jueves, 28 de noviembre de 2013

El Juli, anclados en el pasado, anclados en la trampa

Para los no anclados en las cosas del pasado


Me rindo ante las mentes clarividentes, las que te muestran el camino, las que te dan la solución a tus búsquedas de años, las que tienen ese don de iluminar el mundo con su presencia, con ese pisar seguro y elegante y esa palabra que embruja y que subida en una voz angelical te hace sentirte en el paraíso. Llevamos una eternidad intentando clasificar a los que visitan una plaza de toros, que si toristas o toreristas, taurinos o no taurinos, público o aficionados, maleducados o cívicos ciudadanos. Tantas y tantas divisiones que nunca satisfacen a nadie. Pues ha tenido que ser Julián López el que nos ponga a cada uno en nuestro sitio. ¿Quién si no, podría conseguir tal hazaña?

En unas declaraciones que han circulado por el mundo de los Toros como un reguero de pólvora, el maestro de Velilla de San Antonio ha afirmado que el mundo del toro se ha quedado anclado en muchas cosas antiguas. Si es que no se puede decir mejor. Se acabó la cuestión, la separación definitiva y que perdurará por los siglos de los siglos será la de anclados en las cosas  antiguas y lo que no se han anclado, lo que no quiere decir que necesariamente vayan a la deriva. Ahí está don Julián para marcar el rumbo hacia los puertos de la modernidad. Pero claro, no todos tenemos esa visión tan rápida y certera del Toreo, algunos a pesar de todo seguimos devorados por las dudas. ¿Lo del ancla y lo antiguo es bueno o es malo? ¿Qué ley o que criterio dice que lo pasado es malo por definición y lo moderno es bueno? O viceversa. ¿Quién está capacitado para decidir esto o quién le ha permitido revestirse con esa dignidad de máxima autoridad taurina? ¿Quién es nadie para decidir sobre los gustos personales de cualquier hijo de vecino? ¿Qué mal ven en ese pasado del que tanto se reniega y que tan peligroso parece para el futuro de la Fiesta de los Toros? Que don Julián lo tendrá muy claro, para eso es un iluminado del Toreo, pero para los simples paganos, esto se nos queda muy lejano y demasiado oscuro.

Que uno pensaba abrazar la modernidad, pero ahora empiezo a pensármelo; y es que no es la primera vez que me ocurre esto con don Julián, que de primeras me emociona y me pongo de hinojos ante su majestuosidad, pero a nada que me empieza a doler el espinazo empiezo a encontrarle pegas a su filosofía taurina y paso al polo opuesto. Me vence esa sensación de sentir que me están queriendo colar una milonga, con el único fin de que veamos el presente llenos de benevolencia y sentida y ciega idolatría hacia don Julián y sus compañeros. Mucho pedir, ¿no? No digo yo que eso no sea posible, ni mucho menos, pero claro, si uno se pone a hacer memoria, pues la cosa se pone muy cuesta arriba. Resulta que en los últimos años ni a El Juli, ni a ninguno de la patrulla de los modernizadores se les ha visto con un toro, que entre todos se matan camadas enteras de ganaderías descastadas, criaderos en serie de mojicones desmochados, con un tipo anovillado que echa para atrás. Que a pesar de todo son habituales los mítines matinales en los corrales de las plazas que han osado cometer el delito de contratar corridas que a ellos les parece que no entran en la muleta y sacadas de tipo, sin importarles dar un espectáculo más que lamentable, como el que se ha producido en las últimas fechas en las plazas de la América taurina. Que hay encierros que ofenden a la vista, al aficionado y a cualquiera que tenga alguna inclinación favorable hacia la Fiesta.

El ver escenificado este progreso, esa evolución, el arte que tanto reivindican, es para que te pille bien merendado, porque si no, igual sufres un shock catatónico irreversible. Esos bailes con el capote, esa filfa de tercio de varas, esas faenas insulsas y vulgares aderezadas con estrambóticos retorcimientos y como cierre, las estocadas por la espalda. Todo quiere recordar eso que llamamos toreo, pero tiene tanta trampa, tanta mentira y ofrece tan escasas oportunidades al toro, que resulta ofensivo para los espíritus con una mínima sensibilidad. Eso sí, reconozco que si esto le gusta a alguien, es casi imposible que le guste lo de siempre, y por lógica, así debería ser. De la misma forma que el aficionado del toreo eterno se tiene que sentir incómodo, estafado, incomprendido y hasta agredido. Es fácil que el torero madrileño ande por México firmando fotografías de sus últimas actuaciones por aquellas tierras. Se sentirá tan orgulloso como avergonzado y escandalizado el aficionado que ve esos cebones con unos pitones de media cuarta escasa. Eso es modernidad.

Resulta curioso, pero cuando escucho esa cantinela corporativa de la torería del momento de la modernización, que lo moderno es lo bueno, que venga y venga con la modernidad, me suena a esos discursos de los regimenes totalitarios que auguran un nuevo orden, un nuevo status en el que todo el mundo vivirá en esos paraísos soñados para los más desfavorecidos. De repente todo se convierte en la más maravillosa de las utopías. Pero en el toro además hay que tomar en consideración que esta “evolución”, que es otro de esos eufemismos con que nos quieren colar el sapo, será manejada y llevada a término por una pandilla de chavalines que se autoproclaman artistas, que deciden por todos lo que tiene que gustar, que de pronto todo lo pasado no sirve, porque como sólo les ocurre a los grandes hombres, piensan que nuestros ancestros eran bobos perdidos y que los listos son ellos. Vamos, que nos ponemos a enumerar sus logros y es para echarse a correr; si es que no se puede aguantar tanta “evolución” de golpe. Ni se plantean que de tanta ocurrencia pueda ver algo que no sirva, si a ellos y a sus satélites les va bien y sacan su buena pasta con el menor riesgo posible, entonces la cosa marcha y pasa el control de calidad.


Siempre me pasa lo mismo, si es que al final acabo encabritado con las cosas que este chico y sus camaradas dicen cuando se ponen filósofos. ¡Ay Señor! Pero como no quiero pecar de imprudente y precipitado, voy a hacerme una lista con los éxitos que les han permitido deshacerse de ese pesado ancla del pasado: Desprecian cualquier hierro que no sea de su confianza, imponiendo estas ganaderías allá donde van; han convertido su toro en una caricatura de lo que siempre ha sido; no dudan en atacar e intentar echar abajo la historia del toreo, con tal de verse favorecidos; han llevado mucho más lejos de lo permitido la minimización del riesgo; han creado un guetto en las ferias, no permitiendo que ningún otro matador, especialmente los que les pueden hacer sombra, alternen con ellos; no dudan en enfrentarse a los presidentes, al público o a cualquiera que no les dore la píldora, exhibiendo una soberbia más que sobresaliente, auspiciada por una evidente ignorancia que sus aduladores se encargan en disimular; entre estoques de carbono, muletas más ligeras que la gasa, esos proyectos de puyas con tallas, puyas retráctiles y vaya usted a saber qué, han convertido el toreo en un baile grotesco; han eliminado la suerte de varas; han desterrado la lidia del toro, pues lo que les sale a ellos ya viene lidiado del campo; han empujado a la Fiesta hacia el rincón donde los antitaurinos, los políticos, los asépticos, los aburridos, los charlatanes, los oportunistas y cualquiera que se preste, se ceban zurrándola de lo lindo y convirtiéndola en la culpable de todos los males de la Humanidad; urden en la administración pública para pasar de uno a otro ministerio, para que se hagan declaraciones oficiales que no sirven para nada y para que progresen proyectos vacíos que sólo se detienen en lo accesorio y no en lo fundamental; enredan y enredan con iniciativas que no arreglan nada, pero que les sirve para intentar dar una imagen de cercanía que no tienen, algo parecido a esas fotos y películas en las que un señor se hacía fotografiar rodeado de niños, pobres o enfermos, sin que estos le importaran lo más mínimo. Y creo que voy a parar, porque veo que me va a salir una lista mayor que la guía de Teléfonos, eso sí, a ver si don Julián nos aclara donde estamos, anclados en el pasado, anclados en la trampa.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Mentir es pecado

