martes, 29 de octubre de 2019

¿Y si aplicamos el reglamento antes de modificarlo?


Ya nos conformaríamos más de uno con que antes de modificar, se cumpliera el reglamento para el primer tercio

En ese afán de querer arreglar el desaguisado actual de la fiesta, por un lado el aficionado intenta aportar ideas que puedan mejorar lo presente y se ponen a elucubrar sobre modificaciones en el reglamento, quizá intentando pensar en fórmulas que los profesionales estuvieran dispuestos a poner en práctica. Y po r otro lado, los taurinos, entre los que por supuesto se encuentran los profesionales, mantienen casi el mismo afán reformador, pero en otro sentido, quizá opuesto y quizá complementario a lo que quieren los aficionados. Estos quieren cambiar para acomodar más la fiesta de los toros a sus expectativas, a sus capacidades o a sus intereses y hasta puede que en este caso estén dispuestos en poner tales medidas en práctica. Eso sí, no creo que en este caso satisfagan a aquellos, a los aficionados, que tanto desean crear una normativa que estos, los taurinos, asuman y cumplan. Y esto que se suponía que complementaba a los deseos de unos, les encabritará aún más, pues no es lo que ellos pensaban.

Quizá este sea un rasgo más de la españolidad de la fiesta de los toros. Hagamos leyes, muchas leyes, leyes para los que parpadean, para los que no, para los que están aprendiendo, para los que no tienen ojos, para los que tienen uno, dos o vaya usted a saber cuántos, pero luego ya se buscarán las mañas para saltarse esas normas a la torera, que no podía ser de otra forma. Ahora estamos con el peso del caballo, con las puyas, con los caballos, los petos y hasta los relinchos; y que conste que no estoy en absoluto en desacuerdo con ello, pero, ¿y si cogemos lo que tenemos y hacemos porque se cumpla? Y al que no lo haga, le hurgamos en el bolsillo o mejor, en la cartera, que ahí es dónde viajan los billetes gordos.

Tenemos un reglamento que no voy a decir que sea bueno, es francamente mejorable, pero que es raro el que se cumple con fidelidad al espíritu con que se redactó en su día. Díganme ustedes si no admitirían con alborozo el que a un toro se le dieran dos puyazos, que se colocara el toro ante el caballo, que se le parara antes del trompazo contra el peto, que no se le picara trasero, que no se le tapara la salida, que no… será por vicios que desearíamos desterrar de un plumazo. Que todo esto, si lo pensamos dos minutos, poco tiene que ver con el peso del caballo o medidas de la puya. Es más el sentir la suerte de varas, el compromiso con esta y con el conjunto de la lidia o con el seguir pensando que eso de picar a los toros es un mero trámite, cuando no algo absolutamente prescindible. Y si hay que modificar, volvamos a los tres puyazos.

Y qué curioso, cuándo hablamos de modificaciones reglamentarias, casi siempre empezamos por modificar el primer tercio. Unos pretenden que se cumplan unos mínimos requisitos que eviten la completa desaparición del tercio de varas y enfrente están los que firmarían a sangre y fuego su completa abolición, que empiezan por detentar en exclusiva el derecho a picar o no a un toro y al final parece que quieren desembocar en las corridas de toros sin caballos. O la otra opción, esa tercera vía ya apuntada por algún figurón, la suerte de varas con megáfono, pero esta opción no la acabo de ver. Y después de esto de picar a los toros, el segundo aspecto al que se llega cuándo se habla de cambios en el reglamento, inevitablemente, la piedra angular de la fiesta, el motor, la causa primigenia de que todo esto exista, la concesión de las orejas. Que no se plantean cómo evitar el fraude en el toro, cómo evitar la alarmante e imparable pérdida de casta, la falta de trapío, la manipulación de las astas, no, antes está lo de las orejas. Unos queriendo obligar a que el corte de despojos sea mayor, como medida para subir un poco la exigencia, como un último esfuerzo por intentar devolver a esto la dignidad que hace tanto que se perdió. Y los otros, pues a lo suyo, convirtamos las plazas en un gallinero y que la concesión de trofeos no responda a méritos objetivos, que sea la masa, su entusiasmo combinado con el alcohol quiénes decidan si una, dos o mil las orejas. Pero que nadie espere que tal hecho pase por el rigor, por lo sucedido durante la lisia, por las condiciones del toro o porque el no estar acertado con la espada penalice la consecución de los despojos. Mejor dejar esto en manos de la masa, de los perezosos mulilleros o de los banderilleros provocadores, para que luego nos cuenten eso del sentido democrático. Que estaría bien que el personal echara un vistazo a los usos de siempre, ellos que tanto hablan de tradición, y que le echaran un vistazo al reglamento, que eso también ayudaría y ya si los señores de los micros abandonaran esa campaña de la confusión, entonces esto ya sería la reoca. Llegados a este punto, quizá sería bueno echar una pensadita y reflexionar sobre todo esto y lo mismo llegábamos a esta conclusión: ¿y si aplicamos el reglamento antes de modificarlo?

