viernes, 31 de mayo de 2013

¿A que no somos tan especialitos?

No se puede prescindir de la suerte de varas, es una barbaridad
Una oreja que podía haber sobrado, dos tercios de banderillas, otro tercio de varas, unos muletazos, un detalle por aquí, otro por allí, toros de verdad y poco más, y salimos de la plaza como locos, algunos casi llorando, con los pelos de punta y los ojos como platos, deseando ver al amigo para ver si él está en tu mismo estado, no vaya a ser que padezcas un episodio de taurolocura transitoria en grado uno. Si parecían niños en la mañana de Reyes. ¿Has visto? ¿Qué te han echado? A mí tres puyazos de Tito Sandoval toreando con a caballo y ¿a ti? Una colección de pares de  banderillas. Y así unos se los iba tragando la boca de metro, otros tiraban Alcalá arriba, otros enfilaban a Manuel Becerra, pero todos con una sonrisa que no podían disimular.

Había expectación por el ganado de Adolfo Martín, quizá no tanto esperando la bravura, que si acaso se asomó por momento, peri que no acabó por instalarse en Las Ventas. El  cartel, después de la obligada baja de Fandiño, lo componían Antonio Ferrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar, que se ganó en el ruedo esta sustitución. Salió el primero de la tarde con una lámina impecable, muy suelto, algo que los mantazos de Ferrera no solucionaron. Llegó suelto al caballo y empujando con fijeza derriba en el primer encuentro. En la siguiente vara le dejaron lejos, aunque entró al paso. En ambas varas recibió un castigo poco habitual, haciendo que se aplomara para el resto de la lidia. Ferrera pareó a toro pasado, muy vulgar y clavando muy desigual. Con la muleta mucho trapazo, muy estirado y aunque el toro no tiraba una mala cornada y tomaba bien la tela, acabó llevándoselo cerca de toriles. La puesta en escena del extremeño fue una concatenación de histrionismos, lo que le hacía poco creíble y artificial.

El segundo, para Javier Castaño, muy vareado, flojito, recibió dos picotazos cariñosos y el intento de ponerlo de lejos al caballo acabó primero acercándolo justo hasta la raya, para después meterlo prácticamente debajo del peto. A pesar del nulo castigo, el toro se quedó muy parado para el tercio de banderillas, que obligó a David Adalid a dejárselo llegar mucho para dejar los palos y a Fernando Sánchez a tener que aguantar que el toro apretara hacía la puerta de toriles, pero ambos estuvieron muy toreros y acabaron saludando al respetable. ya en el último tercio empezó a revolverse muy rápido y a dar la sensación de que podía venirse arriba y complicarle las cosas a Castaño. No le mandó en las embestidas y el animal empezó a echar la cara arriba, a lo que colaboraba el matador no bajándole la mano.

Alberto Aguilar se había convertido en uno de los mayores atractivos de la corrida. Le tocó un toro con una presencia tremenda, que empezó obligando al espada a darse la vuelta y a ceder terreno hacia los medios. Se le picó poco y mal, yendo el caballo a buscar al toro. Fijo en la primera vara, pero no le dio la nota ni tan siquiera como para decir que había cumplido. Después le metieron al relance para que le dieran un leve picotazo. Se quedaba parado esperando a los banderilleros, se dolió bastante de los palos. Con la muleta, Aguilar le instrumentó unos banderazos que le acrecentaban el defecto de levantar la cara. En terrenos de toriles se defendía y complicaba la tarea del torero, se le paraba a medio viaje, no iba a la muleta.

En el cuarto, Ferrera, que ya estuvo atento a la lidia toda la tarde, pegó un salto hacia delante que hizo que el público de Madrid le reconociera su entrega y valor como director de lidia, dejando de lado sus maneras y su forma de dar pases. Verónica de recibo muy aceleradas, a la hora de llevarlo al caballo lo hacía medio agachado, medio encogido. Lo dejó de lejos, el animal se arrancó y paró, para después ir al caballo y recibir una vara muy trasera. Empujó con fijeza y derribó a montura y jinete. En la segunda vara también lo puso de lejos, pero tardeaba bastante y hubo que acercarlo varias veces, mientras se lo pensaba y escarbaba. Al final, un picotazo trasero. El segundo tercio se hizo muy largo y pesado, gracias a una supuesta minuciosidad de Antonio Ferrera, que resultó vulgar y exasperante. El toro se quedó muy aplomado, mientras él se desenvolvía entre trallazos, trapazos con el pico y banderazos. Muy vulgar, intentando convencer de sus dotes artísticas y lidiadoras, embarullado y muy teatral. Le concedieron una oreja, pero es que el público de Madrid parece afectado por un virus que les obliga a sacar el pañuelo en cuanto cae el toro. A ver si se curan. Lo que no se le puede negar al extremeño es su implicación en la lidia, intentando que las cosas se hicieran con corrección y cabeza.

Por encontrarse Castaño en la enfermería, recambió el orden de la lidia y Aguilar salió a matar el quinto, al que le costó decidirse a quedarse en el ruedo, Bien recogido por abajo, rodilla casi en tierra. Quiso ponerlo en suerte, pero al final se largó solo en busca del caballo. Le taparon la salida mientras e quería quitar el palo a base de cabezazos contra el peto. A la segunda, tras un picotacito, se fue suelto. Esperaba por ambos pitones, tomaba la muleta con violencia, se acostaba por el lado derecho, se frenaba por el izquierdo. El torero no dominaba las embestidas, largaba trapo sin torear, no le bajaba la mano, muy desconfiado ante los inciertos arreones del de Adolfo. Acabó pasándole por bajo, algo que tendría que haber hecho nada más cambiar los trastos.


Hasta el momento la tarde había discurrido entre una cierta monotonía en los tres primeros toros y la emoción a partir del cuarto. En estas que salió el sexto, un toro muy veleto, casi cornivuelto, que no se entregó ni mucho menos en los primeros lances de recibo. Le puso de lejos en la primera vara y ahí empezó a torear Tito Sandoval con el caballo, a moverlo e intentar alegrarlo con la voz, levantando el palo, hasta que se arrancó y empujó, pero con la cara alta. Y esto ocurrió en una segunda y una tercera vara, muy torero el jinete y entregado para engrandecer y reivindicar el tercio de varas. La plaza en pie, y creo que no hubo nadie que ante este espectáculo se pusiera buscar al de los refrescos, porque en el ruedo rebosaba la emoción y la torería. El toro fue de más a menos, lo contrario de lo que se entiende que debe ser, de más a menos. Hubo que irle acercando poco a poco y a pesar de ello el de Adolfo se lo seguía pensando. Tocaron el cambio de tercio y de nuevo se prepararon David Adalid y Fernando Sánchez, el primero con dos grandes pares, especialmente el segundo, y el segundo yéndose al toro con una chulería, una majeza y una torería de la que ya no ven demasiadas muestras. Hay que destacar la actitud de Ferrera en todo momento, trabajando para los compañeros, para ayudarles y que todo les fuera algo más sencillo. Con la montera puesta, Castaño tomó la muleta, empezando con un buen natural y el de pecho. La faena quizá pareció menos de lo que podía haber dado si, si se aprovechaban las condiciones del toro. Intermitente, intercalándose derechazos y especialmente naturales de calidad, sobretodo si bajaba la mano y remataba atrás, con pases más destemplados acabados con la mano alta y enseñando al toro a echar la cara arriba, algo a lo que ya tenía tendencia de salida. Una serie de frente, pases de uno en uno por tener que recolocarse a cada paso y cuando la gente ya esperaba ver al salmantino con una oreja, no atinó con la espada. Tuvo que tomar el descabello y ahí dejó el último detalle de alguien que parece totalmente entregado al toro. Se desmonteró y dejó el tocado en la arena, lo acercó al hocico del toro y cuando éste estaba pendiente de esa cosa negra, se descubrió y permitió un golpe de verduguillo certero. Ya ven, tampoco fue tanta cosa, pero el público salió encantado, como no creyéndose lo que habían visto. Pues sí era verdad, un gran tercio de varas y de banderillas. Ya ven, ¿a qué no somos tan especialitos?

jueves, 30 de mayo de 2013

Hola, ¿ke ase? ¿te duermes o ke ase?

El Fandi no se puede asomar al balcón, él sale a hacer deporte al jardín


Que ilusión, la feria de San Isidro, una montonera de tardes yendo a los toros, toreros de todas partes, toros todos igual de mansos, un frío que pela las orejas, un presidente que no se entera de que los inválidos no se torean, el público que lo mismo se pone a hablar a voces con uno tres tendidos más para allá, que llama al de los refrescos, que se te levanta y se va, importándole un pito si molesta o no molesta, o si puede salir o no, y para colmo, si después de tirarte allí horas tienes necesidad de ir al excusado, una de dos o te asfixias, evacuas y te vas a urgencias a que inyecten un antiestamínicos y te enchufen a unos aerosoles de rosas y gladiolos, o te aguantas y por no “disfrutar” de tanta inmundicia y suciedad, esperas a llegar a tu casa dentro de una hora o más. No me dirán que no les da envidia que uno pueda ir todas las tardes a los toros y ustedes no. Ya ven, uno que es un privilegiado. Y con el frío que hacía, no saben las ganas que dan de tomarse un Cola Cao bien calentito con magdalenas.

Uno ya iba con sus precauciones, porque eso de ver a El Fandi siempre me ha producido cierto agotamiento, y no acabo de entender por qué. Si da gusto verle con su primer novillo de Jandilla, regordete y todo, que hasta ha parecido que empujaba en el caballo tras picarle trasero, aunque después corneara el peto. Y ojo, que con todo lo que pueda parecer, el granadino ha colocado a sus toros frente al picador en sus dos toros, siempre de un capotazo, ni lo ha dejado a su aire, ni al relance, ni nada, y eso hasta el momento no lo ha hecho nadie, que conste. Luego, en su “especialidad”, las banderillas, pues ya no podemos felicitarnos tanto. Poca diversión con tres pares a toro pasado y algunos pares clavados hasta en la paletilla, en su primero y dos corriendo hacia atrás, facilitándose el momento del embroque según le venga mejor, y uno al violín, sacándose los palos del cogote. Con la muleta estuvo soso y aburrido en su primero, muy ventajista y fiel al más puro estilo de la Tauromaquia 2.0. En su segundo, de Las Ramblas, y que era el que más aspecto de toro lucía, empezó queriendo lucirse con un galleo para llevarlo al caballo, pero tanto apartarse al final han deslucido su labor. Con la muleta ha empezado de rodillas con trapazos muy acelerados, para continuar con un repertorio que antes no gustaba en Las Ventas, aunque ahora ya no se puede asegurar nada, todo depende del número de visitantes que acudan a la plaza cada día. Muchos trapazos, muchas carreras y por fin, un gran bajonazo que casi despezuña al animal.

Daniel Luque, ese torero que parecía que ni sí, ni no, sino todo lo contrario, ahora se ha quedado en “todo lo contrario”. No se sabe para donde va, ni tan siquiera si va. Al sobrero del Torreón, ese que salió con el pitón izquierdo astillado, no le ha puesto bien en suerte ni una vez, en el mejor de los casos ha empleado el “ahí te quedas”, fácil, pero poco vistoso. Con la muleta ha desgranado una faena llena de suavidad, pero sin sustancia alguna, algo así como tomarse un volován de nada a los finos aromas del hielo picado de Sierra Morena. Eso sí, nos ha hecho gastar el tiempo hasta que ha soltado un bajonazo tras dos pinchazos. En el quinto, un Jandilla en el más puro estilo anovillado del hierro, después de que no se le haya picado prácticamente nada, se ha liado a dar trapazos enganchados con la derecha, con carreras y enganchones, le ha acortado las distancias hasta ahogarle, trallazos, pases de uno en uno y sin conseguir enterrar ni media espada, ha descabellado, porque para eso él es el maestro.


