sábado, 30 de octubre de 2010

Miguel Hernández: un aficionado




Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Hoy me he permitido traer un poema de Miguel Hernández, el poeta que todo el mundo conoce, que muchos admiran y al que otros sólo ven como un escritor del otro bando; allá ellos. Pero además fue un aficionado a los toros como cualquiera de nosotros, que para poder comer escribió de toros, siendo uno de los colaboradores de José María de Cossío en su meticulosa obra, Los Toros.

martes, 26 de octubre de 2010

¿Son galgos o podencos?


El que la fiesta de los toros es genuinamente española es algo tan evidente como que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol. Sólo hay que darse cuenta de la facilidad del español a enredarse en lo accesorio y obviar lo fundamental, sobre todo en los últimos años, quizás décadas. El país va como va y estamos en un sin vivir con la separación de fulanita o menganita o si un hijo invita a su mamá al bautizo del nieto ¡Cómo para no pegar ojo!

Pues en los toros andamos en las mismas. Ahora es el momento de empezar a saber si tal o cual torero cambian de apoderado y todos estamos alerta, como si de ello dependiese el futuro de la humanidad. Aún recuerdo la controversia de hace casi un año, cuando Morante I, el de la Puebla, decidió que pelillos a la mar y que se iba a refugiar bajo el manto de Curro Vázquez y su elegante, por detrás y por delante, Cayetano. Ni ha habido tiros, ni peleas, ni tan siquiera escenas de cariño. Todo ha quedado en que un torero al que muchos, yo incluido, considerábamos capaz de dar un paso adelante y de anular a la vulgaridad con su arte, se ha repuchado y ha ido de plaza en plaza con más comodidad de la deseable. Incluso ha sido el centro de atención en alguno que otro escándalo sonado.

Ahora ha surgido lo de las fundas de Victorino, que sin dejar de tener su trascendencia hace olvidar que este hierro no ha respondido ni de lejos a lo que de él se espera. No tenía toros para Madrid aunque puede que le haya salido algún toro de esos que ahora gustan tanto, no tiene nada que ver con aquellos Albaserrada que le encumbraron al Olimpo ganadero, atrás quedaron las alimañas y los toros que arrastraban el hocico por el suelo y que además daba gusto verles en el caballo.

Otro asunto trascendente es el rifi rafe, que no llega a ser de momento ni conflicto, entre toreros y empresarios. Que no es que unos exijan que los matadores maten todo tipo de ganaderías, que les obliguen a ir a plazas como Madrid, además de otras más propicias para su toreo, y que junto con los Cuvillos, Cebadas y Zalduendos, también toreen Palhas, Dolores Aguirre o simplemente Santa Colomas. No, la reunión es para que unos paguen lo que los otros piden o para que unos rebajen sus pretensiones económicas, que estamos en crisis; sin pararse a pensar que gran parte de esa crisis ha venido provocada por ellos mismos, que han creado un espectáculo aburrido, caro y en el que el fraude y el abuso han tomado el mando de la situación.

También nos tiene en un sin vivir lo de Cultura, Interior, Sanidad o Ciencia y Tecnología. Que no es un asunto baladí, pero tal y como se ha planteado se ha quedado en un coger el rábano por las hojas. Se busca el reconocimiento hacia los artistas, que cuando vayan por la calle les digan: “ahí va un artista”. Porque si no, no habrá nadie que se lo diga. Será que no les enorgullece esa otra frase de: “Ahí va un torero”. Son formas de ver las cosas. Se les invita a pasar una semana en Venecia con todos los gastos pagados, hotel de lujo, restaurantes de lujo, góndolas de lujo y sólo quieren que un motorista les lleve una pizza cuatro quesos a casa. No ven más allá de sus narices.

Incluso parece que se les adivina cierto complejo de inferioridad. Aquí todos se creen unos superclases, unos redentores del toreo y lo que les preocupa es que no les roben una oreja, que les abran la puerta grande, que todo el mundo, afición de Madrid incluida, les ría las gracias o que se indulte un toro en una plaza de carros sin que casi le hubieran enseñado el caballo.

Los presidentes se quieren colegiar, los empresarios van abandonando plazas que no les son suficientemente rentables, los matadores van confeccionando sus cuadrillas como si fueran a arrasar en la temporada siguiente en lugar de ir con los coros y danzas por las plazas de carros.

Seguimos dándole vueltas a la perdiz, o como decía la fábula, discutiendo si los perros que venían a comernos eran galgos o podencos. Nadie con responsabilidad en esto se ha parado a pensar, o al menos no ha dicho que lo hiciera, sobre el motivo por el que las plazas ya no se llenan, exceptuando si se anuncia José Tomás, o cuando existe un abono cautivo, como es el de Madrid; nadie habla del estrepitoso fracaso ganadero, que salvo en contadísimas excepciones echa un toro que aguanta muchos muletazos, pero que no soporta casi ni el choque contra el peto. Tampoco sorprende la alarmante falta de conocimientos de la lidia de los matadores, la vulgaridad que afecta a la generalidad, las exigencias de niño caprichoso, la falta de afición y el escaso orgullo de sentirse torero de quienes sólo quieren llenar la bolsa y nada más.

Y cuando pienso en abandonar o en meter ese blog en la nevera, no es por otro motivo que por pensar que siempre decimos lo mismo, siempre estamos en el mismo barro y salvo felices excepciones como el día de Juan Mora en Madrid, siempre estamos golpeando el mismo clavo, pum, pum , pum; y siempre se molestarán los mismos y estarán de acuerdo los mismos, aunque si después de dar tanto martillazo la cosa no cambia y sí empeora, será porque es necesario seguir dando golpes.

Tenemos por delante los meses de invierno en los que unos leerán de toros, otros hablarán de toros y otros nos prepararán con "todo el cariño del mundo" la temporada próxima, todo ello salteado con los triunfos conseguidos en América. De octubre a febrero o marzo estaremos con que si son galgos o podencos y allá por primavera nos veremos colgando de la boca de un lebrel baboso camino del morral de un avaricioso cazador.

jueves, 21 de octubre de 2010

Las artes plásticas y el arte de Cúchares


Todas las bellas artes han recorrido un largo camino desde sus primeras manifestaciones con aquellos garabatos pintados en la roca o esas figuras deformes de las Venus primitivas, hasta lo que hoy en día se considera arte. En la pintura por ejemplo, se ha vivido una continua lucha por dominar la figura, la luz, la perspectiva. Ya los hombres primitivos intentaban imitar la realidad reproduciendo imágenes de su vida cotidiana, bien por gusto u obedeciendo a un sentir mágico o religioso.

El hombre quería captar la imagen, conquistar la realidad intentando representarla con la máxima fidelidad que le permitía el manejo de su mano. Un largo camino con pequeños grandes logros, la imagen, la perspectiva, el color, la expresión del ser humano, la representación de sus emociones, la luz, hasta llegar a un punto de perfección en el que casi era mayor la sensación de realidad de la obra de arte, que lo que ofrecía la fotografía. Pero los objetivos de la pintura cambiaron el rumbo y entonces los artistas pintaron para producir sensaciones, expresaban con sus inquietudes sobre el lienzo, la tabla o unos muros, cualquier espacio en blanco podía transformarse en arte.