Enlace programa Tendido de Sol del 27 de octubre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-27-octubre-de-audios-mp3_rf_43572749_1.html

martes, 22 de octubre de 2019

Torear despacio no siempre es templar


Cuando el natural, templando, se convierte en la sublimación del toreo

En estos tiempos en los que no parece distinguirse lo blanco de lo negro, lo grande de lo chico, lo chico de lo fino, lo fino de lo elegante, lo elegante de lo amanerado y el culo de las témporas, tampoco se diferencia con demasiada claridad eso de torear despacio, con torear templando. Que no es infrecuente que después de una batería de trallazos trapaceros en los que el de luces se quita de en medio las arrancadas del toro de aquella manera, y una vez que el animalito ya ha agotado los bríos iniciales, al ponerse en paso de procesión, como si fuera de la hermandad del eterno tullido, que medio aguanta con paso cansino y jadeante y que es entonces cuándo el de las calzas rosas se aprovecha, se pone jacarandoso y hala, a acompañar las despaciosas embestidas con porte aflamencado, entre el delirio del pópulo. Pero, ¿realmente es eso torear?

Aunque ahora son muchos los que cuestionen a Domingo Ortega, tendremos que acudir a su más que sabida sentencia, al parar, templar y mandar. Parar, que gran palabra, conseguir que cuándo el toro entra en jurisdicción y crea que va a atrapar el engaño se frene y lo siga a la velocidad que marca el torero y por el camino que este le marca. Así desde el primer instante, sin tener que esperar que las carreras mengüen el brío del toro y que sea a partir de la tercera o cuarta tanda en la que aparezca la despaciosidad. Esta debe estar presente desde el primer capotazo, el primer muletazo, porque las telas no pueden en ningún momento convertirse en un látigo agitado violentamente. El efecto de la muleta sí que debe ser cómo ese látigo, pero con suavidad, sin prisas, porque eso es el toreo. Y esa cadencia no puede venir marcada por los ímpetus del toro, debe ser el resultado del mando, del dominio.

Hoy en día se admite el toreo eléctrico en el que el gran mérito es apartar la tela, no conducir la embestida con él. Incluso parece que ese brío, esa brusquedad de movimiento provoca esa sensación de emoción que tanto se proclama en estos días. Y no entremos en las condiciones de las embestidas de los toros, en si parece que van de un lado a otro siguiendo la pelotita o si lo que quieren es agarrar capote o muleta y hacerlos su presa. Que esto de los bríos iniciales no es algo que sea exclusivo de novilleros o matadores noveles, no, que esto también lo trabajan los que se consideran ya figuras de la fiesta. Se descaran ante las pasadas destempladas, eso que los expertos llaman “saber venderlo”. Y como el fin son los despojos y el toreo es solo un incoveniente imposible, pues adelante con los faroles. Que curiosamente estas corajudas entradas es posible, y muy frecuente, que procedan de un animal al que apenas se le ha podido apoyar el palo sobre el morrillo en el primer tercio.

Pasada esa fase de frenesí, entonces es cuando aparece la despaciosidad. Y digo que aparece, porque no es ni intencionada, ni provocada. Si así fuera, debería evidenciarse en todo momento en el toreo, porque este, además de naturalidad, de mando y poder, es temple, que en parte encierra en si mismo las otras virtudes, porque templar es dominar, poder y por supuesto la ya nombrada naturalidad. Resulta triste y penoso ver a un animalito desplazarse con ese andar cansino, casi mortecino, mientras el caballero de luces se engalla y se nos ofrece como un héroe mitológico. ¿Han visto que despacio torea? O lo que sería más correcto, ¿han visto que despacio acompaña el viaje? Y el pópulo mesando las guedejas, haciéndose jirones las camisas, brazos al cielo, clamando por el prodigio que el destino ha puesto ante ellos. Y digo yo, ¿qué ocurriría si un día, por una vez y sin que sirva de precedente vieran torear, fueran testigos de esa máxima del toreo de parar, templar y mandar? Las listas de espera de cotolengos y manicomios se iban a bloquear por décadas. O lo que es aún peor, quizá en ese momento quedarían enganchados del velo del toreo por siempre jamás y no lo soltarían ni aunque este les condujera por tempestades, huracanes, tifones o tormentos de vulgaridad, porque nada les quitaría de la cabeza la idea, la obsesión, por querer volver a ver eso una vez más. Que para algunos eso, el parar, templar y mandar, es como un ser querido al que hubiéramos perdido hace años, pero que aún creemos que alguna vez, aunque solo sea una vez, podría volver por un instante a nuestras vidas para poderle abrazar, besar y decirle todo lo que no le dijimos en su día. O quizá nos quedaríamos mudos, pero si ese ser tan querido sabía de esto de los toros, si este ser tan querido incluso fuera nuestro maestro, seguro que nos diría que torear despacio no siempre es templar.

Enlace programa Tendido de Sol del 20 de octubre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-20-octubre-2019-audios-mp3_rf_43296514_1.html?fbclid=IwAR2HUnqUbbrZFVfbFXWUKGR-z0QVecFaIVvtjAISwAmE6pRNJzSSVWrqIKc

miércoles, 16 de octubre de 2019

El alto precio del toreo


Reclamar el toro íntegro, fiero, encastado, no está reñido con el firme deseo de que nadie vaya a la cama y el que no salga caminado, que salga en volandas de los aficionados. No es tan complicado, ¿no? Pues parece que para algunos sí que lo es.