Menos mal que nos quedaba Jiménez Fortes, una figura en ciernes, que con toda seguridad vendría a comerse el mundo; pues ni lo ha empezado, se lo ha dejado para otro día, quizá acompañado de patatas y ensalada, o muy hecho. Lo malo será que no haya otro día, porque tanta desgana, tanta sosería y tan poco oficio no se yo si le servirán para ganarse muchos contratos. Que no es lo mismo naturalidad y desmayo, que abulia y mandanga. Vale que toreó a la verónica sin mover un pie, pero hombre, los brazos hay que jugarlos con al de gracia y llevando al toro toreado, no mandarle a Cádiz y Ponferrada, alternativamente, según para donde sacuda la manta. En la primera vara no se puede decir que picaran al toro muy trasero, sobretodo para lo que se frecuenta; el animal ha empujado y casi da con el jinete en el suelo, pero éste se ha agarrado al palo con uñas y dientes y ha aguantado montado. En el segundo puyazo, tras una vuelta de campana, el toro ha tardeado bastante en tomar de nuevo el caballo, para al final recibir un picotazo señalado. En la faena de muleta, tras unos trapazos del maestro y las caídas del Jandilla, casi más por los trallazos que por la falta de fuerza, que también, ambos, toreador y toreado, han decidido echarse una siesta. Que sueño más bueno debían tener, porque Jiménez Fortes parecía dispuesto a alargar la faena hasta la hora de la cena. En su segundo, el último del suplicio, más mantazos a discreción, mala colocación en el primer tercio, estorbando, mientras el picador se veía en el suelo, quizá era la venganza a esa puñalada en la paletilla. En la segunda vara, o lo que sea, el toro cabeceaba y al final se marchó suelto. Quite por gaoneras, primero un latigazo que echa al toro por los suelos, pero insiste y al final completa un quite repleto de enganchones. Que está muy bien eso de insistir, pero hay que saber cuando. Ya en el primero de Luque se puso pesado con un quite que acabó con el toro en los corrales, cosa que debió encantar al matador del toro, y que le volvió a pasar en el que salió en su lugar, llegando a obligar al sevillano a iniciar el camino para decirle que ya era suficiente. Con la muleta siguió aburriendo, vulgar, muletazos ventajistas y ni pizca de emoción, arte o algo que pudiera despertar su emoción. La plaza casi medio vacía, unos por escapar del agua y otros igual es que se habían ido a urgencias a que les pusieran el suero de la alegría. Afortunadamente, acabó decidiéndose a matar al toro y cerrar una tarde insufrible.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Se admite toro como animal de compañía

Adelante con los faroles, a ver dónde vamos a parar
Ya está bien de darle vueltas a las cosas, demos carpetazo a la cuestión del toro, al final se ha encontrado una óptima solución a todo esto, Se acabaron esas barreras y esos prejuicios extraños que nos han frenado desde hace siglos el satisfacer nuestros impulsos. Hoy en día, si usted lo desea, puede tener un toro en su casa, como su mascota. No tenga cuidado de que le vaya a romper la cristalería de la abuela, ni que vaya a rayarle el parquet, ni tan siquiera se afilará las uñas detrás de la puerta de la cocina; eso sí, no espere que le tráigalas zapatillas o que vaya al puesto a buscar el periódico y mucho menos que duerma sus pies todas las noches. Pero para hacerle carantoñas y cucamonas, no va a encontrar nada mejor. Elija bien, eso sí, que no se le ocurra encapricharse de un toro encastado, porque con esos no hay quien haga carrera. No se complique, ni busque más, coja las ganaderías que han salido hasta ahora en San Isidro y de casi cualquiera de ellas puede sacar su mascota, incluyendo lo del Ventorrillo. Otra mansada más, como casi todas las corridas, aunque quizá estos desarrollaron más peligro del permisible para tenerlos pastando en el jardín o rumiando las flores de las macetas, para los desajardinados.

De buena gana habrían mandado al jardín a los de El Ventorrillo la terna anunciada, Sergio Aguilar, Miguel Ángel Aguilar y Arturo Saldívar. Para desvanecer posibles dudas, el madrileño ya empezó sufriendo el viento que no paró y el primero de la tarde, gordote él, que nada más salir ya buscaba la salida, por aquí, por allá, detrás de las tablas o lo mismo detrás del capote al que atacó como un rayo para llevárselo por delante. Entró al caballo para cornear el peto de lado y en la segunda vara, donde tardeó, se marchaba sin hacer caso al picador y cuando entró, sólo fue para recibir un picotazo. Muy aquerenciado en tablas, le costaba muchísimo salir de allí, pero cuando iba a favor de ellas parecía un tren, más arrollando que embistiendo. Aunque las condiciones no eran las más favorables, Juan Navazo pareó con soltura y torería, metiendo muy bien los brazos y aguantando el ver pasar el pitón rozándole el vestido, incluso en los dos pares se permitió el lujo de colocarse la montera cuando casi ni había salido del par. Sergio Aguilar empezó por alto, muy quieto, pero siempre luchando contra las rachas de aire. Intentó colocarse bien, torear con verdad, pero sin esa intensidad que hace saltar al público de sus asientos. Transmitía sosería, la misma que tenía el toro y hasta llegó a ponerse pesado, alargando demasiado la faena. A su segundo, el cuarto manso, parado y escarbando, que falló en su intento de saltar al callejón, le costó que se fijara mínimamente en los capotes. Fue suelto al caballo, le taparon la salida y le aplicaron su dosis de castigo. El toro incluso respondió empujando, aunque ya no tanto en la segunda vara, donde le taparon de nuevo y le volvieron a pegar con el palo. Esperó en banderillas por ambos pitones, para en el último tercio ser recibido por el matador, que no se desmonteró, con muletazos a una mano a derecha e izquierda. Más complicaciones con un molesto gazapeo que dificultaba la colocación al matador, que se colocaba a cada pase ofreciendo el pecho, pero que imposibilitaba cualquier posibilidad de ligar. Era un pase, le quitaba la muleta y vuelta a empezar. Muy frío, no llegaba a los tendidos con tanta intermitencia. Quizá habrá que esperar, pero habría que darle una solución a ese inconveniente y conseguir enlazar la faena de una forma continuada.

Miguel Ángel Delgado era de esos toreros que parecían más para rellenar días, pero al menos ha demostrado que se niega a ser una mera comparsa, sin suerte, pero queriendo hacer las cosas. Aunque no empezó precisamente demasiado bien, con un primer toro al que nadie era capaz de fijar en los capotes y eso que debió pasar por las manos de todos los que pisaban el ruedo. Aunque de cerca, tardó en tomar el caballo, le taparon la salida y ni tan siquiera llegó a cumplir en el peto. En la segunda fue directamente al anca del penco, para acabar saliendo rebrincado y escapando lo más lejos que podía de aquel martirio. Dificultó la labor a los banderilleros, esperando y haciendo hilo, lanzándose a la carrera cuando creía tener la presa a su alcance. Delgado le recibió con un estatuario, desistió de los siguientes y aguantó las oleadas descompuestas del manso. Naturales tropezados, embestidas muy inciertas, y el empeño del matador de ponerse a pegar pases, sin acabar de admitir que ello no era posible. Coladas, arreones, desarmes y un continuo quererse ir. La verdad es que el sevillano se la jugó, pero de forma absurda, porque aquello era evidente que no iba a mejorar, más bien lo contrario. Sólo le quedaba la estocada para demostrar sus ganas de querer agradar. Se tiró muy derecho, pero la espada se le fue más allá del rincón. El quinto era del estilo de toda la corrida, despreciando los capotes, yendo al caballo al paso, cabeceando bajo el peto y esperando a los banderilleros a que se metieran en la boca del lobo, doliéndose de los palos, acusando el defecto de vencerse por lado izquierdo. Le citó Miguel Ángel Delgado con pases por detrás y por delante a una mano, hasta que el de El Ventorrillo perdió las manos. Bien en un pase con la derecha y unos naturales con el toro muy metido en la muleta, aunque retrasando la pierna. Pecó de encimista, con ganas eso sí, pero de nuevo estrellándose contra el muro de la mansedumbre. Le costó entrar cuatro veces con la espada, para cobrar cuatro pinchazos, tomando el descabello y desoyendo esa regla de que se mata con la espada, el verduguillo no es más que un mero recurso. No se puede tirar de él si ni tan siquiera ha sido precedido por una media, que menos.

Cerraba la terna Arturo Saldívar, uno de los mexicanos que vinieron hace unos años como si el vuelo fuera barato. Se les jaleó mucho, quizá en demasía, para al año siguiente despojarles de todas las glorias, también de una forma poco racional, pues no eran tanto como se dijo, aunque a algunos les interesaba vender la cosa así. Le tocó al azteca un toro muy comodito de cabeza, demasiado abrochadito, que incluso empujó algo en el caballo, aunque sin ganas, para qué engañarnos. En el segundo picotazo, ya ni eso. En banderillas hizo hilo con los toreros y apretó por lado izquierdo, y entre medias se dolía de eso que le picaba detrás del cogote. Saldívar se plantó de rodillas para pegar derechazos sin temple. Ya en pie, retrasaba la pierna de salida, aunque llevaba al toro muy metido en la muleta. Mostró mucha quietud, pero los pases no le salían limpios, a lo que ayudaba ese llevar el brazo encogido, como si tuviera un tope que le impidiera correr la mano. Muchos recursos populacheros, bernadinas muy quieto, que no podían faltar y mucho valor. ¿Mereció esa oreja que le pidió la gente tras una estocada entera tendida y bastante trasera? Pues como las que se vienen dando durante toda la feria, incluidas las de las figuras, o quizá poniendo estas como ejemplo de lo que no debe ser y de lo que es ahora la plaza de Madrid, que en lugar de marcar criterios para el resto del mundo, ahora parece una centrifugadora donde se vierten todas las atrocidades y verbeneos de las demás, para acabar siendo esto, una vulgar plaza de talanqueras. En el sexto, Saldívar se encontró con un gordinflón muy soso, más interesado en ver que había detrás de las tablas que en lo que pasaba en el ruedo. Una primera vara yendo el toro de dentro a afuera, saliendo más allá del tercio, en la que el picador se aplicó a base de bien, eso sí, la segunda solo la señaló, picando en buen sitio. Se paró en banderillas, para continuar así en la muleta. El mexicano intentó su toreo de quedarse quieto, pero el animal no tenía nada. Encimismo, metido entre los pitones, pero sin lograr otra cosa que ponerse pesado.

No quiero entrar en lo de las orejas, porque no creo que merezca la pena, ni tan siquiera en si los presidentes deberían haber accedido o no en según que casos, aún siendo el signo más evidente de la estrepitosa decadencia de la plaza de Madrid, con un público en su mayoría compuesto por los que sólo van a ver a las figuritas, por los que vienen de excursión a Madrid o por los que quieren sentar cátedra igual que hacen en la plaza de su pueblo. La decadencia viene en el momento en que el aficionado de Madrid abandona la plaza y cuando los que entran en su lugar no valoran el que el toro no tenga trapío, que no se pique a los toros, que se haga de mala manera, que prefieran los ejercicios atléticos a los banderilleros que cuadran en la cara, que se estremecen con la cantidad y no la calidad, que asumen y justifican el fraude y a trampa, que no hay nada por encima de las orejas y que tragan con la pantomima, porque quieren “divertirse”. Vienen con el adoctrinamiento televisivo y se muestran intransigentes con los que protestan, pretendiendo desactivar la influencia que puedan tener los aficionados de Madrid y la de esta plaza sobre las del resto del mundo del toro. Ahí está el origen de todo esto.


