lunes, 28 de junio de 2010

Salvemos el lince ibérico


Por desgracia el progreso aparte de grandes beneficios para la sociedad también trae consigo algunas consecuencias no deseables; el peligro de extinción del lince ibérico es una de ellas y así hemos podido contemplar los esfuerzos de veterinarios, biólogos y naturistas, poniendo la tecnología al servicio de una especie en peligro. Pero esta no es la tónica general. Hay más especies que puede que en unos años, pocos, ya sean simplemente un recuerdo; y lo que son las cosas, en el lince se reconocen todas sus virtudes y son suficientemente ensalzadas, pero hay casos en los que esto no es así.

Existe una especie que probablemente se extinguirá con un corte de coleta, la de Carlos Escolar Frascuelo, último ejemplar del toreo clásico. Un toreo diferente a lo que nos quieren acostumbrar, un toreo en el que todo tiene un sentido y en el que se pretende llevar al toro por los cauces que marcan los cánones de la lidia; otra cosa es que el toro dé más o menos facilidades.

No sé si la actuación de Frascuelo ante los mansos de Navalrrosal y José Ignacio Charro ha sido la última del madrileño en la plaza de su pueblo, eso ya se verá, y nadie podrá decir que estuvo a la bien, no vamos a ser tan ciegos, pero tampoco nadie podrá negar que volvió a dar una clase de torería, aunque turistas, advenedizos y despistados no se percataran de ello. Su actuación se redujo a detalles, pero que detalles, una verónica y una media para hacer un cuadro, unos lances por bajo para recoger al toro y unos trincherazos que hicieron retorcerse al toro buscando la tela roja. Pero como el toreo no parece ser un bien universal, en el momento en que el torero se disponía a machetear al toro para intentar suavizar la embestida de su oponente, se empezaron a escuchar pitos en los tendidos. Quizás a lo más que podíamos aspirar era a esos detalles que nos supieron a gloria. También hay que reconocer hubo fases en las que quizás se pudo apreciar alguna ausencia de facultades, con la cabeza muy despejada, pero con el físico algo más limitado. Quizás en otro tiempo hubiera limado la áspera embestida del cuarto de Charro, pero lo que no habría logrado nunca es convertirlo en un toro bravo, como así les pareció a muchos que le ovacionaron en el arrastre y que consideraron que no fue suficientemente aprovechado, olvidando su feo comportamiento en el caballo, buscando el lado del peto por el que no había palo, empujando de lado y el descaro en retorcerse de dolor al sentir las banderillas en su lomo. Pero a otros aún nos quedaba el regusto de ese toreo de antes.

Muy diferente fue la actuación de Fernando Robleño, torero pundonoroso y con un toque épico que arrebata a las masas, pero con pocos recursos lidiadores, si por ello se entiende el poder al toro y no limitarse a estar allí delante, a ver si aguanta toda la faena con los pies en el suelo. Evidentemente que esto tiene su mérito; seguro que ninguno nos apuntaríamos a ganarnos el pan entre tanto sobresalto, pero el toreo no es plantarse a merced de los caprichos del toro, o por lo menos yo creía que no era así. Bien es verdad que el de San Fernando aguantó el molesto calamocheo de su primero, su pertinaz obsesión por buscar el refugio de las tablas e incluso no le importó ponerse a arrancar pases al de Charro pegado al olivo. Pero quizás algunos habrían agradecido más ver al toro retorciéndose con pases por bajo o un eficaz macheteo para que el animal se enterara quien mandaba allí. Esta medicina tampoco le habría venido mal al quinto, al que le administró una faena ratonera, no utilizando la muleta como un instrumento de poder y de dominio, quitándosela de la cara violentamente y sin conseguir los efectos deseados para poder entrar a matar con mayores garantías.

Luis Miguel Vázquez evidenció su bisoñez en la profesión. Por momentos parecía que podía llegar a algo, como en el sexto, pero inmediatamente cedía terreno y dejaba que el toro se le subiera a la chepa y eso es mala cosa, aunque fuera con una mansada como la que salió por los chiqueros de las Ventas. Y como mandan los usos y costumbres del toreo moderno, toda la labor del manchego se reducía en ver si podía dar pases, muchos pases, sin importar las condiciones del toro. Si hoy está instaurada la faena de derechazos y pases de pecho y a veces algún intento de natural, pues no se hable más, a cumplir con el guión y luego juzgaremos al torero por el número de trapazos conseguidos; lo de lidiar se queda para esos melancólicos que ovacionan a ese señor mayor nada más acabar el paseíllo, ese al que quieren conservar como si fuera el lince ibérico. Pero con quien no hay que tener esa deferencia es con la moruchada que desde Las Veguillas nos mandó el señor Charro, unos con mucha cuerna y otros, como el sexto, que parecía salido directamente de una lata de arenques. Mala forma de coger antigüedad.

Ya pasó la esperada tarde de Frascuelo en la que el aficionado esperaba reencontrarse con el toreo y que como algunos presagiaban, se estrelló con un ganado mal escogido o bien según se mire, dependiendo de los intereses de cada parte. Lo que sí está claro es que tendremos que ir pensando en otro valedor del toreo clásico, porque el tiempo es testarudo y no deja de avanzar y llegará el momento en el que los ruedos estarán poblados únicamente de corderos inermes y danzarines con las medias rosas y entonces todos nuestros esfuerzos sólo podrán dirigirse a salvar el lince ibérico.

martes, 22 de junio de 2010

Frascuelo, un islote en el mar


El domingo 27 de junio Carlos Escolar "Frascuelo" va a hacer el paseíllo en la plaza de Madrid, lo cual en sí mismo ya constituye un acontecimiento. No es algo común que en ésta, y en otras muchas plazas, salte a la arena un torero. Y esa afición antipática, vocinglera, inmisericorde y desinformada como es la de Madrid, seguro que le rendirá su más sincero homenaje; al menos ésa es mi intención. Luego no sé si podremos contemplar su toreo o si los veedores de turno habrán elegido una corrida infame que impida cualquier asomo de arte. La torería estará garantizada.

Frascuelo es ese tipo de torero incomprensible para todos aquellos que basan su felicidad en ver un elevado número de pases, en poder pedir oreja tras oreja al usía y en ser el objetivo de las sonrisas chalaneras de su ídolo postmoderno. Esto evidentemente no es lo que trabaja este torero. Eso sí, si lo que se busca es toreo con el capote o la muleta, lidia, colocación y pureza en las suertes, pues el domingo puede ser el día indicado. Otra cosa es también el que acompañen las facultades físicas.