Han bastado dos días para que la realidad nos recuerde lo que son los toros, la fiesta de los toros, arte, espectáculo, rito o cómo queramos llamarlo, en el que litigan la vida y la muerte. Cada cual tirando para un lado; una, con una multitud haciendo fuerza en un sentido, y la otra, casi en solitario, porque siempre habrá quién se alinee con la oscuridad y el horror, en el otro. Nadie resulta ajeno cuando el torero derrama su sangre en la arena de la plaza y quizá este hecho sirva para descubrir la condición de los seres humanos. Como si fuera un tercio de varas del ánimo, ahí cada uno deja ver sin disimulo lo que realmente lleva dentro. La consternación suele ser un fenómeno generalizado, pero entre los afectados, siempre asoma el mansurrón que tira derrotes a diestro y siniestro, defendiéndose y cuándo cree que va a pillar carne. Se ven crecidos y sacan pecho. Unas veces culpan a los exigentes, a los que quieren mantener el rigor de la fiesta, otras les quieren echar en cara a estos mismos ese querer mantener la esencia de los toros, y tiran de que cómo se atreven a llamar a un animal bobona, babosa, inválido, sardina, etc…  Todos los animales, todos los toros, todos son capaces de tirar un derrote mortal, todos, porque todos cogen, igual que cualquiera es capaz de esbozar un razonamiento, ya sea insensato o inconveniente. Pero los toros, la fiesta, es otra cosa, es el poder de la inteligencia, el conocimiento y el valor, sobre un animal fiero, encastado, imponente. Y si para que el espectáculo se eche para adelante hay que conjugar el verbo cuidar, mala cosa.

El toreo no es cuidar, es poder, dominar. El toreo no es transigir ante la mediocridad, es aspirar a lo imposible. Que sí, que los borregos también pegan cornadas y hay que ponerse delante, pero eso no quiere decir que se le haga toreo. Es como llegar a pensar que cualquiera que articule tres palabras sea válido para sentarse en una cátedra de lógica filosófica, de historia medieval o de neurología. Esto de los toros es algo que puede ser de todo, menos sencillo, está lleno de contradicciones, lleno de misterios, de aspectos que resultan difíciles de comprender, incluso para aquellos que se dicen adeptos a la causa, y dense cuenta que a propósito no utilizo la palabra aficionados, porque eso ya sería demasiado. Que los hay que se autodenominan así, aficionados, pero que no llegan a entender algo tan simple como es la exigencia del toro y de toreros que le ofrezcan en cada arrancada la posibilidad de que le coja, pero que gracias a sus conocimientos, logra esquivar los pitones y conducir esa terrorífica embestida por dónde quiera y a la velocidad que quiera. Y que aunque el aficionado exija tal hecho, por nada del mundo desea que el torero resulte cogido, ni tan siquiera que sufra un mínimo arañazo.

Puede parecer contradictorio, pero el aficionado quiere ver al toro, no quiere ver que se le cuide y se espanta de los toreros que hacen de ello el fundamento y honor de su carrera. Se está con el toro y se desea con toda el alma que el matador edifique su gloria sobre el poder a ese animal fiero y encastado. No sé si es un razonamiento demasiado enrevesado, allá cada uno con lo que tenga en su cabeza, pero lo que no es admisible es que nadie, y menos alguien que va a las plazas de toros, es que se culpe al aficionado de una cornada, de que el percance sea consecuencia de querer mantener el rigor, de querer defender la integridad del espectáculo. No sé que conexiones neuronales pueden tener quienes ante una cornada, y más si es de gravedad, se vuelven culpando a otros en el tendido, se lanzan a hacer ver lo peligroso que es torear, casi un imposible, los que exigen a otros que bajen ellos a ponerse delante del toro que aún tiñe sus astas de sangre. Que no quiero llamarles nada, porque igual cara a cara, en una sosegada conversación dejarían ver un gran corazón, aunque un escaso razonamiento. ¿Cómo pueden creer que alguien pueda desear no solo el percance, sino que no entiendan que este les conmueva y les llene de consternación? En otro sentido me recuerda a los ajenos a la fiesta, cuándo te sueltan a la cara que los que vamos a la plaza disfrutamos viendo sufrir a un toro y que nos deleitamos con su tortura. ¿De qué se nutren estas cabezas? Pues cuando vamos a los toros, no vamos a ver sangre con un oscuro y sádico deleite, ni vamos a palmotear a ningún tipo de tortura, ni mucho menos vamos a ser testigos del sacrificio de un hombre, ni queremos ver fieras corruptas que nos garanticen que allí surgirá la tragedia sí o sí. Es mucho más sencillo; yo diría que hasta simple, vamos a ver a un torero, con todo lo que esto encierra, torear, que no dar pases y trapazos, a un toro, que no un borrego desmochado, fofo, escuálido, sin fuerzas ni para aguantar en pie, ni con la bobería que conlleva la ausencia de casta. En definitiva, lo que queremos ver es el toreo y lo que no queremos en ningún caso, absolutamente en ninguno, es que ninguno de los que visten de luces no salga de la plaza andando, ni por supuesto que vierta su sangre en la arena, porque esto sin discusión, es el alto precio del toreo.

