sábado, 27 de febrero de 2010

Aficionados ¿de sangre o de libro?



Que nadie se asuste. No voy a empezar a exigir al aficionado que elija entre pagar con sangre su afición y en caso contrario con la lectura de libros sin ton ni son. Cuando establezco esta distinción me refiero a algo tan sencillo como lo es el origen de la afición de cada uno y del aprendizaje de los conceptos básicos del toreo, su verdadera esencia.

Unos, los que he dado en llamar aficionados de sangre, son aquellos que se iniciaron en esto de los toros de la mano de un aficionado de viejo cuño, un tío, el abuelo o el padre, quienes entre juego y juego le iban transfiriendo todo su saber sobre el toro, el torero, si llegaron a ver torear a este o aquel, aunque sólo fuera una tarde y en un festival. Lo mismo contaban una tarde triunfal de Domingo Ortega en las Ventas, que las veces que vio a Juan Belmonte en la tertulia de aquel café o cuando pudo contemplar a Carlos Arruza tentando en la finca de no sé qué. Todo era hacer afición, todo era ir acumulando más sensaciones que saber, que este vendría después, cuando los dos, maestro y discípulo, fueran juntos a la plaza. Entonces era cuando los comentarios hechos como el que no quiere la cosa, iban escribiendo el manual del aficionado cabal que el neófito no tendrá que consultar nunca, porque siempre lo tendrá presente. Un manual que se irá engrosando con las lecciones que el maestro seguirá impartiendo al acabar cada corrida, comentando lo que ha ocurrido en la plaza y cómo habría sido en sus tiempos, cómo se llevaba el toro al caballo, cómo se corría el toro a una mano, cómo se podía con los toros de antes y cómo había toreros que se negaban a salir por la puerta grande. Pero lo más importante era cómo el aspirante iba bebiendo de un sentimiento, de una forma de entender y querer una afición hasta tal punto que se convertía en una parte esencial de su vida. Una vez que el veneno te había entrado en las venas, ya no se entendía vivir sin toros. No sería posible. Y esto, que no es un secreto, es una de las principales armas que esgrimen actualmente los taurinos. Estos saben que pueden tensar y tensar la cuerda, que los aficionados de sangre nunca les van a fallar. Pero el problema es que una vez que estos falten, no habrá otros que les sustituyan en el tendido, ni para enseñar a las nuevas generaciones, ni mucho menos para mantener este espectáculo.

Pero los que demoran este declive del espectáculo son los otros, los aficionados de libro. Esas enciclopedias con patas capaces de relatar qué ocurrió la tarde del 25 de mayo de 1968 en la plaza de Madrid, los toros, los toreros, las orejas cortadas, esto que no falte, y si el cielo estaba encapotado, despejado o con amenaza de chubascos a causa del anticiclón de las Azores. Pero luego los sientas en el tendido y, aparte de olés y de repetir como un autómata tópico tras tópico, no diferencian un melón de una castaña. Son la voz de su amo. Se afilian al bando de un torero y no son capaces de ver el más mínimo defecto en su ídolo, mientras que niegan cualquier virtud en el oponente. Estos señores del libro conocen todas las ganaderías, fincas, mayorales y camadas, año por año, conociendo a los toros por su número, nombre y año de nacimiento. Aficionados que no dudan en soltar su salmodia ante el primer incauto que se les cruce por delante, sin que se pueda encontrar en ellos un mínimo de reflexión. Son estos mismos los que en la plaza no dudan en espetarle cualquier barbaridad al que se atreve a protestar algo, aunque sea que le estén echando aceite hirviendo por la espalda. Por favor, ¡cállate que el maestro se está jugando la vida! No tienen ninguna duda de su verdad, porque en el libro no hablan de dudar, en el libro sólo se afirma y, ya se sabe, lo que está escrito es lo que vale, que para monsergas ya está mi abuelo. ¡Ay, si hicieras más caso a tu abuelo!