Quizás podríamos trasladar toda esta búsqueda al arte del toreo, a la tauromaquia. En los orígenes de la fiesta, los ancestros de lo que conocemos hoy en día, los matadores no tenían tanto de artistas como de dominadores de una fiera a la que se enfrentaban con un paño y una espada, con el único objetivo de acabar con su oponente elegantemente, sorteando sus embestidas pero con valor y sin engaños, en la que lo mismo podía acabar con el toro a sus pies, que pasar a ser cantado en las coplas del pueblo, como el héroe que dejó su vida en el ruedo.

La evolución del toro y el toreo fue casi en paralelo, aunque dependiendo de los momentos y sus protagonistas unos avanzaban más rápidos que otros. El toreo comenzó a incorporar el arte a su trayectoria, los públicos se rendían a los Cúchares o Paquiro y explotó con la competencia entre Lagartijo y Frascuelo. Uno la elegancia, el arte, el otro la honradez, la eficacia. Por su parte los ganaderos buscaban un toro que propiciara el lucimiento, pero sin dejar que éste rebajara sus exigencias.

En estas condiciones apareció Antonio Montes, uno de los primeros bocetos del toreo moderno que desembocó en la revolución de Juan Belmonte. Todo el mundo asumió aquellas nuevas formas, incluido Joselito, el heredero de toda la tauromaquia clásica, quien entendió que esa forma de torear era el futuro. De los casi gimnastas con un tremendo poderío físico, como el de Bombita, se pasó a poder y dominar al toro con arte. La fiesta se fue humanizando y desterró la crueldad inútil, como era el espectáculo de los caballos con las tripas fuera en el ruedo. Aquello no era necesario para el bien de la fiesta. Los caballos ya no esperarían a la salida del toro, aparecerían cuando a éste se le hubiera parado, y las faenas de muleta fueron adquiriendo mayor protagonismo, pero sin minimizar el resto de partes de la lidia y mucho menos la suerte suprema; aquella que hizo figuras a regulares muleteadores, como don Luis Mazzantini, que pasó a la historia gracias a su manejo de la espada entre otras cosas.

Si lo comparamos con otras artes, el toreo fue el escenario de una rápida evolución, adaptándose a la sensibilidad y gustos de cada época, pero siempre manteniendo la integridad del elemento primordial de este espectáculo: el toro. El toro pudo perder fiereza, ganar en nobleza y manejabilidad, pero no en casta. Podían ser bravos, mansos o las dos cosas a la vez, pero era un animal al que no se le podía ceder ni un palmo, sin riesgo de ir al hule. Y al torero además se le exigía naturalidad, entrega, conocimiento, arte, poder y torería, que es la palabra que encerraba todos estos conceptos. Torería vestido de luces, torería tentando en el campo y torería hasta en las tertulias de los cafés de la época.

A lo largo del siglo XX se fueron produciendo diferentes cambios, el toreo se fue perfeccionando y se sucedieron la Edad de Oro, la de Plata y los años sesenta. Se hablaba del utrero, del afeitado, pero siempre estaba presente la casta. No se valoraban los pases, se apreciaba el toreo. Pero no sé si a partir de El Cordobés, ese de quien se decía que llevó a la gente a las plazas para llenarlas, pero de quien también se dijo que los que se fueron con él no volvieron, quizás a partir de ahí se dio el paso para convertir el toreo en un espectáculo multitudinario con una asistencia a las plazas que en otros momentos podía ser impensable.

Las plazas tenían su personalidad muy definida y en sitios como Madrid hasta se llegaron a contar a coro la ingente cantidad de pases de Dámaso González, no se admitían los vicios de toreo ventajista de Espartaco, ni el encimismo de Ojeda, pero llegó un día en el que muchos empezaron a considerar como maestro a El Cordobés, a ése que el aficionado de Madrid no quería ver y que incluso se ponía a leer el periódico de forma ostentosa en el tendido, mientras este ídolo de masas hacía el salto de la rana. También se doctoró a Dámaso González, honrado, honesto y generoso, pero no maestro de toreros, y las jóvenes generaciones se creyeron que Espartaco fue la reencarnación de Fuentes.

El toro inició una cuesta abajo que en lugar de ser frenada se quiso disfrazar de falsa humanización, dos varas en lugar de tres en las plazas de primera, la devolución a los corrales se permitía incluso en la suerte de varas, el abuso de la espada de mentira (a la que me niego a llamar ayuda), la enfermiza obsesión por las orejas y las puertas grandes, la propagación irrefrenable del virus del indulto en todo recinto al que se le pueda llamar plaza de toros. Y así llegamos a la situación en que nos encontramos, el toro con movilidad, según dicen, pero sin aquello que mantenía la dignidad del toro a lo largo de la historia: la casta.

El arte moderno provoca sensaciones en el espectador; el toreo moderno provoca el hastío, el aburrimiento y la repulsa del aficionado. Y los medios de comunicación y el gran número de publicaciones taurinas sirven en bandeja un completísimo repertorio de coartadas y excusas para justificar este bochornoso y vergonzante espectáculo, ese que según dicen no está tan mal. Que el toro seguía la muleta como un toro bravo, sin tener en cuenta su comportamiento en el caballo, que ya es simplemente un simulacro, y que en el mejor de los casos sólo se puede decir que empujó con fijeza. Ya no se tiene en cuenta ni como se arrancó, ni cuantas veces acudió al peto, ni si se le pico a contraquerencia o a favor de ésta o si se le tapó la salida. No se valora si buscaba los capotes, si salía en persecución de los que le prendieron las banderillas o si buscaba los terrenos de toriles o los medios. Ya sólo cuenta la muleta, esa que los herederos de esos que de repente empezaron a llamar maestros, Dámaso González, Ojeda o Espartaco, presentan oblicua al toro y que mueven a larga distancia de los relucientes alamares de su traje de luces, repitiendo una y otra tarde el mismo ejercicio y los mismos movimientos, como si se tratara de un ballet ensayado hasta el aburrimiento. Ahora sí se puede hablar de la faena de Perera, Castella, el Juli o Ponce, por poner unos ejemplos, porque siempre es la misma. Se la saben de memoria ellos y los que les han visto tres veces.