Aunque parezca mentira, Frascuelo es hijo de una dinastía torera, esa que desde hace años ha sido adoptada por la afición de Madrid. A ella han pertenecido el Inclusero, Sánchez Puerto, Sánchez Bejarano, Pauloba, Pepín Jiménez y, lo que son las cosas, incluso Joaquín Bernadó; y otros que después obtuvieron mayor reconocimiento y cosecharon más éxito, como el mismo Julio Robles o Curro Vázquez. Eran otros tiempos en los que los toreros no rehuían una comprometida visita a la calle de Alcalá, para ganarse un puesto en San Isidro. Y a algunos hasta les salió bien el invento y si no que se lo pregunten a un tal César Rincón aquel año en que saló a hombros tantas veces como hacía el paseíllo en Madrid, pero que antes no dudó en acartelarse al principio de temporada.

Frascuelo es uno de esos casos especiales en el que confluye el reconocimiento del aficionado, la injusticia de los empresarios y la mala suerte de una cogida a destiempo, aunque ninguna viene en buen momento. En él se dan las mismas contrariedades que emanan de la fiesta de los toros. Por un lado no podemos dejar de sucumbir a verle vestido de luces y por otro nos cuesta verle en el ruedo después de tantas temporadas colgadas de los machos de su vestido.

Creo que en el tiempo que llevo de viaje con Toros Grada Seis nunca había hablado de un torero antes de que éste sacara lo que lleva dentro en el ruedo, pero no he querido resistir la tentación, sobre todo para demostrar mi adhesión incondicional a este torero, al toreo de verdad. Igual las cosas no salen como esperamos, pero eso entra dentro de lo que son los toros. Eso sí, la forma de no triunfar de este torero no tiene nada que ver con los fracasos de otros. Este no se trae los torillos que más le apetecen debajo del brazo para acabar haciendo el ridículo, tampoco vendrá acompañado de una flota de autobuses repletos de un paisanaje bien pertrechado de bota, merienda y pañuelos orejeros. Y tampoco se tiene aprendidas esas excusas de que ha estado por encima del toro. Pero aunque no vayamos acompañados de los chicos de la peña el “Bajonazo”, cuando el maestro mire para la grada del seis, donde no tendremos las apreturas de mayo, allí estaré yo aplaudiéndole por mí y por mi amigo Pepe Luis. Éste lo verá por la tele, aguantando las bobadas de los locutores de turno; aunque algo me dice que estas cotorras televisivas van a aprender toda la tauromaquia habida y por haber de aquí al domingo y que juzgarán a este torero con toda la severidad con que no se atreven a hacerlo con esos malos sucedáneos triunfalistas con medias rosas. Le pegarán de la misma forma que las olas sacuden violentamente a un islote en medio del mar.

viernes, 18 de junio de 2010

No podemos renunciar a nada


El toro, visto por una niña de siete años


No me voy a meter a estas alturas a hacer un resumen de las ferias concatenadas de Madrid; además sólo necesitaría dos o tres palabras para definirla. Pero lo que si me está llamando la atención es el conformismo, la poca exigencia y el cambio de objetivos de los actuales seguidores de la fiesta de los toros. Lo que a lo mejor es un rasgo de inteligencia para el que otros cuantos no estemos preparados. Y es que ya lo dicen los que saben, que el más inteligente es aquel con mayor capacidad de adaptación a las nuevas vicisitudes que se les presentan.

Al aficionado más conservador, con una visión más general de la lidia, se opone el seguidor que centra su atención en aspectos parciales de la fiesta. Seguro que habrá quien no comparta esta opinión, pero si me lo permiten, me voy a explicar. Actualmente a las corridas de toros se le pide que el toro se deje torear con la muleta, que no moleste y que el toreador sea capaz de perpetrarle muchos pases. Y en esto de los pases se conforma con ver como el toro sigue la muleta, sin reparar qué parte de la muleta sigue.

Según siempre mi opinión, la mayoría de los asistentes a las plazas de la actualidad, renuncian a ver un tercio de varas en su plenitud. No importa tanto dónde y como se coloca el toro en el caballo, dónde y cómo cita el picador, dónde y cómo se ejecuta la suerte y mucho menos el lugar que ocupa el matador mientras el toro va al caballo. Lo de administrar el castigo o la forma de acudir al caballo del toro y su comportamiento en el peto ya es mucho fijarse. No es infrecuente ver como el público pide que no se castigue al toro, aunque éste haya recibido un leve refilonazo con la vara de detener.

Según decían los clásicos, después de ver el comportamiento del toro en el caballo y después de medir su bravura, en el tercio de banderillas era donde ya se podía estimar el estado en que estaba de cara a la faena de muleta. Pero basta seguir una feria como la de San Isidro, para darse cuenta de las pocas veces en que se tiene en cuenta al toro para ser banderilleado, que en el caso de ser un matador el que paree, entonces cualquier idea de la lidia, los terrenos y las querencias salta por los aires como un arsenal mientras el guardia echa un cigarro.

Ya han transcurrido dos tercios de la lidia y ya hemos podido contemplar como casi nada de lo hecho es tenido en cuenta por los fieles asistentes a las corridas de toros de las ferias de pueblos y ciudades. El caballo molesta, los quites no existen y las banderillas sólo tienen sentido si hay carreras, saltos y volatines. Pero que nadie me malinterprete, porque este mismo tipo de público, cuando ve aunque sea un intento de quite se frota las manos como el primero. Lo único que ocurre es que si no se lo ofrecen tampoco se corta las venas.

Y llega el gran momento, la faena de muleta, el gran pilar sobre el que se ha construido la tauromaquia moderna, el sustento de la fiesta, el porque de ir a la plaza, de pagar lo que nos pidan y de sentirse realmente realizado al proyectar la gloria del maestro en un mismo. No importa el toro, si es bueno, malo, alto bajo, feo, guapo, blando, flojo o descastado, a todos se les enjareta la misma faena, esa que tantos éxitos ha reportado otras tardes de toros. Una faena en la que el principal objetivo es la cantidad de pases, sin mirar, como es habitual, ni terrenos, ni querencias, ni mucho menos ejecución. Sólo hay que conseguir que el toro siga el trapo, por cualquiera de sus partes, el pico o la panza, mientras que es cogida por allá donde nos venga bien. Y si un lance tiene un inicio y un recorrido próximo a la faja del matador, para desembocar detrás de la cadera de éste, en el toreo moderno no es necesario. Se renuncia a la proximidad toro y torero y al remate, no importando que el lance se corte en el momento crucial. Despreciamos más de la mitad de lo que podríamos exigir y nos deberían ofrecer.