El aficionado a los toros no es un aficionado que dude a las primeras de cambio, pero lo que no se le puede negar es que medita sobre su pasión. Yo me he encontrado muchos aficionados de sangre que, a pesar de tener un gran conocimiento del toro y de la lidia, escuchan atentamente lo que otro pueda comentar, e incluso reconocer que no habían reparado en ello. Tampoco quiero decir que este tipo de aficionado lo sea sólo por sus vivencias, qué va, todo lo contrario. A la experiencia propia también añaden lo aprendido en los libros, aunque en ocasiones sean cosas de las que ellos fueron espectadores in situ de aquel acontecimiento. Yo me atrevería a señalar varios lectores de este blog que entrarían claramente en este apartado, algunos incluso hasta son seguidores de Toros Grada Seis, ya sea oficialmente o en la sombra, unos comentan las entradas dejando constancia de ello y otros por correo en privado. Lo malo de este sector es que todos estamos de acuerdo en una cosa, y es que las cosas no discurren por donde deberían, y entonces es cuando echamos mano de ese manual que nuestros tíos, abuelos o nuestro padre, nos empezaron a escribir hace años, tarde tras tarde, mientras nos envenenaban la sangre con esto de los toros.

lunes, 22 de febrero de 2010

El tesoro de la experiencia



Una de las virtudes de los blogs es la posibilidad de intercambiar comentarios y opiniones entre los aficionados, para desgracia de los embaucadores y para bien de la fiesta de los toros. Entre unos y otros se van descubriendo multitud de matices, aunque al final todos coinciden en lo esencial. Pues bien un día de estos recibí el comentario de un aficionado que, por deseo propio, vamos a mantener en el anonimato y que nos puede servir para reflexionar un ratito. A unos se le vendrán imágenes del pasado, personas que nos guiaron de la mano en nuestros primeros pasos en esta afición y a otros les descubrirá una forma de entenderla completamente desconocida. Pues sin más preámbulos, ahí os dejo con una voz llena de vivencias taurinas:

Hola Enrique:

Creo que debía haber contestado a tu último comentario en el post de Pepín Martín Vázquez pero me fui de viaje unos días y hasta ponerme al día a la vuelta, se quedó pendiente. Por otra parte, como es un tema que me apasiona pues por esa época empezaba mi afición, quería extenderme algo.

Hoy día la personalidad de los toreros es prácticamente inexistente y creo que ello se debe en gran parte a las escuelas taurinas que, lejos de fomentársela, se limitan a enseñarles a ¿torear? a esos semovientes que salen por chiqueros que no admiten el toreo de mando y dominio propios de un auténtico toro; por eso el ¿toreo? moderno es un “toreo paliativo”, lineal, hacia fuera, a media altura y de pasito atrás, porque si se les obliga o quebranta algo, se van al suelo. También les enseñan todos los trucos y ventajas para engañar al público facilón con alardes falsos o con pases de adorno pero sin fundamento, ni profundidad. Además, consecuencia del mercantilismo de la sociedad actual, sólo se fijan, imitan, a los que más ganan que no siempre son los que mejor torean. Resultado: toreros clónicos y sin personalidad, aparte de ventajistas y faltos de recursos cuando sale un toro con algo de casta.

Yo creo que no he visto a Pepín Martín Vázquez o al menos no tengo ningún recuerdo de él (cuando se retiró yo tenía 13 años) pero, igual que tú, sí le he “visto” en conversaciones familiares. A Pepe Luis ya sí le recuerdo aunque en su última época y en su reaparición posterior (1959) en que ya era una sombra de lo que fue pero no obstante me quedan recuerdos de detalles, sobre todo con el capote.

Del torero que tengo recuerdos claros es, curiosamente, más antiguo: Domingo Ortega. Le vi en su última temporada cuando le tenían que inyectar para aguantar la corrida, y tengo unos recuerdos imborrables de dos festivales a beneficio de toreros.

El primero en el homenaje a Nicanor Villalta, el 27 septiembre 1956, por cierto con los albaserradas de Escudero Calvo que entonces tenían mucho que torear (hoy Victorinos). Domingo Ortega no estaba en el cartel sino que estaba de espectador y al final quiso sumarse al homenaje y pidió autorización para matar el sobrero (no sé de quien era) y, como se la dieron, bajó al redondel con traje de chaqueta y corbata y dio un auténtico recital de lo que es el toreo, algo que, más de 50 años después, permanece fresco en mi mente. También quiero decirte que el “El Papa Negro”, Manuel Mejías Rapela, “Bienvenida”, padre de los 5 hijos de la dinastía, Manolo, Pepote, Antonio, Ángel Luís y Juanito, también estaba presente y, con sus más de 70 años, quiso sumarse al homenaje poniendo banderillas, pero afortunadamente no se lo permitieron, pues sus facultades ya no estaban para eso. Esos detalles demuestran lo que eran los toreros entonces. Como anécdota ese día tocó la música en Las Ventas.