Quizás ya no es posible ningún paralelismo entre las diferentes disciplinas artísticas, y el motivo principal puede que sea que el toreo está despojándose del arte, que siempre lo ha tenido, que no de amaneramiento, para llegar a ser un espectáculo ridículo, censurable y en el que al rey, al toro, lo quieren convertir en un monigote ridículo, simple caricatura de lo que ha sido durante siglos. No sé si esto tiene remedio o no, lo que sí sé es que los que podrían cambiar el rumbo no tienen ninguna intención de hacerlos y nos llevan directos al abismo.
A partir de hoy pongo al servicio de las personas, que por algún motivo no puedan leer el blog, un nuevo servicio de lectura automática, intentando facilitar la accesibilidad a Toros Grada Seis

lunes, 18 de octubre de 2010

Volviendo a Juan Mora


Todavía no he sido capaz de quitarme de la cabeza el día de Juan Mora en Madrid, y de Curro y Morenito por supuesto, aunque tampoco he puesto demasiado empeño en ello. Pero sí que me gustaría hablar sobre la diferencia entre ese toreo y lo que hacen los que están considerados los pilares de todas las ferias del mundo, los que se creen el sustento de la fiesta y los que se autoproclaman valedores del toreo ante cualquier ministro o ministra que sea honrado u honrada con su presencia.

No recuerdo ahora dónde leí que Juan Mora había utilizado el pico de la muleta y que incluso había toreado con los pies juntos. Yo no voy a ser el que discrepe de esta afirmación, pero sí que voy a exponer mi punto de vista, y empezaré por lo de los pies juntos, que es lo más fácil de demostrar. Una cosa es juntar los pies, con la ventaja que esto supone si se realiza un toreo perfilero, que no en el de frente, en el que se le da al toro a elegir casi entre pecho o trapo. Lo que sí hace Juan Mora en esa lección de naturalidad, es no despatarrarse con un pie en Cádiz y el otro en La Coruña; porque entre abrir el compás y despatarrarse como una cigüeña hay un término medio. Él planta los pies en el suelo de la misma forma que podría hacer al encontrarse con un amigo en la puerta de un café, naturalmente y sin histrionismos, haciendo girar al toro en torno a su cintura. Y es precisamente esa naturalidad la que hace que el toro pase muy cerca de la faja. Aquello que un día fue una virtud, eso que se decía de los toreros buenos “y se los pasa muy cerca”, y que hoy no tiene ningún sentido, pareciendo más meritorio conseguir que pase el Ave Madrid- Sevilla entre el toro y el torero, gracias a los estiramientos y contorsionismos del de las medias rosas.

Incluso se le achacó que toreó con el pico de la muleta, pero en mi opinión creo que hay que diferenciar entre citar con el pico y que éste viaje subido al testuz del toro y en citar al pitón contrario y que el animal lleve metida la cara en el engaño. Juan Mora intentó en un primer momento citar con el pico, pero el toro no estaba para eso y exigía que se cruzara en el primer pase. Igual que al darle distancia lo acusaba y tenía cierta tendencia a quedarse a mitad de viaje. Y ahí fue cuando se produjo la conjunción que propició un momento mágico, lo mejor de toda una temporada y quizás de lo mejor de los últimos años, o por lo menos el más cargado de clasicismo.

Al cambiarse la muleta a la izquierda y citar más en corto, el toro siguió el engaño alargando el viaje, aunque sin acabar de entregarse. Siempre muy embarcado en el engaño en esas dos series que se cerraron con el de pecho, con el toro absolutamente entregado y pidiendo la muerte. Juan Mora montó la espada sin dudar, estocada y el triunfo del toreo. Quizás la cosa habría cambiado si el extremeño se hubiera tenido que pegar el paseíto a las tablas para cambiar la espada, dándole tiempo al de Torrealta a refrescarse y a oponer más dificultades de las deseadas en el momento de la verdad.

Esos pocos minutos entre los naturales y la estocada justifican por sí solos el por qué de la tauromaquia. Esa es la esencia, preparar el toro para la muerte y, una vez que está dispuesto, hay que ejecutar la suerte suprema, porque lo demás es pegar pases y cubrir el último trámite de la forma más segura posible para que no se escape el triunfo. Y aquí se acabó todo, o quiz´sa empezó todo, depende del color del cristal con que se mire.

Quizás esto debería ser un modelo a seguir por todos los que se visten de luces y manejan capote, muleta y estoque, sobre todo si hacemos caso a las palabras del abogado del G7, el señor Arauz de Robles, quien no duda en afirmar que el toreo se tiene que amoldar a las exigencias del público. Unas palabras que, como casi todas las que pronuncia, suenan a música celestial, pero que si se escuchan al revés se descubren los mensajes satánicos que hay en lo que dice. Le escuché en una entrevista radiofónica y me sentí embrujado por su verborrea que augura un futuro lleno de dicha, prosperidad y legiones de pegapases que surcarán los siete mares triunfales con las orejas de sus toros en las manos y seguidos por todos sus toritos indultados, aunque sin orejas. Afortunadamente el encantamiento se rompió cuando volví a ver a Juan Mora toreando al natural y cuando pude ver cómo se monta la espada después de un pase de pecho, uno sólo y no siete, que fue el preludio de la estocada que nos llevó a todos al séptimo cielo. Y, ¿sabéis cuál es el mejor antídoto contra el G7, los Arauz de Robles que andan por ahí y la vulgaridad manifiesta? Pues está muy claro, volviendo a Juan Mora.

PD: Espero haber salido con bien de este charco en el que me he metido yo solito, sin que nadie me lo pidiera, pero a lo hecho pecho.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los siete bucaneros toman el mando


El grupo de ineptos malintencionados ya ha conseguido su propósito, despreciando cualquier código ético, demostrando con toda nitidez que a ellos sólo les mueven los suculentos motines, que desprecian a sus compañeros y que eso del toreo, la tauromaquia o como se le quiera llamar, les importa un pito.

Con sus patas de palo, sus parches y sus garfios ocuparon el baluarte del Ministerio del Interior y una vez allí perpetraron su fechoría: señor Ministro, en nombre de toda la piratería y ciscándonos en cualquier incómoda tradición no queremos seguir dependiendo de usted, así que por el bien de todos, olvídese de nosotros y déjenos que nos las apañemos nosotros solos, que ya somos mayorcitos y si alguien se nos desmanda lo sabemos meter en cintura, y si no, lo pasamos por la quilla.

Seguro que cuentan con el apoyo de todos los profesionales y si no es así, el profesional díscolo se tendrá que atener a las consecuencias, aunque que nadie se inquiete, todo se hará con tacto y buen gusto y se hará que parezca un accidente. Ya se habrán cuidado de ir ganando adeptos uno a uno, argumentando sus buenas razones y haciéndoles una oferta que “no podrán rechazar”. Esta es la democracia oligárquica de siete cabecillas que ostentan la fuerza que les otorga la casa a la que pertenecen, esa casta que se puede permitir el lujo de decidir si uno u otro se merecen alternar con ellos o si tal o cual hierro va a verse anunciado en los carteles por delante de ellos; sólo faltan las palabras “SE BUSCA”.

Si algo hay que reconocer a este contubernio es que nos eviten largos debates en los que cada estamento del mundo de los toros exprese su parecer, en el que por supuesto se incluiría al aficionado, así como que la decisión final, el contenido de la petición que se elevaría a la autoridad competente naciera de un proceso limpio, libre y democrático.