Si el toro lo es de verdad, no hay mentira que le resista


Hubo una vez, hace mucho, que me dio por pensar, para ver qué era eso, si dolía, si te hacía cosquillas o si te producía urticarias o algo parecido. No hubo nada de eso, pero tampoco fue la cosa como para tirar cohetes. Pero ya que me lanzaba a este mundo de lo desconocido, tenía que intentar caminar por campos más o menos cercanos y no se me ocurrió otra cosa que pensar en esto de los Toros. Me dio por acordarme de cosas escritas por esta grada y de las respuestas de algunos lectores, de las opiniones que por ahí se leen y se escuchan de los taurinos oficiales y me quedé más que sorprendido; la mayor exigencia de todos estos señores para asegurar la supervivencia de la Fiesta de los Toros es la mentira. ¡Cágate lorito! Señores tan bien plantados, tan respetables y bien relacionados, tan educados, moderados y ceremoniosos, los de maestro por aquí, maestro por allí, van y te ordenan que mientas, como ellos deben hacer todos los días. ¡Qué sí, qué sí! Que es verdad, que para ser un taurino de bien hay que ser un mentiroso, o por lo menos, como se dice ahora, “hay que faltar a la verdad”. Igual en ese caso dejamos de ser mentirosos y pasamos a ser unos faltones, pero si según ellos uno ya lo
es, casi me quedo como estoy. Pero bueno, sigamos.

Ya lanzado a eso de pensar, seguí cavilando y llegué a la conclusión de que poco futuro y poco presente puede tener algo que se construya sobre una mentira. Es como levantar un rascacielos sobre un cenagal, igual queda muy bien en apariencia, se venden todos los apartamentos, pero tarde o temprano, eso se vendrá abajo y como las mentiras, cuanto mayores, peor será el porrazo. Los constructores dirán que ya se han embolsado sus buenas perras y que se las apañen los que pusieron todas sus ilusiones y ahorros en esa casa, que hubieran elegido mejor, ¿no? Pues ahora, haciendo un sobre esfuerzo mental, uno va y proyecta este ejemplo sobre el mundo del toro. Unos depositamos nuestras ilusiones, nuestras pasiones y hasta nuestras pocas perras en ir el toro y ¡Cataplum! de repente se nos viene encima y todo se va a tomar viento.

Resulta que si somos testigos de un fraude, nuestra obligación es aclamar al infractor y no digo delincuente por no molestar a esos señores de bien. Ves que te sueltan becerros por toros, mojicones desmochados por toros, inválidos por toros y lo que tú pides son toros y protestas, pues ya estás atacando la Fiesta, eres peor que los antitaurinos. Hay que callarse, decir que el ganado era muy bonito, muy en tipo, muy serio, muy bravo y encastado, aunque luego eches a correr buscando un confesor de guardia, pero tu alma no importa, hay que proteger el negocio. Que sale un tramposo descoyuntándose y pasándose el torillo allá a lo lejos y con unas precauciones fuera de los límites imaginables, pues eso es arte, la forma de expresarse del de luces y hay que jalearle y hasta hacer que se pierde la cabeza ante esa imagen bochornosa. Hay que mentir, hay que hacer que gusta, sin gustar. Hay que hacer creer a otros que esto es el no va más, porque si no es que eres un derrotista.

Pero esa mentira está tan bien instalada, que ya hasta a los mismos profesionales del toro les pretenden colar sus falacias. Resulta que van y montan sus huelgas y sus plantes a ser televisados, se enzarzan en un jaleo mal planteado para cobrar por los derechos de imagen, ¿se acuerdan? Y según decían, todo aquello era para salvaguardar los intereses de los más modestos. Esos a los que no permiten entrar en sus carteles, no vaya a ser que en una de estas llegue un proletario de esos y les descubra. Si acaso en contadas ocasiones en plazas escondidas del mundo. Que si hace falta, se pega un telefonazo al empresario que sea, se le pide amablemente que a uno por ser figura le incluyan en un cartel y le importa un pito que levanten de este a un compañero que iba a torear sólo esa corrida en toda la temporada. Pero eso sí, ellos, los figurones, luchaban por defender a los que menos torean. Vivir para ver. Sólo tenemos que pararnos dos segundos, esta vez sin necesidad de tener que pensar, que tampoco es bueno abusar, y ver las situaciones de unos y de otros, de los de arriba y de los de abajo. Los primeros se contratan hasta para actuar en las ferias entre los coches de choque, los coches chocones, como dicen en mi pueblo, junto a la tómbola, el perrito piloto, el tren de la bruja y el gusano loco; y es que no ha habido nadie que les haya explicado lo que quiere decir feriantes. Y los que menos torean y que se agarran a un clavo ardiendo por poder vestir de luces y llevar tres pesetas a su casa, resulta que son tuneleros, los culpables de que haya unos jetas que les ofrecen nada y menos por torear y o lo toman o lo dejan, rechazando unos dinerillos que les vendrían muy bien para ir a la compra. Pero los de arriba, los que se han autodesignado como reguladores de todo el tinglado taurino, los meten en el mismo paquete de los tuneleros que quitan a un compañero del cartel a costa de cobrar menos que este. Lo que da que pensar que aquellas reivindicaciones no eran lo que decían, o sea, que era una mentira más.

Pero la cosa no queda sólo ahí, ni mucho menos, pretenden modificar el pasado a su antojo y decir que no pasó lo que pasó y que pasó lo que no pasó. Algo parecido a aquella novela de 1984, en que el poder reconstruía la historia como mejor le venía. Corregían lo publicado en la prensa, las noticias de los informativos y hasta hacían que las personas no convenientes no hubieran existido jamás. Pero claro, eso lo podía hacer el Gran Hermano que todo lo veía, pero estos no creo que tengan tanto alcance. No me imagino yo a dos mozos engominados con el “pulóver” sobre los hombros, pantalón de pinzas y zapatitos sin calcetines entrando en mi casa y arrancando las hojas conflictivas de mis libros de toros, rayándome el Cossío por todas partes y quemando vídeos y fotos de otros tiempos, además de hacerme un lavado de cerebro como si me hicieran la permanente, pero quién sabe, igual esa es la segunda fase.


Que la mentira es un pecado y una fea costumbre, y el obligar a pecar al prójimo para favorecer a otros pecadores mayores es ganarse cuanto menos, el purgatorio, sino la eterna condena a las llamas del infierno. Si vemos algo malo, no podemos declarar que es bueno, magnífico, excelso; si nos engañan, habrá que decirlo, quejarse y protestar; y el silencio, aunque no lo crean, es otro pecado, pues es otra forma de mentir y si además te cuesta dinero, es de bobos. Sólo faltaba eso, que fuéramos de cabeza a las calderas de Pedro Botero y que encima el cornudo con cola y tridente se partiera la caja carcajeándose en nuestro hocico. Bastante se ríen de nosotros los taurinos y sus huestes, burlándose de nuestros gustos, nuestras preferencias y nuestras debilidades ¡Qué no! Que no me convencen, que no y no se hable más. Se acabó, porque “mentir es pecado”. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Últimas noticias del S XXII.