El otro festival al que me refiero es el del homenaje al “Divino Calvo”, Rafael El Gallo, el 22 octubre 1957. Fue el homenaje de los puros; se recogieron a miles, porque todos los aficionados, sabedores de la pasión de de El Gallo por los habanos, fueron a la plaza provistos de un buen veguero que le lanzaron al dar la vuelta al ruedo después del paseíllo (no encabezando éste como estaba previsto porque llegó tarde) o depositaron en recipientes al efecto. Domingo Ortega, una vez más, ofreció otra clase magistral por la que le premiaron, es lo de menos, con dos orejas, igual que en el homenaje anterior. Con independencia del éxito artístico, resultó un homenaje muy emotivo, pues aparte de la simpatía natural de Rafael, se dieron varias circunstancias que perseveran en el recuerdo: Conchita Márquez Piquer, hizo el despeje de la plaza; en la meseta de toriles, ataviadas de mantilla, estaban las bellezas de la época… Lola Flores, Carmen Sevilla, Conchita Bautista…; y, como colofón, el gran picador Miguel Atienza, el creador de la suerte del Sr. Atienza, “La Carioca”, se despidió del público madrileño ¡qué tiempos!

Por cierto, me viene a la memoria una anécdota, no sé si cierta, que circuló con motivo del dinero recaudado: se reunió la comisión organizadora y sabedores del rumbo de Rafael, discutieron en la forma de entregárselo, si de golpe, que seguro lo gastaría pronto, o a intervalos más o menos regulares para que le durase más; hubo propuestas, anualmente, mensualmente, etc., y alguien propuso una cantidad diaria, pero, rápidamente, soltó otro: mejor esa cantidad, la dividimos en dos y una parte por la mañana y otra por la tarde. Supongo que no deja de ser una anécdota más o menos graciosa para resaltar la personalidad del genial torero.

Bueno, como me suele pasar en estos casos, me disparo y no hay quien me eche los frenos; vuelvo al tema. Domingo Ortega es como te decía el torero más antiguo de quien tengo claros recuerdos, después ya vienen Rafael Ortega, con el que se acabó de fraguar mi afición y uno de los más puros que he conocido y que su fama de estoqueador creo que le ha nublado algo su auténtica valía con el capote o la muleta; Luís Miguel, que su gran vanidad, que en nada le benefició, era equiparable a su categoría como torero; por supuesto Manolo González y Manolo Vázquez (algo posterior) artistas que tú citas; Julio Aparicio, para mí el torero que mejor conocía los toros desde que salían de chiqueros, lidiador fácil y dominador pero que le afectaron bastante las cogidas, particularmente la de Barcelona, después, San Sebastián y Las Ventas; luego ya vendría Ordóñez uno de los más grandes, Cesar Girón el primero de una saga de venezolanos alegres, bulliciosos y buenos rehileteros, Antoñete que, como los vinos, mejoraba con los años, Jaime Ostos el as de espadas, Diego Puerta que pasó a ser Diego Valor, Curro Romero si le has visto hacer el paseíllo “te pués morí”, Camino el niño sabio de Camas, El Viti el toreo es algo muy serio, etc… En fin como verás una pléyade de figuras, auténticos figurones, todos ellos diferentes, muy diferentes, pero con su personalidad propia… Entonces todavía no había escuelas taurinas.

Creo que ha merecido la pena utilizar por una vez la pluma de otro, sobre todo para mejorar este blog. He omitido los saludos y despedidas, en los que hace referencia a otro buen aficionado de Aguascalientes, Xavier González Fisher, quien tan bien nos pone delante el espejo del pasado para ver los males del presente, sus opiniones desde la distancia con una clarividencia pasmosa y su visión de una fiesta universal, con los mimos males y las mismas virtudes en cualquier lado del Atlántico. Y creo que ahora es el momento de callarse y quedarse con que “la experiencia es un tesoro”.

lunes, 15 de febrero de 2010

Gracias Taurodelta



No me queda más remedio que mostrar mi más profundo agradecimiento a la empresa de Madrid. Una empresa seria donde las haya, que según palabras de don Manuel Martínez Erice, pretenden subsanar el desequilibrio entre la feria del Aniversario y la de San Isidro, porque “No es bueno descargar San Isidro y concentrar a las figuras en junio”.

