lunes, 29 de marzo de 2010

Con las ganas que teníamos


Nos hemos tenido que volver para casa con las orejas gachas. No quiero pecar de adivino de pacotilla y repetir eso de “ya lo decía yo”, pero es que ya hemos visto alguna que otra vez como se estrella a un torero contra un ganado infame. Y el ganado infame hoy ha sido el de San Miguel, que más bien parecía 0’0, sin alcohol, sin calorías, sin fuerzas, sin casta y sin na’ de na’ y de tapa los dos Carriquiris que se apuntaron sin desentonar a la decepción generalizada.

Muchos íbamos a la plaza para ver a Curro Díaz, para que negarlo. Un torero que cuando torea lo hace de verdad y que después de sus últimas lecciones nos había alimentado aún más la ilusión por verle. Pero es que no ha habido lugar para nada. Se ha venido a Madrid desde Linares para matar a dos animalitos y marcharse con la sensación de no haber podido decir ni esta boca es mía. Te anuncian para cantar en el Real, te presentan como el principal atractivo de la ópera y cuando te dispones a entonar el “Nessum Dorma” te das cuenta de que no han llegado los violines, ni el viento, ni el director y que los que hay allí sentados son figurantes de la orquesta. Entonces ni ópera, ni Verdi, ni nada.

Tampoco disgustaba la inclusión de Leandro y Morenito de Aranda. Pero tampoco. El vallisoletano fue el único que instrumentó algún pase limpio, pero no toreó, eso es otra cosa. Otra cosa distinta de ese toreo distante y tirando líneas de Leandro, más próximo a la modernidad imperante que al clasicismo contundente. Y si no sólo hay que pararse a pensar la cantidad de muletazos que soportaron sus dos novillotes, que no tenían ni medio gramo de fuerza. Estos, como toda la corrida, no habrían aguantado ni un muletazo si el espada les hubiera sometido mínimamente.

El tercero de la terna, Morenito de Aranda, un torero con buenos conceptos, que en la mayoría de los casos intenta ajustarse a la verdad, pero que ayer le cambiaron la tila por un café muy cargado. Estuvo toda la tarde demasiado acelerado, olvidando algo tan necesario como el temple, sobre todo cuando tienes delante unos inválidos sin fuerzas como los que fueron soltando por los toriles. Pero tampoco le reprocho este aceleramiento, que puede que venga motivado simplemente por el afán de aprovechar cualquier oportunidad que se le presente y poder seguir tirando para adelante, sobre todo si tenemos en cuenta que no acaba de estar en ese circo del cambio de cromos de las empresas poderosas. Lo cual no quiere decir que no deba redimirse y atemperar sus ánimos, al menos en la cara del toro. Como en otras tardes, nos regaló algunas verónicas de mérito, quedándose quieto y jugando bien los brazos y ofreciendo el capote al toro perpendicular, dejándole meter bien la cabeza en la tela.

Y poco más hay de una tarde en la que algunos nos pudimos quejar por no considerar suficiente el “esfuerzo” de la empresa para confeccionar los carteles de San Isidro, en los que aparte de ausencias y presencias, también se echa de menos que a algunos se les obligue a venir más tardes, con otras combinaciones ganaderas y con enfrentamientos directos entre unos y otros. Pero igual que en el paseíllo el alguacillillo quería tirar para un lado y el caballo para otro, la afición quiere que esto vaya por aquí y los taurinos van por allí. Eso sí, y aviso, yo no iré a ver al señor Luque despachar seis toros él solito. Para matar seis toros hay que tener un repertorio largo, una cabeza en la que entren muchos toros, aunque esta expresión no me guste nada, y además hay que tener atractivo para la afición; y el señor Luque de momento no lo tiene, al menos para mi, que no me llenan esos pasimisí pasimisá, sin toreo de enjundia.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Es que no nos gusta ‘na


Ya tenemos aquí San Isidro y, como era de prever, y casi costumbre, ya se han oído voces reclamando esta o aquella presencia o preguntándose el porque de otras que si veremos en Madrid. Yo tampoco pretendo hacer un análisis demasiado exhaustivo de los carteles, pero lo que sí es cierto es de que la gran mayoría de estos los ponen en un domingo cualquiera fuera de feria y no va ni el Tato, y los que irían precisamente seríamos los que más nos quejamos y que nos mostramos más críticos con la empresa de Madrid, y con quien le otorga la concesión de la plaza. Son esos inexplicables contrasentidos de la fiesta.