¿Alguien es capaz de imaginarse a un torero que pelea los contratos con uñas y dientes, rodeado por sus convincentes compañeros, mientras estos le “descubren” las bondades de su plan? Pues yo sí. De lo que no estoy tan seguro es de su capacidad de previsión a medio y largo plazo, aunque esto tampoco creo que les importe demasiado. Y que a nadie se le ocurra escuchar a esos vejestorios carcamales que ya chochean, como es don Luis Francisco Esplá, como lo es cada vez que habla don Andrés Vázquez Mazariegos, como lo es cada vez que habla de toros don Pepe Luis Vázquez y otros muchos a los que conviene no hacer mucho caso, por bien del tinglado que han montado.

Este grupo de señoritos no sólo son el colectivo más inútil, mentiroso y tramposo de la historia del toreo, sino que además deciden tomar una de las decisiones más importantes desde que Pedro Romero manejaba estoque y muleta. Nunca el toro fue tan poco toro, incluidos los años de los utreros, de la escasez de animales, pero aún siendo pequeños, eran toros. En nuestros días la mayoría del ganado que se lidia en nuestras plazas y casi la totalidad de lo que torean estos siete magníficos, podrá ser grande, chico o mediano, pero su comportamiento dista un mundo de lo que siempre ha sido el toro de lidia. Nunca antes se había institucionalizado la mentira, el fraude y la trampa en el toreo, tal y como lo ejecutan estos autoproclamados campeones del toreo, con la inestimable complicidad de la prensa oficial, de la que se libran cuatro idealistas que aún creen en su fiesta.

Pero seamos generosos y concedamos a cada uno la responsabilidad que tiene en este reparto del botín. No olvidemos la condescendencia y permisividad del gobierno de la nación, quien con tal de no oír berrear a unos niños mal criados, es capaz de dejarles hartarse a pasteles, chuches, pasarse el día jugando con la consola y acostarse a altas horas de la madrugada después de ver Buenafuente hasta el final. Todo con tal de que no hagan ruido.

Los paganos sólo tendremos la opción de abonar nuestra entrada y callar, aunque que piensen que los advenedizos que se han subido recientemente al carro se bajarán con la misma facilidad cuando éste se pase de moda y que el aficionado de verdad, el fetén, igual que deja de ir a la plaza fuera del abono, igual que abandona y cierra blogs, lo mismo que se deja inundar por la molicie y desgana que le anestesia la afición, también puede dejar tirado su abonado conservado durante años y decirles a estos siete filibusteros y a sus pérfidas huestes: “Que os den”.

PD: En estos días estaba pensando cesar mi actividad en el blog durante algún tiempo, pero después de este puyazo no he podido por menos que crecerme al castigo y decirles que el que quiera que venga, que le espero en la boca de riego, dispuesto a la pelea. Y me gustaría tener un recuerdo para Juan Carlos Arteche, el defensa que llegó a ser un estandarte en el Manzanares.

viernes, 8 de octubre de 2010

La que nos están liando


Desde hace tiempo se ven unos oscuros movimientos entre el taurineo, que tienen su reflejo en la visita que los siete magníficos cursaron a la señora Ministra de Cultura, aficionada a los toros según ella misma reconoce, pero que no dudó en cuanto pudo en ponerlos en el felpudo de su despacho mirando a las cámaras, mientras ella iba a atender a un pato que tenía en el horno. Como desplante después de una faena de aliño, ¿no se me negará que no estuvo cumbre la señora Ministra? Aunque viendo la poca boyantía y falta de casta de los susodichos, tampoco es para tirar cohetes.

Pero otra cosa no tendrán estos jóvenes maestros, pero a poco sentido de la realidad, poca personalidad y descaro no hay quien les gane. Ellos salieron más feliz que una perdiz y se plantaron delante de la prensa encantados de haberse conocido, sin dar mi un argumento del motivo de su visita, ni del resultado de ésta, sólo tenían una cantinela que iban repitiendo como una salmodia que atornillaba las sienes del aficionado: ¡Qué nos pasen a Cultura, qué nos pasen a Cultura, qué nos pasen a Cultura, qué…! Esa era toda su preocupación. Les importa un pito eso de que parezcan abusones de barrio con el toro que les echan cada tarde, les importa un pito que el aficionado esté harto, que no aguante más y que cada vez acuda menos a las plazas, les importa un pito que el aficionado no quiera verlos ni en pintura, a pesar de ser las figuras del momento, que la media de edad de los asistentes a las plazas empiece a superar el medio siglo, que se haya convertido en un espectáculo que no atrae a los jóvenes, que sea un espectáculo arrinconado por los medios de comunicación públicos y privados y que cuando se ocupen de él sea para decir que a los toros se les droga, que los toreros organizan excursiones multitudinarias por los clubes de carretera, que hay no sé cuántos matadores que son homosexuales o que un empresario apoderado abusa sexualmente de los jóvenes que se quieren abrir camino, todo les importa un pito, sólo les preocupa una cosa ¡Qué nos pasen a Cultura! Y todo lo que son capaces de argumentar, es que les ponen muchas multas y que las tienen que pagar.

Y ahora, tan animados como andan ellos y tan crecidos después del éxito de la visita a la señora Ministra, piden ver al Ministro de Interior, ¿para qué? ¿Para decirle que les tiene esclavizados y que les dejen marchar a ellos y a su pueblo bajo pena de siete plagas sobre la fiesta? ¿Pero qué más plagas nos esperan? Perdón, esta pregunta sobra, porque seguro que si no las encuentran, se las inventarán en contra del aficionado. Ellos siguen por su carril, llevándose por delante lo que haga falta, con el único fin de poder hacer lo que les dé la gana y seguir con el fraude y la corrupción con la coartada de favorecer su arte; cómo si algunos supieran lo que es eso del arte.

Miren si les creo incapaces, que tengo la sensación de que no tienen ni idea ni de lo quieren, ni mucho menos de lo que piden: Viven en una ceguera muy bien tejida por el mundillo que les rodea, por los ineptos que no pudieron vivir de los toros y pretenden vivir de ellos, por los que dilapidaron su crédito su fortuna y quieren seguir viajando en primera, por la prensa afín que si hace falta cambian hasta la historia y les convierten en los semidioses que se creen que son.

¿Alguien cree que estos señores sean capaces de convencer a alguien de algo? Y mucho menos ¿alguien cree que sean capaces de defender la fiesta y olvidarse de sus propios e inmediatos intereses? Pero como si algo puede ir a peor, no tengas ninguna duda de que empeorará, da la sensación de que las autoridades competentes no tendrían demasiados inconvenientes en ceder a sus pretensiones, básicamente porque a parte de las autoridades competentes la fiesta les importa un pito y si sus protagonistas la quieren sacrificar, pues allá penas, ellos sólo se limitaron a hacer caso a los profesionales.