PD.: Un recuerdo muy especial para Javier Cortés, Mariano de la Viña, Gonzalo Caballero, Miguel Ángel Perera, Enrique Ponce y para todos los que se están recuperando de sus percances, sobre todo para los que peor lo están pasando. Y que muy pronto les volvamos a ver en los ruedos y entonces, solo entonces, hablaremos de cuestiones taurinas, pero por el momento prima lo humano sobre todas las cosas

Enlace programa Tendido de Sol del 13 de octubre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-13-octubre-de-audios-mp3_rf_43021429_1.html

lunes, 7 de octubre de 2019

Culminó la limpia de corrales, que pasen los siguientes





Algunos aún recordamos una feria de Otoño en la que Madrid enloqueció de toreo

Resulta curioso que en seis festejos seguidos en la plaza de Madrid, los que han conformado la Feria de Otoño, no haya salido ni una sola corrida medianamente pareja. Se podía imaginar que esto sería complicado en la encerrona de Ferrera, para la cual se anunciaron nueve hierros, pero lo que es menos asumible aún es que en el resto de días aquello pareciera una feria de ganado. Y la culminación ha sido la de Adolfo Martín. Todavía hay quién tiene depositadas sus esperanzas ganaderas en lo de Adolfo, pero hay que reconocer que cada día que lidia en Madrid la cosa está más difícil. Mal presentados, un cornalón, unas sardinas escurridas, uno más grandote, o más escuchimizado, uno manso, otro más manso, otro peor todavía, alguno que otro escasito de fuerzas y que bien podía haber sido devuelto a los corrales, pero ninguno para decir que al final hacía su aparición el toro. Ya digo, cada día lo pone más difícil este ganadero para querer serle fiel y no fugarse a vivir un amor apasionado con cualquier cosa que no sea Albaserrada. Lo que ha cambiado el cuento.

También se esperaba que Curro Díaz desplegara todo su arte hasta hacer que nos frotáramos los ojos, pero… No fue el día. No aguantó con demasiado desahogo al primer cornalón que le apretaba en el capote, para al final marchársele suelto. Fue al caballo el de Adolfo al pasito, sin entusiasmo, Dos puyazos en uno en la primera entrada y una más, para no recibir castigo. Comenzó Curro Díaz con la diestra, atravesando la muleta y contemplando las caídas del animal, que o tiraba un arreón o se le paraba. Medios muletazos, con el toro quedándose a medio viaje, sin ofrecer una arrancada franca. El cuarto, anovilladito, se le revolvía en los primeros capotazos. Incluso medio que medio, peleaba en el peto, pero sin humillar. Inició el trasteo con la diestra, sacándoselo de las tablas, con un natural muy jaleado. Derechazos echándoselo para fuera, con el animal apretando y echándose encima. Naturales de uno en uno, entre enganchones, con la pierna de salida escondida, aunque no se le puede discutir el porte torero, pero sin llegar a ejecutar el toreo. Sin quedarse quieto, permitiendo que se la tocara casi siempre, aunque esto no parecía importar a los que jaleaban el muletazo antes de que este concluyera. Muletazos sin quietud, pegando rápidamente un respingo, sin conseguir dejar uno limpio entre tantos intentos.

A López Chaves le salió una sardina escurrida de carnes y escasito de fuerzas. Apretaba para las tablas y a las primeras de cambio ya rodaba por el ruedo. No aguantando a tenerse en pie y mucho menos en el primer tercio, en el que apenas le tocaron con el palo. El Adolfo se tropezaba solo en banderillas, pero por algún motivo desconocido, era mantenido en la arena. López Chaves pretendía que aquello se moviera, pero el animalito no podía con su alma. Por el izquierdo, por el derecho, a paso de burra vieja, sin apenas poder aguantarse en pie, lo que no impedía que el espada insistiera en darle derechazos y naturales con el pico por delante. El quinto ya de salida dijo mucho y poco bueno, pero bueno, los toros son cambiantes, ¿no? Pues sí, pero no este quinto de Adolfo Martín. Tres veces se metió de vuelta a toriles y tres más se asomo con desconfianza. Allí no podía quedarse, eso estaba claro, pero a ver quién era el guapo que se metía en esos terrenos y tiraba de él. Y allá que se fue el salmantino, le echó el capote a la cara y de pitón a pitón llevándolo muy metido en la tela, lo sacó hasta los medios, aguantando el que por momentos no obedeciera y se cruzara antes de tiempo. Aprovecharon para darle tapándole la salida, no fuera a ser que no hubiera otra oportunidad de tenerlo debajo del peto. Solo se dejaba, pero cuándo le tapaban la salida, entonces apretaba para afuera, como si precisamente buscara esa vía de escape. López Chaves se lo sacó más a campo abierto, pero la cosa no mejoraba, solo pegaba arreones, se frenaba y las arrancadas eran destempladas, para pararse de golpe a mitad de camino. Por el izquierdo iba con la cara alta, igualito que un burro en la noria. Era un toro que no tenía nada, o sí, quizá un macheteo eficaz, que hasta puede que hubiera sido mejor valorado, pero el torero se empeñaba en lo de los derechazos y naturales y aquel Adolfo no tenía nada de eso, bueno, ni de eso, ni de nada. Acabó con él de un infame bajonazo, pero no seré yo quién en este caso vaya a hacer sangre de ello.