Imagen encontrada en el yacimiento arqueológico de la antigua villa de Trigueros, que representa un toro en libertad, allá por el s XX


El ex toreador Julián López, El Juli IX, descendiente de aquel maestro de principios del siglo XXI pionero del arte del toreo baile o toreo danza, ha dado una clase magistral en el aula magna de la Facultad de Fisioterapia de la Universidad Rey Felipe de Seseña. El tema de su exposición versó sobre los daños cervicales de los artistas que participan en las representaciones de Danza toreadora y de las posibles opciones que puedan disminuir estos riesgos de traumatismos, que tantas secuelas dejan en el colectivo de bailarines.

La empresa “Orejas y Trofeos” abre una nueva sede en Manresa. Gracias a la gran demanda de orejas artificiales, casi exactas a las que hace décadas se entregaban como premio a los artistas toreadores, se ha visto obligada a inaugurar una nueva planta en Cataluña. De esta forma los pedidos de esta parte de la península se podrán servir en menos tiempo. No hay que olvidar que en la temporada de baile del año anterior, sólo en Cataluña se entregaron 12.586 orejas artificiales. La mayoría fue en las plazas de Barcelona capital, del cinturón metropolitano y ya a más distancia las de las demás áreas de esta zona.

En el Pabellón Polivalente de Madrid, Las Ventas Arena, ubicado en lo que se piensa que en un futuro pueda llegar a ser Villa Olímpica de Madrid, se ha instalado un nuevo sistema de votación electrónico que garantice un conteo más exacto de los sufragios que consiga cada toreador. De esta forma será más justa la puntuación que obtenga cada uno, acumulándose estas para el campeonato europeo de danza toreadora, cuya final tendrá lugar en la bella ciudad de Sarajevo. De esta forma se conmemorará el cincuentenario de la apertura de puertas de esta plaza.

Justo Fashion Diseño presentará en breve su nueva colección de modelos para toreadores, toreadoras y bailarines prácticos. Cabe destacar la vuelta a las faldas largas y falda pantalón, incorporando diseños de estampación clásicos, como el toro mecánico, el picador autómata y los banderilleros voladores, de tan larga tradición en este espectáculo.

El zoo de Madrid ha conseguido que naciera un toro de lidia empleando los antiguos métodos tradicionales, ya arcaicos, como es el empleo de la epidural bovina o la extracción por absorción del ternero recién nacido. Hacía 36 años en que no se producía un acontecimiento de este tipo. Lo que aún debe decidirse es si la nueva cría será trasladada a la reserva natural de Campocerrado, en Salamanca, para así poder reproducir lo más fielmente posible el ecosistema en que vivían los legendarios toros de lidia. No obstante, parece que esto no impedirá que los colegios puedan seguir organizando excursiones para jugar al corro de la patata biónica con estos animales.

La candidatura de Madrid 2112 incorporará en su programa de deportes el lanzamiento de banderillas, picar trasero y pegapases invertidos, dentro de la disciplina de Tauronismo, el antigua taurining. No hay que olvidar que la confederación hispánica cuenta con varias campeones mundiales en este deporte, siempre con permiso de los espléndidos banderilleros finlandeses los pegapases de la escuela japonesa, verdadera revolucionaria en este campo.


Los actores que habitualmente vienen representando “La corrida” en los terrenos de la antigua plaza de Madrid, Las Ventas, se han declarado en huelga mientras no se solucionen los problemas de los derechos de imagen de los actores cuando se televisan estos espectáculos. Igualmente, el colectivo de actores que hacen de toros han amenazado con secundar los paros, ya que “Aunque no se nos vea el rostro, sin nosotros no hay show posible”, han declarado fuentes bien informadas.

Los propietarios del encaste Veragua, los descendientes de don Tomás Prieto de la Cal, han demandado al otro criador de símil de toro de lidia de Andalucía, por pretender este decir que tiene animales puros de Veragua. Aseguran que ellos son los únicos que poseen esta sangre, lo que les dificulta la cría de este ganado, aunque no pierden el ánimo y creen que pronto saldrán del bache en que se encuentran desde hace un tiempo.

Un grupo de arqueólogos de la Universidad de Sevilla ha descubierto los restos de la que en su día fue mundialmente conocida como Plaza de la Real Maestranza. Según parece, en dicho lugar se celebraban las corridas de toros, un espectáculo que hizo famosa a España por todo el mundo. El edificio albergaba unas 15.000 personas, aproximadamente, pero la decadencia del deporte que allí se celebraba evidenció la inutilidad de mantener un espacio infrautilizado en el centro de Sevilla. La ubicación exacta parece ser que coincide con el edificio de la Subdelegación del Gobierno en materia de Psicología y Bienestar Animal, el mismo lugar del que hay que expulsar continuamente a las familias sin techo, que tanto afean esta bella construcción dedicada al bello fin de mantener un medio idóneo para el buen vivir de los animales.

Una redada de la Policía ha desmantelado una red de difusión y exposición de imágenes y vídeos de contenido inmoral, violento y que atentaban contra la moral de los animales y personas de bien. La dureza de las imágenes parece ser que ha obligado a que los agentes tuvieran que ser sometidos a sesiones extraordinarias de lavado de cerebro y limpieza de la memoria. Los efectos aparecieron casi inmediatamente tras el visionado de unos señores delante de un toro bien con una tela grande que sujetaban con las dos manos o con una, portando a la vez una espada de considerables dimensiones. Los policías empezaron a imitar lo visto. Con las cazadoras hacían que un compañero la siguiese haciéndole girar en torno suyo, mientras los demás lo jaleaban. El director del Instituto contra la Pobreza y la Mendicidad Urbana, don Wellington Anselmi, el mismo que redacto la ley “El hombre no merece tener derechos, los animales sí”, afirmaba que era algo bochornoso y contrario a la sensibilidad animal, con un poder oculto que hacía que te entusiasmaras y emocionaras viendo torear a esos señores vestidos con unos trajes que reflejaban las luces con unos brillos que pueden ser los causantes de la enajenación producida al entrar en contacto visual con ellos.

Como ya viene siendo tradicional, la próxima semana se celebrará el nacimiento del Tauronismo, con la quema simbólica de obras de bárbaras y ya desaparecidas, como el Cossío, Juan Belmonte matador de Toros, toda la poesía de la generación del 27, nacida en el siglo XX, en especial el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, así como todas las obras que pudieran recordar aquellas prácticas tan dañinas para los animales, como la Tauromaquia de Goya y Picasso. Según han informado las autoridades, en esta ocasión se tendrá especial cuidado para evitar posibles manifestaciones faltas de decoro y que pudieran afear la ceremonia, como las protagonizadas en otras ocasiones por las asociaciones pro derechos humanos y defensoras de la dignidad humana y de la cultura. Esos grupos subversivos que viven anclados en el pasado y que egoístamente piden a favor del hombre y se olvidan que el bienestar animal es lo primero, lo que nos convierte en seres más sanos mentalmente y hermanados con la madre Tierra.