Puede que haya quien me diga que no soy justo y que trato por igual a los siete autoproclamados portavoces del mundo de los toros, pero si se han prestado a esta farsa, son tan responsables como el primero, porque si están ahí es porque están de acuerdo con esta petición de institucionalización del fraude. Bien fácil lo habrían tenido para declinar la invitación y aguantar la posible censura de sus compañeros y las posibles consecuencias que podrían ocasionarse con su postura. Pero entonces nos enteraríamos de muchas cosas que ahora sólo sospechamos, pero que nadie se atreve a denunciar. A lo mejor sería oportuno un cisma para ver quien se coloca a cada lado de la línea de la honestidad.


Cada una va a lo suyo y a sacar tajada en su propio beneficio. ¿Quién espera que esa comisión de expertos sirva para algo bueno? ¿Qué expertos van a constituir esa comisión? Será llamado algún aficionado para hacer oír su voz, pues no evidentemente. Los llamados serán prestigiosos ganaderos muy del gusto de la prensa del movimiento y nada del gusto del que paga, apoderados/empresarios/ valgo para todo con una idea muy clara del negocio, algún aficionado insigne que sepa como nadie alabar a los semidoses de turno, a los “punzantes” miembros de la prensa especializada y al sector de los matadores, activos y retirados, afines al movimiento taurino postmodernista. Si hay opción entre elegir a Manuel Caballero y Andrés Vázquez, lógicamente se nombrará a Caballero, y entre Antoñete y Pepe Luis, pues Antoñete, y si tragan con alguno será con el díscolo Esplá, para que nos vamos a engañar. O incluso lo más probable es que los más espabilados se autoproclamen expertos y se presentarán ante la Corte Celestial si hace falta, para reivindicar sus peticiones, de la misma forma que ya lo han hecho los “Siete Magníficos”. De lo que no creo que haya duda es de que el tufo que da todo esto es de que nos la están liando y bien liada.

PD: No quería dejar pasar la ocasión de reproducir las opiniones de Simón Casas, prócer y adalid del taurinismo, sobre don Joaquín Vidal. En otro momento habría dedicado un comentario propio a estas palabras, pero ese ya llegará, de momento monsieur Casas se retrata él solo:

"El aficionado tiene derecho a criticar. Pero amando siempre a la Fiesta de los toros. No destruyéndola. Y voy a hablar claro. Hay un periodista que tiene una placa en la plaza de toros de Madrid que ha dedicado toda su vida en El País a decir mentiras para destruir la fiesta de los toros. Que Dios tenga su alma en el cielo. Que como aficionado fue nefasto".

Y ni tan siquiera se ruborizó. Don Joaquín, perdónalos, porque no saben lo que hacen, ¿o sí?

jueves, 7 de octubre de 2010

La espantada de Madrid


Esa expresión tan taurina del sentimiento del toreo que Rafael el Gallo popularizó como la “espantá” y que luego otros han remedado con mayor o menor éxito, entre los que destacó Curro Romero, ahora tiene unos seguidores que pretenden emular a estas dos figuras del toreo: la empresa de la plaza de Madrid, alias Taurodelta. Pero de lo que no se dan cuenta es de que esta práctica constaba de dos fases: la primera en la que el matador salía de najas, bien tomando el olivo o bien aculándose en el burladero, y la segunda en que, después de tenérselas que ver con la autoridad competente, volvía a la plaza uno o varios días después y organizaba tal alboroto que hacían que toreasen por las calles hasta los bancos del Retiro.

Y ¿por qué todo esto? Muy sencillo. Hace unos días recibí un correo de uno de los fieles de Toros Grada Seis, que parece ser que los hay y del que no revelaré su identidad a no ser que él me lo pida, y me hacía reparar en el fin de fiesta que nos han preparado para cerrar esta triunfal temporada. Un año que comenzaba con la esperanza de volver a ver a José Tomás en Madrid, lo cual se frustró en unos segundos en Aguascalientes, luego leíamos las declaraciones de Choperita Chico junior, con eso del esfuerzo que iban a hacer y otras milongas y pensábamos que la feria de San Isidro sería única, aunque no lo tomamos por el lado malo, el de la vulgaridad, el adocenamiento torero, la desdicha ganadera y la desesperación del que paga todo esto.

La continuación fue mucha novillada para no dar corridas de toros, inventando certámenes con apariencia de promoción de la fiesta y con un tufo de ahorro e incremento de ingresos que tira para atrás. Y no es que esté en contra de que se organicen novilladas, pero si esto es a costa de no dar festejos mayores, y los que correspondían a esas fechas se apelotonan en corridas sin interés en San Isidro y el Aniversario, pues no es de recibo.

Después, la feria de Otoño, a la que en principio podía dársele un aprobado raspadito, pero que por esas cosas de la vida ha tenido en una sola tarde los mejores resultados que se contemplan desde hace años, aunque por causas ajenas a la empresa, y de cierre más novilladas y una corrida de toros. Una corrida en la que se presenta un matador mexicano, el Conde, que no viene ni en el mejor momento, ni en las mejores condiciones. Es más, así presentado da la sensación de que no tiene el menor interés, que no quiere decir que sea así, pero es lo que parece y que simplemente viene a cumplir un trámite. Al azteca le acompañarán Luis Vilches, al que se arrinconó en su momento y Eduardo Gallo, que dista mucho de aquel novillero que nos sacudió a todos con su toreo y que, con el paso del tiempo, ha trepado a las más altas cotas de la vulgaridad. Un clavo ardiendo para tres toreros que son una moneda al aire, igual que lo es este compromiso para ellos. Eso sí, se encontrarán con un hierro de los que por lo menos tiran de ti para ir a la plaza, los gracilianos de Juan Luis Fraile, aquellos que un día nos recordaron lo que era el toro bravo, y que todos deseamos que hayan superado sus problemas del pasado.

Cuatro tardes y casi sólo salvamos una ganadería de las anunciadas. Y si miramos el calendario y lo eximio de la taquilla no sería de extrañar que algún festejo no se celebrara en cuanto cayeran cuatro gotas que lo justificaran. No es una buena forma de echar el cierre en Madrid, esa plaza con la que muchos se llenan la boca diciendo que es la primera del mundo, pero que la tratan como si fuera de talanqueras y a la que siempre se está pensando en quitar cualquier resto de lo que fue, para convertirla en una más. Esa plaza tan exigente que se conforma con muy poco y que se contenta casi con buenas intenciones, pero sinceras y pensando en sus gustos, no en los de ninguna cadena de televisión, ni ser el objeto de oscuros trueques entre taurinos.

