jueves, 31 de mayo de 2018

Y el problema es el trapío, ¿no?


Quizá estaría bien no confundir el arte, con lo pinturero

El señor Ponce, don Enrique, no parece satisfecho con la situación actual de la fiesta; qué cosas, como servidor, aunque sospecho que el descontento de cada uno va por caminos opuestos. Dice el señor Ponce, don Enrique, que con los toros con kilos, esto se va a pique. Ni sí, ni no, si son toros con caja, no tiene por qué, pero si son los novillotes con los que él se anuncia, cebados como gorrinos, pues sí, esto se acaba. Se queja el señor Ponce, don Enrique, que con el toro con el trapío que quiere el aficionado, esto también se acaba. Aquí no me atrevo a discrepar, pues lo primero que habría que saber es a que se refiere cuándo dice “esto”. Si es su negocio, su montaje de gran maestro, esta farsa de toreo distante a ganado bobo que lleva debajo del brazo por esas plazas de Dios, pues igual sí es verdad que se le descubra el tinglado y se le acaba todo. Pero en mi humilde opinión, opinión muy personal por otro lado, si lo que se impone es la mona enclenque, el animal descastado, sin presencia, en la mayoría de los casos anovillados y que para tapar las vergüenzas a veces les ponen kilos que no soportan, entonces sí que se acaba todo, pero si lo que sale es el toro, el que él no quiere ni ver, pero ni en foto, el toro que te encoje el corazón,  el que exige toreros, el que exige a los toreros, esto puede hacerse eterno ¿Que a él no le gusta? Bueno, él tampoco hace demasiada gracia al aficionado, al que a la trampa llama mentira y al fraude, timo; no al que a esa trampa llama arte y elegancia y a la mentira y al fraude, maestría. Pero ya digo, cuestión de puntos de vista. El señor Ponce, don Enrique, torero que en sus inicios encandiló a Madrid, mientras él estaba encantado con la admiración y respeto de una afición que por aquel entonces consideraba entendida, viajó a velocidades ultrasónicas al extremo opuesto, a ese acomodarse, ese no querer comprometerse, para llegar hoy en día a poner en duda todo lo que le venga del aficionado de Madrid y sintiéndose como pez en el agua en medio de esa algarabía de transeúntes que idolatran los despojos por encima de todo, que se entregan a la diversión antes que a la pasión y que prefieren la juerga a pasar miedo viendo a un torero ante un toro.

Son demasiadas las casualidades que se dan en la plaza de Madrid un día en el que asoman las figuras, ganado a modo, Garcigrandes descastados bobos, que parecen alimañas en el momento en el que no se toreen solitos. Que con nada, hacen sudar a los actuantes, que de repente deciden que un animal de estos es una fiera que se les quiere comer. Confirmaba la alternativa Jesús Enrique Colombo, quién fue máxima figura del escalafón novilleril, lo que dice muy poco del estado de la novillería. Con todos los malos modos de sus mayores y la misma falta de recursos de estos. Quedó claro por dónde iba la cosa cuándo a su primer novillote no fue capaz de sujetarlo en el capote, porque claro, los trapazos no sirven, hay que torear y meter a los animales en los engaños, hay que enseñarlos, que en el campo, aunque sea en el campo charro, no aprenden, que dicen que en Salamanca hay universidad desde hace ocho siglos, pero no es para los toros. Un primero inválido, que hasta derribó al pica, por eso de no mantener el palo cuándo debajo hay uno de negro. En banderillas el venezolano muestra facultades para clavar unas veces más pasado que otras y hasta por ambos pitones, lo que no está mal. Ya en el trasteo de muleta desplegó todo lo que es el toreo moderno, pico, falta de mando, sin temple, echándose el animal para afuera y dando la sensación de acoplarse cuándo el moribundo de Garcigrande se arrastraba por el ruedo y el toricantano acompañaba la lentitud del caminar con posturas de toreo parsimonioso y relajado, lo cuál resultaba, cuándo menos chocante y fuera de lugar. Al que cerraba plaza se limitó a darle capotazos sin sentido, dejando que el toro fuera a su aire, ahora voy al caballo, ahora no voy, ahora me marcho, Quiso comenzar la faena de rodillas y los desarmes se sucedían una y otra vez. Hasta cinco le contaron. Pico, carreras, lejanías, enganchones y el moribundo haciéndose el amo. Gran futuro a Colombo, que no molestará a ninguna de las figuras, que seguro que no le verán como una amenaza. Hace lo mismo que ellos, pero con mucha menos experiencia.

El señor Ponce, don Enrique se hacía presente en su única participación en la feria, con ganado, compañeros y usía muy bien elegidos. Su primer novillo fue devuelto por manifiesta invalidez, saliendo en su lugar uno de Valdefresno, con algo más de presencia, quizá la justa para que el maestro se enfurruñara un rato. Nadie, ni el matador, era capaz de sujetar al animal, que a la mínima se iba a emplazar en terrenos de toriles. Tuvo que ser Mariano de la Viña el que pusiera un mínimo de cordura, con capotazos suaves por abajo. El señor Ponce, don Enrique, puso las dos veces al toro en suerte con dos revoleras. El animal empujó con fijeza en la primera vara, para acabar dejándose sin más en la segunda. Tomó la muleta comenzando por abajo con la diestra, abusando en exceso del pico. Ya erguido continuó por el mismo camino, pasándoselo muy lejos, muy perfilero y con la pierna de salida allá por Manuel Becerra, empalmando algún derechazo, con lo que levantó el ánimo de los que tenían el turno de visita el día de san Fernando. Intento de toreo con la zurda y un enganchón inoportuno le hizo desistir; y es que no tiene suerte, el señor Ponce, don Enrique, con los toros, que desde hace casi treinta años no le van bien por e pitón izquierdo, al menos en la plaza de Madrid. Más pico, enganchón, enganchón también en los adornos finales y entera caída. Con el flojo cuarto, otro novillote adelantado, capotazos siempre enmendándose. Derribó el animalito al caballo, más que por el ímpetu y fortaleza, que no tenía, por ese no mantener el palo de los picadores y claro, puede pasar que en un mal derrote, montado y montura vayan al suelo. El caso es que no se le picó y quedó con cierta brusquedad, bronco en las embestidas, no apto para acompañar, quizá pidiendo que alguien le ofreciera una muleta con mando, pero no salieron voluntarios. Muletazos por un lado y por otro, para proseguir con un macheteo como si el Garcigrande fuera un pregonao de libro. Que no es la primera vea que el señor Ponce, don Enrique, se inventa un manso y le da lidia de manso, con lo que esto gusta al personal no fijo eventual. Pero ni por esas, no podía con el novillote y tiró de arrimón, como cualquiera, aperreado con un toro que casi ni genio sacó. Sí hay que valorar la celeridad con que el señor Ponce, don Enrique, tomó el capote y se hizo cargo de la lidia del quinto de la tarde, tras el tremendo volteretón que sufrió Castella. Podría haberse quedado quieto, pero quizá habría esto contribuido a que el animal se orientara, así que con buen criterio, hasta que el francés se recuperó, se hizo cargo del de Garcigrande.

Proseguía Sebastián Castella su periplo torista, Jandilla, Garcigrande y le queda el compromiso de Victoriano del Río, que deseo de corazón, que cumpla, tras la aparatosa cogida de esta su segunda tarde. A su primero le saludo con capotazos sin fuste alguno, que lo mismo me doy la vuelta, que me la doy otra vez. En el caballo hizo sonar el estribo, para salir suelto en la primera vara y taparle la salida en un puyazo trasero en la segunda. En el último tercio, Castella ya comenzó dejándose enganchar la tela. Citaba dándole distancia al toro, abusando del pico y dando la sensación de que no se hacía con el de Domingo Hernández. Muletazos con la muleta atravesada, más enganchones, por ambos pitones. Mucho trapazo y mucha vulgaridad desesperante.  A su segundo le recibió con capotazos a pies juntos, sin pretender encelar al toro en la tela y al tercer lance el toro se le vino directo a él, llevándoselo por delante, haciendo que parecieran eternos esos momentos en que estaba a merced de los pitones, en que cuándo parecía que iba a caer en la arena, volvía a rebañarlo el toro. La cornada parecía segura, tras semejante paliza, no podía creerse que solo tuviera males menores o mejor dicho, sin aparente gravedad. Evidentemente la conmoción fue grande. Mientras, con criterio, Ponce se hizo cargo de la lidia. Una primera vara muy trasera, en la que el animal peleó y todo. Ya en el segundo encuentro se incorporó Castella, dejando al toro con una revolera. Picotazo, para irse suelto. Lo que no se puede negar al francés es la disposición tras semejante percance. Comenzó la faena de rodillas, lanzando trapazos, quitándose al Garcigrande de encima, sin torear, pero lo que contaba en el público era eso de ponerse de rodillas. Ya en pie, continuó abusando del pico y muy retorcido, muletazo por la espalda, algún que otro enganchón y el animal siguiendo la tela. Al pitón derecho, con la misma tónica, que si me pongo de frente, pase por aquí y por allá, con unas formas y mañas de un gusto, digamos, muy popular, coronado con el consabido arrimón, trapazos por los dos pitones y estocada tirándose para dejar una entera bastante trasera. Y don Gonzalo Julián de Villa Parro, sacó a otro más a cuestas, convirtiéndose en el más benévolo, generoso e irrespetuoso presidente de la plaza de Madrid, con la plaza de Madrid, en la actualidad. Y casualidades de la vida, siempre le designan para las corridas claveleras, aunque esta calificativo ya me parece exagerado y  demasiado elitista, que tal cómo marcha esto, podrían llamarse a estos festejos los del cardo borriquero, exclusivo para amantes de lo chabacano y populachero, aunque ya saben, con todo lo que estamos padeciendo, llega el señor Ponce, don Enrique, nos ilumina, todos buscando las causas de esta debacle y el problema es el trapío, ¿no?

miércoles, 30 de mayo de 2018

La cantinela de siempre


Lo bien aprendidos que salen algunos de las academias taurinas, que luego ves uno y los has visto todos

Imaginen que ustedes son aficionados a la música, les gusta acudir a conciertos y todos los días toca “la vaquita lechera”, interpretada por uno afónico, otro día por uno con menos oído que una piedra, otro por uno que no se sabe la letra, otro día por uno que no se sabe la música, el que lo susurra, el que libera gallos, el que se queda en blanco, al que se lo van chivando, el vergonzoso que canta de espaldas al público y al final de cada concierto, así hasta completar más de un mes de horrores, sale uno o varios señores que te dicen que esta maravilla es un prodigio de la naturaleza y que si no lo has sabido apreciar, es que eres una mala persona, un insensible, un reventador, que faltas al respeto a los artistas, que si vas de mal café es mejor que te quedes fuera, que eso es cultura, arte y que no eres nadie para echar todo eso por tierra. Y a todo esto, de acompañamiento, cada día sale un alguien diferente, que solo toca el piano con dos dedos, muy elegantemente, pero solo con los dedos de hurgarse en la nariz. Y a la salida, vas y pretendes contar lo que has visto. Pues hagan un esfuerzo mental, por favor y sin pretender abusar, y trasládenlo a los toros y más concretamente a la feria de San Isidro, y puestos a concretar, a la corrida de Torrehandilla.