Ha fallecido el conocido como “El último taurino”, Juan José Vázquez Ortega, del que se decía que era la última persona viva que presenció una corrida de toros tal y como se celebraban hace décadas, incluyendo el picar a los animales y clavarle pares de unos palos de colores llamados banderillas, para luego matarlos con una espada ligeramente curvada. El longevo don Juan José afirmaba haber visto a José Tomás, un torero que debió tener cierta fama allá hace casi un siglo, junto con los que denominaba los enterradores, aunque nadie sabe a quienes se refiere, pues no se tienen datos de los nombres de los que respondían a esta fúnebre denominación.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Curro Romero y Morante, artista genial y aspirante sin aspiraciones

Y le graduaron con el diploma de artista excelso y único.


Hace unos días estaba hablando de toros con un amigo, un joven amigo, pero con muchas ganas de aprender todo lo que tenga que ver con el toro, quizá una misión imposible, pero que es digna de alabanza. Él se encuentra en esa posición de separar el trigo de la paja y toda la información que le llega tiene que pasarla por el cedazo de su afición para poco a poco conformar su mapa de lo que ha sido la Fiesta a lo largo de la historia. Aunque esta depuración de datos cuenta con toda la minuciosidad de que es capaz, a veces se le cuelan opiniones tendenciosas y malintencionadas, con el único objetivo de ensalzar a un torero del presente, sin preocuparse si el nombre de un verdadero maestro queda dañado o no; les puede más el figurar como palmero oficial, que como aficionado cabal. Justo lo contrario de lo que desea mi amigo.

En tal conversación, mientras me sometía a un riguroso, y muy satisfactorio, interrogatorio de primer grado, llegamos a la figura de Morante de la Puebla, ese torero al que se le ha colgado el cartel de artista, de genialidad, excentricidad y creatividad extrema, pero que lleva ya un tiempo en el que no ha obtenido ningún triunfo rotundo que ponga de acuerdo a los taurinos 2.0, a los fieles de la fe morantista y a los aficionados rancios y frustrados que abogan por el toreo y la Fiesta de siempre, la que no ha evolucionado a golpe de trampas y maniobras fraudulentas, por el toro íntegro, encastado y con presencia, esos a los que no se sabe como clasificar y que unos llaman toristas, otros talibanes, otros integristas, otros amantes de la tragedia y no sé cuantas bobadas más.

Para mi amigo Morante es la representación más excelsa que se pueda imaginar del arte torero, el más grande de todos los tiempos, los pasados, presentes, futuros y los que están por inventar, pero claro, hay cosas que son difíciles de pasar así a palo seco. Tanta irregularidad, tantos detalles sueltos y ninguna obra completa, tan poco toro y tanto delirio que no siempre se llega a comprender, es lo que le llevó a cometer un sacrilegio de suma gravedad, aunque sirva como atenuante esa leyenda que se extendió en los últimos años en el ruedo de Curro Romero, el Faraón de Camas. Sin pensarlo me soltó: “yo creo que Morante es un estilo a Curro Romero”. ¡Noooooo! Él, mi amigo, tranquilo hasta desesperar a los que le rodean y cándido, expuesto a mentes perversas y retorcidas, se me quedó mirando sin saber qué hacer, si arrodillarse rogando mi perdón, si encomendar su alma al Supremo antes de que servidor le ajusticiara o flagelarse creyendo que me había ofendido en mi más profunda fe currista. Las tres respuestas eran innecesarias, pero no tienen nada que ver. Uno es la cara y el otro la cruz, si acaso tienen en común el haber nacido en Sevilla, Camas y la Puebla del Río. Pero no nos dejemos engañar por esa idea tan extendida como absurda, de que el torero artista da un muletazo cada vez que hay un eclipse lunar o cuando pasa el cometa Halley.

Sí es verdad que don Francisco fue un torero de impresionantes altibajos, durmiendo hoy en el infierno y entando en la gloria a hombros de toda la corte celestial, llegando a pasar más tiempo en las calderas de Pedro Botero cuando ya mayor, bastante entrado en años, se mantenía en los ruedos a pesar de todo, para en sus últimas temporadas vivir un renacimiento, con la ilusión de un chaval y el poso de un maestro cargado de experiencia, pleno de saber y exuberante de arte. Fue un torero que lo mismo hacía el paseíllo en Madrid en San Isidro, que fuera de feria, pues ya fuera con años, falto de facultades, irregular o como fuera, siempre interesaba, se le quería ver. No le recuerdo ningún lío matinal a la hora de los reconocimientos, es más, había veces que ante la arboladura de alguno de sus oponentes, los tendidos ya pensaban que allí no había nada que hacer y era entonces cuando “abría el tarro de las esencias”, expresión que le acompañó casi permanentemente. Toreaba en Sevilla las tardes que fueran, como en Las Ventas, si bien es verdad que era como actuar en el patio de su casa, pero antes se lo tuvo que ganar. Se decía que incluso era más currista Madrid que Sevilla; eso da lo mismo, pero sirve para hacerse una idea de cómo se le entregó una plaza a la que ahora califican de antipática, injusta, vehemente, escandalosa y mil barbaridades más.

No sé si habrá un torero más torero y más respetuoso que Curro, quien sufrió sin rechistar las tormentas de almohadillas, las broncas, el que un energúmeno se lanzara al ruedo para empujarle cobardemente. El torero se limitaba a rechazar la protección policial y a aguantar los golpazos de las almohadillas, no se le ocurría ni mirar a los tendidos en las broncas, y ante aquella lamentable agresión, con el estoque en la mano derecha, no hizo más que levantarse, erguirse ante el agresor y mirarle cara a cara. Pero ¡cómo toreaba! No había otro igual, con unos trastos que llamaban la atención por lo reducido de su tamaño, se movía con una naturalidad insultante, no se podía más, era para que todos los demás de luces se fueran a su casa, pero no se iban, ¿cómo se iban a marchar? Ellos también querían ver al maestro, faltaría más. Mecía el capote enganchando al burel en sus vuelos, llevándolo de un lado a otro hechizado, para dejarlo suelto después de la media. Un toreo muy recogido, sin aspavientos, sin alardes insustanciales, porque él sólo sabía torear, no entendía de milongas y pérdidas de tiempo. Con la pañosa, si el toro no le valía, abreviaba sin más, pero si se encontraba a gusto, con esa delicadeza, esa mano de hierro en guante de seda llevaba al toro donde los duendes le decían y si acaso, un desplante escondiendo la muleta y la espada, como si esperara alguna respuesta de aquel animal al que Curro Romero había sacado a bailar el vals. Matador habilidoso, sobre todo en sus últimos años, cuando las facultades eran suplidas por el oficio. Siempre afable, de poco hablar, de palabras pensadas y sin una voz más alta que otra, pero sin callar la verdad y cuando su voz no la decía, lo hacía su gesto. Recuerdo una tarde en Madrid en que Antoñete cortó tres orejas y él sólo una. A mí se me quedó grabado su toreo, incluso por encima del maestro de Madrid, el del mechón. Cuando le dieron la oreja y al ir a dar la vuelta al ruedo hizo un amago como para echar a andar y pararse, sonriendo con complicidad al público que les esperaba para entregarle toda su locura acumulada. Al salir de la plaza le preguntaron si no sería que Madrid era más currista que la mismísima Sevilla; él sonrió de nuevo y contestó que en Madrid él se sentía muy a gusto, justo cuando el público echaba para la calle Alcalá con la incredulidad y la felicidad iluminándole el rostro. Este es Curro Romero, el que tantas veces descerrajó la Puerta del Príncipe y la Puerta de Madrid, así, con dos vueltas de llave, una verónica, la media, dos naturales y un kikirikí, la llave maestra que abre las puertas del cielo, si hace falta.