En lugar de querer dejarnos con buen sabor de boca, la empresa de Madrid, alias Taurodelta, actúa como los malos estudiantes de se juegan todo a una carta y que cuando ven que la cosa pinta en bastos, deciden dejarse ir, sin pensar en enderezar su camino, y eso que en Otoño se les apareció la Virgen y toda la corte celestial. Pero mal andamos si a estos malos estudiantes les juzgan unos malos profesores, esos que les regalan el aprobado en forma de entrevistas y artículos en medios afines. Así no habremos conseguido nada. Y a todo esto están los sesudos caballeros de la Comunidad de Madrid sentados en su palco de preferencia, incluido el señor Abella, ese que algunos pensaron que iba a aportar seriedad y que de momento parece un convidado de piedra, aunque también es verdad que cuando llegó es de suponer que ya estaba todo hecho. Esperemos que las cosas cambien y que no tengamos que identificar las espantadas con el año en que se produjeron, “Espantada 2010”, “Espantada 2011” y así sucesivamente. De momento, y otro año más, tendremos que seguir esperando y tener fe ciega en que el año próximo todo mejorará, aunque esto ya me suena de otros finales de temporada. Y lo peor de todo es que esto no es exclusivo de la plaza de Madrid, y si no, que se lo pregunten a la afición de Zaragoza y las causas por las que Juan Mora no está anunciado en el Pilar.

lunes, 4 de octubre de 2010

El amargo despertar


Como dice Serrat, no es que sea dura la realidad, lo que no tiene es remedio. Estábamos aún viviendo ese sueño del toreo eterno, ese día en que Juan Mora nos trajo una forma de torear ya casi desaparecida, Curro Díaz combinó arte y valor y Morenito de Aranda nos deleitó con su toreo al natural, aunque pasado por el tamiz de la modernidad, más artificial que natural. Pues cuando todavía se nos dibujaba esa sonrisa de pasmados se nos puso delante otra corrida más para olvidar y plantearse muchas cosas.

Los toros del Puerto de San Lorenzo, muy poco parejos, no fueron los del mes de mayo, flojos en general y con pocas ganas de colaborar. El primero parecía que podía ser un buen toro, aunque muy flojito, que en el caballo hasta metió los riñones en algún momento, después se vino abajo. Seguía bien los engaños y parecía que empezaba a ganar la partida a Alberto Aguilar, pero acabó buscando las tablas sin querer dar ni un paso. Y el quinto, el mejor de la tarde, no encontró un matador que le diera lo que necesitaba, una buena lidia, mando y poder. Empujó con fijeza en el caballo, aunque sin humillar, sembró el caos durante el segundo tercio y en el de muerte acusó la falta de un torero que le hiciera las cosas bien. Iba bien detrás de la muleta, incluso atosigando a Alberto Aguilar, que sólo pudo quitárselo de encima con trapazos y banderazos. Evidentemente no era la mejor medicina para el del Puerto, que pedía el mando y firmeza que allí no encontraba. No voy a decir que era un toro de bandera, tampoco nos dejaron verlo, pero sí que era un toro con el que se podía haber hecho otra cosa mucho más importante.

Diego Urdiales al que siempre se le espera en Madrid, y se le seguirá esperando, se topó con un imposible. Él que es torero que necesita un toro importante, como el quinto, sólo pudo dejarnos unos muletazos por abajo por ambos pitones marca de la casa y nada más. El primero se le paró muy pronto y a su segundo le estuvo persiguiendo por todo el ruedo hasta llegar a toriles, donde acabó con el sufrimiento de todos.

De Alberto Aguilar creo que ya lo he dicho todo, se le esperaba con ilusión a tenor de los ecos de actuaciones suyas por otras plazas, pero ya será por la responsabilidad del momento, por lo que molestó el viento, que por momentos fue bastante, o por carencias que tendrá que superar con urgencia. Le tocaron los dos con más posibilidades, especialmente el quinto ya reseñado, pero él no estaba por torear como mandan los cánones clásicos, y sí por endiñarle esa faena universal que triunfa por todo el mundo de derechazo, derechazo, derechazo y más derechazo para rematar tres veces por tanda con otros tantos de pecho. Eso es lo que diferencia el toreo clásico del moderno.

Cerraba plaza, feria y aburrimiento el manchego Miguel Tendero, quien en mayo dejó claras sus intenciones de ser el número uno de su barrio y no hay quien le apee del burro. Seguro que tiene cualidades para ser torero pero ni lo sabe él, ni quien le lleva y todo se reduce a esa misma faena universal que acaba no diciendo nada al aficionado, lo que no quiere decir que vaya cortando orejas hasta en los puestos de helados, pero eso no es torear. Pero que nadie piense que es un mal exclusivo del albaceteño, es la enfermedad que asola a todo el escalafón con una virulencia salvaje.

La verdad es que es muy pobre balance, sobre todo si miramos a lo que ocurrió veinticuatro horas atrás. Será la temperatura, será el ambiente, que el verano ya quedó atrás o que todas las musas se concentran en Madrid en Otoño y deciden pasarse por la plaza de la calle de Alcalá, pero esta miniferia sigue regalándonos momentos únicos; Rafael de Paula aquella tarde que se vació sin quedarle fuerzas para entrar a matar, las faenas de Curro Vázquez o Julio Robles y ahora lo que se recordará como la tarde de Juan Mora en la feria de Otoño de Madrid. Un día en el que todo el mundo perdió la cabeza, mi amigo Pepe Luis Bautista que no hacía más que decir que “esto es el toreo, esto es el toreo”, o David Campos que me llamó por teléfono mientras veía dar la vuelta al ruedo a Mora tan emocionado que casi no podía ni hablar, ni escuchar, o Iván que se vino a Madrid lleno de ilusión y se volvió más feliz que unas pascuas. Y yo me pregunto, igual que Antonio Díaz, ¿habrá alguien a quien no le haya gustado Juan Mora? Pues claro que sí. Muchos corifeos de algunas figuras negarán esta evidencia, pero eso ya es cosa suya. Lo que si pido es que si alguien se ha hecho con el vídeo de las dos faenas, que se lo mande corriendo al señor Mosterín, quien a pesar de todo ha declarado que ya ha encontrado la estética en el toreo. Todavía me le veo en mayo buscando entradas en la reventa para la primera actuación de Mora en San Isidro.

domingo, 3 de octubre de 2010

Juan Mora, matador de toros


Tercera de la feria de Otoño, cartel de toreros artistas, con gusto o como queramos llamarlos y la gente con la ilusión de poder ver algo, un detalle, un pellizco, algo que nos ayude a pasar de un poco mejor los malos tragos pasados esta temporada. Pero no creo que nadie esperara recibir tanto, en tan poco tiempo. La cosa no empezaba bien, Javier Palomeque era volteado violentamente por el primero, cayendo de una forma muy fea. El toro cortaba por el pitón derecho y era complicado estar allí delante. Corneaba el peto en su encuentro con el caballo, mientras le tapaban la salida. Juan Mora quitó con tres buenas verónicas, pero lo grande estaba por llegar. Del comienzo de la faena nos ha quedado un majestuoso pase del desprecio, al que siguieron unos derechazos de calidad, aunque sin ligazón. Juan Mora se echó la muleta a la zurda y allí empezó su recital de toreo al natural, con mucha naturalidad. Dos o tres tandas, no recuerdo porque ya había tirado mi bloc de notas, tandas cortas y el de pecho. Todo temple, gracia, torería y naturalidad y quiero insistir en este punto. Ha sido una faena corta, sobre todo para lo que acostumbran las figuras, pero de verdad. O mejor dicho, de corta nada, justa. Algunos habrán echado de menos los pases cambiados por delante y por detrás, los pases largos y abundantes, pero yo me quedo con este toreo hondo, dominador y medido. Ha sido una faena como las que se veían hace muchos años y que ya están en desuso. No creo que hayan sido más de una docena de pases, que han sido suficientes para que el toro pidiera la muerte. Y como hacen los matadores de toros, una vez que el toro estaba entregado, Juan Mora montó la espada y recetó una estocada que fue suficiente para que la gente pidiera las dos orejas. Nos hemos evitado ese paseo a las tablas, esos trapazos para cuadrar y el esperar a ver si aquí es el sitio, o si es mejor allí; Madrid no ha dudado y se ha rendido a un torero, al que se les esperaba y que no ha defraudado ni un tantito así.