Yo recomiendo al lector que vuelva a leer lo anterior, que no siga leyendo de momento, que medite el tiempo que considere y que después confirme si llega a las mismas conclusiones que yo…

Bien, ya hemos pensado. Qué alegría y qué alboroto, parece que San Isidro se estaba descargando y que se empezaba a manifestar un desequilibrio a favor del Aniversario, feria de la que ya hablaremos en otro momento para preguntarnos que seguimos celebrando año tras año, una vez cumplidos los festejos de los 75 años de la plaza, los 50 de la feria o los 327 del descubrimiento del Cauca.

Si hasta ahora parece deducirse que se estaba “descargando” la feria de San Isidro, ¿qué quiere decir esto? ¿Qué nos cobraban la mortadela a precio de jamón de Guijuelo? ¿Qué ya que San Isidro había que sacar el abono a la fuerza para no perderlo, les permitía llenar montar unos carteles infames pero que les aseguraba el lleno casi por decreto? ¿Y que dirán ahora los de la prensa del movimiento al descubrir que la empresa era plenamente consciente de la bazofia que nos hacía tragar? Pues la sensación que tengo es la de la confesión de un fraude. Y a lo mejor todavía esperan que les mostremos nuestro agradecimiento más sincero por no seguir siendo estafados uno año más. Porque el que engaña a sabiendas, aunque ahora muestre su arrepentimiento, está estafando y si no es así, que alguien me explique cómo se llama eso.

Estoy convencido de que nadie dirá nada y si abren la boca será para ejercer de palmeros y aduladores oficiales. Los taurinos aplaudirán esta nueva actitud de Taurodelta, igual que aplaudirían la anterior o cualquiera que fuera, como si les da por pintar de verde la plaza. La prensa del movimiento les llevará a los programas de radio y televisión para que expliquen sus nuevos proyectos, aunque creo que ya empezaron la noche del domingo en ese programa de radio en el que llaman a toreros, ganaderos y empresarios a las dos de la madrugada para hacerles parecer unos memos. Y la Comunidad de Madrid, ¿dirá algo? ¿Les pedirá cuentas? Pues no. Ya ha tenido suficientes oportunidades el Centro de Asuntos Taurinos para poner a cada uno en su sitio y las ha ido despreciando, como si no fuera la cosa con ellos. Nos quieren hacer creer que son unos jueces severos a la hora de aprobar los carteles de las sucesivas ferias, pero exceptuando la inclusión de José Tomás hace dos años, no mueven ni un dedo y me gustaría saber las condiciones en que se “obligó” a contratar al madrileño. La Comunidad no ha sido capaz ni de cuestionar el desequilibrio de los ingresos en las corridas en que no iban las figuras, con las que supuestamente si contaban con los que cobran más que la media. De acuerdo que José Tomás cobraba prácticamente lo recaudado con el aforo completo, pero y las tardes de los Rafaelillo, Morenito de Aranda, Iván Fandiño y tantos otros, además del plus de la tele (lo de plus no va con segundas).

Pero lo más probable es que estos buenos propósitos de no engañar al aficionado quedarán en agua de borrajas y será más fuerte el impulso de seguir “arrebañando” con un poquito de aquí, otro poquito de allí, una sustitución de un espada por otro que cobre “ná y menos”, y cuando la Comunidad de Madrid le pida las cuentas, les dirá eso de: “Gracias, Taurodelta”.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Los intereses creados


Que nadie piense que de repente he decidido dedicarme a la crítica literaria o a comentar la obra del mismo título de Benavente. Para eso ya hay blogs tan cualificados como “En ocasiones leo libros”: lo recomiendo. Pero es que este mismo título se puede aplicar al mundo de los toros. Para muestra sólo hace falta fijarse en el caso Urdiales y su exclusión de las ferias del inicio de temporada.