Pero quizás el toreo moderno se puede permitir el lujo de renunciar a tantas partes de la lidia porque su planteamiento nace de la renuncia más grande y más determinante, se renuncia al toro. Si el protagonista de la fiesta gozara de todos los atributos que le han adornado durante milenios, el panorama sería muy diferente. Quizás obligaría al matador y a todo quisque que se vistiera de luces a conocer los terrenos, las querencias y la forma de sortear y limar las dificultades que se lleva a la plaza desde la dehesa. A lo mejor la suerte de varas sería un recurso de la lidia irrenunciable, fundamental para poder encauzar la casta, la bravura y para conseguir convertir esa defensa en arte. Podría ser que el toreo de muleta dejara de ser un mero acompañamiento de las embestidas del toro, para hacer que cada redondo o cada natural fueran un latigazo para poder al toro y permitir realizar la suerte suprema con pureza y de verdad, importando tanto la ejecución como la colocación. Dejaríamos de ver la técnica del torero y veríamos su poder, su conocimiento de las suertes y la capacidad para “ver a los toros”, eso que tenían los elegidos, pero que hoy no es tan necesario.

Si muchas veces se dice que el amor es una continua renuncia, en este caso esta renuncia se convierten el mayor enemigo de una fiesta que se empezó a fraguar, tal y como la conocemos hoy en día, hace unos doscientos años, que fue avanzando en la conquista del toro, haciéndolo más apto para la lidia, pero con unos fundamentos muy claros a favor del animal, que alcanzó su mayoría de edad casi cien años más tarde y que a partir de las primeras décadas del siglo veinte se fue depurando como un bello arte que se sustentaba sobre el equilibrio entre la estética y la belleza del toreo y la fiereza y bravura del toro. El toro, siempre el toro, el mismo que de las manos de un vendedor de elixires mágicos de feria se quiso convertir en artista y lo único que se consiguió fue generalizar la monotonía, la vulgaridad y una horrorosa uniformidad que lo único que parece pretender es obligarnos a renunciar a demasiadas cosas, entre ellas esta bendita afición.

domingo, 13 de junio de 2010

Julián, “que tiés madre”


Seguro que El Juli habrá tenido que escuchar estas mismas palabras que la “señá” Rita le espetaba a Julián en la Verbena de la Paloma, cuando el joven estaba a punto de perder la cabeza cegado por su ímpetu juvenil. Pero es que el de Velilla debe haber perdido la razón al ver cómo el señor presidente le “robaba” una oreja, “dita sea mi estampa”. Pero, Julián, no te ofusques, que ni te han “robao” la oreja ni te han robado “na”. Y es que a nadie le roban lo que no tiene, y este es el caso de la orejita de hoy. Una oreja se gana cuando el torero, en este caso tú mismo, toma el mando de la lidia, fija al toro y no permite que éste se vaya a su aire al picador reserva; que cuando toma la muleta dice “aquí estoy yo” y que cita dando el medio pecho ofreciendo la muleta plana y cruzándose; que embarca la embestida muy templadito, que se lo pasa por la faja y que remata el lance detrás de la cadera, quedándose colocado para el siguiente, así una y otra vez, hasta que el toro pide el obligado de pecho. Pero este no ha sido el caso. El toreo despegado, estirando el brazo hasta descoyuntarse, retorcido como una maroma, citando fuera de cacho con el pico de la muleta y soltando un mantazo al aire allá donde pillara, con cambios de mano sin venir a cuento y culminando con un espadazo caído después de salirse de la suerte, eso no es merecedor de ningún premio. Es verdad que ha habido gente que ha agitado los pañuelos, pero también los agitan los que despiden al Juan Sebastián de Elcano y por eso los guardiamarinas no se pegan la vuelta al mundo rumiando que les han “robao” una oreja. Julián, en tu fuero interno tú te creerás que eres una figura del toreo, un mandón, lo cual está muy bien, hay que tener alta la autoestima, pero a veces también hay que mirarse en un espejo y hacer acto de contrición. Y si no te miras al espejo, que alguien te pase un vídeo y podrás comprobar lo vulgar y ventajista de tu toreo. La afición de Madrid espera y desea que el año que viene, porque seguro que pasas de venirte antes por aquí, tengas bien aprendida la lección y nos hagas disfrutar con un toreo clásico y de verdad, y no con ese adocenamiento que te aplauden las masas con el alma poseída por el orejismo imperante.

A Alejandro Talavante le podríamos pedir que se decidiera de una vez o por el toreo clásico, el de verdad, ese tan complicado en el que al toro se le dan más ventajas o ese en el que el ventajista es el torero, que se guarda todas las cartas en la manga del pico de la muleta, en el citar fuera de cacho o en llevar al toro a dos metros de la faja, aunque para ello haya que estirar el brazo y doblar el torso artificialmente. Como en tardes anteriores parece que al extremeño aún le quedan destellos de torero. Esos naturales citando de frente nos han despertado la ilusión, reforzada al ver cómo el toro pasaba muy cerca de la faja del torero. Eso nos hacía pensar que no todo estaba perdido. Y es que cada vez nos conformamos con menos. Cualquier día nos van a anunciar por la megafonía que fulanito o menganito van a coger la muleta un pelín más atrás de la mitad del estaquillador y nos vamos a volver locos.

Manolito Sánchez ya no tiene edad para que le digamos nada. Si con los años de alternativa aún persiste en los mismos errores y ni se plantea corregirlos, pues para qué cansarse. Puede que él como otros, se sienta recompensado por sus años de esfuerzo y que gracias a su toreo le llueven los contratos por las plazas del mundo. Igual alguien de confianza le debería abrir los ojos, porque si no, lo mismo llega otro sin ningún tacto y le llama telonero de la figura. Pero seguro que encontrará quien le aconseje bien.

