jueves, 26 de agosto de 2010

Señores antitaurinos, vamos a prohibir


Señores antitaurinos, estoy de su lado y por este motivo me pongo codo con codo con ustedes para pensar la estrategia a seguir, sobre todo después del triunfo sin precedentes que se ha obtenido en Cataluña. Pero el camino no es escoger comunidades en las que las corridas de toros sean casi algo testimonial, no podemos contentarnos con eliminar quince o dieciséis festejos por año como mucho y a los que asisten mayoritariamente extranjeros; sólo si se anuncia José Tomás en la plaza de Barcelona es cuando la plaza se llena. Y tanto que se llena que hasta el señor Mosterín se ha declarado admirador del toreo del madrileño. Lo que son las cosas, mira que encontrarle un sentido estético al toreo y pensar que la faena al toro que indultó en la Monumental fue algo de excepcional belleza (perdonadme si no reproduzco las palabras exactas, pero el mensaje era básicamente ese).

Las cosas hay que hacerlas a lo grande. Yo propondría que se prohibieran todas las corridas de la próxima feria de San Isidro y de la feria de Abril. Viendo el apoyo de los grupos antitaurinos de cincuenta o cien militantes activos que se congregan un día, de las casi treinta tardes, a la puerta de las Ventas, seguro que no tienen que tener problema en encontrar el suficiente eco entre la sociedad madrileña, ni mucho menos en la sevillana. Bien es verdad que se acabaría con ese rico plato que es el rabo de toro, pero quién nos dice que no se puede sustituir por cogollos de Tudela con pimientos del piquillo.

Tendríamos que pensar en un plan de actuación integral y acabar con cualquier manifestación en las que tan sólo se pudiera adivinar la presencia de cualquier bóvido. Se hace absolutamente necesario acabar con los encierros en toda España, empezando por los de Ares, en Galicia, ya denunciados por lo compañeros de allá arriba, aunque haya quien no haya querido ver el peligro de la mezcla encierros y alcohol, aunque sean toros de peluche, dentro de los cuales se esconden los vecinos del pueblo. Pero, ¿quién me dice a mí que dentro de uno de esos toros de felpa no se encuentra un conductor resentido que busque con saña a los agentes de la municipalidad del pueblo por una multa a trasmano? ¿Quién me dice a mí que un cuñado resentido no quiera saldar cuentas pendientes por un quítame allá esas pajas de las últimas Navidades? Eso sí, la asociación denunciante ya ha pedido disculpas y reconocido su error al tramitar esta denuncia. Imagino que será por incluir el tema del alcohol; no se puede ir de frente contra unas tradiciones tan arraigadas en nuestra cultura como es el consumo de alcohol en las fiestas populares. Así que yo también me uno a esas excusas.

Pero no nos dejemos intimidar y sigamos adelante, acabemos con esas esculturas que en el medioevo representaban a individuos enfrentándose a un toro en las escalinatas de la Universidad de Salamanca, sustituyámoslo por planchas de metacrilato que den transparencia a nuestras vidas. Limpiemos las paredes de esas inscripciones hechas con sangre de toro, eliminemos el símbolo de la ciudad de Teruel y sustituyámoslo por algo nuestro, algo propio de nuestra cultura, como por ejemplo, el pulpo del mundial, eso, el pulpo Pol.

Yo que he sido aficionado hasta que hoy he visto la luz, os aseguro que no es tan problemática la abolición de los toros. Basta con que los dejemos en el campo y ya está. En lo que no había caído es que a lo mejor los propietarios actuales no tendrían con qué sufragar los gastos de alimentación de estos animales. Quizás eso sea un problema con el que no habíamos contado porque en las actuales dehesas tampoco se podría montar una red nacional de merenderos, con sus mesas de granito y sus asientos que torturan las más recias posaderas del dominguero naturalista. Y una cosa que no se nos debe escapar, compañeros, es que no todo ganado bovino de los campos de España y parte de Francia y Portugal son afables vaquitas de las que obtener rica leche para hacer quesos, mantequilla y llenar vasos de Cola Cao. Porque las hay que por su naturaleza brava aconsejan mantenerlas a una distancia considerable.