Esta lección de torería no había acabado y en su segundo nos ha regalado un faena del mismo corte, pero totalmente distinta, Un inicio con mucho gusto y torería, derechazos muy templados y el de pecho, otra tanda y un kikirikí, un natural para enmarcar y una estocada al encuentro. Así de fácil. Todo construido desde la naturalidad y el clasicismo. Y como decía Pepe, mi compañero de localidad, si esto sucediera más a menudo, ni fútbol, ni motos, ni partidas de mus, bueno de mus sí. Los hubo que protestaron las orejas, están en su derecho y yo les doy mi apoyo desde aquí, lo único que pido es que en otras ocasiones que vengan, me apoyen igual a mí. Pero que sepan que cuando decimos que no es lo mismo torear que dar pases, nos referimos a esto.

Curro Díaz se encontró con un primero parado y flojo con el que sólo se podía estar ahí y con el que se le vieron algunos detalles cuando le permitía al toro ir a su querencia. Algo similar a lo que le pasó con su segundo, que aunque no paraba de buscar su refugio en tablas, al menos era algo más manejable. Lo recibió con un trincherazo a media altura y siguió con unos derechazos muy trabajados. Pero el mejor momento de su actuación fue cuando citó de frente dando el pecho y la muleta por igual, esperando a que el toro decidiera. Esta es la muestra palpable de cómo un muletazo corto, muy corto, como son los ejecutados de frente, pueden ser hondos y profundos. Y como no quería quedarse fuera de ese grupo de escogidos que son los matadores de toros, se tiró sobre el morrillo del de Torrealta sin pensárselo dos veces, para dejar una estocada en los rubios.

No lo tenía fácil Morenito de Aranda, un torero que yo creo que puede hacer el toreo, pero que no está tocado por los ángeles de la misma forma que sus compañeros de terna. No obstante supo aprovechar lo manejable del sexto y vimos su buen toreo al natural, tirando del toro y rematando los pases atrás, aunque con más retorcimiento de lo que aconseja la buena salud lumbar. Mejor la segunda tanda que la primera, otra más con una bella trincherilla, un molinete, el del desprecio de cartel, pero sin culminar con la espada, con una entera caída. Una oreja, no sé si justa o no, me da igual.

De los toros poco se puede decir, los Torrealta han sido manejables, alguno excesivamente flojo, descastados y han manseado en distintas fases de lidia, no dudando en salir a escape buscando los toriles o refugiarse en tablas en su huída de los caballos. Y eso que los montados más que picar hacían que picaban. Pero con lo que me quedo es con que en la tarde del 2 de octubre de 2010, en la feria de Otoño de Madrid hemos visto torear a Juan Mora, matador de toros.

sábado, 2 de octubre de 2010

Ni en Interior, ni en Cultura… en Sanidad


Que la fiesta está mal no es novedad y que los maestros se pueden quedar sin trabajo es una preocupante amenaza y no creo que nadie les pueda reprochar que se busquen las lentejas en otro puchero. Hasta el momento el torero era una persona que se dedicaba a enfrentarse a los toros con las únicas armas de una muleta, un estoque y el saber acumulado durante siglos.

En estas fechas estamos viviendo en una continua vorágine que se quiere llevar la fiesta por el desagüe de las prohibiciones. Unos mantienen que este espectáculo, manifestación de la tradición y acerbo cultural de un país, debería pasar a ser regulado por el Ministerio de Cultura, abandonando el hasta hoy regidor de la fiesta, el Ministerio del Interior. Quizás ya es hora de acabar con ese control al que las fuerzas del orden someten a los ganaderos y profesionales del toro. Puede que sea el momento de acabar con esa secular imagen en que la Guardia Civil vigila los herraderos en el campo bravo. Igual se debería desterrar esta imagen opresora, revisando los libros y controlando los nuevos pupilos, y tratar a estas criaturas como los protagonistas de un hecho cultural y cambiar el herradero por una ceremonia de graduación, adornada por la lectura de poemas y la interpretación de bellas sonatas para cuerda.

Pero si nos ajustamos a la realidad de la fiesta, quizás sería mejor que pasara a depender del Ministerio de Sanidad, y como primera medida se debería convalidar a la torería actual sus títulos de doctores en tauromaquia por titulados en primeros auxilios. A los banderilleros como asistentes de enfermería y a los picadores como celadores de hospital. Señores ¡Renovarse o morir! Ya está bien de esas posturas inmovilistas ancladas en el pasado que sólo parecen disfrutar poniendo en peligro la integridad de estos valientes capaces de plantarse en una plaza ante miles de personas con un traje de colores y unas medias de color rosa.

Seguro que otro gallo nos habría cantado si los matadores que se han enfrentado a los Núñez del Cuvillo hubieran ya tenido convalidados sus títulos. En cuanto los hubieran visto salir por toriles habrían sabido que el tratamiento adecuado para los seis eran unas enérgicas friegas de alcohol de alcanfor. Pero no, como andamos en lo que andamos, nos empeñamos en que los piquen, los toreen de capa en los turnos de quites y después de banderillearles, que los toreen con la muleta bajando la mano y haciéndoles retorcerse en torno al talle del torero.

Habrá quien esté preocupado por lo que ha pasado en las Ventas, pero para eso pueden dirigirse a Burladero o Mundotoro, donde no encontrarán una palabra más alta que otra en contra de los tres matadores y a los que sabrán elogiar hasta empalagar, a El Cid, Alejandro Talavante y Oliva Soto que confirmaba la alternativa. Pero a mí me preocupa mucho más el futuro de esos padres de familia abocados al desempleo.

Lo de que los Cuvillos no tenían casta, ni fuerzas, ni ganas de embestir es lo de menos, el que en la suerte de varas los de a caballo simularan que picaban, es pecata minuta, así como el que casi toda la corrida acusaba el escozor provocado por los arponcillos de las banderillas, seguro que a causa de la mala esterilización del material empleado.

Tampoco merece la pena detenerse en que el Cid sigue errando por esos páramos y ciénagas del toreo donde habitan las ánimas atormentadas, sobre todo cuando le ven ponerse francamente pesado delante de un moribundo gordote y con cuernos. El sevillano sigue sin encontrarse, pero con este ganado el reencuentro consigo mismo va a ser realmente complicado.