Esto de componer los carteles de las ferias a lo largo de la temporada es uno de los grandes misterios que le queda por resolver a la humanidad. Igual habría que convocar en un congreso a todos los sabios del mundo y plantearles una serie de preguntas: ¿Cómo es posible que año tras año se monte un espectáculo con contrastados defraudadores? ¿Cómo es posible que copen los carteles de muchas ferias auténticos fracasados? ¿Cómo se concibe que los más destacados de temporadas anteriores queden descartados y se desprecie su presencia? ¿Cómo es posible que los que confeccionan las ferias con tanto descaro y negligencia, encima pretendan hacer creer al público que es él el que está inmerso en el error y que le gusta lo que no le gusta y que no le gusta lo que le gusta? ¿Con que se come que la prensa, la que supuestamente debería denunciar estos excesos, sea el principal adalid de este dislate? ¿Por qué motivo se rasgan las vestiduras del mal estado de esto y aquello y cuando tienen delante a los responsables se deshacen en elogios hasta el ridículo?

No sé si con tanta pregunta bloquearíamos a los sabios o no, pero de lo más probable es que nos mandaran a todos los que habitamos en este mundo al cotolengo, porque esto no hay quien lo entienda. Un espectáculo que no tiene en cuenta a sus “clientes” y lo que es peor, los desprecia olímpicamente y si a alguien se le ocurre rechistar le mandan muy lejos, eso sí previo pago de la entrada.

Pues este caos, esta incomprensión absoluta es muy fácil de explicar, y aquí es donde entra el título de la obra de don Jacinto. Todo son intereses creados, yo empresario, tengo mi propia ganadería, mis toreros a los que apodero y si junto a estos acartelo los de un colega de gremio, además de sus dos hierros, sin casta y sin presencia, pero qué más da, él incluirá en sus dos plazas del norte, las tres de Andalucía y la otra de Levante a mi legión toreril, que si lo unimos a que el otro “compañero que tiene las de… y yo le compro dos corridas de aquellas y le doy dos corridas a fulanito en esta feria y una en aquella… Un verdadero lío, vergonzante, pero un lío.

Pero no todos los ganaderos y toreros están dentro de este entramado, los hay también que se ofrecen sumisamente a sus amos y se aseguran vender toda la camada, por mal que esté esa ganadería, o torear por delante de esa o aquella figura, con la única función de no molestar. De siempre se ha valorado mucho el “abreplazas que no estorba”, pero es que ahora se va a acabar convirtiendo o en profesión o en una categoría superior del escalafón. Igual hasta habría que inventar una ceremonia parecida a la de la alternativa, no sé quizás arrancarle los alamares del vestido de torear, o las hombreras para aliviarle el peso.

¿Y el público? Calladito, ni una palabra. Y mira que a veces hace verdaderos esfuerzos para intentar que se haga justicia. Con Diego Urdiales hasta ha habido alguna movilización que otra. Debería darle vergüenza a los olvidadizos empresarios que han dejado fuera a uno de los más destacados matadores del 2009 y uno de los que ahora mismo mejor entienden lo que es TOREAR, que no pegar pases. O lo que durante años ha venido ocurriendo con Frascuelo, quien sólo toreaba en Madrid, donde el público se rompía las manos nada más verle en el ruedo, queriendo recompensarle tantos sinsabores, tantas injusticias y agradecerle sus ganas de hacer el toreo clásico, el de siempre, el de verdad.

Lo mismo que ocurre con los matadores de toros se puede trasladar a las ganaderías. Si alguien tiene dinero suficiente para hacerse con una ganadería y acabar de los nervios o arruinado, que no la compre de Domecq, que evite este encaste. Y si ya quiere sentirse un marginado, que se incline por cualquiera de las ganaderías de procedencia Santa Coloma. Así hemos llegado al estado en que se encuentra lo de Atanasio o Coquilla. Pero es que eso de no tener nombre de brandy es un obstáculo difícil de superar. Pero es que en el mundo de los toros actual mandan… los intereses creados, que no son los de Benavente.

sábado, 6 de febrero de 2010

La afición de Madrid




Multitud de blogs se han hecho eco de la desaparición de Salva, Salvador Valverde, una de las voces más reconocibles de la plaza de Madrid. Tanto él, como sus compañeros de localidad, como sus compañeros de afición y sentimiento, han sido insultados, recriminados y hasta en ocasiones atacados, por negarse a tomarse los toros como una “diversión” Diversión es el tío vivo. Pero lo que Salva era, sin dudarlo, era parte de la afición de Madrid, a la que se ataca sin ningún pudor, a la que se pone en entredicho con toda la facilidad del mundo, pero a la que se echa mano sin dudarlo, cuando se quiere contrastar la categoría de cualquier torero, ganadero o vendedor de fantas que haya triunfado en Las Ventas. Entonces sí que tiramos de eso tan sobado de que “es la primera plaza del mundo”, aunque a veces cueste reconocerla como tal.