Tres toreros, cada uno en su estilo, que se han tenido que enfrentar con una mansada del Ventorrillo, pero que a parte de los inconvenientes propios de un toro, han permitido que se les hiciera el toreo. Eso sí, si lo que los de las medias rosas esperaban bobonas colaboradoras, se han equivocado de raíz. Lo único que pedían era un mínimo de capacidad lidiadora y de ser toreados de verdad. En cuanto podían salían a escape buscando la puerta de toriles, notaban la puya y salían despavoridos escapando de los petos o se retorcían queriendo quitarse el palo, se dolían en banderillas, se defendían, pero se dejaban torear. Otra cosa es que los matadores pudieran conseguir esculpir una faena con cierto sentido o que no se les atragantara el más pequeño vicio.

Ya se acabó todo, ahora empieza otra feria muy diferente, la de los meses de verano de Madrid. Ahora sí que podremos ver a toreros del gusto de las Ventas, ahora si que veremos a Frascuelo, el último torero, que dentro de quince días vendrá a visitarnos y a recordarnos como se vive esto de verdad. Con él volverá la torería y la sinceridad delante del toro. El público de Madrid le volverá a hacer saludar al finalizar el paseíllo y habrá quien no entenderá por qué. Pero que no se extrañe a nadie, es que no nos gusta desaprovechar ninguna ocasión en la que podamos mostrar nuestro reconocimiento a un torero.

jueves, 10 de junio de 2010

Para saber del toro



En estos días me ha llegado la sexta edición de la “Guía Genealógica de las ganaderías de bravo”, gracias a la generosidad y al estupendo trabajo de Gonzalo García de Castro. He de reconocer que me ha impresionado esa capacidad para recopilar y clasificar tanta documentación.

Quizás habrá quien se sorprenda de que existen más encastes aparte del hoy divinizado Domecq, y entre los sorprendidos no me extrañaría que hubiera algún profesional del toro. Pues que le echen un vistazo al trabajo de Gonzalo García de Castro y que se enteren de lo grande que es el mundo y de las posibilidades que ofrece el toro de lidia; el aficionado agradecería que todos estos taurinos despertasen del letargo que ha provocado el monoencaste y que, además, miraran a su alrededor.

Por el momento no puedo dar detalles sobre la forma de hacerse con el CD, y el libro que está a punto de ser publicado, pero en cuanto tenga nuevas noticias se lo haré saber a todos los aficionados inquietos que quieren saber más sobre el toro de lidia. Yo os dejo una muestra de uno de mis trabajos, que precisamente iba dirigido a los distintos tipos que presentaba cada encaste.

domingo, 6 de junio de 2010

“Arrebañando” orejitas en la talanquera


Si don Juan levantara la cabeza



Petición mayoritaria después de una estocada y una oreja concedida por el señor presidente, lo mismo en el segundo toro y salida a hombros. A tal mecanismo no hay nada que objetar, pero esto que valdría para un teletipo tiene mucha más sustancia. El mal está en que media plaza se vuelva loca con una faena con algunos momentos regulares, muchos vulgares y ninguno excelente. Porque si lo que diferenciaba a la plaza de Madrid de otras era su seriedad y el saber valorar las cosas en su justa medida, en la última del ciclo todo esto saltó dinamitado por los aires. Al concluir las faenas orejeadas, el público asistente a las Ventas empezó a echar abajo el prestigio de una plaza, mientras los aficionados más fieles intentaban mantener en pie lo que tantos años les costó construir y cuidar, pero el poderoso influjo de los pañuelos puede con casi todo.

Los toros anunciados, tanto los del Cortijillo, como el primero de Lozano hermanos, propiedad de los mismos ganaderos, tuvieron comportamiento similar, unos algo más encastados que los demás, aunque nadie se piense que estamos hablando de toros como los que hemos visto en la feria en tres o cuatro tardes. El decir que un señor es más alto que Torrebruno, no quiere decir que ese señor sea necesariamente alto. En líneas generales mansearon, hasta tuvieron sus complicaciones, pero como manda la tauromaquia moderna, su comportamiento en la muleta permitía darle los pases que los coletudos quisieran. El primero fue más complicado, se defendía, pero también hay que decir que fue muy mal lidiado y a poquita casta que tenga un toro, esto lo acusa después a lo largo de la lidia. Igual el tercero, que se quedaba a mitad del lance o el último, que complicó la vida a los banderilleros y que pudo habérsela liado a Martín Antequera, cuando éste se cyó en la cara del toro; afortunadamente una gorrilla salvadora hizo el quite y consiguió distraer al del Cortijillo de su presa.

Pero la corrida tenía guardados dos toros de triunfo para Juan Bautista y aunque para la mayoría triunfó, para otros también dejó evidencia de lo que se le puede exigir. En sus dos trasteos fue capaz de instrumentar lances estimables. En su primero le dio distancia, pero el aceleramiento y el toreo escondiendo la pierna contraria y encogido afeaban demasiado su tarea. Algún natural, puede que de los mejores de las dos ferias, pero volvemos al caso de Torrebruno, y es que no se ha visto el toreo por la izquierda. Una estocada tirándose muy derechito y de efectos contundentes y empezaron a verse pañuelos. Entrando en disquisiciones de pueblo, la faena era para media o tres cuartos de oreja, pero bueno, tampoco era para fusilar al francés. Lo malo es que en su segundo toro, quien se quería ir continuamente a las tablas y al que se empeñó en torear en los medios, lo que le hacía estar encogido, intentando sujetarle a base de pico, retorcimiento y sin mandar lo más mínimo en la embestida, lo despachó de una estocada rinconera y de nuevo se generalizó la petición. El presidente poco podía hacer. Ni la estocada era tan defectuosa como para desoír la petición, ni esta era tan justa que no llegara a la mayoría exigida por el reglamento. El problema era que la gente, con lo visto, pedía la oreja. Oreja y Puerta Grande que habría discutido hasta la madre Teresa de Calcuta. Lo mismo que se puede ver en cualquier plaza de pueblo, que el paisano está liado con el bocata y la bota y cuando se quiere dar cuenta ve que el toro ha doblado y ni corto ni perezoso saca el pañuelo y se pone a vociferar como un poseso. Incluso mientras Juan Bautista paseaba la oreja parecía decir al respetable que él es un “mandao” puesto por el ayuntamiento y que entendía las protestas de algunos.

Otro tanto de lo mismo pudo ocurrir con Miguel Abellán, a quien sí hay que alabarle el que en el cuarto diera distancia al toro y que aguantara las embestidas. Incluso en algún lance se apreció temple, pero el pico, no cargar la suerte y no rematar los pases, les mata; y eso que el animal no quería pico, pedía la muleta plana, pero aquí no se viene a exigir, se viene a embestir. Una media y el descabello hicieron que el madrileño sólo se pudiera dar la vuelta al ruedo.