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martes, 28 de mayo de 2013

Riegan sobre mojado

No sé que problema hay en torear en una playa con la marea baja, ¿no?


Vaya si cayó agua las horas previas a la última novillada de feria, pero eso no tiene importancia, especialmente si esto pasa en el mes de mayo. Ya pueden caer chuzos de punta, ya puede llegar el agua por la corva, que no pasa nada, en mayo no es necesario suspender. Eso sí, caen cuatro gotas en marzo o abril y no hay más remedio que no dar la corrida. Yo imagino que será porque ahora, ya bien entrados en la primavera, el agua es diferente, cala menos, o los charcos son otros, o incluso, como en la feria está vendido gran parte del aforo, igual es que con la respiración del público se seca el ruedo antes y fuera de feria no. Y que nadie lo dude. Al empezar la novillada el piso estaba como un chocolate, pero eso era en apariencia, la realidad era mucho mejor, donde va a parar, aunque los areneros hicieran gestos y comentarios entre ellos al comprobar in situ aquella franquicia del balneario de Archena que Taurodelta ha montado en el ruedo venteño. Los charcos eran alucinaciones de los derrotistas enemigos de la Fiesta. Si en el quinto novillo, hasta hubo que poner el sistema de riego en marcha y es que aquello se secaba a tal velocidad que no se pudo esperar más y empezó a funcionar durante el tercio de banderillas. Qué bonita estampa, el torero con los palos, los otros con sus capotes en la mano y el toro en el centro recibiendo el agua de la vida. Fue unos segundos, pero debía ser agua almacenada desde marzo o abril, porque desde entonces me pareció que había barro por toda la plaza.

Hay que tener mucho cuidado con donde se riega, no vaya a ser que se riegue sobre mojado; lo mismito que hicieron los novillos de Carmen Segovia, vinieron a regar de mansedumbre una plaza que empezó a empaparse el primer día de feria de este mal tan poco agradable, mansada tras mansada y otra más, pero mansedumbre de esa que empapa bien y que perdura en el tiempo, aunque sean mansos del mes de mayo. Los chavales Tomás Campos, Curro de la Casa y Sebastián Ritter acabaron mojados hasta las orejas, sin ser capaces de nada ante unos potrillos descastados y lo dicho, mansos cómo animales de compañía.

Tomás Campos se quiso estirar para saludar al primer novillo, uno de esos que no gustan a cierto maestro, vamos, que tenía más trapío que algunos que hemos visto en corridas de toros. Una verónica se pudo rescatar de todas las que quiso dar, luego el animal anduvo por el ruedo a su aire, picotazo en el dos, para ir después a recibirle primer puyazo en su sitio, trasero y tapándole la salida, sólo se dejó, marchándose suelto. Después un picotazo y a cambiar. Estaba un pelín complicado, pues por el pitón derecho ya había apretado a los banderilleros. Banderazos y ayudados con los pies clavados en la arena, pero ese pitón derecho casi se le lleva por delante. Después muchos enganchones, sólo se limitaba a acompañar la embestida y a mantenerse en pie en ese horroroso barrizal, sin mostrar nada más que su toreo moderno abusando del pico y los estiramientos más un arrimón para animar, pero no dijo nada de nada. Un bajonazo trasero soltando la muleta descaradamente y a por el siguiente. Este salió corretón y a los mantazos respondió llevándose por delante un capote. Dos puyazos traseros echando la cara arriba, aunque al segundo encuentro se arrancó como si quisiera ser bravo, pero nada más lejos de la realidad. Sólo había que esperar al último tercio, una perla, por el derecho se comía al chaval y por el izquierdo le tiraba los pitones al cielo. Se defendía mucho del tercio hacia adentro, esperando mucho y entrando rebrincado, cosa que el espada no intentó arreglar en ningún momento. Todo un despropósito, y allá, cerca del pase mil, tras un desarme, entró a matar con una entera traserísima.

Curro de la Casa, que nos hizo recordar por unos momentos a aquel mito con los palos, Morenito de Talavera, y a su hijo, Gabriel de la Casa, que tantas veces pisó lo que en la novillada era una playa. Pero este chico nada tiene que ver con aquello y mucho menos su forma de torear. Al que tenía apariencia de chivito se lo tuvo que quitar de encima como pudo, pegajosito y con ganas de pasearse, cabeceando mucho en el peto, recibiendo dos picotazos, dejándose sin más en el segundo de ellos. Se acostaba por el pitón derecho y por el izquierdo tiraba todas las cornadas que pretendía que fueran ciertamente a un objeto determinado. Luego en la muleta dejó claro que había que torearle con distancia, pues él solito se declaró, arrancándose hasta con alegría a la muleta de Curro de la Casa, para que este sacara su alma de pegapases y trapazos. Ante esa incomodidad optó por ahogarle la embestida, tirar de repertorio efectista y acabar con una entera traserísima y un bajonazo de impresión. En el quinto, todo un toro, continuó en su empeño de secar el ruedo, dando unas verónicas que le hacían parecer más una veleta en día de Levante. Por el izquierdo se le empieza a quedar muy cortito, no quiere nada con los capotes, solo busca los toriles. En el caballo, la primera vez cabeceó casi histéricamente y en la segunda buscaba el otro lado de la montura. Sólo se le pudo picar una tercera vez, cuando se le tapó la salida. Se dolió en banderillas, recortaba que era un primor y ni el riego le calmó. Buscaba y buscaba y aunque el matador le recogió bien por abajo en los medios, la cosa no se adivinaba con un futuro prometedor. Voluntad para aguantar los parones y para retenerlo sin que se fuera al refugio de las tablas, pero no había manera. Al final se marchó allí irremisiblemente. Entera muy, muy trasera y caída perdiendo la muleta,  entera también caída y bajonazo del que tardó en caer, pues ya casi nos veíamos viendo salir a los cabestros.


Sebastián Ritter, colombiano con apellido de ciclista de otras épocas, no conseguía sujetar a su primero, con aspecto de cabritilla retozante, pero pegajosita y empeñada en organizar una fiesta campera en el ruedo, capotazo aquí, allí, en La Coruña, Cádiz o Badajoz. Fue a por el caballo cuando deambulaba por la puerta de toriles, notó el hierro y del salto casi se sienta con los de la banda de música. Ya en su sitio, medio empujaba de lado, queriendo darse la vuelta, se iba, volvía, vamos, todo un derroche de casta y bravura, pero como todos, esto no era novedad. Quite de Ritter a la verónica dándole la salida al novillo antes de tiempo. No tuvo nada que ver con el que hizo por gaoneras en el toro anterior, quedándose muy quieto y aguantando el ver como le pasaba el de Carmen Segovia muy pegadito a la taleguilla. Se dolió mucho de los palos y echaba la cara arriba. Pero esto no parecía tener importancia para el novillero, que se puso a dar trapazos a media altura, sin correr la mano, lo que trajo como consecuencia un desarme. Naturales enganchados, muy aburrido y apático, las manoletinas que no falten y una estocada casi entera, trasera y atravesada. El sexto, un novillo cortito, que se fue a esperar al personal a la puerta de chiqueros, se frenaba antes de tomar los engaños y se cruzaba de forma escandalosa y peligrosísima por el pitón derecho. Iba al bulto directamente, porque lo que pudo parecer una circunstancia excepcional fue la norma durante toda la lidia. Corneaba el peto sin rubor y de lado teniendo que taparle la salida para poderle picar. Muy aquerenciado en tablas, no había quien le sacara de allí. Con la muleta el Sebastián Ritter optó por meterse entre los pitones, intentando sacar muletazos sueltos. A parte de la parroquia les entusiasmo, algo que no se puede decir de otros muchos, que no veían sentido a aquello. Alarde más efectista que eficaz, pero que no parece que tenga que ver demasiado con torear y poder esa dificultad que le planteaba el novillo. La duda que me queda es sui la empresa mandaría volver a regar de nuevo aquel barrizal casi impracticable y que seguro que influyó en el transcurso de la lidia, especialmente en la confianza de los toreros, a los que cada zapatilla les debía pesar un quintal, pero mientras que no se permita torear con aletas, es lo que toca.

lunes, 27 de mayo de 2013

Y yo que echaba de menos a las figuras

Había mucho que torear con los de Montealto y pocos pases que dar.
Corrida dominical de la feria de San Isidro, cartel a primera vista que no reunía demasiados alicientes, Fernando Cruz se cae de él y entra Alberto Aguilar en su lugar. Toros de Montealto, Chechu confirmaba la alternativa y el regreso de El Capea a la plaza de Madrid. Un cartel de esos que el entorno de las figuras llama de segunda división. Pues vale, de segunda división o de tercera o cuarta, lo que supone que esas figuras andarían con este ganado con solvencia y facilidad ¿no? Yo hasta estoy dispuesto a concederles el privilegio de la duda, más bien porque a ninguno he visto enfrentarse a ganado de este tipo. Qué cosas, se supone que son los mejores y no se enfrentan a hierros que puedan complicarles la vida. Vamos, como si yo afirmo que soy el más rápido en lo 100m. lisos y exijo la medalla de oro en los Juegos sin correr, que corran ellos que son los malos. Raro ¿verdad? Yo diría que descabellado. Pero asumiendo esa terminología perversa de los corifeos y aduladores profesionales, que viva la segunda división y que se queden con su Champions para ellos.

La corrida de Montealto mantuvo el nivel ganadero que se está viendo en esta feria, salió mansa, o como diría un castizo, “una mansada del copón”. Con un peligro terrible y exigiendo a los toreros mucho sitio y disposición, lo que otros no consiguen tener ni con un buen copazo de coñá. Grandullones, bien armados de cuernas, unas veces parecían bueyes y otras caballos, muy altos y sin intención de agachar la cabeza. El confirmante, Chechu, se vio metido en una encerrona de cuidado, quizá a lo mejor no demasiado preparado para lo que se le venía encima, pero ya se sabe, unos nacen con estrella y otros estrellados. Unos no salen de lo de Domecq, dulce y que pasa muy bien por la garganta, y estos rascaban hasta llegar al estómago, para dejarte una sensación de escozor que era agradable sólo cuando no se sentía. Recibió al primero con capotazos desairados, mientras el animal echaba las manos por delante, y en cuanto pudo se fue a ver dónde estaba la salida. Al notar la puya en el caballo empezó a cabecear el peto queriéndose quitar eso que le molestaba. En la segunda empujó con ganas, pero cuando el palo ya no le hacía pupa, detalle que declaraba su condición, si alguien no le había calado ya su mansedumbre. En banderillas esperaba por el pitón derecho y cortaba por el izquierdo y en ambos casos echaba la cara arriba; un primor. Empezó Chechu tanteando por ambos pitones, pero sin mando y con trallazos destemplados. Prosiguió con muletazos con la muleta retrasada, muy en corto, abusando del pico de la muleta y con medios pases. Demasiada sosería en toro y torero, aunque la más preocupante era la del de Montealto. El confirmado no mandaba nunca en la embestida del animal, que ya tenía demasiadas referencias, lo que desembocó en un revolcón y una cornada al rebañar al torero del suelo. Intentó continuar la lidia, pero no fue posible, al ponerse en pie perdió apoyo e inmediatamente se lo llevaron camino de la enfermería. Capea fue el encargado de estoquear aquella buena pieza que, como no podía ser de otra forma, acabó echándose en la puerta de toriles.