¿Y Morante? Pues Morante de la Puebla es el mismo al que le ríen las gracias de ofrecer unas gafas al señor presidente por no concederle una oreja, que se encara con el tendido y se atreve a invitar al público a bajar al ruedo si no le gusta lo que ve. Algunos a eso lo llaman genialidad, pero otros lo llamamos soberbia. Claro que es un artista, un genio del toreo, el que piensa que esa genialidad le da derecho a que en su nombre se exija cumplir sus caprichos en los corrales de las plazas, haciendo desaparecer al toro en beneficio de esos sucedáneos que tanto le gustan a él y a sus colegas de francachelas taurinas. Que se despacha a gusto con esas teorías paradigmas de la estupidez en las que el toro tiene que caber, no sé cómo, en la muleta. este es el torero que enamoró a Madrid cuando aún veía el toro, sin exageraciones, con unos cuantos quites de capote, pero tanta ha sido la vergüenza posterior, que casi nos ha borrado aquellos capotazos a la felicidad. Vale que toreaba con unas maneras que te hacían buscar una alimaña gigantesca en la arena, demasiado forzado, en exceso anacrónico y un tanto amanerado, imitando el toreo pintado de blanco, verde, negro y azul turquesa, pero se le permitía porque se pensaba que estaba buscando su camino. Ahora ya ni eso, las posturas de foto que esconden sus mañas para el alivio, sus actitudes que destacan por encima de su toreo y esa negación a querer volver a ser torero y no sólo parecerlo. Uno era convencido morantista, pero antes creo que nos debemos a la Fiesta y no a los festeros, es cuestión de lealtad a una idea. Resulta duro ver evaporarse una ilusión, pero mucho peor es enterrar una esperanza. No recuerdo ninguna tarde en que Morante durmiera en un calabozo vestido de torero por negarse a matar un toro, pero tampoco le recuerdo tomando la libertad para irse a la plaza y acabar eclipsando al mismísimo Rafael Ortega. A todo lo más, le vi salir de la enfermería con la frente suturada para poner tres pares de banderillas y apuntar más lo que podía ser, que lo que luego ha sido. ¿Iguales Curro y Morante? Por supuesto que no. Lo que siento es que mi amigo no llegara a ver a Curro, aunque entonces estoy seguro que se entregaría sin reparos a los brazos de la locura. Y ya sabes joven amigo, Curro Romero y Morante, artista genial y aspirante sin aspiraciones.

martes, 12 de noviembre de 2013

El baja tú se puede volver en contra

A veces, antes de tirarse a la piscina hay que ver si hay agua.

Que levante la mano quién nunca ha escuchado la expresión ¡baja tú! en una plaza de toros. ¿A ver? Parece que por allí al fondo un elegante y distinguido señor levanta la mano. ¡Ah no! No señor, la subasta de arte es en la sala de enfrente. Bueno, pues aparte del despistado, no hay nadie que levante el brazo. Lógico, esta es la más eficaz de las armas de destrucción masiva de los taurinos y los aspirantes a serlo. A nada que uno protesta, aunque sea porque le han pisado el callo, ya está ¡baja tú! Qué regañas al niño por echarse el yogur por encima, ¡baja tú! Sea lo que sea, todo se cierra con la misma sentencia. Y se quedan tan contentos, porque saben que nadie te va a dejar bajar al ruedo a poner en evidencia a los artistas del momento. Se ven fuertes y creen que de esa forma le están prestando un gran servicio a su ídolo. Pero… ¿realmente están siendo de ayuda para tal divinidad?

La frasecita en cuestión suele ir acompañada de unos elementos fijos, la mala actuación de un coletudo y el conflicto de pareceres entre el benévolo fiel del maestro y el aficionado que al que no le une nada con este, ni familiaridad, ni vecindad, ni paisanaje, ni atracción física, ni mucho menos afinidad en la forma de entender eso del toreo, de lo que es el trapío del toro o de lo que es la casta, el valor y la integridad de la Fiesta. Pero esto último no es tan fácil de digerir y la conclusión que sacan los de la acera de enfrente, es que esos disidentes no se enteran de lo que están viendo, ni captan el peligro que supone plantarse delante de un mojicón con cuernos y ponerse a hacer las primeras quince posturas del Taurosutra, contorsiones y retorcimientos sólo aptas para el hombre de goma y las figuras de la Tauromaquia 2.0.

Qué diferente es el mundo del toro, un señor sale a jugarse la vida y a crear puro arte, pero no se lo parece a todo el mundo, es más hay algunos que lo ponen seriamente en duda, ¿qué digo en duda? Que tienen la sensación de que les están tomando el pelo, estafando y exigiéndoles que se conviertan en cómplices de tal fraude. Yo entiendo que hay actividades en las que uno se crea que él mismo puede hacer lo que está viendo realizar a otro. Vas a un restaurante, te ponen un chuletón carbonizado y protestas, lógicamente, porque tú lo harías mejor. Llega un albañil y te alicata el baño con los azulejos torcidos, irregulares y tan sueltos que se despegan con la brisa de un abanico y si tú no sabes hacerlo bien, al menos tu cuñado, el vecino o el marido de tu amante te lo dejarían que niquelado. Son actividades normales, cotidianas, que no estremecen por lo artístico o arriesgado de su ejecución, aunque sí del resultado. Un médico no tiene que ser un artista curando una enfermedad, basta con eliminar el padecimiento al paciente, o un piloto de avión, que no hace falta que te lleve a Barcelona haciendo looping, ni tirabuzones, basta con que te lleve sin sobresaltos.

Pero hay otras actividades, que no me atrevo a llamar profesiones, que simplemente con ver a alguien en acción ya te deslumbran, te entran por los ojos y te estremecen, sin que tan si quiera seas capaz de pensar que tú podrías hacer eso mismo con solo ponerte a ello, ni tan siquiera en los casos en que estos cometen un error que mande al traste todo su trabajo. Es más, puede que esa práctica sea de lo más normal y extendida en el mundo, pero no la forma en que ellos la llevan a cabo. Millones de personas se ponen al volante de un coche o una moto, pero nadie con dos dedos de frente cree que puede hacer lo mismo que Fernando Alonso o Lorenzo, ni cuando tienen un accidente en la pista. Nadie duda de lo lejos que está de la normalidad ser acróbata en el circo, funanbulista, astronauta, corredor de 100 metros lisos, saltador de pértiga, escultor, pintor, piloto de caza, saltador de trampolín, gimnasta o lo que mejor le venga a cada uno. Y eso que todos corremos, nos tiramos desde un trampolín, hacemos garabatos con un lápiz, modelamos monigotes en plastilina, hacemos equilibrios por el bordillo de la acera o nos subimos en la noria un día de feria. Entonces… ¿Por qué nadie dice baja tú? ¿Por qué los que realizan tales actividades no tienen que empezar justificándose explicando lo difícil que es su disciplina? ¿Por qué nadie duda del valor y cualidades extraordinarias de estos hombres? ¿Será porque la evidencia del peligro, la extrema habilidad, la sensibilidad y la dificultad traspasan la vista y te llega tan dentro que te estremece? Es más, hasta se escucha eso de “hace dos trazos y ya ves el dibujo”, “van a 300 por hora y parece que van a 50”, “gana los cien metros y parece que se va paseando”. 