Arturo Macías tuvo el peor lote y tampoco mostró la quietud escalofriante de su primer día. Intentó desplegar todo su variado repertorio, pero no fue suficiente para encender de nuevo la candela. Abusó del pico como los demás, dio trapazos como los demás, no sabía por dónde meter mano a sus enemigos, como los demás, pero tampoco consiguió la continuidad de los mantazos como los demás, ni matar de una estocada como Juan Bautista. Eso sí, consiguió que en dos entradas con la espada, ésta hiciera guardia las dos veces. Pero ya que más daba, ya se acababa todo, ya nos estábamos despidiendo de nuestras familias durante no sé cuantas tardes, deseando que se pasara el verano lo mejor posible y pensando en el color con el que pintaremos las talanqueras de la plaza de Madrid el año próximo y cuando todos volamos el próximo mayo y volvamos a ver la basura que nos echan, volveremos a decir eso de “peor que este año ninguno”. Pues sí, llevamos ya muchos años, y los que nos quedan, en que este es malo como nunca, aunque será malo como siempre. Yo a los que habéis gastado vuestro tiempo en este blog, a los que me habéis mandado vuestros comentarios, o los que me lo habéis hecho en la plaza, no sé si daros las gracias o compadecerme de vosotros por el aguante. Pero de todas formas, muchas gracias. Aunque nos seguiremos viendo ya no será todos los días para quejarnos de los abusos de la corrida de cada día. A partir de ahora nos quejaremos de otros abusos.

sábado, 5 de junio de 2010

Y seguimos dando la matraca



Esta feria de San Isidro con el apósito del Cumpleaños, ya no interesa a nadie. Ya parece que está pensado todo para fastidiar al personal y ver si se consigue echar de la plaza a los más fieles con este hartazgo inhumano de vulgaridad, bazofia y basura integral. Los que ven el desastre por la tele están hartos, los que lo ven en la plaza están hartos, los que siguen los blogs, están hartos, todos estamos hartos. Pero no creo que sea por el extenso número de corridas, que influye bastante, sino por lo que nos ofrecen estas corridas.

Los Torrealtas y los Palmosillas no ofrecieron nada nuevo a lo que durante todos estos días se ha podido hablar de los toros, que parecen todos hijos del mismo padre y la misma madre. Quien diría que no son un adelanto a la clonación de que tanto se ha hablado hace poco. Llegan al caballo, notan el hierro y se dan el piro, empujan sin ninguna codicia, echan la cara arriba y algunos se duermen debajo del peto, sobre todo cuando el señor picador pone en práctica esa suerte tan en boga del gondolero, levantando el palo y apoyándose en el como si estuviera en Venecia. Toros a los que le pican las banderillas y que, en el mejor de los casos, puede que embistan con codicia en la muleta. Y un denominador común a todos, que andan muy justitos de fuerzas, pero como los señores picadores han decidido afiliarse a la asociación “Salvemos al mulo toro”, pues no se le aprieta, el toro se cae mucho menos, nos lo cuela el señor presidente y pa’lante, como los de Alicante.

Si hablamos de la torería, según los matices de cada uno, a casi todos les podemos aplicar la misma receta, no siguen la lidia, les da lo mismo mostrar el toro en el caballo, que no, no suelen ponerlo en suerte casi nunca, el capote es un instrumento molesto con el que se alivian constantemente echando el pasito atrás y con la muleta despliegan todo su repertorio de torear con el pico de muleta escupiendo el toro de la suerte, citan descaradamente fuera de cacho, se esconden en la pala del pitón, no conducen la embestida, sino que la acompañan, no rematan jamás atrás y después de cada lance se tienen que pegar una carrerita para recolocarse. Y ahora que cada uno añada las virtudes particulares según el maestro de que esté hablando.

Rafaelillo tiene unos tics de pseudogladiador que le hace moverse siempre como si estuviera delante de un marrajo o de una alimaña tobillera. Pero cuando delante tiene una bobona, el espectáculo resulta un tanto anacrónico.

El Fandi por su parte parece que bajó el ralentí de la moto, llevándola mucho menos revolucionada que antes, pero sigue yendo en moto. A otro matador banderillero se le podría recomendar que dejara de parear, pero si se le quita esto al granadino, qué le queda. Aunque hay que reconocerle su variedad con el capote y los intentos de torear con la muleta, pero aún le quedan tres cursos más en la academia de toreros del pelotón de los torpes. Pero insisto en que me sorprendieron sus buenas intenciones. Quizás si alguien le dijera que cuando media plaza pita y abuchea es recomendable taparse y no salir a saludar, pues le iría mejor en Madrid. Ojalá que encontrara alguien que le quisiera bien y le pusiera las peras al cuarto; a lo mejor nos encontrábamos con un torero muy diferente. Respecto a las banderillas, pues o aprende desde cero o no vuelve a coger los palos o decide no pegarse esas carreras, darle más ventaja al toro, cuadrar en la cara sin histrionismos y salir andando del embroque.

Matías Tejela parece un chaval majete, pero para ser torero no es suficiente. Yo personalmente creo que hasta podría hacer las cosas como Dios manda, pero está tan, tan viciado que parece complicado que en cada lance no eche la pierna contraria atrás, tan atrás que un día se va a descoyuntar. Luego como todos, incluido el Fandi, no puede buscarse la orejita metido entre los cuernos. Ese es un recurso de mal torero, que lo único que muestra es la incapacidad para haber hecho antes el toreo. ¿Se imagina alguien a Fernado Alonso, después de no haber ganado un gran premio, estampando el coche contra un muro para demostrar los congojos que tiene? ¿o plantándose al frente de la parrilla de salida cuando tiene que salir desde la última posición? De momento sólo nos queda una tarde para seguir dando la matraca a todo el mundo y después volveremos al mundo de los vivos y abandonaremos este mundo de muertos vivientes en que se ha convertido la plaza de Madrid.

viernes, 4 de junio de 2010

Monsieur Castelá, Señor Pereraaaa, pegar pases no es “atorear”


El ayudado por alto no es un banderazo a la Tramontana




Tengo que confesar mi perplejidad ante estos dos fenómenos de la tauromaquia postmoderna, ejemplos del pegapasismo, que después de quinientas corridas por temporada, han sido incapaces de aprender a “atorear” y por más pases que den, el aficionado de Madrid se queda frío, y no me refiero a los que cumplen su corrida anual una tarde en las Ventas. El aficionado es otra cosa. ¿Qué harían estos chicos con el aficionado que sacó al Guerra de sus casillas? Aquel Guerra que dijo que “en Madrid que atoree San Isidro” ¿Qué harían estos chicos con aquellos públicos que contaban los pases a los destajistas del toreo?