La corrida se quedó en un mano a mano, alterándose el orden de lidia. Salió segundo el que correspondía a Alberto Aguilar, un toro que perdía las manos y al que recibió con unas verónicas con un pasito atrás. Se marchó muy suelto por el ruedo y acabó en el picador que hacía la puerta, al que agradeció un picotazo a la “según viene”, con una coz, anunciando lo que empezaba a ser evidente, mansedumbre y peligro por arrobas. Ya en el de tanda se retorció como una lagartija al sentir el palo, igual que en los dos encuentros siguientes, pero el toro estaba sin picar, aún estaba muy entero, mientras seguía su concierto de coces. Se dolió una barbaridad en banderillas, complicando a los toreros haciendo hilo a la salida del par. Le recibió Aguilar echándole la muleta al suelo, con cierto gusto y templando, sacándoselo más allá del tercio. Creo que no podía haber elegido mejor opción. El toro estaba muy complicado, con mucho que torear y si se podía, lo más recomendable era evitar cualquier tipo de posibles querencias, algo que cuidó el madrileño con especial esmero. Se le cuela por el pitón derecho en uno de pecho, pero ahí seguía mandón el matador con cara de no haber roto un plato, con cara de niño bueno. Y el niño bueno se echó la mano a la izquierda para sacarle naturales toreados de uno en uno. Ya sabemos lo importante que es ligar los muletazos, Aguilar también lo sabría, pero el toro no se daba por enterado y se tragaba a regañadientes cada uno de ellos. Luego vino un arrimón que no era necesario, aunque a uno lo que más le preocupaba es que saliera de allí andando, pues por un momento parecía que nos volveríamos para casa antes de la hora. Cerró al toro con pases por ambos pitones con la mano baja, con torería, aunque la firma acabó siendo un garabato ilegible, un bajonazo que le habría impedido cortar la oreja, que se le concedió y que reglamento en mano no debía haber cortado, pero si la comparamos con todas las orejas juntas que se jan regalado y utilizando la misma escala, a Alberto Aguilar le tendrían que haber empaquetado al toro para regalo y que se lo hubiera llevado a casa.

Volvía el Capea a Madrid y no voy a decir que entre la expectación de la afición, pero sí cierta curiosidad. Empezó cambiando la lidia del burladero de matadores al de la divisoria del 6 y el 7. Quizá el toro más estrecho de todos, al que le recibió con mantazos al aire, dudando y acabando dándose la vuelta cediendo terreno hacia los medios, Sin que nadie le echara un capote para fijar al toro, se fue suelto al trotecillo a por el caballo, cuando éste andaba por el 1, intentando llegar a su sitio. Con un picotazo se marcho rápido de las inmediaciones del caballo, sería por no ser el lugar adecuado, pero no, en el lugar adecuado hizo lo mismo, con el añadido de cornear mucho el peto. Chicuelinas de Alberto Aguilar, a las que responde el Capea con otras, pero a su manera. Muy suelto durante toda la lidia, se duele en banderillas, prosiguiendo en su huída por todo el redondel, hasta emplazarse en los medios. Muletazos por bajo sin demasiada decisión, ni convicción. Muy desconfiado, el Capea se fue dejando llevar a los terrenos del toro, que era quien realmente estaba toreando al torero. Concluyó con dos pinchazos y una entera trasera, pero aún le quedaba otro.

El cuarto era un penco que a poco que se hubiera puesto sería más alto que Alberto Aguilar. Fue al caballo sin que se le pusiera en suerte, la verdad es que empujó y hasta derribó, pero inmediatamente se fue suelto de allí no fuera a ser que le hicieran pagar los desperfectos. En la segunda vara cumple, pero otra vez que se fue del jaleo. Distraído en el segundo tercio, apretaba  y se dolía bastante de los “avivadores”. Alberto Aguilar se empeñó en darle pases, pero la cosa no estaba para eso, destemplados y sin mando, echándole la cara arriba, que incluso en un momento le llegó a la cara; trapazos desarmes, desarmes y más trapazos. Quizá habría sido más recomendable que hubiera optado por torear por abajo, por doblarse con él y luego, si acaso, intentar darle naturales. Una estocada trasera y contraria y seis descabellos.

El quinto, el más pobre de pitones, parecía más un buey, incluso en sus reacciones, entraba a oleadas, se frenaba, se volvía. En el primer puyazo le hicieron la carioca, que no es que me entusiasme, pero hay ciertos recursos que son para ciertos toros y circunstancias. Corneaba el peto y echaba la arriba. En la segunda simplemente se dejó. Como decía hace dos líneas, echaba la cara arriba y visto ese detalle, el Capea decidió comenzar con pases a pies juntos, con una mano y… por alto. Sería para que el toro se confiara, pero quien no se confiaba era el matador. Continuó con una sinfonía de pases con el pico, sin temple algunos, enganchones y pasándose muy lejos al toro. Y con tres pinchazos y una entera trasera, se acabó la actuación de El Capea y la curiosidad del aficionado. El torero sigue poco más o menos como estaba, así que lo mismo se vuelve otra vez a madurar un poquito más a México.


El final de esta mansada llegaba con el último que iba a despenar Alberto Aguilar. Lo recibió con una larga de rodillas, dejando claro que no se conformaba con una orejita. Verónicas rectificando, pero toreando más que de rodillas. Sin complicarse más, dejaron al toro en el caballo, para picarle trasero y acabar señalando el puyazo demostrando o el optimismo o la ingenuidad o la ignorancia del picador, que acabó en el suelo, quizá por no haberse agarrado al palo y haber permitido que el de Montealto se creciera. Galleo más voluntarioso que otra cosa del matador, un segundo puyazo en el que el de la montada no se confió ni una “miaja” y para evitar caídas se agarró bien al palo y al toro. Quite del Capea, de aquella manera. De nuevo el toro que dolió de los palos, complicó las cosas a los banderilleros, echando la cara a las nubes. Empezó muy rápido Aguilar montando la muleta, para dar una serie de trallazos con la derecha, aguantando un ligero calamocheo por el pitón derecho. Carreras para recuperar el sitio y en una serie posterior, hasta consiguió tirar del toro. Le costaba tragarse los pases y seguir la estela de la muleta, saliendo de los pases a su aire. Enganchones, persecuciones para intentar sacar lo que ya no tenía, un trincherazo rodilla en tierra de bello trazo. Pinchazo y entera desprendida y fin a tanto sobresalto. El público pidió la oreja que el presidente no concedió, y que creo que lo hizo acertadamente, pues tras un pinchazo el torero pierde la oreja que da el público. Pero realmente a mí me importa muy poco el que se la dieran o no. Repito lo de antes, si comparamos con las orejas triunfalistas de la semana, a este torero con cara de niño habría que haberle dado el toro envuelto en celofán. Y yo no es que me pusiera a comparar, pero les confieso que en muchos momentos, cuando vi a un torero que sabía lo que quería, que no iba a la deriva con un manso con peligro, que a cada toro le intentaba dar lo que pedía y que elegía los terrenos con acierto y criterio, que aguantaba tarascadas y que se esforzaba en hacer ir al toro por donde no quería, francamente, eché de menos a más de un torero de esos de Champions de primerísima división, pero que de toreo poco, de valor menos y de conocimientos y afición, nada de nada. Al final he visto al Alberto Aguilar del principio de la temporada pasada y a ese del que tantas veces me hablaba mi amigo Iván Colomer. Pues sí, visto está y ya se le espera.

sábado, 25 de mayo de 2013

Esta mentira se hace insoportable

Cómo se enfadan los mansos al notar el palo



 Que cada uno se divierta como le dé la gana, los hay que se revientan dándole a una pelota con una pala, otros escalan montañas, otros las bajan con esquís, otros se hartan de alcohol, otros se tiran desde un puente y otros van a una plaza de toros a inundarse de cubatas mientras jalean y aplauden algo que son incapaces de describir y se limitan a repetir consignas que han escuchado antes y que aunque no saben lo que significan, creen que queda bien repetirlas, algo que hacen con verdadero empeño y sin plantearse nada más que eso es divertido. Pero como Dios puso mucho empeño en crear listos y tontos, resulta que a uno le puso en el grupo equivocado, y bien que lo estoy penando. Es que el disparate es chico, una plaza entera enloquecida por el baile de un señor y una minoría cabreada y desolada viendo lo mismo. Que me lo expliquen. A uno cosas como las vistas en la plaza de Madrid el día de la corrida de Victoriano del Río, con tres fenómenos de esos que no se rozan con el pueblo, le parecen una basura, un timo, una filfa, una parodia, un insulto, una tragedia, un despropósito, un sinsentido, un disloque, descabale, engaño, fraude, mentira, provocación, desprecio, caricatura, bazofia, robo, escarnio y no sé cuantas cosas más, ninguna de ellas agradable o satisfactoria. Ha sido el triunfo, la consagración definitiva de la mutación que es la Tauromaquia 2.0.

La cosa empieza mal cuando hay que asumir que esos animalejos, esos de los que don Victoriano del Río se siente tan orgulloso, hay que llamarlos toros, que aunque desprecie a quien no se rinda a las pezuñas de estas cucarachas con cuernos. Y como no tenía bastante con esto, pues también se monta lo de los Toros de Cortés y así donde podíamos vender una corrida, vendemos dos y donde no entraba una, ahora entra la otra. Todo muy propio de aficionados que quieren a la Fiesta. El primero, gordo, derrengado de las patas, recibió un puyazo trasero mientras corneaba el peto, se empeñaron en ponerlo de lejos en la segunda vara, pero ¿cómo iba a ir? ni en broma (lo que otros dirían que ni de coña) y acabaron metiéndolo debajo del caballo al relance y en cuanto noto el hierro, pies para qué os quiero. Se dolió de las banderillas y casi mientras el matador brindaba se lastimó la mano izquierda, que casi no podía ni posar. Afortunadamente se tomó la acertada decisión de tomar la espada y concluir con su sufrimiento innecesario. El segundo, un novillo largo, fue al caballo sin que nadie lo fijara, para simular un puyazo trasero tapándole la salida. El segundo encuentro tuvo el prólogo de que el matador poco menos que lo dejaba tirado donde pillara. El animal no quería ni ver esa mole, hasta que al final lo meten desde dentro, La puya yo creo que ni le arañó, pero para el matador y el usía, don Manuel Muñoz Infante, nombre para recordar como el impulsor de la vergüenza en la plaza de Madrid en la tarde del 24 de mayo, lo contaron como una vara. El angelito manso se dolió de las banderillas, mientras esperaba a los señores que tenían que prender los palos. En la muleta iba y venía con muy poquitas ganas, pero como allí ni le hacían pupa, ni tan siquiera le hacían retorcerse para buscar el trapo, todo iba bien. Y, ¿creen que quizá al tercero se le puso bien en suerte y se le picó bien? Pues si piensan que sí, son tan ilusos cómo todos los que lo pedíamos en la plaza. Eso ya no es moderno y si se te ocurre pedirlo o que se pique al toro, estás a un segundo de que te lleve la autoridad. Resumiendo, a este ejemplar de don Victoriano se le puso innumerables veces, de cerca, claro, por toda la plaza y la reacción fue notar el hierro y salir rebrincado escapando y acordándose de la señora madre del tío del gorro de ala ancha. Era un firme candidato a las viudas, pero el futuro beato de los torillos, el señor Muñoz Infante, no quería manchar el nombre del ganadero, ya lo manchaba él solito con mucho arte. Hubo de ser pareado cerca de toriles, entre arreón y arreón, y haciendo hilo. En la muleta más o menos iba, una vez aquí, otra allí, haciendo uso de todo el ruedo venteño. Pues lo mejor de todo fue que en el arrastre, los sabios isidros que poblaban los tendidos le brindaron una ovación. ¿Qué les parece? Lo del cuarto fue otro caso de mansedumbre, pero con estilo propio, que es lo que tienen estos seres, que tienen su carácter. Dos veces visitó al penco y el señor cuidadoso de arriba, ese que apoya el palo en el lomo y procura no moverlo, no vaya a ser que se arañe la piel del toro. Dos varas traseras, el animalito topaba, se repuchaba y seguía, sería para tomar aire, porque fuerzas… En banderillas esperaba y hacía hilo con los toreros, que tienen además que agradecer la buena lidia de Javier Ambel, midiendo mucho la cantidad de capotazos que le daba, intentando que fueran los menos posibles. Qué cosas, tanta mentira, tanta basura y en mitad de todo eso se encuentra un torero. Un torero que le dejó al maestro la pieza preparada para que desplegara todo su repertorio. El quinto, también pasado de kilos y cortito, echaba la cara arriba en el caballo, queriéndose quitar el palo a base de cabecear en el peto. Empezó defendiéndose en la muleta, exigiendo una mano firme que le dijera quién mandaba allí y al no hallarla se fue adueñando de la situación, revolviéndose y obligando al espada a recolocarse constantemente. El sexto, otro de la raza de bovino cortito, para no tener que alargar los pases, imagino yo, se arrancó bien al caballo, derribando y poniendo en apuros al jinete. En la segunda se fue a buscar el peto con prontitud, bien parado y picado en su sitio por Miguel Ángel Muñoz, que evitó masacrarle y cerrarle la salida. Lo ordinario se convierte en extraordinario. El de don Victoriano cumplió en el caballo y apretó por el pitón derecho en banderillas. Desafortunadamente corneó y de gravedad a Valentín Luján, el toro estaba demasiado cerrado en tablas y al acercarse el torero se ha defendido y es entonces cuando ha echado mano al banderillero. Cómo en el anterior, necesitaba que le toreasen, no que le abanicaran con un trapo rojo para quitarle las moscas. Otra cosa habría sido si le hubieran dominado y pasado con temple y mando, pero como eso no está en boga, pues pasa lo que pasa.

