me quiero cebar con estos trabajadores del toreo, no, lo que pasa es que a los otros maestros, los Ponces, Julis, Finitos y resto del claustro, ya les tocará su turno otro día.

jueves, 23 de octubre de 2008


Qué difícil y qué fácil es hablar de toros. Difícil, porque como casi todas las artes, está llena de matices, de interpretaciones, y puntos de vista, aunque, en mi opinión, siempre debe respetarse la esencia clásica de la lidia del toro. Esto es, ejecutando las suertes según la tauromaquia clásica; ¿Que de esa forma los toros pueden coger a los toreros? Pues claro, pero de eso se trata, de que el toro tenga una mínima oportunidad y de que el torero no resulte cogido. Y no es que yo desee que cada tarde salgan los tres espadas por la enfermería, ni mucho menos, pero esa es la forma de que su arte no sea una pantomima y de que sean, con todo derecho, los héroes admirados como ningún otro ser, después de haber sometido a un animal tan fiero como el toro bravo.

Y al mismo tiempo es fácil hablar de toros porque cualquiera de nosotros nos creemos en poder de una verdad absoluta que nos permite expresar tranquilamente los fundamentos de nuestra particular tauromaquia, demostrando así nuestra ignorancia - y que conste que no me excluyo de este grupo-. Aunque yo tengo claro que no la tengo, no soy como creen muchos “un taurino que sabe mucho de toros”. Sólo me considero un aficionado que sí sabe cómo le gusta que se hagan las cosas en la plaza, fuera de la plaza, al prepararse los carteles, al criarse los toros en el campo y hasta cómo me lo cuentan los sabios del toreo.

Se me hace muy difícil digerir las opiniones de gran parte de la prensa especializada, cuando de una faena mentirosa y llena de trucos, me quieren hacer creer que ha sido una faena “para aficionados” y, en cambio, otras en las que el torero se ha jugado la cornada en el muslo ante un toro de verdad, me cuentan que no ha estado tan sublime como Joselito con los seis de Vicente Martínez en la segunda década del s. XX.

Hoy parece que se valora más el arrimón ante un toro ya parado de por sí, que ponerse a dos o tres metros, adelantar la muleta, sin estridencias de contorsionista, esperar la arrancada, embarcar la embestida, pasárselo muy cerquita llevando al toro toreado y darle la salida rematando el pase atrás, quedándose colocado para el siguiente y así una y otra vez, hasta que el propio toro obliga a que se cierre la tanda con el de pecho. Así de fácil ¿no? Lo malo es que de esta forma los toros cogen más a los toreros, pero para eso también tenemos la coartada preparada: si le cogen los toros es que no es buen torero. Lo dijo Blas, punto redondo. Pobres los Joselito, Manolete, Granero, Antonio Bienvenida y tantos otros, que cayeron por “no ser buenos toreros”. Y otros que, aunque no dejaron su último suspiro en el ruedo, salieron demasiadas veces en brazos de peones, monosabios, areneros, y muchos más, tapando con sus manos las bocanadas de sangre que salían de las heridas, que para esos matadores de toros eran el orgullo de su profesión.

A mí me queda el consuelo de intentar plasmar sobre el lienzo o el papel la forma de torear que me gustaría ver unas cuantas veces por temporada, esa que aprendí desde pequeño, cuando mi padre me decía: “No eches la pierna atrás” o “ya no agarra nadie la muleta por el centro”, aunque luego corregía la frase diciendo: “Por el centro justo no, un poco más atrás, así, como la cogía Pepe Luís”. Y yo toreaba y toreaba con mi muletita y mis lápices de colores, sin saber quién era Pepe Luís, Manolo González o Pepín Martín Vázquez, pero al Viti sí, a ese sí le conocía desde muy pequeñito.