Pero si vamos a dejar a los toros a su suerte y no nos vamos a poder acercar a las vacas, ¿qué va a pasar entonces con estas criaturas de Dios? Porque aunque algunos compañeros y en especial nuestro guía el señor Mosterín diga que son inofensivos, yo no me lo acabo de creer. Y ya que estamos, yo me pregunto, qué les contó el camarada Mosterín a los miembros y “miembras” del Parlament para que votaran en contra de las corridas de toros. Y si les contaron la barbarie que es el mundo del toro, ¿cómo les van a explicar ahora eso de que ha descubierto la estética del toreo? Y, ¿no es ir un poco lejos el llegar a pensar en el peligro de los toros de peluche? ¡Dios mío! Ahora me doy cuenta de que mis hijos duermen con un enorme toro de peluche a sus pies desde que les licenciaron de la maternidad.

Llevo diez minutos de antitaurino y empiezo a darme cuenta de que esto no hay por donde cogerlo. Perdonad, compañeros, pero en mis cuarenta y nueve años de aficionado no había tenido tantas lagunas como las que me asaltan al abrazar vuestra fe. En todos estos años no había pensado nunca en el abandono de los toros, nunca se me había planteado ninguna duda sobre el futuro del hábitat del toro bravo, ni he tenido nunca la sensación de estar haciendo el ridículo, ni de ser motivo de mofa entre mis opositores. Eso sí, su odio lo he sentido muy próximo, tanto que hacía que no me creyese sus buenas intenciones animalistas.

Pues creo que ha llegado la hora de tomar una opción decisiva en mi vida. No puedo decir que nuestra relación fue bonita mientras duró, porque casi no me ha dado tiempo a saborearla, pero casi prefiero quedarme con lo que tengo, con sus defectos, que son muchos y que son el motivo que a los aficionados nos hace mantenernos vivos. Y si al final voy a llegar a la misma conclusión que el señor Mosterín, el llegar a apreciar la belleza y la estética del toreo, pues para qué necesito antitaurinizarme, si cuando veo un toro bravo arrancarse de lejos al caballo o veo un natural de verdad ya se me ponen los pelos de punta. Pues lo dicho, que yo sigo con mi afición y vosotros con vuestra desafección, así que ustedes por su camino y yo por el mío, y como muchas tardes de toros se oye al inicio del paseíllo, ¡qué Dios reparta suerte!

lunes, 23 de agosto de 2010

Las Ventas. No era para andarse con alegrías


Algunos esperábamos que llegara el domingo para ver a los del Conde de la Maza y otros estarán deseando olvidar este domingo, al conde, a la maza y a todos los pupilos de este noble señor. Unos con una presencia impresionante y otros que parecían más una sardina escurrida que un toro, pero con unas intenciones como para no fiarse. Quizás primero y segundo fueron lo menos arisco de la tarde. Eran toros para estar muy atentos, como así lo estuvo Luis Miguel Encabo, muy pendiente de la lidia en todo momento, pero sin aspavientos y sin estar pensando en la galería.

El madrileño estuvo toda la tarde con muy buenas intenciones, aunque otra cosa es que fuera el mejor de sus días. En su primero, segundo de la corrida, que como todos sus colegas, entró al caballo echando la cara arriba, le intentó hacer las cosas de acuerdo a los cánones clásicos. Puso banderillas por los dos pitones, lo que ya es de agradecer y destacar, y le toreó, despegado, intentando rematar atrás el lance. Quizás le faltó templar más la violencia de la embestida del toro. Lució más una segunda tanda de derechazos por ofrecer más calma y despaciosidad. La que sí tuvo en la única tanda por el izquierdo, aunque sin esa virtud de querer rematar los lances. Fue una faena en la se pudieron apreciar detalles, como el inicio a dos manos por alto y los remates por bajo para terminar y un cambio de mano. El borrón fue la estocada, más de media caída y atravesada. Dio la vuelta al ruedo que no se pude censurar, pero tampoco aplaudir. En su segundo saltaron por los aires todos los galones de lidiador, gracias a un manso al que no había quien sujetara y que se arrancaba a todo lo que se moviera por los toriles y sus aledaños. Esto sembró el desconcierto entre las cuadrillas y lo mismo había un arreón por aquí al picador según salía al ruedo, como un tropezón con los dos caballos juntitos, uno en auxilio del otro. Quizás Encabo debería haber retomado ese concepto de lidiador antiguo y haberle propinado un macheteo por abajo, para que el manso fuera espabilando. El peligro que desarrollaba, con la cara arriba y revolviéndose muy rápido, no aconsejaban ponerse bonito. No obstante, si el complutense viene de esta forma, a mí no me importaría verlo más tardes. Encabo volvió a querer ser ese torero serio y clásico, olvidando el verbeneo de las banderillas a la carrera y los trapazos en busca de la orejita. Por lo menos se le vio intención.