Para hablar de los toreros podría asumir la postura del transeúnte taurino, ese que va tan a menudo a los toros, que al menos va dos veces al año, lo que le hace convertirse en un profundo conocedor de la tauromaquia, especialmente si toma en cuenta las opiniones y entusiasmos de los locutores de televisión. Que también son muchos los que casi sólo alimentan su afición con las retransmisiones, pero los comentarios son un sufrimiento que deben padecer, si es que quieren poder ver toros. Los primeros pensarían que qué mala suerte tienen estos chicos con estos toros, que así no hay manera. Y menos mal que han estado dispuestos y han triunfado. La otra vertiente es la del que está harto de que al tiempo que aparecen estos señores, aparece este ganado, y así año tras año, desde hace mucho tiempo.

Monsieur Castelá quedó inédito en su primero, pero ya en el cuarto sí que pudo explayarse y cascarnos su repertorio de toreo provinciano, de mal gusto tosco y desustanciado. Pases por delante y por detrás a pies juntos, derechazos y naturales con la muleta atravesada, tanto que casi resulta cogido al meterse el toro entre trapo y torero. Retorcimiento y medios pases, un invertido completo que ha sublevado el gallinero, cambios de mano sin orden ni concierto, un martinete sin ninguna delicadeza. Pero los isidros no se lo podían creer, cuanta felicidad para después de la merienda. Estocada entera muy trasera, un aviso, un descabello y una orejita. Una oreja de esas que dicen de peso, pero que más bien parecía de gomaespuma. Ese peso es el que hace que la plaza de Madrid se parezca cada vez más a un circo.

El segundo era el Niño Manzanares, que porte, que elegancia, que compostura o componendas, que ineptitud, que poca afición y cuanta desinhibición de todo aquello que no sea dar pases a un mulo que va y viene. Seis tandas le conté en su primer Victoriano y ni un pase que no fuera entre disloques dorsales, pico, pases muy apartados, pierna contraria escondida y toda clase de ventajas que tanto se aplauden hoy. Un ayudados para cerrar al animal, siempre echándolo para afuera, más una entera muy trasera recibiendo, que fue la guinda que faltaba a estas rosquillas del santo rancias y duras, pero que le valieron dos orejas; al menos ya teníamos cena, oreja al provinciano en salsa de “Joer que torpeza y mal gusto”. Al quinto lo recibió con verónicas a medias, que no es lo mismo que medias verónicas. Con la muleta no fue capaz de superar ni un mal gesto del Victoriano, no sé si sabrá o no realizarlo, pero la sensación fue que no, eso no es moderno, eso quedaba para los desgraciados que tienen que bailar con la más fea.

Alejandro Talavante dio la verdadera y real dimensión de lo que es como torero, una nulidad con el capote, junte los pies o abra el compás, algo que realiza sin justificación alguna. Siempre descolocado durante la lidia, sin tener el más mínimo cuidado. No sabe por donde se anda durante la lidia y en un periquete se le monta un pitote de altura, como el de la suerte de varas del primero, que además se quedó sin picar. Inicio por alto, pases con pico, cuando el toro empezaba a venirse arriba, no puede con él, pero sí que le enjareta una larga colección de pases llevándolo por fuera, carreras para cazar naturales, bernadinas zarrapastrosas y lo mejor del torero en lo que va de feria, un estoconazo increíble, en el sitio y hasta la mano. Podría haber ganado en belleza si a lo mejor hubiera marcado más los tiempos, pero aún así es un espadazo digno de halago.
En el sexto deambuló, pegó trallazos, mucho trapazo mentiroso, muchas carreras para recuperar el sitio dejando claro que es un señor que se viste de luces que no sabe qué es torear, en que consiste y que hace prevalecer la cantidad a la calidad y eficacia.

Una tarde más para la indignidad, una tarde más en la que los dueños de todo han sido los tres que han elegido esta corrida de borregas y esa tropa de isidros que quieren imponer a una plaza los gustos de la de su pueblo, hasta que consigan que Madrid sea una plaza como tantas, provinciana y que aplaude lo que nadie entiende. Y luego dicen que no loes gusta venir aquí. Si hasta tienen el chivo expiatorio del 7, a los que no hay que hacer caso, no vaya a ser que hagan  recuperar el gusto por el toro a esta panda, que es eso, una panda, con su bocata, cubata y puro de metro y medio de largo, mandando callar a todo aquel que opina diferente y que no distinguen un burro de una tableta de chocolate. En cambio, para otros, esta mentira se hace insoportable

viernes, 24 de mayo de 2013

Un señor se pone a comparar y se intenta suicidar con juanolas

Cuando Morante se convirtió en figura con unos quites con el capote



Anda que no se nota el cambio, resulta que el día anterior un tío se pasa el rato ofreciendo el alma a un toro y se deja coger para asegurarse un trofeo, y 24 horas después te encuentras con una corrida de presencia ridícula y ofensiva para la sensibilidad del aficionado, con tres señores que no se sabe si se toman excesivas precauciones, si es que no dan para más o si tienen un rostro comp. el pedernal.

Dejaré a un lado lo de Iván Fandiño, porque aquí no tiene cabida, no hay mezclarlo con ciertas cosas porque sería faltarle al respeto, aunque lo que son las cosas, uno le critica que se eche sobre los cuernos para cortar una y oreja y otros… Con uno te sientes como si todo fuera lógico y le pides pureza en el aspecto técnico de la ejecución de las suertes, porque casi hay que agarrarle para que no se pase por arriba; y con los demás ves que todo es anormal y a nada que pueda recordar algo de verdad, ya estás levantando la mano y aplaudiendo dos naturales a una mona. Si ya lo dicen, las comparaciones son odiosas, y muchas veces lo es porque según el caso, tomamos modelos diferentes.

Los Jandillas/ Vegahermosa/ Carmen Segovia/ Bobona Domecq, no se puede decir que tuvieran una lámina de enamorar, es más el de Carmen Segovia hizo sospechar a algunos cosas muy feas, de esas que siempre se dice antes “no puedo asegurar que no lo hayan arreglado, pero…” Y además, a todas estas criaturitas hay que añadirles la deplorable lidia de sus respectivos matadores. En el primero, Finito de Córdoba se juró no molestarle, no fuera ocurrir una tragedia, esas de las que a él no le gustan, y sería por eso que lo dejó a su aire, fue solo al caballo a que le picaran trasero, a no emplearse y a no recibir castigo. En la segunda lo mismo, hasta que alguien debió indicar que le pegaran. Y el que lo pudo mandar se limitó a pasearse muy parsimoniosamente por el ruedo, mantazo va, mantazo viene. El inválido iba y venía a una muleta sin temple, que siempre ofrecía el pico, mientras el torero escondía la pierna de salida, sacaba el culo y estiraba en exceso el brazo. La gente no estaba muy feliz y se lo hicieron saber, pero Finito no estaba para nadie y seguía y seguía. Vamos, que si no llega a ser por lo amable y amor propio que tiene este torero, pensaría que se estaba cachondeando del personal. Lástima de bajonazo, con el mimo que había puesto el cordobés de Sabadell para pegar trapazos a troche y moche.

En el cuarto, un animal cortito pero con sus buenos filetes, regordete, le recibió con unas verónicas rectificando, esperando con el capote como un telón retrasado por el pitón derecho. A eso del caballo tampoco le hizo mucho caso, pues para él debe bastar con irse cuando el toro se ha parado en un punto cualquiera más allá de la raya de fuera. No pasa nada si el animal entra al peto con el capote colgado de una percha. La faena de muleta fue larga y de escasos muletazos, perdón, trapazos, muchos enganchados. Vueltas para un lado, para otro, me voy para allá, vuelvo para acá, hace aire, me muevo otra vez, con esa parsimonia, que un día le debieron halagar los aduladores profesionales y que él creyó a pies juntillas. Ya podían haberse ahorrado el elogio. Pero seguro que los que saben de esto le habrán visto enorme. Yo también le vi enorme, enormemente soso, aburrido, sin afición y sin respetar al que paga su entrada para entrar a los toros.

Pero la gran esperanza para los estetas era Morante, el de la Puebla, al que le echaron primero un cabritillo inválido, que no aguantaba en pie, ni aguantó en el ruedo. Le suplió uno de Carmen Camacho con unos pitones muy “extraños”, y no diré sospechoso porque parece que acuso de que estaba afeitado, pero lo que tenía el pitón derecho era más que extraño. Capotazos de pasito atrás, mientras el toro se tambaleaba. Dos picotazos traseros escapando, de los que salió agotado y con la lengua arrastrando por la arena. Además se dolió en banderillas, apreciándosele el defecto de cortar por el pitón derecho. Unos trapazos lentos del maestro, otros en terrenos de toriles para cubrir el expediente y se acabó. Que casi se podría haber marchado ya al hotel, porque aparte de un quite a la verónica en el cuarto, no hubo más. Mantazos de recibo a un quinto al que no se le castigó en el caballo, que esperaba en banderillas y que al cuarto muletazo por alto acabó rodando por los suelos. Que miro por aquí, por allí y ya vale, me voy, que no tengo ganas de pasarlo mal. Y se fue.