¿Qué es lo que falla en el toro? Continuamente nos quieren convencer de lo difícil que es torear, que lo es, pero mucho menos si se torean los mojicones con cuernos y si además los artistas se toman todas las ventajas posibles sin sonrojarse al poner en práctica todas las trampas conocidas; es más, a veces hasta las exageran, pensando que están creando una obra maestra. Nadie pone en duda en valor y pericia de los pilotos de fórmula uno, pero sí son legión los que no perciben emoción alguna al contemplar el toreo de hoy, esa evolución meteórica hacia la degradación y que para los “profesionales” aún no es suficiente. Es más, a estos todo les parece poco, o están inmersos en una tremenda burbuja de ignorancia y egolatría que no les permite percibir la realidad o son unos sinvergüenzas a los que no les importa destrozar todo esto, con tal de asegurarse un buen botín. Están oyendo todo el día sus grandezas en el ruedo y fuera de él y cuando hay alguna voz discordante piensan que es la de uno que se ha vuelto loco o de un envidioso que no puede soportar su éxito como toreadores, que no toreros. Les hacen creer que el toro no está hecho para ellos, que han alcanzado tal grado de divinidad que les impide ser matadores de toros. Eso de lidiar ganaderías encastadas lo dejan para esos pobres mortales que quieren ganar algo vestidos de luces, pero no para ellos, ellos están en la primerísima división de la Fiesta. Se codean con señores con pasta que tienen una ganadería de mojicones con cuernos, que son los que se encuentran en los ruedos, conocen empresarios, modelos, gente del corazón, posan para modistos y además siempre tienen un adulador a mano que les levante la moral. Qué pena, pobres, tanto lujo, tanto dinero, tanto privilegio y no tienen a nadie que les pueda decir la verdad, cómo son las cosas y como deberían ser.


Ellos viven el miedo, lógicamente, lo sufren y no entienden como no todo el mundo se compadece de ellos y como no entienden lo mal que lo pasan ante ese toro. Si la cosa no se mide en cuanto al miedo y dificultades que uno pasa, más bien la cuestión es que el torero no aparente pasar miedo, ni que tiene dificultades, ni si se ve superado por la situación, no, todo lo contrario, él debe hacer creer que está tranquilo, sereno, sin asomo de miedo y capaz de comerse el mundo en ese momento. Eso sí, entonces el miedo, la tensión, la emoción, debe estar en los tendidos, en el público, en que este vea que lo que está viendo es algo extraordinario, algo fuera de todo límite, un imposible para todo nacido de mujer, menos para ese señor vestido de luces, el torero, que puede estar mal, bien o regular, pero hace algo de lo que sólo él es capaz. Señores del toro piensen que al final, cuando no llega la emoción al espectador y hay que convencerlo “El baja tú descubre la vulgaridad”.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cuando vamos a los toros

Una tarde puede durar todo el tiempo que permanezca vivo el recuerdo


La primera vez que fui a los toros… ¡La primera vez que fui a los Toros! ¿Cuándo fue esta primera vez? El caso es que no puedo recordar cuando fue y por eso tengo que conformarme con mis primeros recuerdos de un mundo luminoso, con una luz muy especial, y no me refiero a aquellas bombillas que colgaban de unos cables que cruzaban Las Ventas de parte a parte, era la luz de la niñez, la que entraba por unos ojos que se llenaban del color del ruedo, de las rayas pintadas de Burdeos, los capotes destellando hechizos y el fuego de la muleta guiada por un vestido que era más que el ropaje de los dioses, era el deseo de poder lucir uno ya de mayor y poder decir que era torero. Mi padre me guiaba de la mano, me llevaba a beber agua de un botijo que ofrecía una anciana por una peseta el trago; las tejas de cartón para el sol y el toro asomando por la puerta de chiqueros. ¿Qué mayor misterio? ¿Qué mayor incertidumbre que ver salir el toro al ruedo?

Porque a los toros siempre se va de la mano, de la mano de mi padre en este caso, al misma mano que yo pude coger cuando ya era mayor, muy mayor, hasta la última corrida que pudo llegar a presenciar en la Feria de Otoño de 2004. Bueno, más bien le llevaba del brazo, despacito y felicitándonos porque había conseguido superar una temporada más, mientras yo, y probablemente también él, pensaba si no sería el último día de muchos. Luego no he dejado de ir con él a la plaza, nadie lo ve, nadie lo oye, sólo yo y escucho con atención queriendo seguir aprendiendo. Lo que son las cosas, aficionados tan sabios, tan llenos de grandes toros y toreros, se acercaban a la plaza llenos de humildad, la que sólo da el saber, y el respeto a una plaza, a una historia, a un rito, a una tradición y a tantos y tantos que antes repitieron las mismas rutinas desde hace más años de los que se pueden contar. Cuanta diferencia con esos que pasean su arrogante ignorancia disfrazada de supuestos conocimientos aprendidos de alguien que aparenta saber.

Señores respetables que volvían a la niñez cuando aclamaban con entrega a un torero, a su torero, porque a partir de ese momento ese sería su torero, el que pasaría a su enciclopedia taurina, el torero del que contarían mil y un sucedido en las plazas, cuando se cruzaron con él en un café o cuando le vieron paseando por la Gran Vía. Que poderoso influjo ejercía el torero sobre los aficionados a los Toros, conseguían hacerles gritar sin freno, aplaudir, aclamar y hasta olvidarse del bien hablar, para balbucear palabras sin sentido; pero las palabras eran inútiles, las miradas y las expresiones de la cara eran todo un discurso sobre la felicidad, la ilusión y la admiración que provocaba ese ser que era más que un simple hombre, era un torero, un ser único y privilegiado por enfrentarse al toro y vencer a la muerte investido de arte y oro con alamares de poder y valor.

Por esto vamos a los toros, porque siempre hubo alguien que quiso compartir con nosotros esos momentos de felicidad infinita, por querer mostrarnos la belleza de la vida, el respeto a la muerte y la armonía que provoca el encuentro de la violencia animal con la delicadeza y poder de la inteligencia, hasta provocar la creación del arte efímero y supremo, el toreo. Una palabra que encierra un rito que se repite desde hace siglos en el ruedo, el altar en que se sacrificará al dios supremo de la Fiesta, y en los tendidos, donde un aficionado único y universal ha ido cambiando de hijo a padre, de padre a abuelo, para volver a ser hijo de nuevo, padre, abuelo, formando una cadena de afición que se aferra al tronco del árbol de la afición. Un orgullo que viaja de generación en generación; el abuelo viajaba a Madrid todos los años para ver las corridas de Madrid, Machaquito, El Gallo, Bombita, Vicente Pastor y los más grandes, José y Juan. El hijo soñaba con las hazañas que le contaban una y otra vez, hasta que ya pudo experimentar la magia del toreo con Manolo González, Manolete, Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis, Manolo Vázquez, Domingo Ortega y todos los grandes desde los años cuarenta, hasta esa entrega incondicional a El Viti, su particular espoleta de la pasión y entrega a un torero. Y el que fue nieto e hijo a la vez prosiguió este camino, un camino que de repente se empezó a estrechar, el firme se agrietaba, se desprendían terrones de asfalto, hasta casi tener que vagar por una vereda casi oculta por la arena, el tiempo y las malas hierbas, sin otra orientación que seguir la luz de la verdad que desprende el toro cuando es íntegro y está en plenitud, esa verdad con la que el hombre desafía a la bestia renunciando a las trampas, artimañas y triquiñuelas que conviertan este arte en una lucha desigual.