Manuel Escribano reaparecía en Madrid después de aquella escalofriante cornada de mayo. Se fue a portagayola a darle la bienvenida a su primero. Y asomó parado, enterándose y el matador allí, aguantando el tipo. Acudió a la llamada y antes de llegar a jurisdicción se frenó, para acto seguido arrollar al espada. El animal no pasaba en los capotes. Más castigado en el segundo que en el primer puyazo. Puso banderillas Escribano, con el lamentable resultado de tres pasadas clavando a toro pasado y dos palos. Pretendía que el presidente cambiara el tercio, pero hombre, queda feo que en Madrid se saque el pañuelo blanco sin esos cuatro palos reglamentarios. Que a don Emilio Muñoz no le parece bien, pero es que como sigamos pretendiendo que se haga todo lo que dicen los coletudos, al final no vamos a saber a qué vamos. Que ya puestos a pedir, que pidan merienda para todos los presentes y que el señor presidente saque, más que el pañuelo, el mantel. En la faena de muleta, poca quietud, pico, medios pases, agravado todo por el toro que se quedaba a medio muletazo. Persistía el sevillano sin ofrecer nada y sin que probablemente tuviera nada que sacar de aquel animal. Solo pareció convencerle un achuchón por el pitón izquierdo. Volvió a irse a la puerta de toriles en el sexto, no teniendo en cuenta las salidas de los anteriores de don Adolfo Martín. Y este, ¡cómo no! También salió parado. El más parecido a un chivo de todos y además, mal hecho. Se le picó trasero, novedad, y hasta casi detrás de una oreja, y si tenía que empujar lo hacía en dirección a los medios. De nuevo mitin en banderillas, muy a toro pasado, para acabar arrancando algunas palmas al violín y por los adentros, después de tardar demasiado en que le pusieran al toro en suerte y en conseguir que se le arrancara. Intentó citar desde los medios, pero no había forma, tuvo que desistir e irse a lo único que el Adolfo admitía, las tablas. Apretaba para los adentros, se lo sacó de allí, para proseguir con el brazo muy extendido y metiendo el pico de la muleta. Trapazos en línea, largando tela. Allí no había nada que hacer y cualquier cosa que no fuera tomar la espada, era ponerse pesado. Y de una manera tan poco atractiva culminó la limpia de corrales, que pasen los siguientes.

Enlace programa Tendido de Sol del 6 de octubre de 2019:
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domingo, 6 de octubre de 2019

Exagerada desmesura


Creatividad, sí, pero toreo, también.

Y llegó la encerrona de Antonio Ferrera en Madrid. Ya desde el mismo momento del anuncio del cartel se pudo apreciar que la cosa iba a transitar por todo lo alto; para seis toros se anunciaron nueve hierros, nueve, de las más afamadas vacadas consagradas en esto de la Tauromaquia 2.0, incluyendo la reciente incorporación a esta élite de Adolfo Martín. Al final solo han comparecido cinco de esos nueve hierros, aunque algunos todavía manteníamos la esperanza de que arrastrado el sexto, empezarían a saltar al ruedo ejemplares de los que no habían sido incluidos en tan selecto grupo. Que como malpensados los hay siempre, había quién decía que era para que no hubiera posibles devoluciones de dinero si se devolvían tres toros de cualquiera de las ganaderías escogidas. Igual que las malas lenguas decían que hubo reparto de entradas en algunos ayuntamientos de la Comunidad de Madrid, y que el que quisiera ir a los toros solo tenía que pasar por el consistorio, pedir su boleta y hala, pa’Madrid. Y ya si hablamos de exageración y desmesura, pocos encajan mejor que Antonio Ferrera.

La verdad es que no se le puede discutir la disposición, eso sí, a su manera y con sus formas, exagerando todo demasiado, posturas, formas de citar, de moverse por el ruedo y de querer dejar claro que conoce mil suertes, que la creatividad le emana como si fueran las fuentes del Nilo, a borbotones y desmesuradamente, y hasta los secretos más recónditos de la lidia. Lo que no quedó muy claro es si realmente sabe en qué momento hay que aplicar cada remedio durante esa lidia. A su primero lo recogió por abajo, pero el animalito, de Alcurrucén, se le marchaba suelto a toriles. Lo condujo al caballo forzando demasiado las poses y aunque evidenciaba signos de mansedumbre, sin probarlo antes a contraquerencia, decidió que le cambiaba la lidia primero a terrenos del seis y después al cinco. Que está muy bien hacer eso con los mansos, pero, ¡hombre! Veámoslo primero. El de los Lozano hacía sonar el estribo sin control; abanto, en lugar de intentar sujetarlo, todo lo que se le hacía favorecía ese querer marcharse de los engaños. Esperaba en banderillas y cuándo se arrancaba era con peligroso arreón. Le tomó Ferrera en la muleta con la figura erguida, tirando de pico y prudentemente despegado. Lo probó con la zurda y tras un desarme decidió acortar distancias, con la misma receta, pico y lejanías.