Monsieur “Castelá” se pasea por el ruedo inmerso en su mística de opereta, cimbreándose por el ruedo de Madrid como si fuera un demiurgo de la tauromaquia, meditando sobre sus cosas, pero sin pararse ni un segundo a pensar en las condiciones del toro. Así le pasa que tiene delante un carretón y para lo más que da la ciencia de este señor es para citar dos tandas desde lejos y luego acortar las distancias hasta el encimismo, pegando mantazo tras mantazo, intercalado de algún trapazo que otro, siempre con el pico de la muleta, agazapado en la pala del pitón y soltando al pobre animal la misma faena que le hace a una bobona, que a un novillo, que a una máquina de tricotar. Él estaba absorto sin creerse la “obra de arte” que estaba a punto de culminar. Pases amontonados, que no ligados, cambios de mano sin razón y desplantes posando para la foto de su próximo cartel promocional. Pero en el momento crucial, cuando los locutores de la tele ya debían haberse vuelto locos y el resto de la plaza tenía perdida la cabeza, pincha. Tanto trabajo pa’na. ¡Qué desolación! Pero como lo que vale son las orejas, ya nada tenía sentido, la fidelidad incondicional se convirtió en un “ahí te den”, Que injusticia. Pero monsieur “Castelá” se marcharía casi feliz para seguir representando su papel en esta absurda opereta del toreo moderno. Seguirá meditando sobre su inmóvil estoicismo, sobre eso de dar siete pases sin mover los pies que vuelva loca a la gente, pero que hay quien desearía que se moviera. ¡Muévase monsieur “Castelá”, muévase! Yo personalmente creo que es mucho más arriesgado hacer el toreo, primero no utilizar la muleta para pegar telonazos, en lugar de llevar la embestida e ir ganado terreno al toro paso a paso. Hay que moverse para irle demostrando que allí hay un torero que cada vez le hace retorcerse más, que le come su terreno y al que no puede enganchar. Pero ya digo que esto es un gusto personal.

Pero no sólo de “Castelá” vive el neoaficionado, si éste falla tenemos a Pereraaaa, el que sin ninguna duda mantiene en alto el cetro de la vulgaridad en el toreo. Si de otros decimos que tiene gusto, de éste, de éste no se puede decir nada. Es la sinrazón con medias rosas. Lo mismo recibe al toro entre mantazos a pies juntos, que se convierte en una veleta dando giros sin gracia mientras el torete deambula por allí. No se puede ser más previsible. En la grada hasta se radiaba lo que iba a hacer el extremeño, antes de que nada lo pudiera anunciar, pero es que son tantas veces, tantas tardes, tantas faenas clónicas, que la gente ya se lo sabe. Para algunos será un mérito al alcance de muy pocos, pero yo creo que el toreo es otra cosa. Y además de todas las virtudes que adornan a Pereraaaa, últimamente se le adivina otra más y es la de exprimir bobonas. Basta que el animalito no se tenga en pie, que pase más tiempo rodando por la arena que de pie, basta que el público le pida, le ruegue, le suplique que acabe, para que él siga pegando pases y pases y pases y pases y pases y a veces mire con desdén al tendido para seguir pegando pases y… Imagino que lo hará por agradar y no por fastidiar, no se me ocurriría nunca pensar mal de un profesional, pero da toda la sensación que lo que intenta es molestar. Pues él vera. La lástima es que se ha convertido en una figura del toreo de plazas de tercera y lo que es peor, parece que pone verdadero empeño en seguir investigando en todos los secretos para triunfar en las plazas de carros. Allá cada uno.

Alguien habrá echado de menos que aún ni he mentado al Fundi. Y tiene razón. No he querido mezclar a esa panda con este torero. El Fundi ha sido un torero que nunca ha despertado pasiones en mí desde el punto de vista artístico, pero aparte de que con los de Victoriano del Río no se encontró, siempre ha sido honrado, lo ha dado todo delante de toros de verdad y siempre ha parecido buscar su mejora. En la corrida ha sido el único que ha presentado la muleta más o menos plana, pero la gente no estaba para esas cosas. Ha intentado llevar la lidia con orden, dejando el toro en le caballo, haciendo las cosas como Dios manda, a gran distancia del circo verbenero de sus compañeros de terna. Pero quizás la mayor diferencia entre uno y otros es que este uno se enfrenta a toros casi todas las tardes que se viste de luces, cosa que Monsieur Castelá y el Señor Pereraaaa no saben lo que es.

¿Y los toros?, pues en ese límite odioso entre toro y novillo, aunque algunos parecían claramente lo primero, entre los que a veces sale uno como el quinto toro, ese que embestía y embestía con una nobleza empalagosa, que exigía que su matador subiera a los cielos del toreo como un cohete. Iba por el derecho, el izquierdo, de lejos, de cerca y hasta te contestaba al teléfono. Afortunadamente nadie le pidió la vuelta al ruedo, sería porque alguien se acordaba de cómo salió espantado del caballo buscando la tranquilidad de los terrenos del uno. Pero hay una cosa que durante la corrida se me vino a la mente mientras veía salir estos anovillados ejemplares de Victoriano del Río y que se me quedó dentro y es que este ganado era el elegido para la primera actuación de José Tomás. Para mi la categoría de este torero está fuera de toda duda y creo que es uno de los pocos que puede revitalizar esto, pero si vamos con ganado como este y en Madrid, lo único que se logra es sembrar la sospecha del aficionado, y esto no es bueno para nadie, bueno sí, para los públicos merendadores que idolatran a Monsieur Castelá y al Señor Pereraaaa.

jueves, 3 de junio de 2010

Morante, el embrujo de la Puebla


Muchos dirán que ha parado los relojes, otros los corazones y otros, Dios no lo permita, los marcapasos. El caso es que cuando Morante de la Puebla despliega todo su aroma delante de un toro, consigue embrujar a todo aquel que presencie tal acontecimiento. Él solito es capaz de hacer entrar en estado catatónico a toda una plaza como la de Madrid. Tarde pintoresca y preparada con esmero por los ingenieros de carteles, caminos y ferias que tiene en nómina Taurodelta.