Nos preguntan que por qué vamos a los Toros; muy sencillo, porque un día probamos el veneno del toro, las sensaciones de miedo y felicidad, incertidumbre y pasión, y esa sensación de estar contemplando algo irrepetible, algo que sólo puede ser firmado y rubricado por el natural y el de pecho que el matador liga haciéndolos uno, mientras el toro le pasa por la cintura con la muerte colgando de los pitones de sangre y de gloria. A eso vamos a los Toros, porque queremos volver a ver, queremos volver a sentir y por mucho que nos abofeteen a traición los mercaderes de la mentira, no perdemos la ilusión.

Quizá alguien piense que a qué viene todo esto, pero no hay misterio alguna, ni responde a impulsos poéticos, ni heroicos, es simplemente que uno quiere demostrarse a si mismo que no todo es amargura en esta afición que bebemos a traguitos cortos, que es precisamente la felicidad que se prolonga en el tiempo la que nos hace seguir yendo a los Toros. No estamos amargados, ni mucho menos, ni nos tienen amordazados en casa sin dejarnos hablar, todo lo contrario, nos dejan contar nuestras historias de tardes pasadas y nos ofrecen las venas esperando a que les entre el toro directo al corazón. Lo que no podemos soportar es que unos siervos de la ignorancia, la mentira, el fraude y la tiranía de la mediocridad nos quieran borrar los recuerdos, nos tomen por dementes y quieran hacernos creer que nuestra verdad, la que se ha formado con los años, no existe, ni existió, ni existirá. Como toda tiranía, todo régimen dictatorial, pretenden rehacer el pasado según sus intereses, hasta queriendo borrar un pasado real que algunos llegamos a vivir desde la piedra de la Plaza de Madrid. Ya podrán emplear todas sus fuerzas para rehacer la realidad, pero esta y la verdad que lleva en brazos, acabarán por salir a la superficie. Lo que no sabemos es el coste que habrá que pagar y las prendas que habrá que entregar hasta que la luz apague las tinieblas. Entonces podrán comprobar que no somos pesimistas, ni derrotistas por naturaleza, pero sí tozudos, muy tozudos, tanto que aún queremos sentir esa sensación no olvidada de “cuando vamos a los toros”.



PD.: Quiero agradecer todos los apoyos, recibidos durante los cinco años que hace poco cumplió este blog y que tanto me han ayudado a seguir sentado en esta grada, porque siento que siempre hay algún buen aficionado dispuesto a darme su empujoncito en forma de lectura de las cosas que a un servidor se le pasan por la cabeza.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Madrid, Las Ventas y el palo de la bandera


El respeto de los toreros al público, algo que empieza a ser una utopía
Hasta hace no mucho, más o menos sobre los años en que los señores de Taurodelta llegaron a Madrid, en la plaza de esta capital se llevaba a rajatabla el izar la bandera los días de toros y arriarla al finalizar el festejo, manteniéndose en el mástil durante la feria de San Isidro, a no ser que hubiera suspensión, lo que obligaba a que abandonara su puesto natural. Como si de un tic nervioso se tratara, los aficionados acudían a la plaza de la calle de Alcalá y lo primero que hacían en cuanto tenían esa belleza de ladrillo ante sus ojos, era ver si las banderas danzaban al ritmo de los más que frecuentes ventarrones del barrio de Ventas. De un vistazo ya sabían si tocaba darse media vuelta o si los de luces se tendrían que preocupar por el toro y ese enemigo invisible que les puede dejar al descubierto. Pero la empresa estaba decidida a innovar, e innovó; pues que lo disfruten.

Como decía mi padre el hombre “¡Ay Madrid! ¿Quién te ha visto y quién te ve?” Lo maltratada que está esta plaza, que los señoritos de luces dicen que no van por allí un año y no sólo no pasa nada, sino que encima se lo aplauden con entusiasmo. Que se ponen los señores coletudos a rajar del público de las Ventas y tres cuartos de lo mismo. Cualquiera puede echar pestes en público, que siempre habrá un estómago agradecido que le hará eco. En su jeta se ponen a buscar sustituta como primera plaza del mundo, hurgando entre aquellas que se avengan a tragar con ruedas de molino, y encima no la dejan ni quejarse. Permanentemente tiene que soportar el sambenito de maleducada, escandalosa, irrespetuosa, desagradablemente vocinglera, ignorante y con veleidades de cátedra sin saber distinguir un búfalo de un toro y este de un elefante. Impaciente con eso de querer echar toros al corral, enfadado y predispuesto para lo peor, enaltecedor de los humildes para echarlos por tierra cuando están en la cúspide y no sé cuántas barbaridades más.

Con lo educada y respetuosa que era antes la plaza de Madrid… ¡Y un c….congo! Los taurinos se quejan de esa caricatura en que se ha convertido el 7, más entregada al valor, vía arrimón incontrolado, vía parón a ver qué pasa, pero sin exigir que el torero sepa lo que hay allí con certeza, ni por supuesto administrar la lidia que el animal exige. Si acaso de vez en cuando, que ya no es siempre, pues a veces depende del ganadero que lidie cada tarde, se protesta algún toro por invalidez, arreciando las protestas en el momento en que el toro sale del peto y se “esmorra” contra la arena, que quizá puede que sea el único instante en que al animal se le puede pasar por alto una caída; sale a veces desequilibrado, se trastadilla, quiere coger el capote que le ofrecen y le retiran de repente y se viene abajo. Pero nadie parece molestarse cuando los de luces tienen que levantar los brazos al cielo, cuando los estampan contra las tablas, cuando no puede doblar por uno o por los lados porque si no se cae, cuando ya en el primer tercio abre la boca buscando aire, sin que a penas se le haya picado, cuando no se le pica y aún así se sigue tambaleando. Hay muchos síntomas que muestran un toro inválido, sin tener que ser las caídas. Aunque también entiendo a ese tendido 7, pues si protestan les mandan callar, les insultan, les mientan a la familia y a nada que respiran les abuchean, pero allí hay alguna voz sonora que como veleta, una vez adora a Dios y otra al diablo.

Recuerdo aquellos años en que bastaba que el picador tocara con el palo el lomo del toro, para que ya no fuera posible la devolución a los corrales y aún así, salían muchísimos sobreros, con tardes en las que salían hasta once o doce toros por la puerta de toriles. Pero es que era muy difícil aguantar la bronca de toda la plaza, el 7, la andanada del 8, el 4, la sombra, parte del sol por contagio, lo mismo con el flamear de pañuelos verdes, que de aficionados mostrando su entrada junto a un billete de mil, dando a entender que nadie le había regalado nada, que pagaban religiosamente para entrar a la plaza. Yo he visto como los tendidos se volvían de espaldas al ruedo en señal de protesta, los dedos críticos que decían que no a los que no se merecían el premio que estaban paseando; hasta antes de comenzar el festejo se protestaba porque el aficionado se informaba y llegaba ala plaza sabiendo todo lo ocurrido con unos toros impresentables que vio en el Batán, lo ocurrido por la mañana antes del apartado y la dificultad que a veces constituía el poder juntar seis toros para la corrida, máxime cuando exceptuando las corridas concurso, no podían lidiarse reses de más de dos hierros. Y si estos mejunjes se repetían año tras año y con los mismos toreros, pues, ¿para qué más?