A quien no se le apreció esta intención, ni se sabe si la tenía, era al mexicano Alejandro Amaya que demostró no estar para fiestas con tanta animación. Bien es verdad que con él empezó la mansada descarada, pero también es cierto que no enseñó ningún recurso para poder a este tipo de toro. Se limitó a estar a merced de los dos del conde. El primero con leña para hacer una falla y el segundo con más aspecto de cabra que de toro. Otra cosa son las ideas de la cabra. Si un toro muestra dificultades, lo que no se puede hacer es darle banderazos levantando la mano, lo que le faltaba a la joya que a cada momento quería pinchar la luna. Y en su segundo más de lo mismo. El toro pedía mando y el azteca andaba por allí viendo como se quitaba de encima ese vendaval de achuchones nada cariñosos.

Casi podría aplicársele lo mismo a Javier Solís que venía con la idea preconcebida de las normas del toreo moderno. Pero la cosa no estaba ni para dar muchos pases, ni para andarse media hora deambulando por el ruedo. Sin prestar demasiada atención a la lidia y esperando sólo el momento de la muleta, permitió que su primero quedara muy crudo. Lo recibió con pases por delante y por detrás en el centro del ruedo, citando desde lejos, pero, no se sabe si por lo molesto del viento o por los consejos desde la grada, cerró al toro y ahí se acabó todo. Éste se paró como si fuera de mármol y no tiraba ni para adentro, ni para afuera. Uno, dos pases sueltos, que alegraron a los catorce paisanos que le acompañaron desde Badajoz y poco más, porque el segundo, igualmente mal picado, más distraído y esperando, no quería meter la cabeza ni dentro de una corona.

Por supuesto que tengo que reconocer el mérito a los tres espadas que se enfrentaron a la corrida del Conde de la Maza, pero ellos, sobre todo Javier Solís y Alejandro Amaya, también tendrán que aceptar que no estuvieron a la altura. Ha sido una tarde que podría haber sido muy diferente si los de oro se hubieran decidido a lidiar y a pelearse con los toros, lo que no quiere decir que se les pidan muchos pases, arrimones y demás alardes del toreo postmoderno. Yo me habría conformado con que se les hubiera picado lo que demandaban, que se les hubiera banderilleado con eficacia, y si las faenas se hubieran ceñido a pases por bajo y macheteos poderosos, pues a lo mejor hasta habría pedido orejas. Eso sí, también me gustaría ver a más toreros con este tipo de ganado. Ese eterno deseo que no verán nuestros ojos mortales.

viernes, 20 de agosto de 2010

Toreo profundo o pases largos

Belmonte al volapié



Habrá quien se pregunte qué diferencia hay entre uno y otro concepto, para llegar a la conclusión de que ambos términos vienen a significar lo mismo, pero en mi opinión son dos formas antagónicas de entender el toreo. Incluso, aunque pueda parecer exagerado, se podría afirmar que uno se asocia con el clasicismo y el otro con la modernidad imperante.

Incluso los ha habido que han proyectado el toreo sobre reglas geométricas y sobre la perfecta conjunción que se da en el toreo entre la línea recta y la circunferencia. El toreo clásico se basaba en el dominio de la recta sobre la curva, en una sucesión de circunferencias en las que aquella era el centro de estas, para terminar con un bucle en forma de ocho. La cosa parece evidente, el torero era la recta y el toro era el que giraba en torno a él, hasta concluir con el remate.

Pero en los últimos años y con la irrupción de las nuevas tauromaquias se han intercambiado los términos geométricos. El toro es a quien se le ha adjudicado la línea recta y el torero ha asumido la curva. El toro dada su condición actual, exceso de nobleza y déficit preocupante de casta, no soporta el castigo que suponía seguir el trazado de la muleta, haciéndole retorcerse una y otra vez. Su itinerario se ha quedado reducido en un ir y venir sin exigencia y con menos riesgo para el matador. Este a su vez ha tornado la línea recta, la elegancia, en volutas esculpidas con sus poses retorcidas, más dedicadas al entusiasta tendido verbenero, que al aficionado al que gusta ver como se vence a la fuerza bruta sin esfuerzo aparente. Vence lo aparente sobre lo real, lo superficial sobre lo sustancial, la longitud sobre la profundidad.

Se ha aligerado la tensión, la intensidad y sobre todo el peligro, lo que no quiere decir que éste haya desaparecido, pero que nos ha llevado a considerar loco o suicida a todo aquel que se acercara a aquella idea clásica. Esas normas clásicas de la tauromaquia que a partir de la revolución generada por Juan Belmonte, dictaba que el toreo al natural nacía citando al toro dándole todas las ventajas, cargando la suerte en el momento en que éste iniciaba la arrancada quedando el torero ofreciendo el medio pecho a su oponente, para a continuación pasárselo muy cerca (por la faja como se decía antes), bajando la mano y acabar forzado rematando el lance detrás de la cadera jugando la muñeca, de tal forma que con solo dar un pasito hacia un lado y hacia delante, el matador quedaba colocado para el siguiente lance. Y así una y otra vez, las que permitiera el toro, que poco a poco cada vez iba cercando más al torero, a quien no le quedaba más salida que el pase de pecho. Una lucha por ir ganando terreno en la que el hombre tenía que vencer a fuerza de valor, dominio y arte. Sin olvidar el temple y la naturalidad que era lo que acababa distinguiendo a los buenos toreros de los que sólo eran valerosos; aunque en ciertos momentos, eso de ser valeroso ya era mucho decir, sobre todo si se tiene en cuenta el toro que salía por la puerta de chiqueros, mucho más encastado y bastante menos dócil que los clónicos del monoencaste. Lo de dibujar circunferencias no era sólo cuestión de tener un buen compás.

Eran los años en que el torero debía aparentar una absoluta relajación delante del toro y un abandono del cuerpo al torear, en contraposición con la violencia y fiereza desbordante del toro. El aficionado se fijaba hasta en el ademán de la mano que no podía dar ni la más mínima muestra de crispación. Con esa entrega el matador se liaba una y otra vez el toro a su cintura, mientras éste iba encelado en las bambas de la muleta. Esa espiral continua que toro y torero dibujaban en el aire era la máxima expresión del toreo profundo, que sólo cesaba en el momento en que el torero remataba la serie con un único lance, no con dos de pecho por un lado y dos por el otro, sin acabar de quitarse el toro de encima. A todo lo más, después del de pecho seguía un desplante después de haber podido a ese vendaval con cuernos.

Invito a cualquiera a que se pare a contemplar una fotografía antigua elegida al azar y que centre su vista en las manos, la cara, la postura de la cabeza, las piernas y los riñones. Y podría seguir añadiendo otras partes del cuerpo, lo que viene a confirmarnos que se torea con todo el cuerpo y con toda el alma.

Donde tengo mis dudas es si el toreo actual aguanta tal análisis y tal minuciosidad al ser examinado por el aficionado. Hoy nos perdemos o en lo accesorio o en lo que va en contra de las esencias del toreo. El mérito está en alargar el lance sin someter de ninguna manera al animal, al que se le obliga a embestir, lo cual es altamente valorado por el público. ¿Cómo puede radicar el mérito de un torero en hacer embestir a un animal que lo tendría que hacer de forma natural? Bien, mal, con brusquedad, con violencia, pegando derrotes o con una boyantía para volverse loco, pero embistiendo. Si el mérito de todo esto es hacer embestir a un animal que no quiere embestir, entonces algo falla en todo este tinglado, igual estamos equivocando los términos y exigimos un comportamiento del toro contrario a su naturaleza actual.

Pero todo ha sido sustituido por el toreo de zanahoria, en el que el animalito, que ya no tiene el poder de sus antepasados y al que se le exige única y exclusivamente que vaya detrás de un trapo que traza líneas rectas. Esa exigencia durante la lidia, tanto para toro y torero, que era especialmente valorada en tiempos pretéritos ha pasado casi a ser considerada como un defecto o falta de conocimientos taurinos. Ese lance que se inicia con el pico de la muleta al que el toro sigue sin tener que rectificar su trayectoria lo más mínimo, que pasa a bastante distancia de la faja del coletudo y que termina más a lo lejos con el consiguiente esfuerzo de estirar el brazo hasta que se descoyunte el hombro, se ha convertido en el paradigma de la torería, de la profesionalidad y de firmeza. Y habrá quien pregunte que qué tienen que ver estos tres conceptos con el toreo; pues evidentemente nada. La línea recta y su verticalidad se ha venido abajo. Se ha acomodado a la horizontalidad que transcurre junto a los arcos que compone el torero con su espalda partida y el brazo alargado de forma antinatural. Todo esto imposibilita una correcta colocación, lo que se solventa con una sucesión de carreras y pasos atrás para poder recolocarse para el siguiente lance.

Como diría aquel, esto es lo que hay y de donde no hay no se puede sacar. Quizás sea esta la línea que va a seguir el toreo de aquí en adelante; pues bien, a mí esta fiesta no me gusta, no me parece ni fiesta, ni rito, ni nada que me pueda apasionar. Y sólo me queda esperar que una vez que pase esta fiebre furibunda de figuritas de chichinado, que cambie el toro y entonces probablemente éste obligaría a volver al toreo profundo para olvidar los pases largos.

domingo, 15 de agosto de 2010

La maldición de la gitana



Siempre hacen referencia las lenguas expertas del toreo a aquella maldición que una gitana le lanzó a un torero de postín y demasiado rácano a la hora de pagar la buenaventura: ¡Ojalá que te salga un toro bueno! Pues parece que el desubicado César Jiménez se cruzó con una sierva de la raza de bronce minutos antes de hacer el paseíllo en Madrid.

Toros de Cortés y uno de Victoriano del Río, nobles y más que manejables en líneas generales, sin adolecer de una falta escandalosa de fuerzas, aunque tampoco es que anduvieran sobrados de bríos. En el caballo se dejaban dar sin más, a veces empujaban, eso sí, sin meter los riñones y con la cara levantadita. El más espectacular fue el sexto, el de la maldición, que fue al caballo como un tren, le taparon la salida y apretó aún más cuando su salida era hacia los medios, hasta que echó por tierra a caballo y caballero. Con la calzona rajada en plena rabadilla, en el mismísimo culo, volvió a tomar su puesto el Legionario. Sin ninguna consideración César Jiménez le dejó el toro en suerte como el que deja un petardo en la puerta de una anciana, para a continuación salir pitando de allí. Y de nuevo el toro se fue hacia el penco con ímpetu parecido, derribando de nuevo y haciendo que toda la Legión al completo se empotrara contra las tablas, poniendo el costado por delante; la de friegas que le habrán tenido que dar al bueno de Victoriano García.

Pero de entre el barullo que había en el ruedo surgió la figura de Víctor Puerto, que fue capaz de sacar unas verónicas más o menos aceptables. Era una buena forma de decirle al señor Jiménez que allí tenía material para decir algo interesante. Pero el señor Jiménez no supo más que empezar la faena con unos trallazos sin temple por bajo y seguir con varias tandas de mantazos aderezados con muchas carreras para recolocarse una y otra vez; por el izquierdo, por el derecho, por el izquierdo otra vez, mientras el toro se iba marchando sin torear. El animalito seguía la muleta allí, acá, más allá, más acá y quedándose más despistado que una monja en un top less, cuando el madrileño le quitaba el engaño sin avisar ni nada. Media caída y trasera y una colección de descabellos certificaron que César Jiménez sigue sin saber si quiere ser torero industrial, ingeniero taurino o decidirse por lo de la mercería junto al Supersol.

Quien sí tiene las ideas claras es Víctor Puerto, otra cosa es que estén equivocadas. Él, que venía a desparramar su experiencia por el ruedo de Madrid, lo mismo se ponía el brazalete de director de lidia electo, que se plantaba en la arena como un bulto sospechoso sin saber dónde meterse. Él seguía tan empeñado en su papel que igual se ponía pegado al picador hasta molestar, que le hacía un oportuno quite, como si fuera un buen tercero en el picador que hace la puerta. Lo de torear ya es otra cosa y lo de torear con cierto sentido y arte, eso ya es ciencia ficción. Eso sí, ya nadie le quitará la vuelta al ruedo que se ha pegado en su primero, sería por estirar las piernas. En su segundo parecía que iba con las mismas intenciones, pero el tono de la pitada le ha frenado en seco. Ya tendrá tiempo para explicarnos el motivo de su vuelta, pero por favor que lo haga en la barra de un bar, o en un picnic en la sierra o en las playas de Cádiz, donde quiera, menos en un ruedo.

Las pocas esperanzas que podía hacernos albergar el cartel del día de la Paloma eran las que José Luis Moreno traía en su fundón. Y tantas esperanzas traía ahí guardadas, que no le debían caber las espadas de verdad y se ha traído las de una tienda de souvenirs del Paseo del Prado. Pinchazos y más pinchazos, sin conseguir ni una estocada entera en toda la tarde. De toreo también poco, mucho pase, mucho tedio y mucho pico. Mala colocación y pocas ansias de triunfo.

Al final hemos salido con los pies fríos y la cabeza caliente y pensando en que el domingo que viene vuelven los del Conde de la Maza; lo que yo no sé es cómo después de lo de hoy, le voy a explicar a la familia que me quedan ganas para volver el domingo a los toros. ¡Ah ya sé! Diré que voy a ver si una gitana me echa la buenaventura, que buena falta me hace.

lunes, 9 de agosto de 2010

Los siete magníficos


Si antes ya estábamos preocupados, ahora es para que no nos llegue la camisa al cuerpo. Se decide la prohibición de las corridas de toro en Cataluña y ese grupo de siete figurones del toreo deciden que se van a ver a la señora ministra. Pues que Dios nos pille confesados y que a la salida de la reunión no nos comuniquen que la prohibición se extenderá al resto de la Península, Canarias, Baleares y territorios aledaños a Francia y Portugal, bajo pena de excomunión.

Habrá quien deposite su confianza a ciegas en este grupo de siete matadores, lo cual no estaría mal si algunos no creyésemos que estos “mandones” son los mayores ciegos de la fiesta de los toros. ¿Qué pueden contarles estos señores de la fiesta que ellos se ocupan en degradar día a día con el mayor descaro y despreocupación que se pueda imaginar?

Don Enrique Ponce podrá contar cómo se está en ese mundo en el que él vive como el supremo monarca celestial, escuchando permanentemente un coro de voces que le susurran: “Maestro, qué grande eres. El Juli tendrá tiempo para explicar cómo hacer que hace sin hacer, haciéndole creer al respetable que hace lo que no sabe o no quiere hacer. Cayetano pondrá al día a la señora ministra de los últimos figurines de Milán y París, pero no de los secretos de la buena lidia. Manzanares transmitirá recuerdos de parte de papá. El Fandi, que desplegará toda su simpatía, si no le da por ponerse a hablar de espaldas como un taxista o a corretear por la sala sin poder poner freno a sus impulsos gimnásticos. Pero que tenga cuidado la señora ministra con Miguel Ángel Perera, al que no hay que contradecir, no vaya a ser que la fulmine con esa mirada torva con que petrifica a presidentes y aficionados que no entienden su arte de trágico verbeneo. Pero que la señora González Sinde no se incomode con la presencia de ese artista que entretiene su tiempo mirando los cuadros que cuelguen de las paredes, ni los lujosos cortinajes de su despacho, ni las lámparas, ni los ceniceros, ni la botonadura del ujier; es que a José Antonio Morante de la Puebla le gusta detenerse en el más mínimo detalle del que pueda emanar un gramo de arte.

Pues en manos de este grupito han puesto los taurinos la fiesta de los toros. Quizás creerán que qué mejor escaparate que los toreros, para enseñar a la señora Ministra. Pues tampoco es mucha garantía y si no sólo hay que detenerse un momento en las opiniones de don Francisco Camino, el Niño sabio de Camas, don Pedro Gutiérrez Moya, el Niño de la Capea y don José Miguel Arroyo, Joselito, quienes han mostrado su ofuscación por la no intervención de su Majestad el Rey a favor de la fiesta de los toros. Quizás no saben ni el año, ni el país en el que viven. Eso estaba bien en la Edad Media, cuando los notables el reino acudían a solicitar prebendas al monarca. Quizás les parezca poca manifestación a favor de la fiesta su regular presencia en la barrera de la plaza de Madrid, además de la tradicional en el palco en la Beneficiencia, o los evidentes guiños taurinos que la Infanta doña Elena hace en la plaza y fuera de ella.

Quizás haríamos mejor en encomendar nuestro futuro a toreros que, o supieran hablar, o tuvieran algo interesante que contar. Luis Francisco Esplá, sin ir más lejos, capaz de defender la fiesta, como de contar un sentimiento, con muchos años de honradez a sus espaldas. Podría dar algún nombre más, aunque me los tendría que pensar un buen rato. Pero seguramente nos darían más garantías de salir triunfantes del encuentro. ¿Qué cara pondrán El Juli y Morante si la señora González les pregunta por lo del Puerto? ¿Y si tiene la ocurrencia de interesarse por la negativaza reiterada de Ponce a torear en la primera plaza del mundo?

Esperemos que la señora ministra tenga la inquietud de conocer la opinión de otros estamentos de la fiesta y que piense en entrevistarse con aficionados, ganaderos, empresarios y profesionales de la prensa taurina... Aunque bien pensado, casi no, no vaya a ser que dé con esos aficionados trepadores que se matan por figurar, o que sea Juan Pedro el representante de los “ganaduros” con su versión del toro artista, o que se le presenten los Choperitas con su manual sobre cómo conseguir la concesión de las Ventas a pesar de todo, para acabar con Molés y Moncholi cabreados porque el señor presidente no ha concedido una oreja a cualquiera de los siete magníficos. Pues visto lo visto, el panorama es tan sombrío que el mismísimo Diógenes renunciaría a seguir su búsqueda. Y ¡Qué Dios reparta suerte! Porque como reparta justicia…

martes, 3 de agosto de 2010

Al toreo eterno, como cada año


La serenidad de Ignacio Sánchez Mejías
Todos los años en estas fechas, nos unimos los aficionados a los toros con los amantes de la literatura en un abrazo sentido al recordar a Ignacio Sánchez Mejías. Incluso hay aficionados al arte de Cúchares que también lo son a las letras, aunque son los menos, porque ya se sabe que los que acudimos a las plazas de toros somos bárbaros, zafios y crueles y con la sensibilidad agotada para estremecernos con el inicio de Cien Años de Soledad, el monólogo dubitativo de Hamlet o las lágrimas de García Lorca en el Llanto por el amigo que se llevó Granadino, de Ayala, en la plaza de Manzanares.

Torero, literato, mecenas, sportsman, dandy, vanguardista, directivo de un club de fútbol y hasta polizón en un barco. Un torero que llevó su forma de hacer un paso más allá que el resto de los matadores de su tiempo y de mucho tiempo después. Pero siempre fiel al clasicismo en el que se zambulló junto a su querido José, la genialidad que se le ponía delante tarde tras tarde cuando alternaba con Rafael y la revolución que no le pasó por encima que provocó Juan.

Todos los meses de agosto volvemos los ojos a las fotos antiguas, releemos lo que pasó en aquellas horas desde que el toro le levantó por los aires, sus miedos a las enfermerías de pueblo y cómo llegó el desenlace. Quizás sería bueno que los aspirantes a matadores de toros y los que ya lo son con años de alternativa, bebieran de vez en cuando un sorbito en estas fuentes de la eterna juventud de la tauromaquia y se decidieran a vivir en torero. En un momento en que los jóvenes no piensan en ser “matadores de toros”, lo que quieren llegar a ser es “figura del toreo”. Una frase tan ambiciosa que parece que desprecia todos los pasos que un hombre tiene que ir dando ante el toro.

No sé si será mejor o peor esto o aquello, pero desgraciadamente parece olvidado ese orgullo de ser matador de toros, ese título que los maestros ponían en sus tarjetas de visita para que quedar constancia de ello hasta la eternidad. Hoy se conforman con ser solamente figuras del toreo. Si cada año prestaran atención durante unos minutos a lo que el maestro Sánchez Mejías les dice desde el Ateneo de Sevilla, a lo mejor aún nos quedaba algún matador de toros que echarnos a los ojos. Como todos los años, maestro, “va por usted”.

lunes, 2 de agosto de 2010

Que no nos ciegue el grito de ¡libertad!


Primer festejo en Madrid después de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Por la megafonía se ha pedido que se guardara un minuto de silencio como muestra de solidaridad con el acosado y maltratado aficionado catalán. Se ha leído el manifiesto redactado por los profesionales del toro y dentro de ese ambiente de exaltación se han oído voces en contra de los catalanes, a favor de los catalanes, en pro de la “fiesta nacional”, consejos para mejorar la fiesta y hasta hemos podido leer un cartel acusatorio contra los taurinos, sus manipulaciones y el mal imperante del monoencaste que nos asola.

La corrida ha comenzado con un pelín de crispación, pero ha sido salir el primer novillo de la tarde noche y todo ha vuelto a su ser, unos encantados con el flojito becerrote que abría plaza y más que molestos con los que pedían dignidad y un toro íntegro. Y como si eso no perjudicara a la fiesta, se han vuelto a escuchar esas retahílas recurrentes de “baja tú”, “cállate” y demás quejas contra esa gente que parece empeñada en que se nos atragante la merienda. Para una vez que logro que mi santa y los niños me acompañen a los toros y esos van y me lo chafan.

Parece como si el gran empeño fuera en señalar sólo hacia una parte del problema, es más, los taurinos parecen empeñados en apuntar única y exclusivamente hacia el brazo ejecutor, olvidando quién es quien le ha puesto a los antis en suerte el toro de la prohibición. Es más, les veo tan empeñados en asumir el papel de víctimas, que ya me empieza a resultar sospechoso. Vamos a señalar a otros y a nosotros que nos dejen a los nuestro, a manipular y a llenarnos los bolsillos a toda prisa.

Resulta que los “perjudicados” que no podrán ir ya a ejercer su profesión a Cataluña, esos a los que les han usurpado su derecho al trabajo, esos que se juntan en una mesa y que redactan manifiestos llenos de indignación, parecen tan víctimas como la familia Balañá, quien va a tener que conformarse con una saca de millones por no poder seguir haciendo lo que hace años dejaron de hacer, promover la fiesta en su tierra.

Como decía al principio, era la primera novillada después de la prohibición y la última del serial que busca un novillero al que anunciar en la feria de Otoño. Pero como todos estaban pensando en antis y contras, no ha habido nadie, o mejor dicho casi nadie que protestara la novillada flojota y con aspecto de becerrote, con unos platanitos como pitones en el mejor de los casos y unos novilleros con claras aspiraciones a ser nombrados “Mister Vulgaridad Verano de 2010”. Con los mismos vicios que sus modelos del escalafón superior, abusando de pico, no cargando la suerte, convirtiendo la faena de muleta en un apelotonamiento caótico de pases sin ton ni son, despreciando los dos primeros tercios y entrando a matar de cualquier manera, siempre y cuando el acero desapareciera entre las carnes del becerrote. Así hemos podido ver bajonazos infames, estocadas que casi sacaban las bilis del animalejo con cuernos. Y el que intentaba colocarse como Dios manda, aunque tampoco sea para ponerle una calle, ha sido Juan Carlos Rey, pero nadie parece haberle contado eso del temple, la suavidad y la naturalidad. Eso sí, sus paisanos que se acercaron a la calle de Alcalá se habrán vuelto encantados para sus casas. Los debutantes Luis Martín Núñez y Damián Castaño bastante han tenido con sobreponerse a su primer paseíllo en Madrid. Si bien es verdad que el primero parecía que era la primera vez que se encontraba delante de un novillo y que el segundo, salmantino y con un hermano matador, creyó que estaba en las fiestas patronales de Ledesma. Algunos seguimos esperando a ese torero de Salamanca que nos haga recordar aquella forma de entender el toreo, conocedor de los secretos de la lidia, más pendientes del toro que de “arrebañar” las palmas fáciles del paisanaje. Lo de la suerte de varas parece ya la firme evidencia de la prohibición de las corridas de toros por etapas y esta es la primera, o la segunda.

La novillada no ha dado para mucho, la verdad y tampoco pretendo cansar, ni desviar el punto de mira de la culpabilidad del estado actual de la fiesta, de la prohibición consumada y de las que pueden estar empezando a gestarse. Igual los futuros ataques son como un cachete de bebé, pero, por si acaso, sólo por si acaso, deberíamos tener bien limpia nuestra casa, deberíamos engrasar las puertas, asegurar los muebles y cubrir los cristales, como si se nos viniera encima un huracán tropical. Porque tal es la endeblez actual de la fiesta que da la sensación que con una simple brisa marina se nos puede venir todo abajo.