Alejandro Talavante sigue sin ser aquel que maravilló, pero él cree que sí, lo que le hace inmensamente feliz. Es una versión desfigurada del toreo moderno que a veces sufre pequeños conatos de querer torear de verdad, pero rápido se le pasan. Un natural aquí, un remate allá, pero inmediatamente regresamos al pico y a despedir al toro de la suerte largándolo todo lo lejos que sea posible.

Oliva Soto sustituía al maltrecho Manzanares quien repentinamente y de forma sorpresiva no ha podido cumplir, como era su deseo, con este importante compromiso de Madrid. El sevillano ha dado la sensación en varios momentos que iba a dejar ver su toreo artista y puro, como en unas verónicas de recibo en las que se plantaba ante el toro con firmeza, para a continuación tener que rectificar, o ese inicio de faena rodilla en tierra que daba una absoluta sensación de dominio y poder, pero al final ha acabado sucumbiendo al pegapasismo que nos atornilla las sienes tarde tras tarde.

Pero ya digo que no era día para detenerse en minucias de si los matadores no eran capaces de ordenar el caos que se instalaba en el ruedo en el primer y segundo tercio, ni para echarles cuentas sobre su toreo distante y ventajista donde el pico es el rey. Quizás era más oportuno empezar a plantearse pedir cita con la señora Ministra de Sanidad, doña Trinidad Jiménez, a ver si ahora que está en mil y una batallas la pillamos con las defensas bajas y no sólo nos acoge bajo sus manto protector, sino que además no sólo no rehúsa hacerse una foto con los siete magníficos, sino que además se planta una peineta con forma de capote de paseo. Y una vez conseguido nuestro objetivo ¿qué mejor manifestación de buenas intenciones que ver al exconsejero de Sanidad, el señor Lamela como alguacilillo en la plaza de Madrid impartiendo justicia en el callejón? Ya vale de tantos movimientos erráticos, ¡la fiesta en Sanidad YA!

viernes, 1 de octubre de 2010

La indulgencia con los novilleros


Suele ser norma general que los buenos aficionados perdonen casi todos los defectos a los jóvenes novilleros que pretenden abrirse camino en esta jungla que es el mundo del toro. Pero creo que como en todo, hay que poner límites y hacer alguna excepción. Para abrir boca en esta nueva edición de la feria de Otoño de Madrid, la empresa nos obsequió con una novillada.

Pero el planteamiento erróneo ya se manifestaba de inicio, en eso de seis novillos de don José Luis Pereda. Ahí lo escrito no coincide con la realidad y en lugar de novillos podrían haber escrito 6 mulos 6, con presencia de toro algunos de ellos y de toro antiguo el sexto, cuando se podía ver mucha más variedad de capas por los ruedos del mundo. Ya el señor Pereda tuve que sentirse abochornado después de su anterior presencia en Madrid, a no ser que esté cambiando el negocio y que poco a poco vaya mutando su negocio de la cría de ganado bovino, en la de ganado equino, y esperemos que no caprino. Flojos hasta la invalidez, sin casta, rodaron por el suelo una y otra vez, contando eso sí, con la inestimable colaboración de la acorazada de a caballo, que desconoce eso de no picar trasero mientras se tapa la salida del toro. Pero atención, los milagros existen y en el sexto, ese ensabanado bizco del pitón derecho, vimos la suerte de varas. Un picador, Luciano Briceño, fue capaz de picar arriba y no acribillar al novillo mientras que éste aprieta para afuera mientras le tapan la salida. Hasta dos veces recibió el montado las acometidas del burel contra el peto. Lo único que espero es que por tamaña osadía, los responsables del sindicato de toreros no le quiten el carnet, ni le expulsen del cuerpo montado en público escarnio en el patio de caballos.

Y vayamos a los tres espadas, Cristian Escribano, Damián Castaño y Víctor Barrio. Del primero poco se puede decir, que por momentos parecía que podía estar alejado de las modas que nos martirizan, una verónica sin enmendarse por allí, una media por allá, pero en seguida se le vio el sello postmodernista imperante. Pico, lejanías, contorsionismos y una manifiesta incapacidad para matar a los toros. Todo ello dentro de una apatía desesperante, sobre todo si se tiene en cuenta que la oportunidad que supone para un chaval de 19 años estar en Madrid en la feria de Otoño.

El segundo, el salmantino Damián Castaño, más parece que se limita a pasear su banda de ganador del certamen de novilladas del mes de julio, que intentar ser torero. Muchas pueden ser las virtudes que adornen a este novillero, pero entre ellas no sé si estará la humildad y desde luego que se cuenta la de conocer los secretos de la lidia. De acuerdo que está empezando, pero hombre, para venir a Madrid a hacer las prácticas, al menos hay que conocer las cuatro reglas básicas del toreo. Lo de ser vulgar, basto y no tener gusto para torear, eso lo dejamos a un lado.

Víctor Barrio cerraba la terna de novilleros, un torero del que se vienen oyendo maravillas, que no digo yo que no las haya protagonizado, pero para venir a Madrid o a cualquier otra plaza, no se puede ir con un guión predeterminado. Gestos que no llevan a ninguna parte y que no tienen nada que ver con los fundamentos de la lidia y sí más con enardecer los ánimos del paisanaje, con el único objetivo de arrancar unas pocas orejitas.

Entiendo poco lo de la portagayola, que es más una declaración de intenciones y una manifestación del estado de ánimo, que una suerte que busque poder al toro, pero eso de irse a los medios a sacudir el capote mientras el toro va y viene y se pega cuarenta vueltas por el ruedo sin que nadie lo fije, eso ya me lo tienen que explicar muy despacito, con mucho detenimiento y con paciencia. Muchas poses, componiendo la figura como para esculpirla en mármol, pero dejando de lado la colocación, el sentido de las distancias y los terrenos y hacer el toreo de verdad. Y por si no nos había quedado claro el concepto del toreo que tiene este joven novillero, en el sexto nos obsequió con la última novedad que se puede encontrar en supermercados y grandes superficies, el pase por detrás, por delante, por detrás otra vez y así hasta que el novillo dice que se acabó; Cuánto daño han hecho Perera y Castella con este alarde de banderazos en que el toro va y viene. Lo siguiente fue lo de todos, el pico llevando al toro muy lejos y escupiéndolo de la suerte y pases, pases y más pases.

Los tres están a tiempo de modificar el rumbo, otra cosa es que quieran y que elijan el camino de querer ser figuras del toreo, antes que matadores de toros. Seguro que habrá alguien que les quiera y les diga por donde tirar, aunque ahora pueda hacerles lloran, pero ya se sabe, quien bien te quiere te hará llorar.

La tarde no dejó mucho más, las banderillas de David Adalid y la confirmación de que a José María Manzanares le sustituía Oliva Soto; pues si Dios no lo remedia, allí estaremos, expectantes para ver la confirmación de la revelación de la feria de abril de este año.