El segundo que asomó fue el de Parladé, al que recogió con capotazos demasiado movidos, sin torear. El animal fue al caballo al relance, dónde mostró fijeza, pero nada más, solo le aguantaron el palo mientras le tapaban la salida. Lo sacó el matador con un recorte debajo del peto, pero en estás que la salida del capotazo era estamparse contra el peto. Volvió a dejarlo con un vistoso recorte, que es en lo que más se ha prodigado durante toda la tarde y de lo que más se le ha jaleado, que ya se sabe, dónde esté un buen recorte, que se quiten las verónicas y las medias llevando al toro. Quitó de una forma vistosa con una larga, chicuelinas y una media despaciosa. Le empezó a muletear con ayudados por abajo, para seguir con la zurda por ambos pitones, pero sin realmente llevar toreado al de Parladé. Derechito, con la derecha. Permitiendo que le tropezara demasiado la tela, muy perfilero, incluso exagerando tal circunstancia, echándoselo para afuera. Cites de frente con la izquierda, trallazo y a recolocarse a cada latigazo. Fuera palos y tiró la espada de mentira, eso que eufemísticamente ahora llaman la ayuda. Con la derecha, la izquierda, pico con las dos, muletazos de uno en uno, forzando los ademanes, como en toda la corrida, sin llegar a dar ni medios pases, el de pecho y el delirio. Dos pinchazos y una entera trasera enfriaron de golpe los ánimos y los golpes de verduguillo ya lo congelaron directamente.

Hacía tercero el de Adolfo Martín, justísimo de todo y que ojalá no sea anuncio de nada. Buscaba la salida por chiqueros al poquito de asomar en el ruedo. Capotazos de recibo y sí es verdad que el animal podía apretar algo, pero no como para tener que darse la vuelta y perder terreno hacia los medios. Sí que es verdad que ahí el extremeño lo metió eficazmente en los vuelos del capote, pero quizá habría tenido más sentido aguantar y ganarle terreno en la misma dirección. Ya en el peto, no paraba de derrotar el de don Adolfo, lo mismo que su lidiador, Ferrera, que tampoco se paraba. Otro vistoso quite al aire y la sorpresa de la tarde, como si fuera un programa de la tele, apareció un señor con una garrocha, Raúl Rodríguez. Pero no sé si el cárdeno estaba para esas fiestas, precisamente el cárdeno. Un primer intento y nada. Los había que pensaban que perdía la medalla de oro en Doha, pero no tenía nada que ver. La cosa se podía demorar y allá que fue el garrochista, aunque en lugar de salir por la penca del rabo lo hizo casi por las orejas. Como me decía irónicamente un veterano aficionado, era el salto de la tranca, a trancas y barrancas. A continuación vino un par de Fernando Sánchez, de lo mejor de la tarde, aguantando la incertidumbre en la embestida y ese esperar para arrancarse, concluyendo con un par en la cara. En el último tercio comenzó Ferrera muy fuera, le apretó y le rompió el palillo, parecía no poder conducir las embestidas del Adolfo, con demasiadas carreras entre muletazos, hasta que este ya se paró definitivamente.

Cuarto, primero de Victoriano del Río, recibido a pies juntos y el animal que se va suelto. A su aire, hasta llegando al caballo, al que cogió de mala manera por detrás, hasta echarlo a tierra. Apenas se le castigó en la segunda vara, mientras peleaba solo con el pitón izquierdo. Quite enganchado con el capote a la espalda de Ferrera. Escarbaba continuamente el de don Victoriano. Comenzó el espada el trasteo citando en los medios, con pico exagerado, muy fuera y echándoselo para afuera. El toro iba y venía, mientras solo recibía trapazos y más trapazos. Un desarme y como solución no se plantea otra cosa que volver a tirar la espada de mentira. Latigazos con la tela y mucha carrera para recuperar el sitio. Muchos recursos pretendidamente efectistas y plenos de vulgaridad. Tirones, muleta atravesada y sin mandar jamás en las embestidas, sin rematar ningún muletazo, como en toda la tarde, acabando en los terrenos de toriles, dónde decidió el toro. Muy jaleado, viendo que podía haber atisbos de la primera oreja, citó a recibir desde lejos, cobrando una casi entera caída y pescuecera, cinco golpes de verduguillo y a otra cosa.

La cosa avanzaba y aún no habíamos cortado ni la respiración. Salió el de Domingo Hernández, al que tapaba una arboladura exagerada y desproporcionada con el resto del toro. No era capaz ferrera de quedarse quieto, exagerando demasiado el codilleo, como toda la tarde, aparte de todo. Suelto por el ruedo, casi llega al que hacía la puerta. Sin castigo, sin fuerzas para pelear. Le quitó por orticinas, con la vistosidad que provoca este intento de variedad, que es muy de agradecer, por supuesto. Se lo sacó desde el estribo hasta más allá de la raya de fuera, para proseguir con la derecha sin torear y sin molestar al de don Domingo. Siempre fuera, acompañando el viaje, quedándose descolocado a cada muletazo, lo mismo por el derecho, que por el izquierdo, con la pierna de salida muy retrasada, pero el personal estaba empeñado en que aquello tenía que remontar y se pusieron a ello. Trallazos destemplazos y exageradamente perfileros. Se le echa encima, su incapacidad aflora y en lugar de enfriar los ánimos, los enardece aún más. Intento nuevamente de matar recibiendo y entera muy trasera que les permitía pedir una oreja por mayoría, que al final se nos iba a pasar al arroz sin un despojo que echarnos a la cara.