Nos repetimos hasta la saciedad con que los toros no son toros y los toreros tienen poco de toreros. Un prototipo de la modernidad. Una novillada bien presentada de Torrehandilla, remendada con dos de Torreherberos, el cuarto y el sexto. El entrar en detalles me parecería en esta caso abusar de su tiempo y dar categoría de corrida de toros a esta mamarrachada que sucedió en la plaza de Madrid el día después de una suspensión con muchos puntos oscuros. Del ganado se puede decir poco o nada, lo ya reseñado, escasa presencia, mansa, descastada, floja, sin poder picar a ninguno de los seis, si acaso algo más al sexto, el sobrero de Virgen María, pero sin alegrías, que entre la nada y el poco, a este le tocó lo poco. El primer tercio se reducía a que los toros llegaban al caballo, sin que nadie cuidara su colocación, simulaban la suerte apoyando el palo, cuándo no era sentirlo y salir volados. Se dejaban en el peto y punto. Animales que llegaron al último tercio arrastrándose, que a duras penas iban y venían detrás de la muleta, siempre y cuándo no se les forzara; que se les dieron mil trapazos, pero ninguno con un mínimo de sometimiento que sirviera para dar a aquello una pátina de dignidad. Que seguro que habrá quién afirme que a estos toros se les podía haber sacado más; depende, si sacarles más es darles más pases y quizá de mejor trazo, es posible, pero es que siento que en estos casos no hacemos otra cosa que hacerle el caldo gordo a los taurinos, al que trae este hierro, que a su vez contrata a estos toreros y a los que interesadamente les jalean. Hace dos días hubo quién por televisión se atrevió a decir que lo de doña Dolores estaba podrido, porque salió una mansada. ¿Y qué decimos de lo de Torrehandilla y de todas las ganaderías cortadas por el mismo patrón, incluida el santo y seña de la modernidad, Núñez del Cuvillo? Que lo de la mansedumbre se puede intentar solucionar buscando la bravura en la selección, pero, ¿y esa alarmante falta de casta, ausencia absoluta de casta? ¿Qué solución se le pone a eso? ¿Taparlo con optimismo? Quizá otro día, sí, pero en este momento no estoy por la labor de contar dos embestidas sin que el animalejo rodara por el suelo. Ya digo, quizá en otro momento. Que de toros y sus embestidas, sé poco, pero de embestidas de burros, de esas ya les digo que ni inventando podría hablar.

Sobre los matadores, pues bien, tampoco hace falta extenderse demasiado. Daniel Luque sigue asomando por el ruedo de Madrid, más que por sus grandes triunfos en esta plaza, dicen que por la ascendencia que tiene por parte de la empresa que desgobierna las ventas. Torero vulgar, al que ya ni se le ven esos intentos de toreo de capote. Ausente de la lidia, que solo se implicaba en el primer tercio, cuándo casi antes de que sus toros chocaran contra el peto gritaba: ¡Vale, vale! Eso es saber estar, saber lidiar ¿verdad? Con la muleta era una sucesión de trapazos tramposos, abusando del pico de la muleta, descolocado y teniendo que recuperar con carreritas lo que no mandaba con el engaño. Que para este torero el máximo de entrega es tirar la espada de mentira, ese palo que usan para montar la muleta, y dar trapazos con la flámula del revés, cambiándosela de mano. Que no digo yo que esto no guste en otros lugares, pero entonces, que lo haga allí. Aunque tal y cómo está Madrid, aquí ya entusiasma hasta el número de la cabra.

David Galván es torero de alternativa, eso es evidente, pero, ¿nadie le ha contado lo de la colocación en el ruedo, lo de no convertirse en un bulto sospechoso durante el primer tercio, que si se está picando el toro de un compañero, quizá no sea el mejor momento para ponerse a dar patadas al capote o torear de salón. Pero en estos tiempos, lo mismo Galván, que la gran mayoría de toreros, lo que espera es el último tercio, para liarse a pegar muletazos a diestro y siniestro, muletazos tramposos, enganchados, intercalados de mucha carrera, fuera de cacho, sin rematar. Que los inicios con un pase cambiado tienen mérito cuándo de verdad se cambia el viaje al toro, no que a varios metros ya le diga que por aquí. Sin bajar la mano a su segundo, no fuera a ser que el señor presidente de turno, también tan creativo él, le diera por devolver el toro a los corrales después de la segunda tanda de muletazos. Faenas eternas, faenas vulgares, sin sentido, con recursos de una chabacanería que asombra y que se llega a hacer muy pesada. Pero tranquilo, que el año que viene, con eso de llenar tardes, seguro que habrá otra con un cartel incomprensible, sin pies ni cabeza, o si vuelve Cuadri, pues ahí también puede ser, en ese cajón de sastre para los desheredados del toreo.

Álvaro Lorenzo regresaba tras su reciente salida a hombros, hecho que muchos no podían creer cuándo  le veían deambular por el ruedo. Que viendo ese correteo por el ruedo, el no pararse quieto, el abusar al extremo del pico, el no quedarse colocado en ningún momento, el pegar tirones, trapazos destemplados y que cuándo el toro ya no podía más, entonces acompañar esa lentitud, resultaba complicado imaginarle ganándose la Puerta Grande. Con un repertorio muy limitado, quizá efectista para el público, para esos entusiastas que aquel domingo le siguieron hasta Madrid, pero en esta ocasión no era el día, laborable, amenaza de lluvia, televisada. Quizá ninguno de los tres matadores lleguen a entender por qué no se les aclamó, no triunfaron con este encierro de engendros taurinos, por qué no se les entregaron las masas a sus sinfonías de mediocridad. Y eso es lo más preocupante, lo verdaderamente alarmante, que no toreen, trapaceen, que anden por ahí a su aire y que no sepan que eso no es torear, que el toreo es otra cosa, a veces sin necesidad de expresar arte, porque con expresar el toreo es más que suficiente. Pero no, ellos se aprendieron lo suyo de memorieta y allá dónde llegan lo quieren soltar y así pasa, que a muchos, tanto repetir lo mismo, tanto repetir lo mismo, estos y otros, modestos y figuras, ya nos suena irremediablemente, a  la cantinela de siempre.  

lunes, 28 de mayo de 2018

Hubo días peores


Los toros guapos se quedaron enchiquerados

Se ha suspendido la corrida de Partido de Resina, por el estado del ruedo. Decisión correcta y plausible, pero… Siempre hay algún pero. Se pone a llover a cántaros a las seis menos tres minutos y en lo que se tarda en coger el programa, subir las escaleras, sacar la almohadilla, sentarse y echar un vistazo al programa, ya tenemos el lago Ness. El monstruo parece ser que ha sido visto en las oficinas de la plaza, con los pelos arremolinados. Que sorprende la facilidad con que se encharca el ruedo de Madrid en la actualidad, más cuándo no hace tanto, uno o dos años, se podía ver cómo el agua escurría hacia las tablas y resultaba evidente que el platillo, aún mojado, tardaba mucho en quedar impracticable, para lo que tenía que caer mucha agua. Ya no.

Insisto en que la decisión de suspender me parece muy oportuna, porque una corrida de toros no es echar un animal tras otro y que los de luces tengan que estar más pendientes de mantener el equilibrio, que del toro. Pero una vez ha parado de llover, como un cuarto de hora después, no se ha visto a nadie asomarse al ruedo para ver si era posible acondicionar el suelo de alguna manera. No soy experto, en esto tampoco, pero no sería la primera vez que entre una legión de operarios el ruedo quedaba más o menos decente. Pues no, no ha asomado la gaita ni la Tacones. Han aparecido después los actuantes, en compañía de la autoridad, el señor presidente. Han patinado un poquito, a los toreros se les veía que se les quedaban las zapatillas presas del lodo y tras una breve charla, para adentro. Llegamos a las siete y ni presidente, ni pañuelos blancos, ni megafonía, ni aclaración alguna. Pasadas las siete ya anuncian la suspensión del festejo y a partir de entonces empiezan las elucubraciones del personal ¿Cómo es posible que hoy suspendan y otros días se ha tirado para adelante? Que no quiere decir que esa sea una causa para hacer torear a un hombres, con el peligro que suponía, pero el sentido común se debe aplicar todos, todos los días, ya sea una novilla, la de los Cuvillos o los del Partido de Resina. No vale eso de hoy sí y mañana, que está mejor el piso, no. Y ahora viene otra duda, ¿esta medida, este criterio se mantendrá todos los días? Llámennos malpensados, pero es que a veces basta con sumar dos y dos y si hoy son cuatro y mañana cinco y ayer fueron tres y medio, aunque no quieras, acabas sospechando. Que más de uno le ha sorprendido la suspensión, aunque la entienda, pero lo que no le quita nadie de la cabeza es que hubo días peores.

Exclusivo para toreros, absténganse imitaciones


Lo que han padecido los rehileteros

Se esperaba la de Dolores Aguirre en esta feria, el aire fresco de la casta, que cuándo le da en la cara al aficionado recuerda por qué está enganchado a esto de esta manera. Que no seré yo el que hable de una gran corrida de toros, faltaría más. Encastada o no, una mansada nunca se puede calificar tan siquiera ni como una buena corrida. Un buen primero, nada fácil, un segundo, ya más complicado, tercero, cuarto y quinto mansos de solemnidad, con peligro, encastados como los demás, lo que hacía que estar delante se complicara mucho más, aunque revalorizando todo lo que se hacía ante ellos. Y un sexto descastado, que no quería nada con nadie, pero no exento de peligro. Una corrida de toros, para toreros, toros de impresionante lámina, que se movían, vaya si movían, pero que no permitían el más mínimo desliz. Toros que no estaban ni para medir toreabilidades, ni durabilidades, ni el que se pusiera un señor a componer, porque lo que allí se exigía eran toreros. Toreros que no anduvieran con que si me mira, es que me quería coger, es que salía por encima del palo, es que esto es buscar la tragedia, es que es acabar con la ilusión, es que… Toreros. En esto no caben medias tintas. Y si con estos o con otros toros, pero toros, hay quién sea capaz de crear arte, entonces hablamos de Maestros. Si es que no es tan complicado, muy difícil sí, pero se entiende a la perfección. ¿Que loa taurinos, con y sin micrófonos, tirarán a degüello contra este tipo de tipo? Por supuesto, porque no son nada tontos y se dan cuenta de que dos de estas y una más buena, les desmantela su mentira en tres embestidas. Tienen que tirar de artillería pesada y echar abajo cualquier amenaza que les pueda descubrir la trampa. Insisto, una mala corrida de doña Dolores, que nada tiene que ver con el ideal del toro y de la corrida buena, pero entre la pantomima y la verdad, ¿con qué se quedan? Ellos, con la pasta.

Los asignados a ponerse delante de los de doña Dolores eran Rubén Pinar, Venegas y Gómez del Pilar, que ya adelanto mi admiración, pero no caigamos tampoco en el papanatismo de que todo está bien con el toro, hay cosas que no, aunque también es verdad, y en esta tarde se ha demostrado, hay veces que hay que rebasar ciertas líneas, como la del tercio, para que la lidia pueda llevarse a buen fin, una vez visto que el toro no quiere nada de nada y con nadie. El primero de Rubén Pinar salió espantándose de los capotes, frenándose en los primeros encuentros. Ya en el caballo empujó de firme, lo mismo mientras le tapaban, que cuándo tenía a su espalda la libertad de los medios. Repitió en el segundo puyazo, arrancándose con prontitud, pero ahí sí que se salió solo del peto. Ya en la muleta seguía la muleta sin cesar, resultando hasta pegajosito para el matador, que no se lo podía quitar de encima, con esa incomodidad del toro encastado, que sigue los engaños hasta cuándo al matador le gustaría que le diera un respiro. Muletazos desabridos, sin mando, enganchones y dejando al espada al descubierto. Si corría la mano, el de Dolores seguía y si no tiraba de él, se le quedaba. Así se le hicieran las cosas, así se complicaba su lidia. El cuarto, un tío, ya complicaba las cosas de salida. De primeras se fue al que guardaba la puerta y ya en el de tanda peleó y recibió su castigo. Arrastraba el defecto del gazapeo, no se paraba, lo que incomodaba bastante durante su lidia. Muy aquerenciado en tablas, costando verdaderos esfuerzos sacarlo de allí, cuándo no se iba a toriles. Esperaba en banderillas con mucho peligro, siendo quizá lo mejor el clavar a la media vuelta, para que los banderilleros se taparan lo mejor posible. Ya con la muleta, lo complicado se tornó en imposible, gazapeo, huidas a tablas, escapadas por el ruedo. Estaba la cosa muy dura. ¿Macheteo por abajo? Pues quizá sí, quién sabe. Al final Rubén Pinar se lo quitó de encima, afortunadamente.