Esta es una historia que se repite desde hace ya muchos años. La empresa de Madrid tiene cautiva a una afición que saca su abono religiosamente para no perderlo y esperando que vengan tiempos mejores que los presentes. Conclusión, que el señor empresario no tiene por qué romperse la cabeza, porque de salida ya tiene vendidas el 85% de las entradas de la feria. Y si a esto añadimos que la elaboración de los carteles se hace a gusto del canal de televisión oficial de la feria, que deja sus buenos dineritos, pues para qué nos vamos a complicar la vida. Y así seguirá pasando mientras el bobo aficionado, donde también me incluyo, siga acudiendo a los toros, protestando, pero pagando, que al final es lo que importa.

Resulta aberrante pensar en cualquier tipo de afición, al cine, a la música o al fútbol, en que el aficionado reniegue y eche pestes cuando llegan los óscar, la temporada del Real o los mundiales de fútbol. Pues en los toros pasa una vez y otra vez y otra vez y… no acabaríamos nunca. Se supone que se va a poder ver a lo más granado de la tauromaquia y al final todo se ciñe a que vienen las figuritas que como una troupe se van moviendo por las ferias del mundo, seguidos por un puñado de toreros en los que se depositan las esperanzas del aficionado (Fandiño, Aparicio, El Cid, Morante, Javier Cortés por eso de la novedad, el recuperado Juan Mora y para ya de contar). Luego vienen los que nadan entre dos aguas, unos porque parece que en algún momento darán el paso adelante, otros porque tras años de carrera se han ganado el respeto y otros porque un día parecía que sí pero. Luego están los que nadie entiende porque hay que sufrirlos año tras año, cuando ya han dejado muy claro que han exprimido el limón hasta dejarlo seco como la mojama, y a los que en domingo no les iría a ver ni la familia (Javier Conde, Capea, Eugenio de Mora, Abellán, Iván García, Encabo, Juan Bautista o César Jiménez y por supuesto, el señor Padilla, siempre tan querido en esta plaza, especialmente después de sus pretéritos desplantes). Luego, esos que tanto empeño tienen algunos en convertir en figuras y que nos quieren hacer tragar a toda costa (Tendero, Luque y Pinar) y que cuando les venga bien los tirarán a la papelera. Y además, José Tomás y Diego Urdiales.

Pero si de los toros hablamos, tres cuartos de lo mismo: los que se espera confirmen actuaciones pasadas, los que parece que vienen remontando y los que parece que renacen de sus cenizas (Palha, Adolfo Martín, Ibán o Victoriano del Río) y el resto, los que tienen nombre pero llevan años echando un género de cuidado, como Dolores Aguirre, los que entre mucho mulo echan un gran toro, como Cuadri y todo lo de Domecq, o lo que es lo mismo, el 90% de los que se lidia hoy en día. Lo de otros tiempos, eso de poder contemplar prácticamente a todos los encastes, ya es agua pasada. Antes aún existía un mínimo de consideración para el aficionado, no mucho tampoco; que nadie olvide los escándalos ganaderos de los Lozano, o aquella protesta contra Chopera que cubrió la plaza de Madrid con plumas de gallina. Pero es que lo de estos señores clama al cielo. No se digiere ni con bicarbonato. Pero, tranquilos, porque seguro que la presidenta de la Comunidad de Madrid, con todas sus buenas intenciones para con la fiesta, seguro que además de declararla bien de interés cultural, nos sorprenderá con alguna medida a favor del aficionado. Seguro que a partir de ahora se pedirá el voto del aficionado para saber qué torero no debe volver en años o a cuál habría que incluir por petición popular. O incluso cabe la posibilidad de que se penalice al ganadero que no sea capaz de juntar al menos cinco toros de Madrid, o de premiar al que ha triunfado en esta misma plaza fuera de la feria, o incluso en otras plazas de la Comunidad de Madrid. Y ya estirando mucho la goma, no me extrañaría que la plaza estuviera cubierta para la temporada que viene, y que los accesos se mejoraran con escaleras mecánicas, o que se abrieran todas las taquillas en lugar de una o dos, o que nos facilitara la renovación de los abonos, o que no nos cobrara lo mismo por ver a José Tomás que a Juan José Padilla. Y ya en el colmo de esta borrachera de ojalás, que nos permitiera despedirnos como se merece de un torero madrileño y de Madrid, ¿verdad don Carlos? Pero me da que a Frascuelo sólo le podremos despedir por los pasillos de la plaza, tal y como hemos hecho tantas veces, aunque aquí tengo que reconocer mi conflicto interior de querer volverlo a ver de luces o no. Eso será cuestión de facultades.

viernes, 19 de marzo de 2010

El día del padre

Felicidades a todos los padres y a los Pepes y Josés, a mi amigo José Luís Bautista, mi proveedor oficial de frases demoledoras; a Pepe, mi apreciado compañero de localidad casi desde que se retiró Vicente Pastor, que además también son papás, al Papa Negro, a Papá Piernas Largas y si hace falta a Papá Levante.

Esos papás que nos inocularon el veneno de esta afición, bendita afición, que nos enseñaron a querer un espectáculo en el que pican, clavan pinchos y matan a un animal y que, al mismo tiempo, nos enseñaron a respetarlo, a quererlo, a conocerlo, a saber cómo verlo en el campo y a admirar a quienes eran capaces de, vestidos de luces, hacerle lo que el resto de los mortales no eran capaces de hacer.

Estos mismos papás que nos llevaban de la mano a ver en silencio y sin molestar los toros en el Batán, los que nos hacían sitio para poder ver mejor el apartado en las corraletas de las Ventas y que, cuando nos cruzábamos con un torero, nos cuchicheaba: mira, Fulanito de tal, a ese le vi un día torear con la izquierda así y asá, le cogió el toro y le dieron las dos orejas sin entrar a matar (Juan Posada, por supuesto). El mismo papá que cuando ya era mayor y salíamos de la plaza indignados con algún espada y que cuando lo veía pasar en su coche por delante de nosotros a la salida de la plaza me agarraba y me decía: ya no le digas nada, ya se acabó la corrida, él ya ha acabado y ya es una persona normal, lo que se le diga tiene que ser en la plaza, aquí no. Pero que luego en la plaza, aunque pudiera protestar, nunca entendió un insulto, y mucho menos si este se refería a su madre, esposa, resto de la familia o tendencia sexual.

Papás que en definitiva nos han hecho violentos, crueles, inhumanos, maltratadotes y no se cuantas cosas más. Papás que después se convirtieron en abuelos y que ya mayores pudieron tener la satisfacción de cruzar la puerta de la plaza de la mano de su nieto, al que le repitieron las mismas palabras que a sus hijos muchos años antes.

Pero que no se nos olvide que para ser papás hay que tener hijos, y para tener hijos hay que tener esposa, que aguantan pacientemente la afición o pasión de papá. Esos que cuando llega mayo soportan cómo a las seis de la tarde papá echa a correr con la almohadilla bajo el brazo, que los domingos no hacen planes si el cartel es bueno y papá decide ir a los toros. Los que aguantan que en las vacaciones se den cuarenta mil vueltas por carreteras infumables para ver unos toros en el campo. Esos que cuando en la tele sale algo de toros, pocas veces, piden silencio para que papá no se pierda detalle. Y por extensión, a las familias políticas que entienden que el papá de los niños de la niña no vaya a un cumpleaños, porque ese día tiene toros.

Pues mi papá, que para mí ha sido quien más sabía de esto, es este señor que hace unos años se borró de este mundo y del que me acuerdo todos los días como si fueran 19 de marzo, y mucho más cuando en el ruedo veo a un torero torear de verdad y, sobre todo,
cuando sale un toro poniendo a cada uno en su sitio. Pues un buen día a todos.

lunes, 15 de marzo de 2010

Toros, cámara y… acción


Ya estamos aquí. ¿Qué tal el invierno? Te veo muy bien, estar mejor que nunca, que alegría volver a verte. Estas y otras fórmulas parecidas se repetían ayer en los reencuentros de los fieles de la plaza de Madrid. Puede que menos de los esperados, porque casi no había ni un cuarto de plaza, pero eso es harina de otro costal.

Como atractivo principal los Santa Coloma de Flor de Jara, que en principio se lo iban a poner complicado a los tres novilleros que abrían el año. Pero mira por donde que ni unos fueron lo esperado, ni unos padecieron lo que se imaginaba. Los temibles novillos de Colmenar fueron unos bondadosos animalitos que se dejaban dar trapazos a mansalva sin casi acusarlo a lo largo de la lidia. Esos Buendías de hace unos años a los que había que saber hacer las cosas y que ponían en un brete al más pintado, no fueron los que saltaron al ruedo de las Ventas. El ganado fue noble, muy noble, casi excesiva y peligrosamente noble, porque ya se sabe que este camino iniciado por otros, acaba en un abismo de bobaliconería insoportable. Esperemos y deseemos que esto haya sido circunstancial y que el ganadero siga al pie de la letra su inicial declaración de intenciones al hacerse cargo de este encaste.

Pero a pesar de la bondad del ganado y de que éste fuera ofreciendo sus orejas para quien se las quisiera llevar en triunfo, no hubo quien fuera capaz de echar la pata pa’lante y dar una gran tarde de toros. Quizás tampoco era el día, domingo por la tarde con solecito, la primera del año en Madrid, poca gente, pues ¿pa’qué? Mejor lo dejamos para otro día. Pues esto era lo que parecía pasar por la cabecita de los tres aspirantes a matador de toros. Pues estamos listos. A ver si alguien les enseña la lección esa que dice que las oportunidades hay que pillarlas al vuelo y si es en la primera plaza del mundo, pues mucho más.

Tanto Carlos Guzmán, como Juan Carlos Rey, como José María Arenas, se limitaron a dar trapazos sin orden ni concierto. El primero parecía que intentaba hacer algo mejor el toreo, pero ese echar el paso atrás y el no mandar ni una sola vez con la muleta, le hicieron fracasar. El segundo tres cuartos de lo mismo, intentando ofrecer un poco más de variedad, pero ni en el quinto, que fue el único que recordó algo a los santacolomas de antes y que metía la cabeza en los engaños sin preocuparse de otra cosa que del trapo, fue capaz de dar un golpe en la mesa y postularse para ser torero. El tercero, el albaceteño Arenas evidentemente equivoco el lugar de actuación. Quizás habría sido mejor que se hubiera ido a pedir sitio como extremo derecha en cualquiera de los equipos de fútbol de la capital. Y es que a ver si se enteran ya de jovencitos, que eso de correr, correr y correr, no va con esto de los toros. Era capaz de correr incluso a mitad de lance. Citaba, iniciaba el lance y se ponía a correr o a bailar, todo depende del color del cristal con que se mire. ¡Ah! Y a ver si alguien le dice al joven que se evite lo de las banderillas, que para ponerlas primero hay que saber, que para arañar unas palmitas, no merece la pena.

Bueno, pues parece que ya estamos metidos en harina, aunque tengo que confesar que no soy demasiado partidario de acudir a estos festejos de principio de temporada. Estas primeras corridas me recuerdan al trofeo Carranza, donde los equipos no están rodados y se limitan a pasar el trámite. Pero esto no quita para decirle a los tres novilleros que con los Flor de Jara se han dejado ir una estupenda oportunidad de ganarse un puesto en el equipo titular de la novillería actual. A propósito, ¿era tan complicado tener un recuerdo para el recientemente desaparecido Salva? Y ¿no cabía un pequeño homenaje de despedida al ya jubilado director de la banda de la plaza de Madrid? Son gestos que no son absolutamente necesarios, pero que siempre ayudan a la fiesta y a aquellos que la han vivido con pasión.

jueves, 11 de marzo de 2010

Enrique Ponce, torero de otra galaxia


Foto: Tania Castro (El País)
Me atrevo a hacer esta afirmación con el absoluto convencimiento de que es verdad. Para mi Enrique Ponce ahora mismo es un torero que está en otro mundo y si no, sólo hay que leer las manifestaciones con que de vez en cuando nos deleita, mostrando hasta donde llega su magisterio. Según él, uno de los toreros más valorados de los últimos años, la fiesta se encuentra actualmente en uno de los mejores momentos de su historia reciente, menos reciente y muy, muy poco reciente, vamos la lejana, lejana. Ahora se torea mejor que nunca, siendo él una muestra evidente y en lo que no le cabe ninguna duda, los toros son más bravos y encastados que nunca, lo que también puede experimentar él en su persona; pero esta dulce situación tiene un inconveniente, esos aficionados que se creen que todo lo saben, pero que ignoran lo difícil que es estar delante de un toro y pegarle entre doscientos y trescientos muletazos, casi todos con la derecha, en unos quince o veinte minutos.

Pues por esto creo fervientemente que Enrique Ponce es un torero de otra galaxia, y si no, lo que nadie me va a contradecir, incluidos sus más leales corifeos, es que este señor vive en otro mundo. No voy a dudar de su capacidad de discernimiento, ni de su honestidad, pero un poco alejado de la realidad de esta galaxia y de otro mundo si que vive. En lo que el torero de Játiva ve virtud, otros ven mentira, engaño o simplemente trampa. Además, cuando hace estas afirmaciones está despreciando toda la tauromaquia clásica que a lo largo de los años ha ido evolucionando para conseguir un espectáculo más estético, construido a partir del fundamento del dominio del toro, sometiendo su bravura, su fiereza y acometividad. Pero siempre pensando en que el toro pudiera demostrar todo esto a lo largo de su lidia.

El toro hoy en día sólo muestra este empuje durante las primeras carreras por el ruedo, no siendo capaz de acometer al caballo como se espera que lo haga un toro bravo, motivo por el cual la suerte de varas se ha convertido en algo meramente simbólico, cuando no esperpéntico. Consecuencia de esto es que los añorados quites hayan quedado prácticamente desterrados de la corrida de toros actual. Y si el primer tercio es ya algo testimonial, las banderillas son un mero trámite con saltos y carreras, que casi ha perdido su función de ver como se ha quedado el toro para la muleta. Pero aquí viene el plato fuerte, la muleta. Hemos pasado de que sea una labor de poder, dominar y preparar al toro para la suerte suprema, a una tarea, a la que reconozco su dificultad, de conseguir que el toro no se derrumbe a los pies del “toreador”, mientras este gira una y otra vez sobre si mismo con un trapo en la mano, sin tener en cuenta si el animal lo sigue o si lo busca queriéndolo coger; ojo a la diferencia entre estos dos términos.

En contra de lo establecido en tauromaquias de antaño, hoy en día el momento culminante no es cuando el matador monta la espada y se va tras ella buscando el morrillo del toro, en la actualidad, de lo que se trata es de conseguir el indulto. El premio más deseado para un ganadero, en el que el mérito se ha trasladado al “toreador”. Tanto es así, que tengo mis dudas de que tanto toro indultado acabe con las vacas, como parecería lógico en estos mundos de Dios. Pero en esas galaxias en las que vive el taurinismo imperante y sus apóstoles de las medias rosas, eso da igual. Perdón, no da igual, porque el toro indultado debe aguantar el tipo y recuperarse de sus heridas, al menos el tiempo en que las diferentes televisiones le visiten en el campo para hacer esos estupendos reportajes titulados: “La vuelta a la dehesa” “El descanso del guerrero” o “El maestro tal le regaló la vida”.

Si nos paramos un segundo, podemos darnos cuenta de que en la corrida de toros actual, entre figuras, taurinos y otras gentes, nos hurtan más de las dos terceras partes de lo que es la tauromaquia clásica. No vemos al toro, no vemos la suerte de varas y las banderillas se han convertido en una muestra de poderío atlético, muy alejada de lo que debería ser.

Yo no sé cual de las dos opciones es mejor, o si lo sé, pero viendo tales demostraciones de euforia y de triunfalismo, llego a dudar de que lo que a mi me gusta sea lo que debe ser la fiesta. Aunque hay un dato objetivo que nadie me puede discutir. En el modelo galáctico y de otros mundos, si no hay bocata, bota, ni banda de música, la gente se aburre soberanamente, incluso llegando a dormirse en los tendidos. Y en el modelo terrenal, el de siempre, aparte de resultar impensable eso de la siesta en el tendido, no hay cristiano al que le siente bien el bocadillo entre los sobresaltos que provoca el toro bravo en el ruedo.

Otro día pasaremos a analizar esa forma de torear tan elegante, tan pinturera, tan despegada, tan falta de emoción y tan aburrida de los mandones del toreo actual. Yo sé que hay muchos que pretenden desmitificar el toreo de hace unos años, y para ello no dudan en echar mano de vídeos, fotos y lo que les venga bien para reforzar sus argumentos. Yo no voy a llegar a tanto, con mis recuerdos tengo más que suficiente. Y para el que quiera meditar sobre cómo es ese toreo de otros mundos y de otras galaxias, sólo hay que echar un vistazo a la foto en la que toro y torero se ponen de rodillas. ¿Será una muestra de respeto?

viernes, 5 de marzo de 2010

El esperpento nacional


Nadie me negará que el espectáculo que se está viendo en torno al folletín del Parlament es cuando menos bochornoso. ¿Tan ignorantes y tan indocumentados son los parlamentarios catalanes que necesitan que vayan a contarles de qué va esto de las corridas de toros? Y si es así, ¿qué votaron cuando decidieron iniciar todo este proceso? Quizás han querido ser más papistas que el Papa y en un exceso de celo y de equidad han querido oír los argumentos de las partes. Lo que yo no tengo claro es que todas estas comparencias varíe el voto de sus señorías, ni que sus señorías no tuvieran una opinión propia sobre los toros, previamente a esta parada de los horrores.

Yo entiendo que los pro-corridas de toros vayan a defender su pasión. No conozco ni un solo aficionado que no caiga en la tentación de hablar de toros si se le presenta la oportunidad. Y también entiendo a los antitaurinos que intenten atacar hasta la aniquilación a su abyecto enemigo. Pero lo que estos pretenden es la abolición sin más. No se han planteado ni la más mínima documentación y se mantienen en sus mismos argumentos desde hace décadas, sean o no verdad, sean o no una barbaridad. No voy a entrar en estos argumentos, que no me parecen dignos de ser repetidos, y menos en horario infantil. Pero ¿qué pretende ese señor mostrando un estoque a sus señorías? ¿Alguien se cree que algún aficionado piensa que eso no lo nota el toro? Por supuesto que lo nota, igual que la puya, las banderillas o verse dominado por un trapo que quiere coger, pero que le hace seguirlo una y otra vez, retorciéndose y lanzando cornadas al aire. La cuestión principal, el quiz, como diría un erudito, es cómo se comporta el toro ante todo esto. El toro no huye, al contrario, se crece e intenta imponer su supremacía ante el torero. Nota la puya y empuja más y más, aunque tenga franca la salida. Siente las banderillas y vuela queriendo coger a quien se las ha prendido.

A los que nos tildan de salvajes, asesinos y ya no sé cuantas cosas más, intentamos justificar nuestra afición por haberla compartido con genios universales del arte, como si estos fueran los que lo convirtieran en acto cultural. Yo no estoy de acuerdo con esto. Creo que los Lorca, Picasso, Benlliure o Goya ya lo tenían asimilado como acto cultural y como forma de expresión de las gentes de unos territorios determinados. Lo que ellos hicieron fue no negarse a sucumbir a ello y plasmar en el lienzo, en el papel o esculpir en la piedra un sentimiento, una fuerza expresiva que les venía de dentro y que ha contribuido decisivamente a la universalización de este arte. Quizás esto nos tendría que hacer reflexionar a todos, aficionados y no aficionados, y pensar en cuál sería la situación sin corridas de toros. Puede que además de las corridas de toros se aboliera también un rasgo fundamental de nuestra cultura. Porque algo que está unido a los pueblos de la península Ibérica desde mucho antes de ser Ibérica, no puede eliminarse con un decreto y tras unas votaciones. Sólo hay una forma de conseguir que las corridas de toros desaparezcan, y es que éstas caigan en un profundo declive, que no interesaran a nadie y que como consecuencia de esto murieran.

Pero igual que la fiesta de los toros no puede hacerse desaparecer a golpe de decreto, tampoco se pueden proteger con estas mismas armas. No me parece ni muy lógico, ni acertado, el brindis al sol de la señora presidenta de la Comunidad de Madrid. No creo que esto favorezca a los toros, quizás a ella que tiene sus expectativas puestas en otro sitio, puede, pero no a la fiesta de los toros. Y el motivo es el mismo, tampoco podemos empeñarnos en hacer aficionados a golpe de leyes. En este caso creo que la forma de ayudar y promover este espectáculo es garantizar su integridad, anteponer el toro ante cualquier interés de toreros, empresarios, periodistas y demás almas errantes de este mundo y salvaguardar los intereses del espectador, que es el que mantiene todo este tinglado; porque paga sus entradas, porque compra libros, periódicos, escucha los programas de radio y televisión y porque lo vive con una pasión y afición desinteresada. Quizás, y aprovechando esta fiebre protaurina de doña Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, haría mejor en pensar como empezar a hacer esto en la plaza de Madrid. ¿Qué mejor escaparate para este fin? Igual podría exigir a sus colaboradores que cada año la feria de San Isidro, Otoño, la Comunidad o la Paloma, superen al anterior, que los carteles de temporada sean realmente atractivos y así intentar que el aficionado vuelva a visitar las Ventas todos los domingos y fiestas de guardar con el aliciente de poder ver algo, y no para seguir acumulando muescas en su corazón de aficionado.

Como un maestro de esto ha dicho hace poco, un tal José Antonio Morante, alias de la Puebla, que para el que no lo sepa es puro sentimiento torero, lo mejor para defender la fiesta de los toros es mostrarla. Y mejor si es con toda su verdad e integridad.
PD: Mi recuerdo a la familia Rivas que está pasando por unos momentos muy amargos. J.L. Rivas D.E.P.