Salió el sexto de la tarde, el otro de Victoriano del Río, el que podía abrir la puerta grande y hacer que aquello pareciera algo más de lo que era en realidad. Ferrera no estaba dispuesto a irse a pie y puso en práctica toda suerte de recursos de los que echar mano para despabilar al personal. El primero era irse a portagayola, que eso gusta mucho por ahí. El toro salió sin atender demasiado al capote volador. Quedaron toro y torero en terrenos de toriles, donde el matador le pegó una larga al paso. Verónicas sin quedarse quito un momento. Entre el desorden reinante en el ruedo, un primer picotazo, sacándole del peto el extremeño con un afarolado de rodillas, muy histriónico, quite por chicuelinas, forzadísimas, como en toda la corrida, se podían decir muchas cosas, pero nunca que allí hubiera naturalidad, incluso en momentos en los que parecía querer dar esa sensación. El Victoriano acudía a todo lo que se le ponía delante, tomaba los engaños con nobleza. Muchos capotazos en el segundo tercio y en un momento de apuro del que bregaba, se permitió Ferrera adornarse en un quite con una toalla. No les quiero ni decir lo que provocó en los ánimos de los presentes. Terminado ese segundo tercio, porque sí, pidió los palos y puso un par al quiebro, por los adentros, con más riesgo que precisión. Todo esto ya se había convertido en una oda a la vulgaridad, un homenaje a la chabacanería de plaza de tercera y lo que es peor, secundado por gran parte de los asistentes. Cite de rodillas para iniciar el muleteo, trapazos desacompasados, ya en pie, derechazos con el pico, encorvado, rematados por un trincherazo con media muleta. Más recortes, amagos de detalles, con la izquierda más pico, cite casi de culo, acompañando y media, con dos descabellos, el último sin levantar el estoque del cerviguillo, que les valía para poder pedir de nuevo la oreja. Una tarde con mucho oropel y escasa de toreo, negado con la espada, con el único propósito de que cayeran los animales. Una encerrona con el sello Ferrera, una tarde de exagerada desmesura.

sábado, 5 de octubre de 2019

Perdonen que no me emocione


De aquellos días de Manuel Jesús, El Cid

Hace unos meses, cuando andábamos enredados con eso que ocurre cada mayo en Madrid, lo del San Isidro, se despedía de la que fue su plaza El Cid, un matador de toros al que esa afición eligió como su torero. Fue una despedida plena de emociones, de recuerdos y con la espontaneidad, naturalidad y la entrega de las Ventas con los suyos, se le homenajeó por todo lo que llegó a ser, que fue mucho. Es lo que tiene este Madrid, que es agradecido y tiene mucha memoria, no tanto para lo malo, pero sí para todo lo bueno. El Cid era el de aquella mano izquierda prodigiosa y aquella espada de cartón, pero hasta esto se le perdonaba. Se recordaron sus triunfos y los no triunfos, los ganados natural a natural y los perdidos pinchazo a pinchazo. Aquella tarde algunos vertieron toda la emoción que llevaban dentro, y que era mucha. Adiós a uno de los nuestros, a quién lo hizo. Hasta siempre torero. Pero las cosas a veces no quedan cómo creíamos que iban a quedar y aparece alguien que decide modelar la historia a su parecer y… Le vuelven a anunciar en Madrid, se vuelve a montar otra despedida y se prepara la conmemoración a conciencia, vamos a construir algo histórico. Pero perdonen que algunos no hayamos ya podido emocionarnos, se nos gastaron las lágrimas que costó retener en su día. Y sin emoción, pues la cosa parece otra cosa y a veces uno no se lo cree cómo se lo creyó en su día. Eso sí, no creo que el matador, El Cid, se pueda quejar de la segunda edición de su despedida en esta feria de Otoño. Cómo diría un castizo, se lo han currado. No voy a discutir nada de lo ocurrido, faltaría más, si acaso, felicitar a los artífices de todo esto, pero la pena es que algunos ya no nos hemos emocionado.

Quizá la cosa podría haber sido de otra manera si el ganado hubiera ayudado y si la definitiva despedida hubiera alcanzado la épica de la de Bombita, Marcial o Esplá. Adiós y triunfo en una misma tarde, ¿qué más se podía pedir? Lo de Fuente Ymbro ha salido cómo ha salido en su sexta presencia en Madrid en este año 2019. Que visto lo visto, no imagino las veces que se podrá despedir este ganadero de Madrid si llega el día para ello. Mala corrida, mansa, presentada con cada uno de su madre y de su padre, a la que apenas se le ha podido ver en el caballo, que como mejor respuesta se han limitado a dejarse sin más, mal picados, malos comportamientos a los que han colaborado las cuadrillas, dando unas lidias nefasta, sin fijarlos en los capotes, sin ponerlos en suerte, mucho mantazo para ponerlo ahora aquí y luego allí y aparte de esa querencia para escapar a toriles, tampoco se les ha ayudado para evitarlo. Malos, sí; infumables, también; pero si además se les hacen las cosas así, pues echemos cuentas. Y no tenemos que echar mucho la vista atrás para ver que esto es algo que se repite con demasiada frecuencia.