Seguía en turno, Venegas, que podía tener la esperanza de que su primero fuera como el que abría plaza, pero no. Salió enterándose, echando las manos por delante y muy suelto, con el permiso de los toreros, hasta que David Adalid medio le sujeto con dos capotazos por abajo, pudiéndole. Dos puyazos buenos, haciéndole la carioca, esperaba en banderillas, tirando arreones inesperados. En los primeros compases de la faena de muleta presentaba un molesto calamocheo, había mucho que torear aquí, parecía estar pidiendo que le lidiaran y le hicieran crujir los huesos. Una tanda tirando del toro, se quería escapar a tablas y Venegas medio lo sujetó en los medios, pero la cosa no iba a dar para mucho más, enganchones, arreones y además venciéndose mucho en las embestidas. Menudo trago. Igual pensaría que la cosa mejoraría con el quinto, pero… De salida se paró en la puerta de chiqueros, olisqueando la arena, con paso cansino, sin atender a los capotes. Entró cinco veces a los caballos, el de tanda y el de la puerta, sin orden, ni concierto, notaba el palo y pegaba un respingo, aguantando algo más en el reserva y una cuarta vez en el de tanda, o era la quinta, viniéndole al hilo de las tablas. Era un firme candidato a las viudas. Esperaba mucho y en esas que David Adalid dejó dos buenos pares, en especial el segundo, que el toro ya sabía lo que venía por ese lado y se defendió, apurando al torero. Comenzó el trasteo por abajo, pero todo lo que le dieran era poco. Se la echó a la diestra, se le revolvía, se le colaba una y otra vez y el peligro era menos cuando la mano viajaba baja. Al final marchó corriendo en busca de las tablas y la puerta por la que entró, dejando clara su condición.

Y cerraba la terna Gómez del Pilar, quién todo animoso se fue a recibir a su primero a chiqueros. Ni caso, asomo por la puerta y se fue por la izquierda bordeando las tablas. No quería capotes, fuera telas, huía del torero, no quería pelea. En el caballo salía de najas y sin mirar atrás al notar el palo, el picador no era capaz de taparle la salida. Al final se le picó algo, pero el de doña Dolores estaba sin picar. Intentó el matador ponerlo en suerte, pero se marchaba una y otra vez. No hacía caso a nada, pero cuándo creía que podía llegar a la presa, entonces pegaba un arreón para alcanzar a su presa. Primer muletazo por abajo y pies, para qué os quiero. Empezó macheteando por abajo al manso, quizá poco, para lo que merecía el bicho. Intentó muletearle con la derecha y sacarle un pase era un triunfo. Pues hasta alguna tanda le arrancó. Daba igual por el pitón que fuera, era una pelea de poder a poder, en el que al final fue Gómez del Pilar el que venció y con todo el mérito. No hubo pases y más pases y quizá por eso no hubo vuelta al ruedo, pero daba igual, el madrileño había toreado, ¿toreo bonito? El más bonito, el de los toreros que se la juegan de verdad y con verdad. En el sexto volvió a intentar la portagayola y esta vez sí. Pero si los demás habían sido encastados, este ya no entraba en el cupo. Dos capotazos y se iba como un burro. Se le intentó picar a favor de querencia, pero no había forma. No atendía los engaños, no atendía a los toreros. Imposible con la muleta, saliendo de los pases como un mulo de carga, saliendo de los pases mirando a Cuenca. Al final acabó escapando a toriles, dónde él solito se echó. ¿Cabe más mansedumbre y falta de casta? Logró el espada dejar un pinchazo hondo y de nuevo se acostó el burro. Insisto en lo malo de la corrida, que igual que digo que mejor que no haya muchas como esta, también digo que no deje de haber nunca corridas como esta. Y no me den a elegir entre las bobonas comerciales y estas, entre otras cosas, porque no hay comparación entre el toro y la boba chochona. ¿Qué también pegan cornadas? Claro que sí, pero esas poco tienen que ver con el arte del toreo, con esa terminología tan cacareada de tauromaquia. Esto es tauromaquia, lo otro. Que lo ideal son corridas encastadas, como esta, pero bravas, con embestidas boyantes, claro que sí, pero no tontas. Que estas corridas, las encastadas, buenas o malas, son de uso exclusivo para toreros, absténganse imitaciones.

Enlace programa Tendido de Sol del 27 de mayo de 2018:

domingo, 27 de mayo de 2018

Qué difícil es ilusionarse


En otros tiempos el aprendizaje para torero era muy duro, cruel, hasta inhumano, una etapa que afortunadamente se superó, pero tampoco parece lógico irse al otro extremo, hurtándole a los chavales el aprendizaje necesario para ser matadores de toros

Siempre se dice que si a los chavales se les echa en Madrid el novillo cuajado, se acaba con sus ilusiones, que si se les exige, se acaba con sus ilusiones, que si no se levanta la mano en la concesión de trofeos y no se es benévolo, se acaba con sus ilusiones, pero, ¿nadie se ha puesto a pensar en las ilusiones de los aficionados? La palabra ilusión es un concepto íntimamente asociado a los novilleros y a las novilladas. El aficionado de siempre ha acudido a ellas queriendo encontrar al ídolo del mañana, queriendo ver en un chaval condiciones de gran torero, escudriña lo que puede ser en pequeños detalles, cómo coger la muleta, el manejo del capote, el librarse de un compromiso, la colocación en la plaza y si ya le recuerda a uno de los maestros de antes o del presente, entonces ya se empieza a construir un rascacielos de ilusión. Pero, ¿cabe ahora alguna ilusión en las novilladas? Quizá sí, que el paisano, amigo, pariente, vecino, corte orejas, una, dos, las que sean, pero que haya orejas. Que bien mirado, es una ilusión muy pobre, muy poco ambiciosa. La verdadera ambición sería desear que el novillero se fuera haciendo, fuera creciendo, hasta empujar con brío a la alternativa.

Seguro que los tres alternantes de la de Fuente Ymbro llegarán a la alternativa, pero quizá no lo hagan empujando para arriba, quizá lo hagan como una última opción de seguir en esto, el doctorado y a ver luego si suena la flauta, a ver si se vuelve a Madrid, otra orejita y a seguir funcionando hasta dónde se pueda, pero sin realmente avanzar en ese camino que es ser torero. Que ser torero no es lo mismo que ser recolector a tiempo parcial de orejas, y menos orejas autobuseras. Que por la sensación que han dado Marcos, Alejandro Gardel y Francisco de Manuel, esa parece ser su forma de progresar en el toreo, de oreja en oreja y con pocos mimbres de toreo. Marcos ya se vio rebasado con su primero, que peleó en varas, sin meter la cara, pero al que su matador no era capaz ni de ponerlo al caballo. Luego, con la muleta, se empeñó en el pegapasismo al uso, hasta que el toro se hartó y empezó a buscar irse a tablas. Muletazos sin mando, ni sometimiento, sin pretender tirar del novillo. Lo de la espada, un bajonazo envainado, quizá le sonroje, pero si tiras a los blandos, acabas en los blandos, así de fácil. A su segundo le recibió con dos largas de rodillas, pero de toreo, poco. Un novillo al que no se agarró el picador, yendo este con sus huesos al suelo. Le pegaron trasero en la segunda vara y el caballo se echó solo. Muletazos plenos de vulgaridad, pico, banderazos, uno aquí, carrera y otro más allá, hasta que el novillo se paró, para acabar con otro infame bajonazo. Que mala suerte, pero, ¿no será que apunta ahí el bueno de Marcos?

Alejandro Gardel nada más salir ya se vio en complicaciones, con un novillo que se le comía, obligándole a darse la media vuelta. Un Fuente Ymbro con claros síntomas de mansedumbre. Tardeaba para ir al caballo, que más bien la cosa era al revés, el caballo iba a por él, cabeceando. Después en el último tercio, el animal acudía con genio a la muleta, el espada medio aguantó cómo pudo, pero no le dio para más que trallazos para quitarse aquello de encima, sin parar quieto un momento, estirando mucho el brazo, mal colocado constantemente y pegando tirones. Tras semejante despropósito en la lidia, cuándo quiso cuadrar al toro para montar la espada, no había manera, no encontraba el lugar y no se le ofrecía ninguna facilidad. El quinto salió muy suelto, nadie le sujetaba a las telas, intentó probar en el de puerta, pero lograron desviar su atención de allí. En el de tanda, fu notar el palo y salir como alma que lleva el diablo, igual que en la segunda vara, aunque en esta sí que se le pudo castigar un poco más allá del picotazo. Pretendía Gardel soltar su colección de derechazos y naturales, pero la cosa se había complicado, venga coladas, cuándo no, se acostaba por ambos pitones, salvando un poco los muebles cuándo se cruzaba, que al menos tomaba el engaño, pero la idea seguía siendo lo de dar pases, muchos pases. Ignoro si es que el novillero no sabe eso de doblarse con el toro, si puede que no se lo indicaran desde el callejón, pero lo que está claro es que el pegapasismo no tenía sitio en esta ocasión.

Parecía que Francisco de Manuel se manejaba con el capote, más bregando para fijar al novillo, que pretendiendo el lucimiento, que llegó después con dos medias garbosas. Puso al toro con acierto las dos veces que lo llevó al caballo, dónde le picaron trasero, haciéndole la carioca, mientras empujaba con la cara alta, hasta que metió la cabeza debajo del peto y derribó a jinete y montura. En el segundo puyando se dejaba sin más, pero sin que le administraran apenas castigo. En cuanto a lo de poner banderillas, pues está muy bien que un novillero quiera desenvolverse en todos los tercios, pero sin que esto sea un numerito más. Y que conste que puso algún par que al menos no eran merecedores de reprimenda; otros sí. Citó dando distancia desde los medios y lo primero fue una colada impresionante. Siguió con la zurda, el novillo sacaba genio y se colaba igual por ahí, especialmente cuándo se le presentaba la muleta atravesada, hasta que en una de estas el Fuente Ymbro se llevó por delante a de Manuel, se lo llevó puesto. Este, menos que ninguno, no admitía naturales y derechazos, se le vencía una barbaridad, se le cruzaba y cómo eficaz defensa, el novillero se cruzaba más, le hacía hilo, le buscaba, pero al final quizá se puso pesado, haciendo ver su falta de pericia, cuánto más rato permanecía ahí. Bajonazo y oreja, muy barata, que luego, pesó para que el presidente no hiciera caso a la petición en el sexto. Un novillo que se quería ir de los engaños, muy suelto, lo que se unía a la ansiedad de Francisco de Manuel por abrir la Puerta Grande. De nuevo lo quiso poner al caballo, pero el toro no estaba para nadie, hacía hilo con los capotes y no había manera. Empujó en el caballo mientras le tapaban la salida. Comenzó el trasteo por abajo con la mano derecha, para continuar por ese lado metiendo mucho pico y largando tela, sin mando, sin torear. Le tocó la tela y prosiguió con el pico, carreras para recuperar el sitio y enganchones. Hasta que el novillo se fue en busca de las tablas, se puso pesado, vulgar, quizá por ver que quizá no iba a haber despojo. Hubo petición, pero claro, el señor presidente igual consideró que sacarle a cuestas al chaval con dos regalos de semejante categoría, igual le dejaba a él en mal lugar y lo mismo coincidió con los partidarios de los toreros, con los toreros, los taurinos y los aficionados en eso en que todos quieren, todos empujan, todos buscan un objetivo, pero caramba, qué difícil es ilusionarse.

sábado, 26 de mayo de 2018

Lo que la he gozao, cuñao


Venían los toros sobre las aguas, para quedarse en un lodazal imposible, dónde antes el caudal corría cuesta abajo, para perderse al pie de las tablas de Madrid

En estos días en los que la feria ya empieza a hacerse un poquito cuesta arriba, uno se encuentra a toda clase de fenómenos, meteorológicos y de los otros. Que era una tarde rara, que no parecía que fuera a ser objetivo de los isidros, pero al final, será por la inclusión de Talavante, ha sido una tarde de lleno y de esas que los buenos públicos se graban a fuego en la memoria y a la mínima la usan como arma arrojadiza contra el que se le ponga delante y ose preguntar que qué tal los toros. A veces, ni tan siquiera esperan a encontrarse con el conocido, pariente o compañero de trabajo. Que ya doblado el último de la tarde he podido escuchar cómo un señor todo puesto él, con su camisa empapada, eso sí, de cuadros gordos, verdes y blancos, cogía el móvil y le soltaba al otro:” cuñao pa’ un día que no vas a los toros y te pierdes lo mejor de lo mejor, cuatro orejas. Que cuándo quieras, me pasas otra vez la entrada, que yo encantao. Lo que te has perdido, colega”. Y el cuñado, igual se subía por las paredes, que se le confirmaban todas sus sospechas acerca del “cuñao” y su amplitud de miras taurinas. Pero eso no lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que después de la corrida de Núñez del Cuvillo, el aficionado ya va entrando por el aro de la modernidad y admite las corridas sin picar, porque así se pueden ver faenas de mil muletazos, y que el año que viene no nos libra de estos bobones, ni el padre Astete. Encierro muy anovillado en líneas generales, muy flojito, que apenas tuvo arrestos para pelear en el caballo, extremadamente noble y bobona, que en el último tercio se lo pasaba chupi jugando con el señor del trapito, aunque no hay que obviar que incluso con estos ejemplares que no tiraban un mal derrote, a partir del tercero, cuándo la lluvia se hizo presente, el peligro siempre estaba presente, con el suelo que llegó a estar impracticable y con más que evidente riesgos para los toreros. Un riesgo que quizá no deberían haber corrido. Podría decidir el presidente, el empresario, los matadores y hasta admitirlo las cuadrillas, pero no hay por qué hacer pasar por esto a nadie. Llovió y mucho, pero resulta llamativo que desde hace no demasiado, la plaza de Madrid parece haber perdido aquel drenaje que sorprendía a todos. Tardaba bastante más en formarse charcos, incluso con chaparrones como los de estos días, y al día siguiente el ruedo no estaba convertido en la playa que es en la actualidad. Ignoro si será el eliminar la cuesta que hacía que el agua corriera, ignoro si serán otras causas, pero esto es un hecho que se aprecia todos los días de lluvia. Que igual hay quién quiere el ruedo de Madrid con unas características determinadas para eso del arte, pero es de ser muy poco vivo el no enterarse de que en Madrid, en mayo, que es cuándo se celebra la feria de San Isidro desde 1947, llueve, hace sol, hace frío, calor insoportable y vuelve a llover. Pero debe ser un secreto que ya nadie conoce y menos los visitantes del 4, 5 y tendidos del 6, que a la segunda nota ya desfilan camino de Belén.

El primer novillote de Núñez del Cuvillo correspondía a Juan Bautista. Pretendía empujar en el caballo, pero el animal no podía, cómo iba a poder si bastante tenía con sujetarse. Había que tener cuidado de no bajarle la mano, porque rodaba por la arena. Mucho muletazo, ninguno rematado, muleta al bies, de uno en uno, cambio a la izquierda y para colmo el viento, mientras el toro seguía perdiendo las manos. El cuarto transcurrió en mitad de la lluvia, al principio suave, pero que cuándo arreció aquello era un imposible. De escaso trapío, Juan Bautista se cuidó de ponerlo al caballo. Se le picó trasero y apenas nada, yéndose suelto tras el segundo encuentro. Y a partir de aquí, a todo lo que se pueda decir hay que añadir que el suelo estaba ya imposible y no se sería justo si se mide lo realizado con el mismo rasero que si el suelo estuviera seco. Lo que en otras circunstancias podría ser una trampa, con el ruedo así puede ser un recurso para evitar posibles percances. No obstante, digamos que Juan Bautista comenzó sin apenas poderse parar, tirando del pico, mientras el de Cuvillo perdía las manos. Caía el diluvio y allí seguía el galo, que coronó con un pinchazo y una estocada entera recibiendo. No había para mucho, pero ya digo que todo lo que se hiciera sobre esa pista de patinaje, había que respetarlo.

Alejandro Talavante ingresaba en el cartel por la ausencia forzada de Paco Ureña. Que habrá quién piense que las sustituciones no son para las figuras, pero esto ha ocurrido siempre; otra cosa es que a los más modestos no se les den más oportunidades, son cosas aparte. Pero entendamos también que a estas golosinas de Cuvillo, las figuras no les hacen ascos. Hay que agradecer que pusiera las dos veces en suerte al novillo en el primer tercio. Apenas se le picó, tardeó y se fue suelto. En el tercio de banderillas, un quite de Juan Bautista a Juan José Trujillo dejó muy claro el por qué de la importancia de la colocación durante la lidia, en la que un palmo más que menos, puede ser la distancia entre salir airoso o tener que lamentar. En el inicio de la faena llegó lo más lucido de Alejandro Talavanre, con la muleta en la derecha y redondos por abajo, tirando y conduciendo la embestida, llevando el muletazo hasta el final. Prosiguió ya en pie por el mismo pitón, rematando una serie corta con un cambio de mano y un natural largo y profundo, haciendo enroscarse al toro en la cadera. A continuación tandas con cierto temple y otro cambio de mano emulando el anterior. Tomó la muleta con la izquierda y ahí bajó la intensidad, con la muleta más oblicua, sin remata los pases, quedándose demasiado en la pala del pitón. Cites de frente, pero sin variar el escenario, hasta que volvió al pitón derecho, para concluir por abajo, tal y cómo comenzó. Estocada defectuosa, lo que no impidió que el usía sacara dos veces el pañuelo, en mi opinión, de forma excesiva.

En el quinto era como si Moisés acabara de separar las aguas y estas cayeran encima de toro y toreros. Un aguacero tremendo y un barrizal impracticable. Creo que no habría pasado nada si se hubiera suspendido el festejo, sería de entender. Bueno, quizá habrían protestado los que eligieron esta fecha en el calendario para ir este año a los toros, pero bueno, también podrían repetir otro día, ¿no? Que hasta octubre, pueden todos los domingos y fiestas de guardar. Apareció ese quinto y Talavante lo capoteó con las lógicas precauciones, que no seré yo el que las cuestione. Dos picotazos, a los que el toro no opuso más resistencia que quedarse debajo del peto. La faena de muleta transcurrió pasándose el toro lejos, citando fuera de cacho y con el pico. Tampoco había que intentar mucho más en esas circunstancias.

El primero del hierro titular que le correspondía a López Simón fue devuelto a los corrales y sustituido por uno del Conde de Malladle, que en la primera vara empujó con ganas, con la cara muy alta y solo con el pitón derecho, queriendo darse la vuelta, peleando con ambos pitones al final del puyazo. Entro suelto en los dos encuentros, escapando como un rayo al notar de nuevo el palo. Ya con la muleta, López Simón inició con muletazos a una mano por ambos pitones, para acabar liándose. Derechazos destemplados metiendo mucho el pico y limitándose a acompañar el viaje, retirando el engaño de repente, se lo pasaba por delante, por detrás, hasta que en un instante resultó  volteado, recibiendo una auténtica paliza, siendo quizá lo más preocupante un golpetazo en la cabeza. Pudo continuar la lidia, siguió por el derecho y entre enganchones, cuándo la salida del muletazo era para adentro, el animal se iba a buscar su querencia a tablas. Atropellado, cites de frente, desarmes, tirones, pero se jaleaba todo. Pinchazo recibiendo y entera en toriles, dejándose coger. Creo que todos nos felicitaríamos de ver a este torero recuperado para la fiesta, creo que necesita un triunfo, pero no sé si es justo el darle una oreja por ese feo revolcón, no sé si ese es el camino. No sé si el camino actual, ese de que primen más las criadillas que los saberes taurinos, será el idóneo, pero así da la sensación de que puede ser torero un loco que no teme el peligro, mejor que alguien con miedo, que lo vence y que además es capaz de pensar en la cara del toro, darle la lidia que precisa y además llegar a crear arte. No lo sé, que cada uno decida por dónde prefiere que siga esto. En el que cerraba plaza, ya solo llovía, el diluvio había terminado y Noé ya soltó la paloma para que supervisara el terreno y saber dónde soltar a todo el pasaje. Capotazos a pies juntos para recibir al sexto, al que Yelmo Álvarez puso al caballo con una eficacia y limpieza envidiable. El Cuvillo fue al caballo con la cara alta, pero sin ofrecer resistencia. El suelo estaba impracticable, muchos charcos, con mucho riesgo de resbalar y quedar a merced del toro. Comenzó el trasteo por abajo, conduciendo la embestida del toro. Siguió por el pitón izquierdo, largando tela con trapazos en línea y teniendo que pegarse una carrerita a continuación. Cambió al derecho, continuando con el pico, medios pases, muy en la pala, repitió por el izquierdo, y siguió y siguió, mientras el animal seguía el engaño con suma docilidad. Una entera contraria y la oreja que le daba licencia para salir a cuestas. Puestos a tasar despojos, este segundo fue más meritorio, pero ya no queda remedio. Unos marchaban escandalizados de ver el estado al que ha llegado la plaza de Madrid, la que abordan cada día gentes diferentes, que tienen como objetivo, no el ver torear, no el ver toros, sino el que se corten despojos y más despojos y como el caballero que tenía al lado, poder echarle en cara a quién fuera que él había triunfado y entusiasmado le soltaba que “lo que la he gozao, cuñao”.

viernes, 25 de mayo de 2018

¡Picadoooor! ¡Qué bueno eres!


Agustín navarro ha aportado argumentos muy sólidos, para defender el tercio de varas

Quizá fuera por lo extraño de la tarde en esa denominada “Corrida de la Cultura”, en la que lo que primaba era el pintoneo feriante, el toro a modo traído debajo del brazo, las ganas de convertir en histórico cualquier cosa que se salga mínimamente del adocenamiento imperante y ese afán por consagrar a lo que no se puede consagrar, que parece que a la afición de Madrid se le ha pasado la oportunidad de darle la vuelta a un grito demasiado habitual. Convertir una voz de queja en un canto de agradecimiento a un picador, Agustín Navarro, que a punto de cerrarse la tarde, se ha querido sentir torero y ha toreado. El único toro con pinta de toro de la tarde, el sexto, de Victoriano del Río, al que ha citado desde lo alto de su montura, ofreciendo los pechos del jaco, provocando la arrancada, para picar en lo alto del morrillo, aguantando los embates del toro. Se lo sacaron de debajo del peto, lo dejaron a distancia y ante la pronta arrancada de su oponente, respondió con otro puyazo, simplemente señalado, de nuevo en el morrillo. Luego ya vino lo que vino. La lástima en estos casos es que la simple ovación cerrada no hace justicia con los merecimientos de este piquero, con otros a los a lo peor se les aplaude por no picar. Entonces suele resonar una voz que dice eso de: “¡picadoooor, que malo eres!”. Sería por la sorpresa, la falta de costumbre, que no se respondió con un “¡picadoooor, que bueno eres!”.

Seguro que si le pregunta a gran parte del público asistente a esa Corrida de la Cultura, le contestarán cosas diferentes, pero bueno, si quieren, pregúntenselo. Monsieur Casas, don Simón, quizá tampoco les hable del puyazo, porque él va por otros senderos. Por el momento ya montó este engendro con ganado de cuatro hierros, un mano a mano entre un torero con muchos kilómetros a los lomos y otro que pasó de ser la revelación el pasado año a ser una figura en ciernes. Abrió el Juli con uno más que justito de Victoriano del Río, que miraba a los engaños como un burro desorientado. Fue llevado al caballo al relance, para, con la cara muy alta, intentar sujetarse en pie, mientras simplemente le aguantaban el palo en el lomo. Después apenas ni señalaron el puyazo. Hubo competencia de quites entre los dos matadores, pero sin más. Ya en el último tercio, Juli empezó con muletazos muy trapaceros, el toro se paró en seguida y el matador optó por acortar distancias, muleta retrasada, pico, muletazos de uno en uno de los que el Victoriano salía como un mulo, todo ello adornado con una intencionada parsimonia, para acabar con un pinchazo y un bajonado ejecutado de esa forma tan peculiar y ventajista.

El tercero era un Alcurrucén que si acaso estaba gordo y nada más, que medio cumplió en el caballo, tirando algún derrote y pegando arreones. El animal perdía las manos y el matador, con criterio, se lo sacó por abajo, a una mano, para ya en pie y la muleta en la izquierda, proseguir por ambos pitones. La tomó con la derecha y aunque citaba al hilo del pitón, al menos no atravesaba la muleta, llevando la embestida con la parte de fuera, sin demasiadas ventajas. Que si me preguntan, les diré que es la segunda vez que menos mal he visto a este torero, pero claro, es que ahora parece un triunfo y una lección de torería el que un espada no abuse del pico, no abuse de esconder la pierna de salida, de no retorcerse. Este es el nivel de exigencia al que hemos llegado. Pero ya con la mano izquierda, ahí ya asomaron todos los vicios y a medida que avanzaba el trasteo y el público se entregaba más y más, el Juli fue más Juli, sin complejos. Muletazos y más muletazos, hasta hacer saltar la banca. Media defectuosa que le obligó a descabellar y una oreja. Mi duda es si ese público bullicioso solo habría pedido un despojo o si se enfrío por la colocación del acero y el descabello, además de otro pinchazo cuándo se le arrancó el toro inesperadamente. ¿Una oreja? Pues vale, una oreja.

El personal veía ya al madrileño ir en volandas camino de la calle de Alcalá, pero le quedaba el de Domingo Hernández, que hasta parecía querer empujar en el caballo, pero no le aguantaba el resuello. Y el poco que le quedaba lo empleó en pegarle un revolcón a Ginés Marín, en una colada en un quite a la verónica. Tomó elJuli la muleta, con la clara convicción de poder abrir la puerta de Madrid, pero muy pronto se vio la condición del animal. Sin fuerzas, se quedaba a mitad del muletazo, le obligaba a colocarse de nuevo, se le vino encima por el pitón izquierdo y esa flojera cada vez más manifiesta, hacía que solo se defendiera, haciendo que se esfumara cualquier posibilidad de una celebración mayor.

Ginés Marín venía como la gran esperanza para muchos, pero está muy lejos de aquel torero del día de las dos orejas y hasta ha dado la sensación de venirle muy grande el traje de figura. Quizá estaría bien que reposara todo y le dejaran irse haciendo y luego ya veríamos, que bastante complicado es mantenerse y navegar por estos mar, como para de repente tenerlo que hacer como almirante de la Mar Océana. A su primero, una raspa de Alcurrucén, que se frenaba en el capote y que escapó alos terrenos de toriles, le quiso fijar con verónicas a pies juntos, cediendo terreno. No se le pegó apenas nada en el caballo, muchas muestras de mansedumbre y quizá le mantuvo en el ruedo el que no se cayera, a pesar de su estado, precisamente por no emplearse, por no meter en ningún momento la cara. Muletazos con la derecha por ambos pitones, por alto y al tercero ya rodaba por el suelo. Mano alta para evitar nuevas caídas, ya en los medios, con la zurda, demasiados latigazos y demasiado pico, Tras quedársele parado a medio pase por el pitón derecho, optó por el arrimón, aunque allí ya no había nada, alargando demasiado el trasteo.

El de Garcigrande no estaba para fiestas, no quería caballo ni a empellones y el espada aprovechó para pedir el cambio tras un segundo picotazo en el que el picador casi acaba cabalgando al toro. En la muleta no hubo opción, se quedaba a medio muletazo y Marín tampoco es que hiciera intentos por alargar la embestida, él ponía la muleta, atravesada y que fuera y se diera el pase. Lo intentó y siguió intentándolo, pero solo se apeó del burro cuándo vio como el animal buscaba una y otra vez las tablas. Este era malo y no permitía fiestas, pero el sexto, el otro de Victoriano del Río, el único con apariencia de toro era otra cosa. Peleó en varas, se arrancó con prontitud y codicia al caballo, aunque de la primera vara salió como si aquello le hubiera aburrido demasiado. Fue desde más lejos al segundo encuentro, para que lo parara Agustín Navarro de la forma ya narrada. El toro tenía mucho que torear, requería mando y quizá lo que menos necesitaba era que le permitieran tocar demasiado el engaño. Mucho pico y parecía que Marín no era no solo capaz de conducir aquellas embestidas, sino que además no parecía que fuera a frenar aquel ímpetu toreando. Pico, carreras, sin correr la mano, venga a recolocarse una y otra vez y con esa sensación de que el toro se le estaba yendo y al final, se le fue. Que de esta corrida de la cultura unos habrán salido felices de ver la Plaza de Madrid, otros de haber pedido una oreja, otros de haber hecho amistades para el año próximo, pero otros, seguro que habrán salido oyendo en su cabeza el grito que no se escuchó, ¡Picadoooor! ¡Qué bueno eres!  

jueves, 24 de mayo de 2018

Quedémonos con lo positivo


Hubo una vez un natural rematado atrás




Creo que ya está bien de derrotismo, aunque está claro, que no se puede ocultar lo malo, pero quizá nos iría mejor si ponemos por delante lo bueno, si empezamos por lo positivo. Y así voy a hacer en esta ocasión, empezaré deteniéndome en eso positivo de la corrida de Victoriano del Río, con Miguel Ángel Perera, Alejandro Talavante Y Roca Rey. Pues bien, allá vamos, esto fue lo bueno que pasó……………………………………………………........................................................................................………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….. y dejó de llover. Y ahora, si les parece, para que se puedan ver las dos caras y que podamos comparar, comencemos con el resto, aunque las cosas tampoco son absolutamente buenas o totalmente malas, porque también depende del color del cristal con que se mire. Que habrá quién no valore la corrida de don Victoriano, incluso protestada de salida, por escasez de trapío, pero es que esas no son maneras, no se puede echar por tierra, así como así, la novilladita adelantada que han mandado a Madrid. Animalitos de fina estampa, especialmente si se les miraba desde arriba, finos como raspas, anovilladas, pero raspas. Quizá podía aparentar algo más el primero, pero porque cargaba con más kilos que los demás, estaba más cebado y eso siempre gusta a los carniceros. Si por agradar, hasta el gremio de los peleteros se felicitará, que con lo poquito que se ha picado a los de don Victoriano, las pieles estarán casi entera. Marronazos en mitad del lomo, en la paletilla, estocadas caídas, pero eso lo solucionan ellos con un parche color capote de brega y andando.

Al fin llegaba a Madrid Miguel Ángel Perera, con esa alegría que da verle torear, con esa variedad de todo, que lo mismo pega trapazos aquí, que veinte metros más allá, que cuarenta. Es la viva imagen de la regularidad, lleva años siendo regular, tirando a aburrido y ventajista. Que eso es muy difícil. Le salió corretón su primero, al que le enseñaban los capotes, así, mira lo que tengo aquí, pero el del señor del Río no se daba por aludido. Capotazos a pies juntos y el toro que tira para toriles, que debía haber perdido el bono metro según salía. Igual el picador tenía idea de aplicarle cierto castigo, pero en seguida se le fue de la cabeza, a él y a los cinco siguientes que pasearon airosos sobre el penco enfaldado. Quite del maestro por chicuelinas y tafalleras, lo que podrían ser chicufalleras, con el toro arrastrando sus escasas fuerzas. El trasteo de muleta fue muy parecido al que el matador realizó el pasado año y el otro y el otro y el otro y… Muletazos abusando del pico, que lo mismo te pega un banderazo y lo enhebra con un derechazo y luego un invertido y escondiendo la pierna de salida, muy perfilero, teniendo que recuperar el sitio y haciéndose pesado. A su segundo tampoco se le picó y eso que el bicho parecía querer empujar, pero con la cara muy alta. En el segundo tercio Curro Javier se libró de la cornada de forma milagrosa, cuándo tras banderillear, el toro hizo hilo, sin que nadie le auxiliara metiendo un capote con decisión para librarle de tal compromiso. Faena vulgar, con el toro siempre queriendo irse a las tablas. Le costaba tomar el engaño para afuera, pero para adentro casi no era necesario ni darle el toque, para salirse del muletazo dirección a la barrera. Y entre que uno no quería y al otro tampoco le apetecía, pasó la primera tarde de Perera por Madrid.

Tuvo la fortuna Alejandro Talavante de ver cómo el cielo bendecía su labor, con el agua vivificadora que descargaban las nubes sobre el ruedo. Lluvia intensa y el público, con mucho respeto, eso sí, se piró sin mirar atrás, montando una tremenda algarabía, saltando por los tendidos, encaramándose a las gradas, sin hacer ni puñetero caso a lo que pasaba en el ruedo, importándoles un pito si a alguien le importaba y lo quería ver, pero eso sí, con respeto, con mucho respeto, casi tanto como el que tuvieron con los que a lo largo de la corrida protestaban las trampas, los novillotes, el no picar a los toros o el que unos caballeros quisieran pasarse la tarde con vulgaridades de plaza de la talanqueras garabateando con aquellos novillotes adelantados. Será por respeto. El animal se arrancó con prontitud y codicia al caballo, pero a lo más que se llegó fue a poyarle el palo, mientras apoyaba el lomo en el peto. No cesaba de perder las manos, lo que continuó en el último tercio, en el que Talavante se limitó a que pasara el rato haciendo que hacía. En el que cerraba su feria de este año, otro novillote, no se esmeró Talavante ni tan siquiera en ponerlo al caballo. Que parecía hasta que les iban a dar en el peto, pero frenó de golpe el picador, no fuera a ser que se le fuera la mano y le hiciera sangre para dos análisis, el del “rh” y el de los triglicéridos. Aunque viendo la manifiesta escasez de fuerzas, podrían haber aprovechado para mirarle el hierro, pero no dio para tanto, ni con el segundo puyazo. Comenzó Talavante con la muleta con ayudados por abajo, después con la diestra, instrumentando muletazos tirando de pico y pasándoselo muy lejos. No fue la cosa a mejor, sino todo lo contrario, lo mismo por uno que por otro pitón, de tal forma que la posibilidad de ver algo interesante se fue diluyendo poco a poco. No era el día, o quizá no era la ganadería, pero seguro que no será la última vez que el extremeño se anuncie con este hierro.

También se despedía de Madrid hasta el próximo mayo, Roca Rey, porque así, en confianza, ¿ustedes creen que se apuntará a volver de nuevo por aquí? Ya pasado el trámite, hasta otra, amigos. Que no hizo otra cosa que saltar al ruedo el limeño, bajo la lluvia, y a los primeros trapazos sin tan siquiera intentar pararse, ya se lo jaleaba ese coro de voces blancas que esta ocasión poblaban y despoblaban los tendidos de Madrid, todo dependía si caían cuatro gotas o no y si salían en estampida o no. Lo asiduos a esta plaza que serían estos “roquistas”, que no se les ocurrió pensar que en mayo, en Madrid y después de lo de hace dos días, podía llover en Madrid. Que eso lo saben hasta los que acuden una vez al año a ver al Fandi. Andaban por el ruedo haciendo que picaban al novillejo, que se dormía bajo el peto y con el matador deambulando sin saber cuál es su sitio durante la lidia, con los tendidos convertidos en un verdadero manicomio. Unos iban, otros venían, que saltaban la valla de la grada como si estuvieran en el Rocío, se apelotonaban en las bocanas de las gradas, se atascaban las de los tendidos, ahora me voy, me quedo, me vuelvo, me mojo y el maestro pegando banderazos por el culo, perdón, espalda, por delante, por detrás, con el pico, enganchón, carreras, el toro para afuera en cada trapazo, él más fuera aún, muy vulgar, hasta límites poco pensados, arrimón de plaza de pueblo, pero no había manera, ni un pase regular, todos de pésimos para abajo. Que dicen que este chico le hace muchas, muchísimas cosas a los toros, pero que estaría ya bien que empezara por torearles, al menos mientras vista de luces en una plaza. Que si luciera casaca roja con charreteras, mallas blancas ajustadas y un látigo en el Roca Rey Circus, entonces no tendría nada que decir. Al sexto escurrido de la prestigiosa y deseada ganadería de don Victoriano, Roca Rey no tuvo más recursos que el socorrido mantazo que intentara frenar las codiciosas embestidas del animalito. Aunque esto le duró muy poquito, que fue verse frente al peto y ni para adelante, ni para atrás, que no quería palo. Un tercio de varas en el que ni hubo varas, ni hubo tercio, con un matador que no sabe dónde ponerse, él se queda por allí, con aire altanero y aquí me las den todas. Comenzó la faena con telonazos a pies juntos, demostrando que el para eso sí que tiene vista, para desplazar al toro librándose de la voltereta, más otro trapazo culero. La locura. Luego ya vino lo de siempre, vulgar, tramposillo, siempre metiendo el pico y en lugar de rematar los muletazos, pegaba un muñecazo delante de la cadera. Se echó la pañosa a la zocata, para que el trapo fuera por un lado y el toro por otro, sin coincidir en el viaje. Arreciaban las protestas y los roquistas, que lo tomaron como una afrenta imperdonable, empezaron a jalear aquello como si fuera la monumentalidad del toreo. Arrimón, invertidos, empalmados, cuándo de repente en un traspies, el espada cae ante la cara del toro. ¡Qué casta! ¡Qué fiereza! El de don Victoriano se quedó mirando como la vaca que ve pasar el tren y ni amago de hacer por él. Ahí se descubrió del todo el pupilo de este fabricante de mojicones para las figuras. Arrimón que bien podría ser premiado con el galardón del más vulgar del año y tras una rinconera soltando el trapo, la orejita. Pero no seamos negativos, casi mejor hagámonos un buen lavado de cerebro, porque si no ya les digo yo que no hay manera y si hay valor, quedémonos con lo positivo.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Toreo de videoconsola


Si lo sacan en videojuego, me pido a Vicente Pastor


Que levante la mano quién no haya escuchado al menos dos millones de veces eso del arte y el expresarse de los toreros, que son artistas. ¡Hala! Cuántas manos. Pero a uno le abordan muchas dudas, porque en los tiempos que corren, arte son muchas cosas. Arte es pintar un cuadro, esculpir el mármol hacer una película, escribir un poema, hacer vino, asar un cordero flambeado a las finas hierbas del Brasil, hacer botellón, soltar un gallo en Eurovisión y hasta crear videojuegos. Pues bien, si esto también es arte, el toreo moderno es un arte sublime, aunque no se venda todavía el juego “Orejasindulto 2018”, pero seguro que es porque están dándole los últimos retoques. Es más me atrevería a decir que va a ser la estrella para las próximas rebajas de verano y que monsieur Casas, don Simón, nos lo regalará a los aficionados cuándo renovemos el abono el año próximo y si no al tiempo. ¿Qué por qué me atrevo a asegurar que esto está ya en la línea de salida? Pues porque servidor es muy observador y yo no me dejo engañar tan fácilmente. En la del Ventorrillo nos han querido colar que era una corrida de toros como siempre, pero no, ¡nanay! Que no cuela, ha sido el ensayo general de “Orejasindulto 2018”. Vale que tienen que mejorar la naturalidad en los movimientos de los toreros, pero si no te fijas, cuela fijo, porque hasta la gente pide orejas y todo.

En el juego han puesto como ganadería al Ventorrillo, con toros igual, igual que en la realidad, flojones en el primer tercio, sin necesidad de que pases por el caballo, porque ya salen picados y luego en la muleta, venga a embestir y a embestir. Que lo del caballo, eso de que no se pique, es algo intranscendente, porque eso no evita que el jugador se pase tranquilamente la pantalla. Lo que más puntúa es dar muchos pases con la muleta, que será por eso por lo que los muletazos suelen ser tan rápidos la mayoría de las veces. Y si se consigue además, que el toro vaya muy lejos, pues también dan más puntos. Pensaron los ejecutivos de “Jueguix” que los fallos a espadas quitaran puntos, pero al final no, al final lo de la suerte suprema se lo pasaron por… alto.

Pero seguro que querrán saber lo que ha pasado en el juego en la que se suponía que era un festejo de la feria de San Isidro; aquí tienen que mejorar un poquito, porque sacan los tendidos con demasiado cemento a la vista y eso no creo que sea así, ¿no? Pues bien, los toreros que salían en el juego eran tres, el primero Curro Díaz, con una configuración de torero artista, de los finos y elegantes. El toro parecía por momentos hacer cosas raras, como si tuviera algo en la vista, aunque nadie de los de luces se quejaba. Era notar el palo y el toro, del Ventorrillo, se revolvía y quería quitárselo de encima, tirando derrotes como un desesperado. No se le picó, pero sabemos que esto no restaba puntos. Se cruzaba por el derecho desde el inicio y así continuó durante toda la lidia. Muletazos por ambos pitones a una mano, rectificando y dejando enganchar la tela. Colada por el derecho, para continuar revolviéndose muy rápido, escarbando constantemente y sin dejar de hacer extraños en ningún momento. Como si fuera verdad, cada matador también tiene dos toros en este juego. Y en el que hacía cuarto, Curro Díaz no consiguió pararse, intentó estirarse, pero al final desistió. El toro parecía como si quisiera pelear en el caballo, pero le faltaban fuerzas. La faena de muleta comenzó con muletazos sin quedarse quieto, tirando de pico y echando el toro para afuera, demasiado acelerado, perfilero y dejando que le enganchara demasiado el engaño. Empezaba el matador a aturullarse y el toro a adueñarse de la situación y lo que es peor, que esto será fallo del juego, algo a mejorar, porque por momentos, hasta parecía vulgar Curro Díaz, que cualquier cosa, menos eso, él, paradigma de la fineza y elegancia en el torear, pero ya digo, será el sistema.

El segundo en liza era Morenito de Aranda, que ya de recibo toreó a la verónica con cierto gusto, aunque no en todas se mantuvo firme y sin echar el pasito atrás. Si lo habrán pensado bien los japoneses, que hasta hacen que el matador ponga el toro en suerte al caballo, cuando todos sabemos que eso ya no se practica. Igual que no se practica lo de picar a los toros, dos rasponazos y para adelante. Ya con la pañosa, Morenito apuntaba un buen comienzo por abajo, pero quizá demasiado acelerado, poco templado. No tardó en decaer lo que no empezaba mal del todo, acumulando muletazos y más muletazos, pero de los que puntúan muy bajito, dando la sensación de que la faena se vaciaba de repente de contenido. Con el cambio de pitó la cosa no varió, topándole demasiado el engaño. En el quinto, de Valdefresno, el recibo capotero parecía algo, pero al final solo era dar aire. Apenas dos arañazos con la vara y a otra cosa. Que igual se podría eliminar esto del juego, porque lo único que puede pasar es que el jugador pierda puntos por fallar con el botón de mantazo por el de trapazo. El trasteo del último tercio fue muy similar al del de que salió segundo, prisas, tirones, adaptándose Morenito a la velocidad del toro y no imponiendo el mando que se debe suponer. Muchas carreras y mucha pérdida de tiempo, para acabar acortando demasiado las distancias, pero como había alcanzado el pase cien, el arrimón, o conato de arrimón, no contaba casi.

David Mora cerraba la terna de este video juego, ya sabes “Orejasindulto 2018, pronto en kioscos y librerías. Pues el tercer espada parece que no lo tienen demasiado logrado, capotazos al viento, sin colocar en el caballo, permitiendo que se arrancara desde dentro de las dos rayas. Aquí sí que empujó el del Ventorrillo, siempre en dirección hacia afuera, a la libertad. Luego ni tan siquiera un raspalijón. En el tercio de muerte comenzó con muletazos enganchados y con la muleta muy atravesada. Se lo sacó más allá del tercio, alejándolo de su querencia, para continuar con mucha vulgaridad y sin lograr hacerse con el toro, siempre escondiendo la pierna de salida, demasiado del perfil y ayudados por alto muy deslavazados, pero el maestro se dio una descarada vuelta al ruedo, aunque igual eso era para ir recogiendo “cossíos”, que luego le valen para aprender a torear y subir de nivel. Al sexto, el de menor trapío, que seguro que era porque en la configuración del juego, dónde había que pinchar la casilla de toro, pincharon la de chivo. Cabeceó mucho en el peto, llevando la cara muy alta, mientras el estribo sonaba como las campanas de la Catedral de Toledo. Trapazos y más trapazos, carreras por aquí, cazando un muletazo por allí y sin poder ganarle al chivito. Que la cosa no daba para mucho más, que muchos pases, muchos, pero que no contaban casi en el juego. Que esto no sé si está bien, porque si das muchos trapazos y no te suman puntos, pues se pierde la ilusión y dan ganas de mandar el mando tan lejos como David Mora mandó la tela cuándo entro con la espada en este sexto. Pero no nos quejemos, que la ocasión era especial, porque todo el mundo ha podido presenciar el ensayo general del primer juego de toreo de videoconsola.

martes, 22 de mayo de 2018

¿Quién vive en una piña debajo del mar?


Lo del toreo submarino puede tener su gracia, pero que no nos haga perder la cabeza

Cómo caía, que de repente parecían los angelitos de la corte celestial estar pellizcando las nubes para que cayera agua y agua y agua y agua para llenar el mundo. Menos mal que la plaza de las Ventas tiene un drenaje que gracias a la pendiente del ruedo ayuda a evacuar el agua de lluvia inmediat… ¿No? Noooo, eso era antes de la genialidad de un maestro que decidió que aquella chepa era incompatible con el arte torero y el chachachá. Que menos mal que ha sido en el sexto de la tarde y que ya estaba casi todo visto, que no quiero yo imaginar lo que puede ser un día de clavel, clavelito de mi corazón. Que no es la primera vez que llueve en mayo en Madrid, ni de esa forma, pero eso sí, hay que reconocer que nunca antes se había llenado la piscina venteña con tanta rapidez. Muchas gracias, maestro, nos ha puesto a la capital los primeros en la línea de salida para organizar el mundial de piragüismo. Aunque lo mismo no hay que darle todo el mérito a la genialidad del maestro y hay que darle también su mérito al señor productor, monsieur Casas, don Simón, que igual nos está preparando el estreno en la Plaza de Madrid de Bob Esponja, el musical. ¡Ríete tú del Rey León y demás menudencias. Que los caracolillos ya los tenemos, echamos mano de una de don Núñez del Cuvillo, de Juan Pedro/ Parladé o Jandilla y la caracolada va a ser chica. Bueno, chicas ya son y descastadas.

Quizá lo de la segunda novillada del serial no ha sido más que un ensayo, a ver cómo recibía el respetable eso del show acuático en Las Ventas. El resultado no ha podido ser más satisfactorio, una perfomance taurino submarina que ha encantado a los asistentes. ¡éxito de crítica y público! Que así de primeras, nadie se lo podía ni imaginar, que parecía un festejo más de esos que se montan ahora para entusiasmo de la masa. Ganado del Conde de Malladle, manso, manso, pero manso. Eso sí, de los que se dejaban en mayor o menor medida, pegar pases. Sin que se les castigara en el primer tercio, lo mismo se liaban a tirar derrotes al peto, que a pegar cabezazos queriendo quitarse el palo, que se querían dar la vuelta, pero todos cumplían con el quererse marchar el irse sueltos.

En cuanto a los novilleros, pues poca cosa, más bien nada. Una muestra más del estado del escalón inferior. Resulta muy complicado hacerse ilusiones y pretender ver algo de luz para el futuro. Es una reproducción de cómo está la fiesta, no hay nadie que venga empujando y si alguno pudiera ser que tuviera condiciones, que no parece el caso, tienen una falta de afición preocupante. Que es posible que tengan ilusión por vivir del toro, por hacerse millonarios, por comprar una finca, por mandar en este, por vestir como pinceles, pero la afición para ser torero es otra cosa muy diferente y eso lo tienen que entender los propios novilleros, que puede que haya quién tenga la fortuna, la gran suerte, de tener a alguien que les diga las cosas, que les ponga las peras al cuarto, que les digan lo que es esto con claridad, pero luego son los novilleros los que tienen que comerse el mundo, nadie más.

Pablo Atienza, quién salió triunfador de las novilladas del verano pasado, se ha limitado a querer pegar pases en su primero, y por momentos parecía que le entraban todas las urgencias del mundo, como que se despresurizaba. Muletazo por la espalda en los medios y a partir de ahí, pases y pases, para concluir acortando las distancias y sacando pases de uno en uno. Hasta pareció lucir en uno de los derechazos, pero el conjunto resultaba demasiado anodino. En su segundo, se fue a portagayola, toda una declaración de intenciones, . El animal siempre buscaba su querencia y Atienza tuvo el acierto de intentar alejarle de ella, pero poco más, daba la sensación de tener muchas urgencias, muletazos sin temple, enganchones, le desarma, careciendo del sosiego y el mando que el animal pedía, muleta atravesada y él quedándose descolocado. Y si algo se le puede rescatar es la forma de tirarse a matar, que algo es algo, pero quizá no sea demasiado.

El segundo era Alfonso Cadaval, que comenzó con el segundo con una verónica rodilla en tierra, luego intentó responder a un quite de Toñete, pero sin llegar a nada, porque los novilleros del momento dan la sensación de hacer todo siguiendo un guión, con lo que eso conlleva, no solo la falta de naturalidad, sino que parece que no se enteran de lo que tienen delante. De nuevo de rodillas al comienzo de la faena de muleta, dando más trapazos que otra cosa. El novillo presentaba un molesto calamocheo, pero nada que no hubiera podido solventarse, o intentar hacerlo, con un toreo por abajo, si es que no se hubiera arreglado esto en el caballo, pero ya sabemos que en el caballo, nada. Cadaval se limitaba a apartar el engaño de un tirón, evidenciando a medida que pasaba el tiempo, que no podía con el del Conde. En su segundo no varió la tónica, mucho muletazo al aire, bailando constantemente, alargando la faena innecesariamente, con el agravante de que cuánto más tiempo estuviera allí, más asomarían las carencias.

Quizá Toñete no se haya tomado demasiado tiempo en aprender los secretos de la lidia y del buen toreo, pero nadie le negará su capacidad de convicción para formar una buena troupe de seguidores, que tan entusiasmados, tan entusiasmados, que llegan a resultar poco convincentes y que haga o no haga el torero, ellos batirán campas de júbilo por su torero. Vulgarote y con pocas ideas, tras largar trapo por los dos pitones, en su primero no tuvo más recurso que el arrimón. Muy fuera, siempre, abusando del pico, demasiados enganchones y necesitando recolocarse siempre. En el sexto se desencadenó el diluvio y la lidia se complicó más de lo debido. En primer lugar por la falta de pericia del matador y en segundo, por la lógica incomodidad de tener que torear debajo unos aspersores a todo gas, mientras el diluvio universal y la tormenta tropical Mariana intentaban salvar el año hidrológico presente y los tres siguientes. En medio de la locura, el novillo derribó, Fernando Sánchez salvó con su quite a un compañero al salir de banderillas y mientras la gente subía y bajaba por los tendidos, alborotaban las gradas molestando con sus quejas por la lluvia, pretendiendo que todo se les consintiera porque habían pagado tendido y Toñete dando comienzo a una sinfonía de despropósitos; los trapazos iban y venían, enganchones, desarmes, patinazos y la parentela entusiasmada. Hasta gritos de torero, torero. ¡Cómo se lo estaban pasando! Si hasta la oreja le pidieron. Los tendidos desiertos y los Ultra Toñetes encantados. Que se pensarían que estarían apoyando al chaval, pero en aquellas circunstancias hacerle dar una vuelta a nadie era de ser muy mala persona. O igual la cosa era que estos hinchas querían que el señor productor, monsieur Casas, don Simón, le ofreciera el papel estelar en Bob Esponja, el musical. Que ya me veo yo a Toñete con una armadura cuadrada, de color amarillo, gritando eso de: ¿Quién vive en una piña debajo del mar?

Enlace programa Tendido de Sol del 21 de mayo de 2018:

domingo, 20 de mayo de 2018

Hasta el año próximo


A veces solo el toreo sobre las piernas es el que admiten ciertos mansos y si se ejecuta con verdad y con majeza, hasta puede ser merecedor de trofeos

Quizá haya quién hable de la bondad de Madrid, pero en justicia, eso no es exacto, quizá sería mejor que habláramos de la bondad del mundo, pues es el mundo entero quién pasa por esa plaza a lo largo de toda la feria, gentes de todos los rincones, que como peregrinos acuden una vez al año a los toros, a la feria de San Isidro, que muy mal tenemos que estar como para no cumplir esta manda. Que no creo que haya una promesa mejor que la de ir a los toros, pero quizá no sea muy conveniente el pretender que todo el personal se adhiera a su juerga. Que si unos quieren jalear cualquier cosa que se les ponga delante, pues venga, que quieren pedir orejas, pues están tardando, pero no pidan al resto que se tiren por el mismo precipicio y muchos menos enfrentarse al que no quiere ir de la mano con ellos barranco abajo. Pero no, será por eso de la unidad, algo tan sobrevalorado, que o nos despeñamos todos o ninguno.

Quién sí que estaba para tirarse por el barranco fue la corrida de Alcurrucén, mansa de provocar, con el peligro de los mansos, buscando siempre su querencia, con una especial atracción por los terrenos de toriles. Bien presentados los que levantaban de los cinco años y bastante más justos los demás, cuarto y quinto, pero todos manseando, incluido el de Lozano Hermanos. Y junto con los de Alcurrucén, no es para que se fueran al abismo, desde luego, pero no se puede decir que los espadas tuvieran su mejor tarde. Curro Díaz dejó clara su tendencia iniciada hace un tiempo, de entregarse al toreo moderno, con la elegancia de siempre, con esas maneras de artista, pero con hechos de toreo ventajista, muy vertical, pero muy perfilero. Le costó hacerse con su primero, que entraba a arreones, echando la cara arriba. Llegó suelto al caballo y fue notar el palo y pegó un respingo, que de la inercia acabó en toriles. Ya una vez conducido al caballo, corneó el peto mientras le tapaban la salida, para después simplemente dejarse. Complicado en banderillas, haciendo hilo por ambos pitones. Bien en los comienzos de faena, por bajo y a una mano, con un trincherazo estimable que se deslució cuándo el Alcurrucén se arrastraba por la arena. Muletazos estimables y algún enganchón que deslucía el conjunto. Ya en pie, por la derecha, Díaz no dudó en atravesar la muleta, escondiendo exageradamente la pierna de salida. Cambió de mano y en un traspiés cayó el espada, cuándo el toro hizo por él, pegándole una voltereta bastante fea, que afortunadamente quedó en el susto. Volvió al derecho para continuar desde muy fuera, acortó distancias para seguir con muletazos de uno en uno, para concluir citando de frente, pero sin poner nunca la muleta plana. El que hacía cuarto no estaba para capotes, ni para nada, solo quería espacios abiertos dónde nadie le molestara. Apenas le tocaron con el palo, si acaso se dejó y punto en el primer encuentro. Bien recogido por abajo en los primeros compases de la faena de muleta, para a continuación repetir con el toreo ventajista de su primer toro. Daba la sensación de cierto arrebato, cómo si tuviera cierta prisa. Muletazos con la izquierda tirando del engaño en línea recta, con enganchones y recolocándose constantemente. La duda es si esta modernización aún tiene vuelta atrás, que si bien es verdad que los hay que le jalean, ya no llena el ojo como lo hacía hace demasiado tiempo.

Volvía Joselito Adame con su entusiasmo a prueba de bombas, lo que está muy bien, pero no es suficiente y más cuándo lo que acompaña a tal entusiasmo es un falta de recursos y toreo de verdad, alarmante y que ya cansa, pero que pase lo que pase, seguro que volverá en futuras citas a Madrid. Su primero era manso, como toda la corrida, pero este venía con sorpresa, traía un regalo envuelto en papel de colores, pero Adame se quedó con el envoltorio. Salió este segundo suelto, echando las manos por delante, el azteca respondía con mantazos y el toro, muy abanto, se fue a buscar al reserva, a ver si por allí le iba mejor. Fernando Sánchez impidió que llegara al caballo. Suelto siguió y suelto llegó al de tanda. Se agarró bien Óscar Bernal, mucho derrote. A partir de entonces, el Alcurrucén estaba muy pendiente del peto, se fue suelto, desde muy lejos, el pica se agarró bien de nuevo, en buen sitio, se iba, volvía, se volvía a ir, mientras el maestro andaba por allí, que no cerca de dónde se desarrollaba la lidia. Se venía a todo lo que estuviera a distancia, apretó a los banderilleros, que tuvieron que saludar, Miguel Martín y Fernando Sánchez. Adame decidió comenzar con telonazos por alto, el toro no se cansaba de seguir la tela, aportando toda la emoción que podía vivirse en el ruedo. Requería un torero que le mandara y a Joselito solo se le ocurrió despatarrarse y torear con el pico de la muleta, sin ofrecer el mando que exigía el Alcurrucén. Muy fuera, sin templar, enganchones y poco a poco el animal se le iba subiendo a las barbas, un toro que podía haber sido de triunfo, rubricándose el trasteo con unas manoletinas. El quinto de la tarde, junto con el cuarto uno de los que pasaban justitos, se frenaba en cuanto le presentaban los capotes, echando las manos por delante, muy suelto, llegó al caballo y al notar el palo salió pegando respingos, hasta desembocar en el picador que guardaba la puerta, que con buen criterio, se empleó a fondo con el manso, había que aprovechar la ocasión, no fuera a ser que no hubiera otra oportunidad. El toro no paraba de cabecear y has coces tiraba. Que algunos ya pensaban que don Jesús María volvería a mandar a los corrales a un manso, pero no, ¡qué alivio! Se le pudo llevar al caballo titular y efectivamente, no hubo opción, salió de najas. Adame intentó torearlo lejos de su querencia, pero no había manera, el toro precisaba mando y una lidia eficaz, pero se le ofrecía lo de siempre. A cada muletazo se quería ir, pues bien, acabemos en la puerta de chiqueros. En este caso hay que reconocerle a Joselito Adame el que asumiera tal riesgo, pero ya está, porque el toreo posterior no dejaba de ser distante, con demasiadas ventajas, pero que fue jaleado con vehemencia por esos que eligieron esta como la corrida de este año. Estocada caída y oreja. Ya he contado lo de meritorio que había, pero ni de lejos se acercaba a nada que pudiera suponer una oreja. Y ahora, quizá por este despojo, tendremos que aguantar a este torero un año más, porque ya sabemos que aquí cuenta la estadística y algo menos el toreo.

Juan del Álamo parece este año condenado a los complicados y con la de Alcurrucén, a los mansos. Asomó el tercero de la tarde en el ruedo con un paso mortecino, para pararse a la puerta de toriles ¡Lagarto, lagarto! Ya en el capote del matador, se frenaba, se fue buscar otras tierras. Ya en el peto, pegó un salto al notar el palo, para después recibir el castigo correspondiente, tapándole la salida y después echar la cara muy arriba tras el picotazo del segundo puyazo. Le recibió en la muleta con muletazos por abajo, el toro tirando arreones, con el salmantino toreando sobre las piernas, aunque no con el lucimiento y convencimiento que más de uno esperaba. El toro no estaba para más y si Juan del Álamo hubiera cogido la espada, no se le podría reprochar nada, pero ya sabemos, si vas un día en tu vida a los toros, vas a ver derechazos y naturales, de la manera que sean, lo que pareció obligar al torero a estar ahí, pasando el tiempo, para evitarse así los pitos. Embestidas broncas por el izquierdo, saliéndose a mitad del muletazo con la cara alta, tal cuál si fuera un mulo de carga. No se tragaba ni un muletazo. Bajonazo, que en este caso tampoco es para mandarle a los civiles, y a otra cosa. Y si quedaban dudas, solo había que ver como el animal buscaba la muerte al abrigo de las tablas. El de Lozano Hermanos, parecía hermano de los anteriores, y no quiero hacer el chiste fácil sobre la propiedad de este hierro, pero su comportamiento fue casi idéntico. Tres veces que se acercó al caballo y tres veces que salió a escape al notar la vara. Tiró del Álamo de un trasteo por abajo, con algún muletazo rescatable, pero todo se perdió cuándo empezó con el toreo de lejanías, con el pico de la muleta, hasta que en un natural se le coló con peligro, para seguir el animal saliendo de los muletazos como un burro. Hasta que definitivamente, acabaron ambos en toriles. Triste manera de cerrar el festejo, con la charla tan animada que habían mantenido con el vecino o vecina de localidad, compartiendo merienda, yintonis a nueve euros, pipas y hasta insultos a los díscolos, que eso de insultar en compañía une mucho. Pero todo se acaba y al final llegan las despedidas y dónde unos, incluidos casi todos los protestones dicen “hasta mañana”, otros, las benévolas máquinas de dar palmas y agitar pañuelos dicen eso de “hasta el año próximo”.

sábado, 19 de mayo de 2018

Doctor, soy una plaza de toros… ¿o de un pueblo el día de la verbena?


Cuánta diferencia entre el toreo por alto y los telonazos

De mayor quiero ser un camión de bomberos o mejor, un parque temático o no, mejor un convento de clausura. Sí eso, un convento de clausura o mejor no, mejor una plaza de toros, eso me gusta, voy a ser una plaza de toros, la Plaza de Madrid y me voy a llamar de las Ventas. Y ahí empezó ese tormento de la plaza de Madrid, que no sabe ni lo que es. Que al final se decidió por eso, pero claro, ahora hay que decidir qué tipo de plaza, que ahí hay mucho que decidir. Y en estas está esta plaza de unos años para acá, que de repente se quiso hacer moderna, pero no quería dejar de ser una plaza seria, pero también se quería hacer amiga de las figuras del momento, aunque, tampoco iba a despreciar a los populacheros, pero, ¿cómo se conjugaba eso con lo de ser una plaza dónde pasarlo bien? Y además, una plaza dónde tomar copas y que no pareciera demasiado una plaza de toros, pero esto último lo solucionó en visto y no visto un francés que se vino a pasar una temporadita al foro. Bueno eso y casi todo lo demás. Pocos cotolengos habrá en el mundo con tanta capacidad como la plaza de las Ventas de Madrid. Ríanse ustedes de Jeckyll y Hide, que era un simple al lado de esta plaza de mis amores. Y lo peor de todo no es que cambien cantidad de pacientes todos los días, lo malo es que también cambia el psicólogo, el sofá y el método, que hoy es psicoanalista, mañana conductista y pasado… del Aleti. Esto es un sin vivir. Que uno va a los toros y antes tiene que pensarse muy seriamente a dónde va, que hoy te ponen Victorinos y van los autodenominados toristas, mañana Saltillos y los aficionados al toro, al otro figuras y acuden aficionados a la tauromaquia, luego viene Finito para los exquisitos, Fandi para los locos de la velocidad, o los Jandilla, para Padilla, Caastella y Roca Rey y se te llena… dejémoslo en que se llena, de gente y de cáscaras de pipas.

Quizá ya deberíamos olvidarnos de pensar en las Ventas como una plaza de toros y pensar más en un parque temático del absurdo, todo dependiendo del día. Está claro que si se anuncian los Jandilla, no se puede hablar de corrida de toros, de toros de lidia, se sobreentiende. Que te salgan seis toros y que el único medio puyazo se lo lleve un animal que derribó al piquero, que momentos después se puso a arrearle badana por rencor. Con presencia justita en casi todos, menos en los que rondaban los cinco años y medio, que eran otra cosa. Que venía Juan José Padilla a despedirse de Madrid y el público va y le saca a saludar. Que no digo que haya que ser rencoroso, pero homenajear de esta forma a un señor que hace unos años se burló desde el ruedo de la afición de Madrid, pues es un poco extraño, ¿no? Aunque a los que había en la plaza, quizá la Plaza de Madrid les importe un pepino, ellos habían ido a jugar, como a los concursos de la tele, así que a jugar. Pero viendo a Padilla evolucionar por el ruedo, la pregunta era: ¿y cómo es que no se había retirado ya? Mal con el capote, con un toro al que no se le picó, pasó por el peto, pero eso ya no quiere decir nada. Banderilleó de tal forma que hizo añorar a los peones, con uno muy pasado, otro casi en la cara y el violín, muy desafinado. Calcando el mismo tercio en su segundo. Comenzó su lección de destoreo de rodillas, pegando banderazos como si fuera un capa del siglo pasado. Ya en pie, exceso de pico, sin parar quieto en ningún momento, a media altura, todo muy forzado, exagerando las poses, para acabar viendo cómo el de Jandilla se le subía a las barbas y acababa aperreado con él. En el cuarto, más de lo mismo, un toro que empezó no haciendo caso a los capotes, que le obligó al matador a darse la vuelta, le desarmó y que tuvo que sujetar con acierto Manuel Rodríguez, Mambrú. En la primera vara, el picador no acabó de agarrarse bien y tras unos momentos de apuro, acabó midiendo la arena con los lomos. Y luego, ya se sabe, tú me has tirado, pues yo te tapo la salida y te doy lo tuyo y lo de toda la camada. Quizá si a este toro se le hubiera cuidado, y no me refiero a una labor sanitaria para que aguantara, sino a lidiarlo con un mínimo de sentido común, igual habría podido ser un toro para hacer algo más que pegar trallazos, defenderse con el pico y tratar de librarse de un animal que se hacía el amo. Carreras, culo fuera, mientras el Jandilla apretaba cada vez más, desarme, evidente falta de recursos y fin de la presencia de Padilla en Madrid, vestido de torero, al menos de momento.

Sebastián Castella hacía su primer paseíllo este año en Madrid. Capotazos de recibo a pies juntos, que más que llevarlo, le veía pasar y le quitaba el capote de repente. Lo del primer tercio no pasó de un apoyar el palo en el toro, cosa que al cuatro, al cinco y los tendidos del seis le pone como locos y se rompen las manos a aplaudir, en esta y en todas las corridas. Ahí es dónde realmente reside el espíritu modernista y populachero de esta plaza, con la circunstancia de que nunca se cansan de aplaudir y jalear, porque cómo todos los días se relevan unos a otros, no se cansan. Comenzó Castella la faena de muleta con telonazos por alto, a pies juntos, cogote levantado. El animal perdía las manos, Castella más allá de la pala del pitón y atravesando el engaño y mientras se sujetaba en pie, tomaba la muleta, pero la cuestión era esa, que se sujetara y que el maestro no le mandara allá por la circunvalación. En el quinto, comenzó con capotazos sin parar de moverse y lo mismo tiraba de verónicas rectificando, que por chicuelitas, que te cantaba una ranchera. En el caballo, el animal se dejaba, sin más, pero sin castigarle. En el segundo encuentro se partió la vara y el señor picador aún lo intentó con esta astillada. Inicio de faena citando desde los medios, con muletazos por detrás, por delante, por arriba, por abajo, la muleta a la diestra y derechazos empalmados que levantaron a la concurrencia. Lo que habría sido si los hubiera rematado y ligado, pero… Muchísimo pico, citando desde muy fuera, siendo lo más jaleado un desarme. Arrimón con trapazos bastos, desangelados, sin sentido, de una vulgaridad extrema, peleándose con el animalejo, pero que tuvo como premio un despojo del Jandilla.

Roca Rey era el esperado, el deseado, ese joven que se viste de torero, vive como torero, habla como torero, pero es Roca Rey, al que no le importa desentenderse de la lidia en todo momento, excepto cuándo toma la muleta, que se queda aparcado por el ruedo sin tan siquiera cumplir con su obligación de auxiliar a los compañeros en el ruedo, él está a lo suyo, que está muy bien, pero en estos casos, quizá mejor lejos de un ruedo, ¿no? En su primero, el primer terció se puede resumir en un no picar, llegando al extremo de que sin llegar casi al peto, en la segunda entrada se partió el palo y el peruano pretendía que se cambiara el tercio. Pases por alto, muletazos por la espalda y el toro rodando por el suelo. Naturales metiendo el pico de la muleta en el testuz del animal, muy fuera, levantando la mano al final del trapazo. Muy perfilero, demasiado pesado insistiendo en darle pases al moribundo, que por momentos hasta le puso en apuros. Capotazos sin ton ni son para recibir al sexto, al que por supuesto no se picó, lo que no quitó para que se ovacionara al picador. ¿Lo entienden? Razón a don Larios o Mr. Beefeater. Más telonazos para dar comienzo a su repertorio, que se veía deslucido por ese contaste intento de mantenerse en pie del Jandilla, quién no tenía otra idea en la cabeza que llegar a terrenos de toriles. Allá que se fue el matador, para darle pases a costa de lo que fuera, con el toro casi apoyado en las tablas, según venía le cazaba uno, para que siempre que veía la salida a su querencia, se marchaba sin pudor. Y como fin de fiesta, las manoletinas. Esos tendidos de sol entusiasmados, otros sin dar crédito a que eso alguien lo considerara toreo. Protestas, disputas, cállate, no quiero, baja tú, no traje traje, que aplaudo porque me da la gana, pues aplaude y déjame a lo mío. Un manicomio como no hay dos, diferente del día anterior y del posterior y del otro y del otro y mientras, sin que a nadie parezca preocuparle, en el sofá del psiquiatra un paciente que ha perdido completamente su identidad, pregunta lleno de ansiedad:  doctor, soy una plaza de toros… ¿o de un pueblo el día de la verbena?