Una plaza seria y con rigor, aunque al tiempo muy generosa, que contaba con dos asesores que eran la viva imagen de la honestidad, la torería y la afición al toro, Un tal Domingo Ortega y un señor de Cretas, que se llamaba Nicanor Villalta. El primero con sus gafas con un cristal traslúcido y el otro con un sombrero de gentleman medio ladeado. Como para que algún niñito se pusiera flamenco con el palco. Pero todo iba en consonancia, los asesores, el público y hasta los ganaderos, toreros y empresarios, pues aunque cada uno barría para casa, aún había unas rayas que no se podían rebasar y cierto respeto por el que paga. Si hasta se protestaba cuando no salían al paseíllo el número de caballos de picar que marcaba el reglamento. Se merendaba y se bebía, por supuesto, pero eso era secundario, lo importante era lo del ruedo. Era una plaza que imponía, que hacía que los toreros salieran pálidos como la cal, unos por no ser capaces de dar la talla, que eran los que se quejaban más de la dureza, y otros por la responsabilidad de reeditar éxitos pasados, por no querer defraudar a una plaza que se les entregaba ya en el despeje.

Que le pregunten al contratista de las almohadillas que ocurrió un final de feria cuando las protestas alcanzaron tales niveles de cabreo por ese fallido San Isidro, que empezaron a volar las plumas de relleno, hasta cubrir de blanco el ruedo, los tendidos y el fracaso de ese año. Pero no sólo era cosa de ir a los toros en mayo, también se iba en marzo, abril, el verano y el otoño, obligando a crearse esa feria de Otoño que ahora carece de interés, como todo, precisamente por ese vaciado de contenido e interés de los festejos no de abono. Luego vino la televisión a cantar las bondades de todo el mundo, que si hacía falta, hasta se inventaban, como si se aplicara aquello de “too er mundo e güeno”. De lo que vino después, el que más y el que menos ya tiene suficientes noticias y es por esto que estamos en las que estamos. Pero que no les engañe nadie, que ahora Madrid es un bombón, una verdadera golosina, que si nos remontásemos años atrás, a muchos se les paraba el pulso. Pero ya nada es igual, ni Madrid, ni Las Ventas, ni el palo de la bandera.


viernes, 1 de noviembre de 2013

Cedamos definitivamente a la modernización

Belmonte, el clásico moderno
Anda que no se ha hablado, se habla y se hablará sobre la modernización de la Fiesta, que si hay que cambiar esto, aquello lo otro, pero nadie cae en que lo primero que hay que hacer es adaptar el lenguaje a los tiempos, los cracks deben hacer un master y tras pasar su training, dirigirse a sus fans en la misma jerga. Ya no se puede seguir hablando de la corrida, tenemos que hablar de la nueva performance taurina, en la que los boss, los máquinas del show tendrán que expresar su feeling contando con la colaboración de un buen partner, ya sea de Juan Pedro Ltd, Cuvillo Co. o lo que la Casas Productuions tenga en su planing.

Pero para conseguir un óptimo blow up del show también hay que reestructurar los human team, por lo que todo indica que los picadores son los primeros nominados en esta optimización de recursos. Si acaso, si en alguna performance puntual fueran necesarios, basta con contratarlos como outsourcing. Resultan muy hard y nada amazing si queremos que el show entre en la parrilla de los mass media en prime time. ¡Open your eyes! ¡Open your mind! Huyamos de ese Bloody concept que son ahora las corridas de toros. No puede existir maridaje entre lo glamouroso y fashion de los cracks y unos señores rudos con un look demodé, con un palo en la mano, amenazando al partner del artista. No es posible se rompe de raíz con lo que expresa el nuevo dead line del show. No reason para forzar a los fans a visionar esto mientras disfrutan de su lunch durante la performance. No sería un buen día de picnic, estropearía un finde cumbre, ¿OK?

Quizá los coaches de los cracks deberían tener un mitin en el que consensuaran que experiencias habría que reforzar durante el game y cuales dejar out side. Algo así como una base line sobre la que se efectuaría el building tauromaquia, término este, tauromaquia, que sustituirá a toda referencia que se haga a este Business, breaking con todo el pasado know how. Incluso se podría focalizar el problema de los outsiders en unas jornadas de trabajo para transmitirles el feeling del show. Para ello, un Premium del business  les daría un speech, ilustrado con slides y un corporate video en el que se vería el making off del nuevo show.

Aunque los cracks tendrían que adquirir nuevos tics; vale que dejemos el traje de luces, que es una de las partes del know how que pueden mantenerse, sobretodo porque los propios cracks realizan su design y hacen que les costumicen su look, pero hay otras cosas que están mazo pasadas. ¿Qué es eso de brindar el toro al público? Lo suyo sería que antes de empezar el baile/ performance/ instalación, el crack se dirigiera a una tarima/ pedestal, se subiera en “to’ lo arto” y tras darse unos golpecitos en el corazón como si se estuviera clavando un destornillador, extender el brazo con el puño cerrado y el índice extendido y señalar a todo el auditorio girando sobre sus talones, al tiempo que moviera la cabeza de arriba abajo. Ya metidos en faena, ¿qué es eso de encararse con los disidentes? Eso es feo y de mal gusto; en estos casos lo indicado es señalarse los ojos con el índice y dedo corazón de la mano, para tras un rápido giro volverlos hacia los protagonistas del escrache taurino. Esto se puede repetir varias veces, pero sin abusar, resultaría pesado y un poco out.

Finalizada su expresión de feeling, una vez consumada la creación un speaker se dirigiría al auditorio para coordinar la concesión de trofeos. “Si usted cree que nuestro crack merece un bonus, mande Bonus oreja al 6661, si por el contrario piensa que deben ser dos los bonus, mande Bonus 2 orejas al 6662 y si le tocado la patata a full, mande Bonus indulto al 6663”. Eso sí, que no salga el jefe del jurado pro y que le diga que no, que pasa. ¡Buah tío! ¿No te pispas que estás haciendo el clown? Y todos los asistentes, si así los desean, pueden hacerle al señor este lo de los dedos en los ojos que luego le señalan a él. ¡Hey man, no fuck! Y seguro que el boss pro se avendría a un new deal taurino.


Lo que no sé es el timing para llevar todo esto a cabo, porque la verdad, ¿Se imaginan a Talavante haciendo una presentación con Pogüer poin y todo? No le veo yo pasando de la primera slide; o a El Juli, volviendo loco al que las pasa, que igual iba de la primera a la quinta, que a la segunda otra vez, a la cuarta, a la sexta, la primera otra vez, para que el maestro dijera al cabo de un rato “No, si aún no he empezao”. Y ese Morante con tres gráficos con una palabra cada uno y sin más texto que “Eeeeeeh”. O Perera, que al primer mal gesto que percibiera en el público se quedaría mirando con su visión castigadora de rayos ultrasónicos y se pondría a leer a la concurrencia el Antiguo y Nuevo Testamento en griego, latín y arameo. Castella igual recitaría la letra de la marsellesa cinco veces, sin variar jamás el tono, ni la gestualidad. Por su parte, Manzanares se explayaría a modo explicando la “toreability”, “durability”, bull’s fond, art feeling, expresive performance o la new Seaton fashion Spring- Summer free time. Enrique Ponce tradaría poco, quizá su mensaje se reduciría a un “I’m on top” o “the fucker boss”, siempre mascullado entre dientes. Bueno, no sé si esto alcanzaría unas altas cuotas de share en horario prime time, pero no les quepa duda de que no estará presente para tanta renovación, tanta adaptación a los gustos del momento y tanta mandanga insufrible, que uno es de los carcas del toreo y el toro de verdad y el que pueda que se ponga y el que no… que se modernice.