El Cid quería, desde es el primer momento, pero desde hace ya demasiado tiempo con este torero, donde no hay harina, todo es mohína. Comenzó toreando de capote con despaciosidad, cierta solemnidad, pero sin firmeza, rectificando el sitio. Primeros muletazos dejando que se la tocara, con la zurda, obligado a recolocarse a cada pase, retrasando demasiado la pierna de salida, ni mando, ni quietud. Abusando claramente del pico de la muleta, estirando exageradamente el brazo para pasárselo de lejos, sin agobios y una estocada con habilidad, que ya la habría querido para si más de media docena de tardes en esta misma plaza. A su segundo apenas le enseñaba el capote y el de Fuente Ymbro tomaba con decisión el camino de chiqueros. Los malos capotazos de la brega hicieron que el animal clavara los pitones en la arena, sin llevarlo al caballo, todo de mala manera. Ya en la muleta, en el último trasteo de El Cid en Madrid, por el momento, inició con mucho pico, despegadísimo y hasta con cierto retorcimiento. Muletazos de uno en uno, pico, mientras su oponente no paraba de escarbar, estirando en exceso el brazo para alejar al toro. El Cid quería, el público quería tanto como él, pero esta vez tampoco era el día. Demasiadas precauciones, el pico siempre activo, medios muletazos y una faena demasiado larga sin necesidad. Bajonazo y vuelta al ruedo que uno entiende que nada tenía que ver con lo hecho con los Fuente Ymbro  y sí con lo que en su día nos dejó El Cid. Siempre se remueve algo cuando se va un torero, ya llegarán los momentos de ponerse a echar cuentas. Un torero que fue grande y que hace ya muchos años, quizá demasiados, no paseó por los ruedos de la mejor manera posible, unas horas bajas que él mismo decidió prolongar. ¿El por qué? Él lo sabrá, por supuesto.

Emilio de Justo volvía a Madrid con la intención, como poco, de mantener el cartel y la consideración que le tiene parte del público de la capital. No se puede decir que haya tenido su mejor curso en las Ventas, pero al menos volvió a dejar el sello de su espada. Su primer Fuente Ymbro se desmoronó antes de llegar al burladero de matadores y fue sustituido por uno de Manuel Blázquez, que ya salía renqueando de salida, al que se recibió con unos mantazos de compromiso. Se le permitió ir a su aire, sin ponerlo en el caballo y que se marchaba a chiqueros sin disimulo. Muletazos sin sustancia, hasta llegar el primero de pecho, jaleado como si fuera la firma de una gran serie, pero no. Mucho, demasiado pico, echándose al mansito para afuera, con tanta separación que el animal intentó colarse por el hueco entre el bulto y el engaño. Muletazos desangelados con la zurda, aburrido, teniendo que recuperar el sitio constantemente. Intento citando de frente, que no pasaron de trapazos sin más. El grandullón que hizo quinto no dudó en buscar la querencia de toriles casi nada más asomar en la arena. Capotazos sin fundamento que no evitaron una nueva huida a sus terrenos, de dónde el espada lo sacó metiéndolo en el engaño con eficacia. Lo puso a media distancia en la primera vara y entre que uno no quería y los de luces se divertían en su particular baile de debutantes, acabó marchándose. Desastrosa lidia con exceso de capotazos que solo servían para complicar más las cosas. Comenzó de Justo con muletazos acelerados, hasta arrebatado. Cites con el pico, echándoselo para afuera, empezando a ponerse encimista, metiendo el pico en los intentos de naturales, enganchones, para acabar con un repertorio más dirigido al público entusiasta y partidario, para cerrar con una estocada demasiado caída.

Ginés Marín no parecía venir demasiado decidido, si acaso, a ver qué pasaba, con eso que dicen ahora, a ver si me sale uno que embista y punto. Que esto ya parece una lotería, si me sale el tema que me he estudiado vale y si no, pues otra vez será. Apático con el capote, no es que el toro se le escapara buscando la salida en toriles, es que no hacía por sujetarlo, igual que no hacía por dejarlo en suerte en el caballo. Parecía que como a casi todos, solo le importaba la muleta, pero igual tampoco le importaba. Primeros muletazos y se le vino al suelo y a partir de ahí más allá del tercio, solo fue capaz de aplicarle el toreo de todos, lejano, con el pico llegando a tocarle la testuz, enganchones, pasando el rato, pero eso sí, poniendo posturas flamencas, como si allí estuviera sucediendo algo, pero no era el caso. Al sexto le acabó recibiendo con chicuelinas, lo que dice mucho de su idea de la lidia y del efecto que en teoría se pretende con los capotazos de recibo. Se despreocupó de conducir la lidia, para eso estaban sus peones, que él es el maestro, allá cada uno. Al igual que su compañero Emilio de Justo, le brindó el toro a El Cid. Comenzó con trallazos, dándole distancia, echándoselo hacia afuera. Otro trallazo y el de Fuente Ymbro se le cao. Tardó poco en acortar distancias, para proseguir pegando latigazos y repitiendo todos los defectos ya reseñados, hasta ponerse demasiado pesado, alargando el trasteo sin lógica alguna. Dobló el último de la tarde y fue entonces cuándo se retomaron las muestras de afecto y homenaje a El Cid. Sinceras muestras de cariño, quizá el mismo que otros manifestaron en primavera cuando se suponía que el torero se despedía de Madrid y tanta fue la emoción de aquel día, que algunos nos vaciamos y hoy nos limitábamos a ser espectadores de algo muy bien preparado, pero… perdonen que no me emocione.