De entrada los Núñez del Cuvillo, esos toros que se mantienen dentro de una línea de regularidad asombrosa. Asombrosa porque como se desvíen de esa línea, o tiran para el novillo descarado, manso, sin casta y sin presencia, o en dirección contraria hacia el toro con trapío, casta y bravura al que las figuras no querrían ni ver, y entonces se resentiría el negocio. Están en un sí pero no, que vale a casi todo el mundo. ¿Son toros con trapío? No ¿Son novillos con pinta cabras? Pues tampoco. Y esa disyuntiva se puede aplicar a todo lo que se le deba exigir a un toro de lidia. Flojean, sin estrépito, aguantan en el caballo, sin deslumbrar, les pican las banderillas como la pimienta y a la menor que pueden se van buscando los toriles, pero luego llegan a la muleta y embisten, sin derrochar clase, ni emoción, pero van y vienen. Y además, como son de buena familia, no hacen ni un feo al matador. Aunque raro que es uno, yo los prefiero con peores entrañas, a ver si así se puede saber lo que cada matador puede dar de sí, manías de uno.

Los matadores respondían a criterios muy diferentes, Morante de la Puebla, el que tira del aficionado, Cayetano, el que tira de la jet y la gente guapa estupendísima de la muerte y Daniel Luque, el que tira de los orejainómanos y público en general que quiere divertirse. Aunque muchos de los asistentes no esperaban gran cosa, quizás contagiados por el desastre continuo que ha caracterizado a la feria.

Salió el primero de Morante al que el sevillano no hizo demasiado caso, hasta el trasteo de muleta en que recibió al pobre Núñez del Cuviillo por bajo, como si fuera una alimaña que después de tres varas necesitara un castigo extra. La verdad es que los lances por bajo resultaron muy estéticos, llegando casi al macheteo, haciendo retorcerse al animal, al que le esperaba la cuchillada con que le despachó. Estaba claro que este no era el momento. Habría que esperar al tercero en el que Morante de la Puebla entró en quites, primero con unas espléndidas verónicas trayéndose al toro muy enganchado desde muy adelante, para pasárselo por la faja y despedirlo detrás de la cadera, dejándolo colocado para la siguiente, en que parecía que acunaba al torete en los vuelos del capote. Después y gracias a la generosidad de Daniel Luque, que le invitó de nuevo a responder a un quite suyo, el de la Puebla contestó con unas chicuelinas ofreciendo mucho capote y quitándoselo despacito, convirtiendo el lance en toreo y no en el trallazo y volatín eléctrico en que se ha convertido en manos de muchos jovenzuelos.

El momento de embrujo de Morante de la Puebla prosiguió en el cuarto de la tarde, al que recogió sobre el tercio y verónica a verónica se lo fue sacando a los medios, donde decidió abrochárselo con una media verónica. Continuó con un quite estupendo por delantales que cerró con una media increíble. El sevillano consigue que estos quites en otros son pirotecnia y volatines se conviertan en toreo, lentitud y arte. Ese embrujo que nos hace olvidar hasta que el toro es un seminovillo, semiencastado y semiblandengue Núñez del Cuvillo.

Cayetano no fue el de la confirmación, ni mucho menos. Este torero tiene gusto y a veces tiene ramalazos toreros, como fue la forma de citar en un quite por gaoneras, echando el capote al suelo para aprovechar la arrancada del toro y con una larga echarse la tela a la espalda para realizar el quite. Quite embarullado y con enganchones. El resto de su tarea fue anodino, con demasiadas distancias al pasar el animal, con el pico, escupiéndole de la suerte y sin recursos lidiadores que le permitan resolver la más mínima complicación.

Por su parte Daniel Luque, que veía que el año próximo no le renovaban este abono particular que se ha sacado este año para Madrid, salió con ganas de demostrar que vale. Su momento estelar se produjo a rebufo de Morante, al que primero quiso responder por verónicas y después por chicuelinas, dando lugar a comparaciones en las que siempre sale perdiendo el aspirante a figura. Uno todo despaciosidad y torería, el otro voluntad, pasito atrás trapazos a tutiplén. Pero en este ambiente tan favorable, incluso estuvo a punto de oreja si no es porque a los toros hay que matarlos. Empezó la faena de muleta con cierta gracia, sacando al toro hacia los medios y con trincherazos a pies juntos estimables, pero como la naturaleza de cada uno siempre se impone, no tardaron en aparecer los trallazos con el pico, estirando el brazo y vaciando la embestida allá donde pillara. Quizás alguien debería decirle a Daniel Luque que los engaños son para dejárselos ver a los toros, no para enseñarlos y quitarlos de repente con un ¿lo ves? Pues ya no lo ves. Torear es algo muy diferente a esto. En su segundo ya no hubo opción, al público se le había pasado la euforia del tercero y del cuarto y no estaban en la misma disposición que cuando estaban bajo los efectos del embrujo de Morante.

miércoles, 2 de junio de 2010

Unas gotitas de arte en el desierto


Hoy he decidido ser condescendiente y dejarme llevar por el arte que han mostrado Juan Mora y Curro Díaz, o para ser más exactos, por la predisposición y capacidad para convertir un instante en un derroche de arte. ¿Y por qué han sido sólo unas gotitas? Pues igual había que ir a preguntárselo al ganadero del Vellosino. Él sabrá el motivo por el que sus toros ni parecen toros, ni se comportan como toros. A ese peculiar aspecto de bueyes hay que sumarle un comportamiento más propio de un mulo, o de cualquier otro animal de carga. En el caballo sólo empujaban para afuera y cuando era a contra querencia, entonces se echaban la siesta debajo del peto, cuando no corneaban el peto o se iban sueltos. Esperaban en banderillas y en la muleta era un triunfo conseguir que repitieran la embestida, fenómeno extraordinario que sólo se producía cuando el segundo muletazo les marcaba el camino de las tablas. El único que permitía hacer un toreo con más continuidad ha sido el quinto, pero el problema era su lidiador.

Los tres matadores respondían al corte de torero artista, cada uno en su estilo. Juan Mora, muy clásico Curro Díaz, con mucho pellizco y Javier Conde, el que mejor pone posturas del mundo mundial y que disfraza el destoreo de no se sabe qué.