Miguel Ángel Perera volvía al ruedo de Madrid, en este caso para enfrentarse a un novillo toro o toro anovillado. Le desarma en el primer lance, para después saludar al de Jandilla con los pies juntos, largando capote allá donde pille. Lo lleva al caballo para una vara traserísima, con el toro empujando de lado. Mientras, como parece ya habitual, el espada se colocó por el estribo derecho, mal ubicado. Una caída y una segunda vara que no fue más de un arañazo. Muchas manos altas para sujetar al toro, más un quite de Perera por gaoneras, de esas que se colocan el capote antes de empezar y no con un lance. Dos ajustaditas y dos más en las que el toro se le queda a medio viaje. Dos buenos pares aguantando de Joselito Gutiérrez a un marmolillo sin pies, que se dolió y bastante de los palos. Trapazos de tanteo, para después citar desde lejos, una tanda con un buen derechazo según se le viene el toro. Otra tanda tirando con el pico de la muleta y echándose el toro para fuera cuando se ve apurado. Retorcido en cites y pases, lo mismo estira el brazo artificialmente, que lo encoje, aunque esto ya es cuando se ve muy entregado. Sigue por naturales, manteniendo la misma tónica, aunque hay que ser justos y reconocer el valor de dos de ellos, De uno en uno, con enganchones, se pone un poco basto y ahogándole la embestida, muy encimista. Recibe un aviso sin montar la espada. Bernadinas de aquí te pillo, aquí te lo doy y puede que si no hubiera sido por el pinchazo le habrían dado la primera oreja de la tarde.

En el sexto ya parecía que no le quedaba gas a nadie. Lo recogió con verónicas sin gusto, mientras el toro escarba. Como siempre, en la suerte de varas se busco un buen sitio para verlo cerquita, aunque era el peor para el transcurso de la buena lidia, pero eso es lo de menos, ¿a quién le importa? Poco y mal picado, se duele en banderillas, tercio en el que hubo que saludar Joselito Gutiérrez por un par a sobaquillo y otro a toro pasado, pero muy enérgicos los dos. Ya en la faena de muleta, Perera quiso hacer su faena, esa que va enseñando de un sitio a otro. Vulgar y ventajista, no vamos a repetir la retahíla de defectos de los que abusa. No prueba si las distancias y los terrenos son los adecuados, él a pegar pases. Excesivamente encimista, tanto que asfixia al toro y le dificulta el que se mueva. Bajonazo y se acabó. Y no comparemos, no vaya a ser que nos tengan que ingresar en la UVI con sobredosis de juanolas.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Fundamentos y expresión artística de la arquitectura

Si esto de la lidia se parece a la vecinita que se fue de Erasmus, me avisan



Creo que si ahora empezara a hablarles de cimientos, columnas, muros de carga y basamentos, o cortarían sin más o llamarían a una ambulancia para que me llevaran al cotolengo con el chaqué de las mangas abrochadas a la espalda. Yo les rogaría que esperen un momentito para cortar y para llamar a los loqueros, porque hay veces que uno puede aplicar lo aprendido a disciplinas que en teoría están muy alejadas de la fuente. En la eternagésima corrida de esta feria se pudo ver que aquel bello palacio neoclásico de Uceda Leal ha sufrido el paso del tiempo y una sólida estructura que en otros días levantó pasiones, está desconchada y atravesada por las grietas; no se ha salvado ni la asombrosa puerta de las espadas, que ya por si misma merecía la pena contemplar. Algo similar a lo ocurrido con la fallida sala hipóstila del templo Eduardo Gallo, que a pesar de tener unos sólidos cimientos, una vez que se empezó a levantar el edificio se vino abajo, por no soportar las columnas el peso de la estructura que se apoyaba sobre ellas. O esos estudios de cine, los David Mora, donde se construyen unos magníficos escenarios, que parecen las Siete Maravillas del mundo, pero que si uno se da la vuelta, detrás no hay nada, son sólo unos paneles apoyados en maderos, pero que basta un golpe de viento fuerte para que todo se venga abajo. Y cómo argamasa para unir todo, Pedraza de Yeltes, una masilla que tarda en secar y que hay que esperar y saber cómo aplicar la mezcla para sacar el partido deseado. Así que no hay que fiarse.

Lo de Pedraza, que era muy esperado por algunos aficionados, salió manso, mansísimo. Como el primero, que escapaba del peto al que cabeceaba una y otra vez, buscando refugio próximo a toriles. Desde el inicio se vencía por el pitón izquierdo y por el derecho no metía la cara lo más mínimo, lo que puede corroborar Eduardo Gallo, que en un intento de chicuelitas se vio volando, cayendo de mala forma, aunque todo quedó en el golpe, afortunadamente. A todo esto, el matador, Uceda Leal, prácticamente ni había aparecido, Le dio unos muletazos por abajo y tiró al toro por tierra. Continuó con pases por la cara para librarle de las moscas y lo finiquitó de una estocada entera.

El escurrido segundo salió queriendo volver por la puerta de chiqueros, por si veía a alguien conocido, se encontró con una buena verónica de Eduardo Gallo. En el caballo acudió al paso, le taparon la salida y no se puede decir que le dieran. Otras verónicas muy despacito del salmantino y vuelta al penco para que el señor del castoreño le agujereara el brazuelo. Recortaba bastante por el pitón derecho, de lo que se dio cuenta David Mora al hacerle el quite. En la multa Gallo le trató con pases muy templados, pero demasiado distantes y tirando de él con la punta de la muleta o con esta algo torcida. Continuó con enganchones, siempre los medios, evitando certeramente que el toro se fuera hacia su querencia. Naturales también despegados y visto que ya era lo normal el que le tropezara la tela, acabó con él de una entera algo tendida y caída.

David Mora desplegó ese sentido estético tan particular, que muchas veces no soporta el menor análisis en la forma de ejecutar las suertes. Unas verónicas pretendidamente barrocas, pero con el pasito atrás. Llevó el toro al caballo con un galleo airoso, para que al de Pedraza de Yeltes le picaran trasero. Empujaba sólo por el lado izquierdo, levantando a caballo y caballero, poniéndolos en compromiso de costalada. Costó sacarle de allí debajo. Quite del espada con unas verónicas aceptables y una media, que fue lo mejor del quite. Otro picotazo trasero, mientras Mora andaba por allí en cualquier parte, menos hacia el estribo izquierdo del caballo, pero vamos, como la mayoría de coletudos, jóvenes o entraditos en años, que parece que no se enteran de cuál es su sitio durante la lidia - ¿Lidia? ¿Ha vuelto la vecina del quinto del Erasmus? No, eso es otra cosa-. Chicuelinas voluntariosas de Uceda Leal, seguidas de dos pares de Félix Rodríguez bastante expuestos. El madrileño comenzó su tarea trapaceando por el pitón derecho, siempre despegado y sin templar lo más mínimo, abundando en esa sensación que produce este torero, que parece que no tiene en cuenta al toro, no sólo sus condiciones, sino que hasta donde está. Él va por un lado y el espada por donde le place. Prosiguió con su exhibición de ausencia de mando y dominio, dando aire al toro con la zurda y sin rematar los pases. El de Pedraza se le fue a tablas y se le marchaba a constantemente a la salida de cada banderazo, hasta que llegaron a la puerta de toriles, sin ser capaz ni de sujetarlo, lo cual era complicado, ni de sacarlo de esa querencia. Estocada muy caída y vuelta al ruedo “Porque me lo merezco”, que es lo que debió pensa el torero. Pues hala, que estire las piernas, que es bueno para el corazón, aunque no tanto para su dignidad como matador de toros.

A Uceda le correspondió el más pobre de pitones, que para colmo se astillo uno casi de salida. Con el izquierdo maltrecho, aún así se las pintó sólo para provocar un jaleo morrocotudo en el ruedo, bueno, solo no, con la colaboración y poca actitud de su lidiador o lo que fuera. En este pitote se fue como un tren hacia Pablo Ciprés, que estaba con el picador de puerta, no ocurriéndosele otra cosa que soltar el capote en la cara del toro y echar a correr. Corrió muy poco. Le pegó un revolcón que pudo haber tenido muy malas consecuencias, mientras los demás andaban comentando las vacaciones del año pasado. Las cuadrillas no estuvieron a la altura de lo que exigía el colorado, que fue al caballo sin que le pusieran en suerte, a recibir bastante leña. Uceda tomó la muleta para trapacearle por la derecha, pasarle por la cara quitándole las moscas, que debía ser tarde de eso, y estar absolutamente aperreado con el animal. Puestos a construir, edificó un toro imposible, él solito, simplemente eludiendo la lidia y dejando que cada uno hiciera de su capa un sayo. Así pues, vamos a por la espada y se acabó, ¿se qué? Al madrileño, en otro tiempo gran estoqueador, le quedaba un via crucis que no imaginaba. Pinchazo y bajonazo, que no eran suficientes. Cuatro descabellos y un aviso; pretendía descabellar sin que el toro humillara y descubriera la muerte, una y otra vez, hasta doce más conté yo. Un ejercicio de ineptitud absoluta, aunque me han dicho que es que el toro tenía un “hueso sobrepuesto” que impedía que actuara el verduguillo. ¡Aaaaah! Yo me pensaba que sólo era que Uceda no era capaz de finiquitar aquello, ni con el metisaca anterior a los ocho últimos golpes de descabello, pero desde la tele comunicaron el parte médico del toro y el por qué de aquel bochorno, “un hueso sobrepuesto”. Dejémoslo ahí, que no me parece bien burlarse del ignorante y de los que se lo hacen mucho menos, porque igual tienen mala baba y uno no quiere enfadar a nadie, pero… Y ¿saben cómo dobló el toro? Pues él solito, cuando le vino en gana.

En el quinto, que salió con fuerza, se la quitaron de golpe, y no hay nada que lo explique mejor. En otro caso, cuando un toro sale inválido y se devuelve, no pasa nada, pero lo que no se puede consentir es esa maldita costumbre de muchos subalternos, de dejar el capote colgando por detrás cuando se meten por la tronera del burladero. Así, si el toro va fuerte y cerca, pasa lo de este quinto, se estampó contra las tablas y se quedó inutilizado, aunque aún pretendía un peón que fuera al capote. Y es que uno ya no sabe qué pensar, porque en Sevilla pasó algo parecido con los Cuadri y los mismos actores. Salió en su lugar un cornalón de José Aleas, manso como el corderito de Norit, que no quería caballitos ni los del tiovivo. No había forma de picarlo, quizá le habrían venido bien una banderillas negras, las viudas, foguearlo, pero cómo las han prohibido, ¿o no las han prohibido? A ver si es sólo que el usía es daltónico perdido o que no le da la gana sacarlo. En banderillas arrolló a un banderillero, mientras Uceda Leal estaba echando cuentas de si pinta el dormitorio de los niños de azul o de verde clarito. La sensación era que el toro podía valerle a Gallo para lucirse, a pesar de todo, pero que nadie se crea que era un carretón, tenía mucho que torear, precisaba mucha firmeza y que le torearan mucho y bien y no me refiero a cantidad de pases. Incluso en una primera tanda muy dominado, el salmantino no estuvo nada mal, pero todo empezó a diluirse cuando se la empezó a tropezar y el de José Vázquez empezó a darse cuenta de qué iba aquello. Una pena y una ocasión perdida para el matador, que habrá quien crea que no se le puede censurar, quizá sí, pero en estos casos es cuando se ve la diferencia entre un torero que quiere y puede y los demás.