Según el vulgo del taurinismo, en Madrid se piden búfalos repletos de carne en lugar de toros, no se saben ver las grandes faenas “para el aficionao” de las figuras de nuestro tiempo y se pretende que se toree de una forma que no tiene mérito y de la que además tenemos que hacernos a la idea de que eso “se ha acabao”.

Que raros somos los de Madrid ¿no? Pues es verdad, somos muy raros, pero no por esas cosas de las que nos acusan los taurinos (permítanme incluirme dentro de la afición de Madrid). ¿Cuál es problema del público de las Ventas? Pues muy sencillo, la información o mejor dicho, la memoria. No discutiré si somos listos o tontos, pero de lo que no hay duda es de que tenemos memoria. Y me explico. La afición de Madrid tiene varios vicios encerrados en uno, su afición a todo lo que tenga que ver con el toro. Acude con regularidad a la plaza y entre San Isidro, Otoño, Verano y domingos y festivos varios, puede que se vea entre treinta y cuarenta, o más festejos por año. Así año tras año, temporada tras temporada y lo mismo se acuerda para lo bueno, como para lo malo. Y además es capaz de relacionar situaciones que se repiten. Un torero o una ganadería pueden tener un mal año, dos o incluso tres, pero si el “mal año” se convierte en la tendencia habitual, el público de Madrid se enfada. Hay algunos profesionales, matadores, ganaderos y hasta periodistas, que no entienden la predisposición en contra del público venteño. Y no entienden esta actitud porque analizan los hechos de forma aislada. Pero este gran elefante que es Madrid, no olvida; pero que no se entienda como rencor, simplemente que no quieren seguir aburriéndose otra tarde más. Es verdad que hay días que ya van cabreados a los toros, pero díganme si es con razón o sin ella. Cuando se exponían los toros en el Batán, se acercaban varias veces para ver lo que se les venía encima y ya podían asegurar que tal o cual corrida para tal o cual “figura” no iba a pasar el reconocimiento. Perenganito, Zutanito y el Niño el Pico se anunciaban con toros de Fulanito Flores, como los años anteriores. Y casualmente, como ocurrió en la última década, el ganado no es aprobado. Después se presenta en el apartado de los toros y ve que los suplentes que tanto ha costado reunir, pues que tampoco son nada del otro jueves. Llega la hora de la corrida y sale la infamia que nunca debió salir por la puerta de chiqueros. Algo contrariados, comienza su repertorio de protestas y en estas que el toro rueda por la arena. ¿Qué pasa entonces? Pues que se lía la marimorena. Y entonces ese figurón que se ha tirado años haciendo el ridículo en la plaza de Madrid dice aquello de: “Así es que no se puede” o eso de “aquí nunca sabes lo que vas a matar”. Y otro año más pasa el trago de Madrid y a seguir con su circuito de los “Coros y Danzas”.

Pero al contrario de lo que se cree, Madrid es la plaza más fácil del mundo. Que se me corrija si me equivoco, pero es el único sitio en el que el público se entrega sólo con ver que el matador intenta hacer las cosas como Dios manda. Con querer hacerlo nos vale. ¿Existe mayor facilidad? Eso sí, si la afición de Madrid percibe mínimamente que la quieren engañar, ¡ay amigo! Eso sí que no. Y por engaño se entiende que el toro no sea toro, que se arrastre como un despojo por el ruedo, que el torero base su tarea en la mentira y el ventajismo o que nos quieran meter gato por liebre.