Juan Mora no encontró toro en ninguno de los dos de su lote y se tuvo que conformar con el comienzo de faena en su primero, con pases por bajo, rematado por uno del desprecio. En el otro, que se quedaba a mitad de viaje, nada de nada, sólo la desorientación que provoca entre los que no están muy atentos y que se preguntan si ya ha cambiado la espada para entrar a matar. Pues no, no la ha cambiado, la trae ya preparada de casa; se echa de menos eso de que el matador salga en el último tercio con la espada de verdad y en el momento en que el toro se para, no tiene nada más que perfilarse y echarse sobre el morrillo, aunque a veces haya que echarse una y otra vez, como le ocurrió al extremeño en el que abría plaza.

Javier Conde mantiene posturas y ademanes de toreo artista, desentendiéndose de la lidia, interviniendo lo menos posible o nada y si después de tres trapazos el toro le mira mal, pues a matar. Pero aparte de esta pose, nada de nada. Pico, trapazos, medios pases, posturas y la cara desencajada como si acabara de fraguar una obra de arte única, pero de torear, ni de salón.

Quien si toreo, mientras los Vellosinos lo permitían, fue Curro Díaz, aunque se lo permitieron con cuentagotas. Unas verónicas de recibo en su primero, un comienzo de trasteo muy torero con trincherazos y derechazos muy desmayados, una buena serie de redondos por el derecho y otra aún mejor. Nada por el pitón izquierdo, por el que la embestida del toro no tenía ninguna emoción, pinchazo y una estocada que fulminó a su primero. En el sexto, bastante abanto y no queriendo pelea con nadie, nos obsequió con unos buenos naturales que acabaron de exprimir el poco brío del animal, y los pases de pecho en que se sacaba al toro por la hombrera, haciéndonos olvidar esos banderazos en los que muchos han convertido este pase.

También hay que destacar un gran par de Manolo Montoliú, toreando desde que cogió los palos, andándole muy bien al toro, dejándose ver y cuadrando y clavando en todo lo alto en dos palmos de terreno, cuando el toro estaba muy cerrado y muy parado en terrenos del 2. Y por favor, se ruega a los señores que viste castoreño y gregoriana que en el momento de hacer la suerte de varas se abstengan de dar la panza del caballo y de esperar a que el toro choque contra el peto para picar, y que den los pechos de la cabalgadura y que detengan al animal con la vara. De esta forma se evitarían espectáculos como el que dio Pepillo Hijo, cuando después de verse descabalgado se subió al caballo en marcha y machacó al toro, más por hacerle pagar la afrenta que por ahormar la embestida. No se puede decir que saliéramos locos de alegría de la plaza, pero por lo menos nos quedaba el consuelo de haber visto gotitas de arte en este desierto de vulgaridad que son las ferias encadenadas de Madrid y todo el orbe taurino de la actualidad.

martes, 1 de junio de 2010

Un pan como unas tortas


Que alegría más grande, acaba San Isidro, empieza la fiesta del cumpleaños de la plaza y podemos seguir disfrutando todas las tardes de estas basuras monumentales que nos ha preparado la empresa de Madrid, con el inestimable auspicio del Centro de Asuntos Taurinos, organismo encargado del sector de los cuernos y verbenas de la Comunidad de Madrid; esa misma comunidad que ha declarado la fiesta de los toros Bien de Interés Cultural, aunque no se sabe muy bien para qué.

De momento todos están a sus anchas, mientras que los memos que pagamos nuestra entrada nos enredamos en que si fulanito mete el pico o si éste es una birria de torero y aquel la reencarnación de Lagartijo el Grande. De si esta ganadería pasa el reconocimiento o no, de si a estos les falta casta o si aquellos son unas cabras. Nosotros en estas disputas y ellos entretenidos contando los billetes y diciendo eso de dame pan y llámame tonto.

Nos montan una feria infame y con decir que este año ha estado fatal, ya vale, nos cuelan la del Cumpleaños y como no es obligatorio sacar las entradas para los abonados, pues pueden hacer lo que quieran, ¿qué no te gusta? No lo saques; pero ellos saben por qué lo hemos sacado, por José Tomás y ahora van y nos cuelan al Juli, que no es de mi agrado, ni mucho menos, pero bueno, ahí va aguantando el tirón, pero ¿y lo Perera? Eso no hay por donde agarrarlo. Pero que no se crean en el derecho de hacer lo que les venga bien, sea en la feria, en julio, agosto o Pascua Florida, deben ofrecer un mínmo de calidad.

Como estreno la corrida de Valdefresno, a la que no voy a dedicar nada más que lo meramente imprescindible, pero parece que fue la corrida ideal para estrellar a uno de los escasísimos toreros que pueden azuzar con su torero a los pintamonas del momento. Si nos paramos a pensar, la corrida no tenía nada favorable para el riojano; torillos comerciales y compañeros más comerciales todavía. Probablemente nada de lo que hubiera hecho habría tenido el mérito de otras veces, precisamente por la falta de toro. Aunque esto tampoco debe servir de excusa para la actuación de Diego Urdiales, quien a parte de no estar bien, se puso pesado, muy pesado, intentando justificarse. Él ya se ha justificado muchas veces delante de señores toros, ya sabemos lo que da de sí, mucho, y no necesita estar ahí dando trapazos, porque ni él, ni nosotros nos lo creemos.

Los otros dos torerillos, Rubén Pinar y Miguel Tendero, al paso que van no van a tener contratos ni para la feria de su barrio. Pero lo que no deja de sorprenderme es que esos sesudos gerifaltes de la feria no se den cuenta de la que está liando. Lo que hacen es pan para hoy y hambre para mañana. Me decía mi amigo Antolín Castro a la vuelta a casa de la corrida, que quieren echar al aficionado para poder campar a sus anchas, pero si esto es así, que cuenten con que los advenedizos de turno son mucho menos fieles que el aficionado, que aquellos quieren satisfacción inmediata y que no saben esperar, ni ver todo lo que los toros pueden ofrecer. Que aquellos son unas novias mucho más guapas, más altas y más simpáticas que nosotros, pero al final el cariño no les va a venir de la guapa, al final, los grandes triunfos y los reconocimientos que les saben a gloria son los del aficionado, ese que valora hasta que el torero no dé pases, si no hay que darlos. Que se lo piensen muy bien, porque con estos estrambotes de ganado fofo, toreros filfas y esas ganas por estampar contra la vulgaridad aquellos que pueden hacer sombra a las figuras, puede que estén haciendo un pan como unas tortas.