Al que nos iba a mandar para casa lo recibió Mora con unas verónicas encogiendo los brazos y el capote, en lugar de jugarlos mandando y alargando la embestida. Y esa ausencia de mando se reflejó en el tercio de varas, con la primera casi al relance, organizándose una capea en el ruedo, tapándole la salida en el primer encuentro y después yendo el caballo al toro, en lugar del toro al caballo. En banderillas, si cortaba mucho por el pitón derecho, por el izquierdo no se quedaba atrás. Y no es que uno quiera decir lo que hay que hacer, como dicen por ahí, “se atreven a decirle al torero como torear”. Pues no, pero el sentido común parecía indicar que había que machetear al toro, darle por bajo, como para ir pasando y si luego le quedaban energías par tomar algún derechazo o natural, pues estupendo, pero… Pero David Mora empezó dando banderazos de rodillas y pagando el no lidiar con no poder darle ni un pase y tener que tragar con unas embestidas peor que inciertas. Al final tímidamente le dio por bajo, pero ya solo le serviría para poder entrar a matar con algo más de garantías. Y uno se despide hasta la próxima de feria, porque siguiendo mi costumbre, rota el año pasado, yo no voy a la Corrida de la Prensa y mucho menos para ver lo de Parladé. Que años aquellos de las corridas concurso en que había que estar vivo para sacar entradas y sin que te la incrustaran de canuto en medio de la feria. ¿No les parece que esto atrae tan poco que para venderte una corrida te la camuflan entre muchas? ¿Será porque no quieren que caigas en la cuenta de que es una porquería aparte? Cómo dirían en arquitectura, es una m… exenta, que está allí sola. Pues hala, que lo disfruten.

martes, 21 de mayo de 2013

Yo me pido a Messi, yo a Falcao, yo a… ¿una figura del toreo?

Aún hoy, Manolete es el ídolo y modelo para muchos



No sé si acordarán cuando de niños se ponían a jugar al fútbol y ponían todo su ser en convertirse en su ídolo, ese personaje que se convertía en un modelo a imitar. Yo, con mi pasado rojiblanco, quería ser Gárate o Capón y cuando jugaba al toro lo tenía muy claro, Paco Camino. Cada uno de acuerdo a su tiempo, claro. Evidentemente son excepción los que llegan tan siquiera a aproximarse a esos ídolos, pero la función de un modelo no es llegar a ese nivel, es algo más importante, es el convertirse en un incentivo que te empuje a mejorar cada día. Y mi pregunta es: ¿qué modelos tiene la novillería del momento? ¿Puede servir de modelo una forma de hacer que se basa en la trampa, el fraude y la comodidad? Pues igual les estamos acercando demasiado los límites y se valorarán menos las virtudes y se buscará más el caer en manos de unos señores con influencias, con contactos, con lo que el torero depende enteramente del genio o del humor de un señor y no de sus cualidades delante del toro.

Ignoro cual es el ídolo y el modelo que sigue don Nazario Ibáñez, aunque uno se puede hacer una idea. Dudo entre mulo y perro rabioso y cobardón o los ganaderos de la élite de la Tauromaquia 2.0, criadores de unas reses que llaman toro de lidia, aunque no lo parezcan. Para la segunda novillada de la feria echó una mansada, con muchos matices, que es lo que gusta ahora, unos eran mansos parados, otros peligrosos, para mandar al matadero a toda la reata, para acordarse del padre, la madre y el criados, mansos de libro, perdidamente mansos, de los de ¡Dios vaya manso! Ya digo que con matices. El primero se quería librar de la puya y esperaba, arrancándose echando la cara arriba. El segundo no es que venciera por el pitón izquierdo, es que se cruzaba que era un gusto, se le picó muy poco y nunca acabó de meter la cabeza en las telas. El tercero pegó un respingo al notar el palo y luego sólo se dejó, para después esperar a quien se acercara por sus alrededores, para pegar unos arreones tremendos haciendo hilo con los banderilleros. El cuarto, distraído, se deja en la primera vara y en la segundo le dijo “ahí te quedas al de picar”. El abanto que hizo quinto, no había forma de hacerse con él, aprovechando que se arrancó al peto le castigaron casi todo de una vez, porque lo mismo no había más oportunidades de pillar a este chico tan distraído. Y el sexto, tan manso era, que hasta esquivó al torero cuando el espada esperaba a portagayola. Las enbestidas eran un arreón detrás de otro. En medio de un gran desorden se le banderilleo cerca de toriles. En la faena de muleta no paró de pegar arreones, de revolverse muy rápido, eso en los casos en que medio pasó, porque fue más frecuente el que a mitad de pase se volviera hacia el bulto.

Los ídolos de Álvaro Sanlúcar pueden ser cualquiera de los maestros de los modernitos. Mucho pegapasismo y trapazos abusando del pico, para al final no dejar nada en la memoria y sin de momento dejarnos ver en quien se mira. En su segundo, bajo una generosísima tromba de agua, desarrollo un torero ventajista y destemplado, sufriendo varios desarmes, acompañados de banderazos y concluyendo su labor con un bajonazo imperial, que acabó echando al toro. Gonzalo Caballero le echó muchas ganas, pareciendo a veces que quería ser un torero populachero y ratonero y otras que quería hacer el toreo reposado y templado. Variado en su inicio al segundo de la tarde, arrebatado y con carreras para recolocarse, tragando en los parones y una estocada traserísima. En su segundo abundaron más los trallazos que otra cosa. Puso muchas ganas, pero lo que no es de recibo es el desinterés demostrado durante la lidia, que lo mismo lo llevaba al caballo de tanda que al reserva, dependía de como le viniera de mal o de bien. Que es importante torear bien, pero la lidia es lo primero para poder con el toro. Es desbarajustes no se pueden repetir. Y por último la espada, hay que cogerle el sitio a los toros. Aunque dejó buenas sensaciones, debe darse cuenta de que hay mucho que mejorar aún y en esto, si no progresas y te estancas, al final vuelves para atrás.

César Valencia pecó de lo mismo que sus compañeros de no templar y de torear con vicios al tomar la muleta. Tampoco de entero de lo que es mandar en la lidia, con muestras evidentes de no saber para donde tirar. Estocada muy trasera perdiendo la muleta y cuando igual esperaba “disfrutar” con el último, resulta que salió un manso que era un tormento. Distraído, ya se ha dicho que cuando fue a recibirle a toriles, el novillo tenía otros planes. Nadie lo sujeto, yéndose él solito a toriles. Cabeceó mucho en el peto y hubo que banderillearlo casi a la puerta de chiqueros, demostrando un mérito extraordinario José Otero, que arriesgó una barbaridad citando paralelo a las tablas. Con la muleta el joven novillero demostró decisión ante el manso, aguantando lo indecible y jugándose constantemente la cornada. Como pudo, con una estocada muy hábil, se quitó de en medio a este regalito, pareciendo que su ídolo fuera uno de aquellos toreros de inicio del s. XX. Igual resulta que todo es cuestión de modelos, ¿Cuál es el suyo? 

lunes, 20 de mayo de 2013

Las lágrimas del maestro Pepe Luis



Pepe Luis Vázquez, el maestro
Estábamos en la plaza de Madrid asistiendo a la corrida de Bohórquez, ante la que se enfrentaron Juan Bautista, Juan del Álamo y el azteca Diego Silveti, cuando repentinamente comenzó a llorar el cielo. Las lágrimas de la corte celestial por el maestro Pepe Luis Vázquez, Pepe Luis. El maestro de San Bernardo que alternó con los más grandes, Manolete, Marcial Lalanda, Domingo Ortega, con su hermano Manolo Vázquez e incluso Curro Romero. El artista supremo que hizo del toreo un tratado de belleza, con su frágil naturalidad, consiguiendo un todo armónico, lo mismo ante el pastueño que ante el complicado. Ante los Miura, desmintiendo esas teorías modernistas de que ante estos es imposible crear belleza. O quizá las lágrimas eran las del propio Pepe Luis, quien se asomó a las Ventas y viendo lo que pasaba en el ruedo, no pudo evitar la congoja.

Quizá no pudo soportar como los pupilos de Bohórquez no admitían ni un picotazo en el caballo, o la forma en que los varilargueros ejecutaban la suerte. Es que es difícil asimilar el que al primero no le lograran poner en suerte y que se fuera con dos arañazos y a pesar de ello se quedara aplomado, con embestidas muy sosas y a regañadientes. El segundo, muy corretón de salida, recibió un picotazo a tres palmos del morrillo y otro muy trasero, viniéndose de lejos. En banderillas ya no le quedaban carreras que dar, esperaba, para a continuación acabar de hinojos frente a la muleta de su matador, aunque si según dicen el toro es el colaborador, el torero ¿quién es, el jefe de sección? El pequeñín que salió tercero, muy distraído, fue al caballo al relance, no apretó y se le tapó la salida, como en el rasponazo de la segunda vara. Después vino la tremenda tromba de agua y casi sólo se puede señalar que no claudicó ahogado por las mareas. Salió cuarto un remiendo de Carmen Segovia, que acudió a los petos al paso, como si se oliera lo que le iba a pegar el picador, más que a los titulares de Bohórquez. Luego se quedó como una malva para la muleta, tomándola con nobleza y suavidad, para que el espada se pudiera lucir a gusto, pero eso es otra cuestión. Al quinto se le acarició el lomo en las dos entradas al caballo, y al menos en la segunda vara se pudo ver como Óscar Bernal le tiraba el palo para pararlo, algo que ya casi no se ve. En el último tercio ofreció embestidas francas para que el de luces las hubiera aprovechado para torear y reivindicarse, pero no siempre las cosas son como deben ser. El sexto también demostró sus dotes atléticas, dando vueltas pegado a las tablas. No se le fijó y fue descompuesto y al relance al caballo. Se le picó trasero y tapándole la salida. Tras el picotazo del segundo encuentro se quedó muy parado, teniendo como único objetivo el mantenerse en pie, que ya es pedir poco a un toro, que no se derrumbe.

Los espadas salieron triunfadores y felices de la plaza, pero si hay alguien que les quiera bien, que les aclare que las cosas no son lo que parecen. La plaza de Madrid se convirtió por unas horas en la Monumental de Benidorm, regalando orejas a todo el que pasaba por allí, con un público que debía pensar que agitando los pañuelos conseguirían disipar esas nubes llenas a rebosar de agua y pedrisco. Abría plaza el francés Juan Bautista, aquel que un día le regalaron una oreja por ser la última de la feria y a partir de ahí no hay quien se lo quite de encima. Desplegó ese toreo tan suyo, soso, aburrido, sin chispa, sin gracia, sin alma. Un ejercicio de baile más aburrido que la televenta, que se repite y se repite. Una parsimonia que en su segundo cambió por trallazos con pico, derechazos con pico y sin torear. Porque el temple no es torear despaciiiito. Temple habría sido aplicar la velocidad que la embestida del de Carmen Segovia requería. Pero el galo iba a lo suyo, ventajista, naturales de uno en uno y, a pesar de todo, paseó una oreja, con un concepto de la mayoría por parte del presidente, muy sui géneris.

Juan del Álamo, aquel prometedor novillero al que un servidor nunca vio el más mínimo detalle, dejó una clara muestra del toreo a la carrera. Ya puede ponerse de rodillas, que de pie o tres palmos levitando, que pega unos trallazos que hace crujir el cielo. Pico, retorcimientos, sin temple, sin mando, carreras para recuperar el sitio, dando la sensación de que en cualquier momento podía echar a volar, cosa que estuvo a punto de ocurrir con unas manoletinas que aún no se sabe a quien se las daba, si a las nubes, a los isidros o al de Bohórquez. En cambio a su segundo, después de dos largas de rodillas según pasaba el toro por allí, le instrumentó unas buenas verónicas, llevando toreado al animal y ganándole terreno. Lo que vino después ya es otro cantar. Un galleo despegado y un tanto lioso para llevar el toro al caballo. Comenzó citando de lejos con la muleta y a partir de ahí una serie de trapazos sin orden, ni concierto, yendo detrás del toro como si fuera un maletilla en una capea de pueblo, para ver si cogía toro. Todo un verdadero caza naturales. Muy vulgar y tramposo. Dejó una entera tendida y visto el ambiente de la plaza no tomó el descabello y fue dejando pasar el tiempo alargando innecesariamente la agonía del toro, una triquiñuela que perjudica a la propia fiesta, según mi opinión, claro. Otra orejita.

Diego Silveti estaba transmitiendo buenas sensaciones, valiente y variado con el capote, empezó su primera faena muy firme en los medios, con un pase por detrás, otro por delante y de nuevo otro por detrás. Valiente y muy voluntarioso, quizás habría lucido bastante más si no hubiera tenido que torear con aletas y escafandra, aunque para el bondadoso público consideró que merecía una oreja. Lo del último tuvo muy poca historia ante un semimarmolillo no apto para el toreo moderno, clásico o futurista. Pero creo que se puede volver a ver al mexicano en otra oportunidad, al menos un día en el que pueda acabar seco y no necesitar manguitos para torear. Pero eso seguro que tardará en pasar, a no ser que se derramen otra vez las lágrimas del maestro Pepe Luis.

domingo, 19 de mayo de 2013

Victorino Domecq y Alejandro Talapases

Igual no viene a cuento sacar aquí a Diego Urdiales con una vaca de Victorino, pero ha habido muchos momentos en los que uno lo echó de menos



Con la ilusión que había puesta en esa corrida, la de la reivindicación del torero como figurón, del ganadero como criador de un toro que no se parece en nada al que fue, de la Tauromaquia 2.0, la de los taurinos, los seguidores del torero extremeño, el público que necesitaba tener en su biografía un hito a partir del cuál empezaría a contar los años. Pero lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. A la salida se hablaba de desastre, timo, engancho, desilusión, chasco, hasta de estafa hablaban los más extremistas, que es fácil que fueran los energúmenos que se liaron a tirar almohadillas al ruedo. Yo hace dos días me llenaba la boca diciendo que aquí no ya se tiraban al ruedo y mira por donde siempre tiene que haber un imbécil que quiere dejar claro que lo es. Cuando les dices que se metan las manos en los bolsillos te miran con cara de sapo sodomizado y callan. Se movió gente de todas partes para ver la corrida, pagando las entradas como si compraran azafrán. La plaza llena a rebosar, mucho pasillazo, que es cuando los ves con cara de despiste con la entrada en la mano y mirando los carteles de la plaza. Pero como aparte de isidros, son muy espabilados, se esperan con el cubata hasta el último para ocupar su localidad y así provocan los atascos que provocan, con el toro ya sobre la arena.

Y perdón por lo de toro, ha sido un lapsus, quizá debería haber dicho novillote, raspa, sardina, becerro, churro, choto, mona, cosa fea, cualquier cosa menos toro. Chiquitos, no esos elefantes que nos gustan en Madrid, según los eruditos del toreo, que estarán encantados con la gatada que mandó la familia Martín para la encerrona. Salió el primero y ya se ofuscaron con las escasas protestas a un toro muy justito de presencia. Se pegó la vuelta al ruedo por su cuenta, con cierta condescendencia del matador, dándose la vuelta de espaldas s los medios, porque tampoco iba a empezar con el acelerador a fondo, le quedaba mucho tiempo para salir por la Puerta Grande. El animalito recibió tres puyazos sin hacer nada por poner en apuros al pica. Fue andandito hasta el peto y ofreció el morrillo al del palo, para que barrenara a gusto. Sería por lo molesto que era el viento y que hizo perder la cabeza al del castoreño. En banderillas se dejó sin más, pero ya tiró un viaje a uno de los pareadores, avisando que se empezaba a despertar. Fue Talavante con la muleta a pegarle una tanda de derechazos aceleraditos, otra más y ya empezamos a ver lo que iba a ser la película de la tarde, ¡eh,oiga! ¡Eeeh! El de los señores Martín sacó un pelín de genio, se revolvía rápido y el torero se empezaba a ver superado. Otra más, carreras para recuperar el sitio, pero se tenía que abrazar al toro para que no siguiera achuchando. Se lo comía el animal. Decide tomar la espada y tremendo espadazo que hace guardia, una entera caída y se acabó. ¡Señor, qué trago!

El segundo, más anovillado aún, ya le apuró de salida con el capote, haciendo que de nuevo se diera la vuelta para ceder terreno y no verse acorralado. El toro blandea, le meten debajo del peto y de lado, se queda allí debajo esperando que pase el tiempo. Le sacan y se vuelve él solo al caballo. Talavante se pone a bregar y en una de estas, al ve que el toro se le subía a las barbas, le suelta el capote en la cara y se marcha de allí como puede. Un tercer encuentro en el que el toro va solo y con las mismas se marcha suelto de allí. En banderillas empieza a cundir el pánico, mientras el toro se limita a esperar. Muletazos por bajo, trapazos sin poder, para continuar con derechazos intercalados por carreras para colocarse una y otra vez. No le deja colocarse a gusto, otra vez que ve como el novillote le pasa por encima. Naturales con pico, echándole para afuera. Para colmo el animal se pone incierto, escarba y se arranca de repente. Lo intenta al hilo del pitón, hasta que al final acaban toro y torero en los terrenos de toriles, aunque curiosamente, el Victorino no quiere tomar la muleta cuando la salida es hacía la puerta por la que salió. Entera caída soltando la muleta y vamos a por el siguiente.

Tercer novillo, siempre en escala descendente, toma el capote rebrincado, en el caballo se pone en paralelo, le pican muy trasero y le tapan la salida. En la segunda vara escarba, tardea bastante, deciden cambiarle los terrenos, para al final acabando metiéndole debajo del penco. Cabecea y pega cornadas para quitarse el palo. En el último tercio Talavante se decide a comenzar por naturales, de uno en uno, aún sin estar convencido, consigue dos naturales estimables, rematados atrás, pero no está convencido del todo. El toro le marca la pauta y va mejor cuando se cruza y le ofrece el medio pecho, quizá más bien porque es más propicio para el toreo profundo, que para el pase largo. Es ponerse perfilero y el muletazo resulta más tropezado, sin limpieza. Dos naturales más con calidad, llevando el toro muy atrás. Intenta por el derecho, pero por ahí está más complicada la cosa, aprieta más. Vuelve a la zurda y se planta para torear de frente, con momentos emocionantes, siempre y cuando no pretenda tomarse ventajas. Un precioso ayudado por alto llevando mucho al toro, que desboradaba nobleza. Cobró una estocada entera, quizá algo tendida, lo que le hace tomar el descabello para fallar por tres veces, concluyendo con que el toro se acuesta solo por su cuenta. Perdió trofeos y se limitó a saludar. Ahora quedaba saber si era el principio de un repunte o la oportunidad perdida de la tarde.

Pasada la primera mitad, apareció el cuarto, en la línea de los demás en cuanto a presentación y comportamiento, buscando las tablas de primeras. Fue solo al caballo para recibir un marronazo del señor del castoreño. Talavante quita por chicuelitas, aguantando bien la primera y apartándose en las demás. Intenta llevarlo al caballo y el toro se marcha solo al reserva, acaban teniéndolo que poner muy de cerca para el segundo puyazo, cabeceando y repuchándose al notar el palo en el lomo. Lo que en el anterior fue una ventana a la esperanza, en este cuarto acabó diluyéndose. Instrumentó unos naturales a duras penas y como durante casi toda la tarde, al meter el pico se le metía el toro para adentro, y sólo fue capaz de trapacear como podía. No se paró un momento a pensar que posiblemente aquel animal necesitaba una cierta lidia con la muleta, poderle, decir quien mandaba y a partir de ahí lo que quisiera. Pero claro, ya se sabe que estos maestros de hoy están regañados con eso de la lidia, de la misma forma que lo están los peones y picadores. La cantidad de dolores de cabeza que se habrían evitado en este y en los seis Victorinos, que no eran alimañas ni muchísimo menos, únicamente presentaban ciertos problemas, que con un poquito de disposición se habrían podido solucionar; cualquier cosa menos esperar que el toro se adaptara al torero. Eran Albaserradas mansos y descastados, pero sin el grado de bobonería del torero comercial del momento. Puede que estos detalles sean los que diferencian este toro con los demás el monoencaste, de los que están mucho más cerca que de sus ancestros de hace décadas, cuando Ruiz Miguel hablaba de alimañas. Acabó Talavante con una entera caída y quizá con otra oportunidad despreciada.

Como el que quiere la cosa nos pusimos en el quinto de la tarde, al que saludó con unas verónicas pasables. Se arrancó al caballo muy de cerca, empujando con ganas, pero sólo cuando le tapaban la salida, eso sí, cuando sabía que tenía detrás el campo libre, ni pestañeaba. En el primer caso parecía buscar la huída hacia delante y en la segunda ya debía tranquilizarle el poder marchar cuando le apeteciera. A la segunda vara fue desde muy cerca y se limitó a cabecear y cornear el peto. Buscaba el refugio de las tablas, del que era difícil sacarlo. No quería nada hacia los medios, pero cuando veía el muletazo de salida para adentro, ni se lo pensaba, no había ni que citarlo, se citaba solo. Cuando mejor obedeció la muleta fue cuando se le citaba paralelo a las tablas en el tercio, y mientras se sentía resguardado era capaz de tener tres arrancadas francas, nada más, quizá cuatro y el de pecho, pero no lo que pretendía Talavante, tandas largas en cualquier sitio del ruedo. La sensación fue que no acabó de entender al toro, que por lo visto después se llevó por delante la esperanza del espada junto con sus últimas energías. Y por si fuera poco, otra estocada haciendo guardia, para que el público perdiera dejara la ilusión de lado para trasladarse al polo opuesto.

Y por fin salió el último, el más serio de la corrida, el que más se parecía a un toro, manso como todos en el primer tercio, buscando el estribo izquierdo del caballo, pegando derrotes en el peto como un poseso, de medio lado, teniendo que ir el caballo al toro y no al revés, para poder darle un segundo puyazo. Mientras le tapaban la salida empujó, hasta que vio el camino libre y decidió irse a otros terrenos más templados y con menos caballos que hicieran pupa. Esperó en banderillas y cuando la plaza esperaba ver si aquello tenía todavía algún remedio, Talavante se limitó a tantear al toro con desconfianza, decidiendo coger la espada para acabar con un bajonazo. Bronca y las almohadillas que alguno que otro se podía haber comido, con plumas y todo, que uno entiende que la reventa les sableó, que hasta se había metido una buena tanda de kilómetros entre pecho y espalda, pero hay cosas que no, y esta es una de ellas. No se justifica eso ni aunque Victorino hubiera echado una gatada infame, fea, chica, mansa y descastada, diga él lo que quiera, ni tan siquiera porque Alejandro Talavante estuviera toda la tarde a la deriva, sin poder con aquello en ningún momento. Realmente midió mal sus fuerzas y su capacidad de lidiador. Lo de la variedad lo dejamos aparte, pero hombre, qué menos que ver los defectos del toro y darle la lidia que pedía, sin pretender aplicar la faena al uso. Que todo lo que tenían era lo normal hace unos años en muchas ganaderías, incluidas las comerciales, pero era cuando los toros no eran robots tontos y los toreros no tenían su faena standard, tenían un estilo, pero lo aplicaban a los toros adecuándose a sus circunstancias. No sé si fracasó la Tauromaquia 2.0, si el torero del “gesto”, si los ganaderos o si los vendedores de fantas, pero lo que si está claro es que perdió el aficionado, el que paga, que no sabía que iba a ver una corrida de Victorino Domecq y Alejandro Talapases.