Yo no digo que la afición de Madrid sea la más exigente, la más sabia, la más torista o la más analítica, eso que lo digan otros, pero lo que sí tiene claro Madrid es lo que le gusta y lo que quiere ver. Otra cosa es que unos o no lo entiendan o no lo quieran entender y se empeñen en hacer comulgar a toda una plaza con ruedas de molino. Esos que en multitud de ocasiones entraron de lleno en el mundo de los toros y que se subieron al éxito con el respaldo de esta plaza y que una vez que creen tener la carrera asegurada, reniegan de los que una tarde se le entregaron. Entonces empiezan los engaños, las medias verdades, el medio toro y entonces es cuando resuenan en los tendidos voces como: “¿A quién defiende la autoridad? No sé si se volverá a oír esta pregunta en la plaza de Madrid. Lo que sí estoy seguro es de que cambiará la persona que haga la pregunta. Y seguro que el creador de esta sentencia se sentirá orgulloso de tener continuador en la plaza de Madrid, y de que cualquier clavelero le llame ignorante o le mande callar para no molestar al maestro. Yo no conocí en persona a Salva, pero le oí muchas tardes y nunca estuve tentado de responderle, porque estaba seguro de que sabía muy bien a quién defendía la autoridad. D.E.P.

lunes, 1 de febrero de 2010

Pepín Martín Vázquez: el toreo de siempre



La verdad es que no sé si el título es el más oportuno, o si quizás mejor habría sido comenzar con: “el toreo que ya no gusta a nadie”. Pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que nadie se atrevería a criticar a un torero de los años cuarenta, ni de poner en duda su forma de hacer, ateniéndose a las imágenes de un vídeo, como es el caso.

Sería muy presuntuoso por mi parte descubrir a Pepín Martín Vázquez, aparte de ignorante. De éste o aquel torero he oído que a unos les gustaba más y a otros menos, pero del protagonista de esta versión de Currito de la Cruz siempre he visto cómo los aficionados más curtidos hablaban con verdadera admiración. Recuerdo una conversación que hace muchos, muchos años, mantuve con un peñista de “Los de José y Juan”. Me contaba cómo se oían crujir los toros con la muleta de Domingo Ortega, o la asombrosa quietud de Manolete, el arte inigualable de Pepe Luís o la gracia de Manolo González, pero a la mínima me sacaba a Pepín Martín Vázquez, en el que descargaba toda su admiración.

Tras tanto elogio que más parecía de un héroe clásico que de un torero, me encontré con la película Currito de la Cruz. Recuerdo que en su momento me puse a verla con el mismo interés con que veía cualquier filme ambientado en el mundo de los toros. Pero aparte de otros aspectos cinematográficos, por fin pude ver al torero. ¡Qué gracia, qué naturalidad y qué forma de torear! La mejor ilustración para definir en la verónica, qué es jugar los brazos y con la muleta, qué es correr la mano.

Los seis minutos de este vídeo son una estupenda instantánea de una época. Empezando por el toro, que no es el de ahora, del que según se habla es el mejor toro de toda la historia del toreo que, sin ser exageradamente grande, no era nada chico y, además, iba detrás de todo lo que movía con ganas de comérselo. Esos banderilleros pareando sin ese horroroso salto tan de moda ahora, buscando la luna y que les hace quedarse descolocados.

Al inicio del vídeo se ve a Pepín Martín Vázquez toreando a la verónica y cómo se quita al toro literalmente de encima, sólo con el movimiento de los brazos una y otra vez, para rematar con una media muy personal y llena de gracia. Una gracia que a veces se ha pretendido equipar con superficialidad y alivio, pero a la vista está que esta gracia no tiene nada de truco.

Con la muleta se notan las influencias de Manolete o propias del gusto de la época, citando en ocasiones con la muleta retrasada, pero que nada tiene que ver con la trampa de nuestros contemporáneos. Antes de llegar el toro a la muleta el torero ofrece el muslo, para a continuación llevar al animal muy toreado, muy metido en el trapo, para rematar el pase con ese juego de muñeca que hace que el toro se salga del lance y que vuelva a por el siguiente. Cosa muy distinta al vaciado actual que requiere la consabida carrerita para poder colocarse para el siguiente pase. Pepín llevaba al toro muy metido en la muleta, muy encelado, pero no consentía que se la tocara nunca. Lo mismo toreando por bajo para poder al animal, que como queda demostrado se puede hacer con arte y elegancia, que los ayudados por alto sin enmendarse ni un poquito o eso que se puede considerar uno de los fundamentos del toreo, el natural ligado con el de pecho y que conjuga a la perfección lo que es arte, valor y poder. Eso es torear. Y la suerte suprema metiendo la mano en el morrillo.

Pero quizás lo mejor es ver el vídeo y darse cuenta de cómo se toreaba con toda la naturalidad del mundo, sin retorcimientos, con un temple exquisito